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Lo que Pierre Rosanvallon no comprende

Lo que Pierre Rosanvallon no comprende

Chantal Mouffe

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En su obra más reciente, El siglo del populismo,1 Pierre Rosanvallon se sorprende del hecho que, de forma contraria a otras ideologías de la modernidad como el liberalismo, el socialismo, el comunismo o el anarquismo, el populismo no se asocia a ninguna obra de envergadura. Sin embargo, se trata, según él, de una proposición política dotada de una coherencia y de una fuerza positiva, pero que no ha sido ni formalizada ni desarrollada. En su libro, Rosanvallon se propone definir la doctrina populista y hacer su crítica.

Esta doctrina la construye de manera arbitraria, a partir de elementos que provienen de fuentes muy heterogéneas y retomando los clichés ya expuestos en la mayor parte de las críticas al populismo. Su definición no aporta nada a la tesis, retomada por numerosos autores, según la cual el populismo consiste en oponer un «pueblo puro» a una «élite corrupta» y a concebir la política como la expresión inmediata de la «voluntad general» del pueblo.2 Con algunas variaciones, encontramos esta visión en El siglo del populismo.

Cuando se refiere a autores que defienden otra posición, lo hace travistiendo sus ideas para hacerlas conformes a la tesis que defiende. Muchos de mis trabajos son caricaturizados de esa forma, al punto que nos preguntamos si este historiador, muy reputado sin embargo, los ha leído o si hace prueba de una dudosa mala fe metodológica.

Afirma, por ejemplo, que yo rechazo la democracia liberal representativa, cuando en mi libro Por un populismo de izquierda subrayo la importancia de inscribir esta estrategia en el cuadro de la democracia pluralista y de no renunciar a los principios del liberalismo político. Contrariamente a lo que pretende Rosanvallon, sostengo, en La paradoja democrática,3 que la democracia liberal resulta de la articulación de dos lógicas incompatibles en última instancia, pero que la tensión entre la igualdad y la libertad, cuando se manifiesta de forma «agonística», bajo la forma de una lucha entre adversarios, garantiza la existencia del pluralismo. De la misma forma, yo defendería, según él, la unanimidad como horizonte regulador de la expresión democrática, cuando el tema de la división social y de la imposibilidad de un consenso inclusivo se encuentra en el centro de mis reflexiones.

Pero si esta obra, que busca construir la teoría del populismo, no contribuye a una mejor inteligencia del fenómeno, es ante todo por la vanidad de su ambición: el populismo no existe como una entidad de la que podríamos hacer la teoría o producir el concepto. Existen los populismos, lo que explica, por otra parte, por qué la noción da lugar a tantas interpretaciones y definiciones contradictorias.

Más que buscar definir los principios del populismo, debemos examinar la lógica política puesta en obra por los movimientos calificados como «populistas». Siguiendo este procedimiento, Ernesto Laclau muestra en La razón populista4 que se trata de una estrategia de construcción de una frontera política establecida sobre la base de una oposición entre los de abajo y los de arriba, entre los dominantes y los dominados. Los movimientos que la adoptan surgen siempre en el contexto de una crisis del modelo hegemónico. Visto de esta forma, el populismo no aparece ni como una ideología, ni como un régimen, ni como un contenido programático específico. Todo depende de la manera en que se construye la oposición nosotros/ellos, así como de los contextos históri-

cos y de las estructuras socioeconómicas en las que se despliega. Aprehender los diferentes populismos implica partir de las coyunturas específicas de su emergencia en lugar de reducirlos, como lo hace Rosanvallon, a manifestaciones de una misma ideología.

República del centro En lugar de esclarecer su objeto, Rosanvallon revela en su estudio del populismo la naturaleza y los límites de su propia concepción de la democracia. La teoría democrática que estructura la ideología populista apela, según él, a una «forma límite de la democracia» que consiste en juzgar la naturaleza liberal y representativa de las democracias existentes. Y, al hacerlo, oponerles una solución de remplazo fundada sobre tres características: una democracia directa, un proyecto de democracia polarizada y una concepción inmediata y espontánea de la expresión popular.

A esta supuesta doctrina populista, el antiguo secretario de la Fondation Saint-Simon, opone su propia concepción, desarrollada en sus obras anteriores. En el plan filosófico, encontramos una versión sofisticada de la doctrina dominante en los partidos socialdemócratas bajo la hegemonía neoliberal. La que fue elaborada en los años ochenta y noventa por los teóricos de la «tercera vía», como Anthony Giddens en el Reino Unido y Ulrich Beck en Alemania. Su tesis: hemos entrado en una «segunda modernidad» donde el modelo antagónico de la política se vuelve obsoleto al no haber adversarios sociales. Las identidades colectivas como las clases han perdido su pertinencia, y las categorías de derecha y de izquierda están caducando. Subsisten diferencias de opinión potencialmente conflictivas, pero que se reducen y se apaciguan reconciliando la diversidad de las demandas individuales. Desde ese momento, una «política de la vida» ligada a las preocupaciones medioambientales, familiares, a las identidades personales y culturales, tomaría el relevo, según Giddens, sobre la «política de la emancipación».5

La adopción de tal concepción por los partidos socialdemócratas está en el origen del liberalismo social que domina Europa occidental desde el fin de los años ochenta. En Francia, ese proyecto de una «República del centro» encuentra a sus más fervientes adeptos entorno a Rosanvallon y a los intelectuales del Centre Raymond-Aron de la École des Hautes Études en Sciences Sociales (ehess).6 Esa corriente privilegia la dimensión liberal de la democracia: pone el acento sobre la defensa de los aspectos constitucionales en detrimento de la participación del pueblo. Esta predominancia del liberalismo sobre la soberanía popular conduce a ignorar la división social, las relaciones de poder y las formas de lucha antagónicas asociadas a la noción de lucha de clases.

Una visión «postpolítica» de este tipo, centrada en la ausencia de una solución de cambio en la globalización neoliberal, lejos de constituir un progreso para la democracia, asigna al sistema político la tarea de «gobernar el vacío», como lo ha mostrado Peter Mair.7 En 2005, yo sostenía que la ausencia de lucha entre proyectos de sociedad opuestos priva a las elecciones de su sentido y crea un terreno favorable para el desarrollo de partidos populistas de derecha.8 Así, éstos pueden pretender devolver al pueblo el poder confiscado por el establishment. Quince años más tarde, el paisaje político europeo comprueba esta hipótesis.

Rosanvallon no se da cuenta que el modelo consensual de una política sin fronteras está en el origen del incremento en potencia del populismo. A sus ojos, sólo puede interrumpirlo la elaboración de un proyecto alternativo fuerte, una «segunda revolución democrática» que implique repensar tanto la actividad ciudadana como las instituciones democráticas. Formula así una serie de proposiciones, que no carecen de interés, y que buscan diversificar y multiplicar las instituciones democráticas y aumentar el alcance de la actividad ciudadana. A la «democracia de autorización» que otorga, a través de las elecciones, el poder de gobernar, debería, por ejemplo, añadirse una «democracia de ejercicio» que sometiera el ejercicio del poder a criterios democráticos. Pero, como esas propuestas que participan de la concepción postpolítica ignoran los antagonismos que estructuran la sociedad y no ponen en cuestión el modelo neoliberal, es difícil ver en qué contribuiría la «segunda revolución democrática» para hacer retroceder a las fuerzas populistas.

Concebir el populismo como una estrategia de construcción de una frontera política hace ininteligible el «momento populista», algo que la perspectiva de Rosanvallon no permite. Esos movimientos rechazan el gobierno de los expertos y la reducción de la política a cuestiones de orden técnico. Reivindican una visión partidista y muestran las grietas de la aproximación consensual. Recusan, finalmente, la postpolítica y exigen la posibilidad, para los ciudadanos, de participar en las decisiones que conciernen a los asuntos públicos y no solamente controlar sus puestas en marcha. Algunos expresan sus reivindicaciones bajo la forma de un populismo de derecha, de tipo «inmunitario» y xenófobo, deseosos de restringir la democracia a los nacionales; otros lo hacen bajo la forma de un populismo de izquierda que busca extender la democracia a numerosos territorios, y profundizarla.

Para alcanzar este objetivo, la estrategia populista de izquierda propone una ruptura con el orden neoliberal y el capitalismo financiero que, como lo ha mostrado el sociólogo Wolfgang Streeck,9 son incompatibles con la democracia. Busca establecer una nueva forma hegemónica capaz de asumir la centralidad de los valores de igualdad y de justicia social.

Este proyecto no implica el rechazo, sino la reconquista de las instituciones constitutivas del pluralismo democrático. Para poner en marcha tal ruptura, la estrategia del populismo de izquierda se propone federar las luchas democráticas para crear una voluntad colectiva, un «nosotros» susceptible de transformar las relaciones de poder y de instaurar un nuevo modelo socioeconómico a través de lo que Antonio Gramsci llama una «guerra de posiciones». La confrontación entre ese «nosotros», que articula las diferentes demandas ligadas a las condiciones de explotación, de dominación y de discriminación, y su adversario, ese «ellos» constituido por los poderes neoliberales y sus aliados, es la forma en que se expresa hoy aquello que la tradición marxista llama «lucha de clases». Por lo tanto, no es sorprendente que Rosanvallon sea hostil a esto. Prisionero de su modelo centralista, ve en toda forma de populismo una amenaza para la democracia.

Agotamiento del modelo neoliberal

La estrategia populista de izquierda aparece particularmente pertinente en la perspectiva de una salida de la crisis del Covid-19, que preludiaría la construcción de un nuevo contrato social. Esta vez, contrariamente a la crisis del 2008, podría abrirse un espacio de confrontación entre proyectos opuestos. Un regreso puro y simple a los asuntos corrientes parece poco probable, y el Estado jugará posiblemente un papel al mismo tiempo crucial e intenso. Tal vez asistiremos a la aparición de un «capitalismo estatizado», que utilizará el poder público para reconstruir la economía y restaurar el poder del capital.

Podría tomar formas más o menos autoritarias, según las fuerzas políticas que lo dirijan. Ese escenario significaría la victoria de las fuerzas populistas de derecha, o el último arrebato de los defensores del neoliberalismo para asegurar la supervivencia de su modelo. Sin embargo, una estrategia populista de izquierda que busque construir una voluntad colectiva entorno a un Green New Deal, puede también hacer de esta crisis una ocasión para democratizar en profundidad el orden socioeconómico existente y para crear las condiciones para una verdadera transición ecológica.

Exacerbando las desigualdades, la crisis del coronavirus confirma el agotamiento del modelo neoliberal. Recreando las fronteras políticas y reafirmando la existencia de antagonismos, señala un regreso de lo político y otorga una nue-

va dimensión al momento populista. Dependiendo de las fuerzas sociales que aprovechen esto, y de la manera en que construyan la oposición nosotros/ellos, esta pandemia puede desembocar en soluciones autoritarias o llevarnos a una radicalización de los valores democráticos. Una cosa es segura: contra lo que afirma Rosanvallon, lejos de amenazar la democracia, el populismo de izquierda representa hoy la mejor estrategia para orientar, en un sentido igualitario, las resistencias al orden postdemocrático neoliberal. 

Traducción de Ernesto Kavi

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8 9 Pierre Rosanvallon, El siglo del populismo, trad. de Irene Agoff, Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2020. Cf. Cas Mudde y Cristóbal Rovira Kaltwasser, Brève introduction au populisme, Éditions de l’Aube, La Tour-Aigues, 2018. Chantal Mouffe, La paradoja democrática, Gedisa, Madrid, 2012. Ernesto Laclau, La razón populista, Fondo de Cultura Económica, Madrid, 2005. Anthony Giddens, Modernity and Self-Identity. Self and Society in the Late Modern Age, Polity Press, Cambridge, 1991. François Furet, Pierre Rosanvallon y Jacques Julliard, La République du centre. La fin de l’exception française, Calmann-Lévy, París, 1988. Peter Mair, Ruling the Void. The Hollowing-out of Western Democracy, Verso, Londres, 2013. Cf. L’Illusion du consensus, Albin Michel, París, 2016. Wolfgang Streeck, Du temps acheté. La crise sans cesse ajournée du capitalisme démocratique, Gallimard, París, 2014.

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