Reporte sp Número 14 • Octubre de 2015
Publicación mensual gratuita de Editorial Sexto Piso
Imagina el mundo
Claudia Piñeiro • Fernando Trueba • Marcus Du Sautoy Guadalupe Nettel • Pedro Juan Gutiérrez • Peter Kuper Bef • Laura Bates • Jon Lee Anderson • Renata Adler Alejandro Zambra • Maziar Bahari • José Ovejero Javier Moro • Sergio González Rodríguez Samanta Schweblin • Feggy Ostrosky • Åsne Seierstad Denis Robert • Hisham Matar • Janne Teller
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Recomendación de los editores
La invención Ernesto Kavi
E
de una vida
n su último curso en el Collège de France, Roland Barthes imagina un autor perverso que escribe sus obras sólo para tener el derecho, un día, de escribir su autobiografía. Al momento de redactar esas líneas, Barthes ignora que ese autor existe, y que lleva por nombre György Faludy. Pero ignora algo más: que Faludy escribió su autobiografía y que, al terminarla, se esforzó para que su vida se pareciera a ella, hasta el punto de confundirlas, hasta el punto de no saber si vivió para escribir ese libro, o si ese libro lo escribió a él. Al leer Días felices en el infierno asistimos a la invención de un personaje literario que se esfuerza por ser un hombre de carne y hueso. Al leer Días felices en el infierno es imposible no preguntarse si la frontera, delicada para la memoria humana, entre la verdad y la ficción, no se ha violado innumerables veces. En su momento, muchos le reprocharon a Faludy la invención de los episodios que describe. No podía ser verdad que hubiese vivido en el desierto de Marruecos, separado de toda costumbre occidental, vestido como un príncipe árabe, olvidando su lengua materna, y en compañía de un hermoso joven de nombre Amar con quien recorre las prolongadas dunas, y con quien conoce, a lo largo de sus viajes, comerciantes, bandidos, mercenarios, y mujeres de una belleza semejante a la de los sueños; no podía ser verdad que una noche, en un café de Casablanca, hubiese recitado historias y poemas durante largas horas, y que la muchedumbre de los cafés vecinos, de los mercados, de las plazas, se hubiese instalado a su alrededor para escucharlo, cada vez más numerosa, como si fuese un antiguo juglar, como si de sus relatos dependiera el curso del mundo; no podía ser verdad que, años antes, cuando aún era muy joven, hubiese decidido abandonar Hungría para instalarse en París, pues su único deseo era ser poeta, y pensaba que sólo en esa ciudad podría lograrlo, y que durante su estancia ahí conociera y frecuentara a grandes escritores y, más tarde,
cuando las tropas alemanas invadían Francia y Pétain pactaba con los nazis, hubiese tenido que recorrer todo el país, huyendo, a veces en automóvil, pero casi siempre a pie, rumbo al sur, con su mujer y sus amigos, para embarcarse hacia cualquier destino, lejos de la guerra; no podía ser verdad que cuando Europa se sumergía cada vez más en su propia destrucción, cuando la hambruna lo invadía todo, cuando los combates eran cada día más cruentos, hubiese recibido, en el desierto del Norte de África, una carta firmada por el presidente Roosevelt para invitarlo a refugiarse en Estados Unidos; no podía ser verdad que en Nueva York hubiese trabajado como periodista, y que hubiese decidido romper con su vida apacible para alistarse en el ejército estadounidense, para luego combatir en la guerra del Pacífico, sólo para defender las ideas de libertad y democracia que enarbolaba su país de acogida; no podía ser verdad que, al terminar la guerra, hubiese decidido sin razón alguna volver a Hungría, un país desgarrado entre dos totalitarismos, un país sin futuro, o sólo con un futuro sombrío, como él mismo lo comprobaría después; no podía ser verdad que, poco tiempo después de instalarse en Budapest, y siendo ya un escritor reconocido en toda Europa, un poeta cuyos versos miles de personas conocían de memoria, hubiese sido arrestado, y luego interrogado durante largos días, bajo tortura, y le hicieran firmar un documento donde admitía ser culpable de actos que nunca había realizado, un documento cuyas acusaciones parecían nacer de la mente de un escritor delirante y perverso; no podía ser verdad que en el campo de concentración al que lo enviaron, en Recsk, donde el alimento escaseaba, donde la gente era obligada a trabajar sin descanso, donde hombres en apariencia robustos y fuertes caían muertos de agotamiento y la esperanza de vida se reducía a cero, donde sus compañeros de condena le pedían palabras de aliento, aunque no fuesen ciertas, no podía ser que ahí,
Sabemos que la vida y la literatura pueden confundirse hasta volverse una sola materia fabulosa. Sabemos que la existencia de cualquier hombre, por más humilde que sea, es siempre el territorio de la sorpresa.
Reporte SP • Año 2 • Número 14 • octubre de 2015 • Publicación mensual gratuita de Editorial Sexto Piso • www.sextopiso.mx Impresión: Offset Rebosán • Editores: Diana Gutiérrez, Diego Rabasa, Eduardo Rabasa, Felipe Rosete • Diseño y formación: donDani Este número se ilustró con dibujos de Ruinas, de Peter Kuper (Sexto Piso, 2015).
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en ese campo, durante las noches, hombres de toda condición se reunieran en torno a Faludy para conversar de literatura, o de filosofía antigua, o de música, o de cualquier otro tipo de arte, pues todos creían fervientemente que el hombre, cuando deja de hablar de cosas bellas, muere. No. No podía ser verdad. Faludy mentía. La vida nunca es así. La vida es árida, pobre, repetitiva. Nunca entrega sus tesoros. Nunca prodiga maravillas. Para nosotros esos reproches carecen de importancia. Sabemos que la vida y la literatura pueden confundirse hasta volverse una sola materia fabulosa. Sabemos que la existencia de cualquier hombre, por más humilde que sea, es siempre el territorio de la sorpresa. Pero sobre todo sabemos, gracias a Proust, que la vida verdadera, la vida por fin descubierta e iluminada, la única vida en consecuencia realmente vivida, es la literatura. Y, sin embargo, al terminar de leer Días felices en el infierno, sabemos que nada de eso importa. Que no importa la prosa ágil y espléndida del libro; no importan sus innumerables historias, terribles, absurdas, divertidas, luminosas; no importan las largas reflexiones sobre política que, en algunos momentos, se convierten en tratados sobre la libertad; no importa que sea un testimonio sobre los campos de concentración instalados bajo el comunismo, sobre la miseria y la crueldad de la vida penitenciaria, sobre la forma en que un sistema político, bajo el pretexto del bien común, destruye al individuo. Nada de eso importa. Sabemos que el valor del libro radica en otra parte. Cuando Faludy se entera de que su liberación es inminente, y que pronto estará lejos del campo de concentración, reflexiona: «Aquí, en la soledad de las celdas, habíamos aprendido a pensar, nuestro conocimiento de la naturaleza humana se había expandido, nuestros sentidos se habían afinado. Todos creíamos habernos vuelto más inteligentes, más sensibles, más honestos que antes, mientras que afuera encontraríamos una sociedad que había corrompido e insensibilizado a sus miembros». Pienso que el lector, cuando sus ojos se posen en esas líneas casi finales, comprenderá el verdadero peso del libro; comprenderá que la situación de Faludy, en ese momento, no es tan alejada de la suya; que él también, como György Faludy, ha expandido su conocimiento de la naturaleza humana; que, tras la lectura, sus sentidos se han afinado; que se ha vuelto más honesto y, quizá también, más sensible; pero de igual forma se dará cuenta de la corrupción y de la insensibilidad que lo rodean, y en las que él también, con seguridad, estará inmerso. Y sentirá vergüenza. Vergüenza de que un hombre prefiera estar encerrado en un campo de concentración, donde los horrores son cotidianos y la vida se desgarra en jirones, que estar libre entre nosotros, verdugos más crueles que los suyos, jueces más inclementes, torturadores más violentos. Vergüenza de haberse acostumbrado al mal, al odio, a la vileza, a la infamia. Vergüenza de no sentir compasión por sí mismo, ni por los otros. Comprenderá que Faludy, en medio del horror, conservó el equilibrio moral y afectivo gracias a la amistad verdadera con otros hombres, gracias a las largas discusiones nocturnas que mantenía con ellos, y a la convicción de que ciertas palabras, ciertas conversaciones, curan el alma. Pero también comprenderá, al finalizar la lectura, que él participó de esas amistades y de esas conversaciones; que comparte, como todos sus
Días felices en el infierno György Faludy Traducción de Alfonso Martínez Galilea Pepitas de calabaza & Fulgencio Pimentel 2014 • 624 páginas Lee un adelanto:
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amigos presos, la convicción de que es posible hallar nobleza y dignidad en uno mismo, a pesar de que las circunstancias nos obliguen a despojarnos de ellas; y que las palabras sencillas, a veces banales, como aquellas que componen el libro que sujeta con sus manos, son lo que sostiene a los seres humanos cuando se hunden en la desdicha, y que recordarlas, asirse a ellas como a un bien inestimable, es lo único que nos permite no caer demasiado profundo, no lastimarnos de forma irremediable y, tal vez, aun, curarnos un poco las heridas del alma. •
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Fe y capitalismo Giorgio Agamben
P
ara entender el significado de la palabra «futuro», primero es necesario entender el significado de otra palabra que ya no estamos acostumbrados a utilizar sino en la esfera religiosa: la palabra «fe». Sin fe o sin confianza, no es posible el futuro; sólo hay futuro si podemos esperar o creer en algo. Pero, ¿qué es la fe? David Flüsser, un gran estudioso de la ciencia de las religiones —existe una disciplina con este extraño nombre—, estaba trabajando precisamente sobre la palabra pistis, que es el término griego que Jesús y los apóstoles utilizaron para nombrar la «fe». Aquel día se encontraba por azar en una plaza de Atenas y, en un cierto momento, al alzar los ojos, vio escrito frente a sí en caracteres de gran dimensión: Trapeza tes pisteos. Estupefacto por la coincidencia, observó con mayor detenimiento y, pocos segundos después, se dio cuenta de que se encontraba simplemente frente a un banco: trapeza tes pisteos significa en griego «banco de crédito». He ahí el sentido de la palabra pistis, que estaba tratando de comprender desde hacía meses: pistis, «fe», es simplemente el crédito del que gozamos frente a Dios, y del que la palabra de Dios goza frente a nosotros, desde el momento en el que creemos en ella. Por eso Pablo puede decir en una famosa definición que «la fe es sustancia de cosas esperadas»: la fe es lo que da realidad a aquello que aún no existe, pero en lo cual creemos y tenemos confianza, y hemos puesto en juego nuestro crédito y nuestra palabra. Algo como el futuro existe sólo en la medida en que nuestra fe logra dar sustancia, es decir, realidad, a nuestras esperanzas. Pero la nuestra, se sabe, es una época de escasa fe o, como decía Nicola Chiaromonte, de mala fe, es decir, de una fe sostenida a la fuerza y sin convicción. Por tanto, es una época sin futuro y sin esperanzas —o de futuros vacíos y de falsas esperanzas—. Pero en esta época demasiado vieja para creer verdaderamente en algo, y demasiado astuta para estar verdaderamente desesperada, ¿qué ocurre con nuestro crédito, y qué ocurre con nuestro futuro? Porque, observando bien, todavía existe una esfera que gira toda en torno al perno del crédito, una esfera en la que ha terminado toda nuestra pistis, toda nuestra fe. Esa esfera es el dinero, y la banca —la trapeza tes pisteos— es su templo. El dinero sólo es un crédito, y sobre diversos billetes de banco (sobre la libra esterlina, sobre el dólar, pero no sobre el euro —y esto quizá
debió habernos dado sospechas—), todavía está escrito que el banco central promete garantizar de algún modo ese crédito. La llamada «crisis» que estamos atravesando —pero lo que se llama «crisis», ahora es evidente, no es sino la forma ordinaria en que funciona el capitalismo de nuestro tiempo— comenzó con una serie desconsiderada de operaciones sobre el crédito, sobre créditos que eran saldados y revendidos decenas de veces antes de poder ser realizados. Eso significa, en otras palabras, que el capitalismo financiero —y los bancos, que son sus órganos principales— funciona jugando con el crédito —es decir, con la fe— de los hombres. Pero eso también significa que es posible aceptar literalmente la hipótesis de Walter Benjamin, según la cual el capitalismo es, en realidad, una religión, la más feroz e implacable que haya nunca existido, porque no conoce redención ni tregua. La Banca —con sus grises funcionarios y expertos— ha tomado el lugar de la Iglesia y de sus sacerdotes y, gobernando el crédito, manipula y gestiona la fe —la escasa, incierta confianza— que nuestro tiempo tiene aún en sí mismo. Y lo hace de la forma más irresponsable y exenta de escrúpulos, buscando obtener dinero de la confianza y de las esperanzas de los seres humanos, estableciendo el crédito del cual cada uno puede gozar y el precio que debe de pagar por ello (aun el crédito de los Estados, que han dócilmente abdicado su soberanía). De esta forma, al gobernar el crédito, gobierna no sólo el mundo, sino también el futuro de los hombres, un futuro que la crisis hace cada vez más breve y con fecha de expiración. Y si hoy la política ya no parece posible, eso es porque el poder financiero ha secuestrado toda fe y todo futuro, todo tiempo y toda espera. Mientras dure esta situación, mientras nuestra sociedad, que se cree laica, siga esclavizada a la más oscura e irracional de las religiones, lo mejor sería que cada uno retomase su crédito y su futuro de las manos de estos tétricos y descreditados pseudosacerdotes, banqueros, profesores y funcionarios de las múltiples agencias de calificación. Y quizá lo primero que debemos hacer es dejar de mirar sólo al futuro, como ellos nos exhortan a hacer, y voltear la mirada hacia el pasado. Sólo comprendiendo lo que ha ocurrido y, sobre todo, buscando comprender cómo ha podido ocurrir, será posible, tal vez, recobrar nuestra propia libertad. La arqueología —no la futurología— es la única vía de acceso al presente. • Traducción de Ernesto Kavi
Y si hoy la política ya no parece posible, eso es porque el poder financiero ha secuestrado toda fe y todo futuro, todo tiempo y toda espera.
Piñata Daniel Saldaña París
A
lamento. Alicia era una mujer inteligente y divertida, y mientras ella estuviera cerca Madrid resultaba más llevadero. Su cumpleaños, a finales de septiembre, me pareció una buena oportunidad para convocar en el estudio a varios amigos suyos, y con ello formalizar públicamente una relación que en los pasillos era comentada como un arreglo de conveniencia: ella vivía conmigo porque la habían corrido de su casa, y yo toleraba su presencia porque no sabía estar solo. Al ver de primera mano nuestra espléndida interacción, pensé, los otros se arredrarían ante la idea de proponerle sexo entre los arbustos, y la tempestuosa relación a varias bandas dejaría paso a un noviazgo universitario de tintes más convencionales. Le propuse a Alicia hacer un par de piñatas de papel maché para que la fiesta tuviera un toque mexicano y ella, que desconocía por completo los matices de «lo mexicano», propuso que además fuera una fiesta de disfraces con temática del Oeste. Me pareció una ocurrencia disparatada pero finalmente divertida, así que acepté. Diseñamos una invitación convocando a «pistoleros» y «cabareteras» a celebrar en nuestro «saloon» un encuentro «dionisíaco» (el adjetivo fue suyo y no pude disuadirla de agregarlo); «bandoleros» y «forajidos» serían bienvenidos a la «fiesta-piñata» (le expliqué que la fórmula era inexistente, pero a ella le parecía verosímil y terminé cediendo). Alguien cometió el error doloso de fotocopiar la invitación y pronto toda la facultad estaba al tanto del inminente jolgorio. Los preparativos en casa nos unieron bastante. Compré globos, hice engrudo y le expliqué el procedimiento para hacer la piñata con papel periódico antes de darle la forma que ella eligiera. Yo decidí hacer una canónica estrella y Alicia, más imaginativa, propuso hacer una mujer embarazada. Le dije que no era una idea particularmente bonita agarrar a palos a una mujer preñada, pues tenía connotaciones de violencia de género y podía resultar chocante para muchos. Alicia esgrimió argumentos teóricos basados en no sé qué lectura feminista para justificar su piñata; sería muy catártico para las mujeres, rebatió, destruir esa alegoría de las expectativas sociales en torno a la función social de las féminas. Algo así dijo, y yo pensé que la discusión no tenía mucho caso y que finalmente era su piñata y podía hacerla como quisiera. No puedo decir que el resultado fuera muy convincente. Una mujer vestida de blanco a la que se le colgaba la cabeza de lado y que llevaría en el vientre las frutas y los dulces típicos del festejo. Era una escultura horriblemente sórdida, sobre todo al lado de mi estrella perfecta, con picos cónicos y colores brillantes. Dos días antes de la fiesta Alicia decidió que se llevaría la piñata a casa de una amiga para terminar de arreglarla con ella mientras ambas cosían los secretos vestuarios con que llegarían a la fiesta; quería sorprenderme, me dijo, y que no supiera de antemano de qué iría disfrazada.
Yo, que nunca quise hacer la revolución ni mucho menos jactarme de mi virilidad frente a otros, pensé que tenía que coger con ella. No pensé en tener una relación, sino sólo eso: coger con ella de vez en cuando.
licia era inmoderada, incluso excesiva en muchos sentidos, pero era justo lo que yo necesitaba entonces, la única relación que podía regresarme cierto entusiasmo por Madrid y así posponer mi regreso a México, que había venido anunciando entre familiares y amigos los últimos dos meses, harto como estaba de mi soledad y, más específicamente, de mi soltería. Aunque habíamos coincidido en varias clases en la facultad y teníamos un par de amigos en común, hasta ese verano, el más caluroso de los que viví en España, realmente nunca habíamos hablado. Varios estudiantes de filosofía, como nosotros, discutían bajo un sol achicharrante algún tema de política coyuntural y Alicia, que no había participado en la conversación y estaba un poco alejada del grupo, no dudó en decirles, con absoluta seriedad, que eran unos maricas y que para hacer la revolución hacía falta tener un par de huevos de los que ellos carecían. Yo, que nunca quise hacer la revolución ni mucho menos jactarme de mi virilidad frente a otros, pensé que tenía que coger con ella. No pensé en tener una relación, sino sólo eso: coger con ella de vez en cuando. Alicia era de voluntad tan férrea que, desde luego, si aquella iniciativa sólo hubiera sido mía, jamás hubiera prosperado; por suerte, en cuanto cruzamos las primeras palabras me soltó, directa y sonriente, un «Tú lo que quieres es follarme» que a mí, mexicano al fin y más propenso al rodeo, me arrancó una risa nerviosa que se entendió como asentimiento. Y así empezó todo. Dos meses más tarde nos mudamos juntos. O bueno, ella se mudó al pequeño departamento familiar en el que yo vivía sin pagar alquiler alguno mientras terminaba la carrera, con la sola condición de que no hiciera desmadre (los vecinos eran quejumbrosos) y no llevara a nadie a vivir conmigo. Pero los padres de Alicia eran conservadores como sólo pueden ser conservadores ciertos madrileños de suburbio, y era cuestión de tiempo antes de que la corrieran de casa, dada la vida más bien licenciosa que llevaba. La intensidad de nuestro amor —permítaseme la hipérbole— estuvo siempre marcada por los vaivenes de su carácter y por mi casi total pasividad ante esos embates. Para empezar, Alicia declaró, con base en sus últimas lecturas, que la monogamia era una imposición impracticable. Yo no estaba completamente de acuerdo, pero por alguna extraña razón (nunca he vuelto a ser tan desprendido a este respecto) no me molestó saber que retozaba con otros muchachos en los jardines aledaños a la Complutense. Por mi parte, intenté un par de veces tener amoríos paralelos, pero el asunto parecía requerir de un esfuerzo exagerado y pronto me resigné a la fidelidad sin mucho
Yo aproveché esos dos días para terminar un ensayo sobre el Leviatán de Hobbes que tenía que entregar pronto y para comprar los suministros de la fiesta (alcohol, cacahuates) en un supermercado cercano.
*** Los primeros en llegar fueron un grupo de desconocidos: tres mujeres con liguero asomado y dos sheriffs con pistolas al cinto. Me dijeron que eran amigos de Alicia y no hice más preguntas. Al cabo de dos horas había una veintena más de completos extraños atestando el minúsculo departamento, y estuve tentado de pedir que se fueran algunos, pues se comportaban como hooligans: rompían mi vajilla de Ikea y ponían rock español (espantoso) a todo volumen. Alicia no había llegado. Decidí emborracharme para superar la tensión del evento. Finalmente, faltando unos pocos minutos para la medianoche, Alicia entró por la puerta del departamento, cargando su deforme piñata, y se dirigió de inmediato al balcón, donde dejó a la embarazada. Su disfraz era una equívoca mezcla de un hábito de monja y una terrorista de Alemania del Este, sin ninguna relación con el tema vaquero imperante. Me acerqué a ella y le di un beso inocente en los labios, que ella recibió con fría distancia; cuando puse mi mano en su cintura se sublevó un poco y me esquivó para servirse un vaso de vino. Me dijo después que no conocía a casi ninguno de los asistentes, lo que me preocupó mucho. Pensé que robarían mis pocas pertenencias y que organizarían un desmadre de proporciones salvajes. Alicia intentó tranquilizarme tocándome la verga enfrente de todos y me insistió para que pasáramos al rito de la piñata. El alcohol había adormecido un poco mi juicio, pero seguía estando incómodo; le pedí que empezáramos de inmediato, con mi piñata de estrella, para dar por cerrado el asunto y que la fiesta no acabara a las ocho de la mañana. Mi piñata resultó estar muy bien construida. Hizo falta un gorila disfrazado de charro, de enjundiosos bíceps, para quebrar el papel maché y que la gente se abalanzara sobre las golosinas. Entonces Alicia
colgó de una cuerda a su embarazada (creí percibir una mancha de vino en el vientre de la piñata) y pidió que la suya, para más emoción, se rompiera con la luz apagada. En un último esfuerzo por controlar los daños, saqué de la sala todo lo que podía romperse en caso de que un vaquero fogoso la emprendiera a golpes ciegos en la penumbra —apenas violada por la luz del balcón, que me negué a apagar pese a la insistencia de Alicia—. Hicimos un círculo más o menos amplio y le tendí a mi novia el palo de madera, pero ella lo delegó en otra chica y fue a esconderse al otro lado de la sala, cerca de la puerta de entrada y lejos de lo que calificaba como mi «afán de control patriarcal» y que yo llamo, todavía, «cariño». No pude ver bien en qué momento se abrió la barriga de la horrenda piñata, pero no creo que haya sido más allá del segundo palazo. Le reproché a Alicia en silencio su poca diligencia con las capas de periódico y me alisté con emoción infantil para acaparar dulces. Al tercer o cuarto trancazo que le propinó la falsa cabaretera, la piñata se abrió como un coco y su contenido se vertió sobre la duela con un ruido acuoso. Un filo de luz proveniente del balcón iluminó la masa rojiza que la mayoría de los asistentes, ubicados de espaldas a la fuente luminosa, no vieron. Escuché un grito agudo y varias veces repetida la expresión «me cago en la puta». *** A las dos de la madrugada ya no quedaba nadie en la fiesta, salvo Alicia —enredada con uno de sus amantes en el cuarto donde usualmente dormíamos juntos— y una pareja de cabareteras con un coma etílico que dormían abrazadas en la tina del baño. Los trapos manchados de vísceras se secaban hediondos en la barandilla del balcón y yo, a cuatro patas, intentaba sacar los residuos de sangre de entre las maderas del suelo, ayudado por un cuchillito. Pensé que había llegado el momento de volver a México. Pensé que Alicia era una mujer magnífica a la que no quería volver a ver nunca. •
Frédéric Boyer
Letanías
del tres de octubre de dos mil nueve
en la Gran Mezquita de París para Sarkis Hace 15 mil millones de años soy el universo 5 mil millones de años soy la vida en la tierra hace 12 millones de años 160 000 años 24 horas somos nosotros son ustedes soy yo soy en una noche un instante
He muerto en Pompeya el 24 de agosto de 79. Abandoné la Meca el 9 de septiembre de 622 y muero 10 años más tarde en Medina el 8 de junio de 632. Me voy de Clermont el 27 de noviembre de 1095. No volveré jamás. He muerto en el camino el 12 de abril de 1096. En 1428 creé un imperio en el valle de México. Fui masacrado con los míos en 1524. Fui quemado vivo el 30 de mayo de 1431. Fui capturado en 1441 en las riberas de África y muero en un navío portugués antes de alcanzar Lisboa.
hace 135 000 años hacía fuego en la noche soy el primero en vaciar el tronco de un árbol y en mirarlo flotar
He muerto esclavo en Constantinopla el 29 de mayo de 1453.
hace 384 000 kilómetros de la tierra a la luna hace 150 millones de kilómetros de la tierra al sol
El 12 de octubre de 1492 a las 2 de la mañana grito Tierra. Tierra a la vista.
y 125 mil millones de galaxias. Hace 3 millones de años era la piedra. Hace 25 000 años era la Venus de Willendorf. Hace 15 000 años era la mano de Lascaux. Hace 5 500 años era la rueda. Hace 5 000 años era el bronce. Hace 3 000 años era el hierro. Hace más de 1 000 años era la pólvora. He muerto en Egipto hace 3000 años. He muerto hace 2 596 años en el exilio en Babilonia. 8851 kilómetros era la muralla china. 2350 metros era Machu Pichu. 147 metros era la pirámide de Khéops 9 999 habitaciones era la Ciudad Prohibida. 250 000 versos era el Mahabharata. 15 337 versos era la Ilíada. 34 cantos era el Infierno y 33 cantos el Paraíso. Yo era las 1001 noches. He muerto en Jerusalén hace 2 000 años. Hice arder Roma el 19 de julio de 64.
El 2 de enero de 1492 muero en Granada.
He matado 8 millones de indios 60 millones de bisontes 2 millones de lobos. Hago el elogio de la locura en Rotterdam en 1509. He muerto en Cuzco el 15 de septiembre de 1533. Desembarco del Mayflower el 11 de noviembre de 1620. Hay inmensas praderas salvajes por doquier. El 20 de junio de 1789 presto sermón en la sala del Jeu de Paume. He muerto con todos mis hermanos el 29 de diciembre de 1890 en Dakota del sur. Nevaba. 6 650 kilómetros era el Nilo. 6 500 kilómetros era el Amazonas. 2 510 kilómetros era el Ganges. 1 012 kilómetros era el Loira. He muerto en Austerlitz el 2 de diciembre de 1805. El 15 de septiembre de 1830 tomo el tren en Liverpool. El 28 de diciembre de 1895 descubro el cinematógrafo. Planté 60 000 rosales en 1903 en Alemania.
rosas de Rumi de Saadi de Hâfiz rosas de Reims de Chartres y de Amiens Soy asesinado en Sarajevo el 28 de junio de 1914. Me matan con mis hermanos en una redada el 24 de abril de 1915 en Constantinopla.
Caminé sobre la luna el 20 de julio de 1969 a las 21 horas 17. Me doy la muerte el 11 de septiembre de 1973 en Santiago de Chile. Nací por cesárea en Gran Bretaña el 25 de julio de 1978. Caí en Berlín el 9 de noviembre de 1989.
He muerto el 21 de febrero de 1916 cerca de Verdun. En el lodo.
He muerto en Manhattan el 11 de septiembre de 2001.
Nací en Estambul el 26 de septiembre de 1938.
Nací hoy 353 000 veces en el mundo entero
He muerto en Alemania la noche del 9 de noviembre de 1938.
y he matado este año 13 millones de hectáreas de selva.
El 17 de diciembre de 1938 en Berlín soy la fisión nuclear.
El 31 de julio de 2008 encontré agua congelada en Marte.
He muerto con mi hermana en el gas y el fuego una noche de 1943 en Auschwitz. Birkenau 70 kilómetros al oeste de Cracovia.
12 millones de habitantes soy Bombay. 10 millones de habitantes soy Moscú. 9 millones de habitantes soy Karachi. 8 millones de habitantes soy Tokio.
Exploto en Hiroshima el 6 de agosto de 1945 a las 8 horas 16 minutos y 2 segundos. Soy expulsado de Palestina con toda mi familia una noche de verano del año 1948. No volveremos a ver el árbol de nuestros vecinos.
Somos 900 millones esta noche en el mundo quienes tenemos hambre. Somos 700 millones quienes vivimos sobre un volcán.
Nací en el sur de Francia el 2 de marzo de 1961.
Somos 10 000 especies de pájaros, 5 400 especies de mamíferos, más de 1 millón de insectos diferentes
He sido asesinado en Memphis el 4 de abril de 1968.
299 792 458 metros por segundo soy la velocidad de la luz
Nací el 2 de agosto de 1968.
y es de noche. •
Traducción de Ernesto Kavi
Contribución a la historia universal de la ignominia «Hace ya mucho tiempo que el movimiento de Ayotzinapa no tiene nada que ver con los normalistas secuestrados y presuntamente ejecutados el 26 y 27 de septiembre de 2014. Los 43, más los seis asesinados y varios lesionados de la noche del 26, son una simple excusa para un esfuerzo que busca derrocar al gobierno y establecer un nuevo modelo político y económico». Sergio Sarmiento, en «Éramos semilla», artículo publicado el 24 de septiembre en el Periódico Reforma, en donde al parecer intenta vincular uno de los sucesos más horrorosos en la historia de México con su fantasía del peligro latente de que se produzca una revolución marxista-leninista en nuestro país.
«Y se los juro que si me hubiera dormido, me requeteduermo, es más, estoy pensando hasta llevarme una hamaca, o llevarme un petate, o un catre, para que a la hora que me dé sueño, hacer tenderete, como decimos en Torreón, mi tenderete, y echarme allí. Echarme, no, en serio, echarme a dormir, porque a mí me vale madre lo que digan. Pues cómo, que no digan, “Ay que se estaba qué”. Ahora falta que algún compañero por ahí se aviente un pedo, y digan que me lo eché yo. Pus tampoco, porque si me lo voy a echar, me lo echo, y bien (…) bien tronadito». Carmen Salinas, diputada del pri, intentando negar la acusación de que se quedó dormida durante una sesión en la Cámara de Diputados.
«Los votantes no distinguen entre los reality shows y la política». Roger Stone, consultor y estratega político, hasta hace poco empleado como principal asesor por Donald Trump.
«La decisión de divorciarme implicó un gran riesgo de perder rating y a mis fans. Tuve que correr el riesgo, en aras de mi paz interior y para estar contenta conmigo misma». Kim Kardashian, reflexionando sobre su divorcio del jugador de la nba, Kris Humphries, después de 72 días de casados, lo cual llevó a algunos mal pensados a considerar la boda como un truco publicitario para promover su marca y su reality show.
«He decidido competir por la presidencia [de Estados Unidos] en el 2020». Kanye West, actual esposo de Kim Kardashian, anunciando en los mtv Video Music Awards sus futuras intenciones políticas.
«Váyanse a la mierda todos ustedes, hombrecillos tristes, necesitados de atención, hambrientos de poder. No utilicen nuestra música ni mi voz para sus estúpidas campañas fraudulentas». Michael Stipe, líder de R.E.M., en un mensaje enviado por Twitter para protestar contra el uso de It’s the End of the World as we Know it en un mitin de campaña de Donald Trump.
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Instrucciones a los patrones • Por Johnny Raudo
T
odo buen patrón sabe que el mejor empleado es aquel que reproduce en cuerpo y alma las órdenes del patrón… sin necesidad de que siquiera se pronuncien. Además del tedio que implica siempre para los patrones tener que indicar a cada paso la mejor manera para que cada empleado ponga su vida al servicio de la empresa, se producen tensiones que desgastan la relación, siempre en detrimento del correcto funcionamiento de la empresa. Por eso, como patrón de vanguardia deberás idear métodos cada vez más ingeniosos para insertarte en las conciencias de tus empleados, hasta el punto de que ya no logren diferenciar cuáles son los pensamientos propios y cuáles los del patrón benevolente que, en el fondo, siempre vela por su bienestar. Algunos patrones han puesto en práctica un método novedoso con resultados óptimos, que ya comienza a conocerse informalmente en el argot patronal como La Sirena Moldeadora de Conciencias. Para ello, deberás primero instalar un equipo de sonido de alta fidelidad en puntos estratégicos del lugar de trabajo, pues la idea es que reproduzcan los sonidos con tan poca fricción que parezcan una extensión nítida de tus pensamientos como patrón. Después, deberás asegurarte de que los altavoces reproduzcan cada determinado tiempo un extraño ulular que resulte indescifrable, emitido con una voz firme que asemeje a las órdenes que como patrón ahora te ahorrarás dar. Al igual que sucede con los adolescentes engañados que por presión social fingen estar drogados incluso
cuando les venden alguna hierba que no causa ningún efecto, la idea es que tus empleados se devanen los sesos tratando de descifrar los dictados de tu voz, temerosos de compartir con el vecino de escritorio que en realidad no están entendiendo absolutamente nada. Adicionalmente, puedes incitarlos a que lleven un registro de las máximas y pensamientos del día, y organizar un concurso donde se premie al empleado que mejor plasmó en su libreta tus supuestos deseos, para con ello asegurarte de ir moldeando sus almas según las fantasías y temores más profundos que suscites en su imaginación. Para que no se confíen, de vez en cuando puedes emitir por los altavoces algunos fragmentos inconexos de discursos políticos de dictadores implacables, para que lenta e inconscientemente registren que la empresa ha de regirse por principios tan intransigentes como los que en su momento fungieran como cimientos de los regímenes políticos más despiadados. A manera de gratificación, en ocasiones deberás combinarlo con algunos segundos de la música pop en boga en ese momento, para que lo asocien con una mínima dosis de relajación, misma que a la larga servirá para que su vida útil sea ligeramente mayor, y la empresa no tenga necesidad de estarlos reemplazando con tanta periodicidad, con todos los costos y molestias que dicha operación implica. •
El Señor Cerdo
U
n ser tan orgánico como el Señor Cerdo es en realidad varias personas a la vez, todas condensadas en una imagen tan fulgurante como la que el Señor Cerdo proyecta cada vez que la sociedad tiene la fortuna de verlo aparecer para destilar sus capacidades, ésas que tanta envidia suscitan entre las personas que no cuentan con la fortuna de ser, precisamente, el Señor Cerdo. Al mismo tiempo, el Señor Cerdo cuenta con un timing envidiable, que le indica cuál de sus personalidades debe de utilizarse según el momento y la ocasión correspondientes. En particular, el Señor Cerdo utiliza las ocasiones festivas to make a statement about himself, de manera que la concurrencia quede deslumbrada por esa nueva metamorfosis del Señor Cerdo, que ni sus más íntimos allegados podían esperar dada su inmensa versatilidad. Entre esas ocasiones, el Señor Cerdo suele aprovechar las fiestas patrias para desplegar una justa combinación de amor por su terruño con una participación en las más vanguardistas tendencias universales, pues el Señor Cerdo no es de esos losers que no han salido ni a la esquina, y que se pasan la vida entera repitiendo las miserables limitaciones que su provincianismo les impone. De ninguna manera. Por el contrario, el Señor Cerdo aprovecha esas ocasiones para mostrar al mundo que «Lo naco es chido» (frase memorable de su autoría, que el Señor Cerdo ya ha patentado para ser utilizada en el momento justo en todo tipo de merchandising), de modo que su atuendo, sus alimentos, sus bebidas, sus modales y su conversa-
ción oscilan entre el rescate de lo auténticamente mexicano, a la vez que incorporan las tendencias más avant garde de aquello que está sucediendo en lugares poblados por personas con las que, en el fondo, el Señor Cerdo tiene mucho más en común que con the brown people con las que le toca compartir nacionalidad. Ni modo. Como dijera alguien que el Señor Cerdo no recuerda con precisión, «Aquí nos tocó vivir», pero el Señor Cerdo no es de esos seres que se resignan fácilmente a rumiar dentro de los límites que su entorno le impone, pues no por nada el Señor Cerdo se caracteriza por una creatividad rompedora, que en todo momento aplica para potenciar su marca y su persona. Por eso, el Señor Cerdo está decidido a convertir lo autóctono que lleva en su ser en un producto personalizado de exportación, con miras a que en un futuro próximo puedan aparecer franquicias internacionales oficiales bajo nombres como Mister Pig, Monsieur Porc, Signore Maiale, Herr Ferkel, ми�стер свинья, Senhor Porco, ミスター 豚, Domnul Porc, ريزنخلا محل ديس, Senyor Porc, Adon Chazir, y muchas más, pues la marca Señor Cerdo será tan universal que llevará un pequeño trozo del Señor Cerdo adonde quiera que haya gente interesada en leave his mark on this world como él. Una vez más, el Señor Cerdo conseguirá aprovechar lo que a muchos podría parecerles una desventura, haber nacido aquí, en un activo más para propulsarse con mayor ímpetu en su imparable camino hacia la cima. •
Una abstracción dental (fragmento de novela de próxima aparición)
Margo Glantz
E
Estoy al lado de muchos otros pacientes a los que miro indiferente, aunque sean hermanos del mismo dolor, aunque haya algunos que me divierten o me entretienen —por su aspecto o vestimenta o últimamente por sus monólogos en el celular—.
n las salas de espera del dentista, leo y escribo en mi iPad. Antes, cuando empezaba a frecuentar este consultorio hace más de quince años, leía y escribía en mi cuaderno de notas: ya desde los años noventa del siglo pasado venía a este lugar situado en los Campos Elíseos para que le arreglaran los dientes a mi madre, fallecida en 1997. Hay muy poca relación entre esta calle y ese paraíso imaginado en la antigua Grecia, sobre todo en este tramo que va a dar al periférico. Pero tampoco existe mucho parecido entre la Grecia actual y la de Homero, Pericles o Esquilo. En los noventa no existía aún el tuiter y se iniciaba el uso del celular, los aparatos eran gigantes y, a nuestros ojos actuales, antediluvianos. Los consultorios eran más silenciosos y se podía leer más a gusto. Desde hace cuatro años por lo menos, he empezado a matar el tiempo revisando los tuits en mi celular, otra de mis ocupaciones favoritas en la sala de espera y también en las mañanas cuando despierto con una taza de café en la mano. En el Guardian, periódico que puedo consultar en mi tuiter, me llaman la atención ciertas declaraciones de la alguna vez famosa y guapa actriz Jacqueline Bisset, quien se queja de que las mujeres mayores desean seguir haciendo el amor, pero los hombres de edad prefieren acostarse con las jóvenes (http://gu.com/p/4v8ah/tw @ guardianfilm). Todo es pasajero, decía Proust, las calles, las avenidas y los años.
esa primera época ya pertenecían a coleccionistas visionarios a quienes Bacon l0s había obsequiado o quienes se los habían comprado para ayudarlo. Formaron parte de los acervos de varios museos muy importantes, el de Arte Moderno de Nueva York, el Guggenheim, la Galería Tate o el Kunsthalle de Hamburgo. En 1944, Bacon le rendirá un gran homenaje al pintor malagueño residente en París: se trata nada menos que del famoso tríptico intitulado Tres figuras debajo de una crucifixión. He utilizado ya estos textos en otro de mis libros llamado Saña, pero no importa, el orden de los factores en literatura altera definitivamente el producto. A menudo me equivoco y escribo acerbo —quiere decir amargo—, en vez de acervo que quiere decir, según el diccionario de la Real Academia, montón de cosas menudas y según yo, conjunto de objetos o escritos que conforman una colección. Hay que notar que en esas pinturas designadas por Picasso como abstracciones, pintadas hacia 1929 —y modelo de las que destruyó Bacon—, el elemento más destacado sería la dentadura, altamente estilizada, apenas señalada con unos trazos, procedimiento primordial en otro de los cuadros, uno casi abstracto de ascendencia cubista, pintado hacia esa misma época y conocido como La señorita [La demoiselle (tête)]: una figura dibujada como si fuera un termómetro: una delgada línea roja central enmarcada por varias rayas blancas torpemente dibujadas: los dientes).
*** (Dientes puntiagudos de roedor, ávidos, carnívoros, de hombre o de primate, relumbran en la oscuridad: Cabeza vi de Bacon, serie exhibida en la Galería Hanover de Londres, 1949. Los grandes cuadros abandonados del taller de la Royal Hospital Road que habitó Bacon en la década de los treinta inscriben su existencia enigmática en este contexto. ¿En qué contexto, me pregunto? Son el testimonio de un período de su obra casi enteramente soslayada por el pintor inglés, de la cual tuvo mucho cuidado en no dejar rastro, destruyendo todo lo que había pintado desde 1933, época en que su pintura fue expuesta al lado de la de Picasso en la Mayor Gallery. Sí, aunque podría parecer que Bacon se dejaba manipular por sus amigos o por sus amantes, siempre guardó un rígido control sobre su producción, al grado de que en cierto momento de su trayectoria decidió quemar todas las obras de su autoría, es decir, las que todavía estaban almacenadas en su sitio de trabajo: consideró que no estaban lo suficientemente logradas. Por fortuna, unos cuantos cuadros de
*** Sigo sentada en este consultorio, el de mi médico de cabecera, el que está situado en los Campos Elíseos. Estoy al lado de muchos otros pacientes a los que miro indiferente, aunque sean hermanos del mismo dolor, aunque haya algunos que me divierten o me entretienen —por su aspecto o vestimenta o últimamente por sus monólogos en el celular—. Reviso de vez en cuando las revistas desparramadas sobre la mesa de la sala de espera, bastante pequeña, pienso, para la afluencia cada vez más inmoderada de personas. De pronto apunto algo; interrumpo como de costumbre esa operación cuando me invitan a pasar a uno de los cuatro cubículos donde volverá a repetirse la misma escena soportada pacientemente durante quince años, los mismos que llevo aquí escribiendo esta novela. Ya acostada en el sillón reclinable que ha dejado de ser último modelo, espero otra media hora a que aparezcan la auxiliar dental o el dentista, y, debido a la lentitud de los procedimientos a seguir para confeccionar piezas perfectas y a la enorme afluencia de pacientes y
también a que soy un modelo de procrastinación y suelo posponerlo todo para otra mejor ocasión, ha pasado un largo período antes de que mi mordida y mi sonrisa mejoren. La operación se inicia siempre de la misma manera: me instalan en el sillón, me colocan un babero en el cuello, lo sujetan con pinzas, me piden cortésmente que me limpie el lápiz de labios o lo retire con un pañuelo desechable, me colocan un cojín protector en la nuca para estar más cómoda y para paliar la inmoderada curva que mi mala posición ha marcado en mi espalda, reclinan luego el mueble y, una vez extendida, me sacan el puente provisional o el fijo con un aparato que hace presión y me lesiona la encía; me limpian el exceso de saliva con otro kleenex, y en esta ocasión específica de la que estoy escribiendo en este momento, repetida N veces, desatornillan con un desatornillador diminuto los implantes, esos mismos que, después de mucho resistirme y de largo tiempo perdido entre visitas y más visitas a varios laboratorios y consultorios de diversos dentistas, me ha logrado poner el implantólogo. Me insertan en la boca abierta una especie de escudilla, su nombre técnico es cucharilla (se ha formado un ripio), en realidad moldes rellenos con cera líquida o silicón de diversos colores: servirá para modelar las piezas postizas que podrán sostenerse gracias a los implantes. La escudilla y el alginato me producen náuseas, sobre todo si el molde se ha insertado en la parte inferior de la mandíbula. Mi cavidad bucal es pequeña y con gran gentileza mi dentista de cabecera ha mandado confeccionar una cucharilla a la medida de mi mandíbula para que de esa forma se mitiguen las náuseas. Cuando el alginato se endurece, lo extraen con un rápido movimiento: me asusta, siento como si me arrancaran los pocos dientes sanos que aún decoran mi boca; vuelven a pedirme que la abra, colocan un aspersor para secar la saliva, comparan el color de los dientes con un muestrario que exhibe una cantidad increíble de tonos diferentes muy matizados, me permiten cerrar la boca, descanso, vuelvo a abrirla, vuelvo a cerrarla, me toco con la punta de la lengua los muñones, siento el hueco que han dejado los implantes extirpados y mi médico de cabecera empieza a hablarme con entusiasmo de los nuevos dientes que adornarán mi boca, esas prótesis que por mi capacidad infinita de procrastinar y mi terrible miedo a cualquier intervención quirúrgica no me habían podido colocar. Para finalizar vuelven a ajustarme el puente provisional. Luego me pedirán que de nuevo abra grande la boca y pondrán dentro de ella un papel llamado de articulación para checar la mordida; si ésta no es correcta, dejará huellas en el papel. Las operaciones dentales son, como lo he dicho interminables veces, monótonas y reiterativas, como las de la vida cotidiana: despertar, desayunar, leer el periódico, tuitear, oír las noticias cuando estaba Carmen Aristegui, bañarse, lavarse los dientes, hablar por teléfono, mandar mensajes de Whats app…, sentarme luego a escribir y pasar la mañana entera frente a la computadora sin alzar la vista, y sin seguir los consejos del oftalmólogo quien me dice que debo hacerlo, levantar la vista cada media hora, descansar por lo menos diez minutos y parpadear de vez en cuando para proteger mis ojos. Consigno aquí esos movimientos, aunque es imposible dar cuenta exacta en la escritura de las recurrentes veces en que se repiten incansables las mismas operaciones: escribir, borrar —en la computadora es más fácil rehacer o cambiar de lugar los textos que cuando escribía a mano o a máquina— o ya en el dentista sentir cómo introducen el papel de articulación dentro de mi boca abierta —abra grande la boquita, repiten, muerda, repiten, vuelva a morder, deje señal en el papel, vuelva a abrir la boca, vuelva a morder, deje señal en el papel y así al infinito, oyendo la letanía que profiere la técnica dental: muerda-abra-muerda-abra-muerda-abra-muerda… Cuando desaparece la huella en el papel, se prepara el pegamento, una mezcla lo bastante fuerte para mantener firme el puente sin que
se mueva cuando mastico, y permita a la vez desprenderlo sin demasiado esfuerzo la próxima vez que tenga yo consulta. Para que el pegamento se adhiera, colocan un rollo de algodón prensado en mi boca, aprieto firmemente, lo sacan, vuelven a introducirlo, la técnica dental empuja con violencia la prótesis, se disculpa por hacerlo y me recomienda que no coma nada por lo menos en media hora. ¿Cómo siente su mordida? me pregunta Lulú, ya recolocada la prótesis provisional. No dejan sin embargo de producirse desaguisados, aunque me aseguren que han ajustado el puente provisional con un pegamento muy resistente. Y esos desaguisados se producen en las ocasiones menos favorables, ya sea los fines de semana, cuando estoy de viaje o en medio de una fiesta en la que con una copa en la mano y una sonrisa en la boca departo con amigos, reservada y libremente. Para consolarme pienso que en literatura el orden de los factores altera irremisiblemente el producto. *** (A Francis Bacon, el gran pintor anglo-irlandés, le fascinaban las imágenes incongruentes; mientras más incongruencia, mayor era la atracción). *** A caballo regalado, no se le miran los dientes Intercalación paremiológica: Tener colmillo quiere decir tener experiencia, habilidad, maña, inteligencia o astucia para conseguir las cosas, a veces no de manera legítima. Al pasar los años, las encías se contraen de manera natural, dejando así expuesta la mayor parte del diente. Lo que nos hace pensar que la sabiduría y la experiencia llegan con la edad, con los años; al utilizar esta frase estamos dando a entender que alguien con colmillo tiene experiencia o domina muy bien ciertas situaciones o actividades. Para proteger sus huesos dentales una amiga mía debe usar un paladar falso. Una especie de muralla de contención o contrafuerte para prevenir derrumbes. •
Ni marionetas ni dioses Felipe Rosete
E
l fantasma de la libertad es una película de Luis Buñuel en la que se confirma el predominio simultáneo del azar y de la necesidad en la vida de los seres humanos. Ello queda de manifiesto tanto en las múltiples historias que, a pesar de ser tan disímiles, se van ligando entre sí a partir de algún personaje común, como en el hecho de que todas ellas nos muestran personajes sometidos a sus sueños e insomnios, a sus deseos y perversiones, a sus creencias y sus vicios, a sus enfermedades y aflicciones, a sus ideas y temores. Y así, es posible que veamos escenas tan simpáticas y memorables como la del padre de familia que, mientras intenta dormir, ve desfilar frente a su cama a una gallina, después a un avestruz y finalmente a un cartero que le entrega un mensaje. O aquella otra en la que un grupo de monjes, tras rezar fervientemente por la salud del padre de una mujer que se hospeda en el mismo hotel que ellos, terminan armando una sesión de póquer, bebiendo vino y fumando tabaco como si no hubiera mañana, para, luego de intentar seducir a su anfitriona, ser invitados a beber oporto a la habitación de una pareja sadomasoquista cuyo pasatiempo favorito es que ella latiguee las nalgas de él en público. O la historia de Aliette, una niña que, a pesar de estar físicamente frente a sus padres y frente a la policía que habrá de buscarla, se cree extraviada y, por tanto, está real y formalmente extraviada. La película de Buñuel, pues, expone toda una gama de matices de la forma en que el ser humano es sometido por la realidad tanto material como mental. Sus personajes son seres atrapados en sí mismos, como todos los seres humanos. Inmersos en un espacio intermedio entre la marioneta, que no tiene conciencia de sí misma y por tanto carece de voluntad, y el dios plenamente consciente y omnipotente, imagen de la condición humana que, por su parte, nos ofrece el filósofo británico John Gray en su más reciente libro, El alma de las marionetas. A partir de ella entreteje una gama de reflexiones en torno a la libertad, que como categoría mental tiene, ciertamente, un carácter fantasmagórico.
Según Gray, podemos pensar la libertad al menos de dos formas. A la manera moderna, como libertad negativa, es decir, como ausencia de obstáculos entre unos hombres y otros, cuyo límite último es el poder del Estado y la ley que de él emana, y cuyo propósito es proteger a los seres humanos unos de otros. Y de una forma más metafísica, como la plantean los gnósticos o la filosofía india, como una trascendencia de la conciencia normal, como un estado del alma en el que se ha eliminado el conflicto. Lo que en los Vedas se conoce como moksa, que implica una liberación de las ataduras del mundo. Respecto a esta última, que es la que más le interesa, Gray plantea una línea de continuidad entre el gnosticismo y el racionalismo científico moderno. Ambos, nos dice, ofrecen al hombre la posibilidad de liberarse del mal a partir del conocimiento. La libertad, desde esta perspectiva, será vista como una rebelión contra las leyes terrenales, como una salida del mundo material, una trascendencia de nuestra condición biológica. Gnosis significa conocimiento, y éste significa libertad. Esta creencia, que es también la base de la filosofía socrática, será el cimiento del racionalismo moderno, que se ha desdoblado en lo que Lewis Mumford llama «el mito de la máquina», que en última instancia postula la obsolescencia del ser humano imperfecto y su superación por parte del cyborg y otras formas de inteligencia artificial transhumanistas y tecnofuturistas, para las que ningún misterio podrá seguir estando oculto. Tal es el alcance de la conciencia del hombre, que ya hoy es plenamente visible y tiene un efecto en la vida de las personas gracias al traslado de estos mitos a la teoría social y económica: «Lo que la cibernética ofrecía a la economía no era sólo el poder de predicción y control, sino la posibilidad de comprender la conducta humana en términos no humanos […] La economía se estaba convirtiendo en una computadora en la que el discernimiento humano resultaba superfluo». Lo que esto plantea en última instancia es que la única libertad posible para el ser humano llegará con su desaparición, tal y como lo
El dogma de la conciencia de sí separa al hombre del mundo natural y, al hacerlo, lo confina dentro de sí mismo, llevándolo en algunos casos a vivir en universos paranoicos. La omnisciencia, sin embargo, es atributo de los dioses, no de los hombres.
propusiera Nietzsche con su idea del superhombre. Para Gray, sin embargo, queda la libertad interior, la única libertad posible en los tiempos turbulentos que vivimos. El ser humano, nos dice, no es especial por el simple hecho de ser consciente. La mente no sólo no puede descifrar todos los misterios del mundo, sino que la mayor parte de su quehacer le es desconocido. El dogma de la conciencia de sí separa al hombre del mundo natural y, al hacerlo, lo confina dentro de sí mismo, llevándolo en algunos casos a vivir en universos paranoicos. La omnisciencia, sin embargo, es atributo de los dioses, no de los hombres. Más que el pensamiento consciente, es nuestra mente animal e irracional la que nos define: «Lo que parece singularmente humano no es la conciencia o el libre albedrío, sino el conflicto interior: los impulsos contradictorios que nos dividen. Ningún otro animal busca la satisfacción de sus deseos y al mismo tiempo los maldice como al diablo; se pasa la vida temiendo a la muerte mientras está dispuesto a morir para preservar una imagen de sí mismo; mata a los de su propia especie persiguiendo un sueño. Lo que nos hace humanos no es la conciencia de nosotros mismos, sino la división del yo». La libertad interior de la que Gray nos habla implica la aceptación de esta realidad y, por tanto, el abandono de los intentos por escapar de ella que han caracterizado la historia de la humanidad. «¿Por qué tratar de escapar de uno mismo?», se pregunta. La verdadera conciencia, fuente de la libertad, requiere el entendimiento del hombre como un ser escindido, imperfecto, ignorante, violento, codicioso, cruel, pero también sapiente, benévolo, magnánimo, solidario, virtuoso. Exactamente como los personajes de Buñuel, constreñidos plenamente por su universo mental pero capaces al mismo tiempo de aceptar esa realidad y lidiar con ella, aún cuando se trate de las situaciones más incomprensibles, angustiantes, chuscas o dolorosas. Así pues, ni marionetas ni dioses, simplemente humanos. •
El alma de las marionetas John Gray Traducción de Carme Camps Ensayo Sexto Piso 2015 • 144 páginas Lee un adelanto:
ow.ly/SA6MM
fmi Kids • dD&Ed Austeridad y recortes a programas sociales aseguran un mejor futuro para nuestros hijos.
El buzón de la prima Ignacia Dear Igni: Somos dos jóvenes, un gato y un perro con ganas, visión y talento, que ya nos registramos como Pepe & Pucky & Garfield & Scooby Doo™, pues acabamos de lanzar nuestra tienda de accesorios de lujo para mascotas, porque pensamos que así como nosotros queremos tanto a nuestro Garfield y Scooby Doo (respectivamente ¿eh?, no vayas a pensar que somos raritos ni nada del estilo), seguramente hay miles de personas que quieren lo mejor de lo mejor para esas criaturas tan especiales con las que comparten su vida. Pero pasó que en la inauguración estábamos tan eufóricos saludando a todo el Who is Who de Polanco que no nos dimos cuenta de que Kardi, la guacamaya de nuestra amiga la Bombi, se tragó un collar de diamantes para chihuahueño, como esos que usan los perros de los famosos de Hollywood. Intentamos convencer a la Bombi para que nos deje sacrificarla y sacarle el collar, pero ella sólo cree en la homeopatía y dice que primero muerta, y como las guacamayas pueden vivir hasta cien años, pues no podemos esperar a que la naturaleza haga el trabajo sucio por nosotros. Y además ¡guácala!, imagínate cómo va a quedar el collar con tanto germen y jugo gástrico que tiene Kardi en su interior. Ayúdanos por favor, ¿qué nos recomiendas hacer? Pepe & Pucky & Garfield & Scooby Doo™
Queridos Pepe & Pucky & Garfield & Scooby Doo™: Ahora sí que como dice mi amiga Lupita la nerd que decía el Shakespeare: «¡Una daga! ¡Una daga en mi corazón!». Su pregunta me arrancó mis lagrimitas, y llevo días enteros pensando qué contestar, pero pues ya tengo encima el cierre de la edición y tengo que mandar algo porque los editores de Sexto Piso son unos machos trogloditas y léperos vulgares (¡a ver si tan hombrecitos y tienen los pantalones para no censurarme!). Yo que soy bien perspicaz me he dado cuenta de que están buscando la menor excusa para correrme de mi buzón. Si he aguantado tantos maltratos en este tiempo no es por mí, que al cabo oportunidades mejores que este panfletucho de cuarta me sobran, sino por ustedes, esas almitas perdidas siempre en busca de mis consejos. La verdad es igual cada vez con la gente resentida que no soporta que otras tengamos más éxito que ellos, pero bueno, algún día se enterarán de quién soy y cada quién quedará en su lugar. O sea pero volviendo al grano, quiero que sepan que entiendo perfectooooo su dilema y el de Kardi y el de la Bombi. Por un lado, pues claro que diamantito habla, y faltaba más que no quieran recuperar el collarcín. Pero como madre de tres gatos que no me han abandonado como otros que ni quiero recordar, también entiendo que la Bombi no quiera que abran en canal a la pobre Kardi, que pues a lo mejor sí se dejó deslumbrar por el brillo de los diamantes, pero es una debilidad tan normal en nosotras que no se me hace nada padre que la pague con su vida. Pero la verdad es que life is a bitch, así que creo que me inclinaré por el bye bye a la mugre Kardi. ¿Por qué no le proponen a la Bombi que le organizan en su tienda una súper farewell party para la guacamaya, donde todos la festejen y le pongan a un monito para que le esté dando unas buenas dosis de Ribotril cada ratito, y así la Kardi pase unas últimas horas increíbles? Ya después pues sí, ni modo, la sacrifican para recuperar el collar, pero le prometen a la Bombi que le compran otra guacamaya igualita, y de premio de consolación le regalan un chal de mink o algún otro artículo de lujo que tengan en existencia en su tienda. Estoy segura de que si le llegan al precio a la Bombi, se olvidará de la existencia de Kardi antes de que la nueva guacamaya pueda aprender a decir helloooooooooo.
Estudié Economía en el itam, Finanzas en Harvard y Karma en la Universidad Tibetana, pero el verdadero aprendizaje lo obtengo en esa loca maravilla llamada vida. Si quieres que lo comparta contigo, no lo pienses más y consúltame en el siguiente correo electrónico: ignacia@sextopiso.com (PD: No hay censura pero por favor sean recatados y no me vayan a andar preguntando puras pendejadas).
Estimada prima Ignacia: Soy un futbolista que empieza en el profesional y el futbol es todo en mi vida. Con decirte que me compré los calzones que anuncia Cristiano Ronaldo y les estampé su cara todavía encima porque es mi ídolo. Lo que pasa es que esta profesión es bien canija y pus hay que dejar la vida en el campo para triunfar, y ora sí que hacer lo que sea necesario. Por eso el otro día, en una concentración, en una guerra de almohadazos en el cuarto aproveché para darle un dormilón en la pierna derecha con todos mis huevos al titular de mi puesto, para con eso tener mi oportunidad y ya después no soltarla. Pero el méndigo entrenador de todas formas lo alineó, y como no se podía casi ni mover la tocó de primera y le pegó a gol cada que pudo, y metió dos pepinazos que lo consolidaron como la estrellita del equipo. ¿Crees que le debo emparejar la otra pierna para que ahora sí ya no pueda ni sacar de banda? Ezequiel Sánchez
Uuuuuuy mi Ezequiel, ¿o sea que no has aunque sea por curiosidad leído la Biblia para saber de dónde viene tu nombre? Bueno, o sea la verdad ni te me preocupes tantísimo, porque mira para lo que les sirve a todos esos ricachones persignaditos que ni fallan a misa ni dejan que sus mujercitas se pongan escotes, pero bien que se la pasan haciendo cochinadas de todo tipo. Híjoles, si yo te contara lo que me ha tocado vivir con esos tipines, te sentirías más inocente que Kevin el de Mi pobre angelito por tu travesura juvenil. Y, o sea, no es por burlarme de ti pero pues un poco sí, te estalló en la carota como si fuera una escopeta con demasiada pólvora. Y ora sí que te va a tocar apechugar y quedarte refundido en la banca para reflexionar sobre tus actos, pero, o sea, si de entrada ya eras el suplente, se me hace que de todas formas debes de ser bastantito maletón, ¿a poco no? ¡Aaaaaaaay, pero ya sé! ¿Por qué no te haces un día como el que tuviste una epifanía religiosa (o sea, mi vida, ¡no soy diccionario!, busca el significado si no le entendiste) y renuncias al futbol dizque por un llamado superior? Después te contratas a algún escritorcillo desempleado y le pagas para que cuente tu historia de caída y triunfo como un aprendizaje, y empiezas una exitosa carrera como gurú de la autoayuda. En todas las conferencias cobradas les puedes contar la anécdota del dormilón que puso a dormir tus sueños (jijiji, perdón, otra vez no pude evitar la burla), y ya con eso vas a poder hasta acuñar un refrán privado (no vayas a ser tan mensote como para contarlo en tus apariciones públicas) de que las acciones malas se tardan en pagar, pero de que pagan, pagan.
Hazle una pregunta a la prima Ignacia. Si tienes la suerte de que en su infinita sabiduría la seleccione como la mejor del mes, recibirás gratis en tu domicilio el libro de tu preferencia de Sexto Piso.
10-19 OCTUBRE
19-25 OCTUBRE
Presentación
Feria del Libro del Zócalo
10-18 OCTUBRE
de Luigi Amara
Lunes OCTUBRE
12
Sábado OCTUBRE
10
Lunes OCTUBRE
Presentación
Presentación
con BEF y Trino
Jueves OCTUBRE
1
19:30 horas
Nu)n(ca
Ayuntamiento 141, Centro, México D.F. Viernes OCTUBRE
2
19:00 horas
¿Cómic o novela gráfica? Charla
Con BEF, Alejandra Gámez y Ricardo Peláez
FCE Rosario Castellanos Tamaulipas 202, Condesa México D.F.
19:00 horas
Nu)n(ca
de Luigi Amara Zócalo, Centro, México D.F.
Feria del Libro de Monterrey 20:30 horas
Uncle Bill de BEF
Cintermex, Av. Fundidora 501, Monterrey, N.L.
Viernes OCTUBRE
16
Sábado OCTUBRE
Laboratorio de interpretación y traducción literaria sobre México
Presentación
16:00 horas
17
20:30 horas
La memoria del las cosas
de Gabriela Jauregui
con David Lida
Cintermex, Av. Fundidora 501, Monterrey, N.L.
Sábado OCTUBRE
10-18 OCTUBRE
Zócalo, Centro, México D.F.
17
15:00 horas
El arte del paseo inglés
Mesa
con Luigi Amara Zócalo, Centro, México D.F.
Feria del Libro Infantil y Juvenil San Luis Potosí Domingo
18 OCTUBRE
Jam de Moneros con Trino
Feria del Libro de Matehuala
19
Jam de Moneros
23-25 OCTUBRE
Hay Festival
Con la presencia de: Jon Lee Anderson, Renata Adler, Alejandro Zambra, Peter Kuper, José Hernández, Matthias Picard, BEF, Emiliano Monge, Sergio González Rodríguez y Mauricio Montiel Figueiras, y los editores Eduardo Rabasa, Felipe Rosete y Diego Rabasa.
24 OCT - 1 NOV
Feria Int. del Libro de Oaxaca Con la presencia de: Jon Lee Anderson y Peter Kuper.
EDITORIAL SEXTO PISO agenda de oc tubre
Esta temporada Reporte SP te recomienda Crónicas de un país que ya no existe. Libia, de Gadafi al colapso
La desaparición del paisaje
Jon Lee Anderson • Sexto Piso
«Más que un regreso, el tema de la novela, me parece, es la aceptación del fracaso. El destino entendido como un hecho decepcionante. La fuerza iracunda de las raíces, y la imposibilidad de escaparse del magnetismo telúrico de los fundamentos de la individualidad de uno: esto es, del lugar que, al nacer, se nos asignó unilateralmente».
«Uno de los méritos de Anderson es que reproduce los asombros en tiempo presente, como si se ignorara el desenlace. No escribe un historiador que busca el orden retroactivo del caos, sino un cronista en la indecisa línea de fuego». Juan Villoro, Letras Libres
Maximiliano Barrientos • Periférica
J.S. de Montfort, hermanocerdo.com
Elegías de Duino
La granja urbana
Rainer Maria Rilke • Sexto Piso
Novella Carpenter • Capitán Swing
«Rilke no es un símbolo de nuestro tiempo, es su contrapeso. Guerras, matanzas, carne lacerada en las batallas… y Rilke. Gracias a Rilke nuestro tiempo será perdonado. Por la ley del contrapeso, del equilibrio, Rilke tenía que haber nacido en nuestra época: ha sido su antídoto. En esto estriba su rigurosa contemporaneidad».
«Su humor y claridad hacen que parezca totalmente posible cultivar el tipo de comida que quieras comer, dondequiera que vivas». Michael Pollan
Marina Tsvietáieva
Érase una vez una mujer que sedujo al marido de su hermana y él se ahorcó.
Los bárbaros
Liudmila Petrushévskaia • Marbot Ediciones
«El universo literario de Jacques Abeille se parece a esos bosques donde los niños desaparecen».
«Historias de amor profundamente ajenas al romanticismo, relatadas de forma franca... Hechizante».
Jacques Abeille • Sexto Piso
Xavier Houssin, Le Monde
The New York Times Book Review
Escritura No creativa
Los sismos. Una amenaza cotidiana
Kenneth Goldsmith • Tumbona Ediciones / Sur +
Víctor Manuel Cruz Atienza • La Caja de Cerillos
«Yo no tengo lectores. No se trata de eso. Mis libros son aburridísimos y leerlos sería una experiencia espantosa. No se trata de leer, sino de pensar en cosas acerca de las que jamás pensamos».
«La mejor obra de divulgación sobre sismos escrita en español». Dr. Gerardo Suárez Reynoso, unam
Kenneth Goldsmith
Fútbol contra el enemigo
Mujeres de los fiordos
Simon Kuper • Contra Ediciones
VV.AA. • Nórdica Libros
«Un referente indispensable entre las obras dedicadas al fútbol».
Una antología de relatos de diez de las mejores escritoras noruegas del siglo xx.
Santiago Segurola
Hit emocional
Recuerdos
Juanjo Sáez • Sexto Piso
Osamu Dazai • Satori
«Convertido en un personaje referencial del dibujo más naíf de los últimos años, Juanjo Sáez ha pasado de ser el azote de los modernos más esnobs a buscar un camino personal donde ahondar en sentimientos y reflexiones punzantes».
«Por supuesto que reconozco el talento único de Dazai; era el tipo de escritor que se dejaba la piel por mostrar precisamente todo aquello que yo mismo pretendía ocultar».
Julián García
Yukio Mishima