Reporte SP Mayo 2016, No. 21

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Reporte sp Número 21 • Mayo de 2016

Publicación mensual gratuita de Editorial Sexto Piso



Índice

Muslámenes | 18 Daniel Saldaña París

El ladrón resiliente  |  4 Felipe Rosete

Las fronteras de la identidad  |  6 Claudio Magirs

Odunacam | 13 Liniers

Divertimentos mecánicos  |  15 Suzanne Doppelt

La vida perruna  |  16 Goran Petrovic´

Contribución a la historia universal de la ignominia  |  17

Acceder al paraíso  |  18 dD&Ed

En el balcón  |  19 Erri de Luca

El Señor Cerdo  |  21 Instrucciones a los patrones  |  21 Johnny Raudo

La amistad como subversión  |  23 Eduardo Rabasa

Psycho Killer  |  25 Carlos Velázquez

El buzón de la prima Ignacia  |  27

Reporte SP • Año 3 • Número 21 • Mayo de 2016 • Publicación mensual gratuita de Editorial Sexto Piso • www.reportesp.mx Impresión: Offset Rebosán • Editores: Rebeca Martínez, Diego Rabasa, Eduardo Rabasa, Felipe Rosete, Ernesto Kavi • Diseño y formación: donDani Portada: ilustración de El libro de la selva, de Rudyard Kipling y Gabriel Pacheco (Sexto Piso, 2013).

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Recomendación de los editores

El ladrón resiliente

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is primeros robos fueron a edad temprana. Tendría unos diez u once años cuando en las vacaciones de verano, con los amigos del barrio, tras recoger el cartón y el fierro que encontrábamos en la calle, e intercambiarlos por unas cuantas monedas, íbamos al súper a comprar algunos dulces y, de pasada, nos metíamos otros en los bolsillos del pantalón o la chamarra. Por las noches hacíamos lo mismo en la panadería. Comprábamos uno o dos bolillos y, entre unas y otras, salíamos de ahí con seis o siete, a pedirle al Paisa que les pusiera salsa, de esa que le echaba a sus humeantes y grasosos tacos. Más que la necesidad o el hambre, nos impulsaba el aburrimiento, las ganas de un poco de acción y adrenalina, la sensación de poder que te otorga el salir victorioso frente a lo prohibido. En la adolescencia seguí robando, esta vez con cierto consentimiento de los afectados. Ahora robaba ropa y libros, cosas que, según yo, a mis nuevos amigos les sobraban. Era una práctica común entre el grupo prestarnos ropa y no devolverla, pero debo confesar que yo hice del «apañe», como le llamábamos, toda una profesión. Aún hoy se pueden encontrar en mi ropero playeras, chamarras o shorts de aquella época. Ni qué decir de los libros que me prestaron y nunca devolví, que fueron de los primeros de mi biblioteca personal y que hoy ocupan un lugar en el librero de mi estudio, tan lleno como los que veía en casa de ellos. Lo que en ese momento me parecía normal, simpático y hasta justificado, implicaba para mí la posibilidad de vivir otras vidas, de jugar a ser otra persona, una persona sin las carencias que yo sentía que tenía. Sensaciones similares son las que experimenta el protagonista de El show de Gary, la más reciente novela de la escritora británica Nell Leyshon. «Puedo hacer lo que quiera. No hay nada que no pueda hacer», se dice Gary desde su primer gran atraco, a los ocho o nueve años, cuando, llevado por su propio padre, como por arte de magia encuentra la llave de la caja fuerte de una fábrica —a la que curiosamente regresará años después para redistribuir la paga de los

Felipe Rosete

directivos entre los obreros—. «Es la primera vez que me toca sin pegarme», piensa el niño cuando su padre se acerca y lo felicita por su gran hallazgo. «Ese es mi hijo», le dice antes de entregarle su parte del botín: un fajo de olorosos billetes, algunos azules como sus ojos, que le confirman que ha hecho lo correcto, que ha aprendido a ganarse lo suyo. De ahí para adelante, la vida de Gary se convertirá, como él mismo lo reconoce en sus años de madurez, en un descenso al infierno: «Sólo hay un camino en la vida: cuesta abajo por la pendiente resbaladiza hasta caer en el infierno. Pero recuerda que de camino a ese infierno te topas con algunas cosas buenas, y más te vale aprovecharlas porque sólo vas a tener una oportunidad». Para el Gary adolescente, sin embargo, el camino emprendido es el del éxito, el de la diversión, el del dinero fácil. Él nunca tendrá que trabajar como todos esos autómatas, que diariamente se levantan a las seis de la mañana para acicalarse sin otro motivo que hacer las mismas actividades de todos los días. Él no, porque es diferente. Tiene un don. Sabe dónde se encuentran las cosas valiosas. Sabe oler el peligro, escapar de las situaciones difíciles. Aprende rápido, clic clic. Es el típico alumno que supera al maestro. Gary se cree especial. Él es un artista y el robo, por tanto, un arte. Por eso él no caerá en la cárcel, ni en las drogas, ni será herido. Nada le hará daño. Es indestructible. Como suele suceder, Gary tendrá que tocar fondo para intentar rehacer su vida. A diferencia de Gilgamesh, que descendió al Apsú como un acto heroico en busca de la inmortalidad, Gary se ve arrastrado al abismo en buena medida por la influencia familiar, esa jaula que irremediablemente nos modela, y por su contexto social. Su heroísmo radica no en obtener la vida eterna, sino simplemente en tener una vida bajo las opresivas condiciones de su sociedad, que no le ofrece muchas alternativas. Aun así, toma las que se le van presentando e intenta recomponerse. Tras vivir, junto con su novia Mandy, bajo el

Gary sabe que la bestia sigue y seguirá ahí, reclamando lo suyo. Por eso nos aconseja: «Si te viene a la cabeza un pensamiento que no te gusta, no dejes que hable. No escuches». Es ésa su manera de combatir el viejo patrón.


yugo de la adicción al crack y la heroína en una ratonera de King’s Cross, rodeado de yonquis, delincuentes, mierda y olor a meados, y luego de pasar varias noches en la calle, en prisión y en un centro de rehabilitación a orillas del mar, Gary comienza a soñar con una vida distinta, con casa, hijos, tal vez un perro, y un trabajo como el de aquellas personas que despreciaba en su juventud. El paso de una vida a otra, desde luego, está atravesado por el dolor y la culpa, por la impotencia y la angustia de no saber de su hijo, pero también por la fortaleza, la certeza y la determinación de que es posible vivir de otra manera. «No hay una única manera de ser. Que hayamos sido así no significa que tengamos que serlo siempre», le dice a Mandy al intentar volver con ella. «No nos queda de otra. No nos podemos quedar parados. Tenemos que seguir adelante». Aun así, Gary es consciente de la eterna batalla que tendrá que librar con su animal interior. Una bestia que se fue alimentando de la violencia y el abandono de su padre, quien, por ejemplo, ante su atónita mirada abandonó en una esquina a su adorado perro Pichón, su único y fiel compañero; del alcoholismo y la indiferencia de su madre, inmersa en el onirismo de las pastillas y la televisión, que entre trago y trago le iba mostrando todas aquellas vidas que nunca podría vivir; de las carencias familiares, en un hogar en el que a nadie le importaba si había o no comida, si los niños iban o no a la escuela, si tenían algún problema, si necesitaban algo; de la violencia del mundo, en suma, un mundo en el que «desde que se inventó el dinero, nos pasamos la vida corriendo de aquí para allá para conseguir tanto como podamos, tanto si nos hace falta como si no». Gary sabe que la bestia sigue y seguirá ahí, reclamando lo suyo. Por eso nos aconseja: «Si te viene a la cabeza un pensamiento que no te gusta, no dejes que hable. No escuches». Es ésa su manera de combatir el viejo patrón. «Antes podía ahogar los recuerdos en alcohol, nublarlos con humo. Ahora no. Ahora tengo que afrontar lo

que sea que soy y lo que sea que he hecho», piensa mientras flota en las aguas marinas tras haberse sumergido en ellas, como si de un acto de purificación se tratara, como si la sarna con la que llegó al centro de rehabilitación lo hubiera obligado a mudar de piel, para entonces sí poder ser él como lo habría sido en otra vida, como aquella vez que, sentado en un sillón de cuero en la sala de una casa acomodada, de esas a las que entraba a robar antigüedades, se puso a escuchar música clásica y se dijo: «Así que esto es, así de distintos podemos ser. Cuántas maneras distintas hay de ser una persona». Al igual que en Del color de la leche, con una prosa que se agradece por sencilla, fresca y llena de humor, Leyshon nos regala una historia entrañable, labrada durante varios años de escuchar las historias de sus alumnos de dramaturgia en las prisiones de su país, que nos habla sobre las formas de sobrevivir y adaptarse al duro mundo de hoy, y sobre la capacidad que tenemos los seres humanos para sobreponernos a la adversidad, aun cuando ésta corra por nuestras venas. Así que vengan, pasen y vean: éste es el show de Gary. •

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El show de Gary Nell Leyshon Traducción de Inga Pellisa Narrativa Sexto Piso • 2016 294 páginas


Las fronteras de la

identidad Claudio Magris

1.

«Entonces, de repente, allí, en la calle principal vacía, me topo azorado con las cosas del ayer y también yo soy una cosa con nombre […] Me detienes en la calle llamándome por mi nombre, con mi nombre de ayer. ¿Ahora, qué es este espectro que retorna (el pasado en el presente) y esta inanimada tumba del nombre?». O, de nuevo, «¡Tibia cama del nombre, segura casa del ayer! […] He olvidado mi nombre; perdí mis pasaportes en país enemigo». Así escribía en 1915, en la revista La Riviera Ligure, uno de los más notables escritores italianos del siglo xx, Giovanni Boine, muerto en 1917, a los treinta años de edad. Con su fuerte sentido moral, él reacciona, con todo, a esta precariedad del yo, cuyas fronteras oscilan en el tiempo, perdiendo su identidad: «No excluyan mi nombre; lo abrazo como un escudo […] defiendo el deber que el ayer me ha destinado, como el despojado protege la casa». La conclusión es una intrépida y eternamente combatida fragmentariedad: «No piedras miliares de un camino recto; cantos irregulares y oasis». En su peculiaridad, Boine afronta un tema universal, la incertidumbre y, a la vez, la resistencia del yo. Por ejemplo, en la homónima novela de Kipling (1901), Kim se interroga: «Yo soy Kim, ¿quién es Kim?». Se plantea esta cuestión no solamente en relación a su dualidad anglo-hindú, sino respecto a su persona en general. Algo semejante sucede en la narración de Hoffmann, Der Sandmann (El hombre de arena, 1817), en la que el protagonista, un infeliz y desgarrado poeta, escribe un poema, lo lee en voz alta y apenas lo termina de leer, vocifera: «¿De quién es esta espantosa voz?». En otra novela de Hoffmann, Die Elixiere des Teufels (El elixir del diablo, 1815-16), el personaje principal, Bruder Medardus, dice repetidamente: «Es rief in mir» («Me llamaba desde mi interior»), y se horroriza porque no sabe quién está hablando en él, en ese momento. Los ejemplos podrían proseguir indefinidamente. La identidad parece descansar en la duda sobre sí misma; apenas deviene objeto de reflexión o apenas se afirma del todo, titubea. «Yo soy Kim, ¿quién es Kim?». Incluso la escritura parece un medio para darle forma, pero también una manera de perderla: entre el yo que escribe y el yo escrito se abren abismos. Cuando san Agustín comienza sus Confesiones, se pregunta cuál es su verdadero yo. Está a la búsqueda de un yo que no sea simplemente psicológico, accidental, sino algo esencial. El descubrimiento de esta alteridad, observa Manès Sperber,

también puede derivarse de un dolor físico. Basta con tener dolor de dientes para descubrir que algo, en nosotros, no solamente está en nosotros sino contra nosotros. Repentinamente, percibimos al diente que nos provoca el dolor como algo extraño, hostil. La medicina, ciencia no se sabe si de la salud o de la enfermedad, es un escenario privilegiado de la precariedad del yo y de sus defensas. Ya Novalis había escrito que la enfermedad es una trascendencia, en cuanto trasciende, deshace y cambia la estructura del yo. Igualmente, pueden parecernos desconocidos y extraños, al igual que el dolor físico, los sentimientos, obsesiones, pesadillas y delirios que emergen de nuestras profundidades. El yo pone en duda, sobre todo, la propia continuidad del tiempo. Maria Grubbe, al final de la homónima novela de Jacobsen (1876), se pregunta si debe sentirse responsable de aquello que han cometido las otras Maria Grubbe, la niña ingenua y la dama soberbia, y si existe identidad entre los diferentes rostros que su persona ha asumido en el transcurso de los años. Además, cuando se dice «conócete a ti mismo», ¿quién conoce a quién? «Sé fiel a ti mismo», ¿qué quiere decir? Si el yo fuese compacto y unitario, sería imposible ser infieles a sí mismos. No solamente cada uno es un doctor Jekill y un mister Hyde, sino cada uno es siempre otro respecto a sí mismo. «Je est un autre» («Yo es otro»), según la famosa expresión de Rimbaud. A tal intuición poética corresponde, específicamente en el terreno de lo psíquico, el caso de la así llamada personalidad múltiple, como el carpintero Ansel Boume que, un buen día, se convence de ser el comerciante Albert Bown, por lo menos durante algunos momentos; en ambas condiciones nunca tiene la conciencia de ser —o de haber sido— también el otro. Si este es solamente un caso clínico de desdoblamiento, se conocen ejemplos de estructuras plurales del yo, capaz de albergar en sí un alto número de personalidades diferentes. Además, observa el neurocirujano Arnaldo Benini, todavía no se ha localizado en el cerebro una zona de la centralidad del yo, o mejor aún, de su autoconciencia. El del doble es uno de los temas medulares de la literatura. El yo deviene una multitud, una entidad fluctuante. Cuando Nietzsche decía que el superhombre, Übermensch, no era más que

Además, cuando se dice «conócete a ti mismo», ¿quién conoce a quién? «Sé fiel a ti mismo», ¿qué quiere decir? Si el yo fuese compacto y unitario, sería imposible ser infieles a sí mismos. No solamente cada uno es un doctor Jekill y un mister Hyde, sino cada uno es siempre otro respecto a sí mismo.

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el hombre del subsuelo de Dostoievski, decía lo que algunos de sus intérpretes dirían más tarde, es decir, que Übermensch no significa superman, un superindividuo tradicional potenciado en sus capacidades, sino un Oltreuomo (Ultrahombre), como lo ha llamado Gianni Vattimo, un estadio de la evolución humana proyectado allende los confines tradicionales de la identidad. Identidad plural que le opone resistencia a la conciencia unitaria. El hombre del subsuelo de Dostoievski habla de la conciencia como de una enfermedad y afirma no tener carácter, porque el carácter es concebido como una coraza represiva, una especie de camisa de fuerza. Nos encontramos frente a un tema moderno, que se remonta a tiempos más lejanos. En El elixir del diablo de Hoffmann, el protagonista, Bruder Medardus, vive angustiado por la pérdida de sí mismo; quisiera ser uno, tener una identidad precisa, y cuando la pierde vive todo eso como un terrible espanto. En cambio, otro personaje de la novela, Schönfeld/ Belcampo, vive la misma experiencia como una liberación y dice que la conciencia —es decir, la identidad— es un aduanero que se sienta en lo alto y no deja pasar muchas cosas que, de otra manera, la vida nos regalaría, o bien dice que es un ejército que en un desfile es obligado a marchar en formación, mientras que el verdadero yo —aquel plural y loco— sería un carnaval, una fiesta, una multitud de gente que anda por la calle como le place. Según Hoffmann, para crecer y para vivir, el hombre debe saber encontrar a su propio sosias, mirarlo a la cara en lugar de eliminarlo, cumplir con el viaje ulisiaco por los abismos del propio inconsciente. Sin embargo, a menudo, el individuo parece débil y poco preparado para realizar este viaje, sin el cual no hay salvación pero en el que es fácil perecer. «Hay una enorme zona de sombra —escribió Javier Marías— en la que sólo la literatura y las artes en general penetran; seguramente, como dijo mi maestro Juan Benet, no para iluminarla y esclarecerla, sino para percibir su inmensidad y su complejidad al encender una pobre cerilla que al menos nos permite ver que está ahí, esa zona, y no olvidarla». Por lo menos desde finales del siglo xix —pero ya antes— literatura y filosofía se han visto alteradas por la sensación de que el yo, creído compacto y unitario, va desintegrándose. Bourget, Nietszche, Musil y otros escritores dirán que todo, incluso la unidad individual, se escinde, se desmorona en una «anarquía de átomos». La literatura del siglo xx, desde Pirandello hasta Pessoa, gira sobre este tema, vivido ora como angustia ora como liberación. A menudo, la modernidad se ha sentido fascinada por el inconsciente, como si fuese más auténtico, más vivo, más creativo, más verdadero y más poético que el consciente, que el yo. Pero el inconsciente, escribió Musil, lejos de ser una reserva de energías salvajes y vitales, a menudo es una estereotipia motriz en la cual se han depositado, rígidamente cristalizadas y estratificadas, muchas experiencias impuestas, pasivamente padecidas en vez de ser reelaboradas y

transformadas en fantasmas realmente peligrosos, pero falsamente seductores y en realidad insustanciales. Es el consciente, es el yo —con su irónica, interminable, imperfecta y flexible construcción de sí mismo— la creatividad más auténtica. La vida no son las arenas movedizas (el inconsciente) que pretenden engullir al Barón de Munchhausen, sino más bien es el Barón al intentar salirse de ellas aferrándose a su coleta. A veces la búsqueda de la identidad se confía a un proceso de sustracción: el yo no resulta de la suma de las cosas que un individuo es y hace, de sus atribuciones y funciones, sino más bien es lo que queda después de haber hecho a un lado sus componentes accidentales. El verdadero yo sería no el que paga los impuestos, el que se forma en la fila, el que va con el dentista, sino el que queda después de haber hecho a un lado todo esto. También podría ser que no quede nada, como le sucede a la cebolla a la que Peer Gynt, en la obra teatral de Ibsen (1867), le quita todas las capas, todos los estratos externos, para encontrar un núcleo que no existe. Las filosofías orientales han dado una respuesta radical a este problema, cuando afirman que no existen objetos y sujetos, sino hechos, relaciones. Cuando un yo mira un árbol no existe un yo separado que mire un árbol también separado, sino que existe el suceso unitario de este acto de mirar. Esta posición —una identidad fluida pero no disociada— ignora la antítesis típicamente occidental entre un ego hipercompacto, paranoide y reducido a su propia coraza, y una dispersión esquizofrénica del yo, aparentemente antitética pero en realidad complementaria a la concentración paranoica del ego que sigue distinguiendo a nuestra época y de la cual la diseminación rizomática es solamente un aspecto reactivo. Las fronteras del yo, estudiadas por el psicoanálisis desde los primeros discípulos de Freud, se arriesgan a parecer fluctuantes, inciertas, cambiantes y disputadas, no menos que las nacionales y estatales en cuyo nombre se derrama sangre en muchos territorios del mundo.

A menudo, la modernidad se ha sentido fascinada por el inconsciente, como si fuese más auténtico, más vivo, más creativo, más verdadero y más poético que el consciente, que el yo.

2.

Incertidumbre y pluralidad también marcan las identidades nacionales, unas más otras menos, pero en alguna medida, todas. Musil decía que el austriaco —el habitante del imperio austrohúngaro— era el austrohúngaro menos el húngaro, es decir, el resultado de una sustracción: lo que quedaba después de haber eliminado las particularidades de cada una de las nacionalidades comprendidas dentro del imperio, el elemento inmaterial y abstracto común a todas las nacionalidades, y no idéntico a ninguna. Este estado de ánimo encontraba en el mundo habsbúrgico un humus particularmente fecundo. Johannes Urzidil, el escritor de Praga que escribía en lengua alemana, que fue el encargado a una edad muy joven de pronunciar el discurso en las exequias de Kafka, decía: «Yo soy hinternacional», jugando con la palabra alemana hinter, que quiere decir precisamente atrás, atrás de las nacionalidades. No se trata solamente de dimensión nacional, sino de una metáfora de la complejidad que permea toda identidad y la dificultad o imposibilidad de definirla. No hay nacionalidad que no sea más o menos mestiza; la identidad nacional es esencialmente cultural —lo que se siente y se piensa que se es—, pero toda cultura, interrogándose, se arraiga y se desarraiga al mismo tiempo de cualquier sólido contexto. Es un proceso arduo, pero creativo; «la identidad cultural de una nación —escribió Eli Barnavi, refiriéndose a una de las más complejas en este sentido: Israel— es un problema que todos los pueblos conocen y ninguno, evidentemente, lo resuelve nunca, más que con la fosilización». La literatura triestina es un gran ejemplo de dicha complejidad. Scipio Slataper, que a principios del siglo pasado, en 1912, de alguna manera creó el paisaje literario de Trieste con Il mio Carso (Mi Carso),

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inicia el libro diciendo que quisiera decirle a sus lectores que nació en el Carso, o bien en Croacia, o bien en Moravia. Naturalmente no es verdad, porque nació en Trieste, pero él quisiera decirles esto a los demás, que son italianos como él, porque él se siente italiano —tan es verdad que poco después morirá por la causa de la italianidad, durante la Gran Guerra— pero un italiano particular, también un poco eslavo y un poco alemán. «Tú sabes —le escribe a su esposa— que yo soy eslavo, alemán e italiano». Sin embargo, Slataper entiende con genialidad que para expresar su identidad de italiano particular, ya que no puede definirla, tendrá que hacer lo que a menudo hacen los poetas, según dicen los griegos: mentir. Es decir, debe usar metáforas, decir algo para decir otra cosa, para hacer entender lo que directamente no puede ser dicho. En Trieste uno no sabía muy bien quién o qué era y eso provocaba continuas puestas en escena de la propia identidad. Por esto Trieste tuvo una gran literatura, porque la literatura fue el lugar donde se buscó, encontró, inventó, construyó o incluso se disolvió y se hizo añicos la propia identidad. Este desasosiego era el que tanto le agradaba a Joyce —vivió diez años en Trieste, donde comenzó a escribir el Ulises, y hablaba habitualmente el dialecto triestino—. En Trieste, Joyce se sentía como en casa porque la encontraba tan insoportable como Irlanda. La identidad plural puede ser una adición o una sustracción; puede estimular la exasperación nacionalista, cosa que sucede muy a menudo en las tierras fronterizas, o bien ayudar a superar toda idolatría específica, ayudar a «pensar en más pueblos», in mehreren Völkem denken. Así decía un escritor que comenzó a escribir en húngaro poemas de vanguardia con el nombre de Reiter Róbert, que más tarde escribió con el nombre de Robert Reiter y luego bajo el nombre de Franz Liebhard, poemas tradicionales en alemán. Se trata del descubrimiento de una identidad plural, el descubrimiento de formar parte también de otro mundo. Es el caso, por ejemplo, de Marisa Madieri, que en Verde agua narró la historia de su familia italiana que tuvo que abandonar Fiume, hoy Rijeka, inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial, en el momento en el que, luego de las brutalidades padecidas por parte de los italianos, los eslavos vivían la hora de su reconquista y también de su venganza, que, como toda venganza, era indiscriminada. Narrando cómo, de niña, junto con su familia había abandonado Fiume, su ciudad natal, y cómo vivió durante años la difícil existencia marginada en un campo de refugiados, Marisa Madieri descubre los orígenes en parte eslavos y húngaros —y eliminados por nacionalismo italiano— de su familia, una familia italiana en ese momento perseguida en cuanto italiana por los eslavos. Descubre así, que también pertenece al otro bando; que, por lo menos parcialmente, forma parte del mundo que la amenaza. Por lo tanto, descubre el sentido de una identidad plural, de ser una italiana pero, por decirlo así, una italiana con una velocidad de más. En una obra maestra de la literatura china clásica, el poema Dieciocho habitaciones para flauta bárbara de Cai Yan, la autora es una mujer perteneciente a una familia de la corte imperial, durante la época de la dinastía Han, que es raptada por los hunos y sufre, prisionera en

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esa tierra para ella bárbara, el exilio y la pérdida de su identidad. Pero, casada con un jefe huno, procrea dos hijos y a partir de ese momento ella, incluso cuando retorna a su país de origen, tendrá dos patrias, dos identidades y ninguna, porque la tierra huna no es su patria, pero tampoco lo es la china, sin sus hijos y su familia. Para dar otro ejemplo, en una página irónica y sin embargo sutil, Kafka narra su encuentro, acontecido en un tren durante la Gran Guerra, con un oficial alemán. El oficial le pregunta de dónde viene y luego le pregunta de qué nacionalidad es. Kafka le responde pero el otro no llega realmente a comprender del todo cuál es su nacionalidad. Él nació en Praga pero no es checo; es ciudadano austriaco, pero el oficial no lo puede identificar como austriaco; es judío, pero desarraigado del judaísmo. Su identidad desorienta al oficial, ocasional compañero de viaje. Kafka es en sí mismo una frontera: su cuerpo es un lugar en el que se encuentran, se cruzan y se superponen, al igual que diversas cicatrices, muchas fronteras. Las zonas de frontera a menudo son zonas de multiculturalidades pero también de barrera entre las culturas. Miłosz, el poeta polaco, narraba que en Vilnius, poco lejos del café donde se reunía con sus amigos, existía un café en el que se congregaban unos extraordinarios poetas yidis, de cuya existencia se vino a enterar hasta veinte años después, en París, al leer las traducciones francesas de esos poemas yidis. Esto muestra lo difícil que fue para Miłosz descubrir la existencia de esta cultura que existía a doscientos metros de distancia; para superar esos doscientos metros fue necesario un largo viaje en el tiempo y en el espacio.

3.

La frontera es doble, ambigua; a veces es un puente para encontrar al otro, otras, es una gran muralla para repelerlo. A menudo es la obsesión de colocar a alguien o algo del otro lado; la literatura, entre otras cosas, también es un viaje en el intento por liberarse de este mito de la otra parte, de comprender que cada uno se encuentra a veces aquí y otras veces allá, que cada uno es el Otro. La literatura también es la capacidad de situarse del otro lado de la frontera; en numerosas novelas triestinas —de Fulvio Tomizza, de Enzo Bettiza, de Franco Vegliani y los otros— existen personajes que son considerados italianos por los eslavos y eslavos por los italianos. Exilios, éxodos, fronteras perdidas y reconstruidas formaban y forman parte de la experiencia de un triestino. Acaso por esto también yo he estado obsesionado en mis libros por el tema de la frontera: desde Conjeturas sobre un sable hasta Danubio y Microcosmos; desde A ciegas y hasta No ha lugar a proceder. Fronteras perdidas y grotescamente trasplantadas; nacionales pero también culturales, lingüísticas, sociales, psicológicas e ideológicas. También fronteras entre lo verdadero y lo falso, entre la vida y la muerte, entre una fe y su declive. Fronteras entre géneros literarios o fronteras psicológicas, incluso al interior del yo, entre los diversos territorios de lo profundo que constituyen nuestra persona y de los cuales a menudo no queremos saber.

4.

Las identidades, ha escrito Roberto Toscano, no pueden ser fotografiadas (es decir, definidas), sino únicamente filmadas, porque no son estáticas, rígidamente fijadas de una vez y para siempre, sino dinámicas, en continuo movimiento y en continua transformación. La identidad es plural, cada uno de nosotros posee muchas; está la identidad religiosa (no es menos importante ser cristiano o de otra religión que ser inglés o italiano); está la identidad política, que establece nexos que pueden ser más fuertes que los nacionales (yo


seguramente estoy más cercano a un liberal democrático del Uruguay que a un fascista de Trieste, y esto forma parte de mi identidad y de mi cercanía o lejanía); está la identidad cultural. La identidad es del hacer, no del ser; la particularidad, la identidad, ha escrito Predrag Matvejević no es todavía un valor, es sólo la premisa para un posible valor. La fiebre identitaria que hoy estalla por doquier, desencadenada por el miedo a la globalización, es uno de los fenómenos más retrógrados que nos amenazan. Pocas literaturas han sentido tan fuertemente este tema como la judía (de muchos países y en muchas lenguas), que ha elaborado un sentido potentísimo y no retrógrado de la unidad del individuo, precisamente porque ha vivido de manera radical tanto el desdoblamiento, la escisión, la laceración (lo que le hace decir a un personaje de una novela de Singer «todo judío debería ir al psiquiatra, todo judío moderno, quiero decir»), como la resistencia a la laceración por parte de los judíos, obligados a ser judíos pero no como judíos. A esta laceración, la cultura judía le ha opuesto una porfiada resistencia, precisamente porque ha sido educada durante siglos para resistir a las crueldades aferrándose a valores fuertemente arraigados en la familia y en el individuo. Todo eso ha permitido elaborar una increíble y épica fuerza de resistencia de la individualidad. En Job (1930), de Joseph Roth, el protagonista, Mendel Singer, vive desde hace muchos años con su esposa en Estados Unidos y cuando ella le dice: «Te comportas como un judío ruso», él responde: «Yo soy un judío ruso». Había otra bellísima historia judía en la que un rabino —creo que se llamaba Zussia— moribundo decía que el Señor no le iba a reprochar no haber sido Moisés o Abraham, es decir, no haber sido un gran santo, sino que le iba a decir: «¡Desgraciado! ¿Por qué no fuiste Zussia, por qué no fuiste tú mismo?». Es la ironía la que puede hacer del yo débil, en toda su debilidad, un individuo capaz de resistir. La ironía es una gran fuerza; es la ironía la que permite el amor, la que permite la libertad, en el reconocimiento de la pequeñez y de la relatividad propia y de los demás. Tristram Shandy (1760-67) es acaso el máximo ejemplo, bajo el perfil poético, de un yo que casi no existe y que también es inconfundible. Uno de los más grandes escritores que se enfrentan a fondo con todo esto es Svevo; si existe un personaje que es y no es un yo, que es doble, múltiple, inasible, ése es Zeno. Él es un continuo aniquilamiento del yo, el bullir de un proceso vital; sin embargo es un yo que, a pesar de que casi no existe, continúa teniendo su núcleo irreducible, está enamorado de Ada, tiene sus tics, sus pasiones. Existe una mescolanza de labilidad; y algo, en esta labilidad, resiste tenazmente y trata de darse unidad. Trabajo interminable, como el análisis interminable del que habla Freud.

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5.

La identidad pone en movimiento mecanismos de defensa, a menudo negativos y letales; Kafka mostró lo fatal y culpable que es estar, al igual que el protagonista de El proceso (1925), condenado a defenderse. Canetti, para dar otro ejemplo, mostró en Auto de fe (1935) esta terrible parálisis: el yo que tiene miedo de perderse se paraliza, intenta volverse de piedra, quedarse inmóvil, inmutable, sustancialmente no vivo, porque le teme a la vida, que cambia y hace morir la identidad de cada instante. Las identidades temen ser contagiadas y se destruyen en esta defensa obsesiva. En uno de sus ensayos, Canetti escribió una parábola sobre la maniática actitud defensiva, que habla de la construcción de la Muralla China. La Muralla fue construida para defender al Imperio, es decir, la vida, del asedio de los bárbaros, para defenderla de la destrucción; a la par que va creciendo la inseguridad, se piensa que la Muralla no es demasiado resistente para repeler las invasiones de los bárbaros y, entonces, cada vez se va construyendo más ancha, pero la Muralla nunca parece lo suficientemente vasta y se va ensanchando continuamente, hasta que termina por coincidir con todo el territorio del Imperio y, por lo tanto, termina por aplastar, por sofocar esa vida en defensa de la cual se había construido.

6.

¿Cómo narrar este yo escindido, unitario, múltiple, dividido, ora esquizofrénico ora paranoico ora compacto ora disuelto? Por ejemplo, en el tercer capítulo de Lebensansichten des Katers Murr (Opiniones del gato Murr, 1820-22), Hoffmann imagina que la biografía fragmentaria del protagonista, el director de orquesta Johannes Kreisler, viene escrita en el reverso de algunas hojas, sobre las cuales el burgués y taimado gato Murr ha escrito la suya. Al inicio de este capítulo Hoffmann escribe que él se sentiría dichoso de poder narrar la vida de su infeliz héroe de acuerdo a «un buen orden cronológico», desde el momento de su nacimiento en adelante, pero que esto le resulta imposible, ya que él no tiene a disposición la vida entera de su personaje, completa y bien ordenada, sino solamente fragmentos, que llega a conocer disgregados y restringidos. Va comprendiendo fragmentariamente numerosos acontecimientos, pero no según la secuencia en la que sucedieron, sino de una manera confusa y enredada; primero conoce un episodio de la edad madura de Kreisler, e inmediatamente después uno de su infancia, de tal suerte que los hilos de la vida y del tiempo se confunden, se entrecruzan, y al final el conocimiento de la biografía de Kreisler ciertamente no parece mayor que en un principio, sino menor y más confusa. Todo esto no facilita, sino turba e impide la redacción de la biografía del personaje. Ésta será una característica de la gran novela experimental del siglo xx, estudiada y teorizada en su tiempo, por ejemplo, en un famoso ensayo de Warren Beach. Todo esto sucede porque, por lo menos a partir de la época romántica, ya no es posible un proceso completo y armonioso de ma-

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duración de la personalidad; aquella Bildung, aquella formación que Goethe y todo el clasicismo alemán señalaban como un ideal que era posible y necesario alcanzar —tanto en la vida como en el arte que la representa— parece ya imposible, en una sociedad cada vez más compleja, anónima e impenetrable. Sólo el burgués gato Murr puede creer que tiene una identidad compacta, una auténtica formación. Respecto a la Historia, la literatura parece como su reverso, como la cara oscura de la luna, como la expresión de todo eso que el curso de la historia y del progreso descuida, remueve o aniquila; la literatura aparece como una herida o cicatriz de la historia y remite a una necesaria pero imposible revolución, que resulta negada por toda concreta revolución política. La literatura se coloca cual nostálgica negación de la vida falsa, negación que mana de la nostalgia de la vida verdadera. A veces, el yo se forma por reducción y por sustracción, a través de una renuncia a la vida y a sí mismo. El yo empieza a sentirse a sí mismo como un espacio en blanco, como le sucede a Anton Reiser en la homónima novela de Mortiz (1785-90); se niega a toda función social —«I prefer not to, sir», responde el escribiente Bartleby en la narración de Melville (1853), a toda inquisición—, y se niega, sobre todo, a su propia evolución orgánica, «yo no tengo ninguna historia», dice el pobre músico de Grillparzer al narrador, que quisiera narrar la historia de su vida (1848). La historia del yo está hecha de las cosas, de los acontecimientos que confluyen en él como agua que le da forma a un recipiente elástico; por las historias de otros que confluyen en la suya, como dice la espléndida parábola de Borges que habla de un pintor que describe paisajes —montes, ríos, árboles— y al final advierte que ha pintado su propio autorretrato, y no porque haya deformado subjetivamente la realidad, sino porque su ser consiste precisamente en la manera en la que él mira la realidad. Nuestra identidad es nuestra manera de vivir las cosas. Precisamente por esto elegí la parábola de Borges como epígrafe de mis Microcosmos. En Mann ohne Eigenschaften (El hombre sin atributos, 1930, 1933, 1978) de Musil, Moosbrugger o Clarisse no pueden tener ninguna biografía, porque ellos no tienen ningún yo, no son ningún yo; la locura aparece como una modalidad del sujeto, que ya no se deja constreñir por la camisa de fuerza de una identidad compacta e unitaria. La más alta literatura de los más variados países vive esta crisis-metamorfosis. Una de las cumbres de dicha literatura está representada por Pedro Páramo (1955), de Juan Rulfo. Una obra maestra que suprime toda frontera del yo; incluso las fronteras entre la vida y la muerte, entre el pasado y el futuro, la interioridad y la exterioridad, el sujeto y el mundo, la individualidad y su ausencia. Otra obra maestra es Die Blendung (Auto de fe, 1935), de Canetti, que carece de una perspectiva unificadora, que jerarquice y ponga las justas distancias que permitan encuadrar las cosas. El yo se asemeja, es más, casi se confunde con el escenario en el que se mueve y que a menudo es la metrópoli, la Berlín de Döblin, la Nueva York de Doss Passos o la Viena de Musil. Metrópoli «constituida por irregularidades, alternancias, precipitaciones, intermitencias, colisiones de cosas y de acontecimientos […] una vejiga hirviente puesta en un recipiente hecho de casas, leyes, reglamentos y tradiciones históricas» (Musil). Escribir parece un viaje por los meandros y los infiernos de la multiplicidad; se asemeja, por lo tanto, a la actividad nocturna de Penélope más que a la diurna; deshace, en lugar de elaborar, el tejido de la vida.

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La otra escritura, la nocturna, se mide con esas verdades más sobrecogedoras que no se osan confesar abiertamente, de las cuales acaso ni siquiera uno se da cuenta de ellas o que incluso, como dice Sabato, el autor mismo rechaza o encuentra «indignas y detestables».

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En el discurso que pronuncié en Guadalajara cuando recibí el premio fil, que ha sido uno de los grandes momentos de mi trabajo y de mi vida, el regalo de un país que se ha mostrado increíblemente cercano y generoso hacia mi persona, decía que en una narración el cómo —es decir el estilo, la estructura, la escritura— debe corresponder, es más, debe identificarse con el qué, con la vicisitud y con su sentido o no sentido. No se puede escribir de manera tradicional, ordenada, racional, armoniosa, una historia de delirio, de quebrantamiento en todo sentido, de anormal desorden. El desorden y la tragedia están en las cosas y en la palabra. En libros como A ciegas —y recientemente en No ha lugar a proceder— terminé engullido por un remolino creativo, por ese gran mar conradiano que es la novela moderno-contemporánea, cuya estructura se construye disgregándose y difiriendo o alternando la revelación del significado y la fundamental relación con el tiempo y con la Historia; la relación entre novela contemporánea e Historia, entre escribir la Historia y escribir historias, entre narrar e inventar la realidad, History as Fiction, Fiction as History, como escribía Mailer y muchos lo han recalcado. Escribiendo esas novelas, me debatía en la escisión entre aquella forma de la verdad que es la novela; si se quiere ser auténtico, solamente se puede intentar a través de la distorsión, y esa forma de verdad que, en cambio, por ejemplo, en cuestión ético-política, solamente puede buscarse confiándose a esa razón y a esa racionalidad que las tempestades de la épica parecen haber llevado al naufragio. Me di cuenta lo mucho que esos libros le deben a Noticias del Imperio de Fernando del Paso, a su fluir aglutinante que arrastra —entremezclando erudición, sensualidad y delirio— grumos intrincados de vida y de Historia. Para la novela decimonónica —grande o menor— la acción de un individuo estaba inserta en una Historia difícil pero no del todo irracional. El escritor decimonónico, cuando inventa historias, puede confiarse a la misma concepción de la Historia que él expresa en sus escritos históricos y políticos. Y también puede utilizar un estilo en cierta manera análogo. La escritura de Víctor Hugo en Los miserables, no es muy diferente a la de sus polémicas contra Napoleón III. Por el contrario, Kafka o Rulfo no hubiesen podido escribir una declaración política o un mensaje de solidaridad a las víctimas de la explotación con el mismo lenguaje utilizado en La metamorfosis o en Pedro Páramo. Las obras maestras del siglo xx, escribió un notabilísimo escritor italiano, Raffaele la Capria, son obras maestras fallidas. Con estas palabras, naturalmente, no trataba de negar la grandeza de Kafka, Svevo, Joyce o de los grandes latinoamericanos, sino subrayar cómo estos escritores asumieron sobre sí, en las estructuras mismas de su narrativa, el desorden del mundo, la dificultad o imposibilidad de entenderlo y de expresarlo según un orden, el maelstrom en el que las cosas y palabras se precipitan.


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A menudo, un escritor siente con particular fuerza esta problemática relación entre vivir y escribir. La vida crea la escritura, pero ésta última influencia y transforma, de su lado, la vida, que la ha creado. En una de las últimas narraciones de Svevo, el viejo —que es Zeno Cosini, que continua viviendo luego de haber escrito La conciencia de Zeno (1923), su irónica autobiografía— piensa que él ya no es ese que vivió su vida sino ese que la escribió y que ciertas cosas de su existencia se volvieron importantes no porque las vivió, sino transformado conscientemente, sino eso en lo nos pudimos hasolamente porque él las puso en el papel. ber transformado y que en ciertos momentos podría irrumpir en La escritura, como todo arte, es una frontera. Como ha escrito nosotros; eso que podremos ser, que esperamos o bien tememos ser. Peter von Matt, «nace en los márgenes de la civilización, allí donde De la prevalencia de la escritura nocturna —o como se ha dicho, comienza el Otro: eso que es inquietante, desértico, pero también eso por la escritura de la mano izquierda o del insomnio— nacen varios que es radicalmente bueno, lo cual es exactamente tan inquietante de mis textos, Las voces (1994), Ya haber sido (2001), La exposición como eso que es radicalmente malvado […] La literatura siempre es (2001), A ciegas (2005), Así que usted comprenderá (2006), No ha ambivalente, porque proviene de las zonas de frontera, porque mira lugar a proceder (2015). al caos desde el orden y al orden desde el caos». Una frontera de la escritura que siento con Una de las fronteras más importantes, en particularidad intensidad es la que separa, como Paul Celan, el gran poeta particular para un escritor, es la lengua ha escrito Ernesto Sabato, la escritura «diurna» en la que se habla, se escribe y se vive. Es en torde la «nocturna». En la diurna el autor, aunque judío alemán cuyos padres no a esta frontera que se construye el territoinventando libremente situaciones y persona- fueron asesinados en rio de la incertidumbre, de un ansia de pérdida jes y haciendo hablar a estos últimos según su o de imposible enriquecimiento de la identidad. lógica, expresa de cierta manera un sentido del Auschwitz, escribía con un La violenta historia contemporánea ha desplamundo que él comparte; manifiesta sus senti- cierto horror en alemán: su zado individuos y pueblos, ha obligado a mucha mientos y sus valores; libra su «buena batalla», gente al exilio. La experiencia del exilio —elecomo decía san Pablo, por las cosas en las que lengua materna gido o padecido— a veces lleva a un escritor a cree y contra lo que considera que está mal. Es de lengua, a escribir en una lengua que —decía— también era la de cambiar una escritura que quiere darle sentido a las cono es su lengua materna y a veces ni siquiera en sas; colocar cada experiencia, incluso dolorosa, los asesinos de su madre. la que habla con su familia. Joseph Conrad fue en una totalidad que la comprenda y que, por el un polaco que se convirtió en uno de los más sólo hecho de comprenderla, puede conciliarla o bien encuadrarla en grandes escritores ingleses, y se podrían citar muchos ejemplos siun contexto más amplio. milares, que se vuelven cada vez más frecuentes, desde los escritores La otra escritura, la nocturna, se mide con esas verdades más sobreturcos en lengua alemana en Alemania, hasta escritores que escriben cogedoras que no se osan confesar abiertamente, de las cuales acaso ni en italiano como el árabe Alessandro Spina o el húngaro Giorgio siquiera uno se da cuenta de ellas o que incluso, como dice Sabato, el Pressburger. En otros casos el desgarramiento se sitúa al interior de la autor mismo rechaza o encuentra «indignas y detestables». Es una lengua materna. Paul Celan, el gran poeta judío alemán cuyos padres escritura que a menudo asombra al propio autor, porque le puede fueron asesinados en Auschwitz, escribía con un cierto horror en revelar lo que él mismo no siempre sabe que es y lo que puede sentir: alemán: su lengua materna —decía— también era la de los asesinos sentimientos o epifanías que se escapan del control de la consciencia de su madre. A veces, esta frontera que une y divide al yo puede ser y a veces van más allá de lo que la conciencia permitiría, contradicienpercibida como dolorosamente culpable, tanto cuando la cruzamos do las intenciones y los principios mismos del autor, sumergiéndose como cuando omitimos el deber de cruzarla. León Laleau, poeta de en un mundo tenebroso, muy diferente al que el escritor ama y en el Haití originario de Senegal, escribe su poesía en defensa de su tierra cual le gusta moverse y vivir, pero en el cual cada tanto le sucede que contra los colonizadores franceses, pero expresa su pasión senegalesa tiene que descender a él y encontrarse con la Medusa, con su cabeza en francés, en la lengua de aquellos contra los que lucha. de retorcidas serpientes, que en ese momento no se puede mandar Uno de los ejemplos más vitales, creativos y abiertos de la capaal peluquero para que la deje más presentable. Es la escritura que se cidad de concebir y vivir una identidad plural y no obstante no disencuentra, a veces incluso sin haberlo programado, cara a cara con el gregada es la creolidad propugnada por escritores e intelectuales de rostro terrible de la vida salvajemente ignorante de valores morales, las Antillas Francesas, como Éduard Glissant o Patrick Chamoiseau. del bien y del mal, de justicia y de piedad; una escritura que a veces «Ni europeos ni africanos ni asiáticos», estos antillanos —sobre es el encuentro, extraño y creativo, con un sosias o por lo menos con todo negros descendientes de esclavos, pero conscientes de que su un componente desconocido de uno mismo, que habla con otra voz. mundo caribeño es negro, blanco, chino, indio, sirio e hindú, por el Un verdadero escritor la deja hablar, incluso cuando preferiría que crisol de gentes que allí arribaron— no se enclaustran en ninguna dijese otras cosas, y también cuando se siente —por seguir citando retrógrada identidad compacta ni se abandonan a la mezcla indiferena Sabato— «traicionado» en sus fuertes convicciones morales por ciada, sino viven sus raíces horizontalmente, raíces que —ha escrito lo que ella dice. Glissant—, no descienden al oscuro atávico de lo profundo sino se Incluso esta voz, naturalmente, es la nuestra, incluso si la conoensanchan en la superficie, encontrándose con otras y uniéndose a cemos muy poco; es una voz que no dice eso en lo que nos hemos ellas como manos que se entrelazan. El yo se descubre en el encuentro con el Otro, en un mundo que es Mundo, Relación. Es una gran respuesta tanto para la igualdad como para la retrógrada y violenta obsesión de pureza étnica y de identidad que paraliza y a veces cubre de sangre la tierra. No es casualidad que desde esta koiné caribeña provenga una de las raras voces en la que el encuentro con el sosias no es angustioso, sino serena y feliz recomposición de la identidad;

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en un poema de Derek Walcott se dice que un día el yo saludará al sí mismo que llegará a su puerta y a su espejo, que los dos se darán la bienvenida con una sonrisa y que el yo amará nuevamente al extranjero que era él mismo. La frontera es un paso, una transgresión, hecha más para los passeur, ilegales transportadores de clandestinos, que para los aduaneros o los sedentarios que no las atraviesan. Frontera es superación, paso, quebrantamiento. Incluso la frontera entre los géneros literarios, entre ensayo y novela, que confluyen en la jaspeada unidad de la vida. Sólo gracias a dichas transgresiones, la literatura puede representar a la vida, que no solamente posee un registro, que no solamente es novela o ensayo o lírica, sino que es vicisitud, reflexión, encanto o consternación del corazón fusionados. Un confín-transgresión particular es la de la condición femenina y de su literatura. Sconfinamenti, confini, passagi, soglie nella scrittura delle donne (Transgresiones, confines, pasajes, umbrales en la escritura de las mujeres), es el título del libro cuya edición estuvo bajo el cuidado de Adriana Chemello y Gabriella Musetti, que analiza los pasajes, los avances, los contratiempos, los avances que han marcado y marcan todavía a veces la situación de la mujer y su expresión, la narración de su salida o su fracasada salida de la atopia, del no-lugar de las mujeres en la historia. Ese no-lugar al que han sido relegadas, esa parte de sombra que les han impuesto o que ha sido asumida por ellas mismas a fin de que el hombre estuviese en la luz; la casa en la que han estado y se han encerrado, volviéndose defensoras de ella, a fin de que el hombre pudiese salir y regresar a la casa. El yo femenino, escribió Ingeborg Bachmann, se asoma sobre la vida sin protección, sin garantías, entre la prisión y el vacío sobre el umbral de un posible y difícil pasaje de una modalidad de ser a otra. El tema del umbral está presente en un monólogo teatral que escribí, Así que usted comprenderá, que retoma en clave contemporánea el mito de Orfeo y Eurídice en el cual la mujer es la que habla, la que decide no regresar de la muerte, no atravesar ese umbral junto al hombre amado, y narra el porqué de esta decisión.

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«¿Quién puede narrar la vida de un hombre mejor que él mismo? Nadie, desde luego, parece que se oye el murmullo de la gente que responde al predicador». Así comienza mi novela A ciegas. Pero luego, toda la novela lo niega, porque no se sabe quién es —quienes sean, quienes somos— el yo que habla. ¿Qué le está sucediendo, en la literatura, pero todavía antes, en la vida, a Su Majestad el yo?

Odunacam • Por Liniers

En Barcis, un pueblo de media montaña en el Friuli, en la frontera oriental de Italia, existe una comunidad alpina, con su centro de documentación sobre la vida y la cultura de ese áspero valle en los siglos pasados. Hace años, atraído por un poeta menor del siglo xix, me dirigí a un empleado para saber si en la biblioteca se encontraba algún libro suyo. «¿Pero usted, a quien representa?», me preguntó a su vez el empleado, el cual evidentemente no lograba concebir que alguien pudiese buscar un libro o anduviera por su cuenta. Ciertamente la pregunta es difícil, son muchas las categorías que podría decir que legítimamente represento: a los bípedos, a los profesores, a los cónyuges, a los padres, a los hijos, a los viajeros, a los mortales, a los condóminos, pero… Puede ser que en aquella apartada provincia se me haya revelado uno de los rostros del futuro: un mundo en el cual no se vive —ni se viaja, ni se habla, ni se lee, ni se desea— en primera persona, sino siempre en representación de algo o de algún otro. Poco importa que este otro pueda, a veces, llevar nuestro nombre y apellido, como en esas películas en las que uno interpreta el papel de uno mismo. Quizá el yo está destinado a devenir —o ya se ha vuelto— un mero doble. El carnet de identidad en lugar de la identidad —quién sabe, puede ser también algo positivo—, una liberación del ansia por la incertidumbre de esta última y de la violenta obsesión de su compacta pureza. Acaso, en el futuro próximo, tendremos solamente o sobre todo Acciones Paralelas, paralelas a otras que, sin embargo, son inexistentes, repeticiones y copias de originales que no existen, personas que se han dejado a sí mismas en alguna otra parte. También podría ser un placebo que amortigüe ciertos dolores, el mal que provoca la vida verdadera y su nostalgia, ese deseo de vivir auténticamente que Ibsen definía dolorosamente como una «megalomanía». Ciertamente, todo esto no vale para los desheredados, los hambrientos, los fugitivos, los condenados de la tierra que se vuelcan y se volcarán cada vez más por las calles del mundo con sus heridas lacerantes, aquellas que obligan a vivir verdaderamente; no vale para los enfermos y los que sufren, obligados por su dolor a saber ser. «Usted no sabe quién soy yo», dice el burgués. El paria que duerme sobre el piso en las calles de metrópolis para él desconocidas y ferozmente hostiles todavía puede y podrá decir, al igual que don Quijote: «Yo sé quién soy», mientras en torno a él se elevará el altanero coro de aquellos que cada vez más estarán obligados a decir: «Usted no sabe a quién represento yo». • © Claudio Magris Traducción de María Teresa Meneses

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Divertimentos mecánicos no vemos ni gota y sin embargo todo brillaba al sol, pero en negro, el negro de los árboles, el negro de la tierra, el negro de las plantas, absolutamente todo tiraba al negro, igual que la serie y a la inversa, antiguo o reciente, si el gorrión fuera un cuervo, el bastón bien repintado y el gato sin ninguna marca, mudo, inmóvil, se confunde, como a través de vidrios oscuros que invadirían el paisaje con su color. Pero no del todo, pues del negro absoluto no hay ni rastro, ni del azabache o del humo, ni de la oscuridad que viene del fondo del agua, de la sombra o de los agujeros profundos, que tira al gris, y ángulos muertos como estas cosas anudadas, vanidades asociadas por arte de magia y locura y que no tienen más color que la noche. No reflejan tampoco ningún color, el decorado apático, bastante descolorida la escena colectiva, una escena de género, giratoria, a la que es necesario volver una y otra vez para intentar ver un poco más, un hecho brutal y multiplicado que pendía a la vista del ojo y al alcance de la mano, tan oscuro como el humor *** es de noche o de día pero no es un pájaro nocturno cargando con un día señalado, está ahí, de hecho, descansando, el gorrión en medio de las ramas enmarañadas, sobre una tierra negra, gris y pardo un poco como la sotana de un monje, un gorrión contemporáneo de un gato, el árbol cargado de un extraño fruto, pero también lo juzgamos por sus pájaros. Éste volaba en líneas rectas o curvas, una red complicada cerca del suelo o más alto, un vuelo rápido y seco que dibujaba figuras discretas, ahora estático sobre lo vegetal convertido en su centro de gravedad, días enteros pasados allí con sus noches, una forma delicada que puede confundirse con una hoja o un fruto, una extraña cosecha. Éste cantaba en el aire, en los árboles o los arbustos para llamar a otros, variaciones en tchip tchip, ahora se calla, es una sombra y la calma inquietante que ésta produce, la noche y el pájaro, el pájaro con la noche, el pájaro en la noche bajo la luna, un disco plano

(fragmentos)

Suzanne Doppelt *** afuera es el más elevado y visible, se estira de abajo hacia arriba, como una auténtica pila y la corteza, los nudos, las venas mientras que la hierba se extiende en el otro sentido, se divide y varía según reglas estrictas, pero con tantas opciones, frondoso o enjuto o a medio camino, sin embargo completo, colocado aquí y allá, sirve de reposo a la vista, corta la llanura, dibuja el horizonte, el árbol en hilera y en arbusto. Podado en vaso lo pintamos con una mezcla de verde mineral y savia, de ocre amarillo y un toque de negro, sirve para todo y sobre todo para comer cuando es pan, mantequilla o salchichas, una nubecilla en la cima y un vaso para el viajero sediento, días enteros en los árboles, pero cuando se vuelve demasiado pesado siempre cae del lado al que se inclina. Un viento fuerte, una corriente de aire traicionera, una violenta descarga eléctrica, energía o bien objetos en exceso en medio de ramas enmarañadas y hojas simétricas, el trozo de madera el gato un hombre el gorrión, este ahorcado amarillo y verde y gris ratón, lo juzgamos también por sus pájaros, el hecho colgaba de ahí, un hecho brutal, enorme, aferrado a un pino, pendía en lo alto, de una cuerda corta, pero no hay nada más engañoso que un hecho evidente. Tras haber aprendido a volar todavía le falta aprender a estar colgado, y lo vegetal como sobrepeso con sus raíces, los principios elementales, su tronco plagado de nudos y de venas, sus yemas y sus retoños, su ramaje y su follaje, las cosas que sufren a la vista del primero que pasa y el conjunto de las imágenes en movimiento continuo, su gorjeo y su plumaje, esta vasta arborescencia que se divierte con la ciencia ha terminado por caer del lado al que se inclina. Y como de aquí en adelante la hierba se extiende en horizontal, se ramifica en rutas y en caminos secundarios, se convierte en un campo inmenso con todo lo necesario para armar un paisaje, elevaciones del terreno aquí y allá bajo el sol poniente, es un mapa bellísimo, desmontable y con tantos artificios, el árbol de transmisión, o de la palabra, el de los ahorcados y el árbol de la goma. Tradución de Silvia Terrón

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La vida perruna Goran Petrovic´

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e gusta sentarse en el parque que se encuentra al bajar del Teatro Dramático Yugoslavo. Por lo general escoge una banca por donde pasan los transeúntes empleados en el nuevo edificio del Banco Nacional de Serbia o los oficinistas de los ministerios vecinos, incluso los burócratas de la misma sede del gobierno. El parque fue «restaurado» hace unos años. Ralearon los árboles, instalaron iluminación moderna, colocaron cubos de basura con un diseño innovador, ensancharon y empedraron los senderos que antes eran de arcilla. La gente de negocios bien vestida, pasa de prisa junto a «su» banca. Todos tienen en común la cara seria. Eso no resulta sorprendente, cien metros a la redonda, a lo largo de la calle Nemanjina, se resuelven cosas de importancia decisiva para el Estado y el pueblo. No todo el mundo tiene tiempo de sobra, no todo el mundo anda de ocioso, alguien tiene que estar al pendiente de todo. Al fin y al cabo, al menos uno de todos estos hombres vestidos con pulcritud seguramente está pendiente de él. Bueno, tal vez no precisamente de él, con su nombre y apellido. Pero, en efecto, alguien se preocupa también por los indigentes y desempleados (de manera general y con sus respectivos porcentajes). A él, personalmente, no lo ven. Si acaso lo notan en la banca, desaliñado, no particularmente limpio y a medio rasurar; evitan mirarlo a los ojos. Vuelven la cabeza. Lo cual él no les reprocha, porque adónde llegaríamos si todos miraran a todos. Se retrasarían las gestiones en el edificio del Banco Nacional, en los ministerios, en el gobierno… Así transcurren las horas de la mañana: los oficinistas se cruzan, normalmente toman el atajo por el sendero del parque junto a «su» banca. Se apresuran de la calle Nemanjina a la de Svetozar Marković… y viceversa… Entran o salen corriendo de las entrañas del nuevo estacionamiento subterráneo… Están retrasados para la comida de negocios en el restaurante Manjež… Incluso, si alguno se detiene por querer tomar un respiro en la banca, nunca elige el lugar junto a él, aunque todos los demás estén ocupados. Eso no ha sucedido jamás: que alguien se detuviera, mucho menos que se sentara junto a ese hombre. Tampoco nadie se detiene en las horas de la tarde cuando por el parque pasan los que quieren o acaban de comprar boletos para las mejores obras de teatro en el país. Él, personalmente, jamás ha visto una de esas funciones en el Teatro Dramático Yugoslavo, pero deben ser muy buenas. De no ser así, por qué se juntaría a la hora del crepúsculo, frente al teatro, tanta gente fina que sonríe con gracia y murmura con emoción. Él, personalmente, jamás ha visto una de esas funciones, pero sí ha visto a actores y directores de teatro conocidos. Junto a «su» banca pasan también los primeros actores camino a sus ensayos. Se ven pensativos, tal vez repiten para sus adentros el parlamento que les toca decir, tal vez están preocupados por la función de la noche, por si tendrá éxito y si ellos causarán buena impresión en el público. Por eso es completamente normal que no se fijen en él.

La gente pasa. Pasan los días. Los mеses. Él está sentado en «su» banca aun cuando llovizna con tenacidad, aun cuando todo se cubre de una película de escarcha y cuando, a causa del sol, el aire hierve y reverbera. Está sentado y observa a la gente, aunque ésta se comporta como si él no existiera. Y si alguien, por pura casualidad, lo nota, enseguida vuelve la cabeza como si ahí no hubiera nada para ver. Lo cual no le molesta. De lo contrario, le daría pena porque sabe muy bien que su aspecto es como para que uno diga «¡Dios me libre!». Pero entonces, todo cambió. En la primavera de este año. Por casualidad. Encontró a un perrito. El can tenía un collar. Seguramente era de raza. De cualquier forma, era cariñoso. Pequeño y vivaz. Tenía un aspecto noble, un hocico simpático, la cola recortada, el pelambre blanco brillante, a decir verdad, un poco enredado y bastante sucio en las puntas. Al principio esperaba que apareciera una dueña histérica o un amo arrogante. Pero eso no pasó. Si el perrito fue abandonado o perdido ya no importaba: él lo había encontrado o el perrito lo encontró a él. Toda la comida que tenía la dividía en partes iguales. De lo que disponía: la mitad era para el perrito. Además, la primera mitad. El perrito lo miraba con gratitud. Sin embargo, eso no fue todo. También los transeúntes dejaron de alejar su mirada de él. Ya nadie pasaba así nada más. Al menos le tomaban la medida al perrito, algunos aflojaban el paso, otros incluso se paraban… Sucedió también que uno de esos eternos ceñudos, le dijera: —¡Qué bonito es! También se dio que una señora, aunque de apariencia soberbia, le preguntara: —¡Ay, es tan hermoso! ¿Y cómo se llama el perrito? —¡Đorđe Đorđević! —dijo sin pensar su propio nombre y apellido, tal vez porque no se le había ocurrido antes darle al perrito un nombre propio para su especie. —Pero eso es para las personas… —se sorprendió la señora. Sin embargo, el perrito volvió a hacer algo irresistible, movió sus orejas, meneó su cola cortada… La señora sonrió y al pasar junto a «su» banca al día siguiente, preguntó: —¿Cómo estás, Đorđe Đorđević? No, no se dirigió a él, miraba al perro, pero eso le bastó para contestar: —Está bien, ¿y usted? —Bien, muy bien… Ay, ¡qué perrito más educado eres! —contestó admirada. Y así, con el tiempo, empezaron a detenerse ahí los severos empleados del Banco Nacional, los sofocados burócratas de los ministerios, los preocupados oficinistas gubernamentales, los pensativos actores y directores del Teatro Dramático Yugoslavo, los emocionados espectadores de las obras teatrales… Y todos recordaban el nombre del perrito. Todos le hablaban con cariño y se alegraban de volver a verlo. Y él, siempre dispuesto a platicar, contestaba en nombre del perrito. En nombre de Đorđe Đorđević. Sin importar que ellos siguieran sin interesarse por su nombre. •

La gente pasa. Pasan los días. Los mеses. Él está sentado en «su» banca aun cuando llovizna con tenacidad, aun cuando todo se cubre de una película de escarcha y cuando, a causa del sol, el aire hierve y reverbera.

Traducción de Dubravka Suznjević


Contribución a la historia universal de la ignominia Para comprender su visión del mundo, no hace falta ver más allá que la fundación donde Hillary Clinton trabaja, misma que lleva el nombre de su familia. Su misión puede resumirse de la siguiente manera: existe tanta riqueza privada desperdigada por nuestro planeta, que cualquier problema en la tierra puede resolverse convenciendo a los súper ricos de que hagan lo correcto con el cambio que les sobra. Naturalmente, las personas indicadas para convencerlos de hacer estos nobles actos son los Clinton, con la ayuda de un séquito de celebridades de primera. Naomi Klein, «Se nos acaba el tiempo con el cambio climático. Y Hillary Clinton contribuyó a que lleguemos a este punto». Artículo publicado en The Guardian, 8 de abril de 2016.

Si yo fuera una tenista, todas las noches rezaría de rodillas para agradecerle a Dios que Roger Federer y Rafa Nadal hayan nacido, porque ellos han cargado en sus hombros con el deporte. Así ha sido. Raymond Moore, presidente ejecutivo del prestigioso torneo de tenis de Indian Wells, que finalmente debió renunciar a su cargo luego de la furia ocasionada por su declaración.

Nosotras podemos identificar a mujeres que han trascendido a su tiempo y espacio desde diversos ámbitos: a mí me pidieron que hablara de poder, tema difícil, ya que tuve que investigar mucho, pero me encontré que la revista Time puso a la Virgen María como la mujer más influyente de los últimos dos mil años. Liliana Melo de Sada, promotora cultural, durante su intervención en el evento organizado por la revista Quién para festejar la sexta edición de su número especial, titulado «Las 31 mujeres que amamos».

Fue puro cotorreo. Jorge Francisco Pereda Ceballos, uno de los «Porkys» (como se conoce a los hijos de funcionarios del estado de Veracruz) que fue grabado mientras violaba a la adolescente Daphne Fernández, refiriéndose a lo sucedido. Mientras tanto, los otros lo grababan para enviarlo a sus amigos y subirlo a redes sociales y páginas de internet de pornografía.

La meta de prohibir el consumo, posesión, producción y tráfico de drogas ilegales es la base de nuestras legislaciones antidrogas nacionales, pero estas políticas se basan sobre ideas de consumo y dependencia de drogas que no tienen sustento científico (…) La «guerra contra las drogas» global ha causado daños a la salud pública, a los derechos humanos y al desarrollo. Es hora de que repensemos el enfoque de las políticas sobre las drogas, y de que coloquemos la evidencia científica y la salud pública en el centro de la discusión. Dr. Chris Beyrer, miembro de una comisión de la Johns Hopkins Bloomberg School of Public Health, comentando sus hallazgos de un estudio sobre la guerra contra las drogas.

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Muslámenes • Por Daniel Saldaña París

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ay una especie de regocijo en empezar algo, así sea una triste columna. Ésta la titulo «Muslámenes» porque sí, es una palabra que me gusta. Además, «Muslámenes» será una especie de novela por entregas, les advierto. No diré más al respecto. Hace seis meses me mudé del D. F. a la ciudad de Montreal, en el Quebec. No ha sido un tránsito más sencillo que cruzar de indocumentado las aguas del Leteo. Hubo un tiempo remoto en el que me adaptaba a los cambios. Pero las raíces de mi terquedad han crecido hacia lo más profundo de mi alma, y ya no es posible arrancar el árbol de una costumbre tan fácilmente. Desde que vivo aquí paso mucho tiempo solo, sentado en el sillón de mi sala. Desde el sillón leo noticias con un fervor que antes no conocía, como si me importara más el mundo desde que lo experimento menos. Desde ahí también leo los libros que saco de la biblioteca, y que muchas veces no termino porque los finales están sobrevalorados. Pero no se crea que esta columna será toda postración y abulia. También me ocuparé de los entusiasmos. Hace unos cuantos días terminó por fin el largo invierno, que junto al consumo irresponsable de sustancias depresoras del sistema nervioso central y la desnudez total de las paredes de mi casa me llevó a una racha de ánimo más bien lúgubre. Si me asomo por mi ventana hay altas probabilidades de que vea a uno de los judíos jasídicos que habitan mayoritariamente el barrio. La variedad de sombreros con los que se cubren la cabeza me fascina. Unas cuadras más allá, cruzando Avenue du Parc, se extiende el Mile End, un barrio hipster, pero donde los hipsters han

rizado el rizo de su propia ironía y ya sólo son jóvenes en pants, de apariencia perfectamente olvidable. En cuanto se derrite la nieve las terrazas brotan, como flores u hongos, por toda la ciudad. Los niños gritan más, o sus voces no acaban absorbidas por la nieve como hasta hace poco. Todo me recuerda a esos helechos que pueden secarse hasta parecer una bola de hojas muertas pero que de pronto se reactivan y reverdecen al contacto con el agua. También yo, como los ruidos y las terrazas, me desperezo al cabo de meses de encierro y tendencia paranoica —en cuya cúspide llegué a sospechar que un apio estaba «microfoneado»—. Ahora salgo y recupero la ciudad por medio de la bicicleta, que humaniza cualquier trayecto, por más industrial que resulte el entorno —y vaya que hay entornos postindustriales en ciertas zonas de Montreal, con viejas fábricas convertidas en oficinas, galerías o simples ruinas—. Un impulso por ver gente me domina de pronto, cosa que no me había sucedido en un largo rato. Incluso por conocer gente, que es aun más anómalo. En una presentación de un festival literario hace un par de días anuncié que no conocía a nadie en la ciudad y pedí a las amables personas del público que me invitaran un café un día. En vista de eso, en los próximos días habré de reunirme con un señor vietnamita que sonreía mucho, una octogenaria peruana que tiene pinta y actitud de haber sido guapa, y un gringo que parece alcohólico y que me dijo que en vez de café me invitaría una cerveza. •

Acceder al paraíso • Por dD&Ed

Para que no digan que nuestro proyecto es elitista, eludir impuestos con compañías offshore está al alcance de todos.


En el

Erri de Luca

balcón P

orque el quincuagésimo año de una vida tiene el sonido de una campana jubilar, que nos recuerda que lo más largo ya se ha hecho. Porque además coincide con la obliteración del siglo xx, ocurre entonces salir al balcón y que bajo nosotros no haya calle, ni paisaje, sino sólo el recorrido geográfico de nuestra propia vida. Existen balcones súbitamente panorámicos. Desde uno de ellos he vuelto a ver, sorprendido, la línea de mis desplazamientos, el viaje de una grieta sobre el muro. Comienza desde una alta ventana inclinada sobre una callejuela de Montedidio, en Nápoles, y termina en París, en la ventana detrás de la cual me encuentro, en una estancia que pertenece a la familia Gallimard, raíz de las cimas más altas de la producción literaria del siglo xx. Era el huésped de su apartamento. Su casa editorial había comprado una de mis historias, y acababa de publicarla. Miré más allá de los cristales, abajo transcurría el tráfico de mis años. Me vi de niño en la estancia de los libros de mi padre, colmada hasta desbordarse. Ahí dormía, me llenaba de las vidas y de las historias de esos libros que, al pasar las páginas, parecían respirar. Yo también escribiría historias, y las agregaría a la inmensidad de las que ya habían sido escritas, pero no podría hacerlo permaneciendo en esa estancia. El destino que me haría pasar de la lectura a la escritura no sería sencillo; antes tendría que conocer las trampas tendidas lejos de este abrigo de papel. La mano con la pluma tendría que aprender a asir otra clase de instrumento de trabajo y de lucha política, antes de concentrarse en la escritura. Me volví a ver en mitad de la treintena: albañil en una obra, caminaba por esas mismas calles de Saint-Germain-des-Prés, el barrio de las casas editoriales. Caminaba con un libro completamente arrugado en un bolsillo y un cuaderno en el otro, y jamás me habría venido a la mente llamar a alguna de esas puertas. Hoy sé que es inútil hacerlo, son los otros quienes deben llamar. El domingo caminaba por la ciudad, compraba un pollo rostizado, entraba gratis al Louvre, tenía la espalda dura como un tronco, y un rostro que no incitaba a las sonrisas. Los otros días partía a trabajar en las lejanas obras de los extrarradios; París era sólo una ciudad para mis días de descanso. Hablaba poco con mis compañeros de trabajo, ningún italiano, demasiadas nacionalidades mezcladas. Si no hubiésemos tenido que luchar duramente para que nos pagaran nuestros salarios atrasados, no los habría abrazado al irme de ahí, un año más tarde. A los franceses no les molesta escuchar su lengua mal pronunciada por un extranjero. A veces me preguntan de dónde proviene mi vocabulario. Aprendí esta lengua en las obras, durante los trabajos de albañilería, y le di forma leyendo los comentarios de las Santas Escrituras hebraicas, traducidas por una pequeña editorial: hablo un

francés talmúdico. Pensamientos desordenados, rostros de personas perdidas, una desbandada de caricias y de golpes: a veces nos colocamos en balcones abisales. Sé que tales imágenes vienen a nosotros en un lecho de hospital, en una célula de prisión y nunca en lo alto de una cima que hemos escalado. Yo tenía derecho a la comodidad de una ventana, aun sin estar obligado a mirar a través de ella. Mi nombre grabado en el frontispicio de una página clara de caracteres austeros, y en lo alto el título de la colección de Gallimard, du monde entier, «del mundo entero». Ahora me doy cuenta de que ése es el único pasaporte que debo firmar. Soy alguien del mundo entero, alguien que pertenece al tiempo de las colosales migraciones de seres humanos que toda clase de urgencias ha desplazado, también inscritas en el registro civil de esta colección. Alguien «del mundo entero»: tenía que leerlo en la solemne portada de un libro para comprenderlo. Hay cosas sobre uno mismo que ignoramos hasta el día en que nos estrellamos contra los caracteres de un libro. Mi origen napolitano, de sangre mestiza de una ciudad central del Mediterráneo, confirma la nueva nacionalidad de mi pasaporte: del mundo entero. Encaramada sobre mi hombro, la sombra de mi padre, mitad ángel, mitad loro, me sopla silenciosamente su afectuosa batahola. Nunca aprendí a imitarla, porque casi siempre la fuerza de su llamado vuelve a mí. Me hace alejarme del balcón, clausura el viaje. Está conmigo, detrás de los ilustres ventanales franceses en este mes de enero. • Traducción de Ernesto Kavi

Yo también escribiría historias, y las agregaría a la inmensidad de las que ya habían sido escritas, pero no podría hacerlo permaneciendo en esa estancia. El destino que me haría pasar de la lectura a la escritura no sería sencillo; antes tendría que conocer las trampas tendidas lejos de este abrigo de papel.

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El Señor Cerdo

E

l Señor Cerdo es una persona on the move, tanto en un sentido metafórico como real, que no deja pasar ninguna oportunidad para incorporar nuevos lugares y personas a su experiencia de vida en perpetua expansión. Por eso el Señor Cerdo procura incorporar a su portafolio profesional el mayor número de viajes posibles, pues se trata siempre de la ocasión para conocer otros entornos, otra gente, hacer networking y añadir el conjunto a ese curriculum tan singular que es su vida. Recientemente, el Señor Cerdo participó en el 1er Congreso Internacional de Gente Creativa e Innovadora (cigci), que se celebró en un lujoso resort en una islita caribeña cuyo nombre el Señor Cerdo ya no recuerda, en parte porque es un shithole from hell donde más allá de su playa y sus palmeras no hay nada memorable, y también en parte porque el Señor Cerdo se la pasó intoxicado con alcohol y otro tipo de sustancias ilegales desde que llegó hasta que se marchó. Of course que el Señor Cerdo podría fácilmente buscar en sus archivos el nombre del lugar, pero una de las principales enseñanzas del grupo de budismo zen al que pertenece ha sido la de no aferrarse a las cosas para no sentir dolor, por lo que el Señor Cerdo asume que si su mente ha decidido desprenderse del nombre del sitio, es porque en realidad no le representa ninguna utilidad mantener almacenada esa información. Sin embargo, incluso bajo estados alterados de conciencia el Señor Cerdo nunca baja la guardia, por lo que al volver a casa constató que había grabado buena parte de los momentos memorables

del Congreso en su iPhone, de manera que se puso a estudiar las grabaciones para vaciarlas en distintas apps encargadas de calificar sus experiencias, y todas ellas arrojaron calificaciones como Tremendous, Fabulous, Unforgettable o Stupendous, por lo que el Señor Cerdo concluye que debió de habérsela pasado muy bien. Además de la diversión y el desenfreno (el Señor Cerdo pudo constatar a través de sus grabaciones que cada noche terminó durmiendo con una chica de una procedencia étnica diferente, con lo cual su plan de conocerlas todas a lo largo de su vida presentó grandes avances), el Señor Cerdo aprovechó para intercambiar impresiones con gente creativa e innovadora como él, obteniendo muchos contactos para seguir interconectados, intercambiando ideas creativas, consejos y comparando experiencias de vida. Y como ejemplo concreto de los frutos ya cosechados a partir de asistir al primer cigci se encuentra un plan elaborado por algunos de los cabecillas, entre los que naturalmente se encuentra el Señor Cerdo, para patentar la marca y organizar congresos locales en localidades remotas, olvidadas de Dios, para enseñar con hechos, y no solamente con palabras, que la creatividad y la innovación están asociadas con el deseo de superarse, de ser mejores, y de dejar una marca personal en esta vida. Ello porque así como no es culpa de nadie nacer en donde nació, siempre se contará con la posibilidad de seguir el ejemplo de la gente como el Señor Cerdo, para poder pasar a formar parte de la nueva cofradía creativa e innovadora, para la cual no hay más límite que el que determinen sus propios sueños. •

Instrucciones a los patrones • Por Johnny Raudo

C

omo patrón de avanzada debes de conocer la máxima que establece que toda crisis en realidad entraña una oportunidad inmejorable, pues mientras los ingenuos se encuentran distraídos con su infortunio, podrás aprovechar para maniobrar a tu conveniencia sin que nadie lo note. Por eso, los patrones que no hayan salido desfavorecidos con el reciente escándalo al que la prensa amarillista ha llamado los Panama Papers se encuentran frente a una oportunidad única para engrasar otro poco la maquinaria de defensa que debe estar siempre en guardia contra ese enemigo silencioso que son los empleados de toda empresa. La razón es muy sencilla: mientras las buenas conciencias y su eterna hipocresía ponen el grito en el cielo ante la gran ingeniería fiscal y financiera que desplegaron todos aquellos que triangulaban su dinero en compañías off shore para pagar los menores impuestos posibles, los patrones más arrojados verán una oportunidad para explorar posibilidades similares, pero ya no en asuntos fiscales, sino netamente laborales. El ejemplo más afortunado son todas aquellas empresas que establecen sus call centers de atención al público en lugares como Colombia o la India, que si bien enloquecen a los habitantes de países civilizados por el acento con el que responden a sus exigencias, les permite pagar los salarios en la correspondiente moneda local, así como evitar cualquier amenaza de sindicato o cualquiera de esas malévolas formas de organización a las que luego

son propensos los empleados, cuando por desgracia los patrones deben convivir con ellos en el mismo sitio de trabajo. Con un poco de creatividad, encontrarás como patrón que las posibilidades para realizar triangulaciones con tu mano de obra pueden ser ilimitadas. Si por ejemplo fueras un patrón de una empresa televisora, en lugar de contratar locutores fresas y pedantes para que digan al aire la primera tontería que se les ocurre y después festejárselas entre sí, podrías buscar un equivalente local en cada uno de los sitios donde haya partidos a los que estés enviando a tu propio personal, y además de ahorrarte múltiples costos podrás enarbolar la bandera de la responsabilidad social y la diversidad. Si en cambio fueras un patrón inmerso en un giro como las pruebas de medicamentos antes de que las farmacéuticas los lancen al mercado, puedes por Facebook contactar muy fácilmente a ninis de diversas partes del mundo, que gustosos probarán cualquier pastilla que les mandes, principalmente si les logras hacer creer veladamente que se pondrán hasta las chanclas. Como puedes ver, en un mundo globalizado, donde las corporaciones son los nuevos señores feudales que marcan las reglas a su antojo al interior de sus dominios, con un poco de imaginación conseguirás soportar las penurias hasta el anhelado día en que la ciencia por fin invente robots capaces de cualquier tarea, para cumplir el sueño milenario de cualquier patrón, consistente en poder prescindir de una vez por todas de ese fastidio que son sus empleados. •

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Eduardo Rabasa

La amistad

como subversión E

s casi un axioma universal, comprobable con leer algún periódico de cualquier parte del mundo, el día que sea, que vivimos una época de crisis turbulenta. Los paradigmas que estructuraron sociedades durante el periodo de la posguerra se han ido derrumbando uno a uno, reemplazados en la mayoría de los casos por variantes del paradigma individual, egoísta, donde el único principio que debe estructurar el orden sociopolítico, tributario, financiero —e incluso cada vez más también los códigos éticos y morales— es el derecho de cada individuo de buscar para sí mismo el mayor beneficio posible. De este modo el neoliberalismo, la ideología a partir de la cual hemos vivido en los últimos 30 ó 40 años una violenta ofensiva por parte de las élites planetarias, que hoy concentran en unos cuantos súper ricos un porcentaje de la riqueza mundial jamás visto antes (según datos de Oxfam, las 62 personas más ricas del mundo poseen una riqueza equivalente a la de la mitad de la población mundial, es decir, 3500 millones de personas), se ha convertido en una filosofía de vida, que produce una realidad empobrecida, donde los seres humanos son, literalmente, reducidos a mercancías que deben buscar venderse lo más caro posible, para intentar formar parte de los afortunados con un derecho ilimitado al lujo y a la opulencia. Como consecuencia natural, el descontento frente a las tensiones producidas por las desigualdades, por la percepción generalizada de que los gobiernos nacionales han claudicado frente a las demandas de la especulación financiera, por la creciente precariedad de la clase trabajadora (que con el debilitamiento de los sindicatos ha perdido buena parte de las conquistas ganadas a través de largas luchas), dicho descontento ha dado pie a movimientos iracundos, fundamentados desde las más diversas posturas ideológicas. En el extremo más perverso encontramos gente como Donald Trump o el Frente Nacional en Francia, así como el auge de partidos neonazis en Suecia, Alemania y Grecia. En el otro extremo encontramos los movimientos de indignados, Occupy Wall Street, el anarquismo digital; y en algún difuso lugar situado en el medio se encuentra el yihadismo radical, o incluso el fenómeno de los ciudadanos que abren fuego indiscriminadamente para dar cauce a una rabia profunda. El elemento común a todos ellos, incluso en los casos más execrables, es una noción de que el orden actual se aproxima a su límite, pues incluso desde el punto de vista ecológico avanza a marchas forzadas hacia ser insostenible, y de ahí que existan tantas expresiones de furia frente a una realidad que ha rebasado nuestras más profundas pesadillas. Entre las voces de descontento, a nivel teórico, quizá pocas exhiban la lucidez y la mordacidad de los escritos del Comité Invisible, ese misterioso grupo que irrumpió en la escena en 2007 con el manifiesto La insurrección que viene, y que ahora ha escrito un texto

crudo, brutal, y al mismo tiempo conmovedor, titulado de manera hermosa, A nuestros amigos. Para quien quiera entender a cabalidad los dispositivos contemporáneos de poder, a partir de los cuales se produce la realidad tan convulsa a la que asistimos, con toda probabilidad encontrará ahí un texto fundacional. El punto de partida es que la crisis actual no es una cuestión pasajera, sino una «técnica de gobierno». Así, el Comité Invisible afirma que: «No vivimos una crisis del capitalismo sino, al contrario, el triunfo del capitalismo de crisis». Esta afirmación encuentra su anclaje teórico en una frase lapidaria de uno de los profetas fundadores del neoliberalismo, Milton Friedman: «Si quieres imponer un cambio, desata una crisis». Es entonces a partir de este estado de emergencia perpetua que se justifican los programas de austeridad, con los recortes que siempre aprietan otro poco la soga al cuello de los que menos tienen, los aparatos de vigilancia, la militarización de sociedades como la mexicana, y demás medidas de choque que aparecen siempre como necesarias para gestionar la crisis que el propio sistema genera de manera endémica. Quizá nadie lo haya capturado como un grafitti aparecido en Atenas, cuya foto aparece al comienzo de un capítulo de A nuestros amigos: «Merry crisis and happy new fear». En el nuevo ordenamiento de poder, las naciones, e incluso el concepto de lo local en sí, han experimentado un serio declive en cuanto a su ámbito de acción y de influencia, arrasados por organismos y prácticas supranacionales, ante los cuales casi cualquier gobierno es impotente para intentar frenar ataques especulativos contra sus monedas, cierres masivos de fábricas, u otras operaciones que de un plumazo arrojan a miles de personas a una situación de precariedad. Las decisiones son tomadas por una especie de élite creativa, New Age, que guarda mayor parecido entre sí a pesar de vivir a miles de kilómetros de distancia, que con los estratos desfavorecidos de su lugar de origen:

El punto de partida es que la crisis actual no es una cuestión pasajera, sino una «técnica de gobierno». Así, el Comité Invisible afirma que: «No vivimos una crisis del capitalismo sino, al contrario, el triunfo del capitalismo de crisis».

Estos últimos treinta años, la reestructuración del capital ha tomado la forma de una nueva ordenación espacial del mundo. Lo que está en juego es la creación de clusters, de «centros de innovación», que ofrezcan a los «individuos dotados de un fuerte capital social» —para el resto, desgraciadamente, la vida será un poco más difícil— las condiciones óptimas para crear, innovar, emprender y, sobre todo, para hacerlo juntos. (p. 190)

Este dominio de lo supranacional no descansa en una red de poderosos que conspiran para mantenernos oprimidos, sino en la omnipresencia de los mismos dispositivos en prácticamente todas las sociedades, al menos las occidentales: los organismos financieros

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multinacionales, las políticas de austeridad y, principalmente, la ética laboral y social según la cual cada quien debe buscar ante todo su propio beneficio, sin importar a quién haya que pisar en el camino. De esa manera, cada ciudadano que hace suya esa ética lleva en sí al menos una fracción de las prácticas de los potentados, a los que a menudo conscientemente se rechaza, e incluso se detesta. El alcance de los nuevos paradigmas es tan amplio que han transformado de raíz la propia concepción de nosotros mismos, del Yo, que tenemos quienes habitamos en las sociedades contemporáneas. A través de la cibernética, de los algoritmos, de las redes sociales y de los dispositivos móviles, aspiramos a convertirnos en sujetos que maximicen a cada instante esa carrera en pos del éxito y la fama a la que anteriormente llamábamos existencia («¡Vivir es increíble!»). La subjetividad inherente a la experiencia humana aspira a ser sustituida por la acumulación de vivencias, de preferencia recomendadas por listas de best-sellers o sitios web que contabilizan los ratings otorgados por los usuarios, para tener la plena conciencia de que nuestra vida es por lo menos tan intensa tan rica tan única tan especial como la del vecino de al lado, pues la envidia que nos genera la mera idea de que la suya pudiera ser más disfrutable, es suficiente para arrojarnos hacia una competencia frenética donde, literalmente, nunca nada es suficiente. Con un poco de suerte, según la concepción del Yo contemporáneo dibujada por el Comité Invisible, dejaremos atrás nuestras odiosas imperfecciones:

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El sujeto occidental racional, consciente de sus intereses, que aspira al dominio del mundo y es de este modo gobernable, deja lugar a la concepción cibernética de un ser sin interioridad, de un selfless self, de un Yo sin Yo, emergente, climático, constituido por su exterioridad, por sus relaciones. Un ser que, armado con su Apple Watch, consigue aprehenderse íntegramente a partir del exterior, a partir de las estadísticas que cada una de sus conductas engendra. Un Quantified Self que bien querría controlar, medir y optimizar desesperadamente cada uno de sus gestos, cada uno de sus afectos. (p. 120)

Pero no todo está perdido, pues frente a las tiranías totalitarias del pasado, las técnicas actuales de ejercicio del poder tienen un carácter voluntario, buena onda, que le confiere a la pérdida de toda privacidad e interioridad frente al irresistible encanto de Google, Facebook y similares, una placentera culpa derivada de saber que somos artífices de nuestro propio desencanto.* *** El principal problema al que se enfrentan la inmensa mayoría —quizá todas— de las voces disidentes actuales, es pasar del diagnóstico desolador a la creación de alternativas. En ese sentido, A nuestros amigos no es la excepción, y su disección de la amplitud de los mecanismos de producción de realidad actuales es ampliamente superior, tanto en espacio como en profundidad, a la idea de la comuna como espacio de subversión que en última instancia constituirá una alternativa viable frente al actual desastre. Sin embargo, es un gran punto de partida al menos desactivar algunas de las pretendidas verdades irrefutables sobre las que descansa la ideología de nuestros tiempos, pues es cierto que la historia ha mostrado que a menudo es necesaria la maduración de ciertas ideas que reemplacen a las que hasta ese entonces se consideraban como dogmas incuestionables, para que posteriormente los regímenes concretos se modifiquen con una facilidad que incluso resulta asombrosa. En mi opinión, uno de los vislumbres esenciales del Comité Invisible es la absoluta falsedad de la idea de que el egoísmo es una condición consustancial al ser humano, y que por lo tanto debería ser (como en la actualidad) la piedra angular de cualquier organización sociopolítica. El famoso grito de guerra de «Greed is good»,

A nuestros amigos Comité invisible Traducción de Vicente E. Barbarroja, León A. Barrera y Ricardo I. Fiori Pepitas de calabaza • 2015 • 264 páginas

expresado por Gordon Gekko en Wall Street, aparecería entonces más como un síntoma inmejorable de la demencia que ha producido las actuales desigualdades, que como un axioma sobre el que haya que fundar un sistema de creencias. Pues como se recuerda en A nuestros amigos, en una cita del sociólogo Marshall Sahlins: Para la mayor parte de la humanidad, el egoísmo que nosotros conocemos bien, no es natural en el sentido normativo del término: es considerado como una forma de locura o de hechizo, como un motivo de ostracismo, de condena a muerte, o como mínimo es la señal de un mal que hay que curar. La avaricia expresa menos una naturaleza humana presocial que una falta de humanidad. (p. 83)

En ese sentido, los sencillos actos de amistad, de cooperación, de solidaridad, en suma, cualquier comportamiento sistemático que se mueva en una escala distinta de la utilidad personal (lo que Weber llamó «racionalidad instrumental»), es ya en sí un micro acto antisistema, al menos como pequeña expresión de la posibilidad de una ética distinta que pudiera, con el tiempo, producir también una realidad distinta. Y es que la monumental paradoja del saldo que ha arrojado el neoliberalismo como sistema hegemónico es que incluso quienes se han visto inmensamente enriquecidos por sus premisas viven mayoritariamente recluidos, atemorizados, empastillados, en un estado de ansiedad perpetua, incapaces de distinguir, si acaso las tuvieran, relaciones que no se fundamenten en el interés, incluso en su círculo más cercano de allegados. La violencia indiscriminada producida por las tensiones implica que, en sentido estricto, nadie se salva de estar en el espacio público equivocado en el momento equivocado. Y sobre todo, absolutamente nadie se escapa de la miseria moral, de una sensación de que la vida que podría ser nos ha sido hurtada y reemplazada por una versión empobrecida en todos los sentidos. Quizá una de las preguntas que terminen por definir a nuestra época sea la formulada al final por Johnny Rotten, en lo que sería el último concierto de los Sex Pistols: Don’t you feel like you’re being cheated? •

* «¿Es necesario recordar que cuando Google tuvo que enfrentarse al escándalo de su participación en el programa de espionaje Prism, se vio obligado a invitar a Henry Kissinger para explicar a sus asalariados que hacerlo era necesario, que nuestra “seguridad” valía ese precio? Resulta bastante gracioso imaginar al hombre de todos los golpes de Estado fascistas de los años setenta en América del Sur disertando sobre la democracia ante los empleados, tan cool, tan “inocentes”, tan “apolíticos”, de la sede de Google en el Silicon Valley». (p. 69)


Psycho Killer • Por Carlos Velázquez Los godínez del rock Confirmado, echaron a Brian Johnson de ac/dc. Para siempre. Los rumores de que Axl Rose sería contratado por la familia Young se confirmaron la noche del 16 de abril, cuando Angus Young subió como invitado en la presentación de Guns N’ Roses en Coachella. Para interpretar, oh sorpresa, dos canciones de ac/dc. Matando dos pájaros de un tiro. Axl para demostrar el desprecio que profesa por Slash. Y Angus para ponerle el último clavo al ataúd de Brian. Las canciones que sonaron fueron «Whole Lotta Rosie» y «Riff Raff», ambas de Bon Scott. Uno de los ultrajes más significativos del mundo del rock se lo propinaron a Bill Ward, a quien corrieron de Black Sabbath, o se fue, porque no podía cobrar lo mismo que los otros miembros. Da igual. Lo trataron como Godínez. Y la gira de despedida la realizarán con Tommy Clufetos. No toca mal. Pero suenan a una banda de covers de Black Sabbath. La historia del rock está repleta de asalariados. Pink Floyd despidió a Richard Wright, Stone Temple Pilots a Scott Weiland, Placebo a Steve Hewitt, y podríamos sumar un largo etcétera con el que seguro llenaríamos toda la revista. Los miembros de Led Zeppelin recapacitaron hace algunos meses y por fin aceptaron hacer una gira con Jason Bonam en la batería. Pero durante un tiempo le pintaron güevos a John Paul Jones, y Plant y Page grabaron solos el álbum No Quarter. Los Ramones corrieron a Marky Ramone. Y ahora, en venganza, como es el único vivo

La foca albina de la literatura rosa

que queda, hace giras tocando todo el repertorio Ramone. Pocos aprenden la lección de Led Zep. Ya les cayó el veinte de que no son los Rolling Stones y lo único que van a poder tocar hasta los noventa son los neumáticos de sus sillas de ruedas. Entonces mejor juntar para el geriátrico. Los que sí captaron fueron Mötley Crüe, que tras haberle dado gas a Vince Neil lo re-reclutaron para una gira de despedida. Como una medida desesperada para vender boletos firmaron un contrato asegurando que no se volverían a presentar. Juntos, pero nada garantiza que vuelvan a mandar a Vince a Godínezlandia y reemprendan una gira para recaudar fondos para sus múltiples enfermedades. Mick Mars ya no necesita de la medicina convencional. Está urgido de su doctor Frankenstein particular. Pero lo que ignora es que ni siquiera Tim Burton en una película lo podría ensamblar. Ninguna banda ha aprendido la lección de The Who. Se tardaron décadas en reunirse. Cuando por fin le bajaron de güevos, contrataron de eventual al hijo de Ringo Starr en la bataca. Un día antes de arrancar la gira se murió The Ox de un pasón. Murió en Las Vegas como Nicholas Cage en su papel de Ben. A poco no creen que Stone Temple Pilots lamenta la muerte de Weiland. La banda era él. Pero como buen desempleado unió fuerzas con otro Slash (también en la banca) y ambos se institucionalizaron en Velvet Revolver, sin duda de las mejores bandas de Godínez hasta la fecha.

La carrera por la supremacía entre bandas se acabó hace tiempo. Ya no compiten unas con otras. Ahora se remiendan unas con otras para ver cuáles consiguen emular a los Stones. Pero no, putitos. Como los Stones nadie. Son su padre. Y se inventan cantidad de proyectos para salir del desempleo. Bonamassa, Glenn Hughes, Jason Bonham y Derek Sherinian hicieron Black Country Communion; Sammy Hagar, Michael Anthony, Joe Satriani y Chad Smith fundaron Chicken Foot, etcétera. Pero lo de Axl y ac/dc rompe todos los esquemas del godinato. Si ya se deshicieron de Johnson no faltará mucho para que le corten la cabeza también a Slash. Bajo la lógica del sándwich, de que si no te gusta en conjunto puede gustarte el pan o el jamón, Axl y Angus han resuelto la mercadotecnia de los festivales. Girarán por el mundo siendo un festival en sí mismos. Con una primera hora para el repertorio de Guns y la segunda para ac/dc. O podrán ahorrarse dos setlists. Así como el Tomaco, el invento en los Simpsons que mezclaba el tomate con el tabaco, pueden crear un híbrido de canciones. Tocar «Welcome to Highway to Hell», «Back in Paradise City» o «You Shook me all Night Sweet Child O’Mine». Quizá la audiencia ni lo note. El oído metalero jamás se ha distinguido por su exquisitez. Mientras Slash y Johnson riegan el pasto en sus mansiones. A menos que alguno de ellos sea fichado pero ya, uno como vocalista de Van Halen, y el otro como guitarrista de Pantera. Lo de las bandas hechizas comenzó hace décadas. Pero los primeros que fueron notorios fueron los Stones con su Rock & Roll Circus. La etapa más prolífica se dio con el grunge. Temple of the Dog, Mad Season, etc. Pero en el futuro la modalidad ha vuelto. Atoms for Peace, por ejemplo. Lo que demuestra que en el mundo de rock existen muy pocos patrones. Detrás del glamur y el estilo de vida y la fama se esconden muchos Godínez que, como usted amigo que se levanta todos los días a las cinco de la mañana para enfrentarse al tráfico y llegar a tiempo a la oficina, no son dueños de sí mismos. Nadie, ni siquiera las estrellas de rock, se salva del godinato. Eso incluye a los editores de este pasquín, a sus redactores, y ni se diga el diseñador. •

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El buzón de la prima Ignacia Estimada Ignacia, Te escribo profundamente indignado por lo siguiente, a ver si tú le puedes dar seguimiento a mi queja con los directores de la publicación. Pero antes, un pequeño paréntesis: yo sigo Reporte SP desde sus inicios y se me hace bien padre. Muchas veces me ha hecho pensar muchísimo, otras reír, otras llorar, y aunque a veces la verdad es que no le entiendo nada, de todos modos siento que como que siempre me acaba dejando algo de aprendizaje. Por eso yo pensaba igual que sus editores: que eres una loquita adicta a los antidepresivos y cada número lo abría con la esperanza de que ahora sí ya te hubieran corrido. Pero lo que hicieron el número pasado no tiene nombre. Estoy que echo chispas por la columna de Carlos Velázquez, titulada «Treinta razones para no ir a Guns N’ Roses». O sea, en buena onda prima, no se vale, ¿qué le hicimos los fans de Guns para que nos odie tanto? Primero dijo que si Axl era como Bono, que si se habían convertido en Bon Jovi, que si eran como los nefastos hermanitos Gallagher. Pero yo la verdad soy bien democrático y creo en la pluralidad de opiniones. Pero en lo que sí no es en el insulto, eso sí que ya no se me hace constructivo. Entonces, cuando dijo que Axl era la «Foca albina» Rose, ahí sí ya se me hizo como que se pasó de la raya, porque además no se vale meterse con la apariencia de nadie. Y pues ya si a esas vamos, tampoco es que él en su foto se vea muy esbelto, ¿o no? Por favor dile a tus superiores, prima, que si vuelve a publicar alguna majadería como esa, perderán a un fiel lector. Atentamente, Patricio Trejo

O sea Pato, en buena onda, sólo te quiero preguntar algo: ¿qué tu mami no te enseñó cómo tratar a una dama de mi alcurnia? Y una cosa te digo con todititita la claridad y el tesón del mundo: una madre divorciada como yo, que ha luchado por sus propios méritos para salir adelante, tiene todo el derecho de darse sus ayudaditas con compañeros como el Rivotril. Así que no es que sólo yo lo necesite, es que ¡él también me necesita a mí! Somos un equipo, y a mucha honra, y ningún peladito como tú nos va a venir a cuestionar. ¡He dicho! Ora sí, a lo que nos truje. Mira, yo conozco muy bien, pero muuuuuuuuuy bien, al Carlitos Velázquez, y te puedo decir que es de esos a los que les gusta hacerse los malos por fuera, pero por dentro en realidad es bien tierno. No te puedo dar muchos detalles aquí, pero nada más imagínate que le gusta disfrazarse de Hello Kitty. Tienes razón en que de que no es esbelto, no es esbelto, pero pues es que también a Torreón creo que no ha llegado una lechuga desde los tiempos del arca de Noé, así que también, entiéndelo por favor, mi vida. Es más, te digo de buena fuente que, como dijo hace poco el Donald Trump, believe me, there is nothing to worry about down there. Y pus ya poniendo las cosas en la balanza, como que la sobredosis de carne también los vuelve bien salvajotes, entonces, Patita, a lo mejor te hace falta pasar una temporadita en Torreón para que no seas tan delicadita. Y ya lo de sus cosas esas de los Guns Jovi y Bono y no sé qué, a mí la verdad sí que no me metas en tus rollos y en tus complejos. Mejor escríbele directo al Carlitos y se la puedes refrescar ahí en su columna (Ay, ya ven editorsuchos tontos cómo soy la reina del product placement: ya les estoy diciendo a nuestros lectorcitos que ya tenemos página de internet, y que se pueden meter a www.reportesp.mx para rayárselas a todos los colaboradores y, sobre todo, ¡para decirme en directo que soy la única pluma valiosa de este panfletillo!). Nomás para culminar, lo que sí te digo es que estuve viendo en YouTube unos videos de la tal Foca Rose, y la verdad se me puso chinita la piel de imaginarme a Carlitos Velázquez llegando a mi casa como todo un sultán, en uno de esos tronos como en el que está cantando ahorita la Foca. Así le aguanto hasta que me cante sus norteñas y todo lo que él quiera. Are you ready, honey baby?

Estudié Economía en el itam, Finanzas en Harvard y Karma en la Universidad Tibetana, pero el verdadero aprendizaje lo obtengo en esa loca maravilla llamada vida. Si quieres que lo comparta contigo, no lo pienses más y consúltame en el siguiente correo electrónico: ignacia@sextopiso.com (PD: No hay censura pero por favor sean recatados y no me vayan a andar preguntando puras pendejadas).

27 Sra. Ignacia: Seré breve. Soy un ex funcionario del gobierno federal. No soy tan tonto como para revelar mi identidad, pero hasta hace no mucho desempeñé un cargo importante. Salió mi nombre en los Panama Papers. Usted que todo lo sabe. ¿Cómo hago para evitar que el escándalo me salpique? Gracias.

Señor ex funcionario anónimo: Híjoles, yo creo que de todo el más de año y medio que llevo colaborando en esta revistucha de quinta, esta es la pregunta más fácil que me han hecho. O sea, nada más le digo que puse a mis fuentes a husmear por ahí para ver si no me estaban poniendo una trampa o si alguna prima mía me estaba vacilando o algo, pero me dicen que no, que al parecer es una pregunta de a deveras. Ora sí que ni hablar. Los caminos del Señor sí que son misteriosos. O sea, don ex funcionario anónimo, helloooooooooo, ¿o qué?, ¿acaso pasa la mayor parte del año en sus propiedades de Miami o de Houston o de McAllen o de todos esos lugares donde ustedes se compran sus casotas con sus suelditos de funcionario? Se lo pregunto porque parece que no se ha dado cuenta de dónde vive. Señor don funcionario, I have some news for you: ¡vivimos en Méxicoooooo! ¿Cómo va a pensar que tiene algo de qué preocuparse? ¿Qué no ha visto los otros escándalos que se solucionan poniendo a un amigo a que haga una investigación y luego diga con cara de velorio que después de un exhaustivo análisis, no encontró nada de nada? Hágame caso y no se preocupe. Mire, usted siga gozando de sus ahorros tan chiquititos que con tanto esfuerzo seguro logró ganar en su etapa de funcionario público. Va a ver que dentro de poco lo invitan otra vez a las comidas del jefe Diego y toda la cosa, y ahí puede hacer chistes mafufos en el video que alguien seguro les va a volver a tomar, para que nos muestren que una cosa que ustedes sí tienen bien admirable es que, quién sabe cómo, pero se las arreglan para tener la conciencia tranquila. Don’t worry, be happyyyyyyyyyy. •

Hazle una pregunta a la prima Ignacia. Si tienes la suerte de que en su infinita sabiduría la seleccione como la mejor del mes, recibirás gratis en tu domicilio el libro de tu preferencia de Sexto Piso.


Esta temporada Reporte SP te recomienda Adiós en azul

Idea de la ceniza

John D. McDonald • Libros del Asteroide

María Virginia Jaua • Periférica

«Para los arqueólogos de dentro de mil años, las obras de John D. MacDonald serán un tesoro a la altura de la tumba de Tutankamón».

«Idea de la ceniza es un libro de duelo sin dolor, o con poco dolor, al menos no el dolor reconcentrado y omnipresente de otros libros que tratan la muerte de la persona amada. Jaua prefiere reconstruir la vivencia del amor, y lo hace a partir de los correos electrónicos que los amantes, separados por miles de kilómetros, se cruzan».

Kurt Vonnegut

Babelia

Alicia en el país de las maravillas + A través del espejo y lo que Alicia encontró allí

La locura del solucionismo tecnológico

Lewis Carroll y Peter Kuper • Sexto Piso

Con el argumento de que necesitamos con suma urgencia una manera nueva de debatir las consecuencias morales de las tecnologías digitales, La locura del solucionismo tecnológico nos advierte sobre las trampas y los peligros de la fantasía, no tan lejana, de un mundo de eficiencia sin fisuras.

Andrés y Teresa Barba ofrecen en esta nueva edición doble una traducción renovada, fresca y en sintonía con nuestra época. Las magníficas ilustraciones de Peter Kuper reflejan su particular concepción visual del relato y sumergen también a los lectores en el maravilloso mundo de Alicia.

Eveny Morozov • Katz

En el silencio de la cultura

Pedro Melenas y compañía

Carmen Pardo • Sexto Piso

Heinrich Hoffmann / VV. AA • Impedimenta

«A la hora de hablar del complejo mundo de la acústica y su relación con músicos, pensadores, sociedades y poder, se encuentran muy pocos nombres que puedan sintetizar profundos conocimientos, simpleza expresiva (no simplismo) y en español. Es el caso de Carmen Pardo».

«Este es un libro para niños y para grandes que aún se acuerdan de cómo era ser niño. Las historias que en él se cuentan se mueven en ese espacio donde los críos se sienten como pez en el agua, sin agobios morales ni pedagógicos, tan sólo pendientes de sus emociones: la risa, el miedo, el suspense».

Fabián Racc

Babelia

Fuego eterno. La historia de Jerry Lee Lewis

Su pasatiempo favorito

Nick Tosches • Contra ediciones

«Es grandioso, es genial y es Gaddis… ¿Qué más hace falta decir?».

«La extravagante y evocadora biografía que firma Nick Tosches está magníficamente narrada y confiere sentido al más salvaje y desquiciado superviviente de la historia del rock and roll. Ya no los hacen así. Y quizá por esta misma razón ya no los escriben así. Un libro brutal».

William Gaddis • Sexto Piso

Steven Moore

Sean O’Hagan, The Observer

Future Days. El krautrock y la construcción de la Alemania moderna

Volar

David Stubbs • Caja Negra editora

«[…] Thoreau iba en busca de la naturaleza para alcanzar un estado más elevado de cultura. […] Lo que Thoreau dejó tras de sí sigue siendo algo precioso».

«Future Days no sólo captura la esencia del krautrock, sino que la desencadena. Con su prosa desinhibida y poderosas imágenes, Stubbs logra describir todos los aspectos de esta música que trasciende el tiempo y el espacio». Simon Reynolds

Henry David Thoreau • Pepitas de calabaza

Lewis Mumford


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