Reportesextopiso Publicaciรณn mensual gratuita โ ข Mayo de 2017
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Índice Muslámenes | 25 La guerra interminable y la cura incurable | 4 Rodrigo Fresán
Espacio negativo | 8
Daniel Saldaña París
Cleptocracia | 25 donDani
Abraham Cruzvillegas
El Señor Cerdo | 27
Odunacam | 9
Instrucciones a los patrones | 27
Liniers
Johnny Raudo
Epitafio | 10
Mi estancia en el Internado Internacional para el Cultivo de la Excelencia | 28
Forrest Gander
Todos nosotros estamos en peligro | 11 Furio Colombo
Contribución a la historia universal de la ignominia | 15 Apuntes sobre la supresión general de los partidos políticos | 16
Etgar Keret
Psycho Killer | 31 Carlos Velázquez
Sexto Piso Times | 33 El buzón de la prima Ignacia | 35
Simone Weil Portada de este número: Sergio por José Hernández
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Reporte Sexto Piso, Año 5, Número 33, Mayo de 2017, es una publicación mensual editada por Editorial Sexto Piso, S. A. de C. V., París #35-A, Colonia Del Carmen, Coyoacán, C. P. 04100, Ciudad de México, Tel. 5689 6381, www.reportesp.mx, informes@sextopiso.com. Editor responsable: Eduardo Rabasa. Equipo editorial: Rebeca Martínez, Diego Rabasa, Felipe Rosete, Ernesto Kavi. Diseño y formación: donDani. Reservas de Derechos al Uso Exclusivo No. 04-2016-042114221500-102. Licitud de Título y Contenido No. 16768, otorgado por la Comisión Calificadora de Publicaciones y Revistas Ilustradas de la Secretaría de Gobernación. Impresa en Editorial Impresora Apolo, S. A. de C. V., Centeno 162, Colonia Granjas Esmeralda, Iztapalapa, C. P.09810, Ciudad de México. Este número se terminó de imprimir en febrero de 2017 con un tiraje de 3,000 ejemplares. Las opiniones expresadas por los autores no necesariamente reflejan la postura del editor de la publicación. Queda estrictamente prohibida la reproducción total o parcial de los contenidos e imágenes de la publicación sin previa autorización del Instituto Nacional del Derecho de Autor.
Recomendación de los editores
Rodrigo Fresán
La guerra interminable y la cura incurable uno
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n algún lugar, en algún pliegue del espacio-tiempo (como si se tratase de ese Imperio Romano que Philip K. Dick consideraba, en incontestables mayúsculas, como nunca terminado),1 la guerra de Vietnam continúa y sigue y sigue. Allí va y aquí viene. Con la automática y energética marcha del conejito de Duracell vestido con uniforme de estampado camuflaje. Al ataque y en retirada sólo para contraatacar. Vietnam —más allá de que la lápida que le talla Wikipedia proponga sus fechas de estallido y cese como 1 de noviembre de 1955 y 30 de abril de 1975— es la guerra que no cesa, la guerra interminable, la guerra que no da tregua ni descansa en paz. Una guerra en la que todo lo sólido se desvanece en el aire. Una guerra fuera de ley o, mejor dicho, una guerra regida por la Ley de Murphy donde todo sale perfectamente mal. Y allá fueron y aquí vienen todos esos espías y guerrilleros y veteranos, todos esos ingleses de Graham Greene y esos franceses de plantación a arrancar de raíz, todos esos helicópteros cabalgando con Wagner y despegando de azoteas de edificios y siendo arrojados al mar desde cubiertas de portaviones, todo ese sexo y drogas y rock’n’roll y «Charlie don’t surf», todo ese jfk y todo ese Tricky Dicky, todo ese victorioso olor a napalm de película y todo ese sabor a tóxico agente naranja, y todo el apocalipsis ahora y entonces y siempre y el horror, el horror. Y, por supuesto, todas esas grandes novelas a las que ahora se suma —segura de que no será la última, pero con la firme voluntad de volverse inevitable a partir de su publicación—Histopía de David Means.
dos En lo que hace a la literatura, en realidad Vietnam como tema/atmósfera empieza ya con dos clásicos de la novelística de la Segunda Guerra Mundial. Ambos con números en sus títulos: Trampa 22 de Joseph Heller y Matadero cinco (y su contracara siamesa Madre Noche) de Kurt Vonnegut.2 En una y otra —en los cielos de Italia o en los sótanos de Alemania, arrojando bombas o atravesando los límites del espacio-tiempo— Heller y Vonnegut inauguran con sus antihéroes alucinados la figura del anticipado «Crazy Vietnam Veteran» consciente de que la guerra no sólo es una locura, sino que está orquestada por locos.
Y en una y otra novela la oscura iluminación de que es imposible escapar a la guerra, que la guerra no deja de dar guerra, que la guerra te sigue y te seguirá siempre aunque vuelvas a casa y creas que ya estás seguro. Todos los que allí van y de allí vuelven son como Alicias en el País de las Pesadillas: caen por túneles y atraviesan espejos y pronto —tanto firmes como en descanso— no saben cuál es la salida y dónde está la llegada. «Saigon… shit, I’m still only in Saigon. Everytime, I think I’m gonna wake up back in the jungle» es lo primero que oímos —luego de un rumor de helicópteros y un estallido de napalm—, en una película magistral llamada Apocalypse Now (1979) y, según reciente anuncio, lista para mutar a video-game con la bendición y coautoría de Francis Ford Coppola. Y nos lo dice una voz en off —seguimos en Saigón, la jungla continúa creciendo al otro lado de los párpados cerrados— que es la voz de quien escribió esas palabras para el film de Francis Ford Coppola: la voz del periodista de guerra Michael Herr, autor de Despachos de guerra, seguramente el mejor libro sobre la guerra de Vietnam, incuestionable obra maestra del llamado New Journalism, y que concluye con un sentencioso e incontestable «Vietnam Vietnam Vietnam, we’ve all been there». Sí, todos estuvimos y seguimos estando allí. En la jungla.
tres Así, Vietnam como droga y adicción y estado de mente y estado demente. Vietnam como algo que una vez que se prueba es difícil que vayas a poder desengancharte, porque en Vietnam los héroes se hacen adictos a la heroína y los espectadores de la guerra transmitida en vivo y en muerto y en directo y sinuosamente en los noticiarios nocturnos no pueden sino volverse adictos a la «historia oficial» para no enloquecer ante la idea de una potencia —la de su país— súbitamente impotente. Así, también, buena parte de las ficciones de Vietnam pasan por la idea de la mente fracturada y de la visión fractalizada por el estrés
postraumático. No importa el bando o la bandera. Nada se pierde, todo se transforma, por más que en Vietnam todo se pierde y nada se transforma. Y, a partir de Vietnam, toda guerra es y sigue siendo Vietnam; porque Vietnam inauguró una idea hasta entonces inédita (aunque ya bosquejada en esa especie de paréntesis fantasma/ensayo general que fue Corea, supurando y cosiendo y amputando con el humor negrísimo de M*A*S*H) y que es la de idea del nadie gana y nunca está del todo claro dónde empieza el frente o termina la retaguardia.3 Después de Vietnam ya no cabe el ideal del «coraje como gracia bajo presión» de Ernest Hemingway o la actualización for export del cowboy John Wayne, y sólo hay espacio y sitio para la más desconcertada de las desilusiones.4 De ahí que todas las más grandes historias imaginadas sobre esta guerra verdadera tengan siempre su asidero en una cierta irrealidad verídica. Libros como Dog Soldiers de Robert Stone, Going After Cacciato, Las cosas que llevaban los hombres que lucharon y En el lago de los bosques de Tim O’Brien, Cutter y Bone de Lawrence Thornburg, Meditations in Green de Stephen Wright,5 Corazones en la Atlántida de Stephen King, Koko y la saga de la Rosa Azul de Peter Straub, Árbol de humo de Denis Johnson, Matterhorn de Karl Marlantes o —recientemente y ofreciendo la versión desde el otro lado— la formidable El simpatizante de Viet Thanh Nguyen.6 Y películas como la ya mencionada Apocalypse Now de Francis Ford Coppola, El cazador de Michael Cimino, El regreso de Hal Ashby, El gran Lebowski de los Hermanos Coen, Platoon y Nacido el cuatro de julio de Oliver Stone, La chaqueta metálica de Stanley Kubrick y Tropic Thunder de Ben Stiller desbordan de chiflados de variable calibre que siguen allí junto a todos los que estuvieron. De esta idea/sentimiento se nutre y alimenta la inesperada Histopía de David Means.7 Inesperada porque —hasta ahora— Means era considerado cuentista puro y duro8 y admirado por sus colegas como uno de los maestros del género9 y ganador de varios premios O. Henry.10 Inesperada, también, por su fondo y forma, que no parecen haber sido anticipados por las piezas breves de Means; aunque, si se mira fijo ya había algo allí dando vueltas, antes o después, con la inasible cronología de la guerra en cuestión.11 Inesperada, además, porque nadie hubiese imaginado nunca que —al aventurarse a las largas distancias— Means se jugase a correr una trama tan distante a la de sus relatos por lo general de corte íntimo y confección clásica, sin que eso significase privarse del resplandor freak y bizarro.12 De acuerdo, en principio, poco en Histopía que remita a los ya davidmeansianos a los paisajes poco ocurrentes y en decadencia del Midwest y del Rust Belt y de las orillas del río Hudson contemplados y vadeados por amantes en el momento exacto en que descubren que ya no se aman, o matrimonios de vacaciones preguntándose qué era eso de «hasta que la muerte nos separe», o ejecutivos
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En Histopía, jfk va por su tercera e inconstitucional presidencia, ha sobrevivido a múltiples intentos de magnicidio y es casi adicto —se especula que busca desesperadamente la muerte «dejando mi destino al capricho de una nación»— a pasearse una y otra vez en descapotables, junto a una cada vez más aterrorizada «y sin embargo bella» Jackie, como blanco móvil en art-performance peligrosa.
disponiéndose a ser ejecutados, o padres en salas de espera desesperados ante el posible diagnóstico terminal de sus hijos; o, del lado de lo raro, vagabundos de ferrocarril epifánicos, intrusos en recepciones de bodas que ya nunca saldrán como estaba planeado, ladrones de bancos frustrados y radicales ineptos planeando la revolución, cadáver en el fondo de las cataratas del Niágara, viudas que no saben qué hacer con ese video hot de su noche de bodas, un hombre golpeado por un electrizante relámpago, jardín que se hunde y se traga a un niño, adolescentes con sus hormonas en llamas lanzándose a un frenesí criminal, alguien que piensa que el acto de crucificar a alguien será la única forma de alcanzar la redención, y hasta un pez dorado contemplando desde su pecera la desintegración de un matrimonio. ¿Cómo sintetizar todo lo anterior? Means en más de una ocasión ha explicado que su Gran Tema siempre es, desde diferentes perspectivas, «la lucha por curarse y la naturaleza de encontrar un modo de superar los traumas». Lo que nos lleva directamente a Histopía: una novela de traumas insuperables sobre desde bajo con y para Vietnam. Pero no exactamente.
cuatro Preliminares pertinentes y, sí, de nuevo el visionario fantasma de la electricidad de un replicante de combate que ha visto cosas que no creeríamos aullando en los huesos de este libro: • Histopía —distópica y ucrónica ya desde su título, al igual que clásicos del subgénero como El hombre en el castillo de Philip K. Dick, Lágrimas de otoño de Charles McCarry o Patria de Robert Harris o Mason y Dixon de Thomas Pynchon o El suelo bajo sus pies de Salman Rushdie o La conjura contra América de Philip Roth o la ahora, Trump mediante, reconsiderada Eso no puede pasar aquí de Sinclair Lewis— transcurre en nuestro mundo, pero con más de una alteración tan decisiva como definitiva. • En Histopía, jfk va por su tercera e inconstitucional presidencia, ha sobrevivido a múltiples intentos de magnicidio y es casi adicto —se especula que busca desesperadamente la muerte «dejando mi destino al capricho de una nación»— a pasearse una y otra vez en descapotables, junto a una cada vez más aterrorizada «y sin embargo bella» Jackie, como blanco móvil en art-performance peligrosa. Y, sí, a la séptima va la vencida y —se nos informa de ello en la primera página— jfk consigue su objetivo en 1970, en Springfield, en lo que de inmediato se conoce como, por fin, «el Asesinato Genuino». • Histopía es Vietnam: ese planeta donde la realidad siempre superó y supera y superará a toda ficción.
• Histopía está muy documentada en lo que hace a las idas y vueltas de la guerra de la atemporal Vietnam (sepan que fue allí donde los generales solían trazar los planes de batalla después de que las batallas hubieran tenido tiempo y lugar), pero después, enseguida, hace volar todos esos datos por los aires, como si hubiese pisado una mina, para describir la forma en que caen hechos pedazos. • Histopía tiene tiempo y lugar en los años sesenta y setenta, pero como velados por las nieblas púrpuras del mejor de los malos viajes a través de los que se vislumbra la una y otra vez citada wasteland de los Estados Desunidos de América. • Histopía es, también, la novela dentro de una novela titulada Histopía (incluyendo prefacio y exhaustivo aparato de notas y posfacio) y escrita por el soldado y suicida Eugene Allen, quien fue y vio y no venció, y regresa a casa (hogar que incluye a una hermana con problemas mentales) reconvertido en desesperado historiador alternativo. • Histopía surge de la incierta certeza, según Means, de que a los norteamericanos no les gusta hablar acerca del trauma a no ser que sea reescrito como heroísmo «porque somos un pueblo muy pragmático: creemos en las curas milagrosas y queremos soluciones rápidas, limpias y sencillas a problemas enormes y de una gran complejidad. La paradoja de todo esto es que somos una cultura profundamente confesional pero no muy contemplativa… La Historia es alucinatoria. No sólo una ilusión. Es una alucinación. Y los Estados Unidos son este país gigante, por lo que sus alucinaciones son gigantescas. Y el pasado es donde las alucinaciones salen a jugar. No en el presente ni en el futuro, sino en el pasado. Y Vietnam es una de las más grandes entre todas esas alucinaciones gigantes». • Histopía es, para Means, «el tipo de libro que me hubiese encantado leer a mis veinte años. En más de un momento, mientras lo escribía, no podía sino pensar: “Wow, estoy escribiendo una novela para young adults”». Pero, hum, no. • Means apenas tenía dos años de edad cuando los televisores de «America The Beautiful» emitieron a ese monje budista quemándose a lo bonzo en Saigón; pero Means ya era un adolescente cuando una tía suya, madre de cinco niños y directora de secundaria, detuvo su auto una mañana de camino al trabajo, vació un bidón de gasolina sobre su cabeza y se inmoló frente a sus vecinos. • En Histopía se reparte y consume una droga de fabricación gubernamental llamada Tripizoide (notar la raíz trip del compuesto) que ayuda a suprimir toda memoria de variaciones sobre episodios conflictivos o relativos al conflicto vietnamita y a acceder —movimiento arriesgado de imprevisibles efectos secundarios y daños colaterales— a «la verdad». ¿Maneras de contrarrestarlo? «Sexo orgásmico» e inmersión en agua fría. De ahí que lo más sencillo y menos desagradable sea drogarse y seguir drogándose, ¿no? • En Histopía se describen acciones políticas como la Gran Esperanza, el Plegado (donde se receta reescribir la realidad como terapia superadora y se prescribe el muy helleriano concepto de que «la
«Cuando escribes cuentos, lo que quieres conseguir es la irradiación del pasado de ese cuento y el futuro por delante de él. Con la novela, en cambio, debes buscar exactamente lo opuesto: dejar todo bien envuelto». Y, aun así, afortunadamente, Histopía no empaqueta todo y su caja deja escapar rayos gamma y centellas x.
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cura era un concepto brumoso e incluso absurdo, y que en eso residía su increíble efectividad. La paradoja estaba en que la cura era, de veras, efectiva con frecuencia, así que la acusación de engañifa era asimismo una engañifa»),13 La Malla, o los supuestamente rehabilitantes Psych Corps (Corporación para la Salud Mental), que deberán ocuparse de los soldados que regresan un tanto perturbados del frente de batalla. Entre ellos, el psicótico y fan de Iggy Pop y algo cormacmacarthyano Rake, quien ha drogado y secuestrado a la joven Meg y se propone trasladar su carnicera experiencia en Vietnam al territorio de los Great Lakes. Y allá van los agentes federales Singleton (tan plegado y «curado» como aquel Alex al final de La naranja mecánica de Anthony Burgess) y la abnegada y enfermiza enfermera Wendy con más de un guiño a los Mulder y Scully de Expediente x. • Histopía es, para su autor, la confirmación de una teoría muy personal: «Cuando escribes cuentos, lo que quieres conseguir es la irradiación del pasado de ese cuento y el futuro por delante de él. Con la novela, en cambio, debes buscar exactamente lo opuesto: dejar todo bien envuelto». Y, aun así, afortunadamente, Histopía no empaqueta todo y su caja deja escapar rayos gamma y centellas x. • Histopía es una novela que responde disciplinada y cabalmente a la orden que Means le da y exige a sus relatos: «Si una historia quiere que la cuentes y no la cuentas, más te vale ponerte a cubierto, porque tarde o temprano algo va a explotar». • Histopía es inflamable y volátil; no se debe agitar mucho y ha sido contada, pero aun así —como Vietnam— continúa explotando. Sépanlo, han sido reclutados y allá van y aquí vienen (ahora ustedes) y advertencia: «Que no acusen al chico de trastocar la historia. Que acusen a la historia de trastocar al chico. Y la guerra, la guerra lo trastocó también. Igual que muchos otros, volvió cambiado». Prepárense para cambiar. Bienvenidos a la onda expansiva. •
Notas: 1 Y, sí, volveremos a la vida y obra de Philip K. Dick en esta introducción. 2 Vonnegut no publicaría su novela claramente vietnamita-apocalíptica —publicada como Birlibirloque por Alfaguara— hasta 1990. Y estaría protagonizada por un veterano de Vietnam —el tuberculoso Eugene Debs Hartke, devenido profesor de college caído en desgracia y campanero y rehén de cárcel amotinada— empeñado en la confección de una lista de todas las mujeres a las que amó y de todos los charlies a los que mató mientras va enhebrando sus memoirs en pequeños trozos de papel.
Histopía David Means Traducción de Jon Bilbao Narrativa Sexto Piso • 2017 368 páginas
3 Así, hitos recientes como El eterno intermedio de Billy Lynn de Ben Fountain o Jarhead de Anthony Swofford son, también, vietnamitas aunque sucedan durante las sucesivas Guerras del Golfo. Y el efecto alcanza incluso a otros ejércitos en otros uniformes y bajo otras banderas, como en Los pichiciegos de Fogwill, Nosotros caminamos en sueños de Patricio Pron, o Mientras caminen por el valle de la muerte de Álvaro Colomer, llegando incluso más allá de las estrellas en la serie de La guerra interminable de Joe Haldeman. 4 Tal vez el recuento más triunfalmente perdedor de todo esto esté en el magistral non-fiction de Neil Sheehan A Bright Shining Lie: John Paul Vann and America in Vietnam (que obtuvo el National Book Award y el Pulitzer Prize en 1988) siguiendo las campañas de un primero idealista y casi enseguida desconcertado coronel del ejército norteamericano mutando de halcón desplumado a paloma con garras. 5 Tal vez la Vietnam ácida y lisérgica de Stephen Wright sea la que más cerca limita con la Vietnam psicótica y postraumática de Means. 6 Este listado es, se entiende, voluntaria e inevitablemente parcial: Vietnam probablemente sea la guerra más fiction de toda la Historia 7 Algo parecido sucede estos días con la histórica pero no exactamente Lincoln in the Bardo, debut en el género del hasta ahora cuentista George Saunders. 8 Hasta la fecha, David Means (Estados Unidos, 1961) ha publicado cuatro muy indispensables y muy celebrados volúmenes de relatos: A Quick Kiss of Redemption (1991), Assorted Fire Events (del 2000 y considerada como una de las más magistrales colecciones contemporáneas, a menudo puesta a la altura de hitos como Hijo de Jesús de Denis Johnson y superando a Las asombrosas aventuras de Cavalier & Klay de Michael Chabon y a La mancha humana de Philip Roth en la final de los premios otorgados por Los Angeles Times; traducida como Incendios en el 2006 por Literatura Random House), The Secret Goldfish (2004, título/travesura/osadía que Means toma «prestado» del libro del hermano mayor —que «se prostituye» escribiendo para Hollywood— del Holden Caulfield de El guardián entre el centeno de J. D. Salinger), y The Spot (2010). 9 Es pertinente mencionar que los libros de David Means (Histopía figuró en la long list para el Booker 2016) llevan loas y blurbs de gente como James Purdy, Jonathan Franzen, Oscar Hijuelos, Donald Antrim, Aimee Bender, Stephen Dixon, Richard Eder, Jeffrey Eugenides, James Wood, Adam Haslett, Paula Fox, Richard Ford, Ben Fountain, etc., y han sido consagrados en reseñas donde se los ha comparado indistintamente con Raymond
Chandler, John Cheever, Flannery O’Connor, Jack Kerouac, Alice Munro, Bob Dylan, Ernest Hemingway, Tobias Wolff, Sherwood Anderson, William Maxwell, Denis Johnson, E. A. Poe, John Updike, Antón Chéjov, Samuel Beckett y Raymond Carver. Ahora, con Histopía, es más que pertinente añadir los nombres del Vladimir Nabokov de Pálido fuego, Ada, o el ardor y ¡Mira los arlequines!, J. G. Ballard, Don DeLillo, Steve Erickson, William T. Vollmann, David Foster Wallace y Tom McCarthy, y los guiones de Charlie Kaufman (un crítico norteamericano añadió a este pelotón a Roberto Bolaño). 10 El propio Means en 2010, en una entrevista con The Paris Review y respondiendo una vez más a la pregunta «¿Por qué David Means no es un novelista?» parecía tan resignado como cansado y seguro del porqué a la hora de volver a referirse a semejante inevitable demanda: «Sí, me tienta la idea de la novela. Y tentado es la palabra correcta porque disponer de todo ese espacio —luego de cuatro libros de cuentos— me resulta seductor. Pero lo que no me seduce es la idea de “agrandarme” por el único motivo de hacer algo más grande. Amo las novelas y son lo que más leo; pero los relatos son como una de esas pequeñas herramientas de precisión: duros y afilados, y pueden revelar las cosas de otra manera. Las novelas parecen estar obligadas a informar de lo que sucede aquí y ahora con vocación de fresco. Y a mí me interesan más los pequeños pero eternos momentos. Sí, me tienta la novela, pero me hace muy feliz trabajar en mis cuentos. Encarar la mudanza de mis cuentos a una novela tendría que hacerse sin caer en el abuso de la forma. En resumen: tengo dos manuscritos monstruosos. Uno tiene más de setecientas páginas; y lo hice a un lado. El otro le gusta a mi agente, pero a mí aún no me convence del todo». Por suerte, Means siguió trabajando hasta convencerse. 11 En 2006, David Means publicó el relato «The Spot» en la revista The New Yorker, en el que ya aparecían la larga sombra de Vietnam y algunos personajes de Histopía (la cautiva Meg y el soldado Billy-T), aunque la novela no brotó de ese cuento sino que fue al revés. «Me tomé un año para escribir la novela y mastiqué chicle de nicotina y bebí café y tenía casi lista la primera versión del manuscrito cuando me dije “Mierda, voy a escribir un cuento; y así escribí ‘The Spot’”», comentó Means en una entrevista. 12 Aunque ésta es una percepción en realidad engañosa. De acuerdo: los cuentos de Means parecen surgir de la matriz minimalista, sucia y realista de Raymond Carver & Co. (o del hardcore-gótico-moderno del siempre excelente Leonard Michaels o de la mejor Joyce Carol Oates) y no tienen la necesidad de ayudarse con las ocurrencias pirotécnicas de George Saunders o Adam Johnson. Pero, enseguida, los de Means confunden con guiños al más experimental Donald Barthelme o el más juguetón Steven Millhauser. Como la inserción de notas al pie en un relato, «Incendios», para comunicar al lector las partes que «no son verdad»; o como insertar dos páginas en «What I Hope For» para informarnos de que «Ya no quiero que nadie más muera en mis cuentos. De aquí en adelante, todo deberá ser pura y gloriosa vida»; o la exposición didáctica pero descarrilada en «Reading Chekhov» o «Facts Toward Understanding the Spontaneous Combustion of Errol McGee». 13 Más detalles: «El proceso de recrear en detalle los acontecimientos causales del trauma vuelve (pliega) el drama/trauma hacia el interior. La confusión es, sin espacio para la duda, un elemento más del proceso de curación: un misterioso difuminado de la línea que separa lo que sucedió de lo recreado. Lo primero se pliega sobre lo segundo, y durante el período de ajuste el paciente experimenta desconexión y desconcierto. Él o ella puede rechazar con vehemencia la curación, mediante afirmaciones del tipo: “Esto es una pendejada. Me acuerdo de todo. No me han librado de nada. Sigo igual de jodido. No pueden traerme aquí a rastras, hacerme recrear un montón de la mierda por la que tuve que pasar, y además en versión descafeinada, que ni se parece a como fue en realidad, y esperar que lo olvide todo”. Pero en la mayoría de los casos el paciente lo olvida, gracias a la anulación del trauma real mediante la recreación del origen del mismo… Teoría general: cura objetiva para una enfermedad subjetiva. El proceso de plegado se opone a la descripción etiológica de la enfermedad; en lugar de eso, es el propio tratamiento el que materializa la enfermedad… Evitar la diagnosis. Rendirse a la popularidad de la cura. Por encima de todo, puro teatro».
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Abraham Cruzvillegas
Espacio negativo
«Para mí la religión es importante porque me vincula a la historia, a las creencias, a los valores. Me dio una estructura intelectual. En mi caso los preceptos no estaban tanto para ser obedecidos, sino que funcionaron como una serie de narrativas y entendimientos profundos del mundo, que me vincularon a principios transtemporales, abstracción del lenguaje, entendimiento del mundo, presencia del mito en la vida cotidiana, intuición de lo sagrado. Son temas que he seguido trabajando como escritor». «Creo que hay que estar en la escena de los hechos para poder analizarlos, investigarlos y escribir al respecto. La distancia en este caso, a mi juicio, no da un valor agregado a cualquier prospectiva que uno pueda hacer. Es mejor estar en el lugar de los hechos y asumir, desde luego, el riesgo y los costos que haya que pagar». «Sergio González Rodríguez: bajo el signo de acuario» Entrevista con Gerardo Lammers «Confabulario», El Universal, abril 8 de 2017
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n el ojo de la controversia sobre la subjetividad como materia prima de cualquier argumento —científico o no— contra la verdad que afirma existir, históricamente, genealógicamente, literariamente, la temprana ausencia de Sergio González Rodríguez se erige en la cúspide de una desproporcionada orfandad que no es moral ni ética, sino solamente humana, cosa que lo multiplica y lo magnifica geométricamente en su humildad. Después de leerlo y admirarlo llegué a conocerlo y a estimarlo, ahora lo extraño, de la extraña manera en que se hace tan presente el desamparo de un manto que tal vez nunca hemos tenido: tranquilidad, paz, sosiego, seguridad, certeza, felicidad. Cuando lo invité a especular por escrito sobre mi trabajo, como parte de una publicación vinculada a una exposición hace unos años, esperando que escribiera una diatriba generosa en descalificaciones sobre el contexto en que vivimos, este mundo, estos tiempos, esta atmósfera de destrucción y autoinmolación, de fronteras y otras perversiones, Sergio me entregó un ensayo filosófico, sin concesiones ni afanes didácticos que explicaran mis obras, sino que más bien al revés, las complejizaban y las hacían nuevas para mí. Le agradecí entonces sinceramente, como le agradezco ahora permitirme entender de nuevo que siempre podemos construir algo con el vacío, con las puras carencias, incluso en las peores condiciones, con todo en contra, como sucede hoy que nos hace falta. El que sobrevivió a todo, incluyéndose él mismo, el que fue capaz de atestiguar y ser parte de los problemas más complejos y de las situaciones más espeluznantes (desde dentro y no anamórficamente, como criticó puntualmente), el que nos llevó de la mano hasta las cavidades más profundas y húmedas de la conciencia y también de sus innume-
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rables antónimos, el que no escatimó en sinceridad desde el lugar de los hechos, el que primero se atrevió a describir nuestro paisaje como uno donde hay más huesos que piedras, el que se avergonzó públicamente, no una sino varias veces, de un Estado que sistemáticamente persigue, secuestra, tortura y asesina a sus estudiantes, a las mujeres y a los hombres que se atreven a discrepar. Él ya no está. En el relato que González Rodríguez redactó sobre su —nuestra— circunstancia, la narrativa se vuelve bisagra entre la mera descripción de un conjunto de hechos, la suma de las calamidades que sólo podrían tener cabida en una mente enloquecida en su paranoia aparente, y la profética voz del que asume su responsabilidad —humana de nuevo— como portavoz del desastre. De esta manera su obra completa tendría que percibirse como un todo, como un organismo vivo —caótico, quise decir— que habría de leerse de atrás para adelante, de en medio hacia cualquier lado, oblicuamente, transversalmente, oligofrénicamente, una corporeidad delirante y sesuda, sudorosa y caliente, roquera, etíli-
9 ca, sensorial, brillante, balbuceante, sorda y alburera, o sea coherente con su devenir y su origen, como debe ser, dicen que dijo Maurice Blanchot, más o menos. Como en su momento Antonin Artaud procuró engarzar las palabras que pudieran hacer visible el trance, logrando un lenguaje y un discurso del que, en su ilegibilidad, probablemente él mismo se convirtió en su único posible interlocutor, González Rodríguez se transformó en un crítico inconmensurable y también incomprendido, no por incapacidad alguna, ni por falta de registros cromáticos en su escritura, pues su gradiente se despliega ante nosotros como un abanico intenso y saturado de microtonos —el sonido trece del subtexto—, sino por su abundancia de figuras, de tropos, desmenuzables en un tiempo que exige no sólo atención y paciencia, sino también tripas —no necesariamente huevos— para comprenderle. No son champoliónicos jeroglíficos sus obras, sino transparentes y simultáneos registros de una voz a cánones que se contestan entre sí en dimensiones que resuenan en el hipotálamo, en el riñón, en el bofe y en el gañote, como un picahielo que horada cruel y que ahoga la sangre, como el texto sin aliento, sin comas ni puntos de Thomas Bernhard. Como Jorge Cuesta, Sergio supo reconocer nuestras bárbaras limitaciones chauvinistas y provincianas, en un panorama en el que es complicadísimo y tal vez innecesario sentirse orgulloso de cualquier cosa que pudiera llamarse identidad nacional, si es que algo así existe. De tales inventos, en los que supo ver agentes peligrosos, a lo largo del curso de la humanidad desde que se llama así y no solamente primate, se desprenden banderotas en el Periférico y en las grandes plazas, pero también ejercicios de autoritarismo y violencia institucional, apelando a unidad donde sólo hay fractura, exigiendo una solvencia moral fincada en un monolito ficticio, donde sólo hay dedos rotos, lenguas extirpadas y cuerpos semi calcinados colgando de puentes y cuasi disueltos en un caldo que nadie quiere ver, que
desaparece al tiempo que se muestra en la guerra de baja intensidad cotidiana, junto a señoritas en paños menores en las portadas de los tabloides, para arrinconarnos, para acojonarnos en nuestra mediocre y chaquetera subsistencia rutinaria. Sergio quiso poner enfrente de nosotros y en primer plano eso a lo que llamamos obsceno para hacerlo familiar, nuestro, pero no como algo naturalizado («los triquis son violentos por naturaleza» dice el funcionario de gobierno) sino como algo que no debería suceder, y que nos corresponde por derecho, no por obligación, que así sea. Gracias querido Sergio González Rodríguez por tan generoso obsequio. Hasta pronto, en el desierto, tal vez. •
Él ya no está. En el relato que González Rodríguez redactó sobre su —nuestra— circunstancia, la narrativa se vuelve bisagra entre la mera descripción de un conjunto de hechos, la suma de las calamidades que sólo podrían tener cabida en una mente enloquecida en su paranoia aparente, y la profética voz del que asume su responsabilidad —humana de nuevo— como portavoz del desastre.
Odunacam • Por Liniers
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Epitafio Forrest Gander
Escribir, Me exististe no debería ser una traducción a tientas. Porque no hay secuela para el pasaje cuando veo —como tú no podrías nunca más ser revelada— me ves como yo no podría nunca más ser revelado. Donde ahora estoy ante los tronos de la gloria, la escritura debe permanecer oculta. ¿Dónde, sino en la enunciación misma? El sueño bastó, asumiste el riesgo, a pesar de que no hallaste un diseño resistente. La casi subsistencia de lo posible: ¿quién vivió alguna vez de eso?
Nacer limitado y ciego, sitiado por las obligaciones, consciente de la mirada fija del animal interior, me oculto tras una multitud de dispositivos como detrás de la espesa piel de un cocodrilo— es entonces cuando el cianuro vaga entre las nubes y los ríos. Y en esto también podría verse una forma de lo humano, otro gesto íntimamente letal de nuestra existencia ordinaria. Aunque me visto de mi vida para ir a la muerte, el horror que he creado me sobrevive. Traducción de Ernesto Kavi
Todos nosotros estamos en peligro La última entrevista de Pasolini
Furio Colombo
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sta entrevista se llevó a cabo el sábado primero de noviembre de 1975, entre las cuatro y las seis de la tarde, apenas algunas horas antes del asesinato de Pasolini. Debo precisar que el título del encuentro que aparece en esta página es de Pasolini, y no mío. Al término de la conversación que, como en muchas otras ocasiones del pasado, nos dejó con convicciones y puntos de vista diferentes, le pregunté si deseaba darle un título a esta entrevista. Reflexionó un poco, dijo que eso no tenía importancia, cambió de tema, luego algo nos llevó al argumento de fondo que surge continuamente en las respuestas que siguen. «He ahí el germen, el sentido de todo», dijo. «Uno no sabe ni siquiera quién está planeando matarnos en este preciso momento. Escoge este título, si quieres: “Porque todos nosotros estamos en peligro”». Pasolini, en tus artículos y tus escritos has dado numerosas versiones de lo que detestas. Has emprendido un combate solitario contra un gran número de cosas, de instituciones, de convicciones, de personas, de poderes. Para no complicar lo que quiero decir, hablaré de «la situación», y tú sabes que con ello quiero decir la escena contra la cual, de manera general, tú combates. Ahora te hago esta objeción. La «situación», que comprende todos los males de los que hablas, contiene también todo aquello que te permite ser Pasolini. Es decir: todo tu mérito y tu talento. Pero, ¿los instrumentos? Los instrumentos pertenecen a la «situación». Edición, cine, organización, hasta los mismos objetos. Imaginemos que tú posees un poder mágico. Haces un gesto, y todo desaparece. Todo lo que detestas. ¿Y tú? ¿No te quedarías solo y sin medios? Quiero decir, sin medios de expresión…
Sí, he comprendido bien. Pero no me contento con experimentar ese poder mágico, creo en él. No en el sentido de médium. Sino porque sé que golpeando siempre sobre el mismo clavo podemos hacer que una casa se derrumbe. A pequeña escala los radicales nos dan un buen ejemplo de eso, cuatro tipos que logran cambiar la conciencia de un país (y sabes que yo no siempre estoy de acuerdo con ellos, pero sucede que estoy a punto de ir a su congreso). A gran escala la Historia nos da otro ejemplo. El rechazo siempre ha constituido un gesto esencial. Los santos, los eremitas, pero también los intelectuales. El pequeño número de hombres que han hecho la Historia son aquellos que han dicho no, y jamás los cortesanos y los servidores de los cardenales. Para ser eficaz, el rechazo debe ser grande, y no pequeño, total, y no sobre tal o cual punto, «absurdo», contrario
al sentido común. Eichmann, querido mío, tenía un gran sentido común. ¿Qué fue lo que le faltó? La capacidad de decir no desde lo alto, en la cima, desde el inicio, mientras cumplía con una labor pura y ordinariamente administrativa, burocrática. Tal vez pudo decir a sus amigos que ese tal Himmler no le gustaba mucho. Habrá murmurado, como se murmura en las editoriales, los periódicos, en casa de los sub-dirigentes políticos y en la televisión. O tal vez habrá protestado porque cierto tren se detenía una vez al día para permitir a los deportados hacer sus necesidades y tragar un poco de pan y de agua, cuando habría sido más funcional o económico hacer dos paradas. Nunca detuvo la maquinaria. Entonces, tres preguntas surgen. ¿Cuál es, como tú dices, «la situación», y por qué razón habría que detenerla o destruirla? ¿Y de qué manera? Eso es, descríbenos la «situación». Sabes muy bien que tus intervenciones y tu lenguaje tienen un poco el efecto del sol que atraviesa el polvo. La imagen es bella pero no permite ver (o comprender) casi nada.
Gracias por la imagen del sol, pero mi ambición es mucho menor. Querría que miraras en torno a ti y que tomaras conciencia de la tragedia. ¿En qué consiste la tragedia? La tragedia es que ya no hay seres humanos, sino máquinas extrañas que se golpean unas a otras. Y nosotros, los intelectuales, consultamos el horario de los trenes del año pasado, o de hace diez años, y luego decimos: qué extraño, si esos dos trenes no pasan por ahí, ¿cómo es que se estrellaron de esa forma? O bien el conductor se volvió loco, o bien es un criminal aislado, o se trata de un complot. Es el complot, sobre todo, el que nos hace delirar. Nos libera de la pesada tarea que consiste en confrontarnos de forma solitaria con la verdad. Qué maravilla si, mientras estamos aquí discutiendo, alguien en el subsuelo está trazando un plan para deshacerse de nosotros. Es sencillo, es simple, es la resistencia. Perderemos a algunos de nuestros compañeros, luego nos organizaremos para deshacernos de nuestros enemigos, o los mataremos uno tras otro, ¿qué dices? Sé bien que mientras ¿Arde París? es transmitida por la televisión, todos están ahí vertiendo lágrimas, con unas ganas locas de que la historia se repita, una historia muy bella, muy limpia (una de las ventajas del tiempo es que «lava» las cosas, como las fachadas de las casas). Qué sencillo, cuando yo estoy de un lado y tú de otro. No estoy bromeando con la sangre, el dolor, el esfuerzo que en aquella época también la gente tuvo que pagar para poder «escoger». Cuando tienes la cabeza aplastada contra cierta hora,
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cierto minuto de la historia, tomar una decisión es siempre trágico. Sin embargo, hay que admitirlo, las cosas eran más sencillas en otra época. El hombre normal, con ayuda de su coraje y de su conciencia, logró que retrocediera el fascista de Saló, el nazi miembro de las ss, aun de la esfera de su vida interior (donde, siempre, la revolución comienza). Pero hoy las cosas han cambiado. Alguien se acerca a ti, disfrazado de amigo, es amable, gentil, y «colabora» (con la televisión, digamos), ya sea porque así gana su vida, o simplemente porque eso no es un crimen. El otro —o los otros, los grupos— se acercan a ti o te confrontan —con sus chantajes ideológicos, con sus advertencias, sus prédicas, sus anatemas, y tú sientes que constituyen también una amenaza. Desfilan con banderas y eslóganes, pero ¿qué los separa del «poder»? ¿En qué consiste el poder, según tú, dónde se encuentra, en qué lugar, cómo haces que se revele?
Permíteme poner las cosas en orden. Primera tragedia: una educación común, obligatoria y errónea, que nos empuja a todos al campo de batalla donde tenemos que obtenerlo todo a cualquier precio. Somos empujados a ese campo de batalla, como un extraño y oscuro ejército donde algunos tienen los cañones, y otros las barras de fierro.
El poder es un sistema de educación que nos divide en dominados y dominantes. Pero hay que tener cuidado. Es un sistema de educación idéntico para todos, tanto como para los que llamamos las clases dirigentes como para los pobres. Es por eso que todos desean las mismas cosas y se comportan de la misma forma. Si tengo entre las manos un consejo de administración o una operación bursátil, los utilizo. O si no, tomo una barra de fierro. Y cuando utilizo una barra de fierro recurro a la violencia para obtener lo que quiero. ¿Por qué lo quiero? Porque me han dicho que está bien querer eso. Ejerzo mi derecho y mi virtud. Soy al mismo tiempo un asesino y un hombre de bien.
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Te han acusado de ya no hacer la distinción entre aquello que es propio de la política y de aquello que es propio de la ideología, de haber perdido el sentido de la diferencia profunda que debe existir entre fascistas y no fascistas, por ejemplo entre los jóvenes.
Es por esa razón que te he hablado del horario de los trenes del año pasado. ¿Ya has visto a esas marionetas que hacen reír tanto a los niños porque tienen el cuerpo hacia un lado y la cabeza hacia el lado opuesto? Me parece que Totò lograba hacer un truco de ese tipo. Es así como veo a la hermosa banda de intelectuales, sociólogos, expertos y periodistas provistos de las intenciones más nobles: las cosas ocurren de un lado, y ellos miran hacia el lado opuesto. No digo que el fascismo no exista. Digo: ya basta de hablarme del mar, estamos en la montaña. Se trata de un paisaje diferente. Aquí sentimos el deseo de matar. Y ese deseo nos une como a hermanos siniestros en la derrota siniestra de un sistema social en su totalidad. A mí también me gustaría resolverlo todo aislando a la oveja negra. Yo también veo a las ovejas negras. Veo demasiadas. Las veo todas. Ése es el problema, como ya se lo he dicho a Moravia: por la vida que llevo hay un precio a pagar… Es como alguien que desciende a los infiernos. Pero a mi regreso —si logro regresar— habré visto muchas cosas diferentes. No digo que deban creerme. Digo que ustedes deben cambiar constantemente de tema para evitar afrontar la verdad. ¿Y cuál es la verdad?
Lamento haber utilizado esa palabra. Quería decir la «prueba». Permíteme poner las cosas en orden. Primera tragedia: una educa-
ción común, obligatoria y errónea, que nos empuja a todos al campo de batalla donde tenemos que obtenerlo todo a cualquier precio. Somos empujados a ese campo de batalla, como un extraño y oscuro ejército donde algunos tienen los cañones, y otros las barras de fierro. Entonces una primera división, clásica, consiste en «permanecer con los débiles». Pero yo digo que, en cierto sentido, todos son débiles, porque todos son víctimas. Y todos son culpables, porque todos están preparados para el juego de la masacre. Siempre y cuando sea posible obtener algo. La educación recibida se declina en estos términos: tener, poseer, destruir. Vuelvo entonces a la pregunta con la que comencé. Tú, de forma mágica, suprimes todo. Pero tú vives de los libros, y necesitas de inteligencias a las que les guste leer. Dicho de otra forma, necesitas educados consumidores de productos intelectuales. Haces cine, y necesitas no solamente de un gran público disponible (de hecho, generalmente tienes mucho éxito popular, dicho de otra forma, eres «consumido» ávidamente por tu público), sino también de una gran maquinaria técnica, organizacional, industrial, que lo sostenga todo. Si desapareces todo eso, con una especie de monaquismo mágico de tipo paleocatólico y neochino, ¿qué te queda?
Todo: es decir, yo mismo, estar vivo, estar en el mundo, ver, trabajar, comprender. Existen cien maneras de contar las historias, de escuchar las lenguas, de reproducir los dialectos, de hacer el teatro de marionetas. A los otros les queda aún más. Pueden confrontarme, ya sean cultivados como yo, o ignorantes como yo. El mundo se hace más grande, todo comienza a pertenecernos y no necesitamos ni de la Bolsa, ni de un consejo de administración, ni de una barra de fierro, para despojarnos unos a otros. Sabes, en el mundo que muchos de nosotros soñábamos (repito: leer el horario de los trenes del año pasado, pero en este caso preciso podemos aun hablar de un horario que remonta a muchos años atrás) había un patrón inmundo con un sombrero de copa y dólares cayendo de sus bolsillos, y una viuda famélica, junto con sus niños, reclamando justicia. En resumen, el hermoso mundo de Brecht. Pareces decir que tienes nostalgia de ese mundo.
¡No! Tengo nostalgia de la gente pobre y verdadera que luchaba para abatir a ese patrón, sin por ello convertirse en ese patrón. Porque estaban excluidos de todo, nadie los había colonizado. Tengo miedo de esos negros que se rebelan, y que son idénticos al patrón, bandidos que quieren todo a cualquier precio. Esa oscura obstinación dirigida hacia la violencia total ya no permite saber «de qué signo eres». Toda
Pero abolir significa necesariamente crear, o tal vez eres tú mismo un destructor. Los libros, por ejemplo, ¿qué ocurre con ellos? No quiero asumir el papel de aquel que se angustia más por la suerte de la cultura que por la de los individuos. Pero esa gente que tú salvas, en tu visión de un mundo diferente, son en extremo primitivos (es una acusación que te hacen continuamente), y si no queremos utilizar la represión «más avanzada»…
Que me hace temblar.
persona que llevamos moribunda al hospital está más interesada —si le queda un soplo de vida— por aquello que le dirán los médicos sobre sus posibilidades de sobrevivir, que por aquello que le dirán los policías sobre el mecanismo del crimen. Compréndeme bien: no hago ningún proceso de intención, y he cesado de interesarme por la cadena causal, primero ellos, primero él, o quién es el culpable en jefe. Me parece que hemos definido eso que llamas la «situación». Es como cuando llueve en una ciudad, y las alcantarillas se han colapsado. El agua crece, es un agua inocente, un agua de lluvia, no posee ni la furia del mar ni la maldad de las corrientes de un río. Sin embargo, por una razón cualquiera, ya no desciende sino que sigue creciendo. Es la misma agua de lluvia celebrada por tantos poemas infantiles y por tantos «cantemos bajo la lluvia». Pero crece y te ahoga. Si hemos llegado a ese punto, yo digo: no perdamos todo nuestro tiempo en poner una etiqueta aquí y otra allá. Veamos más bien cómo destapar esa maldita canalización, antes de que todos nos hayamos ahogado. Y tú, para lograr eso, querrías transformarnos a todos en pequeños pastores desprovistos de escuela obligatoria, ignorantes y felices.
Formulada en esos términos la idea es estúpida. Pero la famosa escuela obligatoria fabrica necesariamente gladiadores desesperados. La masa no cesa de crecer, como la desesperación, como la rabia. Digamos que he hecho una broma (pero no lo creo). Pero ustedes díganme otra cosa. Se dice que yo echo en falta la revolución pura y directa hecha por los oprimidos, con el sólo propósito de ser libres y soberanos de sí mismos. Se dice que yo imagino que ese momento podría todavía advenir en la historia de Italia y del mundo. Lo mejor de mi pensamiento podrá tal vez inspirar uno de mis futuros poemas. Pero no lo que yo sé ni lo que yo veo. Lo voy a decir directamente: desciendo a los infiernos y sé cosas que no incomodan la paz de los otros. Pero tengan cuidado. El infierno está llegando a la casa de todos ustedes. Es verdad que se inventa un uniforme y una justificación (en algunas ocasiones). Pero es igualmente verdad que su deseo, su necesidad de violencia, de agresión, de asesinato, es fuerte y es compartido por todos. Todo eso no permanecerá por mucho tiempo como la experiencia privada y peligrosa de aquel que, digamos, ha experimentado «la vida violenta». No se hagan ilusiones. Y son ustedes, con la escuela, la televisión, la tranquilidad de sus periódicos, son ustedes los grandes protectores de este horrible orden fundado sobre la idea de poseer y sobre la idea de destruir. Bienaventurados ustedes que se regocijan cuando pueden poner sobre un crimen su hermosa etiqueta. Para mí eso se parece a una de las operaciones, entre tantas otras, de la cultura de masas. Al no poder impedir que ciertas cosas se produzcan, hallan la paz fabricando repisas donde acomodarlas.
Si no queremos emplear frases hechas, hay que ser más precisos. Por ejemplo, tanto en la ciencia ficción como en el nazismo, el hecho de quemar libros constituye siempre el gesto inicial de exterminación. Una vez cerradas las escuelas, y una vez la televisión apagada, ¿cómo animas tu mundo?
Creí ya haberme explicado con Moravia. Cerrar, en mi lengua, significa cambiar. Pero cambiar de una manera tan drástica y desesperada como la situación misma. Lo que impide tener un verdadero debate con Moravia, pero sobre todo con Firpo, por ejemplo, es que nos parecemos a personas que no ven la misma escena, que no conocen a la misma gente, que no escuchan las mismas voces. Para ustedes un acontecimiento tiene lugar cuando es tema para un artículo, bello, bien hecho, bien diseñado en la página, corregido, con un título. Pero, ¿qué hay debajo? Aquí hace falta el cirujano que tenga el coraje de examinar el tejido y de decir: señores, se trata de un cáncer, no de una enfermedad benigna. ¿Qué es el cáncer? Algo que modifica todas las células, que las incrementa de forma irracional, fuera de la lógica que antes les daba sentido. ¿Es un nostálgico, el enfermo que sueña con la salud que tenía antes, aun si antes era estúpido y desdichado? Antes del cáncer, quiero decir. De eso se trata, antes que nada habrá que hacer no sé qué esfuerzo para que todos nosotros miremos la misma imagen. Escucho a los hombres políticos con sus pequeñas fórmulas, a todos los hombres políticos, y eso me vuelve loco. No saben de qué país están hablando, están tan alejados de aquí como la luna. Y los intelectuales. Y los sociólogos. Y los expertos de todo género. ¿Por qué piensas que para ti algunas cosas son tan claras?
Me gustaría dejar de hablar de mí, tal vez ya he dicho demasiado. Todo el mundo sabe que mis experiencias las pago personalmente. Pero también están mis libros y mis películas. Tal vez soy yo quien se equivoca. Pero yo sigo diciendo que todos nosotros estamos en peligro. Pasolini, si tú ves la vida de esa forma —no sé si aceptarás responder esta pregunta—: ¿cómo piensas evitar el peligro y el riesgo? Se hace tarde, Pasolini no ha encendido la luz y se vuelve más difícil tomar notas. Releemos juntos mis apuntes. Luego me pide que le deje las preguntas.
Algunos puntos me parecen demasiado tajantes. Déjame pensar en ellos, volver a mirarlos. Y déjame el tiempo para encontrar una conclusión. Tengo algo en mente para responder a tu pregunta. Para mí es más fácil escribir que hablar. Te doy las notas suplementarias mañana por la mañana. Al día siguiente, un domingo, el cuerpo sin vida de Pier Paolo Pasolini estaba en la morgue de la policía de Roma. • Traducción de Ernesto Kavi © Furio Colombo
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Contribución a la historia universal de la ignominia Quizá de manera un tanto injusta, siempre he considerado que Ross Barkley es uno de nuestros futbolistas menos brillantes. Hay algo en la falta de reflejo en sus ojos que me hace pensar que no sólo están apagadas las luces, sino que definitivamente no hay nadie en casa. Me produce una sensación similar cuando veo a un gorila en un zoológico. No no no no no no. Ya empezamos mal. La violación implica necesariamente verga. Si no hay verga no hay violación. Con palos de escoba, dedos y vibradores no hay violación. Hay una violación a la dignidad, pero de esas hay de muchos tipos. Marcelino Perelló, comentando en su programa de radio su muy particular teoría de la violación, a propósito del caso de Daphne, la adolescente veracruzana que fue abusada y violada grupalmente por los jóvenes conocidos como los Porkys.
Lamentar la desaparición del Imperio azteca es como mostrar pesar por la derrota de los nazis en la Segunda Guerra Mundial. José Antonio Sánchez, presidente de Radio Televisión Española, en una conferencia impartida en Casa Madrid.
El día en que comprendí que ser superficial puede ser inteligente fue, para mí, una experiencia profunda. Extracto del libro de Donald Trump, Trump: Think Like a Billionaire
Kelvin MacKenzie, editor del periódico inglés The Sun, en una columna sobre Ross Barkley, un futbolista del equipo Everton. MacKenzie fue despedido como consecuencia de su columna.
En el Cuarto Ciclo, la esencia de la nación será más importante que la diversidad. Equipo, marca y estándar serán las nuevas palabras clave. Cualquier cosa o persona que no encaje bajo esos términos podría ser marginada… o algo peor. No es conveniente aislarse de los asuntos comunitarios… Si no quieren ser juzgados erróneamente, no actúen de una forma que haga pensar a las autoridades de la época de crisis que uno es culpable. Si perteneces a alguna minoría racial o étnica, prepárate para una venganza nacionalista de una mayoría decidida (y posiblemente autoritaria). Extracto del libro The Fourth Turning, escrito por William Strass y Neil Howe, donde predicen un cuarto ciclo de caos y destrucción para Estados Unidos. Se trata del libro de cabecera de Steve Bannon, uno de los principales asesores de Donald Trump, y abiertamente admite que ha basado buena parte de su visión política en las tesis de dicho libro.
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Simone Weil
Apuntes sobre
la supresión general
de los partidos políticos E
n este texto el concepto de partido será usado en el sentido que se le da en el continente europeo. Dicho concepto en los países anglosajones designa una realidad completamente diferente. Hunde sus raíces en la tradición inglesa y no se puede trasplantar. Hecho que ha quedado demostrado de manera fehaciente en un siglo y medio de experiencia. Nunca en los partidos anglosajones se ha percibido el juego o el deporte como elementos propios a los mismos, eso sólo puede existir en una institución de origen aristocrático; todo es serio en una institución que al principio era plebeya. La idea de partido no encaja en la concepción propia de la política francesa de 1789, sino como un mal a evitar. A pesar de ello, existió el club de los jacobinos. Al principio sólo era un lugar de discusiones libres. Ningún tipo de fatal mecanismo lo transformará. Lo único que lo convirtió en un partido totalitario fue la presión de la guerra y de la guillotina. Bajo el Terror, las luchas de las facciones estuvieron gobernadas por el pensamiento tan bien formulado de Tomski: «Un partido en el poder y todos los demás en la cárcel». De esta forma, en el continente europeo el totalitarismo será el pecado original de los partidos. Por un lado, la herencia del Terror y, por otro, la influencia del ejemplo inglés instalaron a los partidos políticos en la vida pública europea. El hecho de que existan no es motivo suficiente para conservarlos. Sólo el bien es un motivo legítimo de conservación. El mal de los partidos políticos salta a la vista. El problema que se debe examinar es el de saber si hay en ellos un bien que supere al mal, algo que permita pensar que su existencia es deseable. Sin embargo, sería más adecuado preguntarse: ¿Hay en ellos una parte, aunque sea infinitesimal, de bien? O acaso, ¿son el mal en estado puro o casi? Si son el mal, resultará evidente que de hecho y en la práctica sólo podrán producir el mal. Es un artículo de fe. «Un buen árbol jamás dará malos frutos, como tampoco dará un árbol podrido buenos frutos».
Aunque primero habrá que identificar cuál es el criterio del bien. Sólo pueden serlo la verdad, la justicia y, en segundo lugar, la utilidad pública. La democracia y el poder de la mayoría no son bienes en sí mismos. Son medios con vistas al bien, estimados eficaces con razón o sin ella. Si la República de Weimar, en lugar de Hitler, hubiera decidido por vías rigurosamente parlamentarias y legales meter a los judíos en campos de concentración y torturarlos con refinamiento hasta la muerte, las torturas no habrían tenido ni un átomo más de legitimidad de la que tienen ahora. Sin embargo, algo parecido a esto no parece totalmente inconcebible. Sólo lo que es justo es legítimo. El crimen y la mentira no pueden serlo en ningún caso. Nuestro ideal republicano procede en su totalidad de la voluntad general de Rousseau. Pero el sentido de esta noción se perdió casi de inmediato, porque es compleja y demanda un alto grado de atención. Si dejamos de lado algunos capítulos, hay pocos libros tan hermosos, fuertes, lúcidos y claros como El contrato social. Se dice que son pocos los libros que han tenido tanta influencia. No obstante, en la realidad todo sucedió y sucede como si nunca se hubiese leído. Rousseau partía de dos evidencias. La primera, que la razón al discernir elige la justicia y la utilidad inocente y, por ende, que todo crimen tiene como motor la pasión. La segunda, que la razón es idéntica en todos los hombres, a diferencia de las pasiones que casi siempre difieren. Por ello, si sobre un problema general cada uno reflexiona en soledad y expresa una opinión, y posteriormente se comparan las opiniones entre sí, probablemente coincidirán por el lado de lo justo y razonable de cada una, y diferirán en el sentido de las injusticias y los errores. Sólo en virtud de un razonamiento de este tipo se admite que el consenso universal indica la verdad.
El hecho de que existan no es motivo suficiente para conservarlos. Sólo el bien es un motivo legítimo de conservación. El mal de los partidos políticos salta a la vista. El problema que se debe examinar es el de saber si hay en ellos un bien que supere al mal, algo que permita pensar que su existencia es deseable.
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La verdad es una. La justicia es una. Los errores y las injusticias son indefinidamente variables. De esta manera, los hombres convergen en lo justo y lo verdadero, mientras que divergen indefinidamente en la mentira y el crimen. Puesto que la unión es una fuerza material, podemos esperar encontrar en ella un recurso para hacer que la verdad y la justicia sean en nuestro mundo más fuertes materialmente que el crimen y el error. Se necesita un mecanismo que convenga. Si la democracia constituye tal mecanismo, es buena, si no, no lo es. Para Rousseau —y en eso tenía razón—, un deseo injusto común a toda la nación no era en absoluto superior a la voluntad injusta de un solo hombre. Rousseau pensaba que a menudo una voluntad común de todo un pueblo era, de hecho, conforme con la justicia, debido a que las pasiones particulares eran neutralizadas de manera mutua, al mismo tiempo que se compensaban. Ése era para él el único motivo de preferir la voluntad del pueblo a una voluntad particular. Cierto es que una masa de agua, aun estando compuesta de partículas que se mueven y chocan sin cesar, puede encontrarse en equilibrio y reposo perfectos. De esta forma, devuelve a los objetos sus imágenes con verdad irreprochable. También indica perfectamente el plano horizontal. Y dice sin error la densidad de los objetos que se sumergen en ella. Si algunos individuos apasionados, inclinados por la pasión hacia el crimen y la mentira, se componen del mismo modo formando un pueblo verídico y justo, entonces es bueno que el pueblo sea soberano. Una constitución democrática es buena, si en un primer momento produce en el pueblo ese estado de equilibrio y si posteriormente hace que las voluntades del pueblo sean ejecutadas. El verdadero espíritu de 1789 consiste en pensar, no que algo es justo porque el pueblo lo quiere, sino que bajo ciertas condiciones la voluntad del pueblo tiene más posibilidades que ninguna otra de ser conforme con la justicia. Hay varias condiciones indispensables para poder aplicar la noción de voluntad general. Dos deben retener particularmente nuestra atención. La primera es que no haya ninguna especie de pasión colectiva en el momento en que el pueblo toma conciencia de una de sus voluntades y la expresa.
Resulta del todo evidente que el razonamiento de Rousseau se desmorona en cuanto hay pasión colectiva. Esto Rousseau lo tenía claro. La pasión colectiva es un impulso al crimen y a la mentira infinitamente más potente que cualquier pasión individual. En este caso, los malos impulsos, lejos de neutralizarse, elevan mutuamente por mil su potencia. La presión es casi irresistible, si no se es un auténtico santo. Una masa de agua a la que una corriente violenta e impetuosa ponga en movimiento no reflejará los objetos, ni tendrá una superficie horizontal, ni indicará las densidades. Muy poco importa que sea movida por una única corriente o por cinco o seis que colisionan entre ellas y forman remolinos. En ambos casos se encuentra igualmente turbada. Si una sola pasión colectiva se apodera de todo un país, el país entero será unánime en el crimen. Si dos, cuatro, cinco o diez pasiones colectivas lo dividen, estará dividido en varias bandas de criminales. Las pasiones divergentes no se neutralizan, como sucede en el caso de un sinfín de pasiones individuales fundidas en una masa; el número es demasiado pequeño, la fuerza de cada una es demasiado grande para que pueda darse la neutralización. La lucha las exaspera. Colisionan provocando un ruido verdaderamente infernal que hace imposible que se oiga, ni por un segundo, la voz de la justicia y de la verdad, que siempre es poco perceptible. Cuando existe una pasión colectiva en un país, es probable que una voluntad particular cualquiera esté más cerca de la justicia y de la razón que la voluntad general —o eso que no es más que su caricatura—. La segunda condición es que el pueblo exprese su voluntad respecto de los problemas de la vida pública y que no sólo elija a personas. Y todavía menos elegir un conjunto de colectividades irresponsables. Pues la voluntad general no tiene ninguna relación con ese tipo de elección. Si en 1789 hubo una cierta expresión de la voluntad general, aunque se adoptara el sistema representativo, en cuanto no consiguieron imaginar otro, es porque había algo que difería bastante de las elecciones. Todo lo que estaba vivo en todo el país —y el país desbordaba de vida— había intentado expresar un pensamiento mediante el órgano de los Cuadernos de demandas. En su gran mayoría, los representantes se habían hecho conocer en el curso de esa cooperación en el pensamiento; conservaban el calor de su lumbre; sentían que el país estaba atento a sus palabras, celoso de vigilar si traducían exactamente sus aspiraciones. Durante algún tiempo —poco tiempo— fueron de verdad simples órganos de expresión para el pensamiento público.
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Jamás esto volvió a producirse. La sola enunciación de estas dos condiciones muestra que nunca hemos conocido nada que se parezca, ni de lejos, a una democracia. En lo que nombramos con ese nombre, el pueblo no ha tenido nunca la ocasión ni los medios de expresar un parecer sobre un problema cualquiera de la vida pública; y todo lo que escapa a los intereses particulares se deja para las pasiones colectivas, a las que se alimenta sistemática y oficialmente. El uso mismo de las palabras democracia y república obliga a que se examine con atención extrema los dos problemas siguientes: ¿Cómo darles de hecho a los hombres que componen el pueblo de Francia la posibilidad de expresar a veces un juicio sobre los grandes problemas de la vida pública? ¿Cómo impedir en el momento en el que se interroga al pueblo que a través suyo circule cualquier tipo de pasión colectiva? Si no se piensa en esos dos puntos es inútil hablar de legitimidad republicana. Las soluciones no son fáciles de concebir. Pero resulta evidente, tras un examen atento, que cualquier solución implicaría en primer lugar la supresión de los partidos políticos. Para valorar a los partidos políticos según el criterio de la verdad, de la justicia, del bien público, conviene comenzar por discernir cuáles son sus características esenciales. Se pueden enumerar tres: Un partido político es una máquina de fabricar pasión colectiva. Un partido político es una organización construida de tal modo que ejerce una presión colectiva sobre el pensamiento de cada uno de los seres humanos que lo forman. La primera finalidad y en última instancia la única finalidad de todo partido político es su propio crecimiento. El cual no tiene límites. Debido a este triple carácter, todo partido político es totalitario en germen y en aspiración. Si no lo es de hecho, sólo será porque los que lo rodean no lo son menos que él. Estas tres características son verdades de hecho, evidentes para cualquiera que se haya aproximado a la vida de los partidos. La tercera es un caso particular de un fenómeno que se produce allí donde lo colectivo domina a los seres pensantes. Es la inversión de la relación entre el fin y los medios. Por todos lados sin excepción, las cosas generalmente consideradas como fines son por naturaleza, por definición, por esencia y de la manera más evidente, únicamente medios. Se podría citar tantos ejemplos como se quisiera en todos
Pero de hecho ninguna cantidad finita de poder puede jamás ser mirada como suficiente, sobre todo una vez obtenida. De facto, el partido se encuentra, debido a la ausencia de pensamiento, en un estado continuo de impotencia que atribuye siempre a la insuficiencia de poder del que dispone. Aun cuando fuera el dueño absoluto del país, las necesidades internacionales serían las que impondrían límites estrechos.
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los campos. Dinero, poder, Estado, grandeza nacional, producción económica, diplomas universitarios y muchos más. Sólo el bien es un fin. Todo lo que pertenece al dominio de los hechos es del orden de los medios. Pero el pensamiento colectivo es incapaz de elevarse por encima del dominio de los hechos. Es un pensamiento animal. La noción de bien posee sólo lo suficiente como para cometer el error de tomar tal o cual medio por el bien absoluto. Y eso es lo que sucede con los partidos. En principio, un partido es sólo un instrumento para servir a una cierta concepción del bien público. Esto es cierto incluso en aquellos que están vinculados a los intereses de una categoría social, pues siempre existe una cierta concepción del bien público, en virtud de la cual habría coincidencia entre el bien público y esos intereses. Pero esa concepción es extremadamente vaga. Esto es verdad sin excepción y casi sin diferencia de grados. Los partidos más inconsistentes y los más estrictamente organizados son iguales por lo vaga que es su doctrina. Ningún hombre, aunque haya estudiado profundamente la política, sería capaz de una exposición precisa y clara respecto de la doctrina de ningún partido, ni siquiera, si se diera el caso, del suyo propio. Ni a sí misma, la gente se confiesa esto. Si se lo confesaran, estarían ingenuamente tentadas de verlo como un signo de incapacidad personal, por no haber reconocido que la expresión «doctrina de un partido político» no puede jamás, por la naturaleza de las cosas, tener significado alguno. Un hombre que pase toda su vida escribiendo y examinando problemas de ideas, sólo en raros casos tiene una doctrina. Una colectividad no la tendrá nunca. No es una mercancía colectiva. Cierto es que se puede hablar de doctrina cristiana, doctrina hindú, doctrina pitagórica, etc. Lo que se designa entonces con esa palabra no es ni individual, ni colectivo; es algo que se sitúa infinitamente por encima de este o aquel nivel. Es, pura y simplemente, la verdad. La finalidad de un partido político es algo vago e irreal. Si fuera real exigiría un muy gran esfuerzo de atención, pues una concepción del bien público no es algo fácil de pensar. La existencia del partido
es palpable, evidente, y no exige ningún esfuerzo para ser reconocida. Por ello, es inevitable que de hecho el partido resulte para sí mismo su propia finalidad. En consecuencia hay idolatría, pues sólo Dios es legítimamente una finalidad para sí mismo. La transición es fácil. Se plantea como axioma que la condición necesaria y suficiente para que el partido sirva eficazmente a la concepción del bien público con vistas a la cual existe es que posea una amplia cantidad de poder. Pero de hecho ninguna cantidad finita de poder puede jamás ser mirada como suficiente, sobre todo una vez obtenida. De facto, el partido se encuentra, debido a la ausencia de pensamiento, en un estado continuo de impotencia que atribuye siempre a la insuficiencia de poder del que dispone. Aun cuando fuera el dueño absoluto del país, las necesidades internacionales serían las que impondrían límites estrechos. De esta manera, la tendencia esencial de los partidos es totalitaria, no sólo en lo que concierne a una nación, sino en lo que respecta al globo terrestre. Debido precisamente a que la concepción del bien público propia de tal o cual partido es una ficción, algo vacío, sin realidad, impone la búsqueda del poder total. Toda realidad implica por sí misma un límite. Lo que no existe en absoluto no es jamás limitable. Por eso existe afinidad, alianza entre el totalitarismo y la mentira. Es cierto que mucha gente nunca ha pensado en un poder total; ese pensamiento les daría miedo. Resulta vertiginoso, se precisa una especie de grandeza para sostenerlo. Esa gente cuando se interesa por un partido se contenta con desear que crezca; como si no tuviese ningún límite. Si este año hay tres miembros más que el año pasado, o si la colecta ha conseguido cien francos más, estarán contentos. Desean que continúe indefinidamente en la misma dirección. Jamás concebirán que su partido pueda tener en ningún caso demasiados miembros, demasiados electores, demasiado dinero. El temperamento revolucionario lleva a concebir la totalidad. El temperamento pequeño-burgués conduce a instalarse en la imagen de un progreso lento, continuo y sin límites. Pero en ambos casos el crecimiento material del partido se convierte en el único criterio respecto del cual se definen en todas las cosas el bien y el mal. Exactamente como si el partido fuera un animal al que hay que engordar, y como si el universo hubiera sido creado para hacerlo engordar. No se puede servir a Dios y a Mammón. Si se tiene un criterio del bien diferente al bien, se pierde la noción del bien. Desde el momento en que el crecimiento del partido constituye un criterio del bien, se produce inevitablemente una presión colectiva del partido sobre el pensamiento de los hombres. Esa presión se ejerce de hecho. Se muestra públicamente. Se confiesa, se proclama. Nos horrorizará, a no ser que la costumbre nos haya endurecido.
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Los partidos son organismos públicos, constituidos oficialmente de tal manera que matan en las almas el sentido de la verdad y de la justicia. La presión colectiva se ejerce sobre el gran público mediante la propaganda. La finalidad confesada de la propaganda es persuadir y no aclarar. Hitler vio claramente que la propaganda es siempre un intento de someter las mentes. Todos los partidos hacen propaganda. El que no la hiciera desaparecería por el hecho de que los demás sí la hacen. Todos confiesan que hacen propaganda. Nadie más es tan audaz en la mentira como para afirmar que él se propone educar al público, que él forma el juicio del pueblo. También es cierto que los partidos hablan de la educación de los que se les han acercado, simpatizantes, jóvenes, nuevos adherentes. Esa palabra es una mentira. Se trata de un adiestramiento que prepara a los miembros para el control mucho más exhaustivo del partido. Supongamos que el miembro de un partido —diputado, candidato a la diputación, o simplemente militante— adquiera en público el siguiente compromiso: «Cada vez que examine cualquier problema político o social, me comprometo a olvidar absolutamente el hecho de que soy miembro de tal grupo y a preocuparme exclusivamente por discernir el bien público y la justicia». Ese lenguaje sería muy mal acogido. Los suyos, e incluso muchos otros, lo acusarían de traición. Los menos hostiles dirían: «Entonces, ¿para qué se ha afiliado a un partido?», confesando de esta manera ingenua que, cuando se entra en un partido, se renuncia a buscar únicamente el bien público y la justicia. Ese hombre sería excluido de su partido, o por lo menos perdería la investidura; seguramente no sería elegido. Pero aún más, no parece posible el uso de tal lenguaje. De hecho, salvo error, jamás ha sido usado. Si se han pronunciado palabras próximas a esas, sólo lo hicieron hombres deseosos de gobernar con el apoyo de otros partidos distintos del suyo. Dichas palabras sonarían como una especie de afrenta al honor. Por el contrario, se considera totalmente natural, razonable y honorable que alguien diga: «Como conservador... —o como socialista— pienso que...». Cierto es que esto no lo hacen sólo los partidos. No se sonroja quien dice: «Como francés, pienso que...», «Como católico, pienso que...». Unas jovencitas, que se proclamaban vinculadas al gaullismo como equivalente francés del hitlerismo, añadían: «La verdad es relativa, incluso en geometría». Estaban tocando el nodo central. Si no existe la verdad, será legítimo pensar de tal o cual manera en tanto uno es tal o cual cosa. De la misma manera que se tiene el cabello negro, castaño, rojizo o rubio porque se es así, también se emiten tales o cuales ideas por la misma razón. El pensamiento, como el cabello, es entonces el producto de un proceso físico de eliminación. Si se reconoce que hay una verdad, sólo está permitido pensar lo que es verdadero. Entonces se piensa eso no porque se dé el caso de que uno sea francés, católico o socialista, sino porque la luz irresistible de la evidencia obliga a pensar así y no de otra manera. Si no existe la evidencia, si hay duda, entonces es obvio que, en el estado de conocimientos del que se dispone, la cuestión es dudosa. Si existe una débil probabilidad de un lado, es evidente que hay una débil probabilidad; y así con todo lo demás. En todos los casos, la
luz interior concede siempre a quien la consulte una respuesta manifiesta. El contenido de la respuesta es más o menos afirmativo; poco importa. Siempre es susceptible de revisión; pero ninguna corrección puede realizarse sin mediación de la luz interior. Si un hombre, miembro de un partido, está absolutamente decidido a ser fiel, en todos sus pensamientos, tan sólo a la luz interior y a nada más, no puede dar a conocer esa resolución a su partido. Se situará, en lo que respecta al partido, en el estado de mentira. Es una situación que sólo se acepta por causa de la necesidad, que obliga a estar en un partido para tomar parte eficazmente en los asuntos públicos. Pero entonces esa necesidad es un mal y hay que ponerle fin suprimiendo los partidos. Un hombre que no ha adoptado la resolución de fidelidad exclusiva a la luz interior instala la mentira en el mismo centro de su alma. Las tinieblas interiores son su castigo. Se podría intentar salir vanamente de esa situación mediante la distinción entre libertad interior y disciplina exterior. Pues hay que mentir entonces al público, y decirle que todo candidato, todo cargo electo, tiene una obligación particular de verdad. Si me planteo decir, en nombre de mi partido, cosas que estimo contrarias a la verdad y a la justicia, ¿voy a indicarlo en una advertencia previa? Si no lo hago, estaré mintiendo. De esas tres formas de mentira —al partido, al público, a uno mismo— la primera es de lejos la menos mala. Pero si la pertenencia a un partido obliga siempre y en todos los casos a la mentira, la existencia de los partidos es absolutamente, incondicionalmente, un mal. Era frecuente ver en los anuncios de reuniones: El señor X expondrá el punto de vista comunista (sobre el problema que era objeto de la reunión). El señor Y expondrá el punto de vista socialista. El señor Z expondrá el punto de vista radical. ¿Cómo esos desgraciados lograban conocer el punto de vista que debían exponer? ¿A quién podían consultarle? ¿A qué oráculo? Una colectividad no tiene lengua ni pluma. Los órganos de expresión son todos individuales. La colectividad socialista no reside en ningún individuo. Tampoco la colectividad radical. La colectividad comunista reside en Stalin, pero está lejos; no se le puede telefonear antes de intervenir en una reunión. No, los señores X, Y y Z se consultaban a sí mismos. Pero como eran honestos, se ponían primero en un estado mental especial, un estado parecido a aquel en el que tantas veces les había puesto la atmósfera de los medios comunista, socialista, radical. Si, al ponerse en ese estado, uno se deja llevar por sus reacciones, se produce naturalmente un lenguaje conforme a los «puntos de vista» comunista, socialista, radical. A condición, claro está, de que se prohíba rigurosamente cualquier esfuerzo de atención que pretenda discernir la justicia y la verdad. Si se llevara a cabo ese esfuerzo, se correría el riesgo —colmo del horror— de expresar un «punto de vista personal». Pues, en nuestro presente, la tensión hacia la justicia y la verdad es vista como algo que responde a una opinión personal. Cuando Poncio Pilato le preguntó a Cristo: «¿Cuál es la verdad?», Cristo no respondió. Había respondido ya por adelantado cuando dijo: «He venido a dar testimonio de la verdad». Sólo hay una respuesta. La verdad son los pensamientos que surgen en el espíritu de una criatura pensante, que única, total y exclusivamente se siente deseosa de verdad.
La mentira, el error —palabras sinónimas— son los pensamientos de los que no desean la verdad y de los que desean la verdad y algo más. Por ejemplo, desean la verdad y además la conformidad con uno u otro pensamiento establecido. Pero ¿cómo desear la verdad sin saber nada de ella? Ése es el misterio de los misterios. Las palabras que expresan una perfección inconcebible para el hombre —Dios, verdad, justicia— pronunciadas interiormente con deseo, sin adscribirles ninguna concepción, tienen el poder de elevar el alma e inundarla de luz. Al desear la verdad en el vacío y sin intentar adivinar de entrada el contenido se recibe la luz. En eso consiste todo el mecanismo de la atención. Es imposible examinar los aterradoramente complejos problemas de la vida pública si se está, por un lado, atento a discernir la verdad, la justicia, el bien público y, por otro, a conservar la actitud que conviene a un miembro de tal grupo. La humana facultad de la atención no es capaz de abordar las dos preocupaciones a la vez. De hecho, todos se quedan con una y abandonan la otra. Pero ningún sufrimiento le espera a quien abandona la justicia y la verdad. En cambio, el sistema de partidos comporta las penas más dolorosas por indocilidad. Penas que alcanzan a casi todo —la carrera, los sentimientos, la amistad, la reputación, la parte exterior del honor, incluso a veces la vida familiar. El Partido Comunista ha llevado este sistema hasta la perfección—. Debido a la existencia de penas, incluso quien interiormente no cede termina por falsear inevitablemente el discernimiento. Pues si quiere reaccionar contra la influencia del partido, esa voluntad de reacción es en sí misma un móvil ajeno a la verdad por lo que se debe desconfiar de él. Pero también implica desconfianza; y así con todo. La atención verdadera es un estado tan difícil para el hombre, tan violento, que cualquier problema personal de la sensibilidad basta para obstaculizarla. De ahí la obligación imperiosa de proteger, tanto como sea posible, la facultad del discernimiento que se tiene en sí mismo, contra el tumulto de las esperanzas y de los temores personales.
Si un hombre, miembro de un partido, está absolutamente decidido a ser fiel, en todos sus pensamientos, tan sólo a la luz interior y a nada más, no puede dar a conocer esa resolución a su partido. Se situará, en lo que respecta al partido, en el estado de mentira.
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Si un hombre hace cálculos numéricos muy complejos, sabiendo que se le azotará cada vez que obtenga como resultado un número par, su situación será muy difícil. Algo de dentro de la parte carnal del alma lo llevará a dar un empujoncito a los cálculos para obtener siempre un número impar. Al querer reaccionar, se arriesgará a encontrar un número par incluso donde no hace falta. Presa de esta oscilación, su atención ya no está intacta. Si los cálculos son tan complejos que le exigen la plenitud de la atención, es inevitable que muy a menudo se equivoque. De nada servirá que sea muy inteligente, muy valiente, muy celoso de la verdad. ¿Qué debe hacer? Es muy simple. Si puede escapar de las manos de esa gente que le amenaza con el látigo, debe escapar. Si consiguió no caer en sus manos, deberá continuar evitándolo. Eso es exactamente lo que ocurre con los partidos políticos. Cuando hay partidos en un país, resulta de hecho que tarde o temprano será imposible intervenir eficazmente en los asuntos públicos sin entrar en un partido y seguirles el juego. Cualquiera que se interese por lo público desea interesarse eficazmente. Por lo que quienes se inclinan por la preocupación hacia el bien público, o renuncian a pensar en ello y se orientan hacia otra cosa, o pasan por el aro de los partidos. En este caso también eso les causa preocupaciones que excluyen a la que representa el bien público. Los partidos son un maravilloso mecanismo en virtud del cual, a lo largo de todo un país, ni una sola mente podrá prestar atención al esfuerzo de discernir en los asuntos públicos el bien, la justicia y la verdad. El resultado es que —a excepción de un pequeño número de circunstancias fortuitas— sólo se deciden y ejecutan medidas contrarias al bien público, a la justicia, a la verdad. Si se le confiara al diablo la organización de la vida pública, no podría imaginar nada más ingenioso. Si la realidad no era tan oscura es porque los partidos aún no habían devorado todo. No obstante, de hecho ¿no era tan oscura?, ¿no era exactamente tan oscura como el cuadro esbozado aquí?, ¿no lo han mostrado los acontecimientos? Hay que confesar que el mecanismo de opresión espiritual y mental propio de los partidos ha sido introducido en la historia por la Iglesia Católica en su lucha contra la herejía. Un convertido que entra en la Iglesia —o un fiel que delibera consigo mismo y decide permanecer— ha percibido en el dogma algo de verdad y de bien. Pero al atravesar el umbral, manifestará de golpe que
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jamás será alcanzado por los anathema sit, es decir, acepta en bloque todos los artículos llamados «de fe estricta». Esos artículos no los ha estudiado. Incluso con un alto grado de inteligencia y de cultura, una vida entera no bastaría para ese estudio, puesto que implica el estudio de las circunstancias históricas de cada condena. ¿Cómo adherirse a afirmaciones que no se conocen? Basta con someterse incondicionalmente a la autoridad de donde emanan. Es ése el motivo por el cual Santo Tomás sólo quiere sostener sus afirmaciones mediante la autoridad de la Iglesia, excluyendo cualquier otro argumento. Pues, dice él, no hace falta nada más para quienes la aceptan; y ningún argumento persuadiría a quienes la rechazan. De esta manera, la luz interior de la evidencia, esa facultad de discernimiento concedida desde arriba al alma humana como respuesta al deseo de verdad, es desechada, condenada a tareas serviles, como hacer sumas, excluida de todas las investigaciones relativas al destino espiritual del hombre. El móvil del pensamiento ya no es el deseo incondicionado, no definido de la verdad, sino el deseo de conformidad con una enseñanza establecida de antemano. Que la Iglesia fundada por Cristo haya, de esta manera y hasta tal punto, asfixiado el espíritu de la verdad —y si, a pesar de la Inquisición, no lo ha hecho del todo es porque la mística ofrecía un refugio seguro— es una trágica ironía. La misma a menudo. Pero se ha reparado menos en otra ironía igualmente trágica: el movimiento de revuelta contra la asfixia de las mentes en el régimen inquisitorial tomó la orientación por la cual se continúa la obra de asfixia de las mentes. La Reforma y el humanismo del Renacimiento, doble producto de aquella revuelta, contribuyeron ampliamente a suscitar, después de tres siglos de maduración, el espíritu de 1789. Después de un cierto plazo de tiempo, el resultado fue nuestra democracia fundada en el juego de los partidos, en la que cada uno es una pequeña Iglesia profana, armada con la amenaza de la excomunión. La influencia de los partidos ha contaminado toda la vida mental de nuestra época. Un hombre que se afilia a un partido seguramente ha percibido, en la acción y la propaganda de ese partido, elementos que ha creído justos y buenos. Pero jamás ha estudiado la posición del partido respecto a todos los problemas de la vida pública. Al entrar en el partido, acepta posiciones que ignora. De esa forma somete su pensamiento a
la autoridad del partido. Cuando poco a poco vaya conociendo esas posiciones, las admitirá sin examinarlas. Esa es exactamente la situación del que se adhiere a la ortodoxia católica concebida a la manera de Santo Tomás. Si un hombre dijera, al pedir su carné de miembro: «Estoy de acuerdo con el partido en tal y tal y tal punto; no he estudiado sus otras posiciones y me reservo la opinión mientras no las haya estudiado», se le rogaría sin duda que volviera en otro momento. Pero de hecho, salvo en muy raras excepciones, un hombre que entra en un partido adopta dócilmente la actitud mental que expresará más tarde con estas palabras: «Como monárquico, como socialista, pienso que...». ¡Es tan cómodo! Porque no es pensar. No hay nada más cómodo que no pensar. En cuanto a la tercera característica de los partidos, a saber, que son máquinas de fabricar pasión colectiva, está claro que no necesita probarse. La pasión colectiva es la única energía de la que disponen los partidos para la propaganda exterior y para la presión ejercida sobre la mente de cada miembro. Se admite que el espíritu de partido ciega, vuelve sordo a la justicia, empuja incluso a gente honesta al encarnizamiento más cruel contra inocentes. Se admite, pero no se piensa en suprimir los organismos que fabrican dichas mentes. Sin embargo se prohíben los estupefacientes. A pesar de ello hay gente que se abandona a los estupefacientes. Pero habría todavía más si el Estado organizara la venta de opio y cocaína en todos los quioscos, con carteles publicitarios que animaran a los consumidores. La conclusión es que la institución de los partidos parece efectivamente constituir un mal de manera más o menos clara. Son malos en cuanto a su principio, y sus efectos son en la práctica malos. La supresión de los partidos sería un bien casi puro. Es eminentemente legítima en principio, y en la práctica sólo parece susceptible de efectos benéficos. Los candidatos no dirán a los electores: «Tengo tal etiqueta» —lo que, prácticamente, no dice en rigor nada al público sobre su actitud concreta sobre los problemas concretos—, sino: «Pienso tal y tal y tal cosa respecto de tal y tal y tal problema». Los cargos electos se asociarán y se disociarán según el juego natural y cambiante de las afinidades. Puedo perfectamente estar de acuerdo con el señor A sobre la colonización y en desacuerdo sobre la propiedad campesina; e inversamente con el señor B. Si se habla de colonización, iré antes de la sesión a charlar un poco con el señor A; si se habla de propiedad campesina, con el señor B. La cristalización artificial en partidos coincidía tan poco con las afinidades reales que un diputado podía estar en desacuerdo en todas
las actitudes concretas con un colega de su partido, y de acuerdo con un hombre de otro partido. ¡Cuántas veces en la Alemania de 1932, un comunista y un nazi que discutían por la calle se han visto arrastrados por el vértigo mental al constatar que estaban de acuerdo en todos los puntos! Fuera del Parlamento, del mismo modo que existirían revistas de ideas, habría naturalmente alrededor de ellas algunos círculos de personas. Pero estos círculos deberían ser mantenidos en estado de fluidez. Es la fluidez la que hace distinto a un círculo de afinidad de un partido, y la que le impide tener una mala influencia. Cuando se frecuenta amistosamente al que dirige tal revista, a los que escriben a menudo, cuando uno mismo escribe, sabe que está en contacto con el círculo de esa revista. Aunque uno mismo no sepa si pertenece a esa revista; no hay una distinción clara y distinta entre el dentro y el fuera. Más lejos están los que leen la revista y conocen a uno o dos de los que escriben. Más lejos, los lectores habituales que extraen de ella inspiración. Más lejos, los lectores ocasionales. Pero a nadie se le ocurriría pensar o decir: «En tanto vinculado a tal revista, pienso que...». Cuando algunos colaboradores de una revista se presentan a las elecciones, les debe estar prohibido invocar la revista. A la revista le debe estar prohibido dar una investidura, o ayudar ya sea directa o indirectamente a su candidatura, o incluso mencionarla. Todo grupo de «amigos» de dicha revista debería estar prohibido. Si una revista impide a sus colaboradores, bajo pena de ruptura del contrato, colaborar con otras publicaciones, deberá suprimirlo
Los partidos son un maravilloso mecanismo en virtud del cual, a lo largo de todo un país, ni una sola mente podrá prestar atención al esfuerzo de discernir en los asuntos públicos el bien, la justicia y la verdad.
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en cuanto los hechos estén probados. Ello implica un régimen de prensa que haga imposibles publicaciones con las que es deshonroso colaborar (tipo Gringoire, Marie Claire, etc.). Cada vez que un círculo intente cristalizarse dando un carácter definido a la cualidad de ser miembro, habrá represión penal cuando el hecho parezca probado. Claro está, habrá partidos clandestinos. Pero sus miembros tendrán mala conciencia. Ya no podrán hacer profesión pública de servilismo de la mente. No podrán hacer ninguna propaganda en nombre del partido. El partido ya no podrá mantenerlos en una red sin salida de intereses, sentimientos y obligaciones. Cada vez que una ley es imparcial, equitativa y está basada sobre un punto de vista del bien público fácilmente asimilable por el pueblo, fragilizará todo lo que ella misma prohíbe. Lo fragiliza por el simple hecho de existir, e independientemente de las medidas represivas que intenten asegurar su aplicación. Esta majestad intrínseca de la ley es un factor de la vida pública que ha sido olvidado desde hace mucho tiempo y que se debe utilizar. No parece haber en la existencia de partidos clandestinos ningún inconveniente que no se encuentre en un grado más elevado en los partidos legales. De manera general, un examen atento no deja ver en ningún sentido inconvenientes de ninguna clase para la supresión de los partidos. Por una paradoja singular, las medidas de este tipo que no encierran ningún tipo de inconveniente son en la realidad las que menos posibilidades tienen de ser tomadas. Se dice: si fuera tan simple, ¿por qué no ha sido realizado aún? Sin embargo, generalmente, las grandes cosas son fáciles y simples. Esta extendería su virtud de saneamiento mucho más allá de los asuntos públicos. Pues el espíritu de partido ha llegado a contaminarlo todo. Las instituciones que determinan el juego de la vida pública influyen siempre en un país sobre la totalidad del pensamiento a causa del prestigio del poder.
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Se ha llegado a no pensar casi en absoluto en ningún otro dominio del conocimiento si no es tomando la posición «a favor» o «en contra» de una opinión. Después se buscan argumentos, según el caso, sea a favor o en contra. Es exactamente la transposición de la adhesión a un partido. De la misma forma que en los partidos políticos hay demócratas que admiten varios partidos, en el dominio de las opiniones la gente de amplias miras reconoce un valor a las opiniones con las que dice estar en desacuerdo. Lo que significa haber perdido del todo el sentido mismo de lo verdadero y de lo falso. Otros, cuando toman posición a favor de una opinión, no consienten en examinar nada que le sea contrario. Es la transposición de la mente totalitaria. Cuando Einstein vino a Francia, toda la gente que pertenecía a un medio más o menos intelectual, incluidos los científicos, se dividieron en dos campos: a favor y en contra. Todo pensamiento científico nuevo tiene en sus ambientes partidarios y detractores que se encuentran animados, hasta un grado que alcanza lo detestable, por el espíritu de partido. Por otra parte, hay en esos medios tendencias, capillas, en un estado más o menos cristalizado. En el arte y la literatura aún es más visible. Cubismo y surrealismo han sido una especie de partidos. Se era «gideano» como se era «maurrasiano». Para tener un nombre es útil estar rodeado de una banda de admiradores animados por el espíritu de partido. De la misma manera, no había una gran diferencia entre el apego a un partido y el apego a una Iglesia o bien a una actitud antirreligiosa. Se estaba a favor o en contra de la creencia en Dios, a favor o en contra del cristianismo, y así con todo. Se ha llegado incluso a hablar de militantes en asuntos religiosos. Incluso en las escuelas ya no se sabe estimular de otra manera el pensamiento de los niños si no es invitándoles a tomar partido a favor o en contra. Se les cita una frase de un gran autor y se les dice: «¿Están de acuerdo o no? Desarrollen sus argumentos». En el examen, los desgraciados, puesto que tienen que haber terminado la disertación al cabo de tres horas, no pueden pasar más de cinco minutos preguntándose si están de acuerdo. Y sería tan sencillo decirles: «Mediten sobre este texto y expresen todas las reflexiones que se les ocurran». En casi todos los lugares —e incluso, a menudo, debido a problemas puramente técnicos— la operación de tomar partido, de tomar posición a favor o en contra, ha substituido a la obligación de pensar. Se trata de una lepra que se ha originado en los ambientes políticos y se ha extendido, a través de todo el país, a la casi totalidad del pensamiento. Es dudoso que se pueda remediar esta lepra que nos mata sin antes suprimir los partidos políticos. • Traducción de Hero Suárez
Muslámenes. Novela por entregas • Por Daniel Saldaña París
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odo ha sido borroso y pesado en los últimos días. No llevo una cuenta precisa del tiempo. Desde mi conversación con aquel dudoso Rejéan Ducharme en las calles de Parc Extension, no duermo bien ni controlo mi paso del sueño a la vigilia. Un momento estoy despierto, al siguiente estoy dormido, al siguiente estoy despierto pero en otro sitio (una banca de un parque, por ejemplo). He vuelto al consumo de Protax, el medicamento controlado que compro ilegalmente. Es raro: llevo ya varios meses consumiendo la mentada droga y no podría hacer un inventario de sus efectos, como si éstos se diluyeran en la vida cotidiana o se infiltraran arteramente en sus fundamentos. Sospecho que mi conversación con Ducharme pudo haber sido una alucinación inducida por la droga. Todo el contenido de aquella charla apunta en el mismo sentido de mis alucinaciones previas: delirios conspiratorios con tintes de película de serie B; retorcidas revisiones psicodélico-masoquistas de la historia del Quebec y sus próceres secundarios. Buckminster Fuller, las vestales feministas, los experimentos de Donald E. Cameron en la Universidad de McGill, escritores misóginos o desaparecidos… todos estos elementos parecen vibrar en el mismo tono, como emanaciones persistentes y tercas de mi consumo de Protax. Quisiera dejar la droga, pero es imposible: a veces la consumo sin darme cuenta, como un acto reflejo. Saco del bolsillo el frasco (etiquetado con un nombre que no es el mío: así me lo dio mi dealer) y me meto un par de pastillas a la boca sin notarlo siquiera. Un parpadeo. Horas más tarde me descubro caminando por los callejones de Hochelaga o de Saint-Léonard o de Montréal-Nord: barrios sembrados de usuarios de crack que me preguntan el nombre del alcalde en funciones.
Cleptocracia • Por donDani Apreciamos mucho el voto y sobre todo tu confianza en nosotros.
Ahora mismo camino por un estacionamiento no lejos del Gay Village. El estacionamiento de una iglesia, o una iglesia devenida centro comunitario. Reviso mi bolsillo y ahí está el frasco de Protax, con una sola pastilla bailando en el fondo. Pronto tendré que llamar de nuevo a mi proveedor, pienso. Al fondo del estacionamiento, el muro de la iglesia (de la parte trasera de la iglesia) ofrece una puerta abierta con unas escaleras descendentes. Recuerdo la última frase que me dijo el falso Ducharme (el Ducharme, quizás, alucinado): «…en los sótanos de las iglesias de esta maldita ciudad». Así que entro. Desciendo las escaleras. Se me ofrece un salón muy grande, con una especie de tarima llena de sillas dispuestas en círculo. Personas sentadas, bebiendo café. Un hombre muy alto, muy pálido y muy sonriente sale de la nada y me sorprende dándome un abrazo. «Bienvenido. ¿Es tu primera junta? No te había visto antes». Nadie da abrazos en Montreal, esto es extraño. Un gran letrero en una de las paredes del fondo del salón me explica de una vez por todas en dónde carajos estoy: «Los doce pasos de Adictos Anónimos». Me da un poco de pereza pasar las próximas horas escuchando hablar sobre Dios, pienso. Pero no tengo nada mejor que hacer. La gente me saluda, sonriente. Dejo la mano izquierda en el bolsillo, aferrada al frasco con la última pastilla de Protax. Buenas noches. Mi nombre es Daniel y soy adicto. Soy adicto a una droga experimental que me hace charlar con escritores anónimos sobre estrategias contrarrevolucionarias de la Guerra Fría. •
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El Señor Cerdo
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on su incomparable talento para apreciar los fenómenos contemporáneos y moldearlos para su beneficio, el Señor Cerdo ha advertido que el enorme descontento actual producido por la gran precariedad bajo la que millones de personas conducen sus vidas, ha podido ser canalizado por figuras mediáticas y estridentes que con insultos y promesas incendiarias alcanzan grandes posiciones de poder. En uno de esos momentos de reflexión a los que es tan propenso, el Señor Cerdo se preguntó «¿Y por qué yo no?», respondiéndose casi de inmediato que posee cualquier característica necesaria para montarse en la ola del discurso del odio y llegar tan alto como se lo proponga. Ni tardo ni perezoso, el Señor Cerdo comenzó a esbozar los lineamientos de su movimiento político, al que tentativamente ha llamado Los Cerdos al Poder, y la plataforma bajo la que piensa presentarse se basa en agrupar en torno suyo a la estirpe a la que el Señor Cerdo pertenece, para dejar de una vez por todas de sentir cualquier vestigio de culpa por ser la vanguardia de la especie en todos los sentidos, y, por el contrario, afirmar abiertamente su derecho a ocupar las posiciones de mayor privilegio, a partir de un proceso de selección natural. Entre las medidas específicas que el Señor Cerdo piensa proponer como uno de los ejes de su movimiento se cuenta el derecho de la estirpe de emprendedores
creativos a la que él pertenece a no ofrecer más a la sociedad el fruto de sus talentos, si acaso no se les reconoce su estatuto superior. Consciente de que al mismo tiempo necesita apelar a las masas para conseguir los votos correspondientes que le permitan poner en práctica su plataforma, el Señor Cerdo piensa apelar a las capas inferiores a través de hacerles saber que si les va mal es precisamente porque tienen lo que se merecen, con la intención de que al cobrar conciencia de su mediocridad se puedan motivar lo suficiente como para unirse al movimiento Los Cerdos al Poder, y dejen de culpar a fuerzas oscuras de su infortunio, para de una vez por todas tomar las riendas de su vida y atreverse a intentar ser cada día otro poco más como el Señor Cerdo y los suyos. Para no dejar ningún cabo suelto, a la par del movimiento político el Señor Cerdo planea realizar una exhaustiva estrategia de merchandising, para conseguir monetizar las pasiones que su revolución desde arriba aglutinará en torno a su persona. Así, además de gorras rojas con la leyenda Los Cerdos al Poder realizará camisetas, pines, tazas y dispositivos usb, con lo cual no sólo obtendrá considerables ganancias, sino que insertará su mensaje y su ser en miles de hogares que adquieran sus productos. Con esta nueva maniobra el Señor Cerdo continuará insertándose como una leyenda destinada a pasar a la historia como lo más representativo de estos tiempos que corren. •
Instrucciones a los patrones • Por Johnny Raudo
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i bien durante otras épocas históricas los patrones enfrentaron todo tipo de complicaciones ideológicas, sociales y demás, en su incesante lucha contra los empleados, por fortuna en esta época las cosas son muy diferentes, y los patrones han obtenido conquistas en prácticamente todos los frentes. En la actualidad, un aliado fundamental se encuentra en los galopantes avances tecnológicos, pues cada vez existen más y mejores dispositivos para logar extraer hasta la última gota de productividad incluso a los empleados más problemáticos. Así, los patrones de todo el mundo recientemente leyeron con beneplácito la noticia de la existencia de un chip que se les implanta a los empleados entre el dedo pulgar y el dedo índice, con el cual pueden abrir las puertas de la oficina (o ver cómo se les niega el acceso a determinadas áreas) o encender su computadora. A pesar de que por el momento el chip se encuentra en una fase experimental, y su colocación es opcional por parte de los empleados, las posibilidades que se abren hacia el futuro son incalculables a partir de este genial invento. Como patrón de avanzada, deberás de estar pendiente de cualquier nuevo acontecimiento en esta dirección, pues sería deseable que el prototipo del chip evolucionara para permitir asuntos como avisarte cuando el ritmo cardiaco de un empleado fuera demasiado bajo como para pensar que pudiera estar trabajando, o monitorear el número de veces que van al baño, para poder descontarles ese tiempo acumulado a fin de mes. Sin embargo, para no tener que esperar a que eso suceda, puedes aprovechar para exagerar un poco las propiedades reales del chip, explicando a los empleados que sólo
aquellos que se lo coloquen tendrán verdaderas posibilidades de ascender en la empresa, y exponer que dado que la empresa es una gran familia y en las buenas familias no debe de haber secretos, el chip permitirá llevar un registro meticuloso de los estados emocionales de cada uno de los empleados, para poder como patrón monitorear en todo momento los niveles de buena vibra necesarios para el correcto funcionamiento de la empresa. Por último, como todo buen patrón sabe, es imprescindible potenciar una cierta dosis de ansiedad en los empleados, pues de lo contrario fácilmente se relajan y se vuelven menos productivos. En ese sentido, deberás ponerte de acuerdo con los programadores para que el chip le juegue periódicamente malas pasadas a los empleados, cerrándoles por ejemplo la puerta en las narices, o negándoles el acceso a los archivos personales de su propia computadora. Asimismo, puedes ir probando poco a poco los límites del chip, de preferencia en un empleado dócil al comienzo, implantándole un modelo que permita que le administres descargas eléctricas cada que cometa un error, o cada que te dé la gana como patrón. Para que no transmitas una apariencia de injusticia, puedes estipular una compensación monetaria por cada determinado número de descargas, con lo cual todos saldrán beneficiados de la operación, pues tú como patrón estarás poniendo en práctica un novedoso sistema de control empresarial, y el empleado verá incrementar sus ingresos en una proporción directa tanto con su torpeza como con tus ganas de infligirle dolor de manera periódica. •
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Mi estancia en el
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Internacional para el Etgar Keret
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La maestra me sentó en un pupitre con alguien cuyo nombre nadie conocía, pero un vistazo era suficiente para entender que aquel era el niño que más deseaba. Nadie sabía qué es lo que deseaba, porque jamás hablaba. Pero abría sus ojos muy grande, tratando de ver, y su lengua siempre estaba paseándose alrededor de su boca, como si estuviera probando algo que no estaba ahí, y aquella bola de golf en su garganta iba de arriba abajo cada pocos segundos como suele suceder cuando tragas algo.
uando yo era niño mi madre tenía un sólo temor: que de grande yo fuera alguien ordinario. Nuestra familia, como todo el mundo sabe, ha sido ordinaria generación tras generación. Buena familia, pero normal hasta el cansancio. Así que mi madre no iba a dejar que yo terminara del mismo modo. Es por eso que, desde el día en que nací, ella y mi padre ahorraron sus centavos y cuando cumplí doce años me enviaron al Internado Internacional para el Cultivo de la Excelencia en Suiza. El Internado ponía un énfasis muy especial en los logros y la singularidad, y sus graduados tenían fama mundial por la excelencia que alcanzaban en sus respectivos campos. Los campos en sí no eran relevantes para la administración siempre y cuando alcanzaran la excelencia en ellos. En mi clase, por ejemplo, Caroline se preparaba para ser la más hermosa, y Raúl ya había conseguido ser el más fastidioso y constantemente molestaba a Yu-Lin, quien era la más patética. La maestra me sentó en un pupitre con alguien cuyo nombre nadie conocía, pero un vistazo era suficiente para entender que aquel era el niño que más deseaba. Nadie sabía qué es lo que deseaba, porque jamás hablaba. Pero abría sus ojos muy grande, tratando de ver, y su lengua siempre estaba paseándose alrededor de su boca, como si estuviera probando algo que no estaba ahí, y aquella bola de golf en su garganta iba de arriba abajo cada pocos segundos como suele suceder cuando tragas algo.
Si hubiera sabido lo que aquel niño quería, hubiera matado por conseguírselo. Pero no lo sabía y tampoco los maestros lo sabían. Ni siquiera intentaban averiguarlo: era suficiente que alcanzara la excelencia en desearlo. Así que pasé un año entero observando a aquel niño sin nombre. Un año durante el cual Caroline se hizo un transplante de mejilla y Yu-Lin trató de matarse en tres ocasiones. Éramos considerados como una generación muy exitosa, excepto por mí y tal vez por Raúl, que de vez en vez decepcionaba con unas incontrolables muestras de afecto. En un intento desesperado por mostrar su compromiso, Raúl asesinó a nuestra maestra de biología. Pero como los consultores en pedagogía le explicaron a su padre, fue demasiado poco y demasiado tarde, y ambos fuimos expulsados. El vuelo de regreso a casa fue desagradable. Yo sabía que mis padres me seguirían queriendo, pero me pesaba la decepción que les iba a causar enterarse de lo que yo siempre he sabido: que soy como cualquier otro. Nadie pronunció palabra en el camino del aeropuerto a casa, y cuando por fin llegamos, ya había oscurecido. Mi madre miró la bolsa de verduras congeladas en el refrigerador y preguntó con voz entrecortada si deseaba algo. Cerré los ojos, sabía que sí. Deseaba algo. Sin nombre, pero con olor y sabor. No era el que más lo deseaba, ni siquiera lo deseaba la mitad que aquel niño que se sentaba junto a mí en la escuela, pero para mí, de alguna forma era suficiente. • Traducción de Diego Rabasa
Internado
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Cultivo de la Excelencia
Ilustraciรณn de Emilia Schettino
Psycho Killer • Por Carlos Velázquez Vargas Llosa vs Bob Dylan Ningún libro en la historia de la literatura moderna ha levantado tanta ámpula como Letras completas (Malpaso, 2016) de Bob Dylan. A su autor le fue otorgado el Premio Nobel de Literatura. No fue por Tarántula o Crónicas. Fue por su carrera musical. Letras completas es la materialización en formato de libro de esa carrera. El mundo de las letras mostró su repudio por el cantautor. Pero nadie levantó la voz en contra de Dylan como Mario Vargas Llosa, también Nobel. Como «frivolización de la cultura» calificó Vargas Llosa la decisión de la Academia Sueca, mientras aparecía en la portada de Hola! con Isabel Preysler. El pop no es ningún pecado. Su principal molestia radicaba en que premiaran a una estrella de rock. Lo que evidenció tristemente el enorme desconocimiento que el mundo de la literatura tiene de la figura de Dylan. No puedes acusar de aburguesamiento a un hombre que ha elegido el no-lugar como residencia. Su gira interminable lo ha tornado ilocalizable, incluso para las revistas del corazón. Fue imposible para la Academia Sueca notificarle que había sido el ganador. ¿Qué significa el Premio Nobel? La respuesta es poder. El silencio de Dylan enfureció aún más a sus detractores. Que Bob rechazara detentar el poder le resultó insoportable a Vargas Llosa. Y una verdad lapidaria se desprende de este episodio: ningún libro de Vargas Llosa, ni su obra en conjunto, son tan significativas para el mundo como lo es una canción de Bob Dylan. A Vargas Llosa lo enloquece el poder, por algo se lanzó a la presidencia de su país, por algo unge a escritores. A Dylan el poder le causa un profundo desinterés. Cualquier otro (quizá con excepción de Leonard Cohen) que hubiera ganado el Nobel habría salido corriendo a recibirlo. La publicación de Letras completas ha supuesto un carpetazo en la maquinaria editorial. Es un libro que no fue concebido como tal. Es una reunión de textos que relatan ciertos pasajes de la historia de la humanidad. Pese a su circunstancialidad, es una especie de Corán de la poesía occidental de la segunda mitad del siglo xx.
Parece un relato de ciencia ficción, el hecho de que en los tiempos del reinado tecnológico sea un libro el que produzca una revuelta. Sin embargo, las damas que cada año comentan al nuevo Nobel en sus clubes de lectura no han salido a arrebatarse los ejemplares de Letras completas. No debuta Dylan en librerías. Existen cientos de libros que abundan sobre su obra y su persona. También algunas compilaciones anteriores de sus letras. Y los mencionados Tarántula (Novela) y Crónicas (Memoria). Y las letras de todos los discos de Dylan se pueden consultar en su página oficial. Pero Letras completas se impone como la antología de antologías. Un monolito de sabiduría. Que pese a su monstruosidad, casi mil trescientas páginas, resuma humildad. La timidez con la que Dylan ha reaccionado a los acontecimientos de su vida pública habla de una personalidad monástica. Si algo tiene que decir está todo contenido en Letras completas. «No es un gran escritor», así calificó Vargas Llosa a Bob Dylan. Atendiendo a esta declaración, se podría concluir que por la tanto Letras completas no es un gran libro. Basta asomarse a sus páginas para constatar lo contrario. El trabajo de Dylan está sembrado con citas de textos sagrados, referencias provenientes de la poesía y del cine. Pero lo importante es lo que ha hecho Dylan con todos estos extractos. Ha confeccionado una obra que ha entablado un diálogo con el mundo. Es más que la suma de las décadas que retrata. Es la hipertextualidad por excelencia. Dylan se encuentra más cerca de Joyce y de Burroughs
que de la Biblia misma. Como modelo narrativo. Como modelo mítico, Dylan no reconoce prejuicios. Y, en desacuerdo con Vargas Llosa, eso lo convierte en un gran escritor. En 1991, cuando recibió un Grammy, Dylan salió al escenario vestido de negro y escupió una rabiosa, furibunda, distorsionada versión de «Masters of War». Era su manera de protestar contra la guerra de Irak. En la ceremonia de entrega del Nobel, a la que no se presentó, Patti Smith cantó «A Hard Rain’s A-Gonna Fall». Patti se quebró durante su interpretación. Lloró por la despiadada actualidad de la letra de la canción. Fue el mensaje de Dylan. Lo peor está por venir. Por supuesto en referencia a Trump. Aunque no se le mencionara. Era obvio. El espíritu contestatario de Bob continúa intacto. Aunque reniegue de él. Aunque toque cóvers de Frank Sinatra. Sigue siendo el trovador atribulado por las noticias del mundo. Hastiado de la celebridad, Dylan ha desaparecido de la vida pública. Su carácter huidizo lo ha vuelto impredecible. Su última travesura ha sido por fin aceptar el Nobel de manos de los académicos. Lo que por fin dejará satisfechos a todos aquellos que aseguraban que no rechazaría el dinero. Pero existe algo que no se puede comprar. El prestigio. Y las credenciales de Letras completas son apabullantes. Han sido merecedoras del Premio Asturias y del Premio Nobel. Más los logros obtenidos en el mundo de la música. Las tablas de Moisés nunca llegaron al número uno de las listas de popularidad. •
Sexto Piso Times
Noticias Que de tan falsas… podrían ser verdaderas
• Mayo de 2017
Circula entre esferas políticas propuesta para instaurar oficialmente la República Criminal Mexicana. Este año que se cumplen cien años de la Constitución de 1917, por razones obvias se ha hablado mucho sobre su vigencia y pertinencia, y han surgido incontables declaraciones acerca de la necesidad de actualizar la carta magna para adecuarla a las cambiantes realidades de la nación. Es por ello que luego de una exhaustiva investigación, el equipo de reporteros de Sexto Piso Times ha descubierto una propuesta que circula a los más altos niveles del gobierno federal, que cuenta con el beneplácito de los principales partidos políticos, para no solamente dotar a la nación de un nuevo orden jurídico, sino reemplazar radicalmente el actual, para ajustarlo a los talentos de los líderes políticos que nos han regido, nos rigen y nos regirán. El borrador del documento, en poder de la redacción de Sexto Piso Times, explica que la interminable cadena de calamidades que han marcado a la historia contemporánea nacional se debe en el fondo a un vicio de origen, pues el establecimiento de una república constitucional, con derechos y obligaciones para todos, ha puesto en una mala posición a nuestra clase dirigente y, lo que es peor, nos ha costado muy caro como nación, pues se han malgastado y desaprovechado sus eminentes cualidades. A partir de ese razonamiento, la propuesta contempla modificar de tajo la base sociopolítica del sistema jurídico, para dejar de ser una república constitucional, y convertir a México en un país de vanguardia a nivel internacional, constituyéndolo formalmente como la primera República Criminal abiertamente reconocida de la historia de la humanidad. Entre las ventajas que se enumeran como parte del proyecto, destacan las siguientes: En primer lugar, quedarían abolidas a perpetuidad las elecciones, y el acceso a los cargos se daría a la vieja usanza de las familias dedicadas al crimen a lo largo de varias
«Para qué nos hacemos tarugos, mejor aprendamos a aceptarnos como somos»: alto funcionario gubernanmental.
generaciones, combinando un sistema de sucesión dinástica y favoritismos, con las siempre presentes traiciones y asesinatos para modificar el orden natural de las cosas. De esa manera se estaría simplemente reconociendo en su cabal magnitud el fenómeno del cacicazgo, y se ahorrarían miles de millones de pesos que actualmente se utilizan para el montaje de las campañas electorales, que podrían sin mayor trámite ser depositados en las cuentas en paraísos fiscales que conservan nuestras autoridades. Para sustituir el efecto catártico que tiene en la ciudadanía el ritual periódico de las elecciones, la propuesta contempla que cada fin de semana se juegue en una sede itinerante el clásico América-Chivas, a manera de satisfacción emocional sustituta. Una segunda ventaja es que, al legalizar y normalizar absolutamente el derecho de la clase política a ejercer sus innatas dotes criminales, se ahorraría también una cantidad ingente de dinero en nombrar fiscales especiales, comisiones de la verdad,
montar averiguaciones previas y denuncias penales, y también se dejaría de dar molestias a instituciones como la Interpol que, confiaron fuentes exclusivas a Sexto Piso Times, se encuentran un poco cansadas del ciclo de tener que intensificar la búsqueda de políticos mexicanos en fuga cada vez que se aproxima una elección importante en nuestro país. Asimismo, se dejaría de desperdiciar el principal talento de nuestra clase política, permitiéndoles en adelante desplegar su inmensa creatividad para crear tramas y subtramas criminales que, comenta el documento, «poseen incluso un alto valor poético, si tan sólo aprendiéramos a apreciarlas en su justa dimensión». Por último, al reconocer jurídicamente el estatuto criminal de nuestras autoridades, se encontrarían en una posición de igualdad frente a sus contrapartes de lo que actualmente se conoce como el crimen organizado, pues los cárteles ya no podrían monopolizar el uso del término, sino que bajo los nuevos términos, serían equivalen-
tes jerárquicos, con lo cual podrían celebrar periódicamente cumbres cupulares como las que popularizara la trilogía de El padrino, para poder tomar conjuntamente las decisiones que afecten el rumbo de la nación. Y, last but not least, la propuesta detalla también una ventaja en el aspecto de las relaciones internacionales, pues si llegaran a prosperar las propuestas del presidente Trump de construir un muro fronterizo y abolir el tlc, nuestras exportaciones podrían llevarse a cabo de manera diligente a través de un complejo sistema de túneles, submarinos y otros métodos en uso, de manera que ni nuestros migrantes ni nuestra industria manufacturera sufrieran las consecuencias del proteccionismo del vecino del norte. La propuesta concluye con el lema de la República Criminal Mexicana que vendría a reemplazar al ya avejentado «¡Sufragio efectivo, no reelección!», que continúa apareciendo en documentos oficiales, optando en adelante por una versión más en sintonía con los tiempos que corren: «Porque el robo es nuestra forma de vida, ¡eliminemos las trabas que nos impiden expresarnos!». Amén. •
Sale a la luz la querella entre Luis Miguel y Fattaché En medio de los escándalos legales en los que se ha visto inmiscuido recientemente Luis Miguel, que culminaran en la reciente orden de arresto emitida en su contra, por no presentarse a los citatorios derivados de la demanda por incumplimiento de contrato de su antiguo manager, William Brockhaus, se ha perdido uno de los motivos cruciales que, hasta el momento, no habían salido a la luz. Tras una exhaustiva investigación, el equipo de Sexto Piso Times ha logrado averiguar que el principal incumplimiento de contrato por parte de El Sol se produjo hacia la conocida crema para adelgazar, Fattaché, que apostó fuertemente para reposicionarse en el mercado de productos milagrosos para adelgazar mediante una cuidadosa estrategia que involucraba utilizar a Luis Miguel como imagen de la compañía. El trato, según consta en un documento en poder de Sexto Piso Times, consistía en
que luego de haberse dejado ver por distintos escenarios convertido en un tonel, Luis Miguel comenzara su nueva gira con un aspecto notoriamente más delgado, e incluso había aceptado dedicarle «Ahora te puedes marchar» a un montón de grasa depositado en un costado del escenario, mientras blandía y besaba un frasco de Fattaché, en un gesto de agradecimiento por su renovado aspecto. El problema se desencadenó cuando un representante de la compañía se apersonó en su casa dos días antes del comienzo de la gira, para comprobar horrorizado que Luis Miguel incluso había subido unos cuantos kilos más desde la firma del acuerdo. Posteriormente, cuando se le exigió la devolución del bono recibido, el cantante se encogió de hombros y procedió desafiante a darle una nueva mordida a la Big Mac que sostenía en las manos, dando inicio con ese gesto al infierno legal en el que ahora se halla sumido. •
El buzón de la prima Ignacia Estimada señora Ignacia: Estoy que no puedo más del dolor. Desde su nacimiento, mi marido y yo nos hemos consagrado a darle lo mejor de lo mejor a nuestro hijo Rufino, con la esperanza de que algún día fuera un gran médico, o ingeniero, o ya de perdis un gran publicista. Pero, nooooooo, resulta que la vida nos tenía preparada una jugada muy pero muy chueca. A sus tiernos 18 años, el otro día lo mandamos a comprar unas tortas, y como es un muchacho un poco distraído nos pareció normal que se tardara un poco en llegar, pero no creímos que fuera nada grave. A partir de ahí, comenzó a ausentarse cada vez más seguido, y estaba como ido, como si estuviera en otro lado, hasta que finalmente el otro día nos soltó la bomba: se había unido a la Iglesia de la Cienciología, y nos mostraba orgulloso el contrato por mil millones de años que le hacen firmar a sus miembros. ¡Mil millones de años! Y ahora anda diciendo que si pasa no sé qué pruebas se lo van a llevar a los barcos con los meros meros, y que ni lo andemos cuestionando porque nos desconecta y no nos vuelve a ver, o algo así. ¡Ayuda por favor a una madre desesperada a recuperar a su retoño de las manos de esa secta del mal! Atentamente, Mercedes Ordoñez
Mira, Mercedes, te voy a decir una cosa para que nos entendamos: sólo porque soy muy profesional, y porque por desgracia todavía necesito el miserable sueldo que me paga esta revistucha de cuarta, no puedo revelar todavía mis cartas. Paciencia, Ignacia, paciencia. Ooooooooommmm… Ooooooooommmm. ¿Secta del mal? Bueno, nada más te digo que no tienes ni idea de lo que estás hablando, y que si Rufino firmó el contrato de los mil años, es lo mejor que le pudo haber pasado a su almita (o «thetán», en el argot) inmortal, que ya se encuentra en el Puente hacia la felicidad eterna. Pero como seguramente eres de una ignorancia monumental en cuestiones espirituales, te la voy a poner más fácil: ¿tú crees que tú eres más sabia que gente como el Tom Cruise, el John Travolta, el Will Smith o la Kristie Alley? Ja. Nooooo, si de seguro tú también sales en las películas que ellos salen y debes de tener tu mansionsota en El Pedregal, ¿verdad? ¿Pero sabes qué? Que hoy no es tu día de suerte, porque tu carta me puso de mal humor. Al principio como que me diste lastimita y te iba a invitar a una sesión introductoria para ver si tú también querías salvar a tu thetán, pero, como bien dicen, no se le puede dar margaritas a los cerdos, así que más bien me voy a mover con unos contactos para que te declaren Persona Supresiva, y el pobre Rufino no tenga que lidiar nunca más con tus malas vibras, y pueda continuar tranquilo su ascenso por el Puente. Espero que tengas más hijos a los que les quieras tratar de imponer el futuro de sufrimiento y mediocridad que tenías planeado para Rufino, porque por suerte para él, se topó con el camino adecuado, y nunca más tendrá que estar sujeto a influencias malignas de gente como tú. ¡Adiosíiiiiiin!
Hazle una pregunta a la prima Ignacia. Si tienes la suerte de que en su infinita sabiduría la seleccione como la mejor del mes, recibirás gratis en tu domicilio el libro de tu preferencia de Sexto Piso.
Estudié Economía en el itam, Finanzas en Harvard y Karma en la Universidad Tibetana, pero el verdadero aprendizaje lo obtengo en esa loca maravilla llamada vida. Si quieres que lo comparta contigo, no lo pienses más y consúltame en el siguiente correo electrónico: ignacia@sextopiso.com (PD: No hay censura pero por favor sean recatados y no me vayan a andar preguntando puras pendejadas).
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Estimada señora Ignacia, Fíjese que el otro día me mandaron por whatsapp uno de esos mensajes de voz para morirse de la risa, y desde entonces mi vida se derrumbó. Resulta que era una señora que hablaba para quejarse de que desde que le hicieron un exorcismo, Satanás había salido de su cuerpo y de su alma, y se sentía profundamente triste y todas las noches intentaba realizar algún conjuro para volver a recibir al maligno en su ser. Pero eso no es lo peor. La voz que cada vez me resultaba más familiar decía que nunca se había sentido tan complacida como mujer como por Satanás y que, claro, su marido no podía competir con él en modo alguno. Cuando escuché la palabra «marido» me di cuenta de que la voz era la de mi esposa, y que era ella quien había llamado al programa para exponer esta situación. Yo en general me considero liberal, pero he escuchado miles de veces el mensaje, y no consigo hacerme a la idea de que mi esposa haya tenido un affaire con Satanás. ¿Qué debo hacer? Gonzalo Pineda
Estimado Gonzalo, Ahora sí que entre tú y tu mujer se volaron la barda. Yo creo que deberías aprender a leer entre líneas un poco. O sea, y si no está completamente loquita y de verdad se estuvo dando sus revolcones con el chamuco, pues ahí sí que la vas a tener más difícil para complacerla de ahora en adelante. Se me ocurren dos cosas. La primera es que lo hables con ella con toda confianza, y a lo mejor si entre los dos van a una misa negra o alguna de esas cosas, al maligno se le vuelve a antojar tu mujer y quién quita y hasta pueden hacer unos juegos sexuales bien divertidos entre los tres. Ahora que en el caso de que tu mujer esté completamente tocadiscos y se lo esté inventando todo, pues ahora sí que vas a tener que sustituir sus fantasías para que no te sientas tan acomplejado. Lo más fácil es que te compres una máscara de esas como de Halloween y te disfraces de algún monstruo o algún demonio, y ver si eso funciona. El problema, y no lo digo con ganas de desanimarte, sino te lo digo como el mujerón que soy, es que más bien se me hace que tu esposa se está quejando indirectamente de tu tamaño, if you know what I mean, y ahí sí pues no hay mucho qué hacer. Me contó una amiga que ahora hacen como unos implantes, pero pues sería bajo tu propio riesgo, u otra opción es que le compres el Rabbit que usaban las diosas de Sex and the City, y que le eches muchas ganas para tratar de ir haciendo que poco a poco se olvide de su tórrido romance con el Señor de las Tinieblas. Mucha suerte, ¡que la vas a necesitar!