Reporte Sexto Piso No. 46

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Reporte Sexto Piso Publicación mensual gratuita • Agosto de 2018

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Índice Recomendación de los editores La gramática del miedo  |  4

Dossier: Réquiem por Europa |  El fin de Europa  |  12 Enzo Traverso

Un sueño de Europa  | 16

Diego Rabasa

Marc Augé

Magia engañosa  |  6

El Imperio latino  | 17

Mariana Castillo Deball y Roy Wagner

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Giorgio Agamben

Europa sola, sólo Europa  |  18

Columnas Glissandos en el laboratorio global  |  29 Carmen Pardo

Tu lucha | 29 donDani

Psycho Killer  |  34

Bruno Latour

Refundar radicalmente Europa  |  21 Étienne Balibar

Europa y los múltiples extremos de la globalización  |  26 Miguel Ibáñez Aristondo

Carlos Velázquez

Where you been?  |  35 Wenceslao Bruciaga

Lecturas Círculo de perros  |  28 Amandine André

Portada de este número: Ilustración de Virus Tropical de Powerpaola (Sexto Piso 2018)

Entrevista con Patti Smith   |

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Rulo y Diego Rabasa

Reporte Sexto Piso, Año 6, Número 46, agosto de 2018, es una publicación mensual editada por Editorial Sexto Piso, S. A. de C. V., París #35-A, Colonia Del Carmen, Coyoacán, C. P. 04100, Ciudad de México, Tel. 5689 6381, www.reportesp.mx, informes@sextopiso.com. Editor responsable: Eduardo Rabasa. Equipo editorial: Rebeca Martínez, Diego Rabasa, Felipe Rosete, Ernesto Kavi. Diseño y formación: donDani. Reservas de Derechos al Uso Exclusivo No. 04-2017-071710465800-102. Licitud de Título y Contenido No. 16768, otorgado por la Comisión Calificadora de Publicaciones y Revistas Ilustradas de la Secretaría de Gobernación. Impresa en Impresos Vacha, José María Bustillos 59, col. Algarín, cp 06990, Ciudad de México. Este número se terminó de imprimir en agosto de 2018 con un tiraje de 3,000 ejemplares. Las opiniones expresadas por los autores no necesariamente reflejan la postura del editor de la publicación. Queda estrictamente prohibida la reproducción total o parcial de los contenidos e imágenes de la publicación sin previa autorización del Instituto Nacional del Derecho de Autor.


Recomendación de los editores

La gramática del miedo Diego Rabasa

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iempre me han llamado la atención los seguidores de los géneros relacionados con el horror, ya sea en el cine o la literatura. Hay pocas cosas que se pueden sujetar con mediano consenso alrededor de la convivencia humana, y la aversión al miedo es quizás una de ellas. A nadie le gusta sentirlo, humano demasiado humano como es, traza una de las divisiones más trascendentales en nuestra especie a partir de la manera en la que es afrontado. Domesticarlo es sinónimo de liberación. La valentía es uno de los valores esenciales en los cuentos de hadas, en la mitología y en los héroes contemporáneos. La contraparte del valiente, el cobarde, se deja poseer por él, se enclaustra en la amenaza y no hace sino escuchar el eco reverberante de la mente sometida y acorazada al interior de sí misma. Hace unas semanas leí un artículo publicado en el sitio Electric Literature que me ofreció algunas claves al respecto. El ensayo, titulado «Reading True Crime Memoir Helped Me Lay Claim To My Own Traumatic Experience», de la escritora Alice Lesperance, justamente ataja el misterio de qué es lo que nos atrae de las historias que nos producen miedo o ansiedad. Cuando Lesperance era niña, un tornado azotó el pueblo en el que vivía e hizo tierra de manera feroz justo sobre la escuela en la que ella estudiaba, matando a más de una decena de sus compañeros. Dicha escena de terror la ha acompañado desde entonces en distintos niveles de su conciencia. Por razones que ella vinculó siempre a la culpa del superviviente, jamás había podido escribir específicamente sobre aquel evento. No fue sino hasta que se topó con un libro llamado You All Grow Up and Leave Me, de Peiper Weiss, que encontró la clave que le permitió por fin embestir de frente a la bestia negra de su memoria. El libro de Weiss cuenta

la historia de un profesor de tenis (su profesor de tenis) con un historial de acoso y abuso a las alumnas que tomaban clases junto con Weiss. Tras el suicidio del maestro, la policía encontró en su casa un detallado plan para secuestrar, torturar y eventualmente matar a una de las niñas con las que se había obsesionado particularmente. Al leer esta historia, Lesperance se sintió liberada: entendió que la memoria no es una suma de acontecimientos sino un territorio, una especie de ecosistema con diversos climas y temperaturas, que cambia y re-presenta más que re-vive. La recreación de los eventos traumáticos de otros, la invocación de emociones instintivas como el miedo, desplaza la manera en la que nuestros traumas personales se atrincheran al interior de nuestra mente y nos permiten leer lo que se esconde detrás de ellos de una forma más despersonalizada y por lo tanto menos dolorosa. La empatía existe, y es uno de los estados más nobles del alma, pero en muchas ocasiones observar el dolor ajeno nos permite conectarnos con el propio a partir de una extraña triangulación que admite un análisis más templado y sereno que el que emana de una extracción directa de los eventos que surcaron la cartografía de nuestros sufrimientos. Esta digresión viene a cuento porque en múltiples ocasiones me pregunté, al sumergirme de nueva cuenta en esta obra cumbre de la literatura universal que es The Turn of the Screw, de Henry James, cuya nueva versión en español ha sido publicada por Libros del Asteroide bajo el título La vuelta del torno, de dónde emanaba esa fascinación tan grande por leer la historia de una mujer cuya cordura se va desmadejando de manera inclemente ante nuestros ojos. Recuerdo que la


primera vez que leí la novela, hace muchos años, me dejó impregnada una imagen, la del primer avistamiento espectral que la institutriz de los dos niños huérfanos que habitan la mansión de Bly padece al ver a un hombre mortecino, de cabellos rojos, parado con mirada yerma, de lanza, en medio de dos torres almenadas. Esa imagen áspera y tétrica, súbita y angustiante, se transformó en la forma específica de una emoción en cuyo seno yace la fórmula de algunos de los misterios de mi psique. Tardé muchos años en volverme a enfrentar a la novela y cuando lo hice, en esta magnífica y nueva traducción, comprendí La vuelta del torno por qué me había mantenido tanto tiempo apartado de ella: la heriHenry James da de la primera lectura se reabrió de inmediato y del tejido abierto Traducción de Alejandra Devoto, comenzaron a desfilar un sinfín de pasajes no resueltos de mi pasado. Jackie DeMartino y Carlos Manzano Los fantasmas que ve la narradora, el fantasma del insolente y Libros del Asteroide pendenciero criado Quint y su antecesora la señorita Jessel, vienen 2015 • 184 páginas acompañados de historias que sugieren una sexualidad clandestina (y probablemente de abuso al menos entre el criado y Miles, el chico que termina enzarzado en una disputa psicológica fatal con su protectora) tenso y asfixiante del libro, la capacidad casi supranatural de James que va rompiendo poco a poco el equilibrio mental de la institutriz para entender las sutilezas de la vida, la complejidad de las emocioque ve las noches pasar en vilo, con un insomnio que va apoderándose nes humanas, la interacción permanente entre nuestras pulsiones y de su vigilia hasta que su mente deambula por los acontecimientos deseos con nuestros miedos y represiones, van desmontando poco en un estado de ensoñación vigilante. a poco la resistencia que solemos procurar para evitar que nuestros En su libro Pan y la pesadilla, James Hillman asegura que el espropios fantasmas tomen por asalto nuestra mirada. Ante el horror tado más puro y real de la mente se presenta en las zonas a las que de las páginas lo que se desata es el desfile la conciencia y ese hato de ficciones que es de nuestros miedos más acendrados. Junto el yo son incapaces de bañar con su marea El ambiente tenso y con la progresiva caída en desgracia de la protectora. La pesadilla, la masturbación, el momento preciso del horror, dejan expuesta asfixiante del libro, la ca- institutriz, se demuele nuestra capacidad la autocomplacencia. La prosa prístila mente al instante. La maestría inigualapacidad casi supranatural para na y fulgurante, sencilla y diáfana como el ble de James para navegar alrededor de esta fuego (Gelman dixit) de James nos arroja trama de fantasmas y apariciones con una de James para entender a un espacio en el que no hay escapatoria. irrenunciable ambigüedad para el lector, las sutilezas de la vida, Frente a nosotros está el potencialmente fanos permite hacer múltiples lecturas de los tal peligro de enfrentarnos a los espectros acontecimientos. ¿Qué son exactamente la complejidad de las que moran en nuestra mente. • los fantasmas que ve la institutriz y narraemociones humanas, la dora de los acontecimientos? ¿Fenómenos sobrenaturales? ¿Desplantes esquizoides? interacción permanente ¿Proyecciones de una psique encorsetada entre nuestras pulsiones bajo el estricto celo de los dictums de buena conducta decimonónicos? El ambiente y deseos con nuestros

miedos y represiones, van desmontando poco a poco la resistencia que solemos procurar para evitar que nuestros propios fantasmas tomen por asalto nuestra mirada.

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Recomendación de los editores

Magia engañosa Mariana Castillo Deball y Roy Wagner

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rase una vez un comerciante, un hombre blanco en la tienda allí por la Res, que era tan bueno engañando a los Indios que ya hasta estaban un poquito orgullosos de él. Un buen día un Indio se acercó a la caja y le dijo al comerciante: «Así que tú eres el genio del engaño… Pues mira, ése de allá es aún mejor que tú». «¿Él? ¡Si no es más que una sabandija esquelética!». «Pues sí, ése mero. ¿Por qué no dejas que te lo pruebe?». Así que el hombre blanco se dirigió a Coyote y le dijo: «Te reto a un concurso de trucos y a ver quién es el mejor haciendo trampa, tú o yo». «No se puede», le dijo canis latrans, «porque dejé mi magia en casa, y está a dos días de aquí». «No hay ningún problema», dijo homo no muy sapiens, «porque puedo prestarte mi caballo, y tú puedes traer tu magia en menos de lo que canta un gallo». «Ni mais», respondió el cándido cánido, «porque yo básicamente soy un depredador, y en cuanto el jamelgo sienta mi olor me va a desmontar en menos de lo que canta un grillo». «¡Ah, caramba!», dijo el comerciante, «Bueno. También te presto mi ropa, así cuando el caballo perciba tu olor me olerá a mí en vez de a ti». Y eso fue exactamente lo que sucedió, caramba y todo; Coyote tomó el caballo del comerciante, se puso su ropa, y se alejó despreocupado. Coyote: «Mira, Roy, esto lo demuestra». Roy: «¿Demuestra qué?». Coyote: «Que la percepción es una cosa engañosa». Roy: «No tan engañosa como la representación, pues cualquier cosa que veas en estas líneas la verás porque la representé de esa manera». Coyote: «Yo no estaría tan seguro de eso; siempre hay un truco de por medio, y como te dijeron tus amigos Barok en Nueva Irlanda, una vez que te das cuenta de que algo es falso…». Roy: «O quizás de que todo es falso…». Coyote: «Resulta que estás, no en el fin del conocimiento, sino en el principio». Roy: «Y ahora vas a venir a decirme que dejaste tu magia engañosa en casa». Coyote: «No exactamente. La tengo aquí conmigo. Mira en un espejo». Roy: «¿Entonces por qué es un engaño la percepción?».


Coyote: «Verás, Roy, no vemos el mundo que vemos, ni oímos los sonidos que oímos, ni tocamos las cosas que tocamos, ni percibimos de ningún modo lo que percibimos, sin que haya algo más de por medio». Roy: «¿Qué es esto? ¿Una ingeniosa analogía cánida de la caverna de Platón? ¿Como si en el fondo del cerebro ustedes los cánidos tuvieran un inhibidor de la respuesta de huir o pelear?». Coyote: «Pues mira, Roy, tengo uno justo frente a mí. De cualquier forma, ¿qué es un cerebro si no un inhibidor de la respuesta de huir o pelear?». Roy: «Bueno, en ese caso también lo es el sistema nervioso del cuerpo, tanto el autónomo como el simpático, pues lo que tenemos a bien llamar un organismo o un cuerpo es en ese sentido el lado inverso del cerebro, la forma en que realmente funciona y su red básica de inteligencia». Coyote: «¿Tú me hablas a mí y te “inviertes”, eh? Esto es más parecido a la contrainteligencia; el cerebro es el único órgano del cuerpo suficientemente narcisista como para realmente creer que está pensando. Es por eso que nosotros los coyotes tenemos cerebros tan pequeños». Roy: «Ya entiendo; ¿tú eres ese “algo más” que se interpone?». Coyote: «Así es, compadre; siempre me interpongo, entre yo mismo y todo lo demás. Tengo que engañarme para engañar a todos los demás. Soy exactamente lo que la percepción sería si ésta supiera lo suficiente acerca de sí misma para poder representarse adecuadamente». Roy: «¿Como si lo que percibimos fuera de hecho lo que pensamos sobre la percepción?». Coyote: «Por ahí va, pero en realidad el hecho es más aterrador aún». Roy: «Entonces, si pensar equivale a percibirse a uno mismo percibiendo el pensamiento mismo, lo que hacemos cada vez que percibimos es percibir el acto de la percepción, o en otras palabras, representar lo visto al vidente. En realidad nunca vemos la luz…». Coyote: «Pero la luz se ve a sí misma como nosotros, pues lo que vemos y cómo lo vemos son una y la misma cosa». Roy: «No percibimos sino el acto de percibir, una percepción que se representa a sí misma para ser lo visto». Coyote: «¿Ves? Siempre supe que eras un poquito coyote. Cuando observas la luz de una estrella lo que en realidad estás viendo es el impulso que tu nervio óptico crea al verla, como una estrella perruna, o dicho de otra manera, ¿hablas en Sirius? Siempre hay una pata de por medio».* Roy: «¿Es como tomar una fotografía a intervalos, no?». Coyote: «O como una acústica a intervalos, en el caso del oído, que escucha por sí mismo. O un tacto a intervalos en el caso de la piel y de los sensores de movimiento. O hasta una cognición rápida en el caso del cerebro». Roy: «No mires ahora, pero estás en el programa de cámara infraganti». Coyote: «En cada caso percibimos el intervalo reflexivo del trabajo, o la energía, que el cuerpo utiliza para entender el mundo, y por ende a sí mismo. Siempre estamos un paso atrás de lo que realmente acontece allá afuera, y que conocemos por puro reflejo. Y por la misma razón.

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Que no es para nada racional. Siempre estamos un paso atrás de la acción misma, que está aquí, incluso en nuestro pensamiento sobre lo que está aquí». Roy: «Guau, eso sí que da miedo: hasta para pensar en que estamos un paso atrás tenemos que dar un paso atrás de ese pensamiento, y después retroceder aún más para saber esto. Es como si la vía de la percepción, y por lo tanto de la memoria, fueran en sentido contrario a la acción de lo que creemos estar haciendo». Coyote: «Es regresar al mero principio, como efectos que causan sus propias causas cada vez. ¿Es como si sólo pudiéramos conocer el mundo de la percepción en reversa de nosotros mismos, y como si movernos hacia adelante en el tiempo fuera la ilusión que la memoria necesita para reconfortarse a sí misma?». Roy: «¿De qué otra forma podría recordar la memoria qué debe recordar e incluso cómo recordarlo? Es como si tuviéramos que pensarnos de nuevo, salir del mundo de los sueños cada vez que nos despertamos en la mañana, reanticipar el pasado para así extenderlo hacia el futuro. Algo como, “Veamos, ¿dónde estaba ayer para poder continuar con el hoy?”». Coyote: «“Dejé mi magia en casa, y ahora debo regresar a recuperarla”. Ya que no habría un “día de hoy” sin esa magia engañadora. O lo que en los libros de Castaneda llaman “la burbuja de percepción”: la idea de que “hay algo de por medio” que nos rodea como una burbuja opaca, de modo que todo lo que vemos y sabemos del mundo es nuestra propia imagen o imaginería reflejada en la superficie interior de la burbuja». Roy: «O como la observación de Wittgenstein en el Tractatus, de que “Lo que se refleja en el lenguaje no puede ser dicho por medio del lenguaje”». Coyote: «Buen punto, Roy, pues Wittgenstein mismo fue obligado a enunciar mediante el lenguaje que lo que él mismo había declarado —la proposición en sí— no puede ser formulado por medio del lenguaje. Ese tipo siempre tuvo potencial de coyote. Qué lástima que tuvo que asumir una forma humana». •

Antropología de Coyote. Una conversación en palabras y dibujos Mariana Castillo Deball y Roy Wagner Trad. Maia Fernández Miret Surplus Ediciones 2018 • 68 páginas

Fragmento del libro Antropología de Coyote. Una conversación en palabras y dibujos

* Se trata de un juego fonético intraducible. En inglés you can’t be Sirius, que se refiere a la estrella Sirio, suena igual que you can’t be serious, que significa «no puedes hablar en serio». There is always a paws (patas) in between suena como There is always a pause (pausa) in between, «Siempre hay una pata en medio». (N. del T.)

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Réquiem por Europa «Nosotros, las civilizaciones, ahora sabemos que somos mortales (…) Elam, Nínive, Babilonia, eran hermosos nombres vagos, y la ruina total de esos mundos tenía tan poca significación para nosotros como sus existencias mismas. Pero Francia, Inglaterra, Rusia… serían también hermosos nombres (…) Y vemos ahora que el abismo de la historia es suficiente para el mundo entero. Sentimos que una civilización tiene la misma fragilidad que una vida. Las circunstancias que podrían mandar las obras de Keats y las de Baudelaire a unirse con las de Menandro no son ya totalmente inconcebibles: están en los periódicos». Así comenzaba Paul Valéry un célebre discurso sobre el futuro de Europa escrito justo después de terminar la Primera Guerra Mundial. Esas palabras siguen resonando hoy en todo el continente, aunque quizá con más fuerza que antes. La ruina de Europa, la destrucción total de Europa, está cerca. Es verdad, ahora no está sumida en una guerra sangrienta contra sí misma; pero está en una guerra intelectual y política todavía más salvaje, más peligrosa, porque de esa guerra depende su ser mismo y el lugar que ocupará en el mundo. ¿Dejará que sus pesadillas más oscuras vuelvan a tomar el control de la realidad, tal y como lo hicieron hace menos de un siglo, y antes de eso en el siglo xvi, arrasando pueblos, lenguas, civilizaciones? ¿O sabrá construirse como un ejemplo de inteligencia, de creatividad, de justicia social y de hospitalidad? En este número hemos invitado a algunos de los grandes intelectuales europeos para que reflexionen sobre el destino de Europa. Enzo Traverso nos advierte sobre el desequilibrio entre el poder económico y la democracia, y sobre el peligro del resurgimiento de la xenofobia; Marc Augé hace un

recuento de los sueños que Europa tuvo para sí misma, desde los más sangrientos hasta los más altos; Giorgio Agamben, el más radical de todos, lanza una propuesta para contrarrestar el poderío alemán y formar un nuevo eje de países mediterráneos; Bruno Latour nos habla sobre el cambio climático, y cómo su negación y el descuido del planeta han creado la política de los últimos tres decenios: la xenofobia, los nacionalismos, el populismo; Étienne Balibar hace una defensa de la socialdemocracia; y Miguel Ibañez, profesor en Columbia University y militante de DiEM25, un nuevo partido europeísta, nos hace un balance general de los últimos debates en torno al futuro de Europa. En todos estos artículos, todos muy brillantes, hay un factor común: Europa sigue mirando sólo hacia sí misma, sigue creyendo en ella como único motor civilizador de la historia. Creo que ahí está su gran error y, quizá, su abismo. No es la democracia ni un modelo económico lo que está ahora en juego en Europa. Es algo mucho más profundo, que quizá los mismos europeos no logran ver. Lo que está en juego es toda una idea de civilización que modeló al mundo durante 500 años, una idea del ser humano, de su dignidad, de su tarea y de su destino sobre la tierra. Hoy, Europa, que fue un faro para muchos de nosotros durante siglos, está perdida. Ya no es un ejemplo de civilización sino de barbarie. Basta recordar que ahora el Mediterráneo, que antes fue la cuna de la civilización occidental, es hoy un gran cementerio en donde cada día se ahogan miles de seres humanos, frente a los barcos y los puertos europeos, sin que nadie les preste ayuda. Basta recordar el discurso del Ministro del Interior bajo el gobierno de


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Ilustración de Yazmín Huerta

Sarkozy afirmando que no todas las civilizaciones tenían derecho a existir. O el «delito de solidaridad», por el que una persona puede ir cinco años a la cárcel por ayudar a un inmigrante «sin papeles». No es la razón, como hace siglos, el eje de Europa, sino la locura. Roberto Bolaño, al abordar la relación entre nuestro continente y Europa, afirmó, con acierto: «Latinoamérica es como el manicomio de Europa. Tal vez, originalmente, se pensó en Latinoamérica como el hospital de Europa, o como el granero de Europa. Pero ahora es el manicomio. Un manicomio salvaje, empobrecido, violento, en donde, pese al caos y a la corrupción, si uno abre bien los ojos,

es posible ver la sombra del Louvre». Esa sombra es quizá lo último que queda de Europa, y está en nosotros. Esa sombra quizá ahora es un resplandor, y no seamos nosotros ya ni el hospital, ni el granero ni el manicomio de Europa, sino su memoria, el lugar que resguarda perfectamente lo que fueron y lo que desearon ser. Tal vez, sólo tal vez, la promesa que ellos alguna vez forjaron, la hemos cumplido nosotros. Y ahí se halla nuestro propio destino, en asumir esa promesa, cuando nos demos cuenta que el Nuevo Mundo, después de un parto de siglos, doloroso y sangriento, por fin logró nacer. • Ernesto Kavi


El fin de Europa Enzo Traverso

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l proceso de unificación europea atraviesa una profunda crisis, sin duda la más profunda desde que comenzó a principios de los años cincuenta. En menos de un año, la ue se enfrentó a dos pruebas principales: primero, la disputa griega, después, la crisis de refugiados; ambas revelaron su verdadero rostro: una mezcla de impotencia, falta de voluntad, egoísmo, arrogancia y cinismo. No es un bello espectáculo. Ninguna ilusión puede permanecer sobre esa entidad que, lejos de encarnar el ideal federal, se ha convertido en una cáscara vacía, un objeto de vergüenza y de merecido sarcasmo. Aquellos que todavía proclaman ritualmente sus virtudes son los representantes de una elite política altamente desacreditada que parece que ya no tiene ninguna cultura o valores. Cuanto más afirman su creencia en la Unión Europea, más la desacreditan, incluso a ojos de los millones de personas que nunca han sentido ninguna simpatía por el conservadurismo, el nacionalismo y la xenofobia. La xenofobia es precisamente el resultado de esta bancarrota política. Crece en todas partes, alimentada por el miedo, buscando chivos expiatorios. La crisis de refugiados que se despliega ante nosotros es su expresión más dramática. Recibir a esos parias es un deber ético y político, ante todo porque, más allá de cualquier preocupación humanitaria, están huyendo de las guerras de Occidente. Son el producto de la desestabilización de Medio Oriente y el Norte de África, áreas que han sido arrojadas al caos por varias guerras occidentales. Entre la invasión de Iraq en 2003 y la intervención militar en Libia en 2011, estas tierras han sido balcanizadas, sus Estados y economías han sido destruidos, su ya precario equilibrio étnico y religioso, creado hace un siglo con la partición del Imperio Otomano, se ha roto. Decir la verdad significa reconocer algunos hechos elementales. Europa necesita inmigrantes: los necesita para su supervivencia, para detener su declive demográfico, para administrar sus fábricas, sus laboratorios y sus servicios, preservando así su poder económico, para financiar el retiro de su población que envejece y para abrirse al mundo global. Todos los observadores subrayan esto, pero hasta ahora las únicas medidas que los líderes europeos han podido tomar han sido el cierre de fronteras, la militarización del Mediterráneo, la

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expulsión de indocumentados y la multiplicación de centros de retención que funcionan como reinos sin ley de humillación y miseria.

Europa considera que sus inmigrantes son una amenaza y se niega, en muchos países, a naturalizar a los «extranjeros» que nacieron en su tierra y fueron educados en sus escuelas, promulga leyes cuyo objetivo exclusivo es estigmatizar a sus propios ciudadanos musulmanes. Esta falta de visión y coraje hace que los países europeos sean responsables de la masacre que tiene lugar diariamente en el Mediterráneo.

Algunos cientos de miles de refugiados, incluso uno o dos millones, no son tantos para un continente rico de quinientos millones de personas, nada comparado con los esfuerzos de países más pequeños y más pobres como Líbano, Jordania o Túnez. Sin embargo, esta crisis ha sido suficiente para poner en tela de juicio el Tratado de Schengen, para provocar el cierre de fronteras dentro de la Unión Europea y, finalmente, para revelar la total incapacidad de los gobiernos de la ue a la hora de encontrar una política común. Esto es una reminiscencia de la Conferencia de Evian de 1938, cuando las potencias occidentales demostraron su renuencia a recibir judíos que huían de la Alemania nazi. Nadie los quería, y los argumentos presentados para justificar este rechazo eran extrañamente similares a la retórica actual de nuestros políticos: la crisis económica, la falta de infraestructura, como los centros de recepción, la hostilidad de la opinión pública... La historia se repite, y los monumentos conmemorativos del Holocausto inaugurados en muchos países europeos en los últimos años simplemente demuestran la hipocresía de las instituciones


europeas. Desean conmemorar a las víctimas de los genocidios del pasado y defender los derechos humanos, pero son completamente indiferentes a las víctimas del presente. El contraste entre los líderes europeos actuales y sus predecesores es esclarecedor. Uno tiene la tentación de admirar a los padres fundadores de la Unión Europea. Ni siquiera estoy hablando de intelectuales como Altiero Spinelli, que imaginó una Europa federada, a pesar de estar en medio de una guerra terrible. Estoy pensando en los arquitectos de la Unión Europea: Adenauer, De Gasperi y Schuman. Todos ellos nacieron, como Susan Watkins nos recordó recientemente, en la década de 1880, durante el apogeo del nacionalismo, y crecieron en un tiempo en el que la gente todavía viajaba en carruajes tirados por caballos. Probablemente compartían cierta concepción europea de lo alemán: Adenauer había sido alcalde de Colonia, De Gasperi había representado a la minoría italiana en el Parlamento de Habsburgo, y Schuman creció en Estrasburgo, en la Alsacia alemana, antes de 1914. En sus encuentros, hablaban alemán, pero defendían una visión cosmopolita y multicultural de Alemania, lejos de la tradición del nacionalismo prusiano y el pangermanismo. Tenían una visión de Europa que esbozaron como un destino común en un mundo bipolar de Guerra Fría, y tuvieron valor, en la medida en que propusieron ese proyecto a pueblos que acababan de tratar de destruirse mutuamente. Su proyecto de integración económica —carbón y acero— reposaba en la voluntad política. Concibieron un mercado común como primer paso hacia la unificación política, no como un acto de sumisión a los intereses financieros. Para bien o para mal, Kohl y Mitterrand fueron los últimos en perseguir este objetivo. No tuvieron la misma estatura que sus predecesores, pero tampoco eran simples ejecutivos de bancos e instituciones financieras internacionales. La generación que los ha reemplazado a comienzos del siglo xxi no tiene ni una visión —se jactan de su falta de ideas como una virtud indicativa de su pragmatismo post-ideológico— ni coraje, en la

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medida en que sus decisiones siempre dependen de las encuestas de opinión. El caso paradigmático es Tony Blair, que ha hecho un arte de las mentiras, el oportunismo y el arribismo político. Hoy está enormemente desacreditado en su propio país, pero todavía participa en varias empresas lucrativas. Europeísta convencido —el más europeísta de los líderes británicos de la posguerra—, encarna una nueva mutación: una élite política neoliberal que trasciende la división tradicional entre la derecha y la izquierda. Tariq Ali lo llama el «centro extremo». Blair fue el modelo para François Hollande, Matteo Renzi, los líderes del psoe español e, incluso, hasta cierto punto, Angela Merkel, que gobierna en perfecta armonía con el spd. El neoliberalismo ha absorbido a los herederos de la socialdemocracia y a las corrientes cristianas conservadoras. El resultado de este neoliberalismo es el impasse del proyecto europeo en sí. Por un lado, la falta de visión ha empujado a la Unión Europea a concebirse como una agencia encargada de aplicar las medidas exigidas por el capitalismo financiero; por otro lado, la falta de valor ha impedido cualquier avance en el proceso de integración política. Obsesionados por las encuestas de opinión y los medios de comunicación, los estadistas de la Unión Europea piensan que la política significa ayudar a la economía de mercado y seducir a los votantes con argumentos populistas y xenófobos. Paralizada por la imposibilidad de regresar a las viejas soberanías nacionales y reticente a construir nuevas instituciones federales, la Unión Europea ha creado un monstruo tan inusual como horrible: la «troika» no tiene una existencia jurídica/política propia ni una legitimidad democrática, sin embargo mantiene el poder real y de hecho gobierna el continente. El fmi, el Banco Central Europeo (bce) y la Comisión de la Unión Europea pueden dictar políticas a cualquier gobierno nacional, evaluar su aplicación y decidir ajustes obligatorios. Incluso pueden cambiar un gobierno nacional, como ocurrió en Italia a fines de 2011, cuando Mario Monti, el hombre de confianza del bce y Goldman Sachs, reemplazó a Silvio Berlusconi. A veces imponen sus sentencias a un país, como el año pasado con Grecia. El derecho a decidir sobre la vida y la muerte que, según Foucault, constituye la soberanía clásica, es precisamente el derecho que la «troika» ejerció durante la crisis griega, cuando amenazó con asfixiar y matar a un país entero. Cuando la «troika» no tiene intereses específicos que defender, como hoy con respecto a la crisis de los refugiados, la ue ya no existe y se rompe: todos los países desean cerrar sus fronteras. Este poder abrumador no emana de ningún parlamento o de la soberanía popular, ya que el fmi no pertenece a la ue y al bce, sino que es una institución independiente. Por lo tanto, como muchos analistas observaron, siguiendo a Carl Schmitt, la «troika» encarna un estado de excepción. En la ue actual, lo político se ha vuelto completamente subordinado a lo financiero. En resumen, es un estado de excepción que establece una especie de dictadura financiera, un Leviatán neoliberal. La «troika» establece las reglas, las transmite a los diferentes estados de la ue y luego controla su implementación. Este es, en último análisis, el «ordo-liberalismo» de Wolfgang Schäuble: no un capitalismo sometido a reglas, sino un capitalismo financiero que dicta sus propias reglas. ¿Quién podría personificar tal estado


financiero de excepción mejor que Jean-Claude Juncker? Durante veinte años dirigió el Gran Ducado de Luxemburgo, cuyo objetivo principal (y la fuente de su prosperidad) es su condición de paraíso fiscal. Juncker transformó su país en la patria del capitalismo sin reglas. La definición del Estado acuñada por Marx en el siglo xix —un comité para gestionar los asuntos comunes de toda la burguesía— ha encontrado su encarnación casi perfecta en la ue. Este estado de excepción también revela una paradoja sobre el papel de Alemania, la pieza más poderosa de la ue. En la época de la Guerra Fría, la «Gran Alemania» [Grossdeutschland] se había convertido en un objeto historiográfico, una especie de «pasado futuro» teñido de nostalgia o alivio: la grandeza demoníaca de la Macht der Mitte (Michael Stürmer), la Mitteleuropa soñada por Friedrich Naumann, o la pesadilla para los pequeños países atrapados entre Prusia y Rusia, temerosos permanentemente de ser aniquilados (por lo tanto afectados por una forma de «histeria política» cuidadosamente analizada por Istvan Bibó). Sin embargo, después de la caída del Muro de Berlín y la reunificación nacional, Alemania recuperó repentinamente su viejo estatus de poder central en el corazón de una ue ampliada. En 1990, este regreso de la «Gran Alemania» atemorizó no sólo a sus vecinos, sino también a muchos de sus propios ciudadanos. Acabábamos de salir del Historikerstreit —la violenta controversia que opuso Jürgen Habermas a Ernst Nolte, el patriotismo constitucional al revisionismo histórico—, y algunas personalidades importantes del Bundesrepublik, como Günther Grass, deseaban mantener una nación dividida: la herida debía permanecer abierta. Como garantía para la anexión de la rda por parte de la rfa, Polonia solicitó un nuevo tratado que reconozca la línea Oder-Neisse como una frontera sagrada. En ese momento, Francia, que siempre concibió el proceso de integración europea como una estrategia para neutralizar a Alemania, aceptó la reunificación a cambio de una moneda compartida. Con una perspectiva maquiavélica, los altos funcionarios franceses más brillantes —les énarques— convencieron a Mitterrand de que cualquier ambición alemana de conquista podría sofocarse mediante la absorción del marco alemán por el euro. La creación de una moneda europea sin un Estado europeo les pareció una estrategia inteligente de contención. En ese momento, Europa experimentó un poderoso despertar del pasado, que llevó el Holocausto al centro de su memoria colectiva y reforzó el temor a un retorno del pangermanismo. Cuando el Bundesrepublik abandonó el marco alemán para compartir una moneda común con sus socios europeos, incluidos países del sur como Italia, España, Portugal y Grecia, la imagen de los soldados de la Wehrmacht desfilando en Praga, Varsovia, Milán o París fue definitivamente vencida. Veinticinco años después, este miedo parece absurdo. Durante este lapso de tiempo, la idea de reconstruir el Reich de antes de la guerra no ha pasado por la mente de ningún político alemán. Hoy, un gigantesco monumento al Holocausto se encuentra en el corazón

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de Berlín junto al Parlamento, y Alemania sigue siendo, a pesar de las demostraciones de Pegida y el éxito electoral de Alternative für Deutschland, uno de los países menos xenófobos del continente en comparación con Francia, Italia y Bélgica y los Países Bajos, por no mencionar a los nuevos miembros de la ue, entre los que Hungría se distingue por su racismo. El Volk ohne Raum se ha convertido en un mito arcaico y el expansionismo alemán ha encontrado en el euro su instrumento más efectivo. La Alemania ordo-liberal no necesita un ejército poderoso para conquistar los mercados continentales. Para esto, el euro es suficiente. Esta es la paradoja europea que ilustra una asombrosa heterogénesis de los fines: el euro, que nació para contener el poder alemán, se ha convertido en el instrumento de este último e incluso, como la crisis griega mostró elocuentemente hace un año, en su símbolo.

La unión monetaria sin unión política está destruyendo la democracia al desacreditar a cualquier gobierno nacional dedicado a las políticas de austeridad y al ampliar las desigualdades sociales entre los países del continente. Sin un intercambio democrático de recursos o una estrategia para el desarrollo común, la unión monetaria se ha convertido en un mecanismo perverso que drena los recursos de los países pobres hacia los ricos. Los bancos alemanes, y la economía alemana en general, prosperan a costa de muchos países endeudados.

Tales fines heterogéneos en la construcción de Europa no sólo revelan la ceguera de los inventores del euro; también muestran la irresponsabilidad histórica de sus beneficiarios. El euro permitió a Alemania reforzar su poder, pero no le dio la legitimidad para liderar un continente, Alemania más bien mostró su incapacidad para desempeñar un papel de liderazgo. El nacionalsocialismo, la derrota


al final de la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría agotaron las ambiciones geopolíticas de Alemania sin disminuir su egoísmo nacional. Ésta es una de las causas de la crisis europea, ya que Alemania se ve obligada, por su posición geográfica y su fortaleza económica y demográfica, a desempeñar un papel de liderazgo en el continente. Esto requiere de sus líderes visión y valentía, exactamente las cualidades de las que carece el actual liderazgo alemán. No tiene una visión continental ambiciosa ni el coraje para tomar decisiones que podrían amenazar su propio egoísmo nacional. Jürgen Habermas escribió que, durante la negociación que obligó a Grecia a rendirse ante el chantaje de la «troika», Merkel y Schäuble fueron capaces de hacer desaparecer, en una sola noche, los esfuerzos realizados durante décadas para restaurar la dignidad de Alemania dentro de la comunidad internacional. Esto es probablemente cierto, y el castigo infligido a Grecia es poco comparado con el daño causado a la imagen y la idea de la unidad europea. Los líderes alemanes no pueden liderar un continente de quinientos millones de personas mientras actúen como representantes del Bundesbank. La definición de colonialismo británico en la India, acuñada por los estudiosos de los estudios subalternos, corresponde bastante bien a la posición alemana en la Europa contemporánea: «gobernar sin hegemonía». La evidente

debilidad del liderazgo alemán también se beneficia de la pasividad de muchos otros países, especialmente Francia, que ha perdido sus ambiciones competitivas, pero también Italia y España, que aceptan su papel como alumnos obedientes (sin ninguna diferencia entre los líderes de izquierda y derecha). En resumen, la Unión Europea se está colapsando y corre el riesgo de desintegrarse con la aparición de una ola xenófoba y populista. El proyecto europeo debe replantearse por completo, lejos del estado actual de excepción. Tal vez la crisis griega del año pasado fue el síntoma de un cambio aún invisible y subterráneo, pero profundo. El gobierno de Syriza no pudo resistir la apisonadora de la «troika», pero durante seis meses Alexis Tsipras fue un símbolo para todo el continente. Hoy, las esperanzas giran hacia España y Podemos, así como hacia el Reino Unido, donde Jeremy Corbyn expresa una voluntad similar de cambio. Muestran que la xenofobia no es el único resultado posible de la crisis de la Unión Europea, y que volver a las viejas soberanías nacionales no es la única alternativa al neoliberalismo y la globalización del capital. También muestran que para construir tal alternativa necesitamos cambiar la izquierda misma y trascender los paradigmas heredados del siglo xx. • Traducción de Miguel Ibáñez Aristondo

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Ilustración de Yazmín Huerta


Un sueño de Europa E

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n el momento en el que sólo se habla del Parlamento Europeo para denunciar los empleos ficticios del que es fuente y posibilidad, en el momento en el que se produce el Brexit y las negociaciones que implica, ¿qué decir sobre Europa? ¿Soñar con Europa como si fuera una mujer atrayente y desconcertante, de la que un dios podría enamorarse, como de un imperio creado y defendido a capa y espada por Carlomagno contra los sajones al este y contra los árabes al oeste, o como una ficción imaginada por otro Carlos, del Atlántico a los Urales, mientras se ignoran los balbuceos de la pequeña Europa política con dificultades para levantar los andamios de su construcción? ¿Soñar con una Europa nacida de la Revolución Francesa, una Europa de naciones, o como si fuese incluso un asunto de familia concebido en Francia por Napoleón, desde el Reino de Holanda al de España y al de Italia, pasando por Westfalia y Nápoles, como un sistema continental que ignora de manera agresiva a Inglaterra? ¿O bien retomarla de una manera más elevada, alejar los tambores de guerra y soñar con la Europa de la Ilustración, esa que incluye a Inglaterra y que, de Berlín a San Petersburgo, denuncia los despotismos? Soñar con una Europa desde el África de ayer, en la que la negritud es proclamada en francés, o desde la de anteayer, en la que los aliados de la víspera entran en guerra, de Mers el-Kebir a Madagascar, antes de unirse de nuevo contra la Alemania nazi, sin tomar en gran consideración a los espectadores colonizados más que para masacrar a unos millones en Madagascar, un tiempo más tarde. Soñar con Europa y con Francia en Vietnam, en la que el general Giap, profesor de historia y perfectamente francoparlante, se inspira de Bonaparte para tomar desprevenidos a los franceses, y donde se conservan todavía, una por una, las recetas de vino y de coñac. Soñar con Europa en Argentina, en donde después de la llegada de algunos refugiados un poco especiales de Europa tras la Segunda Guerra Mundial, sólo se juraba por Italia, por Francia y por Europa en general. Soñar Europa en Buenos Aires en busca de antigüedades. Soñar con la Europa que se encuentra un poco por todos lados en América Latina en donde los soñadores son tan numerosos que nos encontramos a menudo tentados a tomarlos al pie de la letra. Soñar con Europa en la misma Europa, con el recuerdo de la ocupación nazi que se extendía por toda ella. Pensar, un poco soñador, en la división Oeste/Este que opuso a dos mitades, como sucedió en otros continentes la división Norte/Sur. Decirse que desde el muro del Atlántico y desde el muro de Berlín se han realizado bastantes progresos.

Marc Augé

Soñar con una Europa fuera de sus muros que intentaría parecerse a la imagen que otros tienen de ella, que reivindicaría el modelo político sin equivalentes que ella representa, mientras se esfuerza por mejorarlo, y que se apoyaría sobre los errores del pasado para pensar el futuro.

Una Europa que pensaría menos en ampliarse y extenderse que en ser ejemplar y que, tomando consciencia de la seducción que ejerce, se esforzaría por ampliarse sólo cuando sea merecida esa ampliación. Soñar con una Europa que consiguió colonizar dos continentes —América y Australia— y de la que cuatro de sus lenguas (el inglés, el español, el francés y el portugués) se hablan en el mundo entero. Con una Europa que se encuentra tanto en el origen de los males que afectan al planeta y que, en último término, amenazan la existencia, como con aquella capaz de dar los remedios para superarlos. Europa es una idea antes de ser una realidad. Su diversidad es su desventaja, así como su gran virtud. La idea de una Europa unida debe animar sus debates internos, dar sentido a su visión de futuro e influenciar su política exterior. Si consigue su unidad interna, tomará consciencia del hecho de que el mundo actual no es nada sin ella porque, para lo mejor y para lo peor, ella fue y sigue siendo la inspiración. • Traducción de Hero Suárez


El Imperio latino Giorgio Agamben

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n 1947, un filósofo, que también era un alto funcionario del gobierno francés, Alexandre Kojève, publicó un texto titulado El imperio latino. Su actualidad es tan alta que es conveniente volver a él. Con un presentimiento singular, Kojève afirma sin reservas que Alemania se convertirá dentro de poco en la principal potencia económica europea y que va a reducir a Francia al rango de una potencia secundaria en el seno de la Europa occidental. Kojève veía con lucidez el fin de los Estados-nación que habían, hasta ese momento, determinado la historia de Europa: así como el Estado moderno había correspondido al declive de las formaciones políticas feudales y a la emergencia de los Estados nacionales, los Estados-nación debían inexorablemente ceder su sitio a formaciones políticas que superarían las fronteras de las naciones y que Kojève designaba con el nombre de «imperios». En la base de esos imperios no podía hallarse, según Kojève, una unidad abstracta, indiferente a los vínculos reales de cultura, lengua, modo de vida y religión: los imperios —los que él tenía bajo sus ojos, ya fuesen el Imperio anglo-sajón (Estados Unidos e Inglaterra) o el Imperio soviético— debían ser «unidades políticas transnacionales, pero formadas por naciones emparentadas». Es la razón por la que Kojève proponía a Francia colocarse a la cabeza de un «Imperio latino» que uniera económica y políticamente a las tres grandes naciones latinas (es decir, Francia, España e Italia), en acuerdo con la Iglesia católica, de la que habrían recogido la tradición, aunque abriéndose hacia el Mediterráneo. Según Kojève, la Alemania protestante, que debía convertirse en poco tiempo en la nación más rica y más poderosa de Europa (en lo que, de hecho, se convirtió), sería atraída inexorablemente por su vocación extra-europea y se tornaría hacia las formas del Imperio anglo-sajón. Pero, en esta hipótesis, Francia y las naciones latinas iban a permanecer como un cuerpo más o menos extranjero, reducido necesariamente a un papel periférico de satélite. Hoy, cuando la Unión Europea se ha formado ignorando los parentescos culturales concretos que pueden existir entre ciertas naciones, puede ser útil y urgente reflexionar en la proposición de Kojève.

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Lo que previó ha podido verificarse de forma precisa. Una Europa que pretende existir sobre una base estrictamente económica, abandonado todo parentesco real entre las formas de vida, de cultura y de religión, no ha dejado de mostrar toda su fragilidad, ante todo en el plano económico.

La pretendida unidad ha acentuado las diferencias y se ha podido constatar a qué se reduce: imponer a la mayoría de los más pobres los intereses de la minoría más rica, que coinciden casi siempre con los de una sola nación, que nada permite, en la historia reciente, considerar como ejemplar. No solamente no tiene sentido pedir a un griego o a un italiano vivir como un alemán, sino que, aunque eso fuese posible, terminaría en la desaparición de un patrimonio cultural que es, antes que nada, una forma de vida. Y una unidad política que prefiere ignorar las formas de vida no está solamente condenada a no durar, sino que tampoco logrará constituirse como tal, así como lo ha mostrado Europa con tanta elocuencia.

Si no queremos que Europa termine por separarse de manera inexorable, como numerosos signos nos permiten preverlo, sería conveniente preguntarnos cómo la Constitución europea (que no es una constitución desde el punto de vista del derecho público, y no es inútil recordarlo, porque no ha sido propuesta al voto popular y, donde lo ha sido, como en Francia y Holanda, ha sido clamorosamente rechazada) podría ser rearticulada de una forma diferente, tratando de restituir a una realidad política algo semejante a aquello que Kojève llamó el Imperio latino. • Traducción de Ernesto Kavi


Europa sola, sólo Europa Bruno Latour

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arto de la idea muy simple de que el cambio climático y su negación han organizado toda la política contemporánea durante al menos tres décadas. Esta mutación juega el mismo papel que la cuestión social y la lucha de clases durante los dos siglos precedentes. No entenderemos nada de la explosión de desigualdades desde hace cuarenta años, ni del gran movimiento de desregulación que la acompaña, si no admitimos que una parte importante de las élites globalizadas ha entendido perfectamente las consecuencias de las malas noticias sobre el estado del planeta que comenzaron a cristalizar a principios de los años noventa gracias al trabajo de los científicos. Como la amenaza era real, estas élites llegaron a la conclusión de que había que adoptar dos conductas opuestas: primero, renunciar al sueño liberal de posguerra de un mundo en común motivado por la modernización del planeta —separémonos pues lo más rápido posible del resto de los habitantes a quienes se les había vendido este sueño universal a través de una desregulación a toda costa—; segundo, organizar de manera sistemática y a largo plazo la negación de esta mutación ecológica que conlleva desde entonces lo que se ha denominado el sistema-tierra y no solamente el medio ambiente. (Podemos encontrar en el caso Exxon-Mobil un cambio brusco, desde una investigación puntera sobre climatología y ciencias de la tierra a principios de los años 1990, hacia la organización de la negación del cambio climático, un punto de referencia empírico conveniente para ubicar esta transformación de ideales liberales). La negación —eufemísticamente llamada escepticismo climático— es crucial para encubrir lo que habría sido una escandalosa confesión pública de renuncia al ideal de un mundo moderno universal para todos los habitantes. En teoría, nada ha cambiado: «¡Avancemos hacia la globalización!». En la práctica todo ha cambiado: «Ya no compartimos nada porque no habrá un planeta lo suficientemente grande para todo el mundo». Lo que hace que la situación política actual sea tan preocupante es que este doble movimiento —renuncia y negación— nunca es explícito y, sin embargo, es un secreto a voces.

Por el momento, el síntoma de que los pueblos han entendido en muchas partes del mundo que fueron abandonados por unas élites que no tienen la menor intención de compartir el estado del mundo con ellos, es que reclaman firmemente el regreso a espacios tradicionales que podríamos llamar pre-modernos (o, al menos, esa es la impresión que dan). De ahí esta increíble carrera simultánea, de Filipinas a Francia, pasando por Inglaterra, Hungría, Polonia, Turquía, de que no hay otra salvación más que el regreso a las fronteras nacionales, a las culturas tradicionales, a la tierra arcaica. Movimiento fugitivo que los comentaristas toman por «populismo», pero que no es más que la reacción lógica de personas abandonadas en pleno campo y que fueron traicionadas con frialdad por aquellos que hasta ahora los condujeron hacia el horizonte insuperable de la globalización.


Todos estamos atrapados en medio de lo que se parece cada vez más al inicio del pánico en un caso de incendio en un teatro: hay quienes continúan huyendo hacia las protecciones brindadas por esa explosión de desigualdad sin precedentes —lo que se resume con el término conveniente del 1% del 1%—, y están aquellos que huyen hacia atrás, hacia la protección completamente imaginaria proporcionada por las fronteras nacionales o étnicas. En medio están todos aquellos que nos arriesgamos a aplastar. Donde la situación se vuelve potencialmente trágica es cuando todo un gobierno, el de los Estados Unidos, dirigido por Donald Trump, confluye en el mismo movimiento. En primer lugar, la huida hacia adelante, hacia el máximo beneficio, abandonando al resto del mundo a su suerte (¡los nuevos ministros responsables de representar a las «personas pequeñas» son multimillonarios!). En segundo lugar, la huida hacia atrás de un pueblo entero, hacia la vuelta a categorías nacionales y étnicas («¡Make America Great Again!» detrás de un muro). Por fin, en tercer lugar, la negación explícita de la situación geológica y climática. El trumpismo —si podemos usar ese término—, es una innovación poco común en política que debemos tomar en serio. Así como el fascismo también supo combinar los extremos ante la total sorpresa de políticos y comentaristas de la época, el trumpismo combina extremos y engaña a su mundo, al menos por un tiempo. En lugar de oponerse a las dos huidas, hacia la globalización y hacia el regreso al viejo territorio nacional, el trumpismo actúa como si pudiéramos fusionarlos. Fusión que obviamente es posible sólo si la misma existencia de la situación de conflicto entre modernización, por un lado, y condición material terrestre por el otro, ha sido negada. De ahí el papel constitutivo del escepticismo-climático, de otra forma incomprensible. (Recordemos que, hasta Clinton, las cuestiones de medio ambiente en los Estados Unidos eran bipartidistas). Esta es la primera vez que un movimiento político se ha organizado explícitamente por y para los negacionistas del clima. Y entendemos bien por qué: la falta total de realismo en la combinación —¡multimillonarios llevan a millones de miembros de las llamadas clases medias hacia el «retorno al pasado»!— saltaría a la vista. El caso, por el momento, sólo se mantiene con la condición de que sea totalmente indiferente a la situación geopolítica. Es inútil indignarse con los votantes trumpianos porque no «creen en los hechos»: no son idiotas, al contrario, como la situación geopolítica en conjunto debe ser negada, la indiferencia hacia los hechos se convierte en un elemento totalmente esencial. Si hiciera falta tener en cuenta la contradicción masiva entre huida hacia delante y huida hacia atrás, ¡haría falta ponerse al aterrizaje! En este sentido, el trumpismo es el primer gobierno completamente ecologista (¡pero desgraciadamente en negativo!). Si el año 2017 es el de todos los peligros, es porque Trump parece llevar a los Estados Unidos a un sueño geopolítico que ni siquiera los

aventureros del gobierno Bush junior pudieron imaginar. ¿Cómo ser realista en geopolítica si se niega incluso la contradicción entre las condiciones materiales de la llamada «geo» y los objetivos políticos que se persiguen? Bush junior todavía tenía la idea de construir un orden mundial, totalmente poco realista, por supuesto, pero aún así contaba con una relación vaga entre intereses y relaciones de poder. Lo que resulta aterrador con la llegada de Trump al poder es que él señala el abandono, por parte de los Estados Unidos, de la vocación de organizar un orden mundial. ¿Qué esperar de un presidente que tuitea que «las Naciones Unidas no es más que un club de charlatanes», esas mismas Naciones Unidas por la que tantos compatriotas suyos fueron muertos durante la guerra? Debemos concluir que habla de su país como Duterte habla de las Filipinas, May del Reino Unido, Orban de Hungría o Marine le Pen de Francia, y, por lo tanto, que no hay ningún interés declarado en construir un orden mundial común. En 2017, cuando Francia y Alemania tengan que votar en sendas elecciones vitales, Europa pierde con Trump la protección de lo que podríamos llamar el «paraguas moral» bajo el cual ha vivido desde la guerra, paraguas al menos tan importante como el de las armas nucleares y, seguramente, más fácil de abrir. Lo que permitió a la Europa unida —la invención institucional más formidable para superar los límites de la soberanía del Estado— no desintegrarse, fue su participación, junto con los Estados Unidos, en la construcción de un orden mundial que la superaba. Con Estados Unidos, los Estados europeos eran algo más que simples Estados. Sin ellos, no son más que Estados, en desacuerdo en todo. ¿Qué hará Europa si Trump habla de los Estados Unidos en el mismo idioma mitad-nacional, mitad-mafioso, que Duterte o Beata Szydlo? ¿Qué puede hacer Europa sola, es decir, abandonada a sí misma? Sabiendo lo que pasó desde agosto de 1914, sólo nos queda temblar. Después del Brexit, después de Trump, la tendencia, la tentación, es obviamente continuar el desmantelamiento de cualquier idea de un orden mundial. Esto es lo más probable. Pero también es contra lo que aún es posible luchar. Después de todo, abandonar la idea de un orden mundial bajo la hegemonía de los Estados Unidos es tal vez una oportunidad. Pero es sólo una oportunidad si comenzamos a transformar esa noción de orden y de mundo.

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Ahora bien, el trumpismo, dado que es tan extremo y contradictorio, ofrece exactamente el camino correcto, bajo la condición de que se tome a la inversa… En primer lugar: la contradicción entre el ideal de modernización y el estado del planeta no puede ser negada, organiza toda la política; avivar esta contradicción en lugar de negarla reorienta todas las posiciones. Y eso no tiene nada que ver con un interés en la «ecología» o con el deseo de «proteger la naturaleza». Se trata de condiciones concretas de la existencia material de todos. En segundo lugar, el salto adelante operado durante treinta años por los desreguladores ya no es compatible con los ideales de desarrollo y las llamadas a la globalización. Esa mundialización ha terminado, por falta de mundo, es necesario decirlo al fin con claridad. No hay mundo moderno posible. O bien, habrá mundo, pero no será moderno. O serás moderno, pero entonces sin mundo real. En tercer lugar, el más delicado, el más esencial también para las elecciones que vienen, el movimiento de retirada hacia la protección de las fronteras nacionales o étnicas es legítimo si consideramos que nunca ha habido una alternativa para la modernización y que ésta fue traicionada desde el interior por aquellos que más se beneficiaron. Es una reacción legítima, pero es demencial como proyecto político, ya que esa tierra nacional, ese suelo étnico, simplemente no existe. Si la mundialización era una utopía, estaba reservada para aquellos que habían abandonado la idea de hacer un mundo en común con las masas: el país dulce de antaño es otro. Y, en el fondo, todo el mundo lo sabe. De ahí la pregunta: ¿podemos reconocer la legitimidad de esta reacción y canalizarla en la dirección, perfectamente realista, de un retorno al suelo, al territorio, a la tierra, pero una tierra que ya no es nacional o global? Si es necesario aliarse con alguien es con los «reaccionarios», pero para ir a otro lugar.

La pregunta es, por lo tanto, la siguiente: ¿puede Europa volver a ser la patria común de aquellos que rechazan ambas utopías? ¿Un nuevo suelo, tan concreto como el que buscamos en el país de antaño; infinitamente menos limitado que el espacio de fronteras nacionales? Después de todo, ya que es Europa la que impuso al resto del mundo esa extraña contradicción entre el espacio mundial y la tierra de antaño, ¿no le corresponde a ella resolver esta contradicción? Un espacio re-territorializado hasta el punto que podamos decir: «¿Es Europa nuestra madre patria?». Europa está sola, sí, pero sólo Europa puede salvarnos. •

©Bruno Latour Artículo originalmente publicado en Michel Wieworka (dir.), La politique est à nous, Robert Laffont, Paris, 2017 Traducción de Miguel Ibáñez Aristondo


Refundar radicalmente Europa Étienne Balibar

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e siento muy honrado de recibir hoy el «Premio Hannah Arendt de pensamiento político», y de ver mi trabajo y mis intervenciones asociadas al nombre de una mujer, de una filósofa, de una intelectual por la que siento una gran admiración.* Lo que no quiere decir que no haya cambiado mi opinión sobre la obra de Arendt, ni que me sienta totalmente de acuerdo con todos sus análisis y conclusiones. Quiere decir, más bien, que la alianza, que me parece única, entre la valentía, la originalidad, la profundidad y el espíritu crítico que la caracterizan, constituye a mi entender un ejemplo sin el que no veo cómo podríamos afrontar la actual crisis de la política, ni cómo ponerla en relación con nuestra conciencia y nuestras vidas. También quiere decir que —como muchos otros— me siento confrontado constantemente con cuestiones planteadas por ella, en particular con la del «derecho a tener derechos» (right to have rights), elemento que ella considera el criterio inseparable entre la ciudadanía y la institución de lo humano bajo formas humanas. Desde este punto de vista, no puedo dejar de preguntarme todavía hoy sobre las razones por las cuales, en mi juventud, la segunda parte de los Orígenes del totalitarismo, consagrada al «Imperialismo», donde figura el desarrollo sobre «el ocaso de los Estados-nación y el final de los derechos humanos» había sido retirada de la traducción francesa. Por otra parte, me impresiona la potencia de esta problemática a través de todas las intervenciones que hoy tratan de la cuestión de los «sin Estado» y de las «no personas», refugiados y migrantes, para extraer los argumentos de una extensión de la ciudadanía más allá del Estado-nación, en una perspectiva cosmopolita o, mejor, transnacional. Más allá de lo dicho por Arendt, estos desarrollos me servirán de inspiración para proponerles hoy, en forma de agradecimiento y para iniciar una discusión colectiva, algunas reflexiones sobre otra crisis, la de la construcción europea. Aprovecharé para actualizar algunas proposiciones que formulé sobre esos temas en mis escritos precedentes y que han sido superados en parte por los acontecimientos. En un reciente libro en el que se propone Releer la Revolución francesa, uno de los brillantes intelectuales franceses de nuestra generación, Jean-Claude Milner, sugiere que el error de Arendt se encuentra en los paralelismos que establece entre la revolución estadouniden-

se y la francesa , y está en su derecho. Aunque también afirma que Arendt, forzada a emigrar a los Estados Unidos, se volvió pronto una figura relevante —aunque siempre singular— del espacio público y de la universidad estadounidenses, por lo que terminó por darle la espalda a Europa. Lo que, a mi juicio, es falso. El exilio no es olvido. Evidentemente, no tengo la pretensión de hacer hablar a Arendt, o de imaginar lo que podría haber dicho sobre las transformaciones políticas en Europa en el siglo xxi. Aunque sí querría, a pesar de los riesgos que eso implica, intentar reflexionar sobre la crisis de esta Europa a la vez unida y desunida, con un aire de familia próximo a la reflexión política de Arendt: una institución cuyo fundamento no reside ni en una revelación trascendente, ni en un derecho natural invariable, sino en la actividad misma de los hombres y mujeres que ahí se encuentran, y que implican su propia diversidad. Debido al tiempo del que dispongo, que sólo me permite plantear grandes generalidades y ocuparme de manera asíntotica de problemáticas que merecerían una discusión prolongada, querría, sin embargo, perfilar una problemática bastante amplia para mantener juntas las múltiples dimensiones que se deben articular si queremos comprender lo que sucede, las elecciones que podemos tomar, y por qué nos resulta tan difícil formular exactamente los términos de la cuestión. Para comenzar, describiré lo que propongo llamar la doble encrucijada europea: el hecho de que la construcción política de Europa sea hoy, a la vez, indispensable para el interés de sus poblaciones e incluso del mundo, e insostenible en las formas que ha tomado. A continuación, me interrogaré sobre algo que se exige desde diferentes posiciones, a saber, sobre la posibilidad de una refundación de Europa, lo que a mi modo de entender se ha hecho de manera contradictoria y, sobre todo, con una radicalidad insuficiente. Para concluir, evocaré el principio que podemos extraer de Maquiavelo, uno de los fundadores de lo que Arendt denomina «Teoría política», y plantearé la pregunta de saber en qué sentido la Unión Europea podría religarse con la iniciativa de sus orígenes, hoy corrompida. Una comunidad política, en cualquier nivel en que se instituya, no puede durar, ni sobre todo desarrollarse, si los fundamentos de su legitimidad y de su eficacia no son reactivados de manera permanente.

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Esta tesis enunciada antaño en relación con las ciudades-Estado o de los Estados-nación se aplica también a la Unión Europea. Aunque el examen de la situación actual conduce a una contradicción flagrante, en la que toda la cuestión consiste en saber durante cuánto tiempo será soportable. Por una parte, resulta evidente que «nosotros», la ciudadanía europea (lo que para mí incluye a los nacionales de todos los países miembros de la ue, así como al conjunto de los residentes en el «territorio» de la Unión), tenemos una necesidad permanente, a largo plazo, de construir Europa, ya sea bajo la forma actual o bajo una forma modificada. A este respecto, una de las razones que frecuentemente se invocan es la de la pertenencia de las naciones europeas a un conjunto supranacional y su adhesión a un proyecto político común; si bien esto no excluye las oposiciones de intereses entre ellas, sí que constituye, sin embargo, una garantía para que los conflictos no degeneren en una hostilidad violenta, y, al final, exterminadora. Admito este argumento, aunque me parece que se le puede dar una forma más dinámica: lo que está en juego, no es sólo un «principio de precaución», es la capacidad de Europa para construir un sendero colectivo que conduzca desde su pasado, lleno de violencias ejercidas contra ella misma y contra los otros, hacia un futuro lleno de incertidumbres y de desafíos, en el contexto de una mundialización en la que no ocupará nunca más una posición «central». De ahí la primera serie de razones que inscriben nuestro porvenir en un marco ineluctablemente europeo: razones geopolíticas, aunque también relativas a la economía-mundo y a la ecología planetaria. Entre el principio de la era moderna y la mitad del siglo xx, Europa ha impuesto al mundo entero una dominación con la que consiguió sus riquezas y sus capacidades de civilización. Pero hoy se encuentra «provincializada» (Dipesh Chakrabarty), o más exactamente —como diría Immanuel Wallerstein— se inscribe en una semiperiferia de la historia y de la economía mundiales.

Dejada al margen del «gran juego» de la hegemonía que tiene lugar ahora entre Estados Unidos y Asia, ignora las zonas de sobreexplotación y de muerte situadas al Sur y al Este del Mediterráneo, en la que se encuentra, sin embargo, implicada por sus inversiones, sus intervenciones armadas, sus operaciones fronterizas y sus flujos poblacionales. Si no queremos que los nuevos conflictos hegemónicos determinen nuestro trabajo y nuestras vidas, y que nos traten como una simple masa de mano de obra, si queremos que Europa pese realmente en la definición de las normas del derecho internacional y en la institución de los sistemas de protección sin los que el medioambiente será devastado y la vida desaparecerá poco a poco de la faz de la Tierra, si, a fin de cuentas, queremos imponer regulaciones comerciales y bancarias que permitan salvaguardar y adaptar el «modelo social europeo», necesitaremos mucho más que una coordinación reglamentaria o una gobernanza exclusivamente financiera, como existen hoy en día. Necesitamos una unidad política y una representación institucional del interés general, lo que no quiere decir una unanimidad sin oposición ni diversidad. No obstante, estamos lejos. O mejor dicho, en las antípodas, en el desarrollo de una evolución que, en particular, desde el giro his-

tórico de la reunificación alemana y continental, bajo el pretexto de su ampliación y de su profundización, no ha cesado de desintegrar y desestabilizar los fundamentos políticos de la unión. La cuestión puede ser examinada bajo varios ángulos y según varios niveles temporales, pero las evoluciones van todas en el mismo sentido, hasta que nos salta a los ojos, a lo largo de los últimos años, un umbral de irreversibilidad. Eso se debe principalmente a que los medios empleados para hacer frente a la crisis financiera de los años 2007 y 2010 han aumentado dramáticamente las desigualdades entre los territorios y las clases sociales, de un extremo al otro del continente, tanto en términos de ingreso como de seguridad en el empleo, y del endeudamiento de los individuos y las colectividades, como ha señalado Wolfgang Streeck (quien desdichadamente ha extraído conclusiones «soberanistas», irrealistas y conservadoras). La crisis económica se transformó entonces en crisis política, e incluso en crisis de la institución política en Europa. Eso demuestra que la tendencia de instaurar procedimientos de gobierno cada vez más tecnocráticos y autoritarios, en los que la representación de la ciudadanía no tiene ningún peso, como sucede ahora en Francia, y cuya continuidad está suspendida del hilo extremadamente frágil del output legitimacy. El sistema representativo está en su último aliento, y los países se han vuelto ingobernables, como se observa en Inglaterra, o de manera espectacular estos días en España. Que esta ingobernabilidad alcance también a Alemania, el país que se presentaba como el modelo de eficacia y de legitimidad que debía ser imitado por todo el resto, es un acontecimiento simbólico muy chocante, al mismo tiempo que una amenaza directa a la estabilidad de la ue.


La ingobernabilidad es la otra cara de la moneda de la des-democratización, e implica ciertos efectos. Entre ellos figura, evidentemente, el retorno con fuerza de los nacionalismos, que no son una especialidad de los «pequeños países de Europa central» (Istvan Bibo), atravesados por la interminable prueba de los «imperialismos continentales» (Arendt), a los que le siguieron los totalitarismos nazi y soviético, sino que alcanzan a los países del Este y el Oeste, y que reactiva en todos lados las angustias de la desagregación del «nosotros» comunitario, y los sentimientos de desclasamiento e impotencia. Desemboca no sólo sobre lo que llamamos confusamente populismo, sino sobre la violencia xenófoba y sobre un auténtico renacer del fascismo, o más bien (puesto que se deben evitar las transposiciones mecánicas de una situación a otra), de la constitución de un neofascismo en Europa, con sus variantes más o menos potentes y agresivas en cada país, y que en algunos casos ya se encuentran en el poder o van a participar. Insisto en el término de neofascismo porque veo en él un peligro inminente para nuestras sociedades de tolerancia y de libertad relativas, aunque también porque la simple idea de nacionalismo engendra la ilusión de una vuelta atrás, hacia una multiplicidad de intereses y de pasiones colectivas que precederán a la unidad. La realidad es que no hay ninguna vuelta atrás, lo que hay es una fuga hacia adelante, hacia una patología de la unidad europea, en la que en particular los sentimientos identitarios hostiles buscan la construcción de un «enemigo público» que sería común a todos los pueblos europeos, haciendo la amalgama de todas las diferencias étnicas, culturales y religiosas generadas por la descolonización y la inmigración (a las cuales se añadiría ahora —bajo el fondo de terrorismo al cual algunos querrían identificarlo— el «problema de los refugiados», a pesar de los ejemplos admirables de solidaridad que dan o han dado algunos países, ciudades, asociaciones militantes). Por eso digo que Europa está en una doble encrucijada. La estructura casi federal en la que se expresa la comunidad de intereses y de normas jurídicas de sus poblaciones es prácticamente irreversible: como se vio en la imposibilidad de expulsar a Grecia de la zona euro, aunque también en la imposibilidad del Reino Unido de salir de la eurozona. La conjunción de las desigualdades crecientes que fragmenta a las sociedades, la ingobernabilidad que no se puede disimular ya con la «alternancia» o la «gran coalición» de partidos centristas, el autoritarismo tecnocrático que engendra una brecha cada vez más infranqueable entre gobernantes y gobernados, y los nacionalismos que se unen en la violencia potencial contra un enemigo interior, todo eso desemboca en la crisis existencial de la forma política en Europa. Sin embargo, esto no favorece una «situación revolucionaria» o una «insurrección que viene», como creen sinceramente viejos anarquistas y jóvenes iluminados, sino que favorece la descomposición de la ciudadanía. La Unión Europea, desorientada, espera la próxima crisis financiera para saber si, como predicen algunos (I. Krastev), conocerá la misma suerte que la Unión Soviética, el otro gran proyecto de superación de los límites del Estado-nación en la historia del continente. Sin duda, por eso el problema actual, para la

23 clase política y para los expertos, es una «refundación». No rechazo el término, al contrario, pienso que se le debe dar todo su sentido, dejar de lado los falsos semblantes mediante la asunción de todas las condiciones que requiere. El proyecto que parece más coherente es el que plantea el presidente francés, que ya había sido propuesto por los conservadores alemanes (desde el memorándum de Wolfgang Schäuble y Karl Lamers en 1994), y que consiste en «reforzar el núcleo europeo» (Kerneuropa) alrededor de los países de la eurozona que acepten poner una gran parte de sus recursos en los presupuestos europeos, o incluso en un Fondo Monetario Europeo. A su vez, se someterían a una disciplina reforzada de la deuda pública, aunque utilizable para la aplicación de políticas «contracíclicas» con plazos de devolución amplios, elaborados, si no planificados en común. Esto vendría acompañado de la oficialización de una geometría variable en la construcción europea. Y como un proyecto así, parece claro, volvería a consagrar la casi-soberanía de las instituciones financieras, se le debe —al menos en las variantes liberales o socialdemócratas— aportar los correctivos democráticos capaces de conferirle un incremento de legitimidad. Lo que los promotores imaginan en general bajo la forma de una representación parlamentaria específica, que vendría a sumarse al Parlamento Europeo, o como una emanación de los parlamentos nacionales. Veo bien el argumento de racionalidad que puede invocarse en favor de tal plan, se adapta con la idea de un gobierno económico, en conformidad con una tendencia presente desde la construcción tras la Segunda Guerra Mundial, es el centro de gravedad sobre el que gira toda la «gobernanza» de Europa, de donde resultan las consecuencias sociales e institucionales de la integración. En consecuencia, es también una manera de reconocer que, en la época de la mundialización financiera, la economía y la política no son realmente esferas separadas, de tal manera que cualquier intento de avanzar hacia un federalismo que no se funde sobre la unificación de las políticas económicas (y sobre su base monetaria) no tendría ninguna posibilidad de materializarse. Eso es cierto, aunque también lo es que resulta insuficiente para garantizar una función recíproca, es decir, el control político de la gobernanza económica en formas suficientemente democráticas para instaurar la legitimidad del «soberano». En realidad este proyecto cuenta con dos grandes inconvenientes. El primero es el de mantener la representación de los ciudadanos en una función consultiva, en la que la lógica de las decisiones «impuestas» por la coyuntura y «sancionadas» por el comité ejecutivo no puedan ser realmente discutidas ni impugnadas. El segundo, es que de esa manera se instale una nueva brecha entre los grados de pertenencia a la Unión Europea y, por ende —debido al motivo incierto de volver más «estrecha» la unión de los países del núcleo central—, siembre en el conjunto de la unión los gérmenes del resentimiento y el refuerzo de los nacionalismos. Eso no es una refundación, ya que implicaría acentuar las tendencias existentes en la concentración de los poderes y de la hegemonía de algunas naciones sobre las otras.


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En realidad, si la idea de refundación está al orden del día, se debe considerar de manera más radical, sin contentarse en reforzar algunos poderes o de delegar a ciertas naciones la atención de gobernar otras naciones. Debemos preguntarnos cuáles serían las condiciones políticas de una refundación histórica. Pienso que se pueden enumerar al menos cinco, cualitativamente diferentes, aunque desprovistas de eficacia si no se combinan estrechamente entre ellas. La primera es el interés material de los pueblos de Europa, o de su gran mayoría, para constituir en el mundo actual un conjunto activo para con las tendencias y los potentes conflictos de la mundialización, de tal manera que permita transformar las relaciones de fuerza en beneficio de los ciudadanos. Dije más arriba que me parecía que este interés coincidía con lo que se puede denominar el refuerzo de una Europa «altermundializadora», en particular en el campo de las regulaciones financieras y la protección medioambiental. Para la que una actualidad trágica impone con urgencia la necesidad de añadir una capacidad de mediación renovada en la multiplicación de guerras próximas y lejanas, declaradas o no, y que revitalizan el derecho internacional. La segunda condición es un objetivo institucional que sea también una innovación histórica. Pienso que este objetivo nos permitiría salir del estado de pseudofederación que ya existe, bajo la forma de una estrecha interdependencia entre las economías, los territorios y la cultura, aunque sistemáticamente negada por el discurso oficial, y cotidianamente contradicha por la manera en la que las clases políticas nacionales buscan reservarse el monopolio de las negociaciones con las administraciones y los diferentes poderes «corporativos», ya se trate de las grandes empresas o de los sindicatos. El objetivo es inventar el nuevo tipo de federación que no aboliría la nacionalidad, y que no sea tampoco un sustituto, sino que transforme su significación y su función en el marco de una soberanía compartida. La

tercera condición es un ideal político, hacia el que el objetivo de la federación puede orientarse, y cuyo éxito de realización puede ser medido. Dije que desde hace tiempo este ideal no podía contentarse en preservar nominalmente la democracia, intentando resistir en la medida de lo posible a las formas «postdemocráticas» que parecen engendrar ineluctablemente la concentración de los poderes económicos, informáticos y militares a escala mundial. Se debe aspirar a una ampliación de la democracia en relación con el nivel que habían alcanzado los Estados-nación en su momento de ciudadanía activa máxima. Lo que quiere decir que no habrá federación europea si la emergencia de los poderes ejecutivos, administrativos, judiciales, representativos, más allá de la soberanía nacional, no se acompañan del renacimiento de formas locales, cotidianas, de participación directa (que algunos hoy llaman formas asamblearias): no aisladas, cerradas sobre sí mismas, sino que tienen que ser susceptibles de comunicar más allá de las fronteras. Claro está que tal invento no puede ser decidido de manera autoritaria, sino que debe superar oposiciones y obstáculos gigantescos (en particular los obstáculos lingüísticos)


y que no tienen que ver con un conservadurismo social. Lo que me lleva a las dos últimas condiciones. Entonces, la cuarta es una demanda efectiva de refundación; puede parecer que nos hemos alejado bastante en este periodo de reacción nacionalista y de desagregación, aunque no tenemos tampoco razones para declarar su imposibilidad a priori. Digo efectiva porque no puede tratarse simplemente de sentimientos proeuropeos, o de una delegación de poder a los gobiernos que se comprometen en favor de una refundación de Europa, sino que hacen falta movimientos colectivos, que impliquen a ciudadanos y ciudadanas reales, con sus herencias heterogéneas y sus diferencias antropológicas, susceptibles de encontrarse más allá de las fronteras: ya sea para protestar juntos (por ejemplo, contra la injusticia y la evasión fiscal), o para comprometerse en revoluciones culturales que se han vuelto inevitables (por ejemplo, una transformación de los modos de producción y de consumo autodestructivos). Y, por último, la quinta condición, que permite mantener juntas todas las precedentes, es la definición de problemas políticos que se deben resolver para que la construcción europea sea no sólo deseable, sino posible, al superar los efectos de la presente crisis.

Al contrario de lo que creía Marx, la humanidad (die Menschheit) no se plantea sólo problemas que puede resolver (stellt sich nicht nur Aufgaben, die sie lösen kann), sino que resolverá sólo los problemas que se habrá efectivamente planteado... Se trata entonces de definir las «batallas» que debe realizar la ciudadanía o, para decirlo de una manera menos guerrera, las «campañas» que debe asumir para que los obstáculos con los que tropieza hoy el proyecto europeo se vuelvan un terreno de movilización, de comunicación y de iniciativa.

Eso tendría que servir en primer lugar para reducir todas las formas de desigualdad (de profesión, de generación, de territorio, de educación, de salud, de seguridad, de género, de raza...), agravadas por el triunfo del principio de «competencia libre y no falseada» sobre los valores de solidaridad, que arruinan la posibilidad misma de una comunidad política, cualquiera que sea el nivel que se establezca. Eso también vale para afrontar la nueva cuestión nacional en Europa, heredera de una larga historia de dominaciones y antagonismos, aunque completamente transformada en su contenido desde que los Estados europeos, a uno y otro lado del Muro, se volvieron «Estados sociales» a la vez que «nacionales». Eso también vale para lo que yo llamaré, siguiendo a Kant y a Derrida, el desafío de hospitalidad, es decir, un tratamiento de los movimientos de las poblaciones presentes y futuras, en el que la fraternidad humana y la cooperación con las naciones del «Sur» encuentran su justo lugar (más que la mercantilización sin honores y el intervencionismo militar...). Desigualdades galopantes, identidades tristes, poblaciones deslocalizadas: las cuestiones que se deberán afrontar en el siglo xxi, para hacer de Europa un actor histórico que reúna múltiples capacidades de acción cívica y capaz de transformar la mundialización. En un famoso pasaje de Discurso de la primera década de Tito Livio (III, 1), Maquiavelo explica que la duración de una «república» depende de su capacidad para reparar los efectos de la corrupción a la que se expone por la debilidad de sus gobernantes o de sus ciudadanos para volver al origen o para reencontrar los principios sobre los que fue fundada. En ese contexto, se debe elegir lo que orientará nuestro esfuerzo de refundación. Más que de un Jean Monnet neoliberal, o de un Charles de Gaulle europeo, o incluso de un Willy Brandt que alcanzaría de lleno sus intenciones, tenemos más necesidad, a mi juicio, de un Altiero Spinelli o de una Úrsula Hirschmann, aunque multiplicados por diez o por cien, y que deberían ser capaces de redactar a varias manos algo parecido a un nuevo Manifesto di Ventotene. Y necesitamos confrontar esa inspiración con lo que el mundo espera hoy de Europa. • Traducción de Hero Suárez

* El presente texto reproduce con ligeras modificaciones el discurso de Étienne Balibar al recibir el Premio Hannah Arendt en 2017. (N. del T.)

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Europa y los múltiples extremos de la globalización Miguel Ibáñez Aristondo

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Hacia dónde va Europa? La pregunta apela a un número importante de problemas que se han ido acumulando en la trastienda de la ue en los últimos tres años. En este breve espacio de tiempo, las instituciones europeas y sus estados miembros han tenido que hacer frente a la crisis de la deuda en Grecia, la salida del Reino Unido de la Unión Europea, la crisis de los refugiados y el proceso soberanista en Cataluña. De entre estos eventos, el referéndum consultivo en Grecia de julio de 2015 vino a constatar de manera nítida el déficit democrático de la Unión Europea. En palabras del presidente de la comisión europea Jean Claude Juncker: «No puede haber elección democrática contra los tratados europeos». Acuñado por Serge Halimi como el teorema Juncker, las palabras del presidente de la comisión vinieron a confirmar algo que ya suponíamos: la ue carece de control democrático y se rige por mecanismos de decisión opacos y verticales que son presentados por las élites como un modo de gestión técnico y neutral. Ante esta situación de profunda crisis, la idea de una Europa federal y democrática ha adquirido una renovada actualidad. No es algo nuevo, si tenemos en cuenta que el federalismo europeo tuvo sus momentos más álgidos después de las dos grandes guerras, no nos ha de extrañar que en tiempos de alta turbulencia política la utopía de una Europa federal recobre vigor y se convierta en uno de los grandes temas de los años por venir. Como señala Enzo Traverso, la alta tensión política y la desacreditación del proyecto europeo han extendido el euroescepticismo más allá del clivaje entre nacionalistas euroescépticos y los sectores de corte neoliberal y globalista. Sin embargo, es este el clivaje político que se nos presenta hoy en los medios como el terreno crucial de lucha política, tal y como se congratuló en señalar Marine Le Pen tras las elecciones en Francia de 2017: «esta segunda vuelta organiza una recomposición política de gran extensión alrededor del clivaje entre patriotas y mundialistas.» Esta recomposición ha desplazado a los partidos de corte neoliberal a una nueva forma de globalismo patriótico que ya no ve en la globalización una suerte de fenómeno natural que, como las estaciones del año, se suceden de manera inexorable moldeada por las fuerzas del mercado y ajena a la política. Como señala Adam Tooze, la política es también un factor determinante y «Donald Trump es la manifestación más espectacu-


lar de esa forma de desencanto» de una globalización cuyo rumbo también puede ser rectificado con votos. A escala europea, el nacionalismo y los partidos soberanistas se presentan en oposición a un tipo de patriotismo europeo que se articula en diferentes sectores ideológicos. En tanto que ideología que se postula en oposición a los nacionalismos extremos de corte populista, el globalismo neoliberal también articula una forma de patriotismo europeo que aparece ahora renovado en estos tiempos de regreso a posturas nacionalistas euroescépticas. El mejor representante de excluyente globalismo liberal europeísta es el presidente francés Emanuel Macron. El 23 de abril de 2018, el presidente francés se presentaba ante el parlamento europeo para criticar los egoísmos nacionales y apelar a la construcción de «una nueva soberanía europea a través de la cual aportaremos la respuesta clara y firme a nuestros con-ciudadanos de que podemos protegerlos y aportar una respuesta a los desordenes del mundo.» En su discurso, Macron llamaba a anclar el «renacimiento de una Europa llevada por el espíritu mismo de los pueblos» y a elegir una «Europa de la ambición, de una soberanía reinventada y de una democracia viva».

Defensor de los valores de la democracia liberal, el discurso europeísta de Macron está revestido de una contradicción: si bien se postula como una alternativa moderada frente al populismo nacionalista, su retórica también combina extremos al conjugar un renovado patriotismo europeo con un profundo desprecio a las clases desfavorecidas, calificados por el líder de En Marche como «iletrados», «gentes que no son nada» o pobres que se benefician de un sistema de ayudas sociales que cuestan una «pasta espantosa» al estado y los «des-responsabiliza» de su situación. Las nuevas élites políticas del neoliberalismo trascienden la división tradicional entre la derecha y la izquierda y vienen a representar hoy un tipo de centro extremo que asume como natural y cercano a su nuevo enemigo. Como señala Eric Fassin, Europa convive hoy cómodamente con la extrema derecha en el poder: «mientras que en

2000 imponía sanciones a la Austria de Jorg Haider, en 2018 ésta va a asumir la presidencia europea con Sebastian Kurz.» El centrismo radical que representa Macron se presenta como una opción de cambio realista y pragmática que se articula a través de un ejecutivo autoritario que apela ahora a un europeísmo más pasional. Como señaló el líder de En Marche en un reciente encuentro en Lisboa con el primer ministro Antonio Costa: «Europa debe de ser un objeto más caliente, más sensible, más sensual en el sentido primero del término. Hemos creado una Europa burocrática, no podemos decir simplemente que Europa es un conjunto de reglas, de objetos fríos que se imponen desde un exterior lejano.» En este nueva Europa de las pasiones, los líderes de extrema derecha han encontrado la centralidad añorada durante décadas dentro de un clivaje político entre nacionalistas anti-globalización y europeístas de corte neoliberal que ya no temen entrar en el terreno de una política menos racional y más apegada a las emociones. Fuera de esta forma de antagonismo político, dos movimientos de izquierdas se han lanzado a la carrera política con vistas a las elecciones al parlamento europeo de 2019. Por un lado, el movimiento Primavera Europea, una lista trasnacional que comprende entre otras fuerzas políticas el Movimiento por la Democracia en Europa 2025 (DiEM25, en sus siglas en inglés), primer movimiento político paneuropeo impulsado por el exministro de economía griego Yanis Varoufakis, o Generation.s, liderado por Benoît Hamon en Francia. Primavera Europea busca ofrecer una alternativa a la Europa actual y tiene como objetivo la democratización de las instituciones europeas desde la izquierda. Por otro lado, la France Insoumise, Podemos en España y Bloco de Esquerda de Portugal, que lanzaron una declaración conjunta en abril por una revolución democrática en Europa. A pesar de tener una agenda política y social que guarda grandes similitudes, sus divergencias se dan respecto al proyecto europeo. Por un lado, Primavera Europea integra en su agenda un paneuropeísmo trasnacional que enfatiza la necesidad de buscar soluciones europeas a los problemas europeos. Por otro lado, el movimiento ¡Ahora el Pueblo! remite a una Europa internacionalista más reticente con el ideal europeísta. El que mejor encarna ese renovado euroescepticismo nacionalista de izquierdas es el líder de la France Insoumise Jean-Luc Mélenchon. En su discurso sobre el futuro de Europa en octubre de 2017, Mélenchon criticaba el europeísmo de Macron y la idea de una soberanía francesa condicionada por la soberanía europea y afirmaba que «Francia no es ni occidental ni europea, Francia es universalista.» La ausencia de alternativas a un europeísmo neoliberal que oculta su naturaleza excluyente y antidemocrática alimenta el euroescepticismo. Por ello, es lógico que sectores de la izquierda vean en el renovado europeísmo de algunos líderes una amenaza o un nuevo engaño. Sin embargo, no es en contra de su europeísmo integrador que la izquierda debe definir su agenda política, sino en contra de aquellas políticas que han usurpado al pueblo su capacidad de utilizar la democracia como herramienta de cambio. Tanto el movimiento Primavera Europea como ¡Ahora el Pueblo! sitúan en el centro de su agenda la necesidad de democratizar Europa, es desde ese espacio que se debe replantear la reconfiguración de un debate político de izquierdas más amplio que supere el improductivo clivaje entre patriotas de la globalización y nacionalistas euroescépticos y haga posible la revolución democrática y social que Europa necesita. •

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Amandine André

Círculo

de perros

(fragmento)

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Perros. Perros en la cabeza. Perros afuera. Perros. En la boca devoran carne. Perros. En la cabeza Giran y gritan. Perros. En la cabeza no Descansan la cabeza. Perros. Giran y perros hurgan y Perros cuidan. Perros en la cabeza comen. No hay Silencio. Perros gritan. Perros gruñen. Perros Amenazan. Gruñen. La cabeza en los hocicos. Presionan La cabeza sueltan la cabeza presionan la cabeza no sueltan La cabeza. Hocicos. Perros respiran. Toda respiración. Respiración de perros. Perros buscan el ataque y Ofrecen el costado al flanco que se hunde. Del flanco que Se hunde perro sale. Perro y perros. Perro cuida Perros. Perros de perro giran y acechan. Cabeza. Busca silencio pero perros en vano. En la cabeza. Perro no sale de cabeza. Nada más perro y Perros. En la cabeza sólo hocicos abiertos y Con hambre. Sólo perros. Todo de cabeza es provisto a los Perros y perros exigen que cabeza provea. Todo. Todo De cabeza debe acrecentar perro y perros. Perros Permanecen. Perros comen cabeza comen palabras provistas Por cabeza. Las palabras en su vientre. Vientres de perros Insaciables. Manada. Perro cuida. Perro come. Perro Suspende el hambre. Perro cuida perros y cabeza cuidada por Perro y perros. No más hambre. Perros de perro tienen hambre Y comen lo que perro no quiso. Perro duerme Mientras que perros comen lo que perro no Quiso. Perros comen las palabras que perro no Quiso. Cabeza da las palabras a los perros, cabeza expulsa Palabras para vientres velludos y negros de perros. Ningún Vientre saciado. Ningún hocico saciado. El hambre nunca Se detiene. La cabeza nunca se detiene. La cabeza ya no duerme Por engordar perros. Palabra gorda. Cabeza tiene miedo de Perro. Cabeza ya no duerme porque tiene miedo de perro. Porque tiene miedo de perro alimenta perro y Perros. Cabeza ya no duerme y graba palabras De carne. Hacer paté. Cabeza trabaja porque teme Hambruna y devoración por perros. Cuando palabras pobres Cabeza toma cadáver de palabras y mezcla las palabras a las Palabras. Sopa mejorada. Paté incrementado. Cuando más Palabras. Cabeza junta mierda de perro y perros y

Come mierda de perro y perros y execra palabras para Vientre de perro y perros. Cuando perro no duerme cuando perro no come Perro ordena cabeza. Perro no duerme solamente Perro no come solamente perro ordena también. Perro y perros ordenan a la cabeza. Si cabeza no Responde perro y perros golpean cabeza se arrojan sobre Cabeza muerden cabeza hasta que cabeza obedezca que cabeza Se encorve que cabeza se incline por manada. Perro ordena A cabeza palabras consecuentes con su poder sobre Cabeza y con su poder simplemente. Palabras poderosas. Capaces de destruir todas las palabras que se oponen a la palabra Que se oponen a su poder. Perro debe resistir solo. Perros de perro se aseguran de la sola resistencia. Perro no ordena solamente a cabeza que cabeza Someta las palabras a los vientres velludos. Perro pide Excederse con la cabeza. Que cabeza se desnude. Que cabeza Se agache y se ponga a cuatro patas. Que cabeza sirva También a lo que hay de sexo en perro y que cabeza Responda al sexo del perro que sale. Sexo de perro Busca excederse más que perro. Cabeza sirve también de Lugar para sexo excediendo perro. Perro penetra la cabeza. Perro encula tan bien como envulva. Perro ignora la Diferencia entre sodomía felación y envulvamiento. Perro lo ignora. Lo que hace perro es hecho por sexo Perro. Perro sale del sexo solamente. Copula con Perro en él cuando cabeza desnuda en cuatro patas. Cabeza toma Lo que recibe. Cabeza siente los orificios tapados los Orificios abiertos. Cabeza siente que los orificios no tienen la Misma materia. Cabeza descubre cabeza temblando. Cabeza Está horadada por todas partes. Cabeza utiliza los hoyos por Los que hace circular las palabras. Cabeza siente los testículos De perro golpear contra ella. Cabeza retiene lo que siente Del va y viene de los testículos de perro sobre su parte. Cabeza Sabe que aquí encontrará palabra para perro y perros. Cuando Perro se retira sexo rezuma. Perro quiere dormir. Perros de Perro exigen de cabeza que se ordene a todos sexos de Perros. Cabeza obedece y trabaja. Traducción de Ernesto Kavi


Glissandos en el laboratorio global Por Carmen Pardo

Conversaciones

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o primero que dijo al llegar es que no sabía si podría mantener una conversación porque, últimamente, estaba perdiendo el sentido del equilibrio. Hacía un tiempo, prosiguió con voz queda, que se le hacía difícil dar vueltas y vueltas en compañía de otra voz. Desde la infancia había escuchado reiteradamente, o eso creía, que una buena conversación no se ajusta a un objeto prefijado, que se debe girar animadamente sin preocuparse por los cambios de rumbo. Pero desde el último verano, explicaba, sus rotaciones eran cada vez más torpes y sus desvíos forzados. Después de someterse a tediosas pruebas, su médico le diagnosticó trastorno conversacional. El problema, al parecer, era que en los últimos meses, sin apenas percibirlo, había empezado a girar sobre sí misma y eso afectaba a su capacidad para dar vueltas en compañía. Le recetaron 2001: Una odisea del espacio de la firma Stanley Kubrick, tres veces por semana antes de irse a dormir. Llevaba ya veinticuatro dosis y, según le comentó el doctor, le faltaban unas treinta para alcanzar el pleno restablecimiento.

Tras una larga pausa, con voz de confesionario, admitió para sí que las primeras tomas se le hacían casi insoportables y que, de hecho, no las ingería íntegramente. Cuando llevaba aproximadamente 1h 30', que era un tiempo que podía digerir bien, empezaba a ausentarse. Para no sentirse tan culpable decidió documentarse sobre la medicación, a pesar de la ansiedad que siempre le producía la llegada al apartado de efectos secundarios. En el prospecto se informaba, claramente, que el producto había salido al mercado, en un pase privado, el 2 de abril de 1968 en Washington. Un buen año dijo, rehaciendo lentamente su voz. Aunque, dos días después de esta salida al mercado, continuó, Martin Luther King fue asesinado en Memphis y desde Cabo Cañaveral se lanzaba la nave Apolo 6. Sin aventurarse a dar argumentos a esta coincidencia, por precaución y dado su estado, dijo en voz muy baja, pasó unos días a la escucha de la voz de Martin Luther King y de esas voces que desde el centro de actividades espaciales de Cabo Cañaveral retransmitieron el

lanzamiento. Sopesando la distancia entre esas voces, comprendió que debía apurar las dosis de su medicación, prestando particular atención a las conversaciones que los tripulantes de la nave tenían con hal 9000. Desde entonces afirma, se sentía un poco mejor. Con un entusiasmo inusitado repitió: «I am a hal 9000 computer», pues tomaba la medicación en versión original porque siempre va mejor, dijo excusándose. Imitó las conversaciones con Dave Bowman y Frank Pole, y evocó las partidas de ajedrez con la voz cordial de hal. Pero, lo que más le conmovía era justamente aquello que en sus primeras dosis no podía tragar, la parte final cuando hal, sintiendo que va a morir, recuerda su infancia y canta «Daisy, a Bicycle Built for Two». «Daisy, Daisy, Give me your answer do!», canturreó. Esta canción tan popular allá en los Estados Unidos, fue la primera que cantó un ordenador. Cantándola hal recordaba sus orígenes y ella… Ella antes de marchar me dijo su nombre: Siri. Comprendí entonces que su tratamiento sería largo y que, por mi parte, ya era tiempo de dejar girar mi propia voz en otra compañía. •

Tu lucha • Por donDani Créeme, nena, yo sé que es muy importante tu lucha pero han aguantado así milenios, así que no puede ser tan urgente.

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Entrevista con

Patti Smith Rulo y Diego Rabasa Hay una anécdota que viene incluida en Just Kids en la que relatas la primera vez que viste un cisne en tu vida y cómo, después de conocer que ése era el nombre al que respondía la criatura, sentías impotencia porque aquella palabra no alcanzaba a describir todo el asombro que te causó ese primer encuentro. ¿Cuándo te diste cuenta de que a través del arte podrías cerrar la brecha entre lo que sentías y el mundo?

Durante una presentación en vivo le dedicaste una canción a William Blake, y subrayaste cómo él no fue reconocido en su época, murió pobre y casi desconocido, y después se convirtió en esta figura tan importante más adelante. ¿Tú te sientes conectada con tu época?

Es una pregunta muy bella. Realmente pienso que fue cuando coMe siento muy afortunada, me siento más conectada con mi época mencé a leer. Aprendí desde muy temprano en la vida, era muy joque lo que se sintió William Blake. Él estaba realmente desconectaven, y descubrí que la gente era capaz de escribir estos libros. Y yo do, porque la Revolución industrial desechó pensaba que algún día podría escribir un la idea, por un tiempo, de alguien que lo hilibro y esto me liberó. Sentí que cuando Aprendí desde muy temciera todo a mano: la gente estaba realmente yo evolucionara lo suficiente como paprano en la vida, era muy fascinada con la Revolución industrial. Justo ra escribir un libro, podría decir todo lo como en nuestra época: la gente está fascique estaba en mi corazón o en mi mente. joven, y descubrí que la nada con la revolución tecnológica. Pero yo Podría encontrar las palabras correctas. Y después, cuando tenía doce años, fui gente era capaz de escribir siento que, aunque no esté completamente día como artista con los nuevos géneros a un museo por primera vez con mi paestos libros. Y yo pensaba al—una gran parte del arte está orientado a vidre. En donde yo vivía no había mucha deos o a la tecnología, o la música está orienoferta artística, era un sitio muy rural. que algún día podría estada a la tecnología y yo sigo siendo chapada a Y me encontré con Picasso, vi a John cribir un libro y esto me la antigua— creo que tengo una reputación lo Singer Sargent, a Whistler, a Dalí, y me percaté de que toda esta gente expre- liberó. Sentí que cuando yo suficientemente establecida como para hacer trabajo felizmente y continuar haciendo saba estas cosas sin palabras, lo hacían evolucionara lo suficiente mi el trabajo que quiero hacer y tenerlo como visualmente. Cuando todo esto cobró sentido dentro de mí, supe que lo que como para escribir un libro, ejemplo de todo lo que he aprendido, todo lo que he aprendido de la historia, todo lo que yo sentía era el arte, supe que quería ser podría decir todo lo que he aprendido de sólo ser yo misma. Pienso artista. Así es como iba a expresar mis que puedo dar eso, dejarle eso a la gente y que sentimientos. Porque además no era tan estaba en mi corazón o en ellos lo pueden usar si lo desean. Para mí, sin buena en la escuela, ni en las labores domi mente. Podría enconembargo, no es tan importante estar conecmésticas (ríe), ni siquiera era buena para las cosas técnicas más elementales. Mis trar las palabras correctas. tada en términos del arte que hago, lo haré de cualquier forma. padres entonces solían preocuparse y se preguntaban: «¿Qué será de ella?», pero yo sabía, y les decía: «No Dos de tus libros que son más conocidos por la gente de habla se preocupen, yo sé lo que voy a hacer. Voy a escribir, voy a pintar, y hispana son The Coral Sea y Just Kids y los dos, de alguna forma, lo sobrellevaré». están dedicados a Robert Mapplethorpe. ¿Cuál fue la diferencia en el proceso creativo para ti entre ellos?

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Bueno, el día antes de que Robert muriera, el 8 de marzo de 1989, hablé con él por última vez y le pregunté —porque Robert y yo colaboramos en tantas cosas, era lo que salvaba nuestra relación, era lo que nos mantuvo tan unidos toda la vida, era el amor en común por el trabajo que hacíamos juntos, el entender el trabajo de cada uno— «¿Qué puedo hacer —al ser la que sobreviviría y viviría— para maxi-


mizar tu trabajo? ¿Cómo puedo continuar el trabajo que hicimos juntos?». Y él me pidió que hiciera algunas cosas, como escribir una introducción de su libro Flores, y después dijo: «¿Escribirías nuestra historia?». Y yo estaba muy sorprendida, pensé —«¡Uy! Eso será una tarea difícil». Pero le dije: «¿Te gustaría?», y él me dijo que sí, así que le prometí que lo haría. Pero cuando Robert murió, yo estaba demasiado triste para hacerlo. No estaba lo suficientemente organizada como para sentarme y escribir un libro de no ficción sobre nuestra vida juntos. Así que escribí The Coral Sea, y la diferencia entre esos dos libros —además del hecho por supuesto de que The Coral Sea es una serie de poemas en prosa— es que éste en realidad es la destilación de mi pena, es lo que tenía que escribir para poder transformar mi dolor en algo positivo. Just Kids fue el libro que le prometí escribir, y eso requería un tipo distinto de habilidad, así que me tomó muchos años empezar y pensar acerca de eso y tuve muchas interrupciones: la muerte de mi pianista, mi esposo enfermó y murió, y un mes después mi hermano falleció. Era viuda con dos hijos y tenía que empezar mi vida de nuevo, así que tuve que posponer el libro otra vez. Fue sólo hasta más o menos el 2008 que fui capaz, mis hijos ya habían crecido, yo estaba estable en la cuestión financiera y ya lista mentalmente para abordarlo y terminé el libro. Y la diferencia es que al escribir The Coral Sea mi única responsabilidad era conmigo misma. Yo escribí estos poemas en prosa que expresan cómo me sentía. Pero en Just Kids tenía el compromiso, en primer lugar con Robert, y después con la ciudad de Nueva York, con toda la gente en el libro y hacia el legado de Robert, así que era una responsabilidad mucho más delicada. Tenía que contemplar que todo lo que había escrito fuera verdad, asegurarme de que hubiera sido investigado, cerciorarme de que había escrito de todos apropiadamente. Hice lo mejor que pude.

Leí en algún lado que estás planeando escribir la secuela de Just Kids, ¿es verdad?

Bueno, estoy trabajando en ello, y no es tanto como secuela, sino como un libro «compañero». Si tú lees Just Kids puedes integrar el siguiente libro que será más autobiográfico y no se centrará en Robert, estará más enfocado en mi mundo en general. Me gustaría que la gente supiera más acerca de mi banda, de qué es lo que inspira las letras de mis canciones y también para que conozcan a mi esposo, para contarle a la gente sobre Fred y cómo nos conocimos y las canciones que fueron inspiradas por él. Porque «Because the Night», «Frederick» y «Dancing Barefoot», tres de nuestras canciones más populares, fueron escritas para Fred y después otra canción popular, «People Have the Power», que escribimos Fred y yo. Así que, realmente, las cuatro canciones más populares en nuestro canon tienen que ver con Fred y me gustaría que la gente conociera más de él.

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Tenemos una última pregunta, la voy a hacer muy rápido al estilo trivia. ¿Qué es lo que estás leyendo, Patti? Justo ahora.

¿Qué es lo que estoy leyendo? Bueno, estoy leyendo mucho de escritores japoneses. Realmente amo a Haruki Murakami, pasé casi un año leyendo nada más que Bolaño… así que este año he leído mucho de Murakami. También leo historias de detectives. Todo el tiempo estoy leyendo algo; siempre hay tres o cuatro libros en mi mesa. Pero también escribo mucho y a veces cuando escribo no leo tanto. Pero amo leer, a veces sólo vuelvo a leer Pinocho o Moby Dick y a veces encuentro algo nuevo. Pero leo todos los días. • Entrevista publicada originalmente en La ciudad de Frente en mayo de 2013

Fotografía de Edward Mapplethorpe


EDITORIALES

DE ARGENTINA


SP DISTRIBUCIONES


Psycho Killer

Por Carlos Velázquez

La Bestia Is a Punk

N

unca te declares fan número uno de una banda, no importa cuánto la ames, siempre existirá alguien que le profese más fervor que tú. Me sentí muy chingón al ingresar al Hollywood Forever Cementery. Había salido de mi departamento hacia el aeropuerto veinticuatro horas antes. Abordé un vuelo Torreón-Tijuana. Crucé la frontera a la mañana siguiente por el Chaparral. Por una deformación académica, siempre que piso San Diego tarareo mentalmente «Contrabando y traición». En San Ysidro tomé una camionetita que por quince dólares me depositó en el downtown de Los Ángeles. Todo con el noble propósito de visitar la tumba de Johnny Ramone. Siempre había querido visitar la tumba del guitarro de los Ramones, pero mis relaciones autodestructivas me mantenían bastante ocupado. Si alguna vez tuvo un pináculo la serie Californication, fue la segunda temporada. Debutó a un personaje

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entrañable, al que me gustaría dedicarle alguna vez una ficción, Lew Ashby, un trasunto de Rick Rubin. En el capítulo de su funeral aparece la tumba de Johnny Ramone. Y yo babeaba sentado en el mequeado (por mí) sillón de mi sala. Cómo era posible que ya haya aparecido en Netflix y yo todavía no la conociera. Me decidí a realizar el peregrinaje por la relectura de Killing Yourself to Live de Chuck Klosterman. Un viaje sentimental por lugares en el Chuco donde murieron estrellas de rock. Me encantaría presumir que cuando el transporte me depositó en la Main y 7 me bajé como Axl Rose en el video de «Welcome to the Jungle», pero honestamente el downtown tiene poco de glamour. Está más cercano del Mercado Alianza de mi ciudad que del Hollywood Sign. Me esperaba en su Land Rover mi compa Juan Carlos Razo. Generoso como siempre, me invitó a comer al Fogo de

Chao. Ahí me presentó a Juan Rivera, hermano de Jenny. Un bato medio chisqueao que comía solo. Si lo googlean se enterarán de que es protagonista de una saga familiar de esas que se dan en Game of Thrones. Broncas con la ley, disputas con su hermano Lupillo, drogas, armas, lo que dicta cualquier corrido. Pero el bato se portó muy amable y educado. Para limpiarnos el paladar (de semejante atracón que nos dimos de carne), pasamos al Museo del Grammy. Guachamos una expo dedicada a John Coltrane y otra a los macizos Cheech & Chong por los cuarenta años de Up in Smoke. Ya que nos jartamos de memorabilia, tomamos Santa Mónica Boulevard y llegamos al panteón. Los Ramones son una banda que me han acompañado siempre. Hay una lección de vida en su circunstancia. Eran unos cabrones que esnifaban pegamento y llegaron a ser la mejor banda de rock del mundo, sí, mejores que los Beatles. Los Ramones son mi rivotril. Siempre que me bajonéo los escucho hasta salir de mi atolladero emocional. Johnny es una figura que siempre me ha producido fascinación. Leí Commando, su autobiografía. Pero lo conocí mejor por la bio de Marky Ramone. Era controvertido hasta lo irreconocible. Hubiera sido interesante conocer su opinión sobre Trump. Después de un par de vueltas dimos con el sepulcro. Es una estatua de casi cuerpo entero de él en la típica pose que adoptaba cuanto tocaba. Al frente hay una placa con su nombre. Y en los tres costados hay frases talladas en piedra de Eddie Vedder, Rob Zombie et al. La de John Frusciante dice: «As good a friend as there ever was». Me saqué la foto de rigor y antes de marcharme sucedió un milagro. Dando la vuelta por una de las avenidas del cementerio apa-


Where you been?

Por Wenceslao Bruciaga

Enfermo

reció una banda de punks de negro de pies a cabeza y con crestas de color rojo. Eran una banda que había viajado desde Francia para conocer el sitio de descanso eterno de su ídolo. Y yo que me ufanaba de haber venido de Torreón. No estaban grabando un video. Sólo habían acudido a hincarse y mostrar sus respetos. Es algo que sólo el amor por el rock produce. Uno de ellos era de Monterrey. Era el guía del grupo. Detrás de la tumba había un estanque. Y un árbol a un lado proyectaba una sombra inmensa. Demasiada quietud para uno de los miembros de una de las bandas que más alborotaron en la tierra. Para mí Johnny es uno de los mejores guitarristas de la historia. No era un virtuoso. Pero creó un sonido único. Y aunque en las revistas especializadas nunca va a ocupar los primeros lugares dentro de los conteos de guitarristas, siento por él un apego insalubre. Juan Carlos tomó una selfie de nosotros con Johnny detrás. Es una postal que voy a atesorar toda la vida. Dos niños de la calle que un día se encontraron en Los Ángeles unidos por el punk. Cuando era adolescente nunca pensé que algún día viajaría por el mundo conociendo sitios sagrados como éste. La aparición de los punks fue como una epifanía. Una de esas que uno piensa que sólo ocurren en el Ulises. Me sentí como un Leopold Bloom que se topa un día soleadísimo con un conjunto de Stephen Dedalus punks. Subimos a la camioneta y Juan Carlos me preguntó qué deseaba escuchar. «The kkk Took my Baby Away», plis, le respondí. Mientras nos alejábamos vi a los punks arrodillarse con devoción inconmensurable. •

S

oy Wenceslao Bruciaga. Wences para la raza. Tengo cuarenta años, soy fan enfermizo de Dinosaur Jr. Soy puto, tan jodidamente patriarcal que me obsesionan los tamaños. Me gustan los mayores y que la tengan grande. Lo sé, no necesito tirar mil varos al basurero junto al diván de un consultorio lacaniano para descubrir que tengo daddy issues, pero qué más da, el que no tenga issues seguro es un aburrido sin perversiones consensuadas que del misionero no pasa, de esos que suelen pasar desapercibidos bajo el diagnóstico de buena salud mental. Me vale madres si padezco un grado de enfermedad degenerativa de la estabilidad emocional, mientras la pornografía entre hombres no me harte y no dejen de fabricar poppers en el mundo, me siento cómodo dentro de la enfermedad, debo tenerla, dicen que la adicción es una enfermedad y yo soy adicto a las orgías de las siete de la mañana y los discos que me ponen a llorar en la cruda de las orgías, como los de Tragically Hip. Padezco de sensibilidad desbordada. Tampoco me interesa curarme. Si bien a veces me atormento por cualquier jotería, un estado de salud jubiloso de óptimo me sabe a meta desabrida, pero no me hagan caso, soy un caso perdido, tan sólo estoy externando una opinión que nadie pidió. Sé que hay algo llamado paz interior, pero esa me la da cualquier disco de los Cowboy Junkies, así que ahí la llevo. Me acusan de exhibicionista, de dar información de sobra, pero es lo que soy, ¿por qué tendría que callarme? Cada que compro el Récord en el puesto de periódicos tengo que soplarme un montón de tetas a la vista de todos y no hago desmadre. El mundo es tan grande que caben cinco océanos y las perversiones de todos. Y que se callen los que se avergüencen de su propio cerebro. A lo que voy es a que me da igual si estoy enfermo o no de homosexualidad. Sé que la oms eliminó mi orientación sexual de su catálogo de enfermedades cuando yo tenía trece años y se agradece el dictamen, pero nunca he sido de rendir cuentas a nadie y la equívoca propensión huraña es algo que persigue a los Bruciaga laguneros por generaciones, quizás eso ayudó a que pudiera combatir la inevitable homofobia de un modo más sencillo.

Con todo el desmadre ocasionado por Mauricio Clark, que siendo justos nunca mencionó la palabra curar (en realidad, aquel reportero oligofrénico, de protagonismo elemental y humor chismoso que daba notas de espectáculo en el noticiario de Loret de Mola hijo, dijo, sanar), me pongo a pensar que los homosexuales seguimos sin superar nuestros demonios. Muchos gays se tomaron sus palabras a modo personal, como insulto y declaración de guerra. La sanación de Clark apestaba a traición y desertor del orgullo homosexual que hoy día puede contraer matrimonio firmando cláusulas de fidelidad. La ciudadanía lgbttti+ se apresuró a refutarle la sanación mediante el #Noestoyenfermx en el que defendían su estado saludable con lo que más bien parecían ser currículums de candidatos a algún puesto de trabajo mamón: Soy Carlos, Soy director creativo de una agencia de modelos trans vih indetectables, Tengo mi propia línea de mezcal, Soy sagitario y #Noestoyenfermx

escribían vanidosos, desesperados por alienarse en el envoltorio de la normalidad, dejando claro el complejo de inferioridad que les genera el placer de la homosexualidad. Verlos defenderla y defenderse esquivando toda perversión o analogía anal me despertó patética ternura: sin querer, atizaron la misma fullería de normalidad asexuada, casi célibe que tanto alaba Clark, sólo que desde la postal progresista que reduce al actual hombre gay a un tipo enfundado en Dockers que se besa con su bato en el pasillo de un mall liberal. Por ahí andan los nuevos queers tirando estereotipos, pero están más preocupados en salvar al mundo de las garras del patriarcado binario, regañando a todo aquel que no les preguntó su opinión, dejando huellas en las redes sociales, que no creo que tengan tiempo de mamar verga. Dicen que el hashtag fue contra la discriminación, pero, ¿cómo combatir la homofobia rindiéndose a la percepción de la normalidad cuya función es precisamente señalar y segregar a todo aquel que rompe el molde? • Twitter: @distorsiongay

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NOVEDADES DE SEXTO PISO VIRUS TROPICAL Powerpaola

«Este libro es una especie de organismo vivo, de estructura muy sencilla, compuesto de vivencias, sentimientos, sensaciones, pensamientos e historias cristalizadas en dibujos y frases».

Milenio Digital

YO, PERSONA

WONDER PONDER

Ellen Duthie / Daniela Martagón

«Una modernísima caja de Pandora, repleta de preguntas de apariencia inofensiva que provocan reflexiones nada inocentes».

el País

LA MUJER SINGULAR Y LA CIUDAD Vivian Gornick

«Gornick trae a colación esa fábula que todos conocemos: la de la princesa y el guisante, pero le da otro sentido y convierte la búsqueda del guisante -y no del príncipe- en un leitmotiv que apuntala su existencia».

aBC Cultural

EL NERVIO PRINCIPAL Daniel Saldaña París

«Desenfadado y socarrón pero también vulnerable y diáfano, el lenguaje de Saldaña París le estalla en la cara al lector: un resplandor».

Valeria luiselli

LA CIUDAD SIEMPRE GANA Omar Robert Hamilton

LOS CAÍDOS Carlos Manuel Álvarez

«Carlos Manuel Álvarez antepone, ante el escarnio de las doctrinas, la carne de los hechos».

iVán De la nuez, BaBelia

«Hamilton retrata la historia de amor con maestría. El amor entre Mariam, que continúa luchando, y Khalil, que se debate en la duda de si esa lucha tiene sentido, se desarrolla como una metáfora de la revolución».

the new Yorker


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