Reporte Sexto Piso Publicación mensual gratuita • Mayo de 2018
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Índice Recomendación de los editores
Dossier: Mayo del 68 |
El placer de la metamorfosis política | 14 Entrevista de Eric Aeschimann a Jacques Rancière y Judith Revel
El feminismo no es uno sino muchos | 4
Una nueva lucha de clases | 18
Gabriela Jauregui
Alain Touraine
El nacimiento de una maldición. México 1986 | 7
Un éxtasis de la historia | 18
Antonio Ortuño
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Edgar Morin
Reforma y revolución en la universidad | 19 Paul Ricœur
Columnas Glissandos en el laboratorio global | 21
Una revolución anacrónica y futurista | 19 Raymond Aron
Carmen Pardo
Odunacam | 21
Lecturas
Liniers
Por las noches | 12
Espacio negativo | 23
Etgar Keret
Abraham Cruzvillegas
Nuevas reglas para el beisbol |
Eficiencia presupuestaria | 33
Hunter S. Thompson
donDani
Letra pequeña | 25
Psycho Killer | 32 Carlos Velázquez
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Carmen Camacho
Dos huecos | 26 Lieke Marsman
Portada de este número: Ilustración de Álvaro Cicero
Proceda bajo su propio riesgo | 30 Eduardo Rabasa
Reporte Sexto Piso, Año 6, Número 43, mayo de 2018, es una publicación mensual editada por Editorial Sexto Piso, S. A. de C. V., París #35-A, Colonia Del Carmen, Coyoacán, C. P. 04100, Ciudad de México, Tel. 5689 6381, www.reportesp.mx, informes@sextopiso.com. Editor responsable: Eduardo Rabasa. Equipo editorial: Rebeca Martínez, Diego Rabasa, Felipe Rosete, Ernesto Kavi. Diseño y formación: donDani. Reservas de Derechos al Uso Exclusivo No. 04-2017-071710465800-102. Licitud de Título y Contenido No. 16768, otorgado por la Comisión Calificadora de Publicaciones y Revistas Ilustradas de la Secretaría de Gobernación. Impresa en Impresos Vacha, José María Bustillos 59, col. Algarín, cp 06990, Ciudad de México. Este número se terminó de imprimir en mayo de 2018 con un tiraje de 3,000 ejemplares. Las opiniones expresadas por los autores no necesariamente reflejan la postura del editor de la publicación. Queda estrictamente prohibida la reproducción total o parcial de los contenidos e imágenes de la publicación sin previa autorización del Instituto Nacional del Derecho de Autor.
Recomendación de los editores
El feminismo no es uno sino muchos Gabriela Jauregui
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diferencia de lo que comúnmente se piensa, Los hombres me explican las cosas, no es un libro «para» las mujeres, o acerca del feminismo. Es sobre todo un libro de ensayos acerca de los hombres. O no exactamente: los primeros y últimos ensayos que enmarcan el libro tratan acerca de y analizan la construcción de la masculinidad hoy en día y las consecuencias que esto tiene para los hombres, a quienes se les limita, y también, si no es que sobre todo, para las mujeres, a quienes esta construcción Lo que hace muy bien de la masculinidad les resulta letal. Decía que es para hombres con un poco Solnit, a través de su prode ironía, pues Solnit es feminista conocida, y claro que también es en buena medida un sa fluida, con humor, con libro acerca de las mujeres, acerca de nuestra datos duros y mucha cla- compañeros, esposos, hermanos—; sin emsubordinación cuando no sometimiento, el bargo, los crímenes sexuales sí lo tienen y el dolor y abusos que sufrimos, cuando no la ridad es poner hincapié es macho. muerte. Lo que hace muy bien Solnit, a traen lo que los medios y la género A lo largo del libro sus ensayos varían en vés de su prosa fluida, con humor, con datos duros y mucha claridad es poner hincapié en discusión en general tien- forma y potencia, en sentido del humor y estilo, y esto se agradece, porque como dice lo que los medios y la discusión en general den a olvidar: hace visible la expresión en inglés, hay más de una forma tienden a olvidar: hace visible que detrás de la violencia de género no están las mujeres; que detrás de la violencia de pelar un gato. El ensayo que da nombre al libro al detrás de cada feminicidio no está una mude género no están las volverse viral en 2008, hace diez años ya, jer, sino un hombre. también ayudó a acuñar el termino mansSí, es tremendo, las cifras indican que en mujeres; detrás de cada plaining, cuando un hombre interrumpe a el mundo entero el noventa por ciento de una mujer para explicar algo simplemente los crímenes violentos son perpetrados por feminicidio no está una porque está acostumbrado al privilegio de hombres. Sus tres primeros ensayos hablan de mujer, sino un hombre. tener la palabra, tomarla, aun cuando no los crímenes de género que son crímenes sabe nada del tema. Todos hemos escuchado a algún ponente en un de odio en contra de las mujeres: violación, violación marital, violamesa, hasta en los círculos más conscientes y progresistas, decir «lo ción en citas, violencia doméstica, acoso sexual en el trabajo y en la que ella quiere decir es…». En el caso de Solnit, un señor le empieza calle, feminicidio, y nos hace ver que aunque muchas veces la respona explicar un libro (que él no leyó), que resulta ser el libro que ella sabilidad se carga en los hombros en las víctimas o posibles víctimas misma había escrito. Ella y su amiga tratan de decirle que es su libro («No salgas tarde», «no te pongas minifalda»), pocas veces se inel que está mencionando pero él continúa, «con esa mirada petulante vita a los hombres a no violar, a no acosar. Entonces el problema no que tan bien le conozco a los hombres autosuficientes: los ojos fijados es cómo y qué podemos hacer nosotras para que esto deje de suceder, en el borroso horizonte lejano de su propia autoridad». sino cómo repensar la masculinidad. Los ejemplos son cómicos e inocuos, pero revelan el funcionaSolnit deja ampliamente claro que la justicia y la bondad no tienen miento de un aparato mucho más profundo, y más peligroso: el de género—sabemos que hay hombres justos y buenos, aliados, amigos, silenciar a las mujeres, el de descontar y desacreditar sus saberes, su experiencia, sus voces. La palabra que me viene a la mente una y otra vez es patronize, que en español se traduce como una mezcla entre condescender, subestimar y ser arrogante y que en inglés es una palabra que, a diferencia de la mayoría de sus palabras que son neutras, tiene género: patroni-
ze, de patros, padre, misma raíz de patriarcado. De hecho, Solnit ha dicho que no es tan fan del termino mansplain justamente porque encuentra que es condescendiente y que no se puede pelear la condescendencia con la condescendencia, la arrogancia con la arrogancia. En todos sus ensayos, Solnit está armada de datos y de analogías muy pertinentes y jamás condesciende a sus lectores. El segundo ensayo de la colección, «La guerra más larga», donde menciona tan sólo unos ejemplos de violencia de género, es devastador. La primera vez que empecé a leerlo, saliendo de una relación abusiva con un hombre talentoso y encantador, tuve que parar y retomarlo meses después. E incluso así fue duro de leer porque vivo en México, donde ocurren siete feminicidios al día, es decir que una mujer es asesinada (y de las formas más atroces) prácticamente cada tres horas… Ese ensayo, como el espejo de Stendhal, resulta espeluznantemente revelador: nombra la violencia directamente como una guerra en contra de las mujeres. Dentro de los textos del libro que hablan acerca de la violencia de género de forma directa y abierta, el que me parece más contundente y terrible es el que se titula «Mundos que colisionan en una suite de lujo: algunas reflexiones sobre el fmi, la injusticia global y un extraño en un tren», donde Solnit hace la brutal y clarísima analogía entre el acoso de Dominique Strauss-Kahn a Nafissatou Diallo, y el trato que les da el fmi a los países en vías de desarrollo que supuestamente apoya. La vorágine neoliberal tiene dos brazos que se ayudan mutuamente: el brazo del machismo, y el del colonialismo: «Cómo contar una historia que ya conocemos demasiado bien? El nombre de ella era Africa. El de él Francia. Él la colonizo, la explotó, la silenció e incluso décadas después de que esto había supuestamente terminado, actuaba con autoridad al resolver sus asuntos en lugares como Costa de Marfil, un nombre que le habían dado por sus productos de exportación y no por su propia identidad […] El nombre de ella era Silencio. El de él, poder. El nombre de ella era pobreza. El de él, riqueza. El nombre de ella era Ella, pero ¿qué era de ella? El nombre de él era suyo y asumía que todo era suyo, incluyendo ella, y pensó que podía tomarla sin preguntar y sin consecuencias». En este texto me pareció curioso que, a pesar de criticar el borramiento de «ella», su sumisión total, Solnit no la nombra ni siquiera una sola vez en todo el ensayo. Solamente escribe Nafissatou Diallo hasta la postdata. Sin embargo, lo que sí nombra y con gran contundencia es cómo dos temas que no parecieran estar forzosamente ligados se unen a través de una figura, un hombre, de (supuesta) izquierda y sus abusos de poder, a nivel personal, y también las consecuencias de este tipo de actitud a nivel global. Decía yo que los ensayos acerca de la violencia de género enmarcan el libro, porque siento que el corazón del libro y el mejor ensayo de todos, a pesar de la popularidad del primero, es el bellísimo ensayo acerca de la oscuridad de/en Virginia Woolf. A lo largo de su libro, y de forma más clara en el ensayo de Woolf, Solnit traza linajes, linajes que desaparecen por la violencia, pero también linajes que se tejen (como menciona también en el breve ensayo «Abuela Araña»). En el caso del ensayo de Woolf traza una línea de conversación entre libros y palabras que va de Virginia Woolf, a Susan Sontag, a ella misma respondiendo en varios textos a lo largo de su trayectoria como escritora publicada. Más allá de la relevancia y urgencia políticas de los demás textos de este libro, y de su lucidez, como ensayo literario este
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es ejemplar. A través de la literatura, de la indeterminación a la que apela y que caracteriza la escritura de Woolf, Solnit además condena el autoritarismo de aquellos que creen saber y con eso buscan silenciar (el tema de silenciar y volver invisibles o desaparecer las voces y los cuerpos de las mujeres está presente a lo largo del libro). Las aseveraciones, el lenguaje reductivo son más fáciles que el lenguaje expansivo de la ambigüedad, el lenguaje del matiz, escribe. Es decir, Solnit (vía Woolf y hasta cierto punto vía Sontag) habla en contra del lenguaje totalitario, y opresor y a favor del pensamiento especulativo, dubitativo, vagabundo como los paseos de Woolf y los paseos que a ella misma tanto le gusta dar también (véase su libro Wanderlust que trata de pasear y pensar). La mejor escritura se hace desde la incertidumbre, no desde las certidumbres. Y no es que esté «contra la interpretación, sino contra el confinamiento, contra matar el espíritu. Ese tipo de crítica requiere de gran arte. Es un tipo de critica que no enfrenta al crítico contra el texto, que no busca la autoridad. Busca en vez viajar con la obra y sus ideas, invitarla a florecer e invitar a otros a participar en una conversación que pudiera haber parecido impenetrable, lograr sacar relaciones que no se podían ver y abrir puertas que estaban cerradas. Este es un tipo de crítica que respeta el misterio esencial de una obra de arte, que es en parte su belleza y su placer, y ambos son irreducibles y subjetivos». Así, Solnit aprovecha en su divagar a través de los textos de Woolf y de Sontag para hablar de la crítica literaria y la crítica de arte (y Solnit fue crítica de arte muchos años) e invita al pensamiento fluido, resbaloso, sutil, en contra de «la tiranía de lo cuantificable […] del statu quo del consumismo». Y es a través de su defensa del lenguaje de la indeterminación y de la apertura que además, y de formas más delicadas que en los demás ensayos, también aboga en contra del encierro, el encierro no sólo de las certidumbres del pensamiento, sino también el encierro en el que se ha tenido a las mujeres a lo largo de la historia: el encierro del ámbito de lo doméstico, de la enfermedad mental, el encierro del silencio. Después de este ensayo, el libro termina con tres más que vuelven a hablar de la violencia de género de forma más directa: «El síndrome de Casandra» analiza las formas en las que el psicoanálisis y la ley han acallado las voces de las mujeres que buscan hablar de sus experiencias. Desde Freud en adelante, Solnit analiza los círculos de silencio que van cercando, a las mujeres sobre todo, pero también habla de los abusos a los niños, y aquellos que cualquier víctima de acoso tiene que atravesar si quiere que su experiencia sea escuchada, que en la práctica terminan por proteger a los que cometen estos crímenes: el primero es el circulo del secreto. Si esto no funciona se trata de silenciar a la mujer atacando su credibilidad, y cuando esto no funciona, se trata
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de asegurar que nadie la escuche. Para quienes hemos seguido lo que ha pasado con diversas mujeres que han alzado la voz en contra de sus atacantes en México y fuera del país, se vuelve claro que estos tres círculos del silencio que analiza Solnit son empleados una y otra vez. El penúltimo ensayo, que justamente usa un hashtag como título, nos recuerda que este tipo de acciones se han llevado a cabo desde hace tiempo y en partes se adelanta, o más bien apunta y abre brecha para otros momentos de visibilización de la violencia como #MiPrimerAcoso aquí en México y #MeToo en eua. Este ensayo recalca algo que los medios masivos de comunicación Los hombres me explican cosas se empeñan en hacernos olvidar: que este tipo de incidentes no son Rebecca Solnit aislados, son un problema social a escala global. La violencia de géneTraducción de Paula Martín Ponz ro es una epidemia. Según Solnit, «investigaciones de la oficina del Capitán Swing Cirujano General revelan que la violencia doméstica es la principal 2016 • 152 páginas causa de lesiones a las mujeres entre las edades de quince y cuarenta y cuatro años: más común que los accidentes automovilísticos, asaltos y muertes por cáncer combinados». Y en México la situación es to hace cincuenta años, las revoluciones «no tomaron el poder en mucho peor. ninguna parte […] pero sin embargo cambiaron todo. Esta fue una Sin embargo, algo que la visión casi clarividente de Solnit acerca revolución en contra de las burocracias de Estado, y a favor de la inde estas herramientas lingüísticas de poder no alcanzó a predecir es separabilidad de la liberación política y la liberación personal, cuyo que si buena parte del odio y de las amenazas de violación sobre las legado más duradero sea probablemente el nacimiento del feminismo mujeres se hacen bajo la capa de anonimato del twitter, ahora que esa moderno». Así, cuando Solnit empieza a mencionar las pequeñas misma red social ha ayudado a hacer patentes los abusos, también ha victorias del feminismo, recuerda un encuentro zapatista al que asishecho que se trivialicen crímenes como la violación y el acoso sexual, tió enfocado en las mujeres y sus derechos (curiosamente hace algual ponerlos al mismo nivel discursivo que estupideces con las que nas semanas se celebró el «Encuentro de las mujeres que luchan» podemos lidiar como una invitación a cenar no bienvenida, o una también en territorio zapatista) y habla de los derechos que el femimirada «incómoda» en el cuarto de la fotocopiadora. Pero sí nos nismo ha logrado ampliar en cuanto a roles de género, en cuanto a exhorta a pensar en el poder del lenguaje, a cuidarlo: «El lenguaje cambios constitucionales y cambios en la legislación (por cierto, en es poder. Cuando cambias “tortura” por “interrogación aumentada” la ciudad de México se acaban de cumplir apenas once años desde la por “niños asesinados” por “daños colaterales”, destruyes el poder despenalización del aborto). El libro podría haber sido escrito ayer. que tiene el lenguaje para crear significado, para hacernos ver, sentir Para cerrar con el tema del feminismo, que nunca es uno sino y que nos importe». Y justamente lo que debe importarnos es que muchos, por si no nos queda claro, en cualquiera de sus iteraciones y esta epidemia nos toca a todas, y a todos. vertientes lo que busca es la emancipación, no la opresión. Hay femiY aunque me gustaría que este libro fuera obsoleto, y que sus anánismos para todas las personas, no sólo para mujeres, a través de los lisis de cierto evento que parece de coyuntura, cierta balacera en una cuales se busca equidad y justicia. Como dijo escuela en eua, cierto asesinato o violación …como apunta Solnit Marie Sheer en 1986, en una frase citada por de una mujer que pasaron hace ya varios Solnit: «el feminismo es la noción radical de años no se repitieran, desgraciadamente lo misma, el «feminismo que las mujeres son personas», y, como apunta que menciona Solnit en cada uno de sus enSolnit misma, el «feminismo no es una conssayos sigue vigente. Cuando leo tonterías del no es una conspiración piración para privar a los hombres de algo, sino calibre de la que se acaba de publicar en el tv para privar a los homuna campaña para liberarnos a todos». Y sí, Notas, revista que leen una inmensa cantidad en un país donde se deja a las mujeres descuarde mujeres en este país, donde en el «espe- bres de algo, sino una tizadas y en bolsas de basura en lotes baldíos, cial de la mujer» se define el término «femi- campaña para liberaraunque quisiéramos que no, la idea de que las nazi» como referente a aquellas mujeres que tienen «problemas de autoridad, sobre todo nos a todos». Y sí, en un mujeres son personas sigue siendo una noción si se tiene jefe varón», que quieren «vestirse país donde se deja a las radical. Concluye Solnit nuevamente en contra del silencio: las mujeres viven y mueren en sin códigos de etiqueta y cambiar las reglas más por una provocación que por respeto mujeres descuartizadas esta guerra, pero cuando menos sus ideas no […] mostrar su independencia marcando su y en bolsas de basura en se borran. Al igual que el feminismo por el que aboga territorio sexual y económico. Confund[en] Solnit en lo personal, los ensayos contenidos libertad sexual con libertinaje. Coquetea[n] lotes baldíos, aunque en su libro son una invitación contundente a sin límites. Considera[n] inferiores a otras quisiéramos que no, la pensar mejor, leer mejor, y a una ética y una mujeres. [Tienen] dificultad para mantener relaciones largas […]», me queda claro que idea de que las mujeres estética de la apertura. • ante la desinformación, y la violencia que és- son personas sigue sienta obscurece, sobre todo en uno de los países donde se cometen más feminicidios del do una noción radical. mundo, este libro es igual de relevante hoy que hace diez años, cuando se escribió el primer ensayo. En el último ensayo de la compilación, Solnit cita al pensador anarquista David Graeber, quien explica que en 1968, es decir jus-
Recomendación de los editores
El nacimiento de una maldición.
México 1986
Antonio Ortuño
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odos mis compañeros del salón le iban a Brasil. Bueno, quizá exagero: sólo el noventa y nueve por ciento. Corría el año del señor de 1986, cursaba yo el cuarto de primaria y, de golpe (porque estaba habituado al cálido consenso que significaba formar parte de la logia de partidarios del Guadalajara, el equipo más representativo y querido de mi ciudad), pasé al rincón de la minoría que no apoyaba a la escuadra verdeamarelha. Iba a comenzar el Mundial de futbol, el segundo en el que seríamos locales, y en la escuela le íbamos a México, faltaba más, pero el amor patrio no nos daba para llegar al punto de la ceguera. Estábamos convencidos de que perderíamos, más pronto que tarde, y todos, en realidad, teníamos un segundo equipo en la manga, porque los aficionados al futbol aquí somos así de convenencieros. Intuimos que no vamos a ganar nunca pero tampoco queremos perder siempre (¿existirá otro país en todo el planeta en el que sea posible encontrarse tantos encendidos fanáticos de esos clubes de ligas lejanísimas? ¿Tantos que chillen como micos por lo que sucede en los estadios de Barcelona, Madrid, Múnich o Manchester?). Así que poníamos nuestras metafóricas veladoras en el altar de la selección mexicana, sí, pero también otro puñito más en el de algún equipo con probabilidades reales de levantar la Copa del Mundo. Y el objeto de los rezos de casi todos mis compañeros era el Brasil de Zico, Sócrates y Falcão, que si bien no era ya aquel equipo mágico del 82, aún levantaba suspiros y esperanzas. Y los chamacos tapatíos del 86, qué le vamos a hacer, mantenían el romance de la ciudad con los brasileños, porque sus padres habían visto jugar al equipo de 1970, el de Pelé, Carlos Alberto y demás, que era el epítome del futbol vistoso, del que se conoce como jogo bonito. Guadalajara había sido la sede de aquella selección campeona e histórica y reverenciaba su memoria. Pero mi caso era diferente. Mi familia era española y desde niño, además de la lógica afición por la selección de mi país, tuve ese otro culto desesperado que era el de la Furia Roja (hablo de una época más de veinte años anterior a aquella en la que Luis Aragonés convirtió a la selección española en la que mejor futbol practicaba en el planeta y comenzaran a caer los títulos: en 1986, España era solamente una garantía de eliminación en los cuartos de final). Yo iba por la verde y mi otro equipo era el rojo y no había lugar en mi corazón para nadie más (hay aficionados que tienen listados de cinco o seis equipos en orden, para apoyar a medida que los otros caen, pero mejor no ser como ellos). El otro chamaco del salón que no formaba parte del lobby probrasileño era mi amigo Fernando, que le iba a Alemania. Aunque me parece que no lo hacía por tener ningún antecesor de aquellos lares
(poca gente ha parecido menos alemana en la historia de la humanidad que Fernando y él lo sabía muy bien), sino nomás porque le gustaba llevar la contraria. Aunque, ahora que lo pienso bien, existía un tercer grupo: el de las niñas que ponían los ojos en blanco y aseguraban, con toda sinceridad, que el futbol no les interesaba en lo más mínimo y qué asquito. Aunque otras chamacas, lo recuerdo perfectamente, eran tan apasionadas como el que más. El Mundial de mi infancia, pues, fue el de México 86, y recuerdo como si fueran cosa de hoy los sinsabores de mis amigos entregados a reunir los cromos con las caras de los jugadores de las veinticuatro selecciones que disputaban el campeonato: la circulación de estampitas era mucho más limitada que la de nuestros tiempos y completar el álbum Panini resultaba, estadísticamente, imposible. Los álbumes de mis amigos estaban cuajados, claro, de rectángulos en blanco. Con cierta mala suerte, que abundaba, los compradores de estampitas terminaban con un defensa coreano o el portero de Marruecos repetido cinco veces pero sin Zico, Sócrates, Rummenigge o Platini, que eran las cartitas más ambicionadas de aquella época. El fervor mundialista en mi salón era inmenso pero tenía pocos cauces para manifestarse. Un par de amigos tuvieron playeras verdes con el chile «Pique» (la mascota oficial) en vez del escudo de la selección mexicana. Otro compañero, que le iba a Brasil, consiguió que un señor con apariencia de aficionado carioca se tomara una foto con él. Minucias, como se ve. Por mi lado, tuve una fortuna inusual y formidable. Mi padre, que era un hombre al que se podía acusar de muchas cosas pero nunca de ser un tipo práctico, tuvo por una vez la iluminación (o la fortuna) de comprarme en un Sanborns una revista que, a todo color, reproducía la totalidad del Panini. Como segundo golpe de suerte, resultó que mi tía había sido compañera de escuela del preparador físico de la selección española, que, además, estaba concentrada en el hotel Camino Real que se encontraba a cuatro calles de mi casa. No sólo las figuras de aquel equipo (Mi-
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chel, Butragueño, Zubizarreta) sino hasta los jugadores de la banca autografiaron la página correspondiente en mi revista, al pie de su retrato. Nunca en mi vida he sido tan envidiado: no sólo podía, al contrario que mis amigos, conocer las caras de todos los jugadores (incluso aquellas que nunca habíamos visto y no volveríamos a ver, como las de argelinos o paraguayos), sino que tenía los autógrafos originales de los futbolistas de un equipo al que reverenciaba y hasta una playera y un banderín suyos. La directora de mi escuela era un personaje notable. Medía metro y medio con todo y tacones, llevaba un corte de cabello digno de la Brigitte Nielsen de los ochenta (es decir, de amazona flat top) y profesaba esa curiosa fe que es el nacionalismo revolucionario. Visitó el salón un día antes de la inauguración del Mundial y nos dejó muy clara su postura: «Cuando México pierda, vamos todos con Brasil». Una espontánea ovación respondió sus palabras. Pero Fernando, mi amigo, y yo con él, bufamos de un modo tan audible que la directora, que ya se andaba largando del aula, volvió sobre sus pasos. «Hay niños que no entienden nuestra historia y que no le van a los latinoamericanos. Niños que no saben que fuimos conquistados...». «¿Por los brasileños?», le repuso Fernando. Por colonizados y poco solidarios, pues, acabamos los dos de pie en el patio, al sol del mediodía. Y eso que le íbamos a México.
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La hermana de Fernando bailaba en el ballet folclórico de la Universidad de Guadalajara, que probablemente era el más conocido en el rubro en el país en esos días, fuera de el de Amalia Hernández. El ballet fue invitado a la ceremonia de inauguración del Mundial, que vimos en el salón repetida (y ya el lunes, porque se celebró un sábado) en un televisor a blanco y negro, diminuto y polvoriento, que llevó nuestra profesora. En un momento de la transmisión, la cámara enfocó a Adriana, la hermana en cuestión, y Fernando fue ovacionado. Aunque le fuera a Alemania. A mí nunca me tocó una de esas ovaciones. El primer trago amargo sucedió el domingo 1 de junio. Brasil, el favorito de todos a mi alrededor, enfrentó en el Estadio Jalisco, el de mis Chivas, a España, a la que sólo le íbamos un grupito de hijos y nietos de exiliados y una muy pequeña representación trasatlántica. Lo que pasó ese día en la cancha es bien conocido. A España le anularon un gol legítimo de Michel y a Brasil le valieron uno de Sócrates en un fuera de lugar espectacular. Aunque sobre la hierba el juego fue traba-
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do y parejo, en la tribuna la disparidad fue inmensa y sobrevino una masacre simbólica. Los tapatíos, mis conciudadanos, que llevaban un mes pronosticando la goleada, se frustraron por lo cerrado del juego y nos aventaron a la cabeza a los partidarios de España latas, lonches, bolsas de orines y todo aquello que se les ocurrió. Al menos, el señalamiento de la prensa sobre el pésimo arbitraje («¡Brasil, con ayuda!», encabezó el Esto!, diario deportivo por excelencia en la época) sirvió para que el entusiasmo de mis compañeros se enfriara un poco y para que la temida carrilla del lunes no resultara insoportable. Pero acá lo importante es hablar de México, y México debutó el martes 3 y la profesora llevó otra vez su pequeña televisión a blanco y negro al salón. Como nadie podía levantarse de su lugar y en el aula había sesenta y siente niños, los de atrás se quedaron sin ver nada. Al minuto veintitrés, el único chiva de una selección repleta de pumas y americanistas, el central Fernando Quirarte, anotó el primer gol de los nuestros con un heroico cabezazo. Pocas veces en mi vida he brincado tanto y tanta gente me ha abrazado. Esquizofrenia pura: en dos días pasé de ser el enemigo que le iba a los gachupines, es decir, el rival de los amados brasileños, a uno más de los muchachos. Poco después, al minuto treinta y nueve, el mismísimo Hugo Sánchez anotó el segundo gol, también de cabeza. Eran los años de gloria de Hugo en el Real Madrid y, aunque resultaba obvio que su relación con el resto de los seleccionados era poco menos que pésima, el eufórico festejo de su anotación nos llevó a pensar que quizá las cosas entre ellos habían mejorado. Antes de que terminara el primer tiempo, Bélgica recortó el marcador con un nuevo cabezazo, ahora de Vandenbergh, que aprovechó una salida pésima del portero cruzazulino Pablo Larios. Pero fuera del susto y los continuos «tsssss» del segundo tiempo, porque el miedo a que nos empataran estuvo cabrón, ya no sucedió nada y México logró salir victorioso del Azteca. Recuerdo que dimos una vuelta olímpica al patio, algunos, a modo de festejo, luego de que el árbitro silbara el final. No vi en directo el segundo partido mexicano, que se disputó el sábado 7 de junio ante Paraguay, porque justamente ese día y a esa hora, pero en mi ciudad, en el Estadio 3 de Marzo de Zapopan, España jugaba contra Irlanda del Norte. Y volvimos a ir a la tribuna. Esta vez no hubo berridos ni bombardeos de asquerosidades sobre los que íbamos con la playera roja. Y con la pequeña banda de irlandeses del norte presentes (los recuerdo como unos gigantes pelirrojos, armados con tarros de cerveza del tamaño de tabiques de construcción) hubo buen ambiente: la política anti-hooligan inglesa había
desde cerca de la línea de fondo de la cancha. Un golazo. Ya habíamos salido de la escuela ese día y el gol de Quirarte a Irak lo vi en el televisor a color de casa de mi abuela. Corrí por un pasillo y me deslicé de rodillas. Ese tanto del único chiva de aquella selección, su segundo en el Mundial, bastó para que México ganara el dichoso primer lugar del grupo, con cinco puntos, y se consiguiera un rival en teoría accesible para los octavos de final: Bulgaria. (Al día siguiente, por cierto, España goHe visto muchas repeleó 3-0 a Argelia en Monterrey y alcanzó el segundo lugar de su grupo, el d, por lo que ticiones del gol aquel, tocaría enfrentar en octavos a la temible contagiado al mundo entero y redoblado las incluso en alta definición leDinamarca, que venía de ganar todos sus medidas de seguridad, y México estaba lo supartidos y meter nueve goles en la primera ficientemente lejos como para que los fans y en pantallas digitales. fase, seis de ellos ni más ni menos que a Ururadicales cruzaran el mar. Los que vinieron Y lo he podido ver más guay. Dinamarca había deslumbrado tanto eran todos turistas simpáticos. España ya iba a la prensa especializada que ya la comparaa arriba 2-0 luego de unos minutos y aunque grande pero nunca meban con la Holanda de 1974, la de Cruyff, un Irlanda del Norte acortó, el partido terminó jor que aquella mañana equipo clásico apodado como «la Naranja 2-1 y sin sufrimientos. Pero el Mundial es un Mecánica»). momento de padecer y los sufrimientos no de domingo. Cada vez Los octavos de final fueron el mejor moiban a evaporarse: volvieron a comenzar en que me deprimo, lo bus- mento de aquel Mundial. El domingo 15 de cuanto regresamos a casa. junio, en el infatigable Azteca, México enEra México, claro. Había tropezado. En co en YouTube y lo veo frentó a Bulgaria, un cuadro compacto, sela tele se hablaban pestes de Hugo Sánchez, media docena de veces. rio, que venía de empatar en la primera ronda que había fallado un penal. El juego de la con Italia, el campeón vigente, y con Corea selección comenzó bien: Luis Flores, de los Me siento mejor con la del Sur, y de perder 2-0, pero con muchos traPumas, anotó apenas al minuto dos. Pero vida. Manuel Negrete bajos y dejándose el pellejo en el pasto, ante aunque México dominó territorialmente, la Argentina de Maradona. Paraguay siempre ha sido un equipo de ca- fue dios durante diez Pero aquel estaba destinado para ser un día rácter recio. Y al minuto treinta y nueve del segundos y lo querremos eterno. Al minuto treinta y cuatro, luego de segundo tiempo, «Romerito», su estrella, una genial combinación aérea con el americametió un cabezazo que no alcanzó Larios y siempre por eso. nista Javier Aguirre, el Puma Manuel Negrete empató el partido. Los nuestros se lanzaron metió un gol de tijera asombroso, uno de los mejores en la historia al frente y al minuto cuarenta y dos, Hugo Sánchez fue empujado de los mundiales. La televisión de mi casa también era pequeña y a por un defensa paraguayo en la entrada de su área y cayó. El árbitro blanco y negro, como la de mi maestra. He visto muchas repeticiones marcó penal sin titubear. Hugo, autocoronado como el mejor jugador del gol aquel, incluso en alta definición y en pantallas digitales. Y lo mexicano de todos los tiempos, y ariete, ya lo dije, del Real Madrid, he podido ver más grande pero nunca mejor que aquella mañana de pidió el balón, aunque el cobrador oficial de tiros de castigo de la sedomingo. Cada vez que me deprimo, lo busco en YouTube y lo veo lección era Tomás Boy, mediocampista de los Tigres. Y como suele media docena de veces. Me siento mejor con la vida. Manuel Negresuceder cuando la arrogancia es mayor que la sensatez, Hugo lo falló. te fue dios durante diez segundos y lo querremos siempre por eso. Pateó débil, hacia un poste, y el arquero paraguayo lo adivinó. Era el Cuando Carlos Muñoz, un mediocampista proveniente de la destino. El divorcio de Hugo con la afición mexicana, que reclamaba uanl, anotó el segundo gol en un tiro de esquina, al minuto quince que su nivel en la selección nunca se aproximara ni de lejos al del Real del segundo tiempo, casi me pongo a llorar. Era el primer Mundial Madrid, quedó sellado para siempre. que veía con cierta conciencia (en el de 1978 tenía yo dos años y en La selección quería el primer lugar del grupo b para garantizarse el 1982, seis) y mi equipo acababa de clasificarse a los cuartos de final. un rival más débil en octavos de final y el 11 de junio, en el Estadio Nadie en aquel momento podría suponer que aquél sería el mayor Azteca, de la capital, enfrentó su último partido de la primera fase logro de la selección mexicana en los mundiales de futbol hasta el día del Mundial ante Irak, que venía de perder por la mínima sus dos primeros encuentros (0-1 con Paraguay y 1-2 con Bélgica). El equipo árabe fue más que rocoso: cerró todos los caminos ofensivos y no fue sino al minuto ocho del segundo tiempo que Fernando Quirarte, de nuevo, anotó el gol nacional con un tiro magnífico: sin ángulo casi y
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en que tecleo esto. Han pasado treinta y dos años, y México no ha conseguido superar los octavos de final de nuevo. Con constancia asombrosa, la selección ha quedo eliminada en esa ronda en 1994, 1998, 2002, 2006, 2010 y 2014. Y así es como se ha instalado, entre nosotros, la obsesión por el «quinto partido», que no ha vuelto a disputarse, justamente, desde 1986. (España, por cierto, apaleó a la temible Dinamarca 5-1, con cuatro de Butragueño, en la Corregidora de Querétaro, el miércoles 18 de junio, y acabó con la sensación del torneo hasta ese día. Los daneses se fueron al frente y de pronto se desmoronaron. Otro partido para recordarlo siempre: otra cura para la melancolía). Llegamos a la parte más cruda de esta breve memoria. México viajó a Monterrey para disputar los cuartos de final contra Alemania, subcampeón vigente del mundo, que no había tenido una buena primera ronda. Le ganó a Escocia 2-1 pero empató a uno con Uruguay y los ya mentados daneses les pegaron 2-0. En octavos de final, los teutones apenas habían superado 1-0 a Marruecos, un equipo en el que nadie pensaba como en un gran rival, con un gol casi al final, un zapatazo afortunado. A la prensa nacional le parecía que esos resultados mostraban un equipo frágil. Algunos aceptaban que, sí, que Alemania nos superaba ampliamente en historia y alcances, pero preconizaban que nunca como entonces se abría la posibilidad de doblarlos. Lejos de la capital y sus disputas (antes del torneo hubo líos porque había más pumas que americanistas en la selección y al final quedaron convocados seis y seis), nos parecía que la cosa iba a estar negra, pero apostábamos por nuestro héroe: Quirarte, el defensa central de las Chivas y autor de dos goles en la primera ronda (con lo que había empatado la marca de cualquier otro jugador nacional de más anotaciones en una fase final del Mundial). Yo me pasaba las noches imaginando que jugábamos contra Alemania y Quirarte anotaba un tercer gol. Y clasificábamos, claro. Sobre todo eso. Llegábamos a las semifinales. Y, por qué no, a la mera final. Y si Quirarte se ponía las pilas y anotaba de nuevo… El 21 de junio llegó. Un sábado. El día comenzó inmejorablemente: Francia echó a Brasil del Mundial ante su público del Estadio Jalisco, en un partido que se prolongó hasta los tiempos extra y los lanzamientos de penales. Y los tapatíos miraron horrorizados cómo los héroes con los que se habían llenado la boca por años, es decir, Zico y Sócrates, fallaban sus tiros. El mito de la invencibilidad tapatía de los sudamericanos se terminó para siempre. La Francia de Platini no hizo gran cosa pero siempre estaré agradecido con ella: le cerraron la boca a una ciudad, la mía, que se había comprado una gloria ajena y la defendía como si la hubiera ganado por ella misma (nada contra la grandeza de Brasil, pues, pero nunca volví a ver igual a mis conciudadanos luego del cuasi linchamiento del Brasil vs España). Para la tarde, la cosa literalmente ardía. En Monterrey los termómetros marcaban los cuarenta centígrados. El partido fue torpe, lento, tensísimo. Se fallaron jugadas que no deberían haberse fallado nunca (como nos sucede siempre), pero, en general, es verdad que se dominó a Alemania. No hubo grandes opciones, en realidad. Hasta los tiempos extra, cuando un jugador local, el Abuelo Cruz, del Monterrey, que había entrado de cambio, metió un gol que el árbitro consideró fuera de lugar. Hemos visto mil veces la repetición y nunca entendimos qué carajos marcó el silbante. Nunca he visto nada raro en la jugada. ¿A qué debemos atribuir esa cuchillada? ¿A la mala suerte que parece perseguirnos en las situaciones cruciales de nuestra historia, y con la que podemos explicar todo, desde las invasiones estadounidenses hasta la crisis del 94? El partido terminó con empate a cero. La angustia se prolongó. Los penales llegaron, con su cortejo de mareos, rezos y crujir de dientes. Y de inmediato comenzaron los problemas: de la lista de tiradores mexicanos hubo que borrar al acalambrado Hugo Sánchez (al que, a partir de ese día, muchos acusaron de fingirlo todo y ser un cobarde).
Breve historia del ya merito Varios autores Prólogo y edición de Rodrigo Márquez Tizano Sexto Piso • 224 páginas • 2018
Estaba yo en casa de unos vecinos de mi abuela, recuerdo, con los que solía jugar por la tardes. Tenían un televisor enorme en la sala. El patriarca familiar se tronaba los dedos. Nosotros hacíamos chistes bobos para entretener los nervios. El primer mexicano en cobrar fue el inmarcesible Negrete y anotó. Lo tiró perfecto, engañó al portero. Con personalidad. Y luego, sinceramente, nos temblaron las piernas. Vino Quirarte, el héroe. Lo cobró suave, al centro. El portero alemán alcanzó a tapar con un pie. Allí, en ese instante, se vino el derrumbe. La seguridad de que la selección mexicana no ganaría, ni ese día ni nunca más. Siguió un puma, Servín, que lo mandó a las manos del portero alemán. No hubo tiempo para más: ellos los anotaron todos. Nos jodieron. Nos jodimos. El padre de mis amigos casi se infarta. Nunca vi a nadie mentar tantas madres en tan poco tiempo. Se acordó del árbitro, de los alemanes, de Hugo. No mencionó a Quirarte pero todos sabíamos que se moría de ganas de hacerlo. Me fui a casa de mi abuela sin decir nada. Me escondí en el patio de atrás, con una pelota. Jugué a meter los goles que habíamos fallado y en el juego ganamos, desde luego. Qué más decir de México 86. Nos alcanzó el destino. Allí arrancó la famosa maldición de los penales, que nos perseguiría por años incontables. (A España, por si les interesa, la eliminó Bélgica también en penales en esa misma ronda, y justo veinticuatro horas después). El Mundial, al final, lo ganó Argentina, que no llegó como favorita pero que acabó convenciendo a todos, con un Maradona superlativo. Recuerdo con afecto México 86, pese a todo. Ahora han muerto muchos de los que me rodeaban entonces: mis abuelos, mi madre, mi tía, mi hermana. Pero aquel torneo me dejó una secuela, algo que no puedo evitar: cada vez que un mexicano va a cobrar un penal, mi mente me dice: «Va a fallarlo». Y me volteo para no verlo errar. • Este texto forma parte del libro Breve historia del ya merito, de próxima publicación por Editorial Sexto Piso.
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Por las noches Etgar Keret
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or las noches, mientras todo el mundo duerme, mi madre yace despierta en la cama con los ojos cerrados. Cuando era niña, ella quería ser científica. Anhelaba encontrar la cura contra el cáncer, el resfriado común o la tristeza humana. Siempre tuvo excelentes calificaciones y tenía un cuaderno impecable, y además de curar a la especie humana, quería viajar al espacio o mirar un volcán en erupción. No podríamos decir que algo salió mal en su vida. Se casó con el hombre que ama, trabaja en un campo que le interesa y acaba de dar a luz a un hermoso niño. Y sin embargo, no puede conciliar el sueño. Quizá sea porque el hombre que ama se levantó para ir al baño hace una hora y aún no ha vuelto. Por las noches, mientras todo el mundo duerme, mi padre camina descalzo hacia el balcón para fumar un cigarro y contabilizar sus deudas. Trabaja como un caballo. Intenta ahorrar. Pero de una u otra manera, todo cuesta un poco más de lo que él puede permitirse. El hombre sin cuello del café ya le prestó dinero y pronto tendrá que comenzar a pagárselo, pero no tiene idea de cómo podrá hacerlo. Cuando se termina el cigarro, tira la colilla por el balcón como si fuera un cohete y la observa estrellarse contra la banqueta. No es amable, ensuciar la calle, le dice a su hijo cada vez que éste tira la envoltura de un dulce al suelo. Pero ahora es tarde, está muy cansado, y lo único que ocupa su mente es el dinero. Por las noches, mientras todo el mundo duerme, el niño sueña sueños que lo agotan, acerca de un pedazo de periódico que se le pega a la suela del zapato y que simplemente no quiere desprenderse. Alguna vez mamá le dijo que los sueños son la manera en la que el cerebro encuentra la forma de decirse algo, pero el cerebro del niño no habla con mucha claridad. A pesar de que el molesto sueño ocu-
rre noche tras noche, maloliente a humo de cigarro y empapado con agua estancada, el niño no comprende lo que le está tratando de decir. Retoza y da vueltas sobre la cama, sabiendo muy en el fondo que, en algún momento, mamá o papá vendrán a taparlo. Hasta entonces, mantiene la esperanza de que en el momento en el que por fin pueda desprenderse de ese pedazo de periódico pegado en su zapato, si es que algún día lo consigue, un nuevo sueño vendrá a visitarlo. Por las noches, mientras todo el mundo duerme, el pez dorado sale de su pecera y se calza las pantuflas a cuadros de papá. Luego se sienta en la sala y comienza a mirar despistado la televisión. Sus programas favoritos son las caricaturas, los programas sobre la naturaleza y los de la cnn, pero sólo cuando cubren un atentado terrorista o un desastre espectacular. Lo mira todo sin emitir un solo ruido, para no despertar a nadie. Como a las 4, regresa a la pecera y deja las pantuflas húmedas en el centro de la sala. No le importa que mamá vaya a decirle algo al respecto a papá por la mañana. Es sólo un pez, y nada que no sea una televisión o una pecera le importa un comino. • Traducción del inglés de Diego Rabasa
Ilustración de Felix León
mayo del 68 C
incuenta años después, la revuelta de 1968 sigue causando polémica y, quizá, continúa incomprendida. No fue sólo una revuelta política. Fue también una revuelta vital, una revuelta de las costumbres y de las formas de vida, una revuelta que intentó la transformación radical de las relaciones humanas, del arte, y del pensamiento. Pero, ¿qué queda de todo eso? Las relaciones sociales hoy están regidas por el comercio de los objetos y de los cuerpos. El arte se ha convertido en una de las formas más radicales del espectáculo. Las costumbres sociales se han vuelto cada vez más rígidas y conservadoras. Y la política ahora es inexistente, ya sólo es una forma de administrar a los seres humanos y las riquezas de un territorio, además de una de las formas más acabadas del exterminio de la vida. ¿Cómo pasamos del deseo de reinventar el amor a la destrucción del erotismo y a la comercialización del placer? ¿Cómo pasamos de la oposición contra todo
tipo de autoritarismo a una sociedad cuya obsesión es su propia seguridad y, para ello, instaura gobiernos cada vez más autoritarios? Es el momento de hacer un balance. Y, para hacerlo, quizá sea útil volver a los textos escritos en aquel momento, cuando todavía la reflexión sobre lo que estaba ocurriendo parecía imposible. En este número publicamos los textos que Paul Ricœur, Alain Touraine, Raymond Aron y Edgar Morin escribieron entre mayo y junio de 1968 en la prensa francesa. Además, una entrevista con Jacques Rancière y Judith Revel, realizada cuarenta años después de aquellos eventos. Quizá estos textos nos ayudarán a medir la distancia entre aquel tiempo y el nuestro, y comprender en qué fallamos, en qué momento nos desviamos del impulso y el deseo de transformación, y cuál es la verdadera herencia de las revueltas de 1968. • Ernesto Kavi
El placer de la metamorfosis política Entrevista de Eric Aeschimann a Jacques Rancière y Judith Revel El texto, publicado en el periódico Libération el 24 de mayo de 2008, es una entrevista simultánea a Jacques Rancière y Judith Revel, realizada en el 40 aniversario de Mayo del 68. En ese momento el gobierno de la República Francesa estaba encabezado por Nicolas Sarkozy, y venía precedido por las violentas protestas contra el Contrat de permier embauche (cpe) [Contrato de primera contratación laboral] que tumbaron al gobierno del primer ministro Jean-Pierre Raffarin. La celebración del cuarenta aniversario de Mayo del 68 —libros, programas, coloquios— llega a su fin. ¿Qué opinión les merece el diluvio de análisis al que hemos asistido?
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Jacques Rancière: Las celebraciones retornan cada diez años y esta vez el aniversario ha tomado un perfil particular por la voluntad de Sarkozy de «liquidar» la herencia de Mayo del 68. Él pudo expresarse de esa manera, en cuanto que la liquidación ya se había producido desde la izquierda, es decir, que había concluido. Se trata del entierro. Sin embargo, se ha visto cómo reaparecían testimonios que volvían a poner en escena lo real del acontecimiento. En el momento en el que resultaba evidente para casi todo el mundo que el 68 había sido el desahogo de unos jóvenes con pelo largo y guitarra que luchaban por la liberación de las costumbres, han resurgido las dimensiones política, obrera e internacional del acontecimiento y del tiempo que éste abrió. Todo aquello que un trabajo de cuarenta años había borrado, ha vuelto a emerger a la superficie. Judith Revel: Yo tengo una relación personal con el 68, soy casi contemporánea del acontecimiento; y estos cuarenta años del 68 son, por así decir, también los míos. Ahora bien, hay una cosa que chirría: jamás se ha estado tan cerca de hacer del 68 un objeto de reflexión historiográfico y, al mismo tiempo, jamás nos hemos visto tan sumergidos en relatos privados que pretenden, precisamente porque son privados, «decir la verdad sobre el 68». Este arrollador retorno del testimonio es apasionante y difícil: apasionante porque yo misma debo construir un objeto del que no he tenido experiencia directa y del que, sin embargo, soy hija; difícil porque a menudo se escucha: «No puedes entenderlo, tú no estabas allí», o porque se nos reprocha el habernos beneficiado de las conquistas del 68 sin haber participado en las luchas, en suma, una generación de hedonistas mimados y egoístas.
Cuarenta años más tarde, el 68 sigue asociado a la noción de utopía y también, paradójicamente, al fin de las utopías.
J. Rancière: El concepto de utopía nunca me pareció apropiado para pensar cualquier acontecimiento. Quienes dicen que el 68 era utópico quieren decir dos cosas: por un lado, que es un fracaso, puesto que, por definición, lo que no triunfa es utópico; pero también que era «chido», «abierto», que había en él «sueños y generosidad». Pero históricamente la utopía ha sido otra cosa: la elaboración de una sociedad ideal planteada, frente a la acción política, como el auténtico remedio a los males sociales. Sin embargo, el 68 mostró que lo importante, en un movimiento, no es el objetivo fijado, sino la creación de una dinámica subjetiva, que abra un espacio y un tiempo en los que se transforme la configuración de los posibles. O dicho de otro modo: son las acciones las que crean los sueños y no a la inversa. J. Revel: El problema no está en saber si una utopía puede triunfar o si, por definición, está condenada al fracaso. El 68 no era una utopía porque se trataba de una experimentación, de la construcción de una diferencia o de una discontinuidad que se deseaban inmediatamente presentes. Profundizar en el presente de otra manera, intentar inaugurar otras formas de existencia… no en otro lugar, o en un mundo mejor, sino aquí y ahora: una apertura de esperanza, retorcer de forma violenta el mundo existente. Hoy hemos olvidado ese deseo de discontinuidad, que es también una aspiración a la felicidad. Pero el abandono de la búsqueda de la felicidad como proyecto político es —me parece— el precio que se ha de pagar por un cierto «pragmatismo», que pretende borrar precisamente lo que el 68 nos enseñó: la posibilidad de una potente experimentación en medio del presente. Pensar a la vez la discontinuidad y el presente, la discontinuidad en el presente. Se mantiene la idea de que el 68 estremeció nuestro horizonte político, sin que se llegue a decir exactamente en qué.
J. Rancière: Comencemos por lo más trivial. Las consignas del 68 fueron fabricadas por tres organizaciones: el Movimiento del 22 de Marzo, el sindicato estudiantil unef y el Sindicato de Docentes de
la Educación Superior (snesup); a saber, un colectivo nacido de un acontecimiento y dos sindicatos que tenían muy pocos afiliados. Ninguna organización clásica puso en marcha el movimiento, y la cgt tuvo que seguir a las tropas que obedecían a la llamada del momento creado de esa manera. Es un desplazamiento del militantismo: el grupo organizado que lanza sus tropas a la batalla cede el lugar a organizaciones que funcionan como la cristalización del movimiento y cuya fuerza reside en la capacidad de iniciativa. Dominaron tres formas de acción: la manifestación, la ocupación y el entretejido de relaciones entre grupos sociales diferentes (sobre todo, entre estudiantes y obreros). Esas prácticas, y en particular la ocupación, estaban vinculadas a momentos y lugares. La ocupación de la Sorbona generalizó una práctica obrera histórica, que retomaba una función ofensiva, sobre todo en la huelga de Sud-Aviation en Nantes, una gran referencia de principios de mayo. Esta forma de construir la acción a partir de un lugar, de un momento y de la capacidad de extensión de lo que pasa desdibuja las divisiones clásicas: lo político contra lo social, la vanguardia contra el movimiento de masas, etc. La «huelga general» se vio desbordada como instrumento de la lucha obrera para convertirse en la forma general de un movimiento político que suspendía, por todas partes, el juego normal de las relaciones y de las instituciones. ¿Implica el 68 el final de los «partidos» clásicos?
J. Rancière: No hubo crisis en los partidos parlamentarios clásicos. Sin embargo, para el Partido Comunista (pc) supone el fin del equívoco del partido obrero que participa en el juego parlamentario y que encima pretende ser la vanguardia de una revolución que debe suprimir ese mismo juego. En ese modelo, la actividad política estaba distribuida en dos polos: de un lado, las instituciones; del otro, el cumplimiento de un movimiento histórico cuya conciencia es el partido político. El 68 marca el fin de este equívoco. El pc eligió defender en primer lugar su puesto en la sociedad existente, y de esta manera terminó también por perderlo. El 68 puso en primer plano una idea de la política totalmente distinta: la creación de espacios que no se identifiquen ni con la gestión de las instituciones existentes ni con la formación de la vanguardia de la revolución que vendrá. Es un conjunto de prácticas que rediseñan el espacio común rechazando la oposición entre las exigencias del orden presente y la preparación del porvenir. A menudo se cita el desplazamiento del militantismo, a partir del 68, hacia lugares y problemas nuevos: sanidad, escuela, sexualidad, justicia. En realidad, en la lógica del Partido, esos lugares eran un asunto de «movimientos de masas» auxiliares; fue la supresión de esa jerarquía de los frentes de lucha y de las formas de acción lo que, en última instancia, los convirtió en políticos.
J. Revel: Cuando se designan los acontecimientos al hablar de «Mayo del 68» se interrumpe la historia en los acuerdos de Grenelle.1 Este calendario se corresponde con el punto de vista de los sindicatos y de los partidos, pero no con el de un movimiento que continuó mucho más allá y que incluía partes completas del mundo obrero y de la universidad. No obstante, me parece que es precisamente esto —la dimensión del movimiento— lo que se trata de pensar a partir del 68: porque representa tanto el fin del «corto siglo xx» del que habla Hobsbawm, como el comienzo de algo totalmente diferente, algo en lo que todavía nos encontramos cuarenta años más tarde y que puede expresarse mediante tres tipos de preguntas. En primer lugar: ¿qué es un movimiento?, ¿qué es una política de movimientos? ¿Un partido o un sindicato detentan el monopolio de la organización de las fuerzas políticas o, al contrario, pueden existir otras formas de acción colectiva? Y, finalmente, ¿se puede pensar una organización al margen de los partidos y los sindicatos que han estructurado los códigos y la «gramática política»? En segundo lugar, ¿cuáles son esos «sujetos colectivos» para los que se plantea el problema de la organización en el seno del movimiento? Los instrumentos de la sociología, a través del análisis de los actores sociales, o las categorías que utilizaba cierto marxismo ortodoxo en el 68, no lograron nombrar, en aquel momento, esa nueva subjetividad que justamente se ponía en movimiento.
Y, por último, el tercer tipo de preguntas: el que se refiere a su relación con la historia. ¿Puede uno al mismo tiempo reconocerse como producto de cierto número de determinismos históricos (económicos, sociales, políticos, epistemológicos) y saber que, a pesar de todo, somos capaces de producir por nosotros mismos algo inédito? ¿Puede haber al mismo tiempo determinismo y libertad?
Es todo esto lo que inaugura el 68 y lo que aún nos fascina. Y es también —me parece— lo que nos muestran los conflictos sociales actuales: se percibe en ellos que sus identidades están en perpetua deconstrucción y reconstrucción en función de unas relaciones de fuerza dada. Las subjetividades colectivas no paran de reinventarse en el seno de las luchas e inauguran, desde el interior de las redes de un poder contra el cual se levantan, otros usos de la palabra, otras formas de organización y de acción. Hay que pensar, por ejemplo, en los precarios, en la manera en la que se entrecruzan sus recorridos con los de los migrantes, los estudiantes, los jóvenes de los suburbios, las mujeres… Sin embargo, la revolución prometida no tuvo lugar. ¿No es eso un fracaso?
J. Revel: Se cree que la victoria es tomar el poder; y cuando esa toma del poder no se produce, se dice que es un fracaso. No creo que, para el 68, la cosa se plantease en esos términos. El 68 tuvo efectos de realidad extremadamente importantes —política, social y cultu-
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Ilustración de Álvaro Cicero
ralmente—. Por lo demás, las críticas que se le dirigen hoy están a la altura de esos efectos y vuelven para borrar lo que el 68 inauguró. Acabamos de pasar revista a varios: una dimensión colectiva nueva, un campo de experimentaciones, la disolución de cierto número de oposiciones —por ejemplo, entre el mundo del saber y el mundo del trabajo material, entre el movimiento y la organización, entre las diferencias y lo común, entre la historia y la libertad—. Vivimos en un universo en el que la gramática política fue enteramente rearticulada por el 68, y eso es lo que se trata de negar al decir que el 68 instauró el individualismo, el sentido desmesurado del placer y el egoísmo. Esta caricatura es una manera de no pensar la novedad del 68. Algunos hacen justamente de Sarkozy un producto del espíritu del 68.
J. Rancière: Podríamos resumir el 68 en un solo objetivo: hacer que los Sarkozys fuesen imposibles. Los jóvenes desfilaban por las calles con eslóganes del tipo: «No queremos ser los explotadores de mañana, no queremos ser los servidores de la explotación». De hecho, como encarnación del 68, Sarkozy es un personaje del siglo xix, un joven que desea «subir», como el Rastignac de Balzac o el Frédéric Moreau de La educación sentimental. Representa la coincidencia de ese deseo pueril del poder por el poder con la lógica global de lo que yo llamo policía: la gestión de los asuntos comunes como conjunto de problemas que han de ponerse al cuidado de personas competentes, por oposición a la política como ejercicio de la capacidad común a todos. El espíritu del 68 dice que hace falta ser un cretino para querer convertirse en Presidente de la República. Es la política como invención colectiva y no como toma del poder. Es un período en el que casi se había olvidado que había ministros y diputados. J. Revel: Me resulta totalmente indiferente lo que Sarkozy piense del 68. Para mí, el 68 interroga sobre todo a la izquierda de hoy. Mostró una configuración política inédita: la constitución de campos de experiencia, una relación crítica con las instituciones existentes, una forma de interrogar sobre lo que podrían ser instituciones de una naturaleza diferente. Y, sobre todo, una relación con el poder distinta, que no pretende alcanzar el poder, ni siquiera constituirse como contrapoder… Cuarenta años después, la izquierda sigue prisionera de una «forma partido» cuya única perspectiva parece ser la toma del poder, interno o externo. El olvido del 68 supone un fracaso de la izquierda. Por eso haría falta, no reproducir el 68 —no se reproduce un acontecimiento con cuarenta años de desfase, no tendría ningún sentido—, sino plantearse de nuevo las preguntas que el 68 dejó abiertas: ¿cuáles son los espacios de lucha que se deben tomar?, ¿qué tipo de nuevas subjetividades políticas se deben poner en juego?, ¿qué prácticas políticas y qué modos de vida inventar? La mayoría de los movimientos actuales se mueven en este terreno. La izquierda, por desgracia, hace oídos sordos.
J. Rancière: Sí, ha sido la izquierda la que ha liquidado el 68. En 1981, apenas elegido, François Mitterrand declaró que con su victoria la mayoría política acababa por fin de coincidir con la mayoría sociológica del país. Ratificaba así una definición sociológica de la política como coincidencia entre las instituciones del Estado y la composición de la sociedad. No obstante, el 68 fue un momento político importante, creó una escena política distante tanto de las instituciones del Estado como de la composición de los bloques sociales. La política es aquello que interrumpe el juego de las identidades sociológicas. En el siglo xix, los obreros revolucionarios cuyos textos he estudiado decían: «Nosotros no somos una clase». Los burgueses los designaban como una clase peligrosa. Pero, para ellos, la lucha de clases era la lucha para dejar de ser una clase, la lucha para salir de la clase y del puesto que les había sido asignado por el orden existente, una lucha para afirmarse como los portadores de un proyecto universalmente compartible. El 68 reactivó esta separación entre la lógica de la emancipación y las lógicas clasistas. J. Revel: El 68 hizo implosionar la noción de clase, pero también la de identidad. Lo que dominaba era el placer del cambio, la metamorfosis, el rechazo a declarar quién era uno. Salíamos de la «moral del estado civil», por retomar una bella expresión de Michel Foucault. La paradoja es que, en el reflujo que le siguió, hemos visto multiplicarse las adhesiones identitarias, comunitaristas. Porque se ha creído que era un buen medio para resistir; porque, desde el punto de vista del poder, así se facilitaba paradójicamente la gestión de los individuos. La referencia identitaria o comunitaria, cuando se cierra sobre sí misma, es una forma de hablar la lengua del poder, de autodesignarse con las categorías mismas del poder, con su propio lenguaje. Hoy, el único espacio político de protesta que se reconoce es el uso comunitario
o identitario de la palabra y, desde luego, no es cosa del azar. Es una manera de reintroducir el cierre y la unidad allí donde la potencia política es, por el contrario, la de las diferencias. Durante la crisis de las periferias de hace dos años2 asistimos a una tentativa desesperada de definir quiénes eran los agitadores, el «sujeto» de la revuelta. Se intentaron constituir categorías. Se habló de «negros contra blancos», o de «inmigrantes contra franceses». Se evocó a los que no tienen nada que hacer, a los políticamente afásicos, a los socialmente estériles; se habló de entropización social, se les opuso a los estudiantes que se manifestaban contra el cpe, a los parados, a los precarios. Mucho más que los coches quemados, fue esa dificultad de dar cuenta de este nuevo sujeto colectivo la causa del pánico que se apoderó de los dirigentes políticos. Porque los agitadores no decían quiénes eran, sino cómo vivían; porque rechazaban una vida reducida al estado de supervivencia y porque lo que tenían en común no era un color de piel o un origen, sino un territorio, condiciones de existencia, un sufrimiento y, sobre todo, aspiraciones comunes. La idea del derecho a la felicidad estaba omnipresente en la revuelta. Esa felicidad no era una utopía, sino una exigencia. Liquidar el 68 también implica esto: no escuchar a las gentes que reivindican el derecho político a la felicidad. ¿Puede decirse que el 68 enterró la idea misma de revolución?
J. Rancière: El 68, y no solamente en Francia, puso de nuevo en escena la idea de revolución como proceso autónomo, creando un espacio-tiempo propio al trastocar la distribución de las posiciones y del paisaje común. Encontramos aquí lo que tuvo lugar en las revoluciones del siglo xix, en 1830, en 1848 y en 1871. A saber, una inestabilidad global de la legitimidad estatal y del conjunto de las autoridades sociales e intelectuales. Esta lógica no es la lógica de la revolución para tomar el poder. Los que se echaron a la calle en 1830 querían en primer lugar oponer su poder de palabra y de manifestación al poder soberano de prohibir. Al hacerlo, crearon un espacio imprevisto en el que el poder se encuentra desnudo, despojado de los privilegios que le garantizaba su cuerpo. Esto lo convierte en un «poder que se toma», pero no es en esto en lo que consiste la potencia de la revolución. Este efecto de desnudamiento de los espacios y las legitimidades fue central en el 68 y habría podido muy bien crear un «poder que se toma» semejante. Pero, mientras tanto, se produjo una generalización de la idea marxista de la revolución como proceso de toma del poder conducido por un partido que resume la inteligencia del movimiento histórico. El 68 dio inicio a una revolución del primer tipo, mientras se pensaba en los términos del segundo. Pensó el cambio radical en términos marxistas, mientras expulsaba a la vanguardia que se suponía que tenía que llevar la revolución a su término histórico. Si esta forma clausuró la era de las revoluciones o no, nadie puede saberlo. Seis años más tarde, volvió a salir a la superficie en Portugal. El 68 fue una moviliza-
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ción obrera masiva, masivamente pensada conforme a las categorías marxistas que, sin embargo, destrozó el modelo marxista de «la» revolución necesaria. Nada resultaba menos necesario que el 68. 1967 flotaba en un clima de fin de la historia y de reformismo triunfante.
Si un «nuevo 68» puede tener algún sentido, es el de un movimiento que altere esa distribución de los espacios que pone por un lado a la política como un mero asunto de ministros, y por otro, lo social o la escuela como lugares de negociación sindical, etc. Un eslogan del 68 ha quedado en la memoria: «No es más que un comienzo, continuemos el combate». Y en cada crisis social la cuestión se plantea de nuevo: ¿y si Mayo del 68 recomenzase? ¿La pregunta es puramente retórica?
J. Revel: «Esto va a recomenzar» no tiene ningún sentido. La historia no recomienza. Por el contrario, «no es más que un comienzo…» quiere decir algo. Si hay un combate que continuar, se puede formular así: ¿cómo hacer valer hoy una liberación de la injusticia, de la explotación, de la desigualdad y del sufrimiento social que sea simultáneamente una afirmación de libertad, una experimentación, una discontinuidad? Esta pregunta, si uno se la plantea, abre una esperanza formidable. J. Rancière: Rara vez oigo decir: «Esto va a recomenzar». Sobre todo oigo lo contrario: «se acabó» o, incluso, «jamás existió», fue la ilusión de un momento. Entonces, la cuestión que se plantea es la de saber si el acontecimiento existió y en qué medida podemos asignarle una significación que adquiera un sentido en la perspectiva de construir un porvenir y de definir una comunidad; se trata de saber, al fin y al cabo, si existe un universo de posibles creado por el 68 o no. 2008 no es 1968. «No queremos ser los jefes de la sociedad», decían los estudiantes de entonces; se imaginaban a sí mismos de acuerdo con el sentido revolucionario de la historia. Hoy, el orden dominante ha retomado el tema de la necesidad histórica para hacerla desembocar en el libre mercado. Y los estudiantes, en las manifestaciones contra el cpe, decían más bien: «No queremos ser los proletarios de la sociedad». Pero lo que dota de sentido a la política es, en todos los casos, el rechazo de la necesidad: esto es lo que crea porvenires imprevistos. Es lo que el movimiento del 68 mostró, como las revoluciones del pasado. Traducción de Hero Suárez
1 Ndt.: Se refiere a las negociaciones del gobierno de George Pompidou con los huelguistas de Mayo del 68. 2 Ndt.: Se refiere a los disturbios que tuvieron lugar en los suburbios parisinos en 2005 y que se extendieron por toda Francia y por un gran número de países de Europa, tras la muerte de dos adolescentes perseguidos por la policía.
Una nueva lucha de clases Alain Touraine 18
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as luchas sociales, el conflicto de intereses, no aparecen sólo en las fábricas, sino que surgen en todos los lugares en los que la sociedad intenta transformarse. La vida urbana, la utilización de necesidades, así como de los recursos, la educación, y tantos otros dominios que no eran considerados hasta hace bien poco como actividades «productivas» y en las que ahora se manifiesta y se organiza una nueva lucha de clases. La selección de las elites se opone a la educación permanente; los transportes privados entran en conflicto con la voluntad de participación en la vida urbana; la manipulación de las necesidades daña la satisfacción de los deseos; la obsesión por el nivel de vida ahoga a la personalidad. La gran consigna que dirigen a las sociedades los tecnócratas es: adáptese. El movimiento de mayo respondió: exprésate. El movimiento de mayo choca contra una utopía dominante, la de los amos de la sociedad, que proclaman que los problemas sociales consistían únicamente en modernizar, adaptar, integrar. El centro de la lucha se sitúa en el control del poder de decidir, de influenciar, de manipular y no solamente de apropiarse de los beneficios. Esa es la naturaleza del conflicto que se ha revelado en mayo. En el parteaguas entre dos sociedades, más que instalado en una sociedad tecnocrática plenamente formada y liberada de las herencias del pasado, el movimiento de mayo no luchó cara a cara contra su adversario. Se enfrentó a una utopía dominante, la de los amos de la sociedad, que proclaman que los problemas sociales consisten sólo en modernizar, adaptar, integrar. Ha creado paralelamente una fuerza de combate como clase dominante, una contrautopía libertaria y antiautoritaria, comunitaria y espontánea. Esta utopía fue creadora, como el socialismo de 1848 o los nacionalismos del tercer mundo. Aunque debería también desbordar la acción del movimiento social. Puesto que si hubo movimiento revolucionario, no hubo una salida revolucionaria. • Traducción de Hero Suárez
Un éxtasis de la historia Edgar Morin
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o cabe ninguna duda, la comuna estudiantil es casi una revolución por haber hecho en una sola todas las revoluciones soñadas y por desafiar el orden establecido. Es rica, loca, genial como una revolución. Como revolución es también una explosión utópica y anacrónica, pero bien enraizada en un tiempo y un lugar. Como revolución, es un éxtasis de la historia. Como revolución, hace que se comuniquen los individuos y los grupos que ella transporta sobre la fraternidad y generosidad. Como una revolución, transporta a los individuos, a veces, sí, a lo más bajo de ellos mismos, aunque en la mayoría de los casos lo hace hacia lo mejor. Imagino que esos chicos sólo esperan una cosa a lo largo de un viernes: la liberación de sus camaradas desconocidos, estudiantes y no estudiantes, franceses y extranjeros; esos que opositan a profesor, que abandonan el examen preparado con tantos esfuerzos, esos militantes consagrados a la causa obrera. Claro, esta cuasi-revolución o perirevolución no tiene todas las cualidades de un revolución. Incluso para los anarquistas, el sentido libertario no viene acompañado de ese sentido liberal que da la experiencia de la verdadera dictadura, ni de esa lucidez para distinguir las palabras de las cosas que da la experiencia del comunismo institucional, ni de esa crítica verdaderamente radical que se atreve a criticar el marxismo, y que es la marca del despertar intelectual de los países del Este de Europa. No se sabe si el asunto se volverá un idilio o una tragedia, es decir, si al final esta comuna será susurrada o sangrienta. Aún así, la comuna estudiantil habrá aportado algo nuevo que no habría aportado la evolución. Ese algo nuevo no ha tomado forma, aunque surge del encuentro de un movimiento de las profundidades de la juventud y de la catálisis de unas sectas revolucionarias marginales. Las ideologías de unos, los prejuicios de los otros, esconden la cara de la esfinge que aparece entre las brumas. Marx decía que la Revolución Francesa era clásica, es decir, presentaba de manera clara y distinta ciertos rasgos específicos en los que se reconocerán posteriormente todas las revoluciones burguesas. La comuna estudiantil de París será, a lo mejor, un modelo clásico para las futuras mutaciones de Occidente. La Bastilla universitaria, al ser destruida, ha unido, en un instante provisional e intenso, como fueron unidos los tres estamentos en 1789, todos los estamentos de la juventud. Al transformar la Sorbona en feria-fórum-laboratorio de ideas, ha esbozado la imagen de una sociedad-universidad abierta, en la que la educación debe ser ofrecida para todos, en donde debe reinar la imaginación, no la triste burocracia, de donde debe ser extirpada no sólo la explotación económica, sino la raíz jerárquica de la dominación. Al repercutir la revuelta estudiantil en todos los horizontes de la sociedad, prefiguró el papel central y vivo que la universidad va a jugar en la sociedad. Pronto más de la mitad de la población entrará en la universidad y eso planteará en primer lugar, y de forma decisiva, el problema de la superación de la humanidad burguesa. • Traducción de Hero Suárez
Una REFORMA Y revolución REVOLUCIÓN anacrónica EN LA y futurista UNIVERSIDAD Raymond Aron Paul Ricœur
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os signos son ahora elocuentes: Occidente ha entrado en una revolución cultural que es su propia revolución, la revolución de las sociedades industriales avanzadas, aun si tiene préstamos o ecos de la revolución china. Es una revolución cultural porque cuestiona la visión del mundo, la concepción de la vida, subyacentes en la economía, en la política y en el conjunto de las relaciones humanas. Esta revolución ataca al capitalismo, no sólo porque éste no ha logrado cumplir la justicia social, sino porque ha logrado seducir muy bien a los hombres con su proyecto inhumano de un bienestar cuantitativo. Ataca a la burocracia, no sólo porque ésta es pesada e ineficaz, sino porque pone a los hombres en posición de esclavos frente al conjunto de los poderes, de las estructuras y de las relaciones jerárquicas que se han vuelto extranjeras para ellos. Ataca el nihilismo de una sociedad que, como un tejido cancerígeno, sólo tiene como fin su propio crecimiento. Frente a una sociedad sin sentido, trata de priorizar la creación de bienes, de ideas y de valores, por sobre su consumo. La empresa es gigantesca; tomará años, decenios, un siglo… Este es el discurso que debe sostener cualquiera que aborde hoy la reforma de una institución tan particular como es la universidad. Toda tentativa para refundar la institución está sometida a una suerte de tensión entre, por una parte, un proyecto reformista regulado por lo posible y lo razonable y, por otra parte, un proyecto revolucionario total e inagotable. En esta situación poco confortable, deben evitarse dos errores simétricos que tienen en común la misma convicción, errónea y mortal, según la cual se tendría que escoger entre la reforma y la revolución. Los reformistas estarán tentados en edificar estructuras tan rígidas como las precedentes, destinadas a captar la energía de los revolucionarios y a romperla ahí donde resiste. Los revolucionarios puros querrán recusar toda institución, donde verán una trampa y un intento de “recuperación”, y tratarán de impedir su funcionamiento regular. A unos y a otros debemos decirles esto: hemos entrado en un tiempo en el que hay que hacer reformas, pero en el que debemos seguir siendo revolucionarios. • Traducción de Ernesto Kavi
o que probablemente resulte más original en la revolución de mayo es la parte que en ella ha tomado cierta burguesía. En la universidad, los elementos más activos eran revolucionarios venidos del distrito xvi,1 o asistentes, o profesores asistentes, pequeña burguesía; en las empresas industriales a menudo son los directivos los que se sienten en una posición que no les corresponde, rodeados de obreros que reivindican un aumento de los salarios y una dirección que no los asocia a la gestión. Ahí percibo una reivindicación cargada de significación auténtica, que nada tiene que ver con la comuna estudiantil y que constituye, me atrevería a decir, el contenido moderno de la revuelta aparentemente libertaria. Participación y asociación son palabras que no significan nada, sin embargo, la descentralización del poder de decisión, la circulación de la información, el sentimiento de responsabilidad dado al mayor número que sea posible de aquellos que colaboran en la empresa, forman parte de la modernización humana de la economía. A lo largo del mes de mayo, los acontecimientos han favorecido la confusión entre el anarcosindicalismo o la autogestión, utopía del siglo xix, y la flexibilización de las organizaciones, exigencia conjunta de la racionalidad y de la humanización de la sociedad industrial. Esta revolución ha sido al mismo tiempo anacrónica y futurista: anacrónica en el sueño de la Comuna de París, de «la fábrica para los trabajadores», o del poder estudiantil; futurista, a pesar del lenguaje utópico, en la medida en que se dirige contra la esclerosis de las estructuras organizacionales, contra el autoritarismo, que no se pretende fundado sobre el saber o la competencia, sino sobre el derecho incondicional e injustificado. No sé si me estoy expresando claramente: los acontecimientos de mayo, como todos los movimientos históricos, acarrean la unificación de lo peor con lo mejor, la utopía y su realización ilusoria con reivindicaciones válidas, expresadas en una lengua confusa. De ahí la contradicción de los juicios afirmados por hombres que tienen la misma honestidad. • Traducción de Hero Suárez
1 Ndt.: Distrito parisino conocido por albergar a las poblaciones más adineradas de la capital francesa.
Glissandos en el laboratorio global Por Carmen Pardo
Una voz corre El rumor habita El proceso de Kafka desde su inicio. «Alguien debía de haber calumniado a Joseph K.», leemos, «porque, sin haber hecho nada malo, fue detenido una mañana». Una vez terminada la obra no sabremos quién es ese alguien, solo que su voz corrió multiplicándose con otros alguien que podrían ser cualquiera. Como K., el lector construye sus referencias a partir de las informaciones contradictorias que va recibiendo. El rumor se mete en los oídos de K. adoptando la forma de un ruido que impregna todo y le impide entender a los que hablan. El rumor se introduce en los oídos del lector como un ruido vago y sordo que tiñe su voz mientras lee. El rumor le crea una sordera funcional a K., negándole la comprensión de la palabra articulada, pero acaso también a todos aquellos que lo propagan, que hacen correr la voz. El rumor es una voz sin nombre que corre entre aquellos que, por el hecho de ser difíciles de contar dada su heterogeneidad y cantidad, dejan de contar y son nombrados como masa, muchedumbre. A.; M.; J.; S.; podrían ser otras tantas víc-
timas, así como también otros alguien que echan a correr un ruido que, independientemente de su fundamento, puede tener consecuencias nefastas. Una voz anónima y sin cuerpo permite circular un rumor que, en su desplazamiento, se vuelve confuso, vago. ¿O acaso era así desde su inicio? Es difícil seguir sus huellas, tal vez imposible. La confusión que contiene el rumor es la artífice de la fusión de esas voces que lo llevarán en volandas; voces a su vez sin nombre y sin un cuerpo capaz de ofrecerle sostén. ¿De qué está hecha esa voz que corre? El compositor Philipphe Manoury ofrece una respuesta que da mucho qué pensar. En marzo de 2001, el músico francés presentó en La Bastilla su ópera K., basada en El proceso de Kafka. La partitura está compuesta para una orquesta de ochenta músicos, catorce cantantes, un coro de niños, y una parte electrónica realizada en el ircam de París y que provee de doscientos acontecimientos electrónicos en tiempo real. La ópera se inicia con un prólogo añadido en el que K. tiene una pesadilla y ve su propio asesinato. Esta pesadilla se expresa, sonoramente, a través de los ruidos de una muchedumbre; un rumor que susurra y circula por toda la
Odunacam • Por Liniers
sala gracias a los efectos de la espacialización. Este rumor introduce esa calumnia que se encuentra en el origen de la detención de K., pero esta calumnia toma desde el comienzo de la ópera la forma de la colectividad. El procedimiento que usa el compositor para hacer sentir esta colectividad es interesante. Antes de que se alce el telón, se escucha ese rumor que va incrementando su volumen al tiempo que se siente corriendo por la sala formando círculos. El ruido del público que toma asiento y charla animadamente antes de levantarse el telón, se mezcla con los ruidos de la obra. El rumor del público se suma al rumor de la calumnia que abre el proceso. El coro con el que se inicia la obra tiene además, la particularidad de ser un coro virtual generado a partir de doscientas muestras de los miembros físicos de un coro que canta fragmentos de la obra de Kafka. El coro virtual de la ópera de Manoury lleva a pensar en esos otros coros cotidianos que en la política, en el mundo de las finanzas, o en las redes sociales contribuyen a dejar circular el rumor: voces que corren sin nombre y sin cuerpo. •
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Nuevas reglas
para el beisbol Hunter S. Thompson comandada por control remoto a los bateadores, y después la máquina volverá a desaparecer para despejar el infield a los corredores. Si, por ejemplo, algún bateador conecta un home run con las bases llenas, su equipo anotará un total de 16 bases (o 16 puntos). Pero si en una entrada corren 3 bases para arriba y tres para abajo, ese equipo anotará un total de cero puntos. Piensen en marcadores como 22-5, tal vez, o 98-55. Sí, señor, tenola, amigos. Mi nombre es Thompson y no tengo mucho dremos marcadores muy abultados y acción vertiginosa durante tres tiempo para esta presentación a toda velocidad, así que cohoras completas. mencemos y veamos hasta dónde podemos llegar… Mi labor es idear Los héroes del juego serán los catchers, no los pitchers. El catcher un conjunto nuevo de reglas y conceptos para acortar el tiempo que dominará el juego y será el jugador mejor pagado… Ante la ausencia toma jugar un partido de beisbol de grandes ligas, o de cualquier de pitcher y sin montículo que rompa el ritmo del juego, los corredootro tipo. res que estén en las bases arrancarán en cuanto escuchen el crujir del Se trata de una enorme responsabilidad y soy muy consciente de bat, y será la tarea del catcher bloquearlos o sorprenderlos en alguna la angustia y ácidos pleitos que se producen cuando alguien trata de base con un disparo, cuando le sea posible. Para ello necesitarán ser modificar el pasatiempo nacional de Estados Unidos… Pero es una ágiles de pies y será imperativo que tengan un cuestión necesaria, y si no lo hago yo, alguien brazo como una bazuka… Ya no tendremos más lo hará. Así que aquí va mi plan. Así es… Por lo tanto que soportar toda esa mierda del bullpen y los eliminaremos al pitcher managers que se rascan la cabeza frente a las Eliminar al pitcher: Esto ahorrará al menos una hora de la duración de los partidos, que y nadie habrá de extra- cámaras de televisión durante horas, ya no veremos los rutinarios lanzamientos del pitcher ahora promedian 3 horas con cuarenta y dos a primera base, ya no veremos las señales con minutos. Hubo un juego de la serie mundial ñarlo. Como colectivo, las manos y los agonizantes close-ups que muesque duró 5 horas con veinte minutos, lo cual los pitchers son unos tran cómo una pelota que se va de foul golpea resulta inaceptable para todo el mundo, excepel techo del estadio. to para los pitchers. Así es… Por lo tanto elimi- cerdos mimados que naremos al pitcher y nadie habrá de extrañarlo. ganan demasiado Como colectivo, los pitchers son unos cerdos mimados que ganan demasiado dinero y no dinero y no afectan al afectan al juego más que para hacerlo intermi- juego más que para nable y eliminar toda la acción.
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hacerlo interminable y la acción.
Limitar los juegos a un máximo de tres horas: eliminar toda Como el futbol americano, el basquetbol y el hockey, el juego de beisbol terminará luego de un tiempo fijo. El marcador, en ese momento, será el definitivo, basado en la acumulación de bases totales obtenidas en 3 horas. Todos los jugadores pueden correr a la base que quieran (pero no hacia atrás): Podrán ir de primera a tercera, de segunda a home, etc. Y como no habrá pitcher en el juego, este correr frenético por todo el infield será posible y tentador. Por cierto, todo el pitcheo será realizado por una máquina de pitchear bien aceitada que emergerá en el montículo para lanzar una pitcheada
No, la base por bolas quedará eliminada. Cada bateador tendrá cinco «pitcheadas» del robot —sólo cinco— y si no logra conectar alguna, estará eliminado… Y el catcher podrá controlar la caída de una curva o la velocidad a la que desee que lance la máquina. Y la máquina lo obedecerá. Esas malditas máquinas de pitcheo pueden tirar un slider perfecto a 98 millas por hora cinco veces seguidas, sin problemas. Pueden tirar impredecibles bolas de nudillos y curvas de media luna, todo dependiendo de lo que quiera pedir el catcher en su unidad de control remoto. Incluso puede pedir que un bateador sea golpeado en las costillas por una recta de 102 millas por hora, aunque eso le costará a su equipo dos bases, en lugar de una. Con ello se evitará que pretendan golpear a un pobre cubano en las costillas cuando se intenta proteger una ventaja de 31-30. Muy bien, amigos, es todo por ahora. Ya se me hizo tarde y este texto comienza a alargarse, pero mi idea es bastante sólida, creo, y el beisbol la necesita desesperadamente. Todo el mundo está de acuerdo en que los juegos de beisbol necesitan acortarse, pero en realidad nadie hace nada al respecto… Y los juegos se prolongan cada vez más. El viejo argumento de que el público representa «carne en las gradas» ya no funciona después de
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la media noche, cuando las butacas están mayormente vacías y las cadenas de televisión se enfurecen cuando deben devolver dinero a los anunciantes conforme los ratings bajan cada vez más. La lucha libre y el golf están atrayendo mayores audiencias que el beisbol… No he ido a un juego de beisbol en veinte años, y espero nunca tener que acudir a otro. Ni siquiera mis Nuevas Reglas harían que volviera a un parque de pelota, pero soy un Doctor de gran Sabiduría, un hombre profesional, y algunos de mis amigos que están en el negocio me han pedido que me ocupe de este problema, cuestión que he realizado aquí, y esta es mi solución, para bien o para mal. La próxima primavera espn pondrá mis teorías a prueba patrocinando una serie de juegos de beisbol basados en las «Nuevas Reglas», a celebrarse en Nueva York, Chicago, Omaha, y Seattle, entre otros sitios… Los boletos se pondrán a la venta y se contratará a talento deportivo de primer nivel. El éxito o fracaso de estos juegos determinará la suerte del beisbol en Estados Unidos. Los puristas se quejarán y llorarán, pero, ¿y qué importa? Los puristas siempre se quejan y lloran. A eso se dedican. Res Ipsa Loquitur. • 6 de noviembre del 2000 Traducción de Eduardo Rabasa Copyright © The Estate of Hunter S. Thompson
Espacio negativo
Por Abraham Cruzvillegas
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a jerga es el lenguaje.
Si cupiera en la imaginación, en su multiplicación geométrica, el chiste pudiese —si quisiese— ser. Por donde se le vea, el cubo está pasado de moda. En la arrogancia inocente de la retórica del político abunda la metonimia tartamuda. ¿Cuándo íbamos a dejar de pensar -valga la redundancia- en la abolición del trabajo? De grano en grano se colma la paciencia del adolescente. En la épica inestabilidad precaria del guerrillero se finca el aroma de los perfumes más caros. ¿Cuántas veces -sin cortarse las uñas- se pueden contar las veces que pensamos en los dedos?
Sin maíz no hay maíz. La disociación del hambre de su inherente estupor la vuelve poco creíble, a menos que la ideología la atraviese. ¿Qué tanto se siente la mula parte de la recua? La historia del guerrillero que accidentalmente se tira un plomazo en las nalgas, en un transbordo de la línea dos del metro, donde hay una pirámide azteca, en horas pico. Cuando venía para acá me encontré un pingüino, etcétera… La abstracción es manifestación casi pura -aún turbia- de la incapacidad humana de comunicarnos. No llores bella criatura, mejor híncate a rezar… oye. Aquí se rompió una jerga.
Letra pequeña Carmen Camacho Hay daños que no cubre el seguro combinado del hogar, lo sé. Las llamadas perdidas, por ejemplo, las cartas rotas, la soga de seda, la noche que hay detrás de los espejos, esta plaga de cristales en el pecho. La ablación de mi sed. Así contraje la enfermedad de los jabones. Por eso le quise, con todo el hastío. Contra la vida en vilo fui hueco en su hueco, frío en la guantera, materia inmóvil. Dejé crecer las paredes de esta casa conmigo dentro. Pasaron siglos, siglos de reloj. No abundaré en detalles, señorita. Sólo diré que he arrancado la puerta de cuajo, que he tenido la misericordia de tirar al barro el azúcar glasé, que ahora me entra luz en la despensa. Ya sé, tampoco contempla la póliza el amor a terceros, el temporal de sol, el tumulto en las calles ni el motín de la hormiga. Pero éste es un caso de delicadeza mayor. Y yo sólo llamaba para decirle, amiga, que me acabo de conceder a todo riesgo la incertidumbre de vivir abierta de par en par.
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Dos huecos Lieke Marsman entras al mar para aplastar las olas buscas un nido seguro pero haces estallar el territorio con dinamita vas dando saltos como una forma de evadirte te arrojas a lo profundo que resulta superficial y te estrellas contra el fondo te escondes detrás de la visibilidad deseas que cada palabra sea su onomatopeya y te das la vuelta cuando tropiezas En ocasiones me parece triste para mi cama matrimonial que en los últimos diez años he dormido junto a alguien a lo sumo cien veces —y más de tres mil veces sola—. De hecho, ¿para qué compré una cama matrimonial? ¿Fue por hacerme una promesa a mí misma
—la promesa de que en el corto plazo despertaría cada mañana con alguien a mi lado—? En todo caso, tuve la idea de que algo había cambiado fundamentalmente cuando arrastré el pesado colchón matrimonial a mi cuarto de estudiante, que medía unos doce metros cuadrados. Pero hubiera sido lo mismo si comprara un colchón inflable extra para huéspedes, porque tardaría dos mudanzas más antes de que sirviera de algo el colchón matrimonial. No sé por qué pero, últimamente, cuando para vestirme agarro las prendas arrugadas de la silla en la que por las noches se acumula mi ropa y miro a la deshecha cama vacía, pienso a menudo en mis primeros días como ocupante de una cama matrimonial. En ese entonces tenía unas expectativas altísimas, aunque no supiera precisamente de qué tenía esas expectativas altísimas. Tenía además ambiciones irrefrenables en el amor. Pero no sabía nada acerca de relaciones, mucho menos relaciones largas, ni del hecho de que incluso el enamoramiento mutuo disminuye al cabo de un tiempo.
Leo en una entrada de mi diario de este periodo:
Esperamos que el amor nos haga fusionarnos con el otro, y concluir que se trata de un ideal inalcanzable produce, en efecto, tristeza. Sin embargo, concluir que algo es imposible también resulta tranquilizador. En este caso, hace que la ausencia de un amor así se convierta en algo mucho menos terrorífico, porque sitúa la causa del fracaso fuera de uno.
Amo las posibilidades, pensamiento que justifico diciendo que es una empresa arriesgada: amar lo que es inseguro, dejar todas las opciones abiertas. Me gusta el no-saber, las regiones grises. Pero de entre todas las cosas, las que más me gustan son las montañas, y éstas son blancas: ¿qué hacer? Mientras tanto intento impresionar a seis mil millones de personas al mismo tiempo.
En el intento por averiguar hoy si alguna de mis expectativas se ha vuelto realidad, recuerdo una frase de Patricia de Martelaere, aparecida en su ensayo Para decir nada, o El traje nuevo del emperador [Om niets te zeggen, of De nieuwe kleren van de keizer]: «Por debajo de cada amante yace la cama vacía». Además de ser una frase bonita, es también una frase muy triste, pues expresa que la cama en la que se ha dormido juntos toda la noche, en el momento en el que tu amante regresa a su casa, o incluso si se levanta para ir al baño, tan sólo vuelve a ser tu propia cama vacía, y eso no lo puede modificar ni siquiera el amor de tu vida. E incluso cuando la cama pertenece a ambos, se encuentra en la habitación compartida, en el interior del departamento del cual cada quien paga la mitad de la renta, la idea básica es: consideramos a la cama como el lugar por excelencia en donde se vuelve real nuestro ideal de amor simbiótico, pero en cuanto comienza el día, cada cual se va por su lado. Obviamente, lo anterior no implica que todo amor esté condenado a fracasar, pero sí deja en claro la gran medida en la que existe una distancia insalvable entre uno y su hermosa querida frágil que algunas mañanas deja una mancha de baba sobre la almohada. Esperamos que el amor nos haga fusionarnos con el otro, y concluir que se trata de un ideal
Ilustraciones de donDani
inalcanzable produce, en efecto, tristeza. Sin embargo, concluir que algo es imposible también resulta tranquilizador. En este caso, hace que la ausencia de un amor así se convierta en algo mucho menos terrorífico, porque sitúa la causa del fracaso fuera de uno. Ni modo, digo, por debajo de cada amante yace la cama vacía, y cubro con determinación la parte de mi colchón no utilizada con mi sábana. Pessoa ya observó: Nadie, supongo, admite verdaderamente la existencia real de otra persona. Puede conceder que esa persona está viva, que siente y piensa como él; pero habrá siempre un elemento anónimo de diferencia, una desventaja materializada. No obstante, seguimos intentando comprender a la persona detrás de esta diferencia anónima, hacerla discutible, pronunciable. La mayor parte de la literatura trata sobre la manera en que nuestros amantes se nos escapan cada vez. (Anne Carson: «Who is the real subject of most love poems? Not the beloved. It is that hole»). Pero la lengua con que nos dirigimos a nuestros amantes para salvar la distancia con él o ella es tan arbitraria como este amante mismo. No es por nada que la frase de Patricia de Martelaere «…por debajo de cada amante yace la cama vacía» aparezca en un tratado sobre la lengua. De Martelaere compara a los escritores con amantes, porque así como el escritor intenta desesperado encontrar las palabras precisas para nombrar experiencias que no se pueden expresar con palabras por la simple razón de que las palabras son palabras y las experiencias son experiencias, el amante desesperado se da cuenta de lo siguiente: da igual si hubiera estado alguna otra persona en la cama. Quien piensa en la distancia entre sí mismo y su amante pierde la sensación de necesidad que acompaña a la idea de amar profundamente. Tanto la lengua como el amor se encuentran con una discrepancia, un hueco: la lengua se ve confrontada con una distancia insuperable entre la palabra y la realidad, y el amor con la distancia insuperable entre el amante y el amado. Pero ambas cosas tienen más elementos en común. No sólo se caracterizan por un hueco, sino que existen gracias a ese hueco. Para el amor, vale decir que sin discrepancia no habría deseo, y el deseo es un requisito existencial para el amor, es la forma en que el amor se presenta la mayoría de las veces, ya se trate del urgente deseo físico experimentado en el primer encuentro con alguien, o del hecho de que todavía se desea el momento en el que tu mujer llega del trabajo después de treinta y cinco años de matrimonio. Si realmente nos hubiéramos fusionado con nuestro amante, cada relación con él o ella se volvería imposible. La lucha, la distancia entre los amantes, tiene una función clara: hace que el amor no termine, porque se pospone. Si, a su vez, la lengua no estuviera fuera de la realidad sino que coincidiera exactamente con ella, se volvería igualmente imposible, porque también la lengua sólo puede existir en relación con esa realidad. La lengua siempre trata sobre algo, y quien quiere hablar sobre algo necesita ocupar una posición de outsider. E incluso podemos
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decir: las palabras que elegimos para describir el mundo a nuestro alrededor no guardan ninguna conexión necesaria con las cosas que buscan retratar. De esa manera, la fuerza propulsora tanto de la lengua como del amor, es un hueco.
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El hueco del amor incluso se amplifica mediante el hueco de la lengua: principalmente las personas amadas aprovechan con gratitud el hecho de que exista siempre una diferencia entre lengua y realidad, una diferencia que les permite tergiversar las palabras de uno, y apropiárselas. Toda persona que alguna vez se ha enamorado sabe que en el amor hay una mayor probabilidad de falta de comunicación que en cualquier otra relación. Ello porque, al haber tanto en juego, No nos pidas la palabra que esculpa cada lado tendemos a leer demasiado en las palabras del otro, a leer, de hecho, de nuestro ánimo informe, y lo revele… en esas palabras una realidad completamente nueva, y de este modo lo que dice la otra persona puede comenzar a llevar una vida propia. Las emociones son informes, por lo tanto no hay que esperar que Del panadero y del carnicero podemos suponer que lo que dicen da puedan ser demarcadas con la lengua. Quien pretende hacerlo, cae lo mismo —cuatrocientos gramos de carne picada son cuatrocientos pronto en el cliché: fórmulas de one size fits gramos de carne picada—, pero los amanall —que en realidad no le quedan bien a nates están inclinados a interpretar todo en Pienso que el hueco del die—. Quizá lo mejor sea estirar una manta su propio beneficio (o para su desventaja, y después, a través de alguna desviación, otra amor no está vacío, y que hecha bola, tejer una telaraña verbal con la esperanza de que por una vez quede algún vez para su propio beneficio, como suele más bien su influencia residuo de las emociones adherido al tejido. suceder en las peleas entre parejas). ¿Por qué? Porque es la única manera de hacer se amplifica por el hueco A menudo asociamos el deseo con la ausensoportable el riesgo del propio sacrificio de la lengua, porque el cia. Deseo a alguien porque poseerlo a él o a que acompaña al amor. ella llenará el vacío dentro de mí. ¿Pero es el Además, nosotros mismos también ter- hueco del amor consta deseo verdaderamente la consecuencia de una giversamos nuestras propias palabras todo del hueco de la lengua. Si ausencia en nuestro interior? La escritora y ciel tiempo: ocurre a menudo que buscamos neasta estadounidense Chris Kraus escribió explicar las frases con las que herimos a los formáramos un diagraque la base del deseo no es una falta, sino un otros, después de los hechos, de una forma ma de Venn a partir de excedente, un exceso de energía, pues consideque nos conviene. Conclusión: en cuanra que el deseo es como tener claustrofobia en to digamos algo, lo pronunciado queda ambos huecos, el conteel propio cuerpo. Cuando leí esto por primera desprotegido para ser interpretado. Las nido del hueco del amor vez, me recordé cuando tenía catorce años y palabras ya están desprendidas, y sólo se necesita recogerlas del suelo. sería un hueco pequeñito devoraba libro tras libro en mi cuarto de adobuscando desesperadamente algo dentro de un hueco más lescente, para distraerme, un antídoto para la soledad, En todo caso, a la lengua y al amor les gusta y también me recordé a mí misma unos años tomarse el pelo mutuamente. ¿Cuántas ve- grande que lo engloba. mayor, armando con mucha ilusión y ganas de ces se sirve la lengua del amor como asunvivir una cama matrimonial. En ambas ocasiones, me sentía como si to, y cuántas veces el amante desesperado se dirige a la lengua como hubiera demasiado en mi interior, y no una falta. último recurso? En la primera frase de un poema de Eugenio Montale Esto último se parece a la experiencia del deseo: tendemos a decir se expresa dicha relación de manera inmejorable: que explotamos de tanto deseo, pero si fuera verdad que el deseo proviene de un vacío interior, entonces tendríamos que implosionar. En el caso del deseo provocado por la falta, el cuerpo es una cáscara vacía, algo que debe ser llenado por el objeto deseado, mientras que en el caso del deseo como exceso, se trata de algo que revienta. Entonces, la falta que provoca el deseo debe estar situada fuera de nosotros (cobra forma como el hueco del amor, amplificado por el hueco de la lengua). En nuestro interior no falta nada. ¿Pero es en realidad una falta? En realidad, ¿quién ha dicho que el espacio entre los amantes les resulte molesto? ¿O que se trata de un espacio vacío? Si el hueco fuera un vacío, prácticamente no existiría nada que les impidiera fusionarse. ¿Pero entonces qué aspecto tiene? ¿Será como un cráter? ¿Y si algo queda en su interior, que será?
Pienso que el hueco del amor no está vacío, y que más bien su influencia se amplifica por el hueco de la lengua, porque el hueco del amor consta del hueco de la lengua. Si formáramos un diagrama de Venn a partir de ambos huecos, el contenido del hueco del amor sería un hueco pequeñito dentro de un hueco más grande que lo engloba. La distancia entre dos amantes consiste en el hecho de lo que sienten el uno por el otro, lo que realmente sienten, cuestión que nunca se puede expresar tal cual es. La distancia entre tú y tu amante se muestra de la manera más clara en la forma en la que él o ella interpreta lo que le dices, pero sobre todo en lo que quisieras decir, y tuvieras que decir o, incluso, en lo que hubieras querido decir, es decir, todas las palabras no expresadas que influyen en los hechos en la manera en que te comportas con respecto al otro, pero de las que el otro jamás se entera. Al mismo tiempo, esa distancia también se expresa en la certeza de que, pase lo que pase, las palabras serán insuficientes. Si bien por un lado los amantes se beneficiarían con una lengua que dejara el menor espacio posible para la interpretación (¡que cada palabra fuera una onomatopeya!), por el otro, tal lengua haría imposible el deseo entre amantes. Además, una lengua así es inimaginable. Sin embargo, precisamente por todo lo anterior es que nos sentimos más unidos con nuestro amante cuando no necesitamos de las palabras. Durante el sexo, por ejemplo, o justo después del sexo, cuando los amantes descansan abrazados sobre el colchón matrimonial y el hueco se reduce en ese momento a su expresión más pequeña. Por un
instante, no se necesita de la lengua: un amor funcional es un amor silencioso. Pero en algún momento se hace necesario volver a hablar con el amante, dejar que crezca el hueco, porque sin el hueco no hay deseo, y etcétera. Así, aunque los huecos puedan provenir de la carencia, es exactamente la misma carencia la que hace que podamos amar a alguien por más de una hora. De este modo, en el amor se llena el hueco una y otra vez, creando eso mismo que necesita para sobrevivir. Es probable que tanto la lengua como el amor se puedan describir de manera igualmente acertada con otras metáforas muy distintas. Una montaña, un libro, un juego. Sin embargo, me gusta pensar en los dos huecos cuando me quito la ropa por la noche, y coloco las prendas una a una en la silla con ropa acumulada, para después arrellanarme debajo de la sábana para cama matrimonial, y concluyo con satisfacción: este hueco es por el momento un nido seguro. En mi interior no falta nada. • Traducción de Joep Harmsen El título original del ensayo en holandés es «Twee gaten», y fue publicado en la novela Het tegenovergestelde van een mens, publicada por Atlas Contact en 2017.
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Proceda bajo su propio riesgo Eduardo Rabasa
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…observamos cómo un agente hurgaba entre nuestras pertenencias en busca de algo, hasta que ceremoniosamente extrajo un juego de esposas, unas máscaras como de arlequín y un remedo de látigo que consistía en un mango suntuosamente adornado, puntuado por un conjunto de delgadas tiras de hule, que más que para infligir dolor parecían diseñadas para sacudir el polvo de una mesa, y las sostuvo en el aire en silencio, mirándonos con la particular mueca de repugnancia reservada para los pervertidos.
uando a mis 27 años comencé una relación de pareja con una amiga de la que había estado no tan secretamente enamorado desde aproximadamente los 15, mi manía se conectó con una vertiente distinta en ella, también muy intensa. En menos de un año ya nos habíamos casado en una boda donde casi todos los participantes jóvenes terminamos tan cubiertos en lodo como Nine Inch Nails en su mítica actuación en el Woodstock de 1994, y poco después salimos en un viaje de novios que más bien parecía un recorrido de backpackers, pues pasaríamos sucesivamente un par de días en Hong Kong, Beijing, Shanghái, Hanoi y algunas playas de Tailandia e Indonesia. A decir verdad, fue un viaje mucho menos costoso de lo normal, pues lo organizó una agencia de viajes que, supuestamente gracias a un extraño trato con un senador estadounidense, conseguía acreditar a las parejas que viajaban (sólo organizaban viajes para recién casados) como si fueran agentes de viaje conociendo hoteles y aerolíneas por el mundo, con lo cual conseguían por ejemplo precios de 49.99 dólares en lujosos hoteles de cinco estrellas. Cuando uno recibía la cartulina donde debía pegar su foto a manera de credencial, que lo acreditaba como miembro de Viajes Esfinge (empresa que pretendía estar afincada en una dirección de Chihuahua, cuyo logo era una esfinge pixeleada), la certeza sobre una estafa en ciernes era plena, pero mi aún novia conocía a varias parejas que habían viajado auspiciadas por dicha agencia, y todo había salido de maravilla. Incluso, se ufanaba el propietario, había tenido unos novios en Tailandia durante el tsunami, y gracias a sus esfuerzos habían conseguido volver indemnes. La cereza en el pastel era una carta que daba fe de que la pareja estaba recién casada, con lo cual en algunos hoteles te proporcionaban una suite, con champaña helada incluida.
Tras una breve parada inicial en San Francisco, donde como dictaba el cliché acudimos a aprovisionarnos a una sex shop de juguetes a utilizar durante el largo viaje, al tercer día nos despertamos con calma, hicimos las maletas, y nos dirigimos al aeropuerto para tomar el vuelo de Cathay Pacific con rumbo a Hong Kong. Debo decir que la agencia nos había entregado un itinerario muy detallado, y también que yo estaba a cargo de revisarlo y organizar los horarios de salida, métodos de transporte y demás. Primer gran error de nuestro incipiente matrimonio: al llegar al aeropuerto de San Francisco, ante la imposibilidad de encontrar el mostrador para documentar nuestro equipaje, un presentimiento me erizó la espina dorsal. Al extraer el itinerario para corroborar lo que ya sabía, comprobé que el avión estaba programado para las 12:30 am, es decir, que había partido ya hacía unas diez horas. Mi flamante esposa no tomó bien la noticia, aunque consiguió guardar la calma, pues había que resolver la situación. Llamé a nuestro agente de viajes, quien tomó incluso peor la noticia, respondiéndome con gran agitación que a lo largo de muchos años de organizar viajes similares, eso nunca le había pasado. Sin embargo, con gran profesionalismo, pronto atajó el problema, y tomamos un vuelo a Los Ángeles, para 10 horas después embarcar en un nuevo vuelo a Hong Kong. Mi penitencia fue
arrastrar las dos pesadas maletas por el malecón de Santa Mónica, adonde acudimos en autobús a matar el tiempo de espera, con comida incluida en el restaurante temático de la película Forrest Gump. Tras un par de días en Hong Kong y otro par en Beijing, donde la imaginación no nos alcanzó más que para ir a los sitios turísticos obligatorios (con todo y una vergonzosa visita al Disneylandia de Hong Kong), nos disponíamos a abordar el vuelo que habría de conducirnos a Shangái. Al documentar el equipaje y colocarlo en la banda pertinente, la chica de la aerolínea se demoraba incalculablemente en entregarnos nuestros pases de abordar, cuestión a la que inicialmente no concedimos demasiada importancia. Pronto aparecieron dos guardias de seguridad chinos correspondientemente uniformados, y con modales bruscos nos indicaron que debíamos pasar a una sala contigua, donde permanecimos unos minutos bajo sus semblantes impávidos y sus miradas hostiles. Al cabo de un tiempo aparecieron otros guardias más con nuestras maletas, y las dispusieron severos sobre una mesa para abrirlas en nuestra presencia, como si nos hubieran sorprendido con un cargamento de cocaína que nos confinara a purgar largas condenas en una cárcel asiática, al más puro estilo de Midnight Express.
Haciendo nuestro mejor esfuerzo por controlar el pánico, observamos cómo un agente hurgaba entre nuestras pertenencias en busca de algo, hasta que ceremoniosamente extrajo un juego de esposas, unas máscaras como de arlequín y un remedo de látigo que consistía en un mango suntuosamente adornado, puntuado por un conjunto de delgadas tiras de hule, que más que para infligir dolor parecían diseñadas para sacudir el polvo de una mesa, y las sostuvo en el aire en silencio, mirándonos con la particular mueca de repugnancia reservada para los pervertidos. Aun así, y pese a saber que no llevábamos nada prohibido en las maletas, experimentamos un gran alivio al constatar que el problema eran los artículos adquiridos en la sex shop de San Francisco. Intenté fútilmente argumentar que eran objetos para uso lúdico, pero el guardia detuvo mi discurso con una mano en alto y un movimiento de negación con la cabeza. Tras confiscar nuestra diversión y cerrar las maletas, nos entregaron los pases de abordar y nos ordenaron que saliéramos de la sala, para proseguir con nuestro viaje. En ese momento no supimos interpretar que la intensidad accidentada del viaje de novios era un preludio de un matrimonio de cinco años que más o menos sería definido por las mismas características. Afortunadamente, después de un tiempo para asimilar la ruptura conseguimos retomar una gran amistad, e incluso hemos realizado otro tipo de viajes en conjunto, aunque ahora Viajes Esfinge ha sido reemplazada por Viajes del Mal, la agencia de viajes de una entrañable amiga, cuyo lema reza «Sé viajero, no turista». •
Eficiencia presupuestaria • Por donDani No, lic. Yo lo que quiero con la remodelación no es ampliar el cuarto de servicio, sino construir dos más.
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Combo menonita M
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ientras me chingaba unos tacos en Los Parados guaché un convoy de tráilers con sendos cargamentos de queso atravesar Baja California. Achingá, ¿se recrudeció la guerra?, me pregunté. El roquefort, el parmesano y el manchego han causado más problemas con los franceses que el conflicto Florence Cassez. Ni pedo, me dije, tendremos otra novela de Volpi. Días después me enteré de que David Byrne y Beck darían conciertos en Ciudad Godínez en una misma semana. Ah, me aleccioné. Entonces ahora entiendo las dotaciones de producto lácteo. Aunque soy más fan del asadero, no me podía perder las actuaciones de estos hijos ilegítimos de lala. Let me Hear Your Body Talk ¿Recuerdan el capítulo de Los Simpson en el que parodian a Chucky? Un muñeco de Krusty intenta matar a Bart. Al final se descubre que tiene un interruptor para modo bueno y modo malo. David Byrne siempre me ha producido la misma sensación. Que está repleto de interruptores. El músico, el escritor, el ciclista. Pero nunca me había tocado su faceta de bailarín. Y menos esperaba descubrirla a sus 65 años. Tras catorce años de silencio, el escenario del Metropólitan iluminó al hombre que Pitchfork acusó de ser capaz de colaborar con cualquiera a cambio de una bolsa de Doritos, para presentar American Utopia, su regreso al mundo de la música. David apareció en el centro, sentado en una silla, cantando a capela, mientras sostenía un cerebro de utilería en sus manos. Parecía una fantasía sacada de los sueños húmedos de Hannibal Lecter. El escenario estaba vacío. Desde la segunda fila el público se preguntaba dónde estaba la banda. Acaso así sería todo el concierto.
Pero la duda no tardó en despejarse. David se puso de pie y caminó al frente del escenario. Lucía un traje gris y estaba descalzo. Aparecieron entonces once músicos, vestidos igual y descalzos también. La batería estaba desarmada. La cargaba seccionada la sección rítmica. Bajo, guitarra, teclado, dos coristas bailarines. En total, una orquesta andante. Comenzó entonces un espectáculo post-rock, mezcla de teatro de revista, la representación teatral, la danza y la marcha tribal.
En «Lazy» el público se puso de pie y no volvería a sentarse en toda la noche. La proximidad, para aquellos que ocupábamos las primeras filas, creó un efecto orgánico. Además de escuchar los instrumentos electrificados, se oían las percusiones sin amplificar. La escenografía era inexistente. Una cortina de cuentas que brillaban a disposición cubría las orillas y el fondo del
Psycho Killer
Por Carlos Velázquez
escenario. Lo que creaba el efecto de cubo. Y dentro de ese cuadro se desarrolló la magia de David. A cada canción le correspondía una coreografía. Y todas te dejaban sin aliento. Y cuando parecía que ya todo estaba dicho, que el cuerpo no tenía nada más que hablar, David y la banda te sorprendían con un nuevo giro. Más que un concierto de rock, era un diálogo corporal que tomaba como aliados a los instrumentos. En cuántos videos no se ha visto a David brincotear, correr, desgañitarse. Pero en esta ocasión sus pasos eran tan eclécticos que a ratos parecían poses de tai chi, otros rozaban la epilepsia y en ocasiones sacudía las manos como si estuviera preparando una Cubanderas. Así a quién no se le antoja un Viejo Vergel. Tocó clásicos de Talking Heads, como «Once in a Lifetime», y por supuesto algunas canciones con resaca de la World Music, de esas que parecen salidas del soundtrack de El Rey León. Uno de los highlights fue la coreografía de la lámpara. Colocó un foco al frente del escenario, en el centro, que proyectaba la luz directamente sobre él y a su vez David producía una sombra gigante al fondo. Y alrededor los once músicos se desenquistaban de luz y sombra. Aparecían y desaparecían. Lo mismo que David, que usaba los extremos del escenario como sarcófagos. Para incrustarse una y otra vez. Salir de entre la maraña que era la banda y volver.
David hizo de todo. Hasta se dio el lujo de tropezarse. Pero fue un gesto de humildad. El reconocimiento de que sus 65 años no son infalibles. Tocó la lira. Algún día alguien hará un estudio de la influencia de la guitarra de David Byrne en la música. La tocó poco, pero cada ocasión le sacó brillo. Y lo mejor de todo es que no ha perdido el humor. En medio de una canción los músicos dejaron de tocar los instrumentos, pero al mismo tiempo simulaban tocarlos y bailar y se creó un efecto slow motion. Una suspensión espacial entre tanto movimiento. No existía un momento en el que David te permitiera no ser una víctima del azoro. Ni siquiera en «Burning Down the House». El estallido venía respaldado por una coreografía que se te echaba encima. Que te perseguía. A la que no le podías quitar los ojos de encima un segundo. Era un documental sobre la escuela corporal. Veintiún canciones después, Byrne y la banda nos abandonaron con la sensación de que habíamos presenciado algo irrepetible. Algo que sólo David te puede dar. He visto muchos conciertos en mi vida. Pero como éste ninguno. Coda Como tengo el privilegio de publicar en la misma editorial que Byrne, mi editor Lalo Rabasa me metió al backstage. Hizo que el mismo David fuera en persona hasta el hall del teatro a señalarnos con una mano a Hígado, al doctor Lao y a mí para que se nos permitiera el acceso. Queda una fotografía como testimonio. En ella aparecemos felices junto a David. Traigo puesta una playera de Fun. Soy el único que se puede dar el lujo de aparecer junto a este genio con la playera de una pésima banda. No todos los güeros son iguales
Ilustraciones de José Hernández
Hay noches de lluvia ácida y noches de lluvia de ácido. A mí me tocó de la segunda. Me trepé a una camioneta junto a otros trogloditas y unas nenas con dirección hacia el Ceremonia para ver a Beck Hansen.
Me gustaría presumir que en el trayecto emulamos la escena de Almost Famous y que cantamos a coro «Tiny Dancer», pero la realidad es que entonamos «Viva el conductor de la escuela, la escuela, viva el conductor de nuestro autobús». El Sr. Johnston, aquel que dijo que quien hace una bestia de sí mismo se olvida del dolor de ser hombre, puso el desorden al proponer que nos comiéramos el ajo apenas pasamos por Santa Fe. No mentiré, la visión de la patria godín también me indujo unos profundos deseos de evasión y me lo tragué con la esperanza de que me hiciera efecto antes de llegar al Ceremonia. Sospecho que Johnston hacía unas cuantas horas que se lo había metido porque durante todo el camino no dejó de pedir a gritos canciones de los Chili Peppers. Cuando arribamos al Foro Pegaso comenzó a pegarme el aceite. No me malinterpreten, la estrella de la noche era Beck, pero todavía faltaban muchas horas para que saliera al escenario. Y ustedes saben que la mejor manera de matar el tiempo es con drogas. Y con cervezas. Y como ocurre en cada concierto, siempre me prometo a mí mismo no chelear para evitar, como dice Silvio Rodriguez: la meada constante, la palabra precisa y la sonrisa perfecta. Pero chingue a su madre, en la camioneta se habían burlado de mí por hacer referencias a Los Simpson a mis cuarenta años, así que me olvidé de la idea del whisky.
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Benditas drogas, sin ellas, me habría muerto de aburrimiento. Maldita cheve, propició que el Sr. Johnston me instara a acompañarlo al baño en contra de mi voluntad justo en el minuto cero, antes de que saliera Beck, y en la zona cero, ya bien arropados por el bullicio. Pero como la vegija is the new black me hizo salir de en medio del gentío. Sólo para descubrir que cuando por fin logramos librar el mar de carne comenzaron a sonar los acordes de «Loser». Al principio pensé que era un efecto del ácido, pero no, Beck lucía exactamente los mismos cincuenta kilos que la última vez que lo había visto en vivo. Pinches quesos no son negocio, me cae. Pero antes de precipitarme en el mal viaje por mi preocupación por la complexión de Beck, los acordes de «Devil’s Haircut» me arrancaron de mi ensimismamiento. Los güeros de rancho tienen fama de ser malos para el ritmo, pero Beck estaba sacando la casta muy cabrón por su raza. Me esperaba un concierto como el de la visita anterior, la complacencia de éxitos. Pero no. Beck atacó sin pudor algunos tracks de su nuevo disco: Colors. Y me pagó una deuda que no me cumplió cuando vino al Corona Fest, traía de disco nuevo Morning Phase, y se reventó «Blue Moon». Ustedes saben que las drogas son como las Sabritas, probar una es acabarte la bolsa. Y mientras Beck se ponía pop, luego guitarrero y luego introspectivo, agotamos la reserva del ácido. No era para menos, «E-Pro» nos estaba elevando hacia el firmamento como a globo comprado en la alameda que se le escapa a un niño de cuatro años. Se produjo entonces el clásico abandono de escenario, con el consecuen-
te vacío y su consabido retorno para un encore. Y regresó nada menos que con «Sexx Laws», la mítica balada country disco ambient que puso a Jack Black en los ojos de la Generación X. Y si por momentos parecía que Beck se iba delante por el peso de la guitarra, en «Sexx Laws» se desató como un bailarín experimentadísimo, de pista de baile de barrio nigga. Yo, como el Sr. Johnston, también me estaba orinado, pero lo olvidé por completo, al tener frente a mí al güero campirano reventándose un popurrí que incluía, cómo no, un saludo a David con «Once in a Lifetime» y un guiño a los Stones con «Miss You». Y no desaprovechó la oportunidad de darle un revisited a sus orígenes con «One Foot in the Grave». Y al final cerró con el clásico «Where it’s at», al retomar la melodía para darnos el tiro de gracia.
Sólo entonces, cuando pasó el efecto Beck, nos acordamos de que queríamos miar y de que hacía un frío de su pinche madre en Toluca. Lao, el Sr. Johnston y yo nos peleábamos el último octavo de ajo como pirañas. Debió ser muy patética la postal porque alguien nos vio y le despertamos la piedad. Se apiadó de nosotros y nos obsequió un 2cb, que nos repartimos de inmediato. Estaba tan hasta el zoquete que no lo sentí. Pero Lao se quedó hipnotizado bailando frente a Soulwax. Tuvimos que arrastrarlo de regreso a la camioneta. Mientras viajábamos de regreso a la cdmx el dj nos complació y nos puso a los Peppers, mientras Lao vomitaba en un vaso conmemorativo. •
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