Reporte Sexto Piso Publicación mensual gratuita • Marzo de 2018
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Índice Recomendación de los editores La efeba salvaje | 4 Élmer Mendoza
La neblina que apachurra | 6 Eduardo Rabasa
Dossier Paul Otchakovsky-Laurens |
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Sólo un hombre | 10 Frédéric Boyer
La vida sin Paul | 11 Marie Darrieussecq
El amigo y el editor | 12
Columnas Odunacam | 5 Liniers
Espacio negativo | 16 Abraham Cruzvillegas
Glissandos en el laboratorio global | 23
Emmanuel Carrère
Los escarabajos volaban | 13 Valérie Mréjen
Una emoción particular | 13 Mathieu Lindon
Esperando al nuevo mesías | 15 Kiko Herrero
Carmen Pardo
El camino del ganador | 27 donDani
Psycho Killer | 30 Carlos Velázquez
Lecturas La fil de Guadalajara: Ritual libresco | 18 Felipe Rosete
Niñas modelo |
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Ana Negri Portada de este número: Ilustración de Liniers en Bola Negra (Sexto Piso, 2018)
Poesía | 29 Andrés Sánchez Robayna
Reporte Sexto Piso, Año 6, Número 41, marzo de 2018, es una publicación mensual editada por Editorial Sexto Piso, S. A. de C. V., París #35-A, Colonia Del Carmen, Coyoacán, C. P. 04100, Ciudad de México, Tel. 5689 6381, www.reportesp.mx, informes@sextopiso.com. Editor responsable: Eduardo Rabasa. Equipo editorial: Rebeca Martínez, Diego Rabasa, Felipe Rosete, Ernesto Kavi. Diseño y formación: donDani. Reservas de Derechos al Uso Exclusivo No. 04-2017-071710465800-102. Licitud de Título y Contenido No. 16768, otorgado por la Comisión Calificadora de Publicaciones y Revistas Ilustradas de la Secretaría de Gobernación. Impresa en Impresos Vacha, José María Bustillos 59, col. Algarín, cp 06990, Ciudad de México. Este número se terminó de imprimir en marzo de 2018 con un tiraje de 3,000 ejemplares. Las opiniones expresadas por los autores no necesariamente reflejan la postura del editor de la publicación. Queda estrictamente prohibida la reproducción total o parcial de los contenidos e imágenes de la publicación sin previa autorización del Instituto Nacional del Derecho de Autor.
Recomendación de los editores
La efeba Élmer Mendoza
E
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salvaje
s el título del nuevo libro de Carlos Velázquez, (Torreón, partamento y allí la fiesta adquiere variaciones que no puedo revelar. México, 1978), publicado por Sexto Piso en 2017, en la Ciudad El narrador del relato, que tiene cierto gusto por la autoflagelación, es de México. Contiene seis relatos desprejuiciados, la mitad divertidos, apostador, y desde el inicio del mundial de Brasil de 2014 se la juega la otra mitad con tendencia noir. Lo primero que se percibe es la por un equipo, ¿qué equipo creen que fue? Como pueden ver, es un seguridad creativa del narrador para utilizar personaje que vive las veinticuatro horas del una amplia gama de lenguajes e intentar re- En 2018 la buena suerte día y no mide el tiempo ni en su celular. Este gistros efectivos para contar historias breves. relato está muy bien logrado, y es uno de los También celebro la falsa experiencia que pro- estará con ustedes, no que expresa la capacidad narrativa del autor. yectan unos relatos completos y extraordi- sólo porque tendrán Una de las características de la narrativa de nariamente bien desarrollados. Quiero decir Carlos Velázquez, es que nos ofrece un rostro que el asunto de la experiencia en narrativa momentos memorables claroscuro de un autor hábil en artimañas estéticas que en lo particular, disfruto bastante. es una maldita falacia, una tabla de salvación con la lectura de La Bastante es una palabra que no me gusta, dellena de agujeros. Velázquez tiene el don y jen y busco un sinónimo. Encuentro asaz, ¿les trabaja cada libro con intensa pasión, como efeba salvaje de Carlos gusta? Porque a mí no, y harto, menos; podría si fuera el primero. Desde luego que consigue Velázquez, sino porque escribir de a madres, pero mejor que quede así. una frescura sucia que es fascinante y que seguro hará las delicias de los buenos lectores; fortalecerán su idea de El relato que le da título al libro, «La efeba porque Carlos, y eso lo sabemos sus amigos, que la literatura mexica- salvaje», es una crítica devastadora a la imprudencia humana, sobre todo a la de las chino tiene lectores concesivos, la mayoría abre na goza de cabal salud y cas de la tele, las que informan del tiempo; ya uno de sus libros para ver en qué se equivocó y lanzarlo por la ventana, y no son pocas de que existen autores ven que todas visten más o menos igual y se las veces que ese mal lácteo se esfuma ante colocan de lado para que los caballeros no se los interesantes juegos lingüísticos que nos excelentes que están hagan una idea de lo que están comunicando. entrega. Este personaje sensual, se acuesta con su jefe, dando la cara por un Un relato, para que sea efectivo, debe estar todos los del canal lo saben y la acosan, sobre país que la clase política muy bien escrito, porque no depende de la todo el de deportes, pero ella se mantiene fiel trama o del perfil de los personajes, sino de no para de reinventar. a su capitán, a quien un día echan del trabajo. «Barbie Moreno, egresada de la carrera la genialidad del narrador para ligar atmósferas de múltiple intensidad. En el caso del relato que abre el libro, de comunicación, veintidós años, cabellera de Pocahontas y ojos de «Muchacha nazi», trabajado en primera persona, encontramos un gargajo», comprende que también la despedirán, pero la salva el de narrador víctima de un sufrimiento común: la pérdida de la amante, deportes, un tipo simpático y misterioso, que tiene mucho rating. que como un Josealfredo post moderno, intenta salir de la bronca con Barbie conoce el precio de su reubicación; aun así acepta el reto, lee alcohol y cocaína. En un antro cutre, se engancha con una güera que a Villoro y a Valdano para saber un poco de futbol y se prepara para no le despierta el menor interés sexual; sin embargo, acepta ir a su demanejar la situación sin alterar un milímetro su minifalda. Esa prenda maravillosa que es entrada al paraíso, incluso si es una biblioteca. En todo el texto, el humor negro se convierte en uno de los elementos clave para expresar el perfil correcto de la personaje que, me atrevería a decir, les encantará e, incluso, las lectoras de Carlos dirán que conocen a una que está calcada de esta historia. Si usted ha trabajado en un canal de tele como Multimiedos, sabrá que es un personaje de ficción. «This is not a love song» es un agradable relato, donde Tony, un don Juan gordinflón conocido como Porcel, por un personaje de tele que salía con varias conejitas, sube de peso cada vez que se enamora. Desde adolescente uno sabe que los gordos son excelentes bailadores, pero que las chicas se deshebren por ellos es la primera noticia, y qué bueno que viene de un relato de Carlos Velázquez, que posee el
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instinto para satirizar un estado que generalmente no rehúyen tanto los varones como las mujeres. Si no me creen pregunten a Pandora, o a Liliana Blum, que algo saben del asunto. Total, el amor no reconoce peso, si acaso pesos, y ahí tienen que el atractivo «marraniciento», asediado por sus compañeras de oficina, se enamora de Fabis y tiene que cambiar guardarropa. El par está que babea de pasión y no les basta con pimpear todos los días, quieren estar juntos y para siempre, sin embargo la nena le exige al «puercosaurio» que baje de peso, que se ponga a dieta; él hace un programa con fe pero cada vez está más gordo porque cada vez la ama más. 136 kilos. En esta parte el relato se pone de lo más interesante, y como hay detalles que son un valor agregado en el tratamiento de la historia, no me siento con derecho de escatimarles esos exquisitos momentos de placer, que los motivará para buscar otros libros de Velázquez. Si usted es de los que se queja de que la literatura mexicana carece de humor después del maestro Ibargüengoitia, Carlos le dará varios motivos para decir salud y pedir las otras. «El resucitador de caballos», una profesión extinta desgraciadamente, es el título del relato que cierra La efeba salvaje. Trata de un ranchero que escucha galopes por la noche, culpa a Mr. Mojo Risin, un indio silencioso que bebe solo, sabe elegir caballos y también resucitarlos. El ranchero lo odia, le molesta la tranquilidad del aborigen. Vive con su esposa y su hija a quien cuando cumple quince años le regala una hermosa yegua, desoyendo el criterio del indio que aconseja no hacerlo. Usted puede comprar un perro sin nombre, pero un caballo sin nombre no, porque es de mala suerte: ¿se enteraron de lo que le pasó al trío América debido a su éxito «Horse With no Name»? Pues eso. ¿Creen que ganar el Grammy los salvó? Mejor no sigo con eso. Velázquez se autodescubre en cada uno de sus libros, se percibe una atención despiadada a cada texto, a cada palabra que utiliza. Se abstiene de mezclar códigos lingüísticos, sabe que hay historias en
Odunacam • Por Liniers
La efeba salvaje Carlos Velázquez Narrativa Sexto Piso 2017 • 136 páginas
que ciertas expresiones no deben estar porque mueren al instante. Y un lenguaje muerto no sirve para contar historias de caballos. Lo último que les diré de este relato es que hay galopes en la vida que es mejor no escuchar, y si no me creen, lean «Galope muerto» de Pablo Neruda: «Como cenizas, como mares poblándose…». En fin, en 2018 la buena suerte estará con ustedes, no sólo porque tendrán momentos memorables con la lectura de La efeba salvaje de Carlos Velázquez, sino porque fortalecerán su idea de que la literatura mexicana goza de cabal salud y de que existen autores excelentes que están dando la cara por un país que la clase política no para de reinventar. Deberían ser los primeros en leer a Velázquez, enterarse de que hablan de un país donde hay muchos pobres pero poquísimos idiotas, y que ahora, la realidad de México está en su literatura, a poco no. •
Recomendación de los editores
La neblina que
apachurra Eduardo Rabasa
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n texto fragmentario, sobre una novela fragmentaria.
Un texto que no aspira (no puede) a ser hermoso, sobre una hermosa novela fragmentaria. Mientras avanzo, quiero decirle al narrador: Tu papá que no tiene la más puta idea de lo que sientes (¿escribes?) como adulto incipiente, mientras maneja y te alecciona sobre la vida, y te prodiga un cariño que sabe a rancio, es mi papá también, y el de muchos otros, no el de todos, ciertamente (por suerte). Iba a escribir «no estuviste solo», pero Camanchaca dice lo contrario, creo: que los demás no estamos solos, porque tú ya lo escribiste.
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Ese desierto que va a dormirse, ¿por qué querría dormirse? ¿Acaso para no testimoniar la lenta angustia que avanza disfrazada de Ford Ranger donde un culero juega con cierto sadismo a enseñarle a su hijo a escuchar a Pat Metheny?
La señora Mirna, la que cuida la Residencial O’Higgins donde vive tu tata, tiene una nieta desaparecida. Pero ella está convencida de que va a regresar, y la escucha por las noches. Le pide ayuda y le dice que tiene miedo, y la señora Mirna no puede dormir.
¿Por eso no te quitas los audífonos ni despegas la mirada del desierto, para ver si por piedad logran dormir juntos bajo el cielo de color naranja? ¿O era morado? «En una de las entrevistas ella [tu mamá] me diría que es mejor recordar nada». Nada nada nada nada nada nada…
Cuando en Buenos Aires buscas refugio al ir corriendo a comprar libros, aunque no fueran los de la lista que olvidaste, sin darte cuenta quizá creaste una nueva tipología para clasificarlos: cuando se sostienen hacia abajo, tomándolos de las dos portadas, y parecen un ave volando: ¿a qué animal se parecería cada libro, según lo que lleve escrito en sus páginas?
Y luego otra coincidencia, distinta, pero coincidencia al fin: ese truco mediante el cual los papás hijos-de-la-chingada subliman ser unos hijos de la chingada engendrando culpa, verbalizando que en realidad uno es afortunado, que como él no hay dos, que algún día entenderemos que él —y sólo él— era nuestro mejor amigo: «Y yo mirándolo y él sonriendo, palmoteándome la espalda y sonriéndome». O, en la página siguiente, el recuerdo: «…El día que mi papá me llevó a la playa y me dijo que yo tenía suerte de ser hijo único». Y luego pienso, sin saber aún qué le pasó al tío Nano, que también tengo un tío al que la familia le negaría incluso la resurrección. Sólo que el mío no ha muerto, o al menos no técnicamente, aunque técni-
Camanchaca Diego Zúñiga Literatura Random House 2009 • 117 páginas
camente buena parte de mi familia ampliada no puede morir, porque en realidad jamás estuvo viva. El programa de radio donde entrevistabas a tu madre, con la perrita Coka como auditorio silencioso, que se termina porque formulas la pregunta incómoda sobre el accidente del tío Neno, porque no podías «entender la verdad», y luego el silencio. Funciona como metáfora de todas las verdades enterradas que producen los síntomas monstruosos a los que nomás no hay manera de enterrar, ni de entender, por más que debamos cargar con ellos por el resto de la vida. Habría que preguntarle alguna vez a los que callan, como en este caso tu madre, quiénes son verdaderamente aquellos que no entendieron ni entienden ni entenderán nada. Como el accidente narrado en clave de perdón que hay que guardar como un secreto al que no vale la pena darle vueltas. ¿Si no vale la pena darle vueltas, por qué hay que guardarlo como un secreto sucio, y por qué se narra en clave de perdón? ¿Es así de peligroso llamarlo sin vergüenza, por su verdadero nombre? «Mi mamá, como siempre, en un comienzo optó por dejar cabos sueltos, silenciosos, ese tipo de cosas que parecían ser parte de su vida. Creo que alguna vez lo hablamos en otra entrevista. Eso de abusar de los silencios, de no contar bien lo que tenía que contar». Otro encontronazo con tu mamá: «Fue un roce. Luego un movimiento y más roce. Me tomó la mano y la condujo entre sus muslos gordos, blandos. No podía doblar los dedos. No me dejes de hacer cariño, me dijo mientras yo comenzaba a sentir la humedad, los dedos levemente pegajosos. Comenzó a mecerse y yo seguía sin poder doblar los dedos».
La señora Mirna, la que cuida la Residencial O’Higgins donde vive tu tata, tiene una nieta desaparecida. Pero ella está convencida de que va a regresar, y la escucha por las noches. Le pide ayuda y le dice que tiene miedo, y la señora Mirna no puede dormir. Con toda la razón pues, como dice Hito Steyerl en su magistral ensayo «Desaparecidos: entrelazamiento, superposición y exhumación como lugares de indeterminación», los desaparecidos no son ni muertos ni vivos, exactamente como sucede con el gato de Schrödinger, que en términos puramente lógicos, está vivo y muerto al mismo tiempo. Por eso siempre van a regresar, por eso hablan por las noches, porque los desaparecidos, seres que no están ni vivos ni muertos, desafían por completo nuestras categorías afectivas y de pensamiento. Y la señora Mirna bien lo sabe. Sin embargo, afirma el tata: «Jehová que está en los cielos, la debe estar protegiendo en su reino». Y también: «Hay que ser fuerte y leer la Biblia». ¿Será que el número de muertes y desapariciones que Jehová y la Biblia nos conminan a aceptar con resignación es tan infinito como el tiempo de la bienaventuranza eterna? Y la Coka que gime y que tiembla con los ojos envueltos en una blancura espesa, que camina con dificultad a su plato de comida, ya en los huesos, con las orejas llenas de tierra, a la que según tu mamá es imposible sacrificar —monstruo desalmado, ¡cómo te atreves a sugerirlo!—: ¿qué es lo que vendría a simbolizar acerca de todo esto? ¿Y los dientes que te sangran sin cesar? ¿Y la boca llena de pasta de dientes con sangre? Otra vez el tata: «Deberías ir a trotar a la playa, caminar, si no, te vas a morir. Jehová no quiere hombres como tú, dice él, quiere hombres activos, que cuiden su cuerpo, su alma, que sepan apreciar la vida. Hombres buenos, dice él, y yo me quedo callado. Por mi cabeza no dejan de pasar las palabras con las cuales podría contestarle. Son muchas, se molestan, no logran ordenarse. Voy a almorzar donde mi papá, le digo y vuelvo a subir a mi pieza». Cuando cierras los ojos y los sigues escuchando, nosotros al leerte lo escuchamos en silencio con la misma fuerza. Y las imágenes se forman, acaso de manera indeleble, como cuando la chica que te gusta baila y se besa con otro, y los pantalones te aprietan, y bailas solo y finges que hablas por teléfono mientras continúas bailando solo. «Morder con las muelas que están más atrás. Las papas saben a sangre. A sangre y a la masa de los dientes. Mi papá come pollo con papas fritas sin problemas. Me pregunta si está rico. Yo lo miro y le digo que sí, que está muy rico». Y ya para terminar, sólo una cosa más: ¿está seguro tu papá de que las estrellas no las puedes ver simplemente a causa de la camanchaca? •
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Paul OtchakovskyLaurens Paul Otchakovsky-Laurens (1944-2018) murió en un accidente de auto en la isla de Marie Galante, en las Antillas francesas, mientras vacacionaba con su mujer, la pintora, escritora y traductora, Emmelene Landon. El 2 de enero a las 14h, en el momento de su accidente, y esto se puede afirmar sin exageración, un sentimiento de orfandad se extendió en cada rincón de la cultura francesa. Paul no fue un artista, ni un escritor, ni un filósofo, ni un poeta, pero fue todo eso al mismo tiempo. También algo más humilde, algo más secreto: fue un editor. Fundó bajó sus iniciales la editorial P.O.L., y sin ella la literatura francesa sería irreconocible. Paul fue el editor de Georges Perec, y de su célebre La vida instrucciones de uso. Fue también el editor de Marguerite Duras, de Pascal Quignard, de Valère Novarina, de Edouard Levé, de Jean-Luc Godard. Un editor es también y quizá, sobre todo, los libros que rechaza, y él tuvo la osadía de rechazar los primeros libros de Jean Echenoz. Porque Paul sólo publicaba los libros que él quería leer. Decía que lo único que le importaba era su propio placer ante el texto, sin interesarse nunca en el posible lector. Fue el último de su estirpe,
alguien que podía provocar una fascinación en todos, precisamente porque no medía los riesgos económicos, y su único interés era la obra de arte, la obra literaria, y lo que ella podía aportar a la civilización. Hoy, cuando el mercado ha invadido hasta los últimos rincones de la vida y la mente humanas, un editor como Paul es imposible. Fue una especie de estatua sagrada y ritual en medio de un centro comercial. Le gustaba decir que un autor nace por el riesgo existencial, y no sólo económico, de publicarlo. Para él la edición era una labor donde se ponía en juego nuestro ser en la tierra, porque nunca olvidó que pertenecemos a la civilización del libro. Sin ese objeto no existirían nuestros modelos políticos, ni los más sangrientos ni los mejores. Sin ese objeto simplemente no tendríamos orientación ni memoria. Y una de sus mayores grandezas como editor fue que sus gustos resultaron ser también el gusto de millones de lectores, y que la memoria que él construyó para el mundo también la aceptamos ahora como nuestra propia memoria. Una memoria de belleza. Paul leía alrededor de tres mil manuscritos al año. Cada fin de semana se los llevaba a su casa en el sur de Francia, y después volvía a
Ilustración de Álvaro Cicero
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París con los ojos brillantes, con cada uno de esos manuscritos anotado, y con una carta para cada autor, de aceptación o de rechazo. Su mayor alegría era descubrir a un joven autor, y seguirlo a lo largo de su carrera. Porque un joven autor significaba una nueva ruta para la palabra y, por tanto, para nuestra civilización. Recorrer nuevas vías, abrir nue-
vos senderos, arriesgarse, para encontrar un lugar más pasible y más hermoso para seguir construyendo nuestra humanidad. Esa fue su tarea en esta tierra, y nosotros, como lectores, como seres humanos, se lo agradecemos. Que sea este homenaje nuestra sencilla forma de decirle gracias. • Ernesto Kavi
Frédéric Boyer
Sólo un
hombre D
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igamos que en mil años un hombre joven y pálido que ponos conduce inexorablemente a enriquecer, transformar, inquietar, dría tener a cargo la curiosa y probablemente aburrida tarea de nuestra relación con el mundo y con la existencia. conservar y de descifrar extraños objetos de papel cosido, en los que — ¿Qué es un autor? creadores dotados de razón y de sentimientos habrían consignado — Alguien que aumenta nuestra fuerza por existir, gracias a su historias por escrito, pensamientos, deseos, encuentra este diálogo trabajo sobre la lengua y sobre la vida. La palabra viene del latín auctor, aquel que aumenta. Paul, otra vez: «Alguien capaz de salvarme en una vieja obra, digno de las disputatio de la escolástica medieval. la vida». O aquel que permite ver a qué gra— ¿Dónde vivimos? — En una vieja casa donde nadie gana. Personalmente, no des- do «la belleza de las imágenes habita detrás de las cosas» (según un viejo autor, Marcel — ¿Qué hacemos ahí? cubrí la literatura en los Proust). — Leemos libros. — ¿Qué es un libro? libros, sino en la vida. De Volvamos, amigos míos, algunos cientos de años antes. Volvamos a nuestras existen— Una casa de papel en la que llevamos alguna forma, la presencias contemporáneas. Hoy los libros están a cabo la exploración de la vida a través de las palabras y de la lengua. Mi amigo Olivier tí, la adiviné físicamente, aún entre nosotros. Querríamos que no mueran jamás. Hay que abrir los libros y Cadiot propone: «Leemos libros para encontrar la distancia correcta con la vida. Es y aun quizá la inventé leerlos cuando todavía es tiempo. Hay que un ajuste refinado». O aun: «Para que las en los ojos de mi padre. apoyar y alentar una edición independiente, subjetiva, libre, creativa. «Esa actividad cosas sean lo más claras posibles en la oscuridad» (Historia de la literatura reciente, t. II, Si hoy él me escuchara, económicamente aberrante», explicaba Paul P.O.L., 2017); es como caminar en busca de estaría sorprendido. Pero Otchakovsky-Laurens, sonriendo, porque sin una avenida, de un objeto o de una persona la aberración de nuestra libertad, de nuestras que no existe. Cuanto más largo, misterioso sí, inventé la literatura elecciones, no puede existir una sociedad y decepcionante es el camino, mayor existen- para salvar lo que veía capaz de reinventarse, y de transmitir librecia tiene todo aquello. mente la formidable inquietud humana que en los ojos de mi padre. se expresa en la fragilidad de una lengua y en — ¿Cómo se hace un libro? — Se escribe. la escritura, inventada hace no más de cinco — ¿Qué es escribir? mil años. Personalmente, no descubrí la literatura en los libros, sino — Me gusta mucho lo que respondió Marguerite Duras a esa en la vida. De alguna forma, la presentí, la adiviné físicamente, y pregunta (Escribir, Gallimard, 1993): «La duda, eso es escribir. La aun quizá la inventé en los ojos de mi padre. Si hoy él me escuchara, escritura llega como el viento, está desnuda, es tinta, es lo escrito, y estaría sorprendido. Pero sí, inventé la literatura para salvar lo que transcurre como ninguna otra cosa transcurre en la vida, nada más, veía en los ojos de mi padre. ¿Y qué cosa tan terrible vi en los ojos de excepto ella, la vida». mi padre? Fue Paul Otchakovsky-Laurens, un día, quien me ayudó a — ¿Cómo puede existir un libro? formularlo. Acababa de conocerlo y de entregarle un manuscrito, en — Por la elección, la decisión y la gracia de un editor. la calle Villa d’Alésia, en París. Yo había descubierto en los ojos de mi — ¿Qué es un editor? padre, me dijo, «algo que no transcurre». Y eso no me abandonaría — Una especie en peligro de extinción. Alguien capaz de decir, jamás. El objeto mismo, secreto, estremecedor, al que toda literatura como un cierto Paul Otchakovsky-Laurens, editor durante cerca de se consagra. Cazamos entonces las palabras como otros cazan musarañas, osos o pájaros, para tratar de decir, de atrapar en la derrisión de cincuenta años: «La vida de un editor está hecha de traiciones, de las palabras, «lo que no transcurre». Todo lo que «en lo temporal fugas, de cobardías». Y también: «Busco en los libros una cierta fracasa maravillosamente», como lo escribió Charles Péguy. forma de desconcierto, de peligro». Paul Otchakovsky-Laurens (1944-2018) era mi editor desde hace — ¿Cómo? casi treinta años. Lo amaba como se ama a una persona cuya confian— La vida en un libro se revela más excitante y peligrosa, terrible za irracional me ayudó, a través de la literatura, a convertirme en un o magnífica. Aun antes se decía que en los libros la belleza carnal se hombre, tan sólo un hombre. • mostraba deseable precisamente para alejarnos de ella. Todavía a eso Traducción de Ernesto Kavi le llamamos literatura. — ¿Qué es la literatura? — Otra vez, ese maravilloso Paul Otchakovsky-Laurens, que fundó su editorial bajo sus iniciales, P.O.L.: «La literatura es una interrogación de la lengua». Interrogación llevada a cabo por un autor, y que
La vida sin
Paul Y
Marie Darrieussecq
colaborador, rivalizaba en bromas con usted, y usted fingía ofuscarse. Estar con usted era reír. No conocía la melancolía, iba siempre hacia delante, lleno de proyectos a los setenta y tres años, y con una forma olímpica. Estaba elegante con sus jeans negros, orgulloso de haber perdido seis kilos al limitar la bebida, «Volví a subir dos, pero está bien, ¿no?». No le gustaría que yo escribiese eso, era un hombre púdico que publicaba Usted me dijo: «Hay que hablaban a gritos por usted. No que hacer las preguntas libros está aquí, y tengo ganas de jugar a la niña, al gato loco, al ratón verde, de escribir horroa las personas cuando res, pero no encuentro nada, nada peor que están vivas», pensando decir esto: usted está muerto. Es la primera vez que le encuentro un error. Por supuesto, en sus dos madres. Era ya nos preparábamos, ya no era un recién uno de esos raros casos nacido, pero era sólido. Pensaba en Maurice de hombres que tienen Nadeau, que murió a los ciento dos años, y me decía que teníamos tiempo. Nunca tenedos madres, biológica y mos tiempo. Usted me dijo: «Hay que hacer adoptiva, y las dos muy las preguntas a las personas cuando están vivas», pensando en sus dos madres. Era uno presentes en usted. Era de esos raros casos de hombres que tienen la mezcla más sorpren- dos madres, biológica y adoptiva, y las dos muy presentes en usted. Era la mezcla más dente de razón y de sorprendente de razón y de locura que he locura que he conocido. conocido. No era mi padre, era mi editor. No tengo ningún remordimiento, le hice las No era mi padre, era mi preguntas que quería, usted me respondió. editor. No tengo ningún Tuvimos veintidós años, un gran fragmento de vida, toda una juventud. Ahora, estoy sin remordimiento, le hice usted. •
a no me despierto a las 4:44, sino a las 3:33, y pienso «Paul». Paul está muerto, mi editor y mi amigo desde hace veintidós años, Paul Otchakovsky-Laurens, el fundador de las ediciones P.O.L. En los vapores del insomnio, los recuerdos se precipitan como pequeños seres separados. La habitación flota en una bruma, el recuerdo de un hombre, su presencia. La tristeza pesa como un monstruo, pero los recuerdos a veces son divertidos, agitan su cascabel, traen frases, imágenes, a veces bromas. Cada vez que Paul veía a mi perra, exclamaba: «¡Mamá!». Se llamaba Odette, un nombre proustiano del que yo ignoraba que también era el nombre de Madame Otchakovsky, su madre. Y me digo, febril de insomnio y de tristeza, que si Paul apareciera, yo estaría encantada, inquieta por mi salud mental, pero para nada asustada: Ah, Paul, buenos días, qué hacemos, cómo nos orga- las preguntas que quenizamos, discúlpeme por recibirlo en este estado, nunca he encontrado más contenta de ría, usted me respondió. no tener un libro para darle en este momento, pienso en Nicolas Fargues o en Jean Rolin que publican en estos meses sin usted, bajo sus iniciales pero sin usted, P.O.L., hasta donde yo sé usted no es una marca, usted no es AOL o Castrol, usted está vivo, ah, pero no, dónde tengo la cabeza, un automovilista lo ha lanzado contra un árbol. Me gustaría sentir cólera, pero no lo logro, aún no, simplemente no logro dormir. Querido Paul, una de nuestras últimas conversaciones fue sobre el sueño. Usted se levantaba casi siempre al alba para leer, y se dormía justo cuando usted quería: «Para eso, soy una feliz naturaleza», la expresión me sorprendió, escucho todavía el tono de su voz. En Montreal, durante la última feria del libro, me dijo que se había despertado a las seis de la mañana, había tomado una foto de la nieve para Emmie, su esposa, y se había vuelto a dormir muy fácilmente otras dos horas. No conocía el cambio de horario. Juntos compramos jeans en «Pantalones superiores», una tienda pintoresca atendida por una familia judía. Jean-Paul Hirsch, su más fiel
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Emmanuel Carrère
El amigo
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De forma infantil, y a pesar de nuestros diez años de diferencia, estaba persuadido de que Paul estaría aquí hasta el final, que él moriría un día en su escritorio y que sería un día lejano, improbable.
aul fue mi editor durante treinta y cinco años, fuimos amigos durante treinta y cinco años. Esa amistad a veces fue tormentosa, siempre íntima: no sabíamos todo el uno del otro, pero sabíamos mucho. Hablábamos menos de libros que de películas, y menos de películas que de la vida, pero me gustaba la forma en que sus ojos brillaban cuando le llevaba un manuscrito. En general, hacía muy pocas correcciones: era un editor poco impositivo, un compañero más que un patrón, un hermano más que un padre, una figura de libertad más que una autoridad. Desde hace mucho tiempo, aun antes de que se conocieran, soy amigo de su mujer, Emmelene Landon, pintora y escritora, que salió gravemente herida del accidente, y en quien pienso a cada instante en estos días terribles. Era el primer círculo, el pequeño puñado de personas con las que hice la travesía de la vida. De forma infantil, y a pesar de nuestros diez años de diferencia, estaba persuadido de que Paul estaría aquí hasta el final, que él moriría un día en su escritorio y que sería un día lejano, improbable. Él, creo, pensaba lo mismo. Le hacía falta tiempo, para amar a Emmie, para descubrir nuevos autores, para hacer cine, que era su segunda pasión, y él creía instintivamente que ese tiempo le sería acordado. Entre su primera película, Sablé sur Sarthe, Sarthe, y la última, Editor (me gustan esas dos películas como me gustaba él, y por las mismas razones), giró en torno a un proyecto de película sobre la muerte. Sí, sobre la muerte, y sobre el miedo que le provocaba, lejos de toda indiferencia filosófica. No tuvo tiempo de verla llegar, no sé si eso en lo absoluto está bien, pero él, tal y como yo lo conocía, era lo que le hubiese deseado. • Traducción de Ernesto Kavi
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Ilustración de Álvaro Cicero
Los escarabajos
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Valérie Mréjen
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uestro último intercambio: un sms para asegurarse de que yo no había tomado mal ese comentario dubitativo hecho a propósito de una programación de películas, entre las cuales estaban las mías, proyectadas durante una tarde. Tú sabes lo que pienso, ¿no es verdad? Paul también era así, y me quedaré con eso: un hombre de una infinita delicadeza que tenía miedo de haber cometido una torpeza. En cuanto Paul también era así, a mí, nunca me sentí aludida, ni un solo segundo, pero su inquietud de golpe despertó la mía, Oh là là, él pensó que yo pude tomar esa crítica como algo y me quedaré con eso: personal, pero por supuesto que no. Tranquilizarlo, enviarle un mensaje de un hombre de una ininmediato. Hace algunos años, lo filmé en su escritorio para mi serie Retratos filmados 2. finita delicadeza que He aquí el recuerdo que él eligió contar: tenía miedo de haber
cometido una torpeza.
Tenía once o doce años, era después de mi primera comunión, era el mes de junio, hacía un tiempo magnífico. Los días eran muy largos, el jardín era espléndido, había flores por todas partes… los escarabajos volaban… y yo era muy feliz, subí a mi habitación, escribí en un pedazo de papel No creo en Dios, lo doblé y lo metí en un tubo de aspirinas, volví a bajar y enterré el tubo. El corazón me latía fuertemente, estaba muy emocionado. Tenía la impresión de haber hecho algo enorme, estaba muy orgulloso. •
Traducción de Ernesto Kavi
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Una emoción particular
Mathieu Lindon
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na exigencia valiente y abierta de mente caracterizaba a Paul Otchakovsky-Laurens. Los libros que publicaba eran tan diferentes entre sí, que los autores no podían apreciarlos todos. Pero nadie pensaba que Paul Otchakovsky-Laurens, al publicarlos, buscara algo más que su propio gusto, ya sea con un libro de poemas aparentemente confidencial o con novelas de gran público. Un día, al recibir un manuscrito muy diferente del Es como si los amantes conjunto de lo que publicaba habitualmente, pero que le gustaba, había pedido a de la literatura francesa otro miembro de la editorial que lo leyera, y éste le respondió que el texto estaba realmente muy bien, pero que no era de ninguna manera un libro para la editorial. contemporánea sintiesen Paul Otchakovsky-Laurens, con su sonrisa, dijo entonces que ese argumento era que con él algo se pierde decisivo para publicar el libro. Una emoción particular acompaña el anuncio de su muerte. Los autores reciben de todas partes mensajes de condolencias. Es como irremediablemente. si los amantes de la literatura francesa contemporánea sintiesen que con él algo se pierde irremediablemente. Como si todo el mundo si hiciera la misma pregunta, cuya formulación puede parecer egoísta, pero que habla más bien de la generosa posición que Paul Otchakovsky-Laurens había tomado en las vidas y en las obras de todos ellos, lectores, autores, empleados: ¿qué va a ser de mí? • Traducción de Ernesto Kavi
SPDISTRIBUCIONES
Próximamente en librerías
Esperando al
nuevo mesías Kiko Herrero
S
algo de mi casa de Stalingrado, al norte de París, por la calle del faubourg Saint-Martin que, en ligera cuesta abajo y atravesando prácticamente toda la orilla derecha de la ciudad, me conduce en línea recta hasta el Sena. Cruzar el puente de Arcola, pasar delante de Notre Dame, cruzar otro puente y tomar a la derecha hasta la plaza de Saint-Michel. Entrando por la calle Saint-André-des-Arts, el corazón se me dispara: demasiado tarde para retroceder. Quisiera que los treinta y tres números que me separan de mi cita se multiplicaran por cien mil, que el tiempo se detuviera o que el arcángel de la fuente me cortara con su espada en rodajitas. Pero, aunque tengan alas, las estatuas no vuelan ni matan. «Muy tarde llegas, Nicole, a las doce se levanta la horca», decía mi padre que decía Jean Valjean. Y a las doce en punto voy a subir al patíbulo: Paul Otchakovsky-Laurens, el fundador y director de la editorial P.O.L, me está esperando. Le conozco desde hace años. Todos los fines de semana, comemos, bebemos, reímos y, en general, terminamos bailando como descosidos. Luego volvemos no sé cómo hasta nuestras respectivas casas. También organizo en mi galería de arte sus eventos profesionales o privados. Pero hoy nuestro encuentro es diferente. Me ha citado para darme sus impresiones sobre un libro que me ha encargado. Quiere que escriba una novela basada en mi pasado. Tiemblo porque sé que no voy a enfrentarme con el amigo afable y atento que acostumbro a frecuentar, sino a un hombre severo y celoso con todo lo que se refiere al mundo de la literatura. Entrando en el portal de la editorial, me tropiezo con los adoquines del patio. Durante los treinta metros que me separan de la puerta, me da la impresión de que me están espiando. Soy un niño yendo al médico a que le pongan una vacuna, un estudiante dirigiéndose al despacho del director. Mis piernas no me obedecen. Casi me desplomo cuando me doy cuenta de que, en efecto, Jean-Paul Hirsch me está observando desde su ventana. Jean-Paul es el brazo derecho de Paul, pero también es su perro guardián. Levanto una mano para saludarle y se me cae la carpeta. Al entrar en la editorial, me recibe Lucie Garillon, una chica joven y guapa con grandes ojos verdes. «Te llamas como la patrona de los ciegos», le digo. Ella se ríe encantada. Pero antes de llegar al despacho de Paul, tengo que pasar por delante del de Thierry Fourreau, el diseñador, un chico snob, muy parisino, vestido todo de cuero. El tío, ocultado por la nube de su propio tabaco, casi ni me ve. Da bocanadas a su cigarrillo con la misma intensidad que lo haría un condenado a muerte. Ahora tengo que pasar delante del despacho de Vibeke Madsen, una sueca a la que todo el mundo llama, aunque ella no lo sepa, El Dragón de Estocolmo por su severidad y su profesionalismo sin piedad. ¿Qué hago? ¿Entro y la saludo? Voy a pasar de largo cuando la cabeza de Vibeke aparece de detrás de su ordenador. «¿Pero qué hace ese aquí?», parece pensar, mientras me fulmina con su mirada azul de pez. Dudo, vacilo y, sin embargo, entro. Las paredes están recubiertas de libros hasta el techo como todas las de la editorial. No queda un solo espacio sin ocupar. Los libros son blancos y sobrios, con letras azul marino y un logo inventado por Georges Perec. Tanta cultura me aplasta. Tanto prestigio me aturde. Tantos nombres de tan
magistrales autores, Emmanuel Carrère, Marguerite Duras, Frédéric Boyer, me abruman. Soy una mosca que ha caído en el hormiguero de las voraces hormigas legionario. No van a dejar nada de mí. ¿Por qué habré aceptado la propuesta de Paul? Nunca he soñado con escribir, y todavía menos en francés. Prefiero escuchar que hablar, soportar que torturar. La sonrisa acogedora de Paul me salva del nórdico cepo. Me prepara un café doble y me conduce a su despacho. Menos mal que puedo fumar. En las mesas, en el suelo, en las estanterías, torres de manuscritos se amontonan en desorden. Recibe unos tres mil al año que él mismo lee sin comités de lectura ni ayudantes. Para muchos escritores franceses, Paul es un semidiós, un mito vivo con poder de vida y de muerte. «En un principio existía el Verbo, y el Verbo era Dios.» A Paul, le persiguen los escritores por las calles, inventan cien mil estrategias de acercamiento, y, a la menor ocasión, le sacan el manuscrito que como por casualidad llevaban consigo. Paul es tan infinitamente amable con sus amigos como desagradable con los desconocidos. Su desconfianza raya con la paranoia. Para él, cada extraño disimula un manuscrito o tiene un familiar que quiere ser escritor. Yo, después de varios chascos, ya no le presento ni a Cristo. Por fin me invita a sentarme. Él se coloca enfrente. Estamos cara a cara, de igual a igual, sin despacho que nos separe. Su puerta está siempre abierta, como todas las de la editorial. Charlamos un poco de la vida, y cuando ya me voy sintiendo más sosegado, empieza a comentar mis textos. Va tirando al suelo, casi con desprecio, capítulos enteros: «¡No has comprendido nada! No intentes componer ni adornar. ¡La literatura es el peor enemigo de la literatura! Te enrollas demasiado y te sales del tema. Tienes que hablar con sinceridad y sencillez de Madrid, de tu pasado en España. Olvídate de los embrollos de la narración; huye de la descripción como del diablo; no hagas comentarios sobre tus propias palabras; desentiéndete de la psicología de los personajes…» Aquella cita fue como un electroshock literario, de más de una hora de duración. Salí de la editorial, grogui, tambaleándome. Había comprendido que no hay que intentar comprender, que sólo la mano sabe dónde va. Cuando unos meses después le entregué de nuevo el manuscrito, no me corrigió nada. Me felicitó, y así lo publicó hace ya cuatro años. El lunes 8 de enero de este año, tenía la última cita con Paul antes de que me publicara El clínico, mi segunda novela. No pudo venir porque seis días antes se había matado en un accidente en una isla de las Antillas francesas. Nunca sabré lo que me iba a decir. Mi libro será uno de los primeros en publicarse sin que Paul haya visto las últimas pruebas. En abril, voy a salir al ring sin entrenador, en pelotas. Ahora, cuando voy a la editorial, ya no me tropiezo ni me atraganto. Conozco a los cuatro del equipo y les voy saludando uno por uno. El despacho de Thierry, muerto de cáncer, lo ocupa la tan amable Antonie Delebecque; Vibeke Madsen ya no es el dragón exterminador que tanto temía; Jean-Paul Hirsch ya no ladra, ni muerde, ni me vigila, sino que me protege y apacigua. Los manuscritos se acumulan en el despacho de Paul esperando al nuevo mesías. La puerta sigue abierta pero ya nadie contesta. Nadie. Todo está vacío. Se acabó. C’est la fin. •
La trilogía del agua 1. Achvárhikua Ay lalala El pescadito me dio Una mordida de lado Que lo alimentara yo Antes que se acabe el lago Qué cosas te digo yo Que me llenan de tristeza Pátzcuaro ya se acabó Ya me rasco la cabeza Ya no hay vida donde había Ni tampoco ecosistema Ni también la vida mía Quiero cambiar de tema Ichárhuta se llama la barca Con toda su hermosa red Y su remo es una tranca De adobe y tabiques la pared ¡Ay te pescan pescadito! Tú que a todos encantabas Tú tan blanco y tan bonito Tan sabroso con sus habas
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El lirio y tanta cochinada Poco a poco te han matado ¡Que grandísima mamada! ¡Ay, me duele de este lado! Perro de agua, el achoque, Me apodaba todo el mundo Un sonecito que alguien toque Que en el lodo ya me hundo
El pobre mundo se va a acabar Que el desastre alguien pare Ya no habrá agua ni para lavar Del futuro nadie nunca nada sabe
La milpa de huitlacoche ¡Ay tus huertos rotativos! Ahora pasa puro coche Donde antes había cultivos
Ay lalala
2. Namazuxólotl
Las papas y los chilitos Frijoles y calabazas Se olvidaron ya los ritos De la siembra por terrazas
¡Ay, mi pariente parece! Sobrevive en el lodazal Y en ese charco se mece Muy poquito y no tan mal
Harto lirio y muchas carpas Las hectáreas de lechugas De basura muchas capas Nos llegó hasta las pechugas
En cambio yo me meneo Y me sacudo muy chingón Como bailando el perreo Que emociono hasta al tritón
Ven mi hermano que te invito A echarnos un sake o un mezcal Siéntate a echarte un traguito Ven y ponte bien pedernal
Dicen que hago terremotos Que el tsunami es por mi causa Y que tiembla hasta los lotos Sin sentir ninguna pausa
Las caídas de agua son la neta Para generar energía Ya se acaba este planeta Y no tenemos una guía
Quetzalcóatl tu gemelo No se acuerda de tus cuitas Y ni llora por despecho Y pues tú mas te me agüitas
Ahí te paso este recado: Detesto la arquitectura Como me llamo Pez Gato Que odio la malhechura
De aguas negras eres perro Y ya extrañas tus chinampas Tus canales y tu estero Que tú usabas como rampas
Destruyo de un chingadazo Nunca tanto como humano Ahí te dejo un gran abrazo Y estrecho firme tu mano
Espacio negativo
Por Abraham Cruzvillegas
17 3. El agua Pienso en la naturaleza, Ya no sé ni lo que como Tembloroso de tristeza Ailaralarailarai Ya reposo en el escombro ¡Es muy triste la pobreza Francamente esto es el colmo! Sueño que crece el canal, Xochimilco en mis canciones ¿Dónde vamos a parar? Ailaralarailarai Si tuviéramos razones ¿Cómo dejar de soñar Cuando no había ni camiones? Llore y llore la señora, Nadie encuentra a sus hijitos La pobre no ve la hora Ailaralarailarai Tatemados sus huesitos Marcial metralla sonora Oculta todos los gritos De su llanto ya se forma Un río, un arroyo y un lago Busca en la grieta su horma Ailaralarailarai Me pregunto ¿Y ahora qué hago? La violencia es hoy la norma No puede ser que no hay algo
De puras lágrimas se hizo El manantial que brotó Como si fuera un hechizo Ailaralarailarai La mierda en oro trocó Es porque antes nadie quiso, Nunca nadie nada no
Un arcoiris dijimos Cuando todo feliz era Al irte todos perdimos Ailaralarailarai Y aunque sólo sean quimeras ¡Recuerda que destruimos Aunque olvidar no quisieras!
Y la milpa ya se seca Y no importa ya la métrica Ni estudiando en una beca Ailaralarailarai Donde está la hidroeléctrica Ni con Minsa ni Maseca Ya la vida está muy tétrica
¡Ay qué a gusto el lodazal! Me río de mis ambiciones ¿Cómo poder expresar? Ailaralarailarai Yo no traigo ni calzones ¿De qué sirve el recordar Felices los corazones?
Aprendimos a hacer diques Pozos, tinacos y albercas Que aprovechan los caciques Ailaralarailarai Y sacuden ya sus vergas Y no importa que critiques Ni una duda ellos albergan
Pescadito nada, nada, Párate en aquellas algas Ya del astillero nada Ailaralarailarai No dejan que nada salga Nos vamos a la chingada ¡Por favor no des las nalgas!
Hicimos de nuestro mundo Un paraíso eficiente Pero sucio y muy inmundo Ailaralarailarai Por todos lados se siente Como un daño muy rotundo Ya no tarda en que reviente
La fil de Guadalajara:
Ritual libresco Felipe Rosete
18 A mis amigas y amigos cherdeees
L
levo trece ediciones consecutivas asistiendo a la fil de Guadalajara, uno de los acontecimientos culturales más importantes de América Latina, en el que cada año se dan cita decenas de miles de lectores, además Confieso que nunca he de cientos de escritores, editores, ilustradores, visto a los dioses de la agentes literarios, libreros, bibliotecarios, periodistas, académicos y un larguísimo etcéte- edición, pero cada año convoy tuvo que hacer un ligero desvío a la ra de personajes relacionados con el libro y la me encomiendo a ellos elcolonia Condesa y evitar la ruta de siempre. lectura, que acuden allí a celebrar a un objeto Mientras, esperaríamos a ver si Mr. Pork daba que, tal y como lo conocemos, ha acompaña- y agradezco su ayuda la cara. Y lo hizo al poco rato. «Mil disculpas, do a la humanidad desde hace varios siglos: el me quedé dormido», me dijo al teléfono con libro. Y es que la fil es eso, una gran fiesta en poniéndome hasta el la que, de diversas formas, se le rinde culto a huevo en esos viajes a voz de ultratumba. Como mandan los cánones, a las siete la maesos objetos misteriosos dentro de cuyas tapas rrana se abrió la primera cerveza, se encendió se esconden mundos inimaginables, llenos de Guadalajara, como si humor, sátira, crítica, pensamiento, imagina- de esa forma les dona- el primer toque y, quienes optaron por esa vía, ingirieron su primer cuartito de aceite. ¿Qué ción, inteligencia; historias que nos ayudan ra una parte de mí. sería de un ritual, aunque secular, sin sustana entendernos mejor y a nuestro entorno; recias psicoactivas? Está bien que uno sea muy flexiones que transforman la vida del individuo espiritual, pero de vez en cuando se necesita una ayudadita para coy de su sociedad; y también, hay que decirlo, existen libros que dan nectar mejor con los dioses. Al menos eso fue lo que aprendimos de cobijo dentro de sus páginas a mucha basura. nuestro gran maestro, el legendario monero tapatío que en sus viajes * de hongo, se dice, tuvo encuentros con el dios de los moneros, para después incluirlo en sus tiras y cartones. Un dios con cara de loco, y Toda liturgia debe seguir reglas precisas. Formas, frases, gestos que un par de huevos grandes y peludos, por encima de los cuales cuelga habrán de repetirse una y otra vez para regresar al origen, para conectar con él y darle sentido a nuestros actos. Así que, como cada una verga larga y deforme. año, nos citamos el jueves previo al inicio de la feria, a las seis de la Confieso que nunca he visto a los dioses de la edición, pero cada mañana, en las inmediaciones de Coyoacán. Al llegar al lugar de la año me encomiendo a ellos y agradezco su ayuda poniéndome hasta cita había un poco de desconcierto. Ya estaban varios allí: Campanita, el huevo en esos viajes a Guadalajara, como si de esa forma les donara Venus, Mafafa, Su Nombre Artístico, Alfonsina y la Mar, y el Dr. Lao, una parte de mí. Pongo música que asumo les gusta, tanto como a mis nuestro médico de cabecera. Pero, raro en él, faltaba Betolín y, con amigos, al ritmo de la cual todos los pasajeros de la Memaneta —llamada así en homenaje a uno de sus fundadores, la Mema Jackson— él, la camioneta que habría de transportarnos. «Ya estoy por llegar», bailamos, cantamos, reímos, lloramos, mientras contemplamos los me dijo con su voz afeminada al contestar el teléfono. Y en efecto, hermosos paisajes que nos ofrece la carretera México-Guadalajara. estábamos terminando la llamada cuando la Van blanca dobló por la calle de París. Faltaban también Lalo Jay y la Marrana, con quienes pronto establecí contacto. Estaban empedándose juntos en la casa del primero, a unas cuantas cuadras de donde los demás nos ubicábamos, así que una vez que acomodamos las maletas, fuimos a recogerlos. De quien no se sabía nada era del Señor Cerdo. Misterioso y excéntrico cual es, de plano no respondía las llamadas. Dado que Chilvino y Chilvina, recién desembarcados de la península ibérica, se hospedaban en su casa y debían de esperarlo para que recogiera su equipaje,
* La primera parada es en la Marquesa. Siempre en el mismo lugar. Siempre, al menos yo, la misma comida: quesadilla de queso, taco de cecina con frijoles y nopales, y jugo de naranja. Desde la loma, nos contemplan inmóviles los pinos. Sentimos el frío golpeando nuestros rostros, calentados al mismo tiempo por el sol de la mañana, que nos llena de energía para el resto del trayecto. La risa y la alegría son las constantes del viaje. Unos se abrazan, otros se avientan, se dan manazos en la espalda o se patean los huevos. «Verga, ahora sí ya me puse hasta la madre», comenta alguno. «Yo también, amigo», replica otro entre risas. Trepamos de nuevo al armatoste. La Memaneta original era una Van roja, con ocho plazas nada más. Cuadradita, brillante, muy hermosa, como un enorme jitomate rectangular. Nos montábamos en ella cuatro personas, dos adelante y dos atrás, quitábamos uno de los asientos de tres plazas, y en el espacio resultante acomodábamos los libros de nuestro incipiente proyecto editorial, que expondríamos en un stand de nueve metros cuadrados, con charolitas de metal colocadas encima de un forro de tela negra adherida a las paredes con cinta doble cara. Chiquito pero elegante. Ahora el vehículo es blanco, con quince plazas, doce personas y sin libros qué cargar. Los más de quince mil ejemplares que exhibimos en un stand de ciento veinte metros cuadrados están ya en Guadalajara desde el momento en que partimos. Han pasado los años. Por fortuna, nuestro proyecto ha crecido. * Esta vez no hubo percances. No se ponchó una llanta intempestivamente, ni tuvimos que pedir auxilio a los camioneros y automovilistas por no traer refacción. No hubo mociones de escondernos dispersos por el monte en caso de que nos cayera la noche, ni policías federales recomendándonos irnos de allí a sabiendas de que no podríamos hacerlo sin llanta. No quisimos dejar a nadie en un baño de gasolinera, ni hubo vómito en las maletas de alguno, ni insultos ni dramas ni malos viajes. Pura belleza, camaradería y felicidad. Sobre todo en la zona de lagunas, poco antes de llegar a Morelia. Para mí, el cenit del viaje. Al bajar de las montañas allende la ciudad de Atlacomulco, entre los cerros y las curvas de la carretera, se asoma el valle límpido y azulado, como si de un paraíso se tratase. Tristemente, cada año
tiene menos agua. La gigantesca laguna de Cuitzeo se está secando, como todo el planeta. Aún así, sigue siendo un bello espejo en el que los dioses pueden mirarse, un artificio creado por ellos mismos para que los mortales podamos contemplar su grandeza. Suena «Harvest Moon», de Neil Young, aunque lo que refleja el agua no es la luna, sino un sol esplendoroso que alumbra y da vida a todo el entorno. «Because I’m still in love with you / I want to see you dance again/ Because I’m still in love with you/ On this harvest moon», cantamos todos con mucha nostalgia (ha sido un año difícil, de pérdidas sensibles para varios de los pasajeros, yo incluido). Nos dirigimos precisamente a cosechar todo lo trabajado durante el año, al igual que nuestros colegas editores. Por eso el ambiente en la fil es tan festivo. Cada edición es el cierre de un ciclo, y el inicio de uno nuevo. Y como en el mundo editorial los tiempos siempre son difíciles, Calasso dixit, se disfruta más el seguir con vida, el ver a la gente mirando los libros con curiosidad, con emoción, comprándolos con mucha ilusión, como si en ellos fuesen a encontrar las claves para resolver los acertijos de la vida, aunque lo que en realidad ocurre es que casi siempre los vuelven más complejos y generan más preguntas, afortunadamente. * Arribamos a la Perla de Occidente a eso de las tres de la tarde. El parque vehicular ha crecido dramáticamente. Hay un tráfico insoportable que paliamos con hierba, cerveza y música de David Bowie. Justo al llegar a las Navata, el conjunto de lujosas y cómodas suites en el que nos hospedamos desde hace ya varios años, cantamos a grito pelado el coro de «Rock n’ Roll Suicide», ese gran himno a los solitarios y desadaptados, que nos recuerda que todos, por el simple hecho de existir, somos maravillosos, y que, por más que así nos sintamos, no estamos solos. La puta del Rock and Roll está disponible para todo aquel que necesite de su consuelo. Lo acompaña, lo anima, lo fortalece, le da la mano y canta con él, con nosotros. Tras dejar el equipaje, el siguiente paso es un ágape en El Carnal, uno de los puntos culinarios de referencia para los asistentes a la feria, en donde sirven el mejor aguachile del mundo, entre muchas otras delicias provenientes del mar. Nos atienden los meseros de siempre. Uno de ellos nos habla en un inglés forzado, acompañado de ademanes y gestos verdaderamente graciosos. Desde hace años practica ese idioma para atender mejor a los comensales extranjeros. Además del aguachile, me empaco dos tacos gobernador y dos carnal, la especialidad de la casa: una mezcla de mariscos a la plancha, mezclados con queso y envueltos en tortilla de harina. Al terminar la comida el grupo se dispersa. Unos van a las Navata, otros a hacer algunas compras. Yo me dirijo al stand, a saludar al Comando Tocino, el equipo de vendedores de nuestra editorial, encabezado por la Verruga. Todo está en construcción, como si de levantar una pequeña ciudad se tratara. Una ciudad habitada por libros. Tablas sueltas, estructuras gigantes y material diverso se desplazan sobre diablitos o tablones con ruedas, mientras se escucha el ruido de los taladros, silbidos de distinta intensidad y forma, los gritos de las personas dando indicaciones y la música predilecta de los constructores de ciudades: salsas, cumbias, corridos: «¿Cómo van esos senos?», le pregunto a la Verruga al tiempo de estrujar sus pectorales, que han dejado de ser piedras para convertirse nuevamente en masas suaves y gelatinosas. Saludo al resto de la banda: el Morete, el Cainal, el Hulk, la Beibi, Rrrrafiña, Miguelón y el Merlitos. Todos son un cague de risa, un carrusel de carrilla. Al igual que los pasajeros de la Memaneta, son una extensión de mi familia. Echo un vistazo al stand, muy blanco y luminoso, con su torre de cubos en medio, de la cual pende, como si estuviese suspendida en el aire, la figura de un monito lanzándose al vacío. Las tapas de los libros
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* Al terminar la jornada ferial siempre hay cosas por hacer. Alguna cena o tertulia con amigos o de plano una buena fiesta. Muchas editoriales organizan la suya. Nosotros también. Es una tradición que aprendimos de algunos editores europeos, cuyos reventones se han vuelto legendarios. Una forma más de ofrendar algo de nosotros a los dioses de la edición. Y de paso, convidar a todos nuestros camaradas, a aquellos que de alguna u otra forma han hecho posible que nuestro navío siga a flote, como el Judea en su accidentado traslado de Londres a Bangkok, narrado en «Juventud», la maravillosa historia de Joseph Conrad. El Rusty Trombone, hoy extinto, fue nuestra primera sede. Sin duda, se extraña la bola Y como en el mundo disco gigante y las cabezas de venado mirando a los asistentes desde el más allá, lo mismo que editorial los tiempos la calidez del espacio y de los anfitriones. Pero siempre son difíciles, aunque hemos cambiado de lugar varias veces, Calasso dixit, se disfruta mantenemos constancia en lo esencial: el DJ Pachi Quiñones, quien naciera bajo el signo colocados en las mesas de novedades y recomás el seguir con vida, del terremoto, no deja de sorprender en camendaciones llenan el espacio de color, lo mismo que los lomos de aquellos confinados el ver a la gente mirando da fiesta. Tras más de diez años armonizando nuestras bacanales, se ha vuelto mucho más exen las distintas secciones o en los espacios los libros con curiosidad, quisito y arriesgado, al hacer sonar piezas poco correspondientes a su editorial. Nuestro peconocidas pero sumamente potentes. queño templo dedicado a los objetos enig- con emoción, compránMe gustaría recopilar todas esas anotaciomáticos está prácticamente terminado. El dolos con mucha ilusión, nes que hace en hojas sueltas, a las que acude Comando lo ha hecho de nuevo. como si en ellos fuesen a cada tanto para recordarse alguna melodía * pensada con semanas o meses de antelación. encontrar las claves para Animado por cervezas, whiskeys y sus respecTras afinar detalles y descansar un poco dutivos pipazos, Pachi siempre logra transformar rante la jornada previa, el sábado por la ma- resolver los acertijos la pista en un manicomio, cuya intensidad ñana arranca la feria. Ya están todos en sus hace que algunos simplemente desfallezcan puestos, incluidas las féminas del comando: de la vida, aunque lo o se derritan, como si fuesen abducidos por Vale, Grisel, Leslie, Nata, Rebe. La gran au- que en realidad ocurre los sonidos y transportados a una realidad sente es Mamá Lilia. Incluso Pacorrrre que, es que casi siempre los paralela. Seis, siete horas continuas de baile, como él mismo dice, ya está chicharrón, sudor, sensualidad y alegría, detonados por la anda por ahí entregando producciones de vuelven más complejos música y las sustancias de su preferencia. La último minuto traídas desde el defectuoso. fiesta como un instante de goce perpetuo y Paulatinamente, la gente comienza a y generan más pregunabsoluto, inagotable. El eterno retorno de lo inundar los pasillos del recinto y los dis- tas, afortunadamente. mismo, ahora en el Bar Américas, famoso por tintos stands. Arriban caras conocidas. cerrar sus puertas hasta el amanecer y por el pasadizo luminoso que Colegas, clientes, proveedores y sobre todo amigos, nacionales y exconecta sus dos espacios, donde muchos invitados se adentran felices tranjeros, a los que es posible saludar una vez al año, sólo durante a tomarse fotos. la fil. Un rosario de abrazos, risas, gestos y palabras para ponerse al día. Desfilan también los lectores, esos desconocidos en busca de * un objeto de papel con el que puedan entablar una relación especial. Llegan las jornadas de profesionales, momentos de descanso para Ahí están. Esos entes para algunos misteriosos, pero de carne y hueso el monstruo de mil cabezas. Días de charla, de análisis, de seguial fin y al cabo, con quienes los editores tratan de conectar, de commiento, de acuerdos. Y también de ventas, sobre todo a bibliotepartir sus gustos, sus pasiones, sus intereses, para sentirse y hacerlos cas y librerías, viejas y nuevas. Por las tardes, regresa la masa. Para sentir menos solos. Me gusta pasar tiempo en el stand, observar que nuestro trabajo es apreciado por la gente, que le resulta interesante y quizá útil, que el esfuerzo que hacemos por vincular al autor con el lector es fructífero. Disfruto mirar a la gente al tomar un libro en sus manos, quitarle el plástico, abrirlo, olerlo, leer algún fragmento, pasearse por la contraportada o las solapas, valorarlo frente a otro libro de su interés. La mayoría tiene semblante apacible. Al fin y al cabo, están en búsqueda de objetos placenteros, capaces además de decirles cosas al oído. Algunos sonríen abiertamente. Otros bailan al ritmo de la música que emiten los altavoces, ocultos dentro de una torre negra y alargada que asemeja el mástil de un pequeño navío. ¿Puedo, acaso, sentirme más feliz?
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El cierre no podía ser mejor. Arcade Fire se presentaba en Guadalajara el sábado 2 de diciembre, en la arena vfg, como parte de su gira Everything Now, homónima de su más reciente álbum, en el que hacen una crítica del paradigma tecnológico, que supuestamente nos permite tener todo al momento y resolver nuestra vida sin necesitar de nada ni de nadie más.
completar la jornada, algún buen concierto en el Foro fil. El Sonido Gallo Negro, por ejemplo, cuyos integrantes salen a tocar con máscaras gigantes y garigoleadas diseñadas por el Dr. Alderete, exactamente como las que aparecen en las fotografías que componen su «Ritual», y que los hacen parecer un conjunto de marcianos africanos, llenos de rumba y sabor. En un instante ponen a bailar a los asistentes al ritmo de su cumbia psicodélica, acompañada por animaciones estrafalarias en tonos rojos, blancos y negros que se desplazan por la pantalla escenográfica. Han sido precedidos por De la Purissíma, agrupación comandada por la sensual y transgresora cantante Julia de Castro, cuya actuación mezcla el jazz con el performance y la protesta social, cuestionando la idea tradicional de lo femenino. Al día siguiente, la fiesta de periodistas. Y luego, otra vez el Bar Américas, ahora en la sala principal. En unas cuantas horas Chilvino y Campanita regresan a España para, junto con el Rey de Malasaña y el resto del equipo, hacerse cargo de la editorial, y como decidieron no dormir para evitarse el riesgo de perder el vuelo, los sobrevivientes los acompañamos a pie juntillas con la misma combinación de siempre: música, alcohol, drogas y buen humor. Los despedimos con un cariñoso abrazo, sumado a una coreografía que quedará grabada en los anales de la literatura latinoamericana. Tres de sus grandes exponentes —orgullos de Torreón, Temixco y Popayán, respectivamente— bailando y cantando «Mr. Roboto», de Styx, con el rostro completamente deformado, el torso y los brazos apuntando a la bocina, tocando un piano imaginario, mientras el robot entona con ellos: «Secret secret/ I’ve got a secret». ¿Y cuál es ese secreto? Que Mr. Roboto tiene corazón humano, emociones; que su circunstancia está más allá de sí mismo, pero que aún así necesita controlarse, como todos. Que es sólo un hombre que precisa de alguien más y de un lugar donde esconderse. De ahí que, por su revelación, los chicos le agradeciesen a coro, en japonés y con todo el ánimo del mundo: «Domo arigato, Mr. Roboto/ domo... domo…».
* El viernes fue el turno de la Tachi Pary, otro de los rituales que celebramos año con año. Cuando empezamos a ir a Guadalajara, pocos habíamos probado más droga que la mota o el perico. Nuestra sustancia favorita era el alcohol. Pero en Tapatilandia conocimos las tachas, gracias a la estrecha y perdurable amistad que entablamos con
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el monero-chamán. La primera fiesta fue justamente en su hogar, con su música. No más de veinte personas. Puro amor, abrazos, baile, risas, estimulados todos por el mdma. Él fue nuestro guía, nos condujo paso a paso a un momento de éxtasis colectivo, simbolizado por un gran abrazo exactamente en el momento en que la sustancia estalló dentro de nuestros cuerpos. Un momento mágico, a cuya representación se acerca la pintura del español Juan Genovés, aunque nuestra inspiración no es política sino erótica, en el sentido del mero impulso hacia el otro. Desde entonces, cada año, el segundo fin de semana de la fil nos reunimos a celebrar la amistad y la vida. La fiesta de este año fue en el Tetona’s Palace, ni más ni menos. Con Paco Navarrete y Zazil Há en los controles, quienes pusieron a danzar a toda la concurrencia hasta el amanecer, al ritmo de rock y música electrónica. Y aunque prefiere las fiestas con poca gente, ahí estaba el monero-chamán con los ojos desorbitados y su sonrisa amable, la de siempre, contemplando a la gente y esperando el momento de entrar en la pista a bailar con su inigualable estilo. No obstante que esta vez —por sugerencia de mi psiquiatra y por mi propia estabilidad emocional— pasé de las tachas, en algún momento nos divisamos a lo lejos, me aproximé a él y nos dimos un prolongado y fraternal abrazo, seguido de un «Aaaaahhhh». Tras lo cual continuamos exponiendo nuestros mejores pasos rodeados de nuestros grandes y viejos amigos. * El cierre no podía ser mejor. Arcade Fire se presentaba en Guadalajara el sábado 2 de diciembre, en la arena vfg, como parte de su gira Everything Now, homónima de su más reciente álbum, en el que hacen una crítica del paradigma tecnológico, que supuestamente nos permite tener todo al momento y resolver nuestra vida sin necesitar de nada ni de nadie más. «Stop pretending you’ve got everything now», cantan en la canción con la que iniciaron el memorable show. En los años que llevo de conocerlo, nunca había visto a Conejo tan feliz y animado como aquel día. Cantando a todo pulmón, enseñando sus grandes dientes en una sonrisa de oreja a oreja, bailando con Venus y Mafafa con su gran estilo Nerd Star, que lo ha llevado a pisar grandes escenarios en todo el orbe. La misma alegría desmesurada que percibí en la Marranita. He compartido muchos conciertos con ella, pero éste fue muy especial. Movía su enorme cuerpo de un lado a otro, se mecía los cabellos, se frotaba el rostro y la güigüi con las palmas de las manos, lloraba de la emoción, como si se estuviese revolcando en el mejor chiquero del mundo. Y cómo no, si tocaron un setlist memorable, muy equilibrado, con éxitos de todos los álbumes, incluyendo una versión de «Ocean of Noise» con mariachi que, debo confesarlo, me hizo derramar lágri-
mas. «In an ocean of noise/ I first heard your voice/ Now who here among us/ Still believes in choice?/ Not I!», cantó Win Butler con violines y trompetas jaliscienses como fondo hasta el fin de la canción. Antes habían sonado ya clásicos como «Haiti» y «No Cars Go», y después vendrían, entre otras grandísimas rolas, «Ready to Start», «Reflektor», «Neighborhood 3 (Power Out)», «Rebellion (Lies)», para finalmente cerrar con «Wake Up»: «Somethin’ filled up/ my heart with nothin’/ Someone told me not to cry./ But now that I’m older,/ my heart’s colder,/ and I can see that it’s a lie». Un permiso para llorar: eso fue lo que me dio Arcade Fire en esa noche de duelo y alegría, de baile y música. * El domingo fue como todos los cierres. Con tristeza por el fin de las festividades, pero a la vez con la satisfacción del deber cumplido y la certeza de, por fin, tras doce días de joda, darle descanso al cuerpo. Lectores corriendo de un lado a otro, haciendo sus compras de último minuto. Stands ya vacíos, de expositores a los que sólo les reditúan los días de profesionales. El sonido de la cinta canela al desprenderse, señal inequívoca de la inminente desaparición de la pequeña gran ciudad. Nuevamente los diablitos, las tablas rodantes, los ruidos de
los taladros desatornillando estructuras. «Todo tiene su final/ nada dura para siempre/ Tenemos que recordar/ que no existe eternidad», canta Héctor Lavoe a través del mástil parlante, que no volverá a sonar hasta el siguiente año, cuando la urbe libresca con sus calles, plazas y templos se erija de nueva cuenta, para marcar el fin de un ciclo y el inicio de uno nuevo, con todos los rituales asociados a ello. Terminamos con una última ceremonia. Una cena colectiva con el Comando Tocino en carnes Pipiolo. El olor de la carne a su contacto con el fuego, el humo que envuelve el lugar y los sentidos, signo de un ardor intenso, dan cuenta de un último sacrificio en honor a los dioses de la edición, un agradecimiento final por permitirnos seguir a flote a pesar de las tempestades y de las averías de nuestro barco desde que saliera de puerto hace más de quince años. Un navío que, mientras no sea abandonado por su tripulación ni por sus lectores, seguirá navegando ante todas las adversidades hasta arribar a su destino, sea éste el que tenga que ser. Exactamente como el Judea de Conrad. •
Glissandos en el laboratorio global Por Carmen Pardo
El barrendero de sonidos
A
sciendes lentamente por las empinadas calles de Lisboa dejándote llevar por los azulejos que recubren los muros de sus casas y los mosaicos de piedra de sus calzadas. Tus ojos practican un baile que compone una coreografía entre la vertical de los edificios y la diagonal que traza tu propio cuerpo en ascensión. Tus pasos te van encaminando hacia el Barrio Alto, ahora lo sabes. La belleza de los mosaicos es la que, definitivamente, está guiando tu andar. Decides sacar tu pequeña cámara fotográfica digital para plasmar un fragmento de esa experiencia. Esperas con impaciencia a que la calle esté desierta y te permita conseguir una buena imagen. De pronto escuchas la sirena de una ambulancia que atraviesa por una calle superior y, con estupor, descubres que tu pequeña cámara ha sido poseída por el sonido de la sirena. La cámara se agita sin cesar y su pantalla temblorosa te muestra el recorte del mosaico de un suelo que parece haber sido tomado por un movimiento sísmico. Tu mano no puede detener ese temblor y, todavía con la cámara abierta,
recuerdas el relato de James Graham Ballard que hace tan solo unos días releías: «El barrendero de sonidos». Al temblor de tu mano sosteniendo la cámara, se le suma ahora el recuerdo atropellado del texto de Ballard. Piensas en Madame Gioconda, esa diva de la ópera entrada en años y venida a menos, asediada por los fantasmas sonoros que habitan la vieja estación de radio que le sirve de hogar. Piensas en Mangon, el barrendero que, fielmente, acude cada día con su sonovac a barrer los fantasmas que no la dejan descansar. Sigues especulando con la naturaleza fantasmagórica de lo sonoro y entonces reparas en que las imágenes de tu cabeza no son más que una forma de invocar a Mangon. ¿Dónde se halla el sonovac que va a liberar a tu cámara de ese temblor espectral? ¿Dónde está Mangon? Repentinamente el temblor de tu cámara cesa y, con una mezcla de extrañeza e indecisión, pulsas el disparador. Parece que Mangon ha hecho su trabajo, pero te dices que, tal vez, la cámara se ha convertido en la morada del rescoldo sonoro de la
sirena. Los fantasmas sonoros de Madame Gioconda han cobrado otra dimensión y se confunden actualmente con los de tu cámara. Fantaseas con otros sonidos y te preguntas qué hubiera ocurrido si la sirena hubiera sido la de una antigua fábrica. Intentas imaginar cómo reaccionaría tu pequeña cámara si sonaran al unísono los teléfonos móviles de todo el barrio. Te planteas incluso su respuesta a la ejecución de la Sinfonía nº 8 de Gustav Mahler, más conocida por la Sinfonía de los Mil. Vuelves entonces a Mangon, empeñado en barrer los residuos de la polución acústica de la ciudad, y decides silenciar el hecho de que, a pesar de su buen trabajo y de la quietud de tu cámara, algún resto sonoro se ha quedado adherido. Optas por seguir la ascensión sabiendo que el pedazo de experiencia que finalmente pudiste arrancar será, sin duda y para siempre, un fragmento audio-visual. Mientras te alejas, Mangon aún sigue barriendo en silencio con su sonovac. •
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Niñas modelo Ana Negri
F
altaba menos de una semana para empezar la primaria. La escuela, los niños y los juegos iban a ser todos nuevos y aunque por las noches estaba cansada, no me daba sueño hasta tarde. Me emocionaba pensar en el nuevo camino que iba a recorrer todos los días hasta la escuela, que ahora quedaba mucho más lejos, en los niños que iba a conocer, en los juegos y maestros nuevos. Me emocionaba y me daba nervios. Pasaba mucho tiempo en mi cama con la luz apagada antes de poder quedarme dormida. Por eso los escuché pelear. —Te digo que no es cierto, Susana. No-es-cierto. ¿Qué parte no entiendes? —Y si no es cierto, ¿por qué lo diría así, enfrente de todos? No era la primera vez que peleaban. Cuando íbamos a comer a la pizzería los domingos, casi siempre se peleaban de regreso a casa. Peleaban también cuando había partido de futbol —y papá veía cada partido que pasaban por la tele—, porque papá gritaba mucho y mamá se ponía muy nerviosa. A veces daba la hora de comer y el partido no acababa, entonces papá giraba la televisión y se sentaba a la mesa sin despegar los ojos de la pantalla. Mamá se ponía furiosa y empezaba a reclamarle, tratando de hacerse escuchar por encima del cronista del partido y de los gritos de papá dirigiendo a los jugadores desde el comedor de casa. Cuando papá se desesperaba por no poder escuchar la televisión, empezaba a gritarle a mamá y yo —que hasta entonces había soportado bien la tensión— me ponía a llorar lo más fuerte que podía. Entonces papá se iba y mamá y yo terminábamos de comer viendo caricaturas. Esa noche fue distinto porque mamá estaba llorando, así que me levanté y salí de mi cuarto para buscarla. Los vi a los dos en la sala, arreglados como si hubieran salido de fiesta —¿tal vez sí me había dormido?—. Mamá tenía puesto su vestido negro corto y las medias negras con florecitas. Se había pintado, pero de tanto llorar se le había hecho una mancha negra alrededor de cada ojo. Cuando me vieron, mamá dejó de llorar y papá, que caminaba de un lado a otro, se detuvo. —¿Qué haces despierta, Lucía? —preguntó papá adelantándose hasta donde yo estaba. No había pensado en que iba a tener que dar una explicación para estar levantada a esa hora y me dio miedo que papá me regañara. Me quedé mirando al piso sin decir nada. No sabía qué responder. Mamá se sonó un poco la nariz y me acordé de su llanto.
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—¿Por qué llora mamá? Papá miró al piso sin decir nada. Volteé a ver a mamá que se limpiaba las manchas negras de los ojos con el borde de un pañuelo doblado y volví a mirar a papá. —Lloro porque no me siento bien —respondió mamá. —¿Estás enferma? —No, sólo siento un dolor muy fuerte, pero va a pasar. Esquivé a papá —que, aunque seguía sin decir nada, se había puesto en cuclillas frente a mí— y avancé hasta donde estaba mamá. —¿Dónde te duele? —Ay, Lu, ahora mismo no sé —dijo llorando otra vez—. Mamá se levantó y me llevó a mi cuarto. Me metí a la cama mientras ella se sacaba las medias y así, con el vestido y los aretes puestos, se acomodó junto a mí y me abrazó. Pronto me quedé dormida. A la mañana siguiente, mamá no estaba conmigo y nadie me había despertado. Salí de mi cuarto y vi a Cris en la cocina. —¿Y mis papás? —Trabajando, ¿dónde van a estar? —¿Por qué no me despertaron antes de irse? —Dijeron que habías tenido una mala noche y me pidieron que no te despertara. Pero ya que te despertaste, salte para que haga tu cuarto. ¿Se habían enojado también conmigo? Estuve a punto de empezar a llorar, pero me contuve porque si lloraba, Cris me iba a pegar. Me senté en la cama tratando de no pensar en la cara del día anterior de mamá, de no pensar en mamá para nada porque me volvían las ganas de llorar. ¿Qué iba a hacer con tanto tiempo antes de que llegaran mis papás? —Que te salgas. Agarra tu ropa y vístete afuera. Empecé a sacar ropa de mis cajones, pero me costaba mucho decidir qué ponerme y recordar todo lo que necesitaba. Calzones… mis jeans… una playera… ¿pero qué playera? —Ándale, Lucía. A ver… Cris me quitó la ropa que tenía en los brazos, me devolvió los calzones, descolgó un vestido y me pasó unos zapatos de charol blanco que me apretaban de atrás. —Ahí está. Vete a vestir al baño o al cuarto de tus papás. Me quedé mirando el vestido. Los vestidos sólo son para ir a cosas elegantes, pensé, pero Cris ya estaba sacando las sábanas de mi cama y decidí mejor no decirle nada. Me vestí en la sala sin ponerme los zapatos. Prendí la tele, pero a la mañana no había caricaturas. Me
baba que ponía en la punta de su lengua y que, al soplar, volaban como si fueran de jabón. Había pasado a tercero y era la más rápida en Educación Física. Además, me había dicho que tenía novio y que le gustaba a muchos niños de su salón. —¿Me das galletas? —¿Podemos agarrar galletas, Chapi? Chapi bajó el marco de su bordado. —¿Ya desayunaste, Lucía? —Sí —respondí sin dudar. —Bueno, pero sólo una cada una. ¿Se habían enojado tam- Rebeca podía dividir las Suavicremas sin romper ninguna de las obleas. Era el primer bién conmigo? Estuve paso de su técnica. Luego lamía despacio la a punto de empezar a crema que había quedado en cada una de las llorar, pero me contuve obleas y cuando quedaban sólo las obleas, se las comía en diagonal, siguiendo las rayitas que porque si lloraba, Cris tenían marcadas. Para cuando Rebeca terminaba de comer su primera galleta, yo ya me me iba a pegar. Me senté había comido dos o tres a toda velocidad. en la cama tratando de —¿Ahora qué hacemos? —No sé, vamos a mi cuarto. no pensar en la cara del A su clóset, como al mío, se le zafaban las aburría. Tenía puesto un vestido y estaba día anterior de mamá, de puertas y había que tener mucho cuidado para sentada en la sala sin nada qué hacer. La no pensar en mamá para que no se nos vinieran encima. Mish estaba dándose un baño en el balcón. —¿Sacamos la canasta de juguetes? —dije Salí a sentarme junto a ella en el piso. Tuve nada porque me volvían mientras empezaba a correr una de las puertas. que acomodar el vestido debajo de mí para —No, mis juguetes son bien aburridos. Melas ganas de llorar. no quemarme con el piso caliente. En lo jor hay que jugar a las modelos. que hacía eso, la Mish frenó su baño, brincó mis piernas —que por —¿A las modelos? fin conseguía cruzar frente a mí— y entró a la casa. Quise ir por ella, —Ajá. A que somos modelos y vamos a hacer un desfile de modas. pero tenía que levantarme despacio para que no se me vieran los calRebeca fue a la sala y sacó del mueble de la televisión un bonche zones. En el balcón de al lado no había nadie, pero abajo en la calle de revistas que trajo a su cuarto. pasaba mucha gente y no quería que me vieran. Oí a la Mish masticar —Mira —dijo pasando desordenadamente las hojas de una—, así, sus croquetas adentro en la cocina y fui hacia allá. ¿ves? Somos modelos y tenemos que vernos súper bien en el desfile Cuando me vio entrar, la Mish salió corriendo pasándome entre para que nos tomen fotos y salir en las revistas. las piernas. Sobre la barra de la cocina había una caja de cereal. Me —Pues yo ya tengo puesto un vestido, ¿no viste? puse de puntitas y la alcancé, pero estaba casi vacía. Abrí el refri: —Pero ese es de niñas y las niñas no son modelos. Lo que sí vas a huevos, algo de verduras, bolsas de plástico, topers con cosas de otros necesitar son tacones, porque ni zapatos trajiste. días y café. Volví a sentarme en el sillón de la sala y entonces oí la voz Nos reímos. de Rebeca a la distancia. No entendí lo que decía, pero me acordé de —Ven, vamos al cuarto de mi mamá a buscarte unos. la caja de galletas que le compraba su mamá. —¿Qué van a hacer ahí, niñas? —Ahorita vengo, Cris, voy con Rebeca. —Sólo vamos a sacar unos cepillos y el espray. El piso del pasillo estaba frío, así que subí las escaleras de puntitas Rebeca sabía mentir súper bien, pero a mí igual me daba miedo y lo más rápido que pude hasta llegar al tapetito del 603. Golpeé la que nos cacharan y nos regañaran. puerta varias veces con el puño. Rebeca abrió. Pocas veces había visto el cuarto de Marta, aunque siempre que no —Hola. ¿Puedo quedarme a jugar? estaba su mamá, Rebeca hacía todo lo posible por entrar. El ventanal —¡Chapi! ¿Se puede quedar Lucía a jugar? —gritó Rebeca coque daba a la calle estaba cubierto por una cortina delgadita, casi rriendo hacia dentro de su casa— ¡Que sí! transparente, que dejaba pasar la luz. A cada lado había otras cortinas Pasé y cerré la puerta. La alfombra era suavecita y pronto se me más gruesas color crema, enrolladas. Sobre la cama, muy alta y sin hapasó el frío en los pies. La casa de Rebeca tenía la misma forma que la cer, había sábanas blancas, una cobija delgada, también blanca, y una mía, pero al revés. Donde estaba la sala en mi casa, estaban los cuartos colcha grandota forrada con una tela brillante color rosa clarito. Una de Rebeca y su mamá, y donde estaban los cuartos en mi casa, estaba carpetita que yo creo que había tejido Chapi cubría el tocador donde la sala de Rebeca. Su abuela estaba sentada en uno de los sillones; cada vez que había subido a jugar en los últimos días, la había encontrado en el mismo lugar, bordando. —Hola, Chapi. Chapi volteó a verme bajándose un poco los lentes y estirando la cara por encima de ellos como para ver mejor. —Hola, mija —respondió y volvió al bordado. —¿Ya vive con ustedes Chapi? —le pregunté en voz bajita. —No —respondió también bajito—. Es sólo por las vacaciones. Y qué bueno, porque duerme en mi cuarto y ronca muchísimo. Reímos. Rebeca era sorprendente. Sabía hacer unas burbujas de
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estaban los cepillos y el espray. Hacía calor. Tomé uno de los cepillos y la botella y fui al clóset donde estaba Rebeca eligiendo los zapatos. —¿Te gustan estos? —dijo mostrándome unos tacones rosas con un moño negro en la parte de atrás. —Sí, están… están bonitos. Había empezado a sudar y sentía que Chapi iba a asomarse en cualquier momento. Tomé los zapatos de moñitos y salí del cuarto de Marta escondiéndolos de Chapi con mi cuerpo. —¿Y ahora qué haces, Rebe? —preguntó Me subí a la cama con Chapi desde el sillón. algo de trabajo porque —Nada, es que se me desamarraron las la colcha era resbaladiagujetas. Cuando volvió al cuarto, Rebeca me en- za y la cama muy alta. señó un lápiz de labios que había traído del cuarto de su mamá. Empezó a sacar ropa del Cuando estuve arriba, clóset. Yo miraba las revistas en las que había en cuatro patas y con muchas fotos de mujeres de piernas larguísimas en tacones. No estaba segura de enten- los pies colgando fuera der el juego, pero era divertido disfrazarnos. de la cama, sentí que no No dejé de mirarla mientras me pintaba y los —Tú ponte esto —dijo señalando un suéter largo que probablemente le había tejido tenía los tacones. Me di ojos se me cruzaron. Chapi— y los tacones. Ahorita te peino. vuelta para verlos, pero —¡No hagas bizcos! Nos reímos. Cerré la puerta para verme en —¿Y abajo qué? el espejo que estaba pegado en la parte de atrás. —Nada. ¿No ves cómo usan estos así na- no estaban. Me agarré Los tacones eran enormes, pero fuera de eso, da más, como vestidos? al borde de la cama Rebeca había logrado que me viera como las Era difícil negarle algo a Rebeca. Además de las revistas. de que era más grande que yo, siempre pare- como pude y colgué la Abrí la puerta y oímos los ronquidos de cía saber exactamente lo que hacía. mitad del cuerpo hacia Chapi. Nos reímos. —¿Y tú? abajo para buscarlos —Vamos al cuarto de mi mamá, vente. —Primero hacemos tu desfile y yo tomo Tenía miedo de que Chapi se despertara y las fotos. Luego cambiamos. debajo de la cama. nos encontrara ahí, pero Rebeca ya me estaba Me emocionó ir primeras. Me quité mi jalando hacia allá y yo, con los tacones que se me atoraban en la alvestido y me puse el suéter de Rebeca, me quedaba más grande de lo fombra, trataba de no caerme. Chapi dormía con el bordado entre que debía. Rebeca me lo remangó y sacó un cinturón del clóset, me las manos y la cabeza colgando hacia un costado en el sillón. En el lo amarró fuerte a la cintura y jaló la parte de arriba para aflojarla. El cuarto de Marta, Rebeca ya estaba brincando en la cama y con un suéter quedó súper cortito. gesto me indicó que cerrara la puerta. Lo hice como ella me había —¡Perfecto! Ahora siéntate para que te peine y te pinte. enseñado, girando la manija desde antes para no hacer ruido al cerrar. —No me gusta peinarme, Rebeca. Me duele. Me subí a la cama con algo de trabajo porque la colcha era resbaladiza —Con este cepillo no duele. y la cama muy alta. Cuando estuve arriba, en cuatro patas y con los Rebeca se sentó en el borde de su cama y yo me acomodé abajo, pies colgando fuera de la cama, sentí que no tenía los tacones. Me en el suelo, de espaldas a ella, entre sus piernas. Con ese cepillo no di vuelta para verlos, pero no estaban. Me agarré al borde de la cama dolía. Me acomodó el pelo en una cola de caballo altísima y poco lacomo pude y colgué la mitad del cuerpo hacia abajo para buscarlos deada que quedó floja, como el suéter. Después dibujó una raya con debajo de la cama. Ahí estaban los tacones y muchas cosas más: una el pintalabios en cada uno de mis cachetes y luego empezó a sobarme maleta, unas pantuflas, muchos tubos de metal… muy fuerte la cara, que se me deformaba con el masaje. Nos reímos. —¿Qué son esos tubos, Rebeca? Luego me pidió que abriera la boca y estirara la cara. Se acercó a mi —Una caminadora. cara súper concentrada, como cuando coloreaba sin pasarse de la raya. No tenía idea de qué era eso, pero no pedí más explicaciones. No quería que Rebeca pensara que era tonta o muy chiquita. Seguí colgada así, con la cabeza hirviendo por estar al revés tanto tiempo, y cuando me iba a levantar, vi el calcetín café. —Tu mamá usa los mismos calcetines que mi papá —le dije a Rebeca en tono burlón mientras me levantaba, tomando el calcetín con la punta de los dedos de una mano y tapándome la nariz con la punta de los dedos de la otra. —¡Ay babosa —respondió Rebeca con un tono todavía más burlón—, si ese calcetín seguro es de tu papá! La respuesta me confundió. ¿Cómo había llegado hasta ahí el calcetín de mi papá? No pregunté porque no quería que Rebeca pensara que era tonta, pero volví a colgarme para buscar la pareja. Mientras estaba colgando, el suéter se me volteó cubriéndome la cabeza y dejándome en calzones sobre la cama. Rebeca se rio mucho y yo también.
—¿Qué haces? —Estoy buscando el otro calcetín. —Quién sabe si esté, pero si te quedas así tantito, te enseño lo que hace tu papá cuando viene. Gire la cabeza para a ver a Rebeca, sentía la cara otra vez caliente. Rebeca, arrodillada sobre la cama, se veía enorme desde ahí. —Mira —dijo Rebeca con la misma seguridad con que decía cualquier cosa—. Quédate así como estás, no te vayas a mover pase lo que pase. Me quedé quieta aunque la cabeza comenzaba a dolerme. Sentí a Rebeca moverse en la cama. Entonces tomó un borde de mis calzones y los hizo a un lado. Algo húmedo me recorrió entre las nalgas. Me levanté de inmediato sin pensarlo y vi a Rebeca justo detrás de mí. Temí que se enojara conmigo por no haberme quedado quieta. —Es que me duele la cabeza de estar colgada. —Está bien, igual te toca. —¿Qué me toca? —Hacer como tu papá. Rebeca se bajó los pantalones y los calzones, se puso en cuatro patas y se volteó. Me quedé quieta detrás de ella, sin entender muy bien qué tenía que hacer. —Con la lengua —aclaró volteando a verme. Me tocaba. Esa era la regla más importante en nuestros juegos, y ahora me tocaba a mí.
Me acerqué a Rebeca, saqué la lengua y cerré los ojos tratando de pensar en Rebeca cuando comía galletas. Olía como a suavizante de telas mezclado con un olor espeso y desagradable que no podía identificar pero que al mismo tiempo quería seguir oliendo. Pasé la lengua otra vez. No se parecía a nada. Rebeca se incorporó. Me toca otra vez. Sentía la cabeza tan ardiente como cuando estaba colgada de la cama, aunque ahora estaba sobre la cama de Marta, jugando como jugaba mi papá. El corazón me latía con muchísima fuerza. Un sonido en la sala nos hizo a las dos bajar de la cama rapidísimo y arreglarnos la ropa. —¡Niñas! Oímos a Chapi venir hacia nosotras. Abrió la puerta. —¿Qué hacen aquí? Hizo una pausa y al verme comenzó a gritar: —¡Niñas! ¡Nada más les quita una el ojo dos minutos y aprovechan para hacer maldades! ¡Siempre lo mismo con ustedes! ¡Te me despintas esa cara y te me vas a tu casa, Lucía! ¡Mira nada más cómo te pusiste…! Hice lo que Chapi me dijo y volví a mi casa. A la noche volvió mamá y más tarde, papá. No se hablaban. Cuando me mandaron a dormir, vino papá y se sentó en el borde de mi cama. —No quiero que vayas más a jugar con Rebeca, ¿entendido? Sentí la cara arder otra vez. —¿Entendido, Lucía? Sé que es tu amiga, pero no queremos tener nada que ver con Marta, esa mujer está loca. Asentí con la cabeza. Al poco tiempo de empezar la primaria nos mudamos de casa. No volví a ver a Rebeca: nunca me devolvió mi vestido y yo nunca le devolví su suéter. •
El camino del ganador • Por donDani …Entonces cambié de estrategia: dejé de ser activista y me convertí en accionista…
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Poesía Andrés Sánchez Robayna Fragmento i París, el abril cruel, mil novecientos setenta y seis, un viento repentino se enreda entre los árboles grisáceos de la Place Saint-Michel y gira brusco, agita con sus brazos desceñidos el mechón de la lluvia sobre los adoquines y los muros. De pronto, las terrazas se despueblan, en las pequeñas mesas circulares hay un reflejo extraño, inesperado, enmudecen las voces y los ruidos, un silencio que viene de más allá del viento envuelve las aceras y los toldos, fluye sobre las casas, los tejados de pizarra, y se adentra oscuramente en lo visible. Escucha el viento súbito rasgar el tornasol de la apariencia, atravesar la tarde, traslucir el fundamento y destejer el tiempo, es lo desconocido que penetra de pronto en el ahora y lo entreabre y caemos en él como en un foso de silencio y quietud, en la piedad del tiempo, mientras llueve, mientras vemos el agua golpear los adoquines, ondularse los toldos bajo el viento y el instante entregarse a la ceniza.
Fragmento ii Vuelvo a verte en el sueño, a hablar contigo, me llamas con palabras que sonríen, a unos pasos la noche se disuelve, ahí afuera, en la grava sigilosa, y renace el jardín con el rocío. Mira, el manzano ha dado nuevo fruto, el mar reposa abajo y se consagra a las nubes que cruzan, las aguas centellean en este nuevo vuelo de la reminiscencia. Te vas y estás presente, y otra vez llevas tu mano suave hasta los mangos, toco contigo el fruto, es como si los árboles buscasen ese tacto, como si, sosegada, la piel del mundo ansiara ofrecerte su entraña, y el deseo de su pulpa entregarse a ti, tan viva como lo más viviente, sin asomo de finitud, presencia ardiente, pura. Regresas a mis ojos, a mis manos, el sueño se entreabre a la presencia, nada se ha roto, voy hasta tus ojos que me contienen, mientras la cadena del ser vuelve a enlazarme a ti sin término, las olas allá abajo recomienzan sin fin también, de nuevo rompe el alba, todo se abre una vez más, resuena la grava, el sol revive, el cielo gira.
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Hey man, slow down (20 años de Ok Computer)
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ace unos meses OK Computer cumplió veinte años. En su momento la efeméride no me estremeció. Pero este 2018 me ha agarrado escuchando obsesivamente la rola «The tourist». Y ha lanzado a mi memoria a una regresión emocional. Qué hacía en el 98. Quién era yo. Y dónde estaba cuando el disco salió. La Generación X agonizaba. Y aunque había discos enormes, The Mellon Collie & The Infinite Sadness (1995), que todavía mantenían vivo al grunge, o a la nación alternativa, no existía un disco que tuviera el impacto generacional de Nevermind. La ola inglesa ya comenzaba a dominar el gusto de las masas, el abanderamiento de Blur y Oasis era imparable. Entonces, Radiohead vino a plantar otra clase de bandera. Lanzó un álbum de una universalidad que antes sólo había podido esgrimir Nirvana. Thom Yorke tiene toda la razón en odiar «Creep». Desde que sonó en la radio se convirtió en una especie de «Smells Like Teen Spirit». Incluso me atrevería a decir que más allá. No tiene la carga cultural de la rola de los Seattle, pero sin duda ha sido más covereada. Yo, como muchos partidarios del grunge, reaccioné tibiamente a la avanzada inglesa. Le hacía falta entrenamiento a mi oído. Y aunque ya empezaba a desarrollar un amasiato auditivo con Blur, la mayoría de bandas me parecían sosas y aburridas: excepto Radiohead. Desarrollé, como la mayoría, una relación amor-odio con Radiohead. Por un lado, detestaba Pablo Honey, hoy incluso me
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cuesta volver a él, y por el otro amaba con pasión desmedida The Bends. En esos años de educación sentimental tenía los oídos tapados. Y Johnny Greenwood fue uno de los que me despejó el exceso de cerilla. Lo que no hacía match en mi cerebro era el Radiohead de Pablo Honey y el de The Bends: parecían dos bandas por completo distintas. Sí, su debut contenía la semilla, pero ese germen no anunciaba el salto cualitativo que vendría después. Tampoco The Bends predecía a OK Computer. Sin embargo cuando el video de «Street Spirit» se trasmitía por mtv, Radiohead ya se encontraba en otro momento creativo. La prolijidad de la banda del 93 al 95 alcanzó para publicar The Bends y cocinar OK Computer. Mientras en vivo tocaban las canciones de su segundo disco componían y grababan las piezas del siguiente. Esa capacidad de Radiohead para duplicarse no la tenía nadie. Era dos bandas distintas. En 1998 yo trabajaba en una tienda de discos. Mi vida era la música. Trabajaba toda la semana para el sábado irme a casa sin un peso. Literal. Sin varo pa chelas, pilas pal walkman, anfetaminas o un tortillón siquiera de frijoles. Invertía todo mi sueldo en cd’s. Hasta pedía fiado, a mi patrón. Me encerraba en casa a escuchar los discos hasta el hartazgo. Las lyrics de los booklets eran mi literatura. Tan importantes como leer a Kerouac. En aquellos años la importancia de un cd era crucial. Recuerdo que en el 2000 corté a una novia que tuve porque me perdió la primera edición del Kid A. Incluía un cómic. Perdió mi disco y terminé con la relación. Mi primer encuentro con OK Computer fue en 1995. Antes de navidad arribó a la tienda un disco llamado The Help Album. Era un compilado a favor de los niños víc-
timas de la guerra de Bosnia-Herzegovina. El charity album traía rolas de The Stone Roses, Manic Street Preachers, Blur et al. E incluía «Lucky» de Radiohead. Me voló la puta cabeza. Me ocurrió lo mismo que con Pablo Honey y The Bends. Se me antojaba una distancia insalvable entre el segundo disco y el que sería el tercero. Todavía no sospechábamos los niveles de clarividencia que Radiohead ostentaba. Como la teoría que dice que predijeron la caída de las Torres Gemelas en Kid A. Dicha teoría está explicada rola por rola por Chuck Klosterman en su libro Killing Yourself to Live. Descreído, como todo fan de la música, me costaba creer que Radiohead hiciera canciones como «Lucky». No sospechaba de lo que trataría OK Computer. Ni siquiera sabía que se llamaría de tal forma. Le ponía repeat a la pinche rola con la esperanza de que sacaran ya el nuevo disco de una puta vez. Pero faltaban tres años para eso. El video animado que más tenía presente en aquellos años era «Three little pigs» de, of all bands, Green Jelly. Un chiste. Entonces vino el video de «Paranoid Android» y para mí fue como el viaje del hombre a la luna. Radiohead eran los voceros del Nuevo Testamento de fin de siglo. Me recuerdo a mí mismo babeando frente al televisor. Un año después Pearl Jam hizo su propia versión del apocalipsis con el video de «Do the Evolution». Pero era demasiado tarde. El daño estaba hecho. Siempre que pienso en un video animado de rock el primero que acude a mi mente es el de «Paranoid Android». Para usar una hipérbole de esas que tanto le fascinan a los posmodernos: es el Súper Bowl de los videos de rock animados. Como quizá le ha ocurrido a otros, mi obsesión con OK Computer, el disco, quedó atrás hace mucho tiempo. Ya no lo escucho de principio a fin. Pero todo el tiempo una canción me acompaña. Un tiempo fue «Climbing up the Walls». Otro estaba bien clavado con «Electioneering». Y
Psycho Killer
Por Carlos Velázquez
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también con «Let Down». Pero mi parte favorita del álbum es su desenlace. Ese dúo dinámico que conforman «Lucky» y «The Tourist». Tengo OK Computer en vinil. Es un álbum doble. Lo he puesto miles de veces. Pero sólo tocó las dos últimas canciones de lado D. Unos días antes de mi cumpleaños, de madrugada, en una habitación a oscuras alguien me dijo turista. Desde ese momento y hasta el presente, pasando por mi cumpleaños número cuarenta, no he hecho otra cosa que escuchar compulsivamente la rola de «The Tourist». Siempre que hablamos de productos especulamos en cuál es el mejor arranque de una novela o de un
Ilustración de José Hernández
disco, pero nunca de cuál es el mejor cierre. Si hay un cierre que yo tenga tatuado en la memoria es el de OK Computer. Que una persona me haya calificado de turista me lanzó de hocico hacia un hecho concreto. OK Computer cumplió veinte años y yo cuarenta. Y que en esas dos décadas he sido un turista. Pero soy alguien que va de paso, porque estoy aquí y soy rabiosamente terrícola, terreno, oriundo. Soy un turista porque sigo lidiando con lo mismo.
Hace veinte años peleaba hasta el último centavo para comprar discos. Continúo en la misma situación. Haciendo malabares para arañar un peso para comprar música, la diferencia es que ahora tengo una hija y que además de ese gasto tengo que mantener un departamento para que ella viva, pagar unas clases de piano y natación, etc. Pero sobre todo porque si hay algo que me definía a la perfección en el 97 y ahora mismo son unos versos de «The Tourist»: «Hey man, slow down // Slow down // Idiot, slow down // Slow down»: no hay mejor canción para describirme en esta etapa de mi vida. Después de que me llamaran turista escuché la canción y me vi a mí mismo ese día que salí de la tienda de discos con el cd de OK Computer directo a mi casa. Mentalmente me iba recomendando: Eh, Idiota, tranquilo. Y desde ese momento no he dejado de repetírmelo. •