Reporte Sexto Piso No. 35

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Reporte Sexto Piso Publicación mensual gratuita • Julio de 2017

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Índice Pesadilla de sobreabundancia  |  4 Diego Rabasa

El Arqueólogo y el Historiador  |  6 Giorgio Agamben y Patrick Boucheron

Espacio negativo  |  10 Abraham Cruzvillegas

Juegos de pájaros en un cielo vacío  |  11 Fabienne Raphoz

A la intemperie  |  12 Claudina Domingo

Muslámenes | 13 Daniel Saldaña París

Contribución a la historia universal de la ignominia  |  15 Árbol | 18 Nell Leyshon

¿Feminicidios? ¿Crimen organizado?  |  25 donDani

Quizá sólo nos quede un atardecer hermoso  |  26 Entrevista con Don DeLillo

Psycho Killer  |  29 Carlos Velázquez

Sexto Piso Times  |  30 El buzón de la prima Ignacia  |  31

Odunacam | 13 Liniers Portada de este número: Cristobal Fortúnez

Reporte Sexto Piso, Año 5, Número 35, Julio de 2017, es una publicación mensual editada por Editorial Sexto Piso, S. A. de C. V., París #35-A, Colonia Del Carmen, Coyoacán, C. P. 04100, Ciudad de México, Tel. 5689 6381, www.reportesp.mx, informes@sextopiso.com. Editor responsable: Eduardo Rabasa. Equipo editorial: Rebeca Martínez, Diego Rabasa, Felipe Rosete, Ernesto Kavi. Diseño y formación: donDani. Reservas de Derechos al Uso Exclusivo No. 04-2016-042114221500-102. Licitud de Título y Contenido No. 16768, otorgado por la Comisión Calificadora de Publicaciones y Revistas Ilustradas de la Secretaría de Gobernación. Impresa en Editorial Impresora Apolo, S. A. de C. V., Centeno 162, Colonia Granjas Esmeralda, Iztapalapa, C. P.09810, Ciudad de México. Este número se terminó de imprimir en julio de 2017 con un tiraje de 3,000 ejemplares. Las opiniones expresadas por los autores no necesariamente reflejan la postura del editor de la publicación. Queda estrictamente prohibida la reproducción total o parcial de los contenidos e imágenes de la publicación sin previa autorización del Instituto Nacional del Derecho de Autor.


Recomendación de los editores

Pesadilla de

sobreabundancia Diego Rabasa «Oh-hooooo, ¿eso crees? Eso lo deciden ellos, no tú. Ellos son los que deciden quién es un americano de verdad, chico». Ben Fountain, El eterno intermedio de Billy Lynn «Podría pararme en medio de la Quinta Avenida, dispararle a alguien y aún así no perdería votantes». Donald Trump

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illy es un chico blanco más de un suburbio norteamericano (en Texas) sin futuro, ni presente. Su hermana Kathryn es otro prototipo americano: la chica lista, hermosa, destinada a ascender, por su buena percha y condición, a los cada vez más estrechos círculos del American Dream. Un mal día, Kathryn es arrollada por un Mercedes Benz negro: fractura de pelvis, fractura de pierna, rotura de bazo, atelectasia pulmonar y hemorragia interna. Su novio, un «pijomierda engreido» rompe el compromiso que apenas unos meses antes había adquirido con ella. Billy, que cree en el amor de su hermana y en poco más, no sólo arremete y destroza el Saab «descapotable, cinco velocidades, con llantas de aleación de grafito, salido del concesionario hacía tres meses» del galán en cuestión, sino que lo persigue por un estacionamiento llave inglesa en mano. El fiscal de distrito conviene en reducir los cargos si Billy se alista en el ejército. En una emboscada en el valle de Al Ansakar, Irak, el mejor amigo de Billy, Hongo, «que leía el Tao, el “Sutra del vórtice de Wichita’ de Allen Ginsberg y las oraciones de un anciano de la tribu crow”» aun en la trinchera de la guerra, es capturado por mi-

Fountain es un narrador de raza. El vacío del estadio invoca «la nada que araña el rostro». Los altos ejecutivos de los Vaqueros utilizan «la agresión controlada como herramienta de trabajo». Los americanos, «nunca se parecen tanto a una caterva de borrachos como cuando celebran el final de su himno nacional». La «presunta bendición» de haber nacido en Estados Unidos resulta en una «fe excesiva e irresponsable» y constituyen un pueblo con «un umbral de tolerancia excepcionalmente alto para la farsa, el bombo, el desplante».

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licianos de Al Qaeda. Sin pensarlo dos veces, apabullado por una flagrante inferioridad numérica, Billy arremete contra los «habibis» fulminando a los más. Su escuadrón, luego intitulado Bravo, lo sigue y, como habría de decir el personaje que hace las veces del dueño de los Vaqueros de Dallas, Norm: «Por suerte para nosotros, un equipo de la Fox iba con el grupo que llegó después, y gracias a eso hemos podido ver con nuestros propios ojos lo que estos jóvenes lograron ese día». El video del combate se viraliza hasta el pandemonio, ante lo cual el dueño de los Vaqueros apuntala: «Y tengo que decir que nunca —la voz de Norm se vuelve ronca y su cuerpo se encorva sobre el micrófono—, y digo nunca, me he sentido tan orgulloso de ser americano que el día que vi esas imágenes». Los sobrevivientes del escuadrón (entre los que no se encuentra Hongo, cuyo cadáver recuperan) son repatriados momentáneamente (luego son vueltos a llamar a filas) para desfilar en el Tour de la Victoria: un parade a lo largo y ancho de los Estados Unidos que culmina con un show en el partido de Acción de Gracias en el estadio de los Vaqueros de Dallas. Es ahí donde realmente acontece la magistral novela de Ben Fountain.

*** Ben Fountain estudió inglés y luego leyes. Un buen día se cansó y se dijo a sí mismo: soy escritor. Se obsesionó con Haití y viajó más de treinta veces a aquella nación. Producto de sus viajes, a los 48 años de edad, publicó el libro Brief Encounters With Che Guevara y la críti-


ca se desbordó hacia su genio y talento. Tom Wolfe, Charles Dickens, Evelyn Waugh, Robert Stone —sonaron las comparaciones. Seis años más tarde apareció su primera novela: El eterno intermedio de Billy Lynn y ascendió hasta la cúspide de la literatura norteamericana.

*** Fountain describe el espectáculo de la nfl como «el vientre de la americaneidad». Un «juego» que parece haberse convertido en el anuncio que promueve los anuncios que cimentan su «pesadilla de sobreabundancia». Durante el tour por los meandros del estadio, custodiados por la plana mayor de la alta empresa texana (amiguetes del dúo dinámico Bush-Cheney), los soldados son conducidos al almacén que provee a los atletas («las criaturas mejor cuidadas de la historia»). Ahí, un tipo medio zafado, custodia «Los chicles: los hay de cinco sabores, y aquí pueden ver dos mil o dos mil quinientas cajas. Aquí están las cintas de velcro, para que el equipo quede cómodo y bien ceñido, no queremos que el enemigo tenga de donde agarrarse. Protectores de cadera, muslo y rodilla clasificados por tipo, talla y grosor. Guantes ligeros para los receptores y acolchados para los hombres de la barrera. Plantillas ortopédicas de todas las tallas. Gorras. Gorros de lana. Destornilladores eléctricos para cambiar los tacos. Polvos de talco. Protector solar. Sales aromáticas. Veintidós tipos distintos de esparadrapo. Geles, cremas, pomadas, antibióticos y antifúngicos. Refrigeradores. Cartones de Gatorade en polvo. Ah, chicos, y aún hay más. Para días fríos como el de hoy, gorros, interiores térmicos, mitones, manguitos, calientamanos químicos, cremas para el frío, calcetines térmicos, calefactores para el banquillo. Abrigos térmicos impermeables, especialmente diseñados para llevar con las hombreras puestas. Ponchos para la lluvia, con el mismo diseño. En cada partido usamos unas setecientas toallas, y el doble en condiciones de humedad o calor extremo», y la lista sigue y sigue. Cada vez que el equipo sale de gira, se desplaza una tonelada de equipo. En las tribunas, los asistentes —por ejemplo un niño con los tenis roídos y un abrigo que no le queda cuyos padres, no obstante, han pagado cien dólares por boleto demostrando que, como dice Morris Berman, citando a John Steinbeck, en los Estados Unidos los pobres se consideran «millonarios temporalmente avergonzados»— consumen, vitorean, engendran la fe en la idea fija de la grandeza americana hasta el paroxismo.

*** Fountain es un narrador de raza. El vacío del estadio invoca «la nada que araña el rostro». Los altos ejecutivos de los Vaqueros utilizan «la agresión controlada como herramienta de trabajo». Los americanos «nunca se parecen tanto a una caterva de borrachos como cuando celebran el final de su himno nacional». La «presunta bendición» de haber nacido en Estados Unidos resulta en una «fe excesiva e irresponsable» y constituyen un pueblo con «un umbral de tolerancia excepcionalmente alto para la farsa, el bombo, el desplante». Su manejo de los tiempos —puede narrar a velocidad de arma automática, como por ejemplo cuando nos restriega en el rostro el show del medio tiempo de Destiny’s Child, en donde fuegos artificiales,

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El eterno intermedio de Billy Lynn Ben Fountain Traducción de David Paradela Contra • 2016 • 336 páginas

toneladas de kilovatios, chicas reducidas a sus tetas y caderas, lásers, estruendos, banderas gigantes, reservistas del ejército y una grey psicotizada, despliegan en todo su esplendor el culmen del enajenante sistema del «capitalismo de casino» (Morris Berman dixit), o puede suspender el tiempo como cuando Billy disecciona el momento en el que el balón queda suspendido en el aire tras ser pateado y queda, por un momento, en la intersección entre impulso y gravedad— es de un virtuosismo alquímico.

*** Los miembros del escuadrón Bravo son chicos entre los 18 y los 22 años. Su líder, Dime, quizá el personaje más genial del libro, tiene apenas 24 pero, como la guerra convierte a todo aquel que participa hacia la religión de lo-que-es, su edad apenas viste el taladro que tiene en la mente. Un productor de Hollywood les ha prometido a los chicos que hará una película con su gesta. Buena parte de la energía de la novela se gasta en los entreveres de esta empresa. En el inter, Billy busca su norte y lo encuentra en una cheerleader de los Vaqueros que por primera vez hace sentir al héroe valorado sólo por quien es. Ben Fountain nos arroja como un dardo a una diana a los cimientos de la pesadilla americana y como el narrador tocado por la gracia que es, nos permite observar las múltiples capas que forjan el grotesco espectáculo de nuestros vecinos del norte a través de una historia al mismo tiempo conmovedora y cruel. El lector apenas notará que está siendo conducido por uno de los círculos más concéntricos del infierno que asola buena parte del mundo. Los potentados, sus ciervos, el vulgo que adora a los cortesanos, la guerra como afrodisiaco de una nación que se ha fagocitado hasta unas cenizas en las que no se advierte ninguna Fénix, conjuran un retrato de un mundo en el que «Lo real […] se revela doblemente falso: lo real que parece tan real que se ve falso y lo real que no se parece a lo real y que por tanto se ve falso, de modo que a lo mejor sí es preciso recurrir al arte y la astucia de Hollywood para conferirle pátina a la realidad». Una realidad aciaga y prepotente que brilla sólo a través del fulgor de la prosa que la lapida. •


El Arqueólogo y el Historiador Diálogo con Giorgio Agamben

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Las obras de Giorgio Agamben y de Patrick Boucheron se han desarrollado a una gran distancia una de la otra. Pero, ¿qué hay en común entre el filósofo italiano y el historiador francés? Tal vez, precisamente, todo aquello que parece separarlos: la lengua —las lenguas: el italiano y el francés, que ambos comparten—. Pero también el «terreno», no exclusivo, sino preferido de una Italia medieval y del Renacimiento, y que ambos han recorrido. Y, sobre todo, la importancia que otorgan a la escritura y a la variedad de sus registros en el ejercicio del pensamiento. Existe también en ambos una convicción que resume el término de arqueología según Foucault: hay que interrogar las tradiciones de la historia si queremos forjar conceptos para describir el presente. Y esa arqueología, tanto para Agamben como para Boucheron, es indisociable de una inquietud política. Hace unos meses, tomé la iniciativa de reunirlos y proponerles un diálogo. La conversación se prolongó durante todo el otoño de 2016. Ese diálogo se desarrolló sin protocolos ni programas preestablecidos, y sin asignarle un término: fue interrumpido (¿suspendido?) debido a razones estrictamente editoriales (la publicación de este número de Reporte Sexto Piso). Las líneas siguientes no son la conclusión, sino los momentos más intensos de la conversación. Ernesto Kavi

Patrick Boucheron: En la advertencia a El uso de los cuerpos, usted explica cómo ese libro concluye y no concluye al mismo tiempo la gran empresa del Homo sacer. Porque esa investigación, dice usted, «como toda obra de poesía y de pensamiento, no puede concluir, sino sólo ser abandonada y, eventualmente, continuada por otros». Del abandono ya hablaremos más tarde —y, sobre todo, de sus implicaciones políticas—. Pero antes sujetémonos a eso que usted sugiere como una eventualidad: desde el momento en el que usted tiene una idea tan alta, quiero decir, tan soberanamente poética del acto de pensar, ¿qué puede esperar de los «otros» para inspirar, acompañar y continuar su obra? Giorgio Agamben: Habría que sustraer de su pregunta toda implicación sicológica, pues estaría fuera de lugar. Digo esto, porque muchas veces se me ha reprochado un cierto pesimismo —o, lo que es lo mismo, un exceso de optimismo. No se trata tampoco de la esperanza o de lo opuesto a ella, porque si nos desesperamos de los otros —como estamos hoy completamente autorizados a hacerlo— nos desesperamos de nosotros mismos, y caemos así en la sicología. Antes tendríamos que precisar quiénes son los «otros». Sin duda no es la posteridad. A los otros los concibo más bien en un futuro

anterior, es decir, como un pasado en el futuro o un futuro en el pasado. Son —para volver a su pregunta— aquellos que se habrán vuelto posibles cuando el trabajo arqueológico del pensamiento haya sido abandonado y no concluido. Y ese pasado futuro es el único presente que nosotros podemos alcanzar, si es verdad —como lo es— que toda historia es siempre historia contemporánea. En ese sentido, los otros ya están aquí, siempre están adviniendo, aun si todavía no están aquí, aun si no llegan a estar nunca. Para decirlo de otra forma, los «otros» no provienen de una necesidad —son del orden de aquello que llamo una exigencia, son aquello que el pensamiento exige, independientemente de su existencia factual. Y la exigencia es, para mí, la categoría filosófica por excelencia. Averroes debía pensar en una exigencia de ese tipo cuando dijo que la especie humana exige que haya siempre un filósofo para unirse al único intelecto separado. Patrick Boucheron: Un único filósofo puede bastar, dice en efecto Averroes: siempre habrá un filósofo en el mundo. Pero, al mismo tiempo, Averroes ubica el pensamiento afuera, es decir, afuera de la interioridad del sujeto. Poco importa quién piensa, poco importa quién sabe, lo que cuenta es lo que se piensa y lo que se sabe —y con respecto a la especie humana, todo se sabe ya. ¿Es eso, la exigencia


de la filosofía, tal y como usted la concibe? Pero, en ese caso, ¿cómo puede soportar una forma de vida tan radicalmente anti-heroica? Dicho de otra forma: ¿de qué manera su escritura filosófica puede acordarse con la soberanía del nombre propio? Giorgio Agamben: Creo que habría que modificar la opinión común que define el averroísmo como la separación entre los individuos y el pensamiento. Me parece más bien que el verdadero problema de Averroes consiste en reunir aquello que él ha separado, es decir, aquello que él llama la copulatio, la unión íntima entre hic homo y el intelecto separado. Él propone una solución, y dice que aquello que hace posible la copulatio son los fantasmas que se encuentran en el individuo, es decir, la imaginación. Comparto completamente esa idea. Lo que hace posible el pensamiento es la imaginación, y la imaginación es lo más exclusivo de cada individuo. Dicho de otra forma, el pensamiento no pertenece verdaderamente al individuo, pero a través de sus fantasmas puede unirse a él, y marcar ahí algo como una firma —bajo la condición de que los fantasmas desaparezcan inmediatamente en el acto de pensamiento.

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El elemento político auténtico insiste en la clandestinidad de la vida privada, pero si intentamos asirla sólo nos queda entre las manos la insípida e incomunicable cotidianidad. Es el significado político de esa clandestinidad —que Aristóteles había, al mismo tiempo, incluido y excluido de la polis— lo que yo he intentado interrogar desde un principio.

Patrick Boucheron: Volvamos a esa exigencia que, para Averroes, hace del sujeto el lugar suficiente e insuficiente del pensamiento. ¿Qué consecuencia puede tener esa exigencia sobre nuestra forma de vida? Pienso en la forma en que usted comenta en El uso de los cuerpos lo que decía Guy Debord sobre la «clandestinidad de la vida privada»: nos acompaña como un pasajero clandestino, es decir, de forma separada e inseparable y, sin embargo, dice usted, es quizá en esa «presencia homónima, indistinta, en la sombra» que reside el secreto de la política. Giorgio Agamben: Es en uno de sus primeros filmes donde Guy evoca «esa clandestinidad de la vida privada de la que no poseemos nada más que documentos irrisorios». Y es esa vida clandestina tan íntima que Guy, al igual que toda la tradición política de Occidente, quiso vencer, sin lograrlo. Y, sin embargo, la idea de «situación construida» implicaba que era posible encontrar algo que él llamaba «el paso del Noroeste en la geografía de la vida verdadera». Y si Guy vuelve siempre a su biografía, tanto en sus filmes como en sus libros, a los rostros de los amigos y a los lugares donde él vivió, es, creo, porque siente oscuramente que es ahí, precisamente, donde se

oculta el arcano de la política, en el que toda biografía y toda política sólo pueden naufragar. El elemento político auténtico insiste en la clandestinidad de la vida privada, pero si intentamos asirla sólo nos queda entre las manos la insípida e incomunicable cotidianidad. Es el significado político de esa clandestinidad —que Aristóteles había, al mismo tiempo, incluido y excluido de la polis— lo que yo he intentado interrogar desde un principio. Yo también buscaba a mi manera el paso del Noroeste en la geografía de la vida verdadera.

Patrick Boucheron: Hablemos precisamente de otro paso, el que lleva de una investigación a otra. ¿Cómo trabaja? ¿Siempre es un libro el que lo lleva a otro, o se deja extraviar por un filme, una obra de arte, una conversación? ¿Sabe usted cómo le llegan sus ideas, y por qué se abisma de pronto en una u otra biblioteca —aquí la literatura patrística, más allá las reglas franciscanas? Giorgio Agamben: En cada uno de los libros que he escrito o que he abandonado, siempre hay algo no dicho que exige ser retomado o desarrollado, así como en toda vida hay algo no vivido que pide, más que ser llevado a la vida, no ser olvidado. Aun si casi nunca soy consciente de todo esto, lo que acabo de decir es, creo, lo que me obliga, como usted dice, a abismarme —o, más bien, a perderme— en una u otra investigación, en una u otra biblioteca. Es del pasado de donde provienen las ideas, y es por eso que la investigación arqueológica siempre viene acompañada de otra arqueología, más íntima y secreta. Patrick Boucheron: Esa otra arqueología, «más íntima y secreta», ¿tiene alguna relación con el ascetismo? Si la política de la inoperosidad apunta a una deposición o a una destitución que usted parece defender, ¿la potencia radicalizada en «potencia de no» excava en algo más que en un pequeño refugio de contemplación donde trabajamos para volvernos ingobernables? Dicho de otra forma, tengo el deseo de preguntarle si usted ha perdido toda esperanza política en las capacidades de lo instituido para asegurarnos una vida colectiva envidiable, una vez que se hayan ralentizado o acabado los impulsos, siempre relanzados, de la energía instituyente. Pienso evidentemente en la democracia, pero no solamente en ella. Giorgio Agamben: Usted toca ahí un punto —el de la relación entre la institución y la destitución en toda sociedad— que se refiere a la constitución misma de la cultura humana. Un buen ejemplo de ello es el lenguaje. Su esencia es doble, repartida, como nos dicen los lingüistas, entre un acto espontáneo del discurso individual (es el



«habla» de Saussure) y una institución muy compleja que se llama la «lengua». A diferencia del habla, la lengua no es inmediata, sino una institución en el sentido estricto de la palabra, constituida a través de un trabajo secular de análisis y de reflexión. Por ello, todo acto verdadero de lenguaje es el resultado de una dialéctica entre esos dos polos inseparables y heterogéneos: si lo instituido se vuelve exorbitante, tendremos frases estereotipadas y una comunicación inerte. De la misma forma, creo que toda sociedad humana es el resultado de una dialéctica entre un polo institucional y un polo que podemos llamar, por comodidad, destituyente o no instituido (hay que precisar que el polo instituido no coincide necesariamente con las instituciones en sentido estatal). Si la dialéctica entre los dos polos continúa viva, la sociedad será viable; si, por el contrario, como ocurre hoy en las democracias post-industriales, el polo instituido crece y se vuelve cada vez más técnico hasta el punto de ahogar al otro, la vida política se vuelve imposible. Es evidente que no se trata de construir un pequeño refugio contemplativo, sino de hacer posible la vida política. La contemplación de la que usted habla sería en ese sentido una actividad política por excelencia.

Y ahí está la lección política de la filología. Lo que ella nos muestra es que, sin excepción, recibimos nuestra cultura —así como nuestra lengua— a través de una tradición histórica, que ya siempre está alterada y corrompida más o menos de forma consciente. El original no es aquello que el filólogo llama el arquetipo: a diferencia de éste, el original no se sitúa en el pasado, sino que tiene lugar en el presente, en el instante en que el filólogo se mide con la tradición en un cuerpo a cuerpo que es, necesariamente, al mismo tiempo, político y filosófico.

Patrick Boucheron: En su obra existe un contraste entre las obras breves y mordaces (que, muchas veces, tienen como origen conferencias o seminarios) y los libros construidos como tratados. ¿Cómo concibe ese doble régimen de escritura? Y, en el caso del Homo sacer, ¿qué espera de la reunión en un solo volumen de los diferentes libros cuyo orden de aparición no corresponde a su compleja numeración, sin duda estructurada después de haberlos publicado? ¿Es una forma, precisamente, de ponerlos en orden, o una manera de crear otras sorpresas, de enfrentar de otra forma La aventura (retomando el título de un pequeño libro que recientemente fue traducido al francés)? Giorgio Agamben: Es importante decir que esos volúmenes no fueron reunidos a posteriori; responden a una concepción —o, si usted lo quiere, a una «aventura»— que estaba presente desde el inicio. En cuanto al doble régimen de mi escritura, creo que ahí hay algo que es consustancial a la filosofía. La historia de la «forma» filosófica —o de la filosofía como género literario— todavía está por hacerse. El caso de Platón es, en ese sentido, ejemplar. En el momento en el que escoge (inspirándose en un género en prosa completamente menor, los mimos de Sofrón) el diálogo como forma filosófica, Platón tenía detrás de él la tradición de los fisiólogos presocráticos que, como

Parménides, escribían poemas donde el autor no se planteaba el problema de la forma y tomaba la palabra directamente en primera persona con el shifter «yo». Es contra eso que Sócrates, en el Fedón, explica que no podemos simplemente hablar de la naturaleza, sino que debemos «buscar en los discursos, en los logoi, la verdad de los entes». Como decía Kojève, la filosofía es ese discurso que, al hablar de algo, debe también hablar del hecho de que está hablando de ese algo. Es por ello que en Platón el diálogo se convierte en una forma extremadamente complicada, donde muchas veces alguien narra un diálogo que tuvo lugar tiempo atrás, y así el diálogo se duplica en una narración interna que lo interrumpe y lo sustrae a toda ficción teatral. De ahí también la falsa leyenda según la cual junto a los diálogos exotéricos, destinados a los no iniciados, habría habido en la Academia escritos esotéricos destinados a los alumnos. Por el contrario, yo creo que exotérico y esotérico, el discurso sobre las cosas y el discurso sobre el lenguaje, no cesan de cruzarse y de separarse en la palabra filosófica. Patrick Boucheron: A propósito de esa palabra filosófica, querría volver a la reedición en un solo volumen del Homo sacer, que es posible recorrer por completo a partir del índice onomástico. Recorrer los pasajes donde se menciona a Émile Benveniste, por ejemplo, proporciona una experiencia de lectura singular. Nos damos cuenta de qué tanto la reflexión (o la ensoñación) etimológica sirve muchas veces de trampolín a su argumentación —así ocurre también, por ejemplo, en ¿Qué es una orden? ¿El arkhè de las palabras es, al mismo tiempo, comienzo y orden? Giorgio Agamben: Nunca me ha dejado de acompañar la obra de Benveniste, desde mi primer encuentro con ella a finales de los años sesenta. En aquel tiempo, lo que me sorprendió especialmente fue el momento en el que Benveniste se vuelve cada vez más consciente de la insuficiencia de la semiología de Saussure, y radicaliza la oposición entre «lengua» y «habla» en una fractura imposible de cerrar entre semiótica y semántica. El lenguaje humano está dividido, lo hemos visto, en dos planos inseparables y, al mismo tiempo, incomunicables, y es esa ruptura lo que Benveniste, en los últimos años de su vida, quiso vencer, sin lograrlo. En su obra hay un enunciado indispensable sobre el que no he dejado de reflexionar: «El mundo del signo está cerrado. Del signo a la frase no hay transición, ni por sintagmación ni por ninguna otra forma. Un hiato los separa». La filosofía ha sido para mí el esfuerzo que consiste en acabar con esa escisión, encontrar para la lengua una voz y una materia.


Patrick Boucheron: Los historiadores de los textos que usted utiliza en su investigación filosófica (en particular la literatura patrística en El reino y la gloria, las fuentes litúrgicas en Opus dei o las reglas monásticas en Altísima pobreza) casi siempre están fascinados —y, a veces, irritados— por su capacidad de penetrar en la capa de las interpretaciones acumuladas en la literatura erudita para llegar directo a la fuente. ¿Cómo la identifica? ¿Por qué siempre desea, en un cierto momento, encontrarse a solas con ella? ¿Piensa que el trabajo de investigación puede surgir del mismo misterio que la literatura, tal y como lo evoca magníficamente en El fuego y el relato? Giorgio Agamben: Toca un punto absolutamente decisivo que concierne al significado que tiene, para mí, el trabajo del filólogo. El título de la obra mayor de un gran filólogo italiano, Giorgio Pasquali, es instructivo en ese sentido: Historia de la tradición y critica del texto. Sólo el conocimiento crítico de la tradición que nos lo ha transmitido permite el acceso al texto que queremos leer, pero el texto casi nunca es el original; es lo que podemos alcanzar cuando nos remontamos hacia atrás en la historia de su tradición. Y ahí está la lección política de la filología. Lo que ella nos muestra es que, sin

excepción, recibimos nuestra cultura —así como nuestra lengua— a través de una tradición histórica, que ya siempre está alterada y corrompida más o menos de forma consciente. El original no es aquello que el filólogo llama el arquetipo: a diferencia de éste, el original no se sitúa en el pasado, sino que tiene lugar en el presente, en el instante en que el filólogo se mide con la tradición en un cuerpo a cuerpo que es, necesariamente, al mismo tiempo, político y filosófico. Y es aquí donde se encuentra lo que me gustaría nombrar, siguiendo a Foucault, el punto de surgimiento, que no coincide exactamente con la fuente que la tradición nos ha transmitido. Y es en ese punto donde el arqueólogo se separa del historiador, con el que ha compartido por completo, hasta llegar ahí, el camino y el método. • Traducción de Ernesto Kavi

Espacio negativo • Por Abraham Cruzvillegas Fab Los Marcos siguen en las noticias, ahora descubrieron que ella tenía tres mil pantaletas negras. ¿Para qué quería tanto calzón? The Andy Warhol Diaries Domingo 16 de marzo de 1986 Ah, no sé, es buen chisme y ya The Andy Warhol Diaries Jueves 16 de marzo de 1978

P

revia a los bistés empanizados con ensalada de lechuga orejona cortada en tiritas, bañada en jugo de limón con vinagre de manzana, inevitablemente tenía que sorber la crema de elote Campbell’s, aguada con leche y enriquecida con salsa de molcajete. Amalia Vera Medina, indígena ñhañhú de artríticas huesudas delgadísimas venosas oscuras manos abre con desgano la lata con el abrelatas ante el ínfimo reto que representa ese fiasco culinario, voltea el cilindro coloidal blancuzco enlatado quién sabe cuándo y contempla la etiqueta mientras lo vacía en un cazo de aluminio achatado por todos sus lados a causa del lavado intensivo que la indígena inflige sobre su cuerpo con fibras de rebabas metálicas que enrojecen sus extremidades, ya descritas, junto con el fab —siempre almacenado en su latita de atún— que alguna vez utilizó para lavar su cabello en un intenso intento de higiene casi extrema, como su manía por el orden. Todo organizado reticularmente, en cuadrángulos y por tamaños, hasta las papayas, las tunas coloradas y las granadas de mocos, las notas de la tintorería, las hojas arrancadas del calendario, impreso en un taller de serigrafía de la colonia 20 de noviembre en el que los pulpos y las rejas de secado ya están tan impregnados del olor a trementina que los días representados en números gruesos y negros se marean y trompican por las calles de Tacubaya, entre Jalisco y Parque Lira, cerca de La Nueva Pobla-

nita, que en realidad es la original, no la de Vieyra. Las listas del mercado apiladas de grande a chica, en una pirámide trunca, definitivamente inacabada, un zigurat fidedigno de la vida diaria, una cápsula de tiempo. También el papel de la lata se integra a ese pequeño pero consistente montículo de materia impresa, desgarrado de cualquier modo conserva el dato que indica qué conserva era, subrepticia y sesgadamente se percata de que Cleopatra la observa desde la caja idiota, apuntalando la creencia de que la imagen está viva, de que se escucha y sufre, se enamora, desea y pierde el control de sus emociones, al tiempo que la coca al tiempo pierde el gas, sin poder decir que muere, pero sí que se transforma y algo en eso hay de defunción, que por definición es la chispa de lo finito. Es ese el hasta aquí en el que la india recapacita, reconoce que en ella también se da con plenitud, como en los rojos suculentos carnosos belfos de la que ahora yace en el Westwood Memorial, como ella en el de Dolores, criada minúscula que la desconoce más que al alfabeto, pero no al algoritmo de la muerte. «All shook up» estremece sus corvas y en su sonsonete le hace recordar la portada del pasquín amarillista que no distingue entre las curvas de la ombligona y el rostro del mueble letal en el que se sientan los que ya no se levantan. Su tipografía rotunda la extraña por sus formas que en su retorcimiento asemejan los fierros del coche en el que se mató su primo Cata, recién salido (con una peluquita nada glamurosa, nada que ver con lo que uno pudiera imaginarse como un epicentro, sino más bien como un epitelio, como un intento de asesinato) —valga la redundancia— del bote. El más buscado. • Texto originalmente publicado en el catálogo de la exposición «Andy Warhol. Born under a dark star», organizada por Museo Jumex en 2016.


Juegos de pájaros en un cielo vacío

(fragmentos)

El pájaro como el hombre es un eucarionte El pájaro como el hombre es un metazoo El pájaro como el hombre es un tetrápodo El pájaro como el hombre es un amniota El pájaro como el hombre es un vertebrado

Fabienne Raphoz

El pájaro

dicho también

*** dviga avis ornis ave àe avicelus aucellus oisel aucèl aucéu aceddu ausèth ocell ocellu oxellu uccello utschi usél lind lindu lod’de ibon langgam pispis parèvè pasáre passaro paxaro pájaro para pigióni picc hegaztin ciriklo ch’íich’ tototl collol lau madàr manu manulete bird birdo böd burung bonge tuge unmage paùks’tis tsiro putns pùta ptak pakshee chiriya panchhi palkh ptica pillqu gûyra guyra zog jag kus çûk tingmiaq fugol fugis fogal fuglur fugl Vull faagel Vogel vogel Vagel voël fowru huwalas labous asfur Agdid akanyoni wäf vorona ghasfur tsipor tori niao kev yug menuuam nohk nyunyi inyoni ennyonyi en éan edn ndege ndeke kimbiro binayshee cha chim shuvuu suntura sidha sabía aqchi pichinku pisqo pisqu kuruvi u

*** Si el alma está en la montaña, que la Abeja la traiga y la ponga en su lugar. Si el alma está en la planicie, que la Abeja la traiga y la ponga en su lugar. Si el alma está en los campos arados, que la Abeja la traiga y la ponga en su lugar. Que la Abeja vuele cinco días, que traiga el alma, y que la ponga en su lugar. Pero si el alma está en el mar, que la Sternula la traiga y la ponga en su lugar. Pero si el alma está en el río, que la Lechuza huwala la traiga y la ponga en su lugar. Pero si el alma viene del cielo, que el Águila la traiga entre sus garras. La diosa madre está llena de lágrimas y el alma es próspera. Que nada sea imposible para ella. El alma es grande. El alma es grande. ¿Quién posee esta alma tan grande? El alma del mortal es grande. ¿Y qué camino sigue? Recorre la Gran Ruta fantasma El Guía la ha preparado.

Traducción de Ernesto Kavi

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A la intemperie Claudina Domingo 12

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útil que le da a los muebles y la reutilización que suele tener pie, por lo común, en la banqueta. Un escrúpulo que debe tener origen en un cariño previo lleva al dueño harto de su sitial de reposo devenido en basura a dejar el mueble en la posición común: no patas arriba ni apoyado en un costado; como si a la ofensa ya inferida de arrojar del hogar al mueble no se le pudiera sumar el trato vergonzoso de dejarlo despatarrado en la banqueta. Ahí empieza la otra vida del sofá antes doméstico, que como los animales que escapan de sus casas pagan la libertad y el ajetreo festivo de la calle con lluvias y pulgas. Un sillón se resiste a abandonar la calle una vez que ha echado raíces. Pueden pasar días, semanas, incluso meses, en los que lleva una vida al mismo tiempo sedentaria que bulliciosa. Seguramente compensa la soledad del departamento vacío durante la jornada de trabajo, las escasas fiestas que el dueño aislado celebró en casa, con las semanas o los meses que pasa en la calle «estorbando». Si no lo han empapado las lluvias, si está recién desembarcado de la sala donde ahora hay otro sillón parecido (o bien, muy diferente, por aquello de que hay quienes gustan de «aprender de los errores» como si la vida fuera un examen de matemáticas), quizá unos ojos expertos ya lo tengan en la mira. El «pepenador» (oficio mexicano de exportación en esta época ecológicamente sustentable) hace un dictamen en el que puede modificar el estatus de cadáver a mueble útil (no hay lujo más sabroso para un trabajador de clase media que decidir que algo está viejo porque ya no está nuevo) o bien, en caso de que el sillón de verdad haya pertenecido a un ecologista feroz, el profesional de la pepena puede ver que, de todas formas, la madera de sus entrañas o el falso cuero que lo cubre sirven para alguna cosa. Otra cosa es el sillón verdaderamente achacoso que adoptan una gata, un perro o un hombre. Ése se instalará en la calle meses enteros, para el bochorno de los vecinos que no pueden entender a la «gente puerca» que en vez de pagar para que se lleven su basura, la saca a la elegantísima vía pública. Este sillón, emblema del tercermundismo para los ojos más sociológicos, cumple por lo menos dos funciones. La primera y más obvia: servir de reposo a los seres filosóficos para quienes las pulgas y los malos olores apenas son incomodidades: perros callejeros, vagabundos, locos huidos, teporochitos, «chavos de la calle» (en nuestra sociedad neonovohispana, las castas existen hasta en la indigencia). La otra función es la que más inquieta: nos recuerda que nosotros también somos «objetos» de algo menos personal que una casa, y que un día también seremos cadáveres expuestos a los juicios y los recuerdos más arbitrarios. •

Porque si algo se le debería reconocer al mexicano, en su austeridad obligada, es su compromiso contra la destrucción del planeta, al menos en lo que respecta a la vida útil que le da a los muebles y la reutilización que suele tener pie, por lo común, en la banqueta. Un escrúpulo que debe tener origen en un cariño previo lleva al dueño harto de su sitial de reposo devenido en basura a dejar el mueble en la posición común: no patas arriba ni apoyado en un costado; como si a la ofensa ya inferida de arrojar del hogar al mueble no se le pudiera sumar el trato vergonzoso de dejarlo despatarrado en la banqueta.

parecen como malas noticias: de un momento a otro y en los sitios más improbables. Su rotunda expresión del mundo físico los hace todavía más difíciles de ignorar. Llaman la atención, además, su número y su especie. Las sillas y las mesas, por lo que parece, admiten ser destazadas y sirven como composta para más sillas y mesas de madera. Los «blancos» de metal tienen incluso precio, así que será arduo encontrar una lavadora de acero en alguna esquina. Los colchones se las ingenian para no padecer por mucho tiempo la mendicidad. Son los sillones, sobre todo los grandes sillones de tres plazas, los sofás destartalados, los que pasan días y noches enteros adornando una esquina o la fachada de una cortina de metal. Hay que salir de madrugada al vecindario para sorprender a la familia o la pareja criminal (se necesita al menos un cómplice en esta tarea) con las manos en la masa: pujando y riendo, nerviosos, medio cohibidos, mientras maniobran con el cadáver deshilachado, pringoso y lleno de bultos que ya lesionan las nalgas. Es fácil imaginar a la pandilla previsora que, en lugar de salir a las 11 de la noche, sale a las 4 de la mañana a orear la intimidad. Si algo tienen los sillones abandonados es la ignominia de los muebles gastados: todos, de alguna manera, indican las penurias y los dramas existenciales de quien, al fin, se deshizo de un mueble que le acompañó, al menos, un lustro, si no es que un par de décadas. Porque si algo se le debería reconocer al mexicano, en su austeridad obligada, es su compromiso contra la destrucción del planeta, al menos en lo que respecta a la vida


Muslámenes. Novela por entregas • Por Daniel Saldaña París

M

i involucramiento en la comunidad de Adictos Anónimos se ha ido haciendo más profundo. Preparo el café en dos o tres juntas a la semana, saludo de abrazo a la mayoría de los miembros y a veces me aventuro a tomar café con algunos de ellos antes o después de las susodichas juntas. Así fue como comenzó mi amistad con X (convengamos en ponerle nombre de incógnita), un cocainómano que desde finales de los noventa participó activamente en la escena de la música electrónica en lugares climáticamente hostiles como Saskatchewan. Descendiente de una familia que se toma muy en serio su herencia celta, X creció rodeado de ritos paganos un tanto new age que luego convergieron naturalmente en su carrera como dj finisecular. Ahora lleva un par de años limpio y haciendo música ambient en la soledad de su estudio, sin acercarse a las multitudinarias fiestas que labraron el camino de su debacle. Tiene aspecto de bartender o de skinhead, adornado siempre con parafernalia militar y con unas ojeras de profundos tonos violeta. Sus dientes parecen demasiado uniformes, como si hubiera invertido —es probable que lo hiciera— una buena suma en reconstruirse la dentadura. X tiene un trabajo diurno de alta gama que le permite pagar la cuantiosa pensión alimentaria que le pasa a su ex esposa: es responsable de seguridad digital en un conglomerado bancario. Todavía no entiendo si la coca le dejó secuelas paranoicas similares a las que me dejó el Protax o si, sencillamente, el mundo es un lugar peligroso y oscuro, pero el caso es que X jura que las juntas de Adictos Anónimos están infiltradas por la policía. O, más específicamente, que la policía infiltra dichas juntas entre los meses de agosto y octubre, para luego hacer varias redadas a fines de noviembre y subir las estadísticas de eficiencia policial del año. Según me explica X, los policías no requieren demasiado entrenamiento: muchas veces son consumidores ellos mismos y entablan conversaciones con otros miembros de la

Odunacam • Por Liniers

fraternidad para ver quién ha recaído recientemente. A los recién recaídos los amenazan con revivir antiguos expedientes y así consiguen la dirección de algún narcomenudista de baja estofa. No incautan demasiado material, pero sí arrestan a tres o cuatro usuarios en algún picadero del barrio de Hochelaga o recogen a algunos vendedores de crack en el gay village para inflar los números. Mientras tanto, los grandes traficantes siguen importando fentanilo desde China —vía la costa Oeste— y los casos de sobredosis inundan, con la llegada del invierno, los albergues públicos o los baños de las bibliotecas de barrio. X me cuenta estos turbios manejos mientras sorbe su cuarto café expresso, antes de que caminemos a la reunión de Into the Light. Dice que la cafeína apenas alcanza a contrarrestar el efecto sedante de las pastillas que el psiquiatra de su seguro privado le receta. «¿Tú qué te metías?», me pregunta de golpe. «Protax», le respondo. «Y a veces sulfato de morfina. Por el culo». «Ah, entonces debes haber vivido algunas conspiraciones mucho más retorcidas que las que te estoy contando». «Sí —le confieso—, pasé algunos meses perseguido por vestales y científicos locos». Luego X prende un cigarro y me ofrece otro. Me explica que ha dejado el tabaco muchas veces desde que entró al programa, pero que si no se destruye de ningún modo le da una depresión aguda, como si la posibilidad de asumir sin más su privilegio y resignarse a llevar una apacible vida de primer mundo le causara malestar físico. •

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Contribución a la historia universal de la ignominia Vomito a todos los medios de comunicación del estado de Chihuahua . reporteros periodistas medios digitasles y prensa escrita estan al servicio del pri . Publicando mentiras de funcionarios panistas para quemarlos. Porque no publican mentiras de su chingada madre . Lo bueno que exiten las redes sociales y ya no engañan a nadie . Y luego no chillen porque los matan. Sergio Escobedo, secretario particular de Elsa García, síndica del municipio de Meoquí, Chihuahua, en un mensaje publicado en su propia cuenta de Facebook, con, entre muchas otras cosas, un muy particular sentido de la ortografía, la puntuación, la sintaxis y, por supuesto, en el cual demuestra con toda claridad los alcances de la inteligencia humana.

Somos una sociedad, que las más de las veces nos sentimos espiados. Yo mismo, como presidente de la república. A veces, recibo mensajes, cuya fuente u origen desconozco, pero procuro en todo caso ser cuidadoso en lo que hablo telefónicamente. No faltará que alguien o alguna vez, exhiban una conversación telefónica mía, ya ha ocurrido, ya ha pasado pero, nada más falso, y nada más fácil, que señalar a un gobierno que se dedique a esta actividad (…) y espero, al amparo de la ley, pueda aplicarse contra aquellos que han levantado estos falsos señalamientos, contra el gobierno. Enrique Peña Nieto, en un discurso pronunciado en Lagos de Moreno, refiriéndose al reportaje del New York Times sobre el espionaje. Además de negarlo, solicitar una investigación para determinar si las acusaciones son ciertas, y decir que él mismo se siente espiado, terminó por amenazar veladamente al diario que publicó la nota. Posteriormente se retractó, declarando que se había expresado «de forma inadecuada».

Nosotros no pagamos un solo peso. Si la revista cobra o no cobra, o es un costo, es otra cosa. Jaime Rodríguez, «el Bronco», gobernador de Nuevo León, respondiendo ante una investigación del periódico El Norte, que determinó que la campaña de publicidad donde se promueve su imagen tiene un costo de 7.4 millones de pesos. Ante la insistencia de los periodistas por saber entonces quién había pagado la campaña, remató diciendo: «No te voy a contestar nada», y posteriormente amenazó con vetar y demandar a El Norte.

Al pri no hay que darlo por muerto. Vicente Fox, quien seguramente llegó a una conclusión tan deslumbrante luego de horas de profunda reflexión.

Hay que cazarlos, identificarlos y matarlos. Matarlos a todos, en nombre de todo lo bueno y virtuoso. Matarlos a todos. El congresista republicano de Estados Unidos, Clay Higgins, en su página de Facebook, en un post publicado tras uno de los ataques terroristas en Londres, en el que solicitaba el exterminio de todos los musulmanes «radicalizados».




Árbol Nell Leyshon

É

rase una vez una chica que vive en una casa en el bosque con su madre y su hermano. La habitación de la chica está bajo el tejado en el ático y desde su ventana se ven los árboles. En verano todo es verde y en invierno las ramas están desnudas y hay una luz fría y afilada. Cada domingo, ella, su madre y su hermano atraviesan caminando los bosques hasta la iglesia para visitar la tumba de su padre. Cada domingo, la chica lleva un ramillete de flores u hojas silvestres que ha recogido en el bosque.

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La voz es más clara. La siente en su espalda. Y entonces siente cómo el árbol entero se mueve detrás de ella. Emite un grito ahogado, da un paso adelante. ¿Cómo puede moverse algo sólido? Es como si la tierra bajo sus pies se hubiera desplazado, como si hubiera un terremoto, como si el mundo estuviera cambiando. Es como si todo lo que ella siempre había pensado que era real no lo fuera.

Un domingo de invierno la chica se despierta temprano. Prepara el desayuno y espera a que aparezcan su madre y su hermano, pero la casa está en silencio. Entra en sus habitaciones y comprueba que ambos están enfermos. Les lleva comida y les dice que irá sola a visitar la tumba. Se pone su abrigo, sus guantes y su sombrero rojo —puesto que es un día frío—, y abre la puerta delantera. Se cierra de un portazo tras ella. El aire es frío y la garganta le duele al respirar. Tira de su bufanda hacia arriba para cubrirse la cara y se adentra caminando en el bosque. Las hojas han caído y la tierra está mullida bajo sus pies. Puede escuchar sus propias pisadas: las ramas quebradas, el lodo de las hojas putrefactas bajo sus pies. Ante ella ve una pizca de blanco y se desvía del sendero. Detrás de los árboles hay anémonas blancas: las flores brillan como estrellas caídas del cielo. Las coge y hace con ellas un ovillo. Las flores tiemblan sobre sus frágiles tallos como si estuvieran vivas en su mano. Vuelve al sendero y continúa caminando hacia la iglesia y el cementerio. Contempla los árboles a su alrededor, las formas de las ramas contra el cielo gris. Cuando llega al gran claro que hay en el centro del bosque, unos cuervos que vuelan alto por encima de los

árboles empiezan a graznar. Se pregunta si la han visto y graznan para advertir al resto; se imagina a sí misma desde su perspectiva, se imagina siendo un pájaro que la contempla caminando entre los árboles con su sombrero rojo y su pequeño ramo de flores blancas. Y entonces oye algo. Se detiene. ¿Un pájaro? Pero no había sonado como ninguno de los pájaros que conoce. ¿Ha pisado un palo? Escucha con detenimiento, pero sólo oye el sonido del viento entre las ramas. Baja la mirada al ovillo de anémonas que tiene en la mano: la corola de una flor sobresale más que las de las otras y ella la recoloca, tira de ella por el tallo para que estén perfectas. Continúa caminando hacia el cementerio. Y entonces lo oye de nuevo. Suena como una voz. Se detiene. El corazón se le acelera y siente cómo el miedo invade su cuerpo. Sí, una voz. Oye una palabra, cree que oye a alguien decirle hola. Mira a su alrededor, gira su cuerpo en una vuelta completa, esperando ver una cara, un cuerpo, alguna prenda de vestir. Nada. Permanece junto al enorme roble que mira el claro desde arriba y reclina la espalda en su tronco, se apoya contra él mientras mira a su alrededor. Y entonces otra vez, la palabra hola, sólo que parece como si la voz resonara a través de su espalda; puede sentirla justo en su interior.


Cierra los ojos. ¿Qué puede hacer? Siente miedo, siente los tallos de las anémonas en la mano, la savia verde y húmeda de los tallos quebrados, siente la corteza rugosa del tronco del árbol. El aire es frío. Otra vez la palabra. —Hola. La voz es más clara. La siente en su espalda. Y entonces siente cómo el árbol entero se mueve detrás de ella. Emite un grito ahogado, da un paso adelante. ¿Cómo puede moverse algo sólido? Es como si la tierra bajo sus pies se hubiera desplazado, como si hubiera un terremoto, como si el mundo estuviera cambiando. Es como si todo lo que ella siempre había pensado que era real no lo fuera. Quiere irse a casa. Quiere correr. Da un paso adelante, hacia el sendero que lleva de vuelta a su casa. Y entonces oye la voz. —No me dejes. Viene de lo más profundo del árbol. Mira fijamente el tronco, su gruesa corteza, después alza la mirada y ve las ramas que se extienden a su alrededor. —Sí, soy yo —dice la voz. Y entonces ve una rama moverse. Baja como si la inclinara el peso de un niño que hubiera trepado sobre ella, y se mueve en su dirección. Y entonces, la punta misma de la ramita que hay en el extremo de la rama, como la yema de un dedo, le acaricia la mejilla. El contacto con su piel es suave. Es dulce. No se mueve. No puede moverse. El corazón le late muy deprisa; el sudor impregna el cuello de su abrigo; sus pies están anclados a la tierra. El resto del mundo ha cambiado sus normas y es capaz de moverse, pero ella está enraizada al pedazo de tierra que pisa. Y entonces el árbol habla: —Te he visto otras veces —dice. Otra rama baja y también le acaricia la cara. Ésta también es tierna y dulce. Avanza hasta sus hombros y descansa allí. —Me siento tan solo aquí, en el bosque —dice el árbol—. Tan solo. Ella siente la rama sobre sus hombros. Dos ramas, las dos tocándola. —Pero cuando pasas por aquí —dice— me siento distinto. Me haces feliz. La chica alza la mano y toca la rama que descansa sobre sus hombros. No es áspera. La corteza parece terciopelo, parece el asta de terciopelo de un ciervo. —No entiendo lo que está pasando —dice ella. —No hay nada que entender. Estamos en el bosque y tú estás conmigo. Le acaricia el rostro de nuevo. —Eres hermosa.

Ella oye la palabra hermosa. Hermosa. Siente cómo la palabra aterriza dentro de su mente. Nadie la ha dicho nunca. No a ella. Sonríe, vuelve a tocar la rama de terciopelo. El sudor del cuello de su abrigo ha desaparecido. El miedo ha desaparecido. Su corazón sigue latiendo muy deprisa, pero por otro motivo. —Quédate aquí conmigo —dice el árbol. Ella baja la mirada, ve el ovillo de estrellas blancas en su mano, piensa en su madre en su hogar, en su hermano en su hogar, en su padre en lo más profundo de su hogar bajo tierra, que está esperando que deje las flores en la tierra que hay sobre él. —No puedo quedarme —dice. Da un paso adelante y la rama deja de tocar sus hombros. El árbol grita: —No me dejes. Por favor, no me dejes. —Tengo que hacerlo. —¿Vendrás a verme otra vez? La chica asiente. —Gracias. Me has hecho feliz. La chica se aleja y baja la mirada hacia su ovillo de flores; después se da la vuelta para mirar al árbol. Y eso es lo que es. Un árbol. Un roble de ramas extendidas. Se frota los ojos como si así pudiera ver con más claridad. No. Eso es lo que es. Un roble de ramas extendidas. El siguiente domingo se despierta en un mundo frío y duro. Hay escarcha en el interior de su ventana y cuando la rasca para mirar afuera ve que el mundo es blanco y que el rocío se ha congelado. Una escarcha blanca. Vuelve bajo las mantas. Allí se está caliente. Vuelve a reposar la cabeza sobre la almohada mullida y blanda y cierra los ojos. Hermosa. Es hermosa. Su madre entra en la habitación y le pregunta si va a visitar la tumba. —No —dice—. Ahora soy yo la que está enferma. Cuando oye cerrarse la puerta delantera, sale de la cama y se viste con cuidado, elige las prendas que mejor le quedan. Se pone el abrigo, el sombrero rojo y la bufanda, introduce cada dedo en sus ajusta-

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dos guantes. Sale al aire libre, a los senderos duros por la escarcha que atraviesan el bosque. Pasa las anémonas silvestres, pero sus estrellas blancas se han perdido en el mundo blanco. Pasa las campanillas de invierno, pero ellas también se han perdido en el blanco. Sigue el sendero y llega al claro. El árbol grita: —Has vuelto. —Sí —dice ella—. He vuelto. —Vi a los otros. Pensé que no vendrías. Ella percibe la felicidad en la voz del árbol y sabe que es ella quien la ha provocado. Es capaz de hacer a alguien —a algo— feliz. Se dirige al tronco del árbol y coloca su mano en la superficie. Su aspereza se disuelve bajo sus dedos, se suaviza. Una rama de terciopelo desciende y le acaricia la mejilla. De nuevo con suavidad, con ternura. —Gracias por volver —dice el árbol—. Ha hecho tanto frío. Otra rama desciende y juntas envuelven a la chica en un abrazo. Alrededor de sus hombros, alrededor de su cintura, por lo que no puede moverse. —No tan fuerte —dice. —Necesito sentir que estás aquí —dice el árbol—. Tengo miedo de que me dejes. —No lo haré. —Prométemelo. —Te lo prometo. El árbol libera a la chica del abrazo de sus ramas y las extiende frente a ella. —Sube —dice. La chica sube a la rama más gruesa y el árbol la resguarda con la rama más delgada. La levanta del suelo, elevándola hacia el cielo. La levanta justo hasta el centro, la sienta en la rama más grande. La protege. —Te quedarás aquí para siempre —dice. —Para siempre, no —dice la chica—. Tengo que volver a casa con mi madre y mi hermano. —Ellos no te necesitan —dice el árbol—. Yo sí te necesito. —Vivo allí. —Ya no. La punta de la rama acaricia su mejilla y después recorre sus labios. Siente cómo cada nervio baila bajo su suave contacto. La rama presiona contra su boca hasta que ella separa sus labios y el extremo se introduce. Puede saborear la madera y el liquen y sentir la corteza en su lengua. —Te vi caminar hasta aquí —dice el árbol. Otra rama acaricia su mejilla. —Estabas mirando a otros árboles. La chica frunce el ceño. La rama sale de su boca para permitirle hablar.

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La punta de la rama acaricia su mejilla y después recorre sus labios. Siente cómo cada nervio baila bajo su suave contacto. La rama presiona contra su boca hasta que ella separa sus labios y el extremo se introduce. Puede saborear la madera y el liquen y sentir la corteza en su lengua.

—Sólo estaba caminando —dice. —Te vi. Te vi mirarlos. —Puede que sólo estuviera echando un vistazo, como suelo hacer. Al bosque, a los árboles, a todo. El árbol habla, pero el tono de sus palabras ha cambiado, es tan frío como la escarcha de sus ramas. —No quiero que mires a otros árboles. Las ramas que rodean su cintura se estrechan. —¡Ay! —dice la chica—. Eso duele. —Dime que sólo me mirarás a mí. —Por favor, afloja tus ramas. —Sólo si me dices que, a partir de ahora, no mirarás a ningún otro árbol. —No puedo hacer eso. Vivo en el bosque. —Sí que puedes. Dímelo. —Por favor. Me duele. —Lo siento —dice el árbol—. Me he pasado tantos años atrapado aquí. Solo. Triste. Tú eres lo primero que me ha hecho realmente feliz. Haces que me sienta como nunca antes me había sentido. Mientras el árbol habla, las ramas se van aflojando. Las costillas de la chica suspiran y se expanden. Vuelve a sentir sus brazos como suyos. —Sólo quiero que seas mía —dice el árbol—. Eso es todo. Las dos ramas acarician su rostro, sus brazos. Rozan sus senos. —Mírate —dice—. Mira lo hermosa que eres. La chica se masajea el brazo donde el árbol la había agarrado demasiado fuerte. Hermosa. Es hermosa. Siente un rubor cálido que mana desde su corazón, como sangre que fluye. Hace que se sienta bien. Tiene el poder de hacer feliz a alguien. Y es hermosa. El árbol la empuja con delicadeza hacia su centro. Y entonces oye voces. Al principio cree que debe tratarse de su árbol, pero suena distinto. Mira hacia abajo desde donde está sentada, observa el mundo blanco. El árbol coloca una rama sobre sus ojos. —Te he dicho que nada de mirar a otros árboles. Te he dicho que sólo puedes mirarme a mí. —Lo siento —dice—. No estaba mirando a otros árboles. Y entonces oye que hay dos voces. Su madre y su hermano. Antes de pensarlo siquiera, grita: —Estoy aquí arriba.


Ellos se detienen, miran a su alrededor, levantan la vista hacia los árboles. El árbol susurra al oído de la chica: —¿Por qué los has llamado? Dijiste que te quedarías aquí para siempre. —No lo hice —dice—. Te dije que no podía. Y entonces su madre la ve. De pie, bajo el roble, le grita: —¿Cómo has subido hasta ahí? —Trepando —dice ella. Su madre mira alrededor. —No sé cómo. Baja. Venga, baja. La chica mira hacia abajo, a su madre y a su hermano. Desciende con dificultad hasta la rama más baja y se descuelga desde ella. Su madre se pone debajo y la ayuda a bajar hasta el suelo. Quita los restos de corteza del abrigo de la chica. —Podrías haberte hecho daño —dice. Cuando la chica se recoloca el sombrero rojo, el abrigo y la bufanda, los tres comienzan a alejarse por la tierra dura, a través de la escarcha, de vuelta hacia la casa. Y mientras se alejan, sólo la chica puede oír su lamento susurrado: —Vuelve. Vuelve. El siguiente domingo la chica se despierta antes que su madre y su hermano. Se despierta antes que el sol. Fuera todavía está oscuro, y los pájaros están en silencio. Está tendida sobre su cama y piensa en el árbol, piensa en las ramas alrededor de su cintura y sobre sus labios. Todavía puede sentir las caricias sobre su cuerpo, el roce sobre sus senos y la exploración dentro de su boca. Siente cómo su piel se enciende. El recuerdo de su tacto es tan intenso que es como si el árbol estuviera con ella ahora. Es hermosa. Puede hacer al árbol feliz. Echa las cortinas a un lado y ve que el cielo todavía es de un azul muy oscuro. Pero la escarcha ha desaparecido y el mundo se ha templado. Elige cuidadosamente unas prendas limpias y baja sigilosamente las escaleras. Busca unas botas y una chaqueta y su sombrero

rojo, y quita el pasador de la puerta delantera. Camina hasta el final del jardín y se adentra en el bosque. Avanza a paso rápido, mira a través de las ramas hacia el cielo, hacia la última de las estrellas nocturnas y la luna que se desdibuja. Y entonces le vienen a la mente las palabras del árbol. No quiero que mires a otros árboles. Baja los ojos a la tierra, sólo mira el sendero por el que camina. Se desplaza por el bosque mirando sólo el sendero, sus propios pies, las raíces de los árboles y pequeñas plantas. No ve nada de la belleza de la mañana: el cielo que empieza a aclararse, las ramas que se graban contra el cielo, los pájaros que empiezan a despertarse y cantan el nuevo día. Sigue el sendero y sus propios pies uno detrás del otro hasta que llega al claro y ve el tronco del árbol, ve sus raíces donde sobresalen de la tierra. —Estás aquí —dice el árbol. —Lo prometí —dice ella. —Gracias. Gracias. Se acerca al tronco y siente cómo la corteza se vuelve suave bajo las yemas de sus dedos. Siente el terciopelo. —Tenía miedo —dice el árbol— de que no fueras a volver. —Por supuesto que iba a volver —dice ella. Apoya la espalda y mira hacia arriba a través de las ramas. Ve luz más allá, ve un pájaro volar. Y entonces su mundo se vuelve negro y ve luces como estrellas en su cabeza. Siente dolor. Un dolor que no viene de ningún lugar. Piensa que se ha golpeado la cabeza con algo, tal vez con una rama baja, o puede que haya tropezado, pero entonces siente cómo las ramas la agarran con fuerza por la cintura y la sacuden hasta que siente como si su cerebro se desplazara dentro de su cráneo, y las articulaciones de su cuerpo se aflojaran. —Has mirado a otro árbol —dice el árbol. —Te estaba mirando a ti —dice la chica. —Te he visto. Te dije que no lo hicieras. Las ramas envuelven su cuerpo entero como si fueran hiedra alrededor de un tronco. La levantan hasta el centro del árbol y la sujetan allí. —Me has hecho daño —dice. —No. —Me has hecho daño en la cara. —Ha sido culpa tuya. ¿No lo entiendes? Si haces lo que te digo, no te haré daño. Te avisé y me desobedeciste, así que es culpa tuya. Culpa tuya. Mientras habla, el árbol la golpea en la cara con sus ramas, enfatizando cada palabra con un golpecito. Es violento, doloroso. Siente algo en su cara, como líquido, algo caliente. Y entonces lo ve en la rama: es rojo, húmedo. —¿Lo entiendes? —dice el árbol, dándole golpecitos en la cara—. Haz lo que te digo y todo irá bien.

Ilustración de Jimena Schlaepfer



La chica no dice nada. Las ramas se estrechan en torno a ella. Los golpecitos continúan. —He dicho que si lo entiendes. La chica asiente. —Sí. Sí, lo entiendo. Las ramas dejan de golpearla. Se vuelven tiernas y aterciopeladas y acarician su rostro. Limpian la sangre, se deslizan dentro y fuera de su boca, acarician sus brazos y su cintura. Rozan sus senos. —Así —dice el árbol—. ¿Ves qué agradable puede ser? La chica asiente. —Di sí. —Sí —dice ella. —Bien. El cielo se está aclarando y todos los pájaros han despertado y han dejado en tropel las ramas y los nidos. Cantan su música del alba. El corazón de la chica late fuerte y rápido. Tiene la cara y las costillas doloridas. Piensa en su cama y piensa en su hogar. Piensa en su madre levantándose y yendo a su habitación para descubrir que no está. Las ramas la tienen bien sujeta y tiene miedo de moverse y de hablar. Tiene la mirada gacha y es una sombra de la chica que era. —Dime que eres mía —dice el árbol. —Soy tuya. La chica toca una de las ramas. —¿Puedes soltarme un poco? Me haces daño.

—Yo nunca te haría daño —dice el árbol—. Nunca. Y las ramas se relajan para que la chica pueda sacar sus brazos y sus manos. Levanta una mano hasta su rostro y siente la sangre fresca. Cuando aparta la mano, está roja. —¿Tienes un arañazo? —pregunta el árbol—. ¿Cómo te lo has hecho? —Creo que me lo has hecho tú —dice la chica. El árbol no dice nada durante un segundo; después, vuelve a apretar. La chica tiene dificultades para respirar. —Te he dicho que nunca te haría daño —dice el árbol. —Lo sé —dice la chica—. Puede que me lo hiciera yo misma. El árbol abre un poco las ramas. —Eso es —dice—. Debes de habértelo hecho de camino a aquí porque andabas mirándolo todo. Andabas mirando a otros árboles aunque te dije que no lo hicieras. ¿Ves? ¿Lo ves? Si me escuchas y haces lo que te digo, tu vida será mucho más fácil. Será más tranquila y todo irá bien. La chica asiente. —Me alegro de que lo entiendas. Ahora descansa, relájate sobre mí. La chica se reclina contra la corteza de la rama más grande del árbol. —Cierra los ojos. La chica cierra los ojos. Es una sombra de la chica que era. —Así. Muy bien. ¿No es agradable? La chica susurra.

Piensa que se ha golpeado la cabeza con algo, tal vez con una rama baja, o puede que haya tropezado, pero entonces siente cómo las ramas la agarran con fuerza por la cintura y la sacuden hasta que siente como si su cerebro se desplazara dentro de su cráneo, y las articulaciones de su cuerpo se aflojaran.


—Sí. Tiene los ojos cerrados y siente cómo dos ramas más se deslizan hacia ella. La rodean por los tobillos, inmovilizándola. Y entonces oye voces. Dos voces. —No digas nada —sisea el árbol. Puede oír cómo las voces se acercan y mantiene los ojos cerrados, y bajo su respiración, dentro de su cabeza donde nadie puede oírla, reza. Véanme. Véanme. Véanme. Su rezo tiene respuesta. La voz de su madre la llama: —¿Qué estás haciendo? La chica abre los ojos, ve a los dos abajo. —Baja —dice su madre. El árbol le susurra al oído: —Dile que no vas a bajar. —Estoy bien aquí —dice la chica. —Baja ahora mismo. —No bajes —sisea el árbol. Su madre sostiene la pequeña hacha. —Vamos a quitar las zarzas de la tumba. Necesitamos que nos ayudes. La chica está rígida. Las ramas la sujetan y siente la presión en las muñecas y los tobillos. —No puedo… —empieza a decir. —¿Por qué no? —dice su madre—. ¿Estás atrapada? La chica asiente. —Sí. —Quédate ahí —le dice.

La madre se acerca al tronco del árbol y trepa con dificultad hasta la rama más baja. Sostiene el hacha y sube más, hasta donde está sentada la chica. Ve que las ramas están enroscadas alrededor del cuerpo de su hija y levanta el hacha. —No —grita la chica. Pero su madre hunde el hacha en una rama y empieza a cortarla. La corteza se separa, aparece la parte blanca del árbol y fluye la savia. Las ramas se contraen, se desenredan, y la chica queda libre. Las dos bajan con cuidado y se descuelgan de la rama más baja para dejarse caer al suelo. La madre sostiene la cara de la chica en sus manos y contempla el corte de su mejilla. Lo roza con la punta de su dedo suavemente, con ternura, y éste empieza a chorrear. Sangre caliente corre por su rostro. La chica se limpia la sangre, aparta la mano de su mejilla y la mira. Roja. Húmeda. Vuelve a sentir el escozor, el chasquido como de un látigo en su rostro. Se aleja un paso del árbol. Y después otro paso. Su madre la coge de una mano y su hermano de la otra mano, y comienzan a alejarse. Mientras caminan, la chica se da la vuelta. Lo único que ve es un árbol. Un roble de ramas extendidas. Eso es lo que es. Un roble de ramas extendidas. Aprieta la mano de su madre y la mano de su hermano y los tres dejan atrás el claro, se adentran de nuevo en el bosque, y toman el sendero de regreso a su hogar. Y mientras camina, la chica levanta la vista y contempla todas las ramas y todos los pájaros. Contempla el cielo y mantiene la cabeza alta y mira todos y cada uno de los árboles que hay. Y caminan lentamente de regreso a su hogar y, mientras caminan, un pie detrás del otro, la sangre se coagula y la herida, lentamente, lentamente, comienza a sanar. • Traducción de Raquel Vicedo

¿Feminicidios? ¿Crimen organizado? • Por donDani No, por ahora sólo nos alcanzó el presupuesto para investigar a periodistas y activistas.

Pero imaginen lo que podríamos hacer si nos dan otra partida…


Quizá sólo nos quede un atardecer hermoso Entrevista con Don DeLillo (segunda parte) Eduardo Rabasa

E

n el mes de marzo viajé a Nueva York a realizarle una entrevista a Don DeLillo, la primera parte de la cual apareció publicada en la revista Nexos, en el número de junio. Debido a la extensión de la charla, y a que el viaje fue financiado también por Reporte Sexto Piso, las partes involucradas acordamos que el fragmento de la conversación relativo a la más reciente novela de DeLillo, Cero K, vería la luz en esta publicación, al mes siguiente, para espaciarlas un poco. Si en la primera parte DeLillo explicó con enorme lucidez una especie de teoría general de su método de escritura, a continuación los lectores podrán ver una muestra de cómo ese esbozo un tanto más abstracto se plasma en la escritura de un libro específico, el cual además me parece se encuentra sin problemas a la altura de lo mejor de la vasta bibliografía delilliana. Incluso, quizá podríamos considerar que se trata de la obra en la que se ocupa de manera más profusa de la preocupación humana con la muerte, así como de los intentos siempre un tanto cómicos por poder finalmente derrotarla, pues la enorme parte del libro transcurre en un complejo llamado La Convergencia, construido bajo tierra en un desierto situado en algún lugar de la antigua Unión Soviética, en el que gente como el millonario padre del protagonista, Ross Lockhart, pagan ingentes sumas por el exclusivo derecho de continuar existiendo de alguna manera, incluso cuando la biología haya dictado que la vida debe de llegar a su fin. En Ruido de fondo escribió de manera célebre que «todas las tramas tienden hacia la muerte», pero me pregunto si en Cero K, con el complejo de La Convergencia y la idea de poder vivir por siempre, lleva un poco más allá esta idea, para aplicarla a la visión humana de la vida misma, pues algunos de los personajes parecerían engañarse con la idea de que podemos superar a la muerte.

Miles de millones de personas, a lo largo de todo el planeta, creen en la vida después de la muerte, es decir, en la vida sobrenatural. Alguna gente, una minoría, piensa que esta vida sobrenatural puede ser física. ¿Por qué morir, si existiera alguna forma científica para continuar respirando, o para volver a respirar, tras haber estado muertos? Y de hecho esto es lo que algunos científicos realizan en estos momentos, pues como probablemente sabes, existen algunos institutos abocados a la extensión de la vida, aunque son escasos. No parecen pensar que se encuentra fuera de toda posibilidad, y la extensión de la vida pa-

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recería formar parte de la aventura humana, pues, ¿por qué rendirse a algo si pudiéramos controlarlo? Evidentemente, es un asunto que genera muchas interrogantes, e incluso seguramente hay varias con las que no me topé a lo largo de mi investigación para escribir Cero K. ¿Qué pasaría con un individuo que logre sobrevivir a esta extensión de la vida? ¿Qué tipo de mente acompaña a su cuerpo?, o, si queda desvinculado de su cuerpo, ¿quién es él o ella? Supongo que esto es algo sobre lo que el personaje de Artis reflexiona en la novela. Cuando terminé de escribir una primera versión, no me sentía del todo satisfecho, pues creí que Artis debería de desempeñar un papel central en el medio de la novela, cuando se encuentra inmersa en la cápsula y consigue pensar en algún nivel, apenas por encima del nivel de la conciencia, y me pareció un reto muy interesante, que terminé por escribir en un par de días, muy rápidamente, y decidí que debería ser la parte central del libro. Uno de los aspectos que encontré más interesantes del libro es que en La Convergencia pretenden inventar su propio lenguaje. ¿Por qué sucede esto?

Bueno, porque el lenguaje como tal es bastante limitado. Porque la idea detrás de eso es que si contáramos con un lenguaje más extenso, ello incrementaría enormemente nuestras percepciones, y podríamos conocer mucho más acerca del mundo, sobre nosotros mismos, sobre los demás, sobre el universo, tan sólo porque nuestro lenguaje sería más adaptable al entorno, en toda su vastedad. ¿Es esto posible?, ¿hay científicos trabajando en ello? No lo sé, pero creo que, mientras lo utilizamos, no somos conscientes de los límites del lenguaje, porque hemos creado un lenguaje tan hermoso, una poesía tan hermosa, ficciones tan hermosas, teatro tan hermoso, que parecería que no quedan ya niveles para deslumbrarnos pero, posiblemente, haya algo más, algo que simplemente no podemos imaginar.


Me impresionó la estética de La Convergencia, con las puertas que o no abren o conducen a ninguna parte, y me gustó particularmente el jardín británico hecho todo de plástico. Pero también hay pantallas que muestran sufrimiento humano y catástrofes, con lo cual me pregunto, si La Convergencia es un lugar a donde la gente acude a morir, ¿cuál es la importancia de esta estética?

Creo que ahí reside parte del misterio de La Convergencia, y yo estaba pensando en términos cinematográficos, como en el cine, es decir, en describir a una persona caminando por un pasillo, tocando una puerta que nadie responde, intenta abrir la puerta, y a menudo no hay nada detrás. Es un entorno surreal, tan sencillo como eso, y por qué es así es una pregunta que no me pareció que hiciera falta responderme. La idea de La Convergencia misma es una idea que no encaja al interior de los márgenes de nuestro pensamiento lógico. Es otra cosa, es algo más allá, de la misma manera en que la extensión de la vida lo es. Disfruté enormemente al imaginar los elementos físicos involucrados en la escritura de ese lugar. Las proyecciones de varios desastres no son tan distintas de lo que nosotros experimentamos en nuestro día a día, excepto en que van un poco más lejos, son algo un poco más drástico, un poco más peligroso. Y buena parte de todo ello es una cuestión intuitiva. En algún sentido yo fui como Jeff, el narrador, quien se pierde en La Convergencia. Yo mismo a veces no lograba comprenderlo del todo. Hay una escena hacia el final de la primera parte, donde Jeff camina por el corredor y mira en una pantalla la proyección de gente corriendo a través de un paisaje indeterminado. Y de pronto aparecen corriendo, en el pasillo, gente de carne y hueso, en tres dimensiones. ¿Cómo se explica esto? Ni siquiera intento explicármelo. Ésa es la experiencia de Jeff, no es algo que ocurre en su imaginación, en realidad sucede, y ésa es la naturaleza de La Convergencia, y ésa es la naturaleza de la novela.

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En la segunda parte del libro Jeff se vuelve un tanto desapegado de la realidad, e incluso se describe como «un hombre involuntario, guiado por las acciones de su sistema nervioso». ¿Le parece que es una consecuencia natural de lo que ha experimentado hasta ese momento?

Sí, así es, se encuentra más allá de sus propios límites, fuera de su elemento. Está en otra dimensión. Quizá no sea exactamente una cuarta dimensión, pero creo que en algún punto resiente la naturaleza extraordinaria de toda esta experiencia, y se muere del susto. Hacia el final de la novela se encuentra en las calles de Manhattan, en un autobús, mientras el sol se pone. Esto es algo que quizás sepas que realmente ocurre en Manhattan, que su arquitectura crea estos atardeceres majestuosos, quizá un par de veces al año. Y esa escena se basa en algo que yo mismo experimenté hace varios años, cuando iba subido en un autobús, y de pronto un chico comienza a gritar, justo como sucede en la novela. Miré hacia la ventana trasera del autobús y había un atardecer espectacular, y el hecho de que ese niño estuviera haciendo ese ruido —y era un niño que claramente tenía algún tipo de condición, tanto física como mental—, lo hacía aún más visible. Así que años después lo recordé y lo utilicé para la parte final de la novela. Quizá es lo más cercano que Jeff puede aproximarse a La Convergencia, en esta vida.

Si contáramos con un lenguaje más extenso, ello incrementaría enormemente nuestras percepciones, y podríamos conocer mucho más acerca del mundo, sobre nosotros mismos, sobre los demás, sobre el universo, tan sólo porque nuestro lenguaje sería más adaptable al entorno, en toda su vastedad.

Es decir, que ni usted sabría por qué aparece esa gente corriendo por ahí…

Así es. En absoluto lo sabría.

Hay un fragmento hacia el final en donde uno de los gemelos Stenmark habla sobre la destrucción como si fuera una cuestión necesaria, inherente a la raza humana. ¿Le parece que es así?

Creo que un filósofo podría considerar mejor estas cuestiones, pero parecería que es algo hacia lo que estamos naturalmente inclinados, que el conflicto es parte de nuestra naturaleza. Y cuando se traslada de un individuo a una nación entera, se convierte en un asunto tremendamente peligroso para todos, y es posible que experimentemos eso en un futuro próximo. Hay algo sobre las armas de destrucción masiva, las armas nucleares, hay alguna belleza en ellas que es difícil de negar. Y está el hecho de que una vez que una nación posee una de estas armas, es para hacerla estallar, para detonarla. Una de las razones por las cuales no ha habido una guerra nuclear desde que arrojamos las bombas sobre Japón es porque los países han podido realizar pruebas con sus armas nucleares. Creo que en la actualidad pueden probarse bajo la superficie, que ya no se pueden detonar sobre la superficie del planeta, pero sí se pueden probar debajo. No estoy seguro, pero creo que son nueve los países que poseen armas nucleares, y casi no se escribe al respecto, la gente no piensa demasiado sobre ello, pero es un hecho irrefutable, y se encuentra irremediablemente inscrito en el lenguaje de las relaciones internacionales. De hecho, es como una especie de consideración final. Y creo que con eso termino esta entrevista (ríe). •



Psycho Killer • Por Carlos Velázquez La punk que cree en el amor Dice Viv Albertine en la introducción de Ropa música chicos (Anagrama, 2017): «Si hay otros que también hayan estado y quieran contar su versión, allá ellos. Ésta es la mía». Estaremos de acuerdo en que existen de versiones a versiones. Y difícilmente alguien puede competir con la de Viv en cuanto a testigo privilegiada de la génesis del punk en Inglaterra. Aquí sus credenciales: novia de Mick Jones, guitarrista de The Clash; la primer persona a la que se la mamó en la vida: Johnny Rotten, vocalista de Sex Pistols; tenía una relación de masoquismo social con Syd Vicious, bajista de los Pistols; y ser inducida en la heroína picada por el mismo Johnny Thunders, con quien tuvo una relación y quien le dijo que no la podía amar porque tenía el corazón lleno de heroína. En este entorno, tan violento como irrenunciable, Viv se transformó de espectadora de la Historia en uno de sus protagonistas más emblemáticos. Y es que no todos los días se tiene la suerte de ver a Syd Viciuos aprender a tocar el bajo en una sola noche con un disco de los Ramones como única guía. El punk, como ningún otro género musical, ha sido inclemente con sus ejemplares. El índice de fatales desenlaces es superior a cualquier otro género (el grunge se le aproxima a toda velocidad). El punk no fue una fábrica de aburguesadas estrellas de rock. Sólo algunos consiguieron eludir el sino de muerte y destrucción. Ropa música chicos nos recuerda que el John Lydon que ahora lidera Public Image Ltd fue un vago que dormía en cualquier parte. Las memorias de Viv son un recordatorio de lo duro que fue el movimiento. Para Viv, salir a la calle vestida como dictaba la moda punk era arriesgar el pellejo. Las violaciones eran de lo más común. Pero defendía su identidad y se jugaba la integridad a diario. Atravesar el barrio para llegar hasta Sex, la tienda de Malcolm McLaren, era darle a oler la sangre a los skinheads. Pero como para todo punk, el look era definitorio para Viv. Todos los abusos que sufría eran parte del medio ambiente. Y su papel, aunque no hace falta que ella lo aclare, no era ni el de la víctima

ni el de la grupi. Era el de la protagonista. En 1972, cuenta Viv: «Yo todavía sigo los pasos de los Kinks, que estudiaron en Hornsey, y los de mis héroes John Lennon y David Bowie, que también asistieron a una escuela de arte. Es justo lo que haces cuando estás en el mundo de la música: estudiar en una escuela de arte. No pretendes hacer dinero ni carrera en el mundo del arte, es un rito de iniciación.» Y como otro héroe inglés de la guitarra, Pete Townshend, Viv saltó de la academia artística a las Slits. La herencia de una tía le permitió comprar una Les Paul Jr. y formar junto a Syd Vicious la banda Flowers of Romance, de la que sería echada por el mismo Syd. De quien nunca se separó pese al desencuentro. Viv fue testigo, también, del momento en que Syd fue contratado por los Pistols. Como si se tratara de un vinyl, Ropa música chicos se divide en Lado A y Lado B. El Lado A no sólo está aquí para contar la historia de Syd o Mick, sino para contar el ascenso y caída de las Slits. La banda que conformaría Viv y que crearían un clásico del género, el disco Cut. Con el surgimiento de las Slits también viene la etapa más dura en la vida de Viv. Aborta un hijo de Mick Jones, después de la grabación de Cut la disquera, Island Records, las echa de la nómina y Tessa, su bajista, intenta suicidarse con una sobredosis de pastillas. Tras la salida

de su segundo disco, las Slits se disuelven y Viv sale de la música por la puerta de atrás. A enfrentar el Lado B: la vida ordinaria. Nada más doloroso que haber acariciado el éxito y volver a la nada. Los capítulos de Ropa música chicos no exceden las cuatro páginas de extensión y son narrados de manera cronológica, por año, y están escritos con una prosa sencilla pero no carente de emoción. Y una valentía sin tapujos. Viv cuenta cada vejación que ha sufrido, sus inseguridades y su metidas de pata. Pese a toda la moda que impera en estas páginas, no hay una sola gota de glamur. Ni siquiera en los momentos trascendentales. Cuando los Pistols tocaron en el barco frente a la jeta de la reina, a Viv no la dejaron subir a bordo, y no faltaron tampoco los líos con la policía. Viv tuvo que arrancar desde cero y se alejó de la música. Se relacionó, y tuvo una hija. Sin embargo, décadas después planeó su regreso a la escena para darse cuenta de una verdad innegable: los problemas nunca terminan. Su pareja la amenaza con botarla si no renuncia a sus intenciones. Y ella sigue adelante con sus planes. «Confessions of a milf», es la canción que resume su nueva filosofía, el momento por el que atraviesa, con una separación y un disco bajo el brazo. Ropa música chicos es la historia de un amor. No el de Viv con los hombres de su vida. El amor hacia la música, pues: «Una buena canción es una buena canción, sin importar el género que sea». •

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Sexto Piso Times

Noticias Que de tan falsas… podrían ser verdaderas  •  JuLio de 2017

Trasciende que Margarita Zavala planea moldear su imagen y discurso de campaña a partir de la Mujer Maravilla Fuentes del círculo íntimo de la aspirante presidencial Margarita Zavala, filtraron a Sexto Piso Times la exclusiva de que planea moldear su imagen y discurso de campaña a partir de la Mujer Maravilla, para aprovechar la popularidad de la reciente película, y montarse en dicha oleada directamente hasta llegar a habitar nuevamente en Los Pinos, esta vez como jefa máxima de la nación. Entre las ventajas que se esperan de dicha decisión se encuentra la de proyectar una imagen un tanto más audaz y juvenil, para convencer a los millennials que votarán por primera vez de que no es una candidata mocha, retrógrada e intolerante, con un discurso proclive a conservar la militarización del país que tanta sangre ha derramado, sino que es una candidata moderna, encarnación del bien, cuya cruzada por la patria consiste en luchar encarecidamente en contra de las fuerzas del mal. Asimismo, debido a que su postura antiaborto seguramente le costará el voto y le traerá el repudio del movimiento feminista, sus estrategas confían en que la reciente interpretación feminista del personaje de la película, al menos pueda poner en aprietos a dicho movimiento, y quizá algunas de sus integrantes menos radicales puedan depositar su confianza en la Wonder Woman Zavala. Sin embargo, una línea roja trazada con nitidez por la precandidata consiste en negarse a toda costa a abandonar los rebozos de carácter autóctono que suele utilizar en sus apariciones públicas, pues por un lado considera que es su forma de demostrar su solidaridad con el México profundo, y por otro, si bien está dispuesta a hacer lo que sea con tal de ser presidenta, el traje y la imagen de la Mujer Maravilla le parecen un tanto impúdicos y ofensivos contra la moral y las buenas costumbres. Nuestros reporteros pudieron corroborar igualmente que, tomando prestada una página de la estrategia de campaña de Hillary Clinton, Zavala se hará acompañar a todas partes por su marido, el expresidente Felipe Calderón. Sin embargo, como no goza ni de la popularidad, ni del encanto, ni de las dotes oratorias del señor Clinton,

«¿Ah, sí? Pues entonces yo seré el Avispón Verde, y ya veremos quién cuenta con más superpoderes»: Ricardo Anaya

el equipo de campaña ha delineado un papel un tanto distinto para Felipe Calderón, que se puede resumir en las siguientes tres facetas: 1- En los actos de campaña en los que se requiera de infiltrar en el público a un provocador que grite consignas incendiarias, para sembrar la confusión y poder dar por concluido el acto, se solicitará al expresidente que se emborrache tanto como le sea posible y se coloque una máscara de Carlos Salinas de Gortari, para después colocarse en medio del público y desde ahí orquestar la provocación. Con ese acto se busca también asestar un golpe al pri, por asociación con el personaje. 2- Cuando se haga necesario que la candidata repita su reciente aseveración de que lo que hace falta es reemprender con más vigor la guerra contra el narco y la militarización del país, el expresidente será disfrazado con una peluca y bigotito al estilo Hitler, para clamar desde el público por mano dura y exterminio de tantos mexica-

nos malvados como sea posible, para que entonces la candidata Zavala pueda exponer su plan de seguridad, apareciendo por contraste como una influencia moderada y pacífica. 3- Dado que en ciertos contextos como universidades o preparatorias privadas de élite puede resultar un tanto agresivo acudir con guardaespaldas, para no descuidar la seguridad de la candidata se solicitará al expresidente Calderón que se enfunde en un disfraz de Alushe, el duende maya, y se coloque vigilante detrás del estrado, para alertar si fuera necesario con un movimiento de garra a elementos de seguridad vestidos de civil, que se encontrarán estratégicamente posicionados, listos para actuar ante cualquier potencial desaguisado. Sobra mencionar que en un inicio el expresidente Calderón expresó cierta reticencia frente al papel que se le asignó para la campaña de su esposa, pero finalmente accedió, según sus propias palabras, tanto por amor a la patria como por una insaciable sed de poder que lo hace estar obsesionado con volver a ocupar la residencia oficial de Los Pinos, así sea esta vez en papel de consorte, o Primer Damo de la nación. Estaremos atentos para monitorear el resultado de esta estrategia inédita en las campañas políticas que, de ser exitosa, puede adentrar a nuestra democracia a regiones aún no exploradas y, quién sabe, incluso puede devenir en un precepto jurídico el que las y los candidatos, al momento de obtener su registro, se vean obligados a confesar quién es su superhéroe o su supervillano favorito, para ofrecer de antemano una guía de sus intenciones al electorado. Para evitar confusiones, sólo se permitirá la utilización de uno cada vez, por lo que es probable que veamos una despiadada contienda por quedarse los derechos para ser representados por Darth Vader. •


El buzón de la prima Ignacia Estimada prima Ignacia: Como recordarás, el número pasado te escribieron mis ahora ex colegas El Señor Cerdo y Johnny Raudo, para quejarse de su intempestivo despido por parte de esta lamentable publicación. Apegándote como siempre a tus principios y a tus convicciones, te pusiste de su lado para denunciar el atropello del que habían sido objeto. Pues bien, ahora yo te escribo para quejarme igualmente, pues he también sido dejado de lado sin mayor explicación, sólo que a mí la puñalada me la dio el barbaján que se hace llamar donDani, encargado tanto del cartón como del diseño de la publicación. Hasta hace poco, recordarás, habíamos hecho una mancuerna formidable, y firmábamos nuestros cartones como dD&Ed. Bueno, pues cuál fue mi sorpresa al darme cuenta de que de un par de números hacia acá, sin previo aviso, el tal donDani me había sacado de la jugada, y comenzó a prescindir de mis servicios, insisto, sin notificación alguna de por medio. Te pido, oh prima, que alces una vez más la voz en favor de los desposeídos, y me ayudes a denunciar el atropello del que he sido objeto. Atentamente, Ed

Estudié Economía en el itam, Finanzas en Harvard y Karma en la Universidad Tibetana, pero el verdadero aprendizaje lo obtengo en esa loca maravilla llamada vida. Si quieres que lo comparta contigo, no lo pienses más y consúltame en el siguiente correo electrónico: ignacia@sextopiso.com (PD: No hay censura pero por favor sean recatados y no me vayan a andar preguntando puras pendejadas).

Apreciada señora Ignacia, Soy un editor de origen colombiano, que reservará su identidad por motivos profesionales, pero aún así quisiera exponerle mi dilema. Fíjese que acudí hace poco con un amigo a un festival de música en un pequeño pueblo de Holanda, ubicado en un bosque idílico, con un lago a un costado de los escenarios. El caso es que la primera noche ingerimos mdma, y a causa de mi naturaleza indomable, me negué a escuchar las advertencias del dealer, quien nos había dicho que en su patria era más fuerte de lo acostumbrado en otros lugares. A partir del enésimo dedazo se me borran los recuerdos, y lo siguiente que supe fue cuando desperté en calzones a orillas del lago, abrazado por dos mancebos holandeses desnudos, que intentaron ofrecerme explicaciones sobre lo sucedido, pero por desgracia ni ellos hablaban español, ni yo holandés, y lo único que pude comprender fue algo así como «Kalmte, Santiago, kalmte», pero no sé bien qué quiere decir. ¿Cree que deba acudir con un hipnotizador para que me ayude a recordar lo sucedido durante esa noche, o será mejor ya dejarlo por la paz? Atentamente, S. Tobón

Mira, Ed, si es que en verdad ese es tu nombre. Lo primero que me gustaría decirte es que: ¡Quiere llorar! ¡Quiere llorar! ¡Quiere llorar! ¿O sea? ¿Por quién me tomas? ¿Crees que soy tan taruga como para dejarme manipular así como así? Me podrán decir lagartona. Me podrán decir quedada. Me podrán decir arpía venenosa, y muchos insultos más que he tenido que soportar a lo largo de mi vida, pero si algo no podrán decir de Ignacia es que sus ideas no son suyas, así que por favor, que sea la última vez que me pretendes decir lo que tengo que decir o que pensar. Are we clear? Segundo. No todos los ajolotes son iguales. Una cosa es la gente bien, decente, talentosa, como el Señor Cerdo y Johnny Raudo, y otra cosa eres tú, Ed, y tu ínfima aportación a los cartones de donEstimado Sr. Tobón: Dani. Es más, date de santos que te dio chance todo este tiempo Por desgracia, me temo que no puedo serle de ninguna ayuda, pues de compartir créditos con él. Yo conozco íntimamente a donDani desconozco a qué se pueda referir eso del mdma. Por el tipo de (if you know what I mean), y sé perfectamente que él hacía y hace gente locochona que va a esos festivales de perdición, intuyo que prácticamente todo, y que tu aportación era, en el mejor de los capueda tratarse de algún tipo de droga, pero mi alcurnia y mi decensos, la de traerle su refresco o su café cuando estuviera ya cansado. cia me impiden indagar más allá, pues no quiero contaminar mi Y te aclaro que estoy siendo 100% objetiva, y que nada de esto tiene mente con las cochinadas que llevan a la juventud a los actos de deque ver con los arrimones que acostumbra propinarme cuando baipravación como el que me comenta. Yo por eso me confío a mi fiel lamos salsa, porque yo soy muy profesional y jamás dejaría que algo Rivotril, que nunca me jugaría tan chueco como para que me paasí obnubilara mi juicio. Pero seamos objetivos, Ed, y reconozcasara algo así. (Aunque, aquí entre nos, si alguien me garantiza que mos que desde que donDani hizo lo que mucha gente llevábamos tomando alguna de esas mafufadas fuera a amanecer en calzones, pidiéndole mucho tiempo que hiciera, los cartones han mejorado en brazos de dos mancebos holandeses desnudos, estaría dispuesta sustancialmente. Así que te recomiendo que dejes de chillar, y más a reconsiderar mi postura). Yo le recomiendo que siga los consejos bien pídeles a los truhanes que dirigen la publicación que te mande José José, cuando nos estremece cantando: «Ya lo pasado, paden un tambache con los ejemplares anteriores, para que puedas saaaadooooooooooo, no me interesaaaaaaaa», y más bien trate de recortar los cartones donde injustamente aparece tu nombre y aprender de la experiencia. Esperemos en Dios que los mancebos puedas decorar tu cuarto con ellos, para que tengas un recuerdo hayan sido gente decente y no abusaran de su indefensión o, si no, del mayor honor al que seguque hayan usado protección, o ya de perdis ramente podrás aspirar en tu que no tengan esas cosas del Sida ni nada por Hazle una pregunta a la prima Ignacia. triste vida. Ok, honey? el estilo. Pero, siento decirlo, si no es el caso y a causa de esa noche está condenado a arder Si tienes la suerte de que en su infinita por la eternidad en las llamas del infierno, se sabiduría la seleccione como la mejor del lo tendrá bien merecido. Saludos y mucha mes, recibirás gratis en tu domicilio el suerte.

libro de tu preferencia de Sexto Piso.

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