Guerrillas, adelanto

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Guerrillas

Crónicas del mundo insurgente

Jon Lee Anderson Traducción de María Tabuyo y Agustín López Tobajas


Todos los derechos reservados. Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, transmitida o almacenada de manera alguna sin el permiso previo del editor.

Título original Guerrillas

Copyright © 1992, Jon Lee Anderson All rights reserved. Primera edición: 2018 Traducción © María Tabuyo y Agustín López Tobajas Imagen de portada © Thierry Falise/LightRocket via Getty Images Copyright © Editorial Sexto Piso, S. A. de C. V., 2018 París 35–A Colonia del Carmen, Coyoacán 04100, Ciudad de México, México Sexto Piso España, S. L. C/ Los Madrazo, 24, semisótano izquierda 28014, Madrid, España www.sextopiso.com D.R. Universidad Autónoma de Sinaloa Ángel Flores s/n, Centro 80000, Culiacán, Sinaloa Diseño Estudio Joaquín Gallego Formación Grafime ISBN: 978-607-9436-87-2, Sexto Piso ISBN: 978-607-737-226-4, UAS

Impreso en México


Para Erica, Bella, Rosie y Mรกximo con amor



amando como amo la vida por la poesía y el pueblo ¿cómo no entregar los huesos? De «Toda clase de motivos», un poema de Haroldo, guerrillero salvadoreño*

* Haroldo era el nombre de guerra de Miguel Huezo Mixco, poeta salvadoreño que se unió a los guerrilleros de las Fuerzas Populares de Liberación en 1980. En 1988, cuando todavía vivía en la clandestinidad, la Editorial Universitaria de San Salvador publicó dos compilaciones de poemas de Huezo Mixco, El pozo del tirador y Tres pájaros de un tiro. En 1989 UCA Editores publicó Pájaro y volcán, una antología de literatura guerrillera editada por Huezo Mixco, y que también contenía alguno de sus poemas. Los poemas citados en este libro y atribuidos a Haroldo pertenecen a El pozo del tirador y Tres pájaros de un tiro. [N. del A.]



ÍNDICE

INTRODUCCIÓN

13

GUERRILLAS

19

Mitos de la creación

21

Una realidad paralela

65

Ganándose la vida

115

Haciendo la guerra

167

Sistemas de justicia

203

Una nueva familia

239

Hablando con los dioses

279

EPÍLOGO

321

AGRADECIMIENTOS

335



INTRODUCCIÓN

Si se dan las condiciones adecuadas, las guerrillas pueden surgir en cualquier sociedad. Si el pueblo se siente irrevocablemente privado de derechos por el Gobierno, u oprimido en su propio país, es casi seguro que surgirá la violencia. El pueblo toma las armas por muchas razones diferentes, que van desde la indignación por las desigualdades económicas y las injusticias sociales hasta la sistemática discriminación cultural, racial y política. La inmensa mayoría de las personas participa de algún credo particular de identidad tribal, cultural o nacional, de modo que el impulso de repeler a los intrusos es una respuesta característicamente humana; en consecuencia, existen pocas cosas que despierten más fácilmente el espíritu de rebelión que la invasión del propio país por una potencia extranjera. Cuando empecé a investigar la realidad del mundo insurgente para este libro, aspiraba a comprender qué es lo que hace que la gente normal decida ir a la guerra, qué induce a tomar la decisión consciente de matar y morir por un ideal que existe, al menos en principio, sólo en la mente de cada cual. El primer paso, o así me lo parecía, era crucial, porque implicaba atravesar una línea invisible hacia un estado cotidiano en el que la muerte, no la vida, era la certeza suprema. Era la conciencia de la tarea misma, pensaba, lo que separa a los guerrilleros del resto de nosotros. Como en la célebre sentencia del Che Guevara en la que considera al revolucionario como «el eslabón más alto que puede alcanzar la especie humana», los guerrilleros parecen ser otra clase de hombres. En 1967, cuando era un muchacho de diez años, vi en una portada una fotografía de baja definición del Che Guevara en


su lecho de muerte. La imagen es ahora clásica. Un Che Guevara demacrado y barbudo yace sin camisa sobre un catre; su torso está acribillado a balazos; está rodeado por los que lo mataron, vestidos de uniforme. Antes de eso, nunca había oído hablar del Che Guevara ni de su plan para liberar los países de América con la guerra de guerrillas. Con su muerte, fui consciente por primera vez de que existía gente como él, pero a partir de ese momento me sentí fascinado por la imagen de aquellos rebeldes, los guerrilleros. Este libro trata de cinco grupos de guerrilleros: los muyahidines de Afganistán, los karen de Birmania, el Polisario del Sáhara Occidental, el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (fmln) de El Salvador y un grupo de muchachos palestinos de Gaza; pero trata también de un estilo de vida que, aunque a la mayoría nos resulte muy ajeno, contiene aspectos universales de la existencia humana. Aunque los grupos guerrilleros son esencialmente organizaciones políticas, he escrito sobre las personas que los conforman, no sobre los grupos en sí mismos. He considerado la guerrilla como un fenómeno global, sin pararme a analizar región por región. Me he aproximado a los guerrilleros como lo haría con cualquier otro grupo de personas, teniendo en cuenta sus preocupaciones sobre la familia, la religión, la economía, la ley y el orden, la sociedad, la mitología, y el papel que todo eso desempeña en su vida cotidiana. Comparo las diferencias y semejanzas entre los miembros de estos ejércitos, pero fundamentalmente he tratado de extraer el rico acervo de historias al que los guerrilleros se sienten vinculados. En definitiva, espero haber creado un retrato del guerrillero y su significado en el mundo actual. Los guerrilleros se han convertido en figuras omnipresentes en los periódicos y las pantallas de televisión con sus ataques violentos y sus reivindicaciones espectaculares. Sus acciones, sus nombres de extraña sonoridad y sus acrónimos se han vuelto cotidianos, pero con frecuencia sus motivaciones quedan en la sombra. Siempre hay un par de docenas de 14


guerras de guerrillas que se están librando en todo el mundo. Algunas son guerras étnicas o territoriales que vienen de antiguo y se reavivan por las armas y los consejeros de potencias regionales; hay lugares que han sufrido una hemorragia desde los días en que fueron los campos de batalla en que las grandes potencias libraban la Guerra Fría. Con el tiempo, algunas guerrillas han llegado a asumir el papel de Gobierno fáctico en sus feudos territoriales. En este «otro mundo», la presencia de las armas no es una anomalía, sino una razón de ser; los niños nacen, crecen y se educan en el torbellino de la guerra. Los guerrilleros viven según sus propias leyes y creencias, contando sus propios relatos y leyendas, haciendo historia, desafiando a los que pretenden conquistar su mundo. Sin embargo, por más que a veces comprendamos su política, los propios guerrilleros suelen ser figuras inaccesibles y misteriosas para casi todos. Son extraños a los que sólo vemos fotografiados posando amenazadoramente con sus armas automáticas, con rostros de feroz determinación o enmascarados con pañuelos. La idea de escribir este libro surgió cuando, siendo yo un joven periodista, informaba sobre los conflictos que tenían lugar en América Central. En enero de 1986 hubo un momento clave cuando celebré el Año Nuevo con los guerrilleros del fmln en la provincia de Morazán, en El Salvador. Morazán, departamento controlado por la guerrilla, estaba a sólo tres horas de la capital, donde yo vivía, pero era un mundo aparte. A lo largo de varios días, caminé y conduje mi jeep por pedregosos caminos de bueyes acompañado de esos guerrilleros, cuyas armas automáticas chasqueaban en cada bache al golpear contra el caliente interior metálico del vehícu­lo. Adondequiera que fuéramos, parecían recordar lugares donde habían ocurrido acontecimientos importantes, acontecimientos que seguían vivos en sus corazones y los impulsaban a nuevas acciones. Empecé a preguntarme por la historia y las tradiciones desconocidas de aquella gente. Comprendí que en Morazán podía vislumbrar algo extraordinario: una sociedad rebelde 15


que vivía al margen de las leyes de su país. Y todo lo que tenía que hacer era dar una vuelta al globo para comprender que este fenómeno se desarrollaba a escala mundial; grandes áreas de territorio pertenecían ahora no a los gobiernos que se suponía que los dirigían, sino a los proscritos políticos que eran la autoridad real. Para este libro, quería llegar a tener una visión de las guerrillas que fuera lo más amplia posible. Para conseguirlo, sabía que tendría que visitar las guerras que se estaban desarrollando en diferentes partes del mundo. Pero, dado que era imposible cubrir el globo de forma exhaustiva, decidí limitarme a un número de grupos que representaran fielmente la guerrilla moderna. Aun así, no contaba con que los guerrilleros elegidos pudieran hablar por todos los guerrilleros actualmen­te vivos. Decidí ir primero a Afganistán. Tenía una invitación de uno de los grupos muyahidines, y además los soviéticos no habían completado todavía su retirada del país, por lo que se me ofrecía la poco frecuente oportunidad de observar a los guerrilleros combatiendo contra un invasor extranjero. Fui a Kandahar, en el desierto al sur de Afganistán. Después visité el disputado territorio del Sáhara Occidental con los guerrilleros del Frente Polisario. Ésta fue la visita más racional y «organizada» que realicé. Conseguí un visado en la embajada de Argelia en Londres sólo después de que el Polisario hubiera aprobado mi viaje; y en Argelia, el representante del Polisario se reunió conmigo en el despacho de la aduana. Este tipo de complicidad abierta entre un ejército guerrillero y un visitante de una nación extranjera es inusual. Volví de nuevo a Afganistán para observar el abortado asedio de los muyahidines a la ciudad de Jalalabad. Durante un par de meses, permanecí en la ciudad fronteriza pakistaní de Peshawar y realicé algunos viajes transfronterizos. El tercer lugar al que viajé fue Birmania. Había recibido garantías de una cálida bienvenida en la carta de un político exiliado aliado de los guerrilleros karen que combatían a lo 16


largo de la frontera entre Birmania y Tailandia. Allí, durante un período de tres meses, hice repetidas visitas a las bases de los karen. Luego fui a El Salvador, país que conozco bastante bien, donde algunos amigos me ayudaron con los preparativos para entrar en la «zona liberada» por las guerrillas del fmln en las montañas de Chalatenango. El Salvador era importante para mí, pues las cosas que allí había observado me habían sugerido la preparación de este libro. Mi último viaje fue a la Franja de Gaza ocupada por Israel, al campamento de refugiados de Breij, lugar en el que anteriormente había hecho amigos entre los militantes shabab implicados allí en la primera intifada, o levantamiento en contra de Israel. Tal vez alguien se pueda extrañar de la inclusión de los shabab en un libro sobre guerrilleros, pero éstos se ajustaban a mi definición de lo que es un guerrillero: alguien que arriesga su vida para luchar por cambiar el orden de las cosas utilizando cualquier medio que esté a su alcance. He escrito este libro en tiempo presente para transmitir al lector una sensación de inmediatez sobre el mundo de los insurgentes. Las personas que conocí y los lugares que visité están descritos tal como los encontré durante mis viajes, que tuvieron lugar a lo largo de un período de más de tres años entre finales de 1988 y principios de 1992. Sin embargo, como todas las cosas de la vida, las guerras cambian con el tiempo, y también han cambiado la mayoría de las situaciones descritas en estas páginas. Pero, en definitiva, este libro no trata de las circunstancias particulares de las guerras que visité; trata de los guerrilleros, tal como se pueden encontrar en cualquier época o en cualquier lugar. Por encima de todo, tengo la esperanza de haber plasmado aquí el lado humano de su historia, pues es una historia que dadas las condiciones, también podría ser la nuestra.

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GUERRILLAS



MITOS DE LA CREACIÓN

En otras épocas, las zonas inexploradas del mundo se dejaban en blanco en los mapas; los cartógrafos escribían las palabras terra incognita para designarlas. A menudo, eran zonas pobladas que simplemente no habían sido exploradas todavía por los cartógrafos de las potencias coloniales y, en consecuencia, seguían siendo oficialmente «tierras desconocidas». Más tarde, cuando estas tierras fueron inspeccionadas y cayeron bajo el poder de los imperios europeos en expansión, se rellenaron los espacios en blanco y se superpusieron las nuevas fronteras coloniales sobre los antiguos territorios tribales y los reinos nativos. Los mapas han reflejado siempre la vanidad de los conquistadores a lo largo de la historia, y la situación no es distinta en el presente. Actualmente, los territorios habitados por los guerrilleros que luchan por hacer realidad su visión de la vida no están todavía incluidos en las páginas de los atlas políticos modernos. Sus fronteras, si es que están delineadas, aparecen solamente en los mapas militares utilizados por ellos mismos y por sus enemigos. Las fronteras cambiantes que reflejan estos mapas son extraoficiales, incluso secretas, y claramente imprecisas. Y, sin embargo, representan una realidad más verdadera que aquellos mapas que muestran los países, las provincias y las fronteras nacionales de los Estados nación oficiales. En todo el mundo existen paisajes interiores percibidos únicamente por los guerrilleros y sus partidarios. Acontecimientos infinitamente extraordinarios y memorables para ellos –algunos horribles, otros sublimes– han ocurrido en el espacio poblado por árboles y zarzas que ellos llaman


«hogar». Muchas cosas sucedieron en esas áreas cubiertas de vegetación donde una vez hubo asentamientos humanos. Aquí tuvo lugar una batalla, allí murió un héroe guerrillero…, se tendió una emboscada a una columna enemiga…, se derribó un helicóptero… Los lugares de las masacres están dignifi­ cados por su soledad, sus silencios únicamente son interrumpidos por una cigarra ronca y estridente o por el susurro de los pájaros. Ahora, los árboles frondosos y las enredaderas se han apoderado de los escombros donde una vez se alzaron casas, donde una iglesia acogía a los fieles para rezar; los muertos yacen debajo, invisibles. Son lugares con la atmósfera inquietante de un terreno sagrado; en ellos, los guerrilleros andan con sigilo, hablando con voz queda. Para ellos, esos lugares son la prueba terrible de la naturaleza del enemigo, y también un recordatorio del precio que los inocentes tuvieron que pagar como consecuencia de su propia presencia. Los dioses y los fantasmas de la guerra, sus héroes y villanos, y sus momentos de audacia y de derrota –todos los momentos trascendentales que constituyen la historia de una guerra– son invisibles para los intrusos, pero habitan la tierra en el corazón y la mente de los guerrilleros y sus partidarios. Algún día, si toman el poder, habrá placas y estatuas erigidas en honor de ese panteón fantasmal; habrá monumentos en los lugares donde se derramó la sangre, a los que se podrá ir en homenaje para depositar una corona de flores y tratar de imaginar lo qué allí sucedió. Pero, por ahora, esta historia viva está todavía forjándose en el derramamiento de sangre y sólo puede conmemorarse de forma oral, con los recuerdos contados una y otra vez, transmitidos a los más jóvenes. Este folclore, este paisaje interior de la guerra, seguirá existiendo mientras haya guerrilleros con vida para recordar y contar una vez más lo que antaño sucedió. Finalmente, las historias se convertirán en mito. Todos los guerrilleros tienen sus mitos de la creación. Para justificar el hecho de matar a otros seres humanos, los 22


hombres mitifican los orígenes de sus conflictos y, según se desarrollan las guerras, así lo hacen también los relatos de lo que en ellas ocurre. Para los guerrilleros, este folclore satisface la necesidad de inmortalizar sus acciones, de asegurar que lo que se está contando es su versión de la historia, pues temen que, al vivir como fugitivos, sigan siendo eternamente invisibles para el mundo más allá del campo de batalla donde luchan y mueren. Como quien busca en la superficie del agua su propio reflejo, también los guerrilleros tienen necesidad de contemplarse, de asegurarse su propio lugar en el tiempo. En lo profundo de la inmensidad del desierto del Sáhara, un grupo de guerrilleros ha perpetuado uno de los mitos de la creación más inusuales: afirman que su estéril desierto alberga nada menos que una república soberana, y que ellos mismos son su Gobierno y sus ciudadanos. El muro serpentea en diagonal a lo largo de una cresta desierta durante algo más de medio kilómetro. Desde el foso de un francotirador y con el siroco levantándose en el calor de la mañana ya avanzada, sólo es visible como una línea blanca desigual contra el color pardo de las dunas. Por la manera en que brilla y reverbera, el muro casi podría ser un espejismo, como esos lagos plateados que llaman la atención con insistencia, para desvanecerse cuando uno se aproxima a ellos. Ésta es la primera línea en la guerra por el Sáhara Occidental, antigua colonia española en el noroeste de África. Durante casi dos décadas, el pueblo saharaui ha librado una guerra de guerrillas contra las tropas de ocupación del rey Hasán II de Marruecos. Fue él quien construyó ese muro fortificado de más de 2500 kilómetros de longitud alrededor de los dos tercios del territorio. Cortando de forma implacable el yermo desierto, el muro ha transformado la situación en uno de los conflictos más extraños del mundo. Al igual que el muro, la guerra misma surge amenazante como un tornado en el horizonte, nunca completamente al 23


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