Reporte sp Número 13 • Septiembre de 2015
Publicación mensual gratuita de Editorial Sexto Piso
Recomendación de los editores
El mundo Diego Rabasa
E
está loco
n Momentos estelares de la humanidad, Stefan Zweig hace una exégesis de algunos episodios en la historia que cambiaron la narrativa del mundo para siempre. La Historia y sus grandes tramas en ocasiones se teje a partir del caprichoso devenir de ciertos instantes. Por ejemplo, en estos pasajes novelados de la historia, Zweig atribuye la caída de Bizancio a un imperdonable descuido durante el asedio de la ciudad amurallada de Constantinopla: las fuerzas de defensa olvidaron cerrar una pequeña puerta por donde se coló el ejército otomano de Mehmed II. En el prólogo de Vidas imaginarias de Marcel Schwob, libro hermano de aquel de Zweig, el autor habla de cómo salen del anonimato los instantes que pueblan la realidad continua, aquella que se transforma en memoria cuando su curso produce un quiebre que cambia la dirección de los acontecimientos irremediablemente. La historia, argumenta Schwob, usualmente es cruel con la vida cotidiana, no nos muestra el detalle de cada instante «sino en los momentos que empalmaron con las acciones generales. Nos dice que Napoleón estaba enfermo el día de Waterloo, que hay que atribuir la excesiva actividad intelectual de Newton a la absoluta continencia propia de su temperamento, que Alejandro estaba ebrio cuando mató a Klitos y que la fístula de Luis XIV pudo ser la causa de algunas de sus resoluciones. Pascal especula con la nariz de Cleopatra —si hubiese sido más corta— o con una arenilla en la uretra de Cromwell. Todos esos hechos individuales no tienen valor sino porque modificaron los acontecimientos o porque hubieran podido cambiar su ilación». El célebre prisionero Keber, el prisionero cuya leyenda afirmaba que «había sido un boina verde y, al parecer, en Vietnam había dormido entre cadáveres. Se había embarcado como marinero y recorrido los océanos. En la República Dominicana, había dejado en calzoncillos a un grupo de generales que temblaban de miedo delante
de él. En Rusia, varias mujeres habían intentado suicidarse porque las dejó. Y cuando la policía se dispuso a detenerlo después de un exitoso robo de correos, que incluía también una traición denigrante, tuvo que movilizar a un batallón entero», Keber detonó uno de estos episodios mínimos que producen un doblez que transforma el mundo para siempre. O cuando menos el mundo de los internos en la prisión montenegrina de Livada. Tras conseguir un acuerdo con las autoridades carcelarias para que sus compañeros y él pudieran disfrutar de un histórico partido de baloncesto en el que su país debía enfrentarse a los norteamericanos «y eso había que verlo, porque incluso los reclusos se sienten patriotas de vez en cuando», un carcelero cometió un error fatal que ocasionó una revuelta inimaginable que trastocó el orden en el poder de la prisión. Los límites de los hombres no siempre son claros para los otros. Nadie podía imaginar que Keber y su inmensa capacidad para soportar la realidad más espantosamente real no podía tolerar dos cosas: el ruido de los cubiertos rasgando su filo contra el metal le producía un zumbido incontrolable en la mente que se esparcía por todo su cuerpo, cortándolo por dentro como si filosas navajas se deslizaran por sus venas. La segunda cosa que Keber no toleraba eran los gestos soeces. Cuando a medio partido el carcelero Albert se paró frente al televisor, trazó un círculo con su dedo índice y el pulgar y metió su macana por el orificio en repetidas ocasiones, Keber no pudo más. Se puso de pie, azotó el televisor contra la pared y desató un pandemonio irreversible. Uno de los rasgos más complejos y fascinantes de nuestra especie es aquel que nos compele a inscribir el sentido de nuestra vida en un relato que le dé cuerpo y sustancia. Pertenecer a un grupo, forjar una identidad, situar la vida en el marco de un continuo, suele ser un antídoto contra la fatalidad inmanente a nuestro carácter de meros mortales. Keber encontró el sostén que había estado buscando toda
Uno de los rasgos más complejos y fascinantes de nuestra especie es aquel que nos compele a inscribir el sentido de nuestra vida en un relato que le dé cuerpo y sustancia.
Reporte SP • Año 2 • Número 13 • septiembre de 2015 • Publicación mensual gratuita de Editorial Sexto Piso • www.sextopiso.mx Impresión: Offset Rebosán • Editores: Diana Gutiérrez, Diego Rabasa, Eduardo Rabasa, Felipe Rosete • Diseño y formación: donDani Este número se ilustró con dibujos y grabados de Eko para Pancho Villa toma Zacatecas de Paco Ignacio Taibo II (Sexto Piso, 2013).
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su vida en la similitud de su rebelión y aquel célebre episodio de la guerra judeo-romana que terminó con un suicidio ritual de los judíos ante el asedio romano en la fortaleza de Masada, ubicada en los albores del mar Muerto. Keber permitía que su mente viajara lejos del encierro hacia tres lugares que constituían el cuerpo entero de su mitología personal: pensaba en el judío Menájem y su gesta revolucionaria contra los romanos, viajaba a Odesa donde vivían dos prostitutas, Maša y su madre Katarina, con quienes se había sentido, quizá como en ningún otro espacio, en paz, y regresaba una y otra vez a los brazos de su Leonca. Leonca, que no soportó que Keber hablara por las noches acerca de Odesa. Leonca, que no soportó descubrir entre las posesiones de su hombre una foto de Maša y Katarina. Leonca, de cuya habitación se deslizó, una noche funesta, una sombra sigilosa. Después de una serie de intensos combates, la prisión de Livada pronto consiguió constituir un territorio autónomo. El bibliotecario Alojz Mrak asumió el control de la gesta y logró que la pintoresca población de la prisión se sometiera a su férreo régimen. Pepo el Maricón, Šipac, que siempre traía una navaja y sufría de una compulsión terrible por aplicarla en el cuello de sus enemigos, Lape que estaba «tocado por la ingestión de alcohol metílico, que allí se producía de forma ilegal y que le daban a beber desde la infancia», Johan, con su dentadura dorada, el Barbero que reducía toda su comunicación a dos frases «¿Tienes cigarro?» y «Llegará el momento» y el Sacristán, un antiguo informante de las autoridades carcelarias con una inmensa capacidad para ubicarse siempre del lado adecuado en la distribución del poder, entre muchos otros, vieron cómo el antiguo régimen que los oprimía se transfiguraba en otro no menos asfixiante. Keber no tuvo opción sino mantener su condición de rebelde aun ante el nuevo régimen que sólo había cambiado la nómina de los privilegiados y los sometidos y no el sistema que impone dicho equilibrio de fuerzas. En el 2011 Drago Jančar recibió el Premio Europeo de Literatura y poco a poco se ha constituido como uno de los escritores europeos
de mayor prestigio. La inmensa empatía con la que se vuelca sobre la insuficiencia humana, su capacidad para inscribir la tragedia personal en el marco de la historia, su prosa veloz, poética y simple, ha cosechado elogios de grandes autores como Claudio Magris, quien dijo que la escritura de Jančar está «colmada de una gran piedad humana, despliega una poesía punzante capaz de revelar los sentimientos que arrojan las búsquedas infructuosas por la verdad y la felicidad, así como la feroz mordedura de la soledad». En uno de los intensos y bellos monólogos que componen el libro, el héroe de Zumbidos en la cabeza dice: «Así es como se ve el mundo desde la celda de una prisión. Simplemente, todo existe: existen las traiciones en el Templo, existe la traición de Leonca, existe la tiranía de Menájem y la de Mrak; todo es lo mismo, no hay ninguna diferencia. Desde el principio del mundo, cuando Menájem conquista Masada, cuando Herodes tiene la pesadilla de que un ave le está vaciando los ojos. El mundo está loco desde el principio de los tiempos». Afortunadamente para nosotros existen obras como la de Jančar que consiguen darle forma y fondo al desvarío universal para que podamos refugiarnos, al menos por unos instantes, de su desenfrenada locura. •
Zumbidos en la cabeza Drago Jancˇar Traducción de Simona Škrabec Narrativa Sexto Piso 2015 • 280 páginas Lee un adelanto:
Los misterios del cuarto amarillo Imagina un cuarto, no hay ventanas, la única puerta está cerrada. El piso, las paredes y el techo del cuarto son amarillos. ¿De qué tamaño imaginaste el cuarto? Puedo suponer que cuatro por cuatro metros, más o menos, de lado, y tres de alto. No había instrucciones al respecto, ¿por qué lo imaginaste de ese tamaño? Alguien pudo haberlo imaginado muy largo, un cuarto donde cabe una mesa de boliche, y muy alto. ¿Diremos que esa imagen es anómala? En cierto modo, la noción de cuarto implica ciertas regularidades, una de ellas es que no es muy grande. O dicho de otro modo, si el cuarto fuera muy grande habría que especificarlo en la orden: «imagínate un cuarto muy grande». Ahora, imagina que en el cuarto hay una mesa y sobre la mesa una pecera. ¿Ya? Tu mesa, supongo, tiene cuatro patas y es de madera. Las anomalías en este caso serían que la mesa fuera, por ejemplo, de tres patas, o de hierro, o con cubierta de mármol blanco. Podría ser, pero las regularidades de «mesa» incluyen cuatro patas y madera. La pecera es de regularidades más flexibles, ¿cómo la imaginaste? ¿Redonda y con uno o dos peces chicos? ¿Rectangular, del tipo acuario, con peces más grandes y plantas acuáticas? No importa, lo fundamental no es tanto qué imaginaste sino cómo hiciste la operación. Supongamos que tu pecera fue redonda, pequeña, con un pez, como la de Pinocho, o con dos peces rojos, como la de Matisse: lo que quiero mostrarte es que, aunque la pecera es tuya, y tú la imaginaste, no la hiciste a voluntad; ella apareció delante de ti, sin tu
esfuerzo. Tú no hiciste nada, oíste la orden y de pronto, pum, ahí estaba la pecera en el centro del cuarto amarillo, sobre la mesa. Aquí tienes un ejemplo claro y sencillo de cómo opera la imaginación y por qué, pese a que es tuyo lo imaginado, no sabes cómo se produce. La imaginación funciona así, entrega su mercancía y oculta el rastro de su obtención. La nota distintiva de la imaginación es que no la gobiernas. Está dentro de ti, la usas, pero ella hace lo que quiere. En esa autonomía y libertad residen su poder y su fuerza. Ahora imagina que la puerta del cuarto amarillo empieza a abrirse lentamente, alguien va a entrar y estás inmóvil, junto a la pecera. Supongamos que «sabes» (a la hora de imaginar «sabes» siempre muchas cosas) que quien va a entrar es un mago. La puerta se abre lentamente, y ¿qué te imaginas que sucede?, ¿quién entra al cuarto amarillo? Aquí las posibilidades se multiplican. No sólo en las regularidades que se constelan alrededor de la noción de mago, sino ante el tono que vamos a darle a la escena. Esto último depende de las emociones de quien está dentro del cuarto. La situación podría implicar cierta pasividad, desvalimiento, impotencia del que espera, es decir, miedo. Quizá desde el principio estaba latente la idea de que quien se encuentra en el cuarto está encerrado, capturado, o bien que se encuentra donde no debe y es un intruso sorprendido in fraganti por el mago que está entrando. Pero éstas son especulaciones. La imaginación sólo afirma, es muy asertiva, dice «así es». Fragmento del libro El juego del arte.
El juego del arte de Hugo Hiriart
una introducción a la estetica que sorprende con la fuerza de un nocaut
Mi primera lectura
profesional D
iez minutos antes de la hora programada, yo ya estaba esperando en la puerta con mi pequeña bolsa en mano. Contenía un flamante ejemplar de mi primer libro, publicado hacía poco tiempo, dos plumas para firmar autógrafos y una bolsa con kleenex, para lo que pudiera ofrecerse. Estaba muy emocionado. No era la primera vez que hablaría en público, pero sí era la primera vez que me pagarían por hacerlo, y encima era fuera de Tel Aviv, en un pueblo llamado Rosh Pina, y habían enviado una camioneta para llevarme y regresarme, como todo un profesional. La camioneta que llegó para recogerme era nueva y reluciente, y el sonriente chofer de pelo rizado dijo que su nombre era Aviram. Tras cinco minutos de trayecto, me preguntó —¿Qué tal conduzco? —Fenomenal —le respondí. Y en verdad lo pensaba. Algunos semáforos después, volvió a preguntarme qué tal conducía, pidiéndome que fuera honesto. —Fantástico —respondí—. De verdad. Ojalá yo supiera conducir así de bien. —¿Y qué tal lidio con el tráfico? —preguntó—. ¿Calmado? ¿Todo bajo control? ¿O proyecto un poco de estrés? —Calmado, muy calmado —dije—, pero también muy alerta. Mi respuesta puso contento a Aviram. —Lo pregunto —dijo— porque es mi primer día en este trabajo y no quiero regarla. —También es mi primer día en el trabajo —admití—. Es la primera vez que me pagan por hablar en público, y yo tampoco quiero regarla. —Wow —dijo Aviram, tocando el claxon a una camioneta que nos cerró el paso—. Espero que nos vaya bien a ambos. —Y tras una pequeña pausa, extrajo del bolsillo de su camisa una cajita de metal redonda, y añadió—: Tengo una idea. ¿Por qué no armo un toque para calmarnos? O sea, dado que es la primera vez para ambos. Le dije que prefería no entrarle. No quería estar pacheco cuando llegara al evento.
Etgar Keret
—No te preocupes —insistió Aviram—, preparo uno muy leve para que no nos ponga hasta la madre. Que nada más nos relaje, para maximizar nuestro desempeño. Le expliqué que la hierba producía un efecto muy fuerte en mí, y que lo que podía ser leve para él podía ponerme hasta la madre a mí. —Pero tú puedes fumar —añadí—. Por mí no hay ningún problema. Aviram suspiró. —Así no funciona —dijo—. Si fumo yo solo, me van a venir ideas de que vas a acusarme. Ya sabes, la paranoia y esas cosas. Pero si fumas conmigo, estaré tranquilo, porque si me acusas, te metes en problemas tú también. Me encogí de hombros y seguimos avanzando en silencio. Cuando llegamos a la avenida, volvió a preguntarme por su manera de conducir, y de nuevo respondí con elogios. —Escucha —dijo Aviram—, ¿por qué no le das uno o dos jalones? No tienes que fumar de verdad. Sólo inhala un poco para que yo no me estrese. Asentí con la cabeza. Faltaban al menos dos horas para llegar a Rosh Pina, y Aviram no se veía para nada relajado. Lió el toque con una mano mientras conducía. —Será muy delgadito —me dijo en un par de ocasiones mientras liaba—, para que no nos pegue demasiado. Necesitamos estar alertas. Ya había oscurecido cuando prendió el toque y me lo pasó. Le di una calada; sabía delicioso. Le di otras dos o tres caladas. Quizá más. Después se lo pasé de regreso. También le dio unas cuantas caladas. —La verdad —dijo—, es mucho más seguro manejar estando pacheco. Te pone en un estado de mayor tranquilidad. Le dije que me parecía que manejaba muy bien incluso antes de fumarnos el toque. —Gracias —dijo, y le dio otra calada honda—, pero ahora estoy conduciendo mejor. Y era cierto que rebasó con gran destreza a dos autobuses turísticos y a una camioneta cargada de cabras.
Ya había oscurecido cuando prendió el toque y me lo pasó. Le di una calada; sabía delicioso. Le di otras dos o tres caladas. Quizá más. Después se lo pasé de regreso. También le dio unas cuantas caladas.
—Es hierba de la buena —dijo—. La cultivo yo mismo. En verdad era buena hierba. Apenas pasaron unos minutos, ya no podía moverme. Intenté girar la cabeza hacia el chofer, pero me fue imposible. Intenté decírselo, pero hablar también me resultaba complicado. —Increíble —dijo Aviram, y arrojó la bacha por la ventana—. Estamos listos. Para cuando llegamos a Rosh Pina, mi parálisis había amainado ligeramente. Ya podía moverme y hablar, pero aún me sentía muy pacheco. —Aquí te espero —dijo Aviram señalando al estacionamiento situado fuera de la sala donde yo debía hablar—. ¿Cuánto crees que dure? ¿Como hora y media? ¿Dos horas? —Dos horas cuando mucho —murmuré, y mientras lograba arrastrarme fuera de la camioneta, logré pronunciar—: Probablemente menos. Comencé a caminar hacia la sala. No resultaba sencillo. Había unas escaleras enormes a la entrada. El público ya había comenzado a llegar, y la gente que subía las escaleras parecía realizarlo sin esfuerzo ni temor, pero a mí me daba un poco de miedo. Lo último que quería en mi primera lectura pública era caerme de las escaleras y quedar como un tonto, así que decidí no arriesgarme y subir a gatas. Resultó ser un método bastante eficiente y me sentí seguro. A la mitad del camino, me encontré con una mujer alta y delgada, llamada Rina, que se presentó como la organizadora del evento. La saludé con un asentimiento de cabeza, pues en mi posición actual no había manera de extenderle la mano sin caer. Rina me preguntó qué tal había estado el camino y si todo andaba bien. Le dije que el conductor era magnífico y que me sentía muy bien. Me acompañó hasta el final de las escaleras, donde me sentí lo suficientemente seguro como para ponerme de pie, y me mostró dónde era la sala. Dijo que calculaba que había más de cien personas en el público, y que para un pueblo tan pequeño como Rosh Pina, era una cifra estupenda. Me preguntó si necesitaba algo antes de comenzar la lectura, y cuando dije que no, miró su reloj y hacia el público y me dijo: —Bien, entonces comencemos. Tras una breve introducción por parte de Rina, caminé hacia el escenario y me senté en el taburete dispuesto junto al micrófono. Abrí el libro en la primera página y lo contemplé durante unos segundos. Parecía un conjunto de manchas de aceite flotando en agua, con figuras que constantemente cambiaban de forma, de manera fascinante. Me les quedé viendo durante un rato más. Era hermoso. No podía leer nada, pero era muy hermoso. Alguien del público tosió, como recordatorio de que no debía permanecer pasmado ante el hipnótico espectáculo. Se suponía que debía leer; ése era el acuerdo tácito entre yo y ese público de Galilea. Pero no podía leer. Recor-
dé que mi hermano alguna vez me dijo que si se estaba demasiado pacheco, lo mejor era comer algo dulce, porque el azúcar neutraliza los efectos de la droga, y la idea de comer algo dulce me produjo una gran emoción. Tenía muchas ganas de comer algo dulce, pues podría ayudarme a conseguir leer. Pero no sólo eso. Más allá de cualquier cosa, algo dulce sonaba como una gran idea. Acerqué el micrófono a mi boca y miré al público. Les dije buenas tardes, les dije lo contento que me encontraba de estar ahí y que me sentía un tanto débil, quizá porque se me había bajado el azúcar. Entonces pregunté si alguien del público que viviera cerca tuviera por casualidad una rebanada de pastel en casa, pues si comía pastel, me sentiría mejor. Una mujer entrada en años, de cabello lacio y blanco, sentada en una de las últimas filas, se puso de pie y dijo que antes de venir recién había terminado de preparar un cheesecake, y añadió que con todo gusto iría a casa a traerlo si eso me haría sentirme mejor. Le agradecí y le pregunté al resto del público si estaban dispuestos a esperar a su regreso. Los murmullos de la sala me sonaron como un «sí», y la mujer de pelo blanco se puso en marcha. Yo la esperaba en el escenario. El público estaba en silencio, y yo también. El tiempo pasaba con lentitud, pero la mujer en realidad vivía bastante cerca, pues tras lo que me pareció una eternidad, pero según las manecillas del reloj en realidad fueron sólo doce minutos, regresó a la sala con una bandeja que contenía un cheesecake. Me entregó la bandeja, junto con un cuchillo y algunas servilletas de papel. Tras darle las gracias, pregunté por el micrófono si alguien quería una rebanada. Esta vez, el murmullo del público sonaba como un «no». Corté una rebanada de pastel. La idea de marcharme del escenario iluminado para comerla en otra parte no me cruzó por la cabeza, así que permanecí sentado y me la comí ahí mismo. Estaba delicioso. Tenía la consistencia y dulzura justas, y la crujiente base de galleta ofrecía un contraste perfecto al pastel suave y esponjoso. Felicité a la dama por sus dotes como repostera y pregunté de nuevo si alguien había cambiado de opinión y quería probar aquel cheesecake milagroso. Cuando nadie respondió nada, procedí a cortar otra rebanada. Me tomó siete minutos acabarme el cheesecake entero. Al terminar, me sentía mucho mejor. Abrí de nuevo el libro en la primera página. Las letras seguían bailando como manchas de aceite en agua, pero ahora tenía el sabor de ese delicioso pastel en la boca. «Cierto», decía la dulzura subyacente en mi boca, «no puedes leer ni media palabra, ¿pero quién dijo que en una lectura necesariamente hay que leer? Puedes simplemente dar una charla». Animado por ese refrescante pensamiento, arrojé el libro a un lado, me puse de pie y comencé a hablar. En realidad no recuerdo acerca de qué, sólo
Comencé a caminar hacia la sala. No resultaba sencillo. Había unas escaleras enormes a la entrada. El público ya había comenzado a llegar, y la gente que subía las escaleras parecía realizarlo sin esfuerzo ni temor, pero a mí me daba un poco de miedo.
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recuerdo que mis palabras encajaban bien con el sabor del pastel y con el público silencioso y paciente. Cuando consideré que había hablado lo suficiente, le di las gracias al público y me marché del escenario. Alguna gente se acercó a pedir un autógrafo. Se veían muy complacidos. Aviram, quien estaba esperándome en la camioneta, se encontraba ligeramente menos complacido. —Gracias a Dios —dijo—. Empecé a pensar que no regresarías. Al parecer, el evento había durado más de tres horas. Me dormí todo el camino de regreso. Cuando llegamos, Aviram me despertó y dijo: —¿Lo ves? Te dije que las cosas nos saldrían bien a ambos. Cuando bajé de la camioneta, todavía un tanto tembloroso, dijo: —Ya’allah, nos vemos en el próximo evento. Estreché su mano a manera de despedida, pero él se me lanzó al abrazo. Al día siguiente, me levanté a las once de la mañana con dolor de estómago. Antes siquiera de prepararme un café, lo primero que hice fue llamar a la compañía de automóviles para decirles que el conductor del día anterior había sido excelente, muy cuidadoso y amable. Cuando alguien está en su primer día de trabajo, es muy importante recomendarlos. La voz ronca del otro lado de la línea me dio las gracias y me dijo que Aviram había renunciado esa mañana, que volvería a realizar trabajos agrícolas.
—¿Por qué? —pregunté. —No lo sé a ciencia cierta —admitió el tipo de la voz ronca—. Sólo sé que recogió a un escritor de libros para niños a las nueve de la mañana y que discutieron de camino. Hace quince minutos, vino a la oficina y me devolvió las llaves del coche. Me dijo que había dejado al escritor en un cruce. No entendí qué pasó, tan sólo alcanzó a comentar algo acerca de que no era tan simpático como el escritor de anoche. Seis años después del evento del cheesecake, regresé a Rosh Pina. Tenía miedo de que no volvieran a invitarme, así que cuando recibí la invitación, decidí que esta vez asistiría preparado con una charla bien organizada, informativa pero amena, profunda pero plagada de chistes. Estaba un poco tenso antes del evento, pero cuando salí al escenario el temor se esfumó y la charla y la lectura salieron de maravilla. Posteriormente, se me acercó alguna gente y me pidió que le firmara sus libros, y la mujer del pastel, con el cabello largo y blanco, que ahora lo llevaba incluso más largo, se encontraba entre ellos. —Fue interesante —dijo mientras me daba su libro para que se lo firmara—. No tan especial como la otra vez, pero aun así fue interesante. •
Animado por ese refrescante pensamiento, arrojé el libro a un lado, me puse de pie y comencé a hablar. En realidad no recuerdo acerca de qué, sólo recuerdo que mis palabras encajaban bien con el sabor del pastel y con el público silencioso y paciente.
Aguascalientes 232, esq. Alfonso Reyes Col. Hipódromo Condesa Ciudad de México, t. 52116845
Traducción del inglés de Eduardo Rabasa
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Una arruga en el tiempo O
currió de manera inesperada, hace unos cuantos días: estaba revisando algunas libretas con apuntes míos cuando me topé con un diario artístico que comencé a llevar poco después de mudarme a México, en el 2006. Era una combinación de pintura y escritura, y entre lo escrito se hallaba una frase de Rilke: «El futuro debe entrar en ti mucho antes de que suceda». Me recordó mi primer viaje a México en 1979, al Distrito Federal y a Puerto Vallarta, y cómo me impresionó lo colorido del entorno. De alguna manera, para mí los Estados Unidos eran un lugar soso, principalmente verde y gris, mientras que las casas en México podían ser rosas, y las macetas dispuestas en la terraza de mi hotel eran de colores brillantes y lustrosos. Creo que ahí fue cuando mi futuro —que fue en lo que se convirtió México— entró en mi interior, en mis venas. Volví diez años después, y pasé como diez días en el df, yendo de museo en museo. Por ese entonces, Coyoacán era como un pueblo situado más allá de los límites de la ciudad (había que tomar dos autobuses para llegar). Pasé mi tiempo caminando por las calles, empapándome de su atmósfera. Fui al Museo Frida Kahlo, sin imaginar que veinticinco años después terminaría viviendo a cinco cuadras de ahí. Pero Coyo también había entrado en mis venas. Sin saberlo, estaba en vías de convertirme en un chilango. También me vino a la mente una conversación que sostuve a principios de la década de 1990, en Seattle, con un escritor de ciencia ficción, quien me dijo que escribía sobre mundos imaginarios porque, de manera inconsciente, describía un estado mental al que aspiraba llegar. Y eso me hizo preguntarme: ¿estaré haciendo yo lo mismo? Me pareció que sí. ¿De dónde proviene la inspiración? Ciertamente, no de la conciencia. Si la obra de uno está motivada por una sensación de necesidad —que es algo que debes hacer—, entonces, de alguna manera, proviene del futuro (lo que sea que signifique). Y el futuro no solamente incluye la conciencia a la que uno aspira, sino también la gente como la que aspiramos ser, o emular. Para mí, Gandhi fue una de esas personas. Recuerdo alguna vez ver una foto de las pertenencias que dejó detrás —sus sandalias y sus lentes—, sobre la que aparecía superimpuesta una frase que pronunció hacia el final de su vida: «No tengo ningún mensaje. Mi vida es mi mensaje». Yo difícilmente soy alguien a quien la mayoría de la gente quisiera emular, pero cuando vi esa foto, me di cuenta de que si la frase de Gandhi guardara incluso alguna pequeña relación con mi vida, me parecería que habría valido la pena vivirla.
Morris Berman
¿Pero qué era mi vida? ¿Qué es la vida de cualquier persona, más allá de la suma total de las cosas que hemos hecho? Sartre pensaba que construimos nuestra vida mediante nuestras elecciones, y desde luego que no le falta algo de razón. Pero también es un concepto demasiado simple, porque en el caso de las principales «elecciones» que he realizado, tengo la impresión de que no era «yo» quien elegía. De alguna forma, era mi futuro quien tomaba la decisión, y en ese sentido puedo decir que existe algo parecido al destino. Es difícil de concebir, pero no pude llegar a ninguna conclusión distinta. Sin embargo, tampoco me parecía que el destino estuviera tallado en piedra, «escrito» en alguna parte, esperando a ser descubierto. Toda la ciencia adivinatoria (bueno, en realidad es un arte) se basa en esa idea: el tarot, la ouija, la astrología y demás. Estas tradiciones se han utilizado para vislumbrar el futuro, por decirlo de alguna manera, para decirnos lo que va a ocurrir, de modo que entonces sepamos lo que debemos hacer. En este momento me vienen a la mente tres citas: «Conócete a ti mismo» (primero lo dijo Solón, después Sócrates). «El carácter es destino» (Heráclito). «La culpa, querido Bruto, no yace en las estrellas / Sino en nosotros mismos» (Shakespeare). Todas ellas sugieren que el futuro se encuentra en nosotros, y no fuera de nuestro ser, si tan sólo tuviéramos la inteligencia necesaria para saber quiénes somos. Por eso el futuro de cada persona es único. Si sabes quién eres, si conoces tu carácter esencial, puedes concluir con una certeza razonable hacia dónde debes de dirigirte, qué es lo que te «atrae», por decirlo de alguna manera. Así que somos los capitanes de nuestra propia alma, pero no en el sentido en el que normalmente se utiliza esa frase. Pero, evidentemente, no construimos nuestro destino de manera puramente individual; no vivimos en un vacío social. Encontramos un buen ejemplo de lo anterior en la brillante película Sexo, mentiras y video, en donde el amigo de la universidad de un exitoso abogado de pronto toca a su puerta, y mediante la fuerza de las circunstancias sin desearlo trastoca la vida de su viejo amigo, y la de su mujer también. Los tres toman sus propias decisiones, pero al mismo tiempo hay una cierta aura de inevitabilidad. Al final de la película, el matrimonio (que en buena medida era una farsa) se desmorona, y la mujer se queda con el extraño que llegó para quedarse. De una manera dramática, los tres protagonistas llegan a conocerse a sí mismos, y su carácter
Desde el punto de vista racional, la confianza no tiene mucho sentido. ¿En quién, o en qué, estoy depositando mi confianza? Pero desde luego que Rilke no se refería a la razón; se refería a adentrarnos de manera deliberada en lo desconocido, como un acto de voluntad.
termina por ser destino. Pero el carácter no existe en una burbuja; nuestro carácter entra en colisión con el carácter de los demás, y de ese modo el futuro se convierte en nuestro presente. Esta clase de extraña lógica también funciona al nivel mundialhistórico, pero ése es un tema que será mejor explorar en otra ocasión. Aquí quisiera ocuparme de los individuos, y de cómo saben (o no saben) lo que hacen. La frase de Rilke es sumamente interesante. No dijo «El futuro entra en ti mucho antes de que suceda». No, dijo que debe entrar en ti, con lo cual básicamente nos dice que se trata de algo que estamos llamados a realizar. ¿Pero cómo? Dudo mucho que se refiera a la adivinación. Otra frase célebre de Rilke es «Debes cambiar tu vida». De nuevo, debes. ¿Y cómo es posible que lo hagamos? Rilke pensaba que las respuestas llegarán si estamos dispuestos a «vivir la pregunta»; en otras palabras, aprender a convivir con la incertidumbre. Se trata, supongo, de que si logramos hacerlo, de ese modo permitimos que el futuro entre en nosotros, y con ello cambie nuestras vidas. En mi caso particular, esta lección me tomó muchos años de aprendizaje, pues requiere confianza, y a mí me costó mucho trabajo adquirirla. Después de todo, el mundo es un lugar muy amenazante. Desde el punto de vista racional, la confianza no tiene mucho sentido. ¿En quién, o en qué, estoy depositando mi confianza? Pero desde luego que Rilke no se refería a la razón; se refería a adentrarnos de manera deliberada en lo desconocido, como un acto de voluntad. Ni siquiera Gandhi se sentía del todo cómodo con ello. No quisiera llegar a una fórmula del estilo «La vida es un misterio»; ésa sería la salida fácil. Me parece más bien un asunto de permitir que la vida venga por nosotros, por decirlo de alguna manera; de permitir que el universo nos agarre, nos sacuda, que haga lo que quiera con nosotros. Entonces la vida no es tanto un misterio como un milagro, una especie de aventura blakeiana. Claro que lo anterior es un ideal: la rutina tiene un aspecto muy reconfortante, y dudo mucho que alguien pudiera deambular por la vida en un estado de incesante asombro perpetuo. Pero también hay que decir que una
vida por completo desprovista de lo impredecible, probablemente no tenga mucho de vida. Recuerdo haber visto hace algunos años una película llamada Kirschblüten [Flores de cerezo], de la directora alemana Dorris Dörrie. Trata sobre un matrimonio de dos personas mayores, Rudi y Trudi, que viven en un pequeño pueblo de Bavaria. Él tiene un aburrido empleo en una planta de procesamiento de basura, y sigue la misma rutina todos los días. No tiene intereses ni aspiraciones reales; su visión de la vida es estrecha, restringida. Ella, por otro lado, siempre ha querido ir a Japón a estudiar Butoh, una técnica de danza iconoclasta diseñada para despertar la verdadera naturaleza del yo. Cuando ella muere repentinamente, Rudi queda devastado, pero decide visitar Japón a manera de homenaje a su finada mujer. Ahí conoce «por accidente» a una bailarina de Butoh adolescente, una chica pobre, indigente, que vive en una tienda de campaña, y se hacen amigos. Al final, antes de que Rudi muera (sin saberlo, tiene una enfermedad terminal), empieza a comprender por qué su mujer estuvo interesada en la danza Butoh, y a ver la vida como una flor de cerezo: pasajera e impermanente. Adquiere una nueva visión, y comprende la noción del presente eterno que Yu, la chica indigente, intentaba mostrarle mediante la danza. Al menos por un breve tiempo, ella es su futuro, y permite que le muestre cómo dejarlo entrar en él, de manera que logra experimentar el asombro antes de morir. A menudo se requiere de un evento trascendental, como la muerte de un ser querido, para sacudirnos, para permitir que el futuro entre en nosotros. Lo que Doris Dörrie quiere decir es que los milagros no existen en otro lugar, en una especie de cielo sobrenatural; más bien, se trata de permitirnos «escapar del tiempo», es decir, del tiempo lineal y predecible. Otro punto de énfasis es que si un hombre rutinario hasta la médula como Rudi puede hacerlo, cualquier persona puede también. Dum spiro, spero, escribió Cicerón; mientras respire, tengo esperanza. • Traducción de Eduardo Rabasa
Asepsia • dD&Ed No te preocupes, amor, los empleados tienen órdenes de lavarse bien las manos antes de servirnos.
Nu)n(ca Como si esa porción fugaz, marciana de la piel la hubiéramos entrevisto a la salida del teatro o en la cola para subir al metro y el mundo se hubiera detenido desde entonces, dejándonos sin brújula, sin sueño, sin una idea clara de a dónde o qué habíamos sido, con la lengua temblando, casi mudos, y sólo importara darle alcance, perseguir esa visión dorsal, sonámbulos y abstrusos —como un Ahab terrestre tras la ballena blanca de aquel hombro. ¶ El mundo detenido en su destello. Paladeando el instante en que deseamos —con tal intensidad, que incluso temimos darle consistencia de grito—, que ella se dé vuelta, que escuche nuestro llamado inexistente. Pero no. Por más que las preguntas asedien su clavícula, por más que dedos sin peso rocen sus lóbulos negados, el giro nunca llega, no responde a insinuaciones inaudibles, y ella se pierde entre la multitud, aborda un tren en el que jamás partiremos, y la vida será, a partir de ese punto, una variedad exasperante de la búsqueda, como cuando Thomas de Quincey cayó bajo el embrujo del rostro de Ann, su compañera de desdichas, y la adivinaba en todas las mujeres,
al doblar cualquier esquina de la cambiante Londres, con la diferencia de que ahora buscamos algo más inconcreto (tal vez casualmente cubierto por una bufanda), algo como esa zona en que comienza el crecimiento del pelo, esa zona limítrofe de piel que anuncia otra tersura, la domesticación de lo hirsuto. ¶ Como una amante perdida en la memoria quizá se proponía volver en los intersticios del sueño. Que su rostro cobrara forma al otro lado del espejo del deseo, allí donde la pupila falla y surgen los perfiles de la revelación.
Luigi Amara
¶ Magritte, que pintó la imposibilidad de mirarse al espejo (un hombre doblemente de espaldas mirando en el cristal lo que no podía ver de sí (o con la cara hundida en las aguas de azogue del misterio (o en el instante en que se rompe la simetría del reflejo, y el conejo blanco salta al revés, persiguiendo, contra las manecillas del reloj, la pista intoxicada de Alicia))), Réné Magritte, decía, escribió: «Todo lo que vemos oculta otra cosa, siempre queremos ver lo que está oculto detrás de lo que vemos.»
Quizá confiaba en el encanto del sesgo, de lo que se brinda a medias, con ese toque sutil, pecaminoso, de lo que ha sido de algún modo robado. Las artes de la insinuación. Esa suerte de desnudamiento —más que accidente, una cuidada rasgadura— por donde asoma la almendra del hombro, el bosque blanco de vértebras, el engañoso y tenue laberinto por el que se deslizan los anhelos, sin saber cuándo detenerse, sin saber a dónde son conducidos. El gesto de entreabrir una puerta donde no hay puerta.
Fragmentos tomados del libro:
Nu)n(ca Luigi Amara Poesía Sexto Piso 2015 • 104 páginas
Contribución a la historia universal de la ignominia
«Esta cuestión de manera grave no significa que la situación que se haya cometido haya sido considerada como grave sino que se refiere a una cuestión de gravedad totalmente distinta». Adriana Favela, presidenta de la comisión en el ine encargada de dar curso a la solicitud de 163 mil personas de que le sea retirado el registro al Partido Verde, tratando de explicar por qué falló en contra de la petición.
«La lección fundamental de la experiencia de Google es que antes que nada debes elegir si quieres ser un fundador o un empleado. No se trata de ser literalmente uno de los dueños. Es un asunto de actitud». Laszlo Bock, director de People Operations en Google y autor de Work Rules! Insights from Inside Google that Will Transform How you Live and Lead.
«El suicidio racial [es decir, el matrimonio interracial] es el gran mal de nuestros tiempos». Artículo publicado en Hershey’s Weekly, el periódico del pueblo de los chocolates Hershey’s el 26 de diciembre de 1912.
«La tendencia avanza, pero no hay cifras globales: muchos de esos niños no se registran claramente, y nadie sabe cuántos se producen cada año en el mundo. Avanzan también las dudas, las preguntas, sobre qué significa ser madre, qué ser padre, hasta qué punto es tolerable comprar cuerpos para cumplir ciertas funciones. Y se ha creado un nuevo mercado de trabajo: uno de los más humillantes que se pueda imaginar. Hace casi dos siglos un alemán rescató una rara palabra latina y la puso a circular. Proletario era el que, de tan pobre, sólo podía aportar su prole; el alemán nunca sabrá que su palabra se volvería tan exacta». Martín Caparrós, «Paternidad 2.0», artículo sobre el boyante negocio de los vientres de alquiler en Nepal, publicado en El País Semanal el 26 de julio de 2015.
«Bueno, ni siquiera quiero responder esa pregunta. Es una pregunta muy seria. Esperemos que jamás tengamos que utilizar un arma nuclear. Pero hay que estar preparados: el mundo nos odia». Donald Trump, en respuesta a una pregunta de un reportero de The Guardian, sobre bajo qué circunstancias utilizaría un arma nuclear si fuera presidente de Estados Unidos.
Instrucciones a los patrones • Por Johnny Raudo
L
os patrones de élite saben que los tiempos en los que las decisiones se tomaban según criterios intuitivos, o incluso a partir de categorías relacionadas con emociones, por suerte pertenecen a la más oscurantista prehistoria empresarial. En la actualidad, la única forma de tomar las decisiones que conducirán a la maximización de beneficios de la empresa son las ciencias estadísticas y sus métodos analíticos, así como sus algoritmos predictores del futuro. Aunque por desgracia los patrones deben de seguir lidiando con el errático, volátil e impredecible factor humano en sus empleados, el análisis interminable de sus bases de datos reduce el margen de error a los niveles mínimos posibles, y permite a los patrones encontrar a los trabajadores estrella, verdadero motor de toda compañía exitosa, quienes serán los encargados de ir conduciendo por el camino adecuado al rebaño conformado por la chusma de empleados mediocres y sin aspiraciones. Para dar a la ciencia estadística la oportunidad de regir la empresa según los criterios más vanguardistas, deberás administrar a los empleados examen tras examen y evaluación tras evaluación, con el objetivo de codificar hasta el último respiro de su desempeño en la empresa. Para efectos prácticos, todo lo que no pueda ser medido deberás considerarlo como inexistente, por lo que la tarea de todo buen patrón consistirá en desarrollar métodos para valorar y clasificar a los empleados hasta con varios puntos decimales. Además de las categorías habituales para medir su rendimiento —así como para saber en última instancia cuál es el balance del dinero que le cuestan y le aportan a la empresa—, puedes monitorear el tiempo
que se tardan en ir al baño, o el que desperdician dando aliento a un compañero que tenga un ataque nervioso en su lugar de trabajo. Una vez que les hayas administrado a tus empleados tantos exámenes, evaluaciones, mediciones y controles que ya no sepan dónde acaba su trabajo y dónde empieza su vida, deberás proceder a rankearlos según el valor relativo que tengan para la empresa, en un tablero público y visible, donde cada uno de los empleados pueda ver cómo se encuentra clasificado en relación a los demás. Asegúrate de recompensar de manera muy visible a la créme de la créme, por ejemplo invitándolos en tu avión privado a presenciar eventos deportivos en un palco de lujo, y de ridiculizar hasta donde la legislación laboral lo permita a los peor evaluados, por ejemplo haciendo sonar una marcha fúnebre cuando veas que alguno de ellos se dispone a entrar en la oficina. De ese modo, mantendrás contentos a los empleados más talentosos, y destruirás tanto la autoestima de los menos dotados, que con algo de suerte los orillarás a que renuncien de manera voluntaria, ahorrando a los abogados de la empresa la siempre demandante tarea de encontrar la forma de indemnizarlos con lo menos posible cuando te vieras obligado a despedirlos. Así es, la ciencia ha puesto a disposición de los patrones novedosas herramientas para extraer de los empleados hasta la última gota de su alma, y los patrones de vanguardia nos demuestran día con día que no hay sentimentalismo ni nostalgia que valga a la hora de rendir cuentas frente a los accionistas de la empresa. •
El Señor Cerdo
E
l Señor Cerdo es de esos seres que no sólo captan perfectamente la atmósfera de su tiempo, sino que es uno de los miembros talentosos de la sociedad, que va marcando el rumbo para que las almas menos afortunadas puedan tener una guía luminosa que les indique por dónde deben de conducir sus empobrecidas existencias. Por eso, el Señor Cerdo sabe que en tiempos tan vertiginosos como los actuales, la apariencia es sustancia, y no hay mejor carta de presentación ante los demás que ser un buen embajador de las propias cualidades. Un ser en movimiento perpetuo como el Señor Cerdo no tiene tiempo que perder con enredos sobre las profundidades del alma y ese tipo de trampas mentales que los losers se ponen a sí mismos para justificar su perpetuo fracaso. No, el Señor Cerdo sabe que perception is reality, y qué mejor manera de crear una contundente impresión inicial que por el sentido más primitivo que tenemos los seres humanos: el olfato. Así que el Señor Cerdo se encuentra trabajando con otro joven igual de talentoso que él en desarrollar fragancias que transmitan sin necesidad de tanto palabrerío, quién es verdaderamente el Señor Cerdo. Apoyado en un análisis estadístico para elegir su aroma con una infalible combinación de respaldo científico, más esa única intuición que distingue de manera tan precisa al Señor Cerdo, el Señor Cerdo sale cada día a comerse el mundo arropado por una fragancia personalizada que se adapta a los más diversos retos y oportunidades que la vida le depara. Cuando el Señor Cerdo se encuentra en su vertiente de creative entrepreneur, su olor despide
una mezcla de ideas arrojadas, audaces, singulares, como las que se necesitan para captar eternamente una porción más de cualquiera que sea el mercado que en ese momento se encuentre en vías de ser conquistado por el Señor Cerdo. De esa manera, en cuanto huelen que se aproxima, sus subordinados quedan predispuestos a ser maravillados por la nueva idea genial que el Señor Cerdo está por descubrirles. En cambio, cuando el Señor Cerdo se ve obligado a ser un tough negotiator para imponer sus condiciones, la fragancia correspondiente lo dota de un aura despiadada, para que nada más verle el rostro sus contrapartes sepan que el Señor Cerdo means business. Por último, cuando el Señor Cerdo se encuentra en su vena galante, utiliza una fragancia especial que potencia su ya de por sí desbordado magnetismo, como en esa película cuyo nombre no recuerda del todo bien el Señor Cerdo, en la que el protagonista se bañaba en un perfume tan irresistible que era despedazado por una horda de mujeres enloquecidas. Como el Señor Cerdo es tan versátil que despliega varias facetas de sí mismo a lo largo del día, recambia su aroma tantas veces como sea necesario pues, como bien sabe la estirpe a la que por fortuna pertenece el Señor Cerdo, en los negocios, en el dinero y en el amor, todo se vale, y no es culpa del Señor Cerdo tener una capacidad tan sobresaliente para otorgarse a sí mismo estas decisivas ventajas, para ir dejando aplastados en el camino a sus competidores, en su irrefrenable ascenso hacia la cúspide. •
El buzón de la prima Ignacia Ignacia: Igual que tú, estudié economía en el itam y finanzas en Harvard. Lo que pasa es que después yo no decidí tirar tanta inversión en capital humano a la basura, y en lugar de estudiar alguna tontería como el karma, me fui a la Universidad de Chicago a hacer mi doctorado en economía, donde me titulé con una tesis sobre la profitability de la aversión al riesgo condensada en los instrumentos subprime. Tuve que soportar el lento ascenso por la burocracia mexicana, y ni te platico los changuitos con los que trabajé en el Banco de México y en la Secretaría de Hacienda, pero, por suerte, gracias a un expresidente de la nación logré colocarme en un organismo financiero multinacional, donde trabajo con gente decente, tratando de explicarles a los países bananeros por qué viven en el perpetuo subdesarrollo. Mi pregunta es si crees que algún día haya manera de hacerles entender a los ciudadanos de dichos países que mientras se empeñen en no comportarse como explican los libros de microeconomía, estarán condenados a vivir en mercados distorsionados e imperfectos, en lugar del paraíso de la libre oferta y demanda en el que viven los ciudadanos de países primermundistas como en el que gracias a Dios ahora vivo. Dr. Wilfredo Alvarado
Dr. Alvarado, Ay, pero qué gran honor que una eminencia tan eminentísima como usted acuda a mi buzón en busca de respuestas. Además ya busqué su foto en Google y tengo que decir que aunque ya se ve medio traqueteado (uuuuy, y qué gachísima se está portando con usted la calvicie, que ni le respetó la simetría ni nada, porque solamente la entrada del lado derecho parece que le llega hasta la nuca), seguramente en sus años mozos, mientras llenaba pizarrón tras pizarrón de cautivadoras fórmulas de economía, sus alumnas deben de haber suspirado al tener enfrente a un hombre tan interesante y completo, ¡de seguro que hasta anduvo de pilluelo con alguna de ellas!, no se haga el inocente ¿eh?, que ahí está el ejemplo del Bill Cosby para que sepamos que el tiempo todo lo pone en su lugar. Ah, y pus lo felicito por no apartarse del buen camino y hacer también su doctorado en ese tema tan apasionante. Se ve que su vida será de principio a fin todo un carrusel de pasiones y emociones. Me lo imagino perfecto explicándole a su mujercita con curvas y fórmulas cuál es el número óptimo de hijos, según la relación entre el gasto en ellos y la compasión que les tendrán en la vejez. ¡Qué envidia que existan mujeres que compartan sus vidas con hombres tan irresistibles! Y pues ora sí que pasando a su pregunta, se la voy a voltear con una solución alternativa: ¿por qué no mejor en vez de empeñarse en que en estos países la gente entienda que la felicidad consiste en convertirse en zombis que respondan a los estímulos de la oferta y la demanda, por qué no mejor le hacemos al revés? Mi propuesta es hacer una colecta nacional para que usted y todos los de su estirpe se vayan a trabajar a organismos financieros internacionales, y que desde ahí puedan ir a sus congresos y dar sus conferencias y entrevistas payasas, donde se la pasan regañándonos por no hacer eso que ni ustedes mismos se creen que pueda ocurrir fuera de sus teorías malévolas. Así ustedes pueden dedicarse a seguir cultivando la joroba, y nos dejan en paz para que dejen de hacernos sentir que encima de todo, si estamos tan jodidos es por nuestra voluntad y nuestra culpa. Ándele, prométame por favor que de preferencia se largan para allá todos ustedes y no tenemos que volver a saber de su existencia, ¿sí, me hace ese favor de itamita a itamita y harvardita a harvardita?
Estudié Economía en el itam, Finanzas en Harvard y Karma en la Universidad Tibetana, pero el verdadero aprendizaje lo obtengo en esa loca maravilla llamada vida. Si quieres que lo comparta contigo, no lo pienses más y consúltame en el siguiente correo electrónico: ignacia@sextopiso.com (PD: No hay censura pero por favor sean recatados y no me vayan a andar preguntando puras pendejadas).
Prima Ignaciaaaaaa: Tengo una muñeca llamada Dolly a la que desde hace años visto y perfumooooo con the best of the best, siempre igualita a mí hasta en el más mínimo detalle, porque mi mamá me enseñó que no hay mejor soulmate que uno mismo, así que mi Dolly y yo somos como dos lados de un espejo muy fashionable y amoroso. El problemaaaaa es que el otro día caché a mi novioooooo viéndola con unos ojos que yo pensé que eran solo para mí, y estoy que me muero de celooooooos hacia mi Dollyyyyyyy. ¿Qué hagoooooooo? Ayúdame por favoooooor. No quiero que nada ni nadie haga que Dolly y yo nos alejemos ni por un segundoooooo. Cuquis Audiffred
Apreciada Cuquis, híjoles, o sea, nada más déjame ver si entiendo bien: ¿me estás diciendo que estás celosa de tu propia muñeca? Es que por más que leo y leo tu pregunta, parece que a tu particular manera (¡qué padrísimo que hayas encontrado la manera de poner por escrito la papa atorada en la garganta con la que hablan los niñitos bien de sus circulitos! ¡Deberías hasta de patentarlo con los del récord Guinness!) es lo que estás tratando de comunicarme. ¡Tú sí que te volaste la barda! Pero más bien vamos al grano, porque ya va a empezar mi novela de las siete: cuando tengas oportunidad, échale en la bebida algo a tu novio para que se desmaye, pero por fis ten cuidado de no exagerar la dosis hasta matarlo. Si ves que luego de un ratín no despierta, échale muchos hielos ahí donde te platiqué, y verás qué rápido surte efecto. (Te lo dice alguien que ha tenido que obligar a cumplirle con ese método a varios inútiles y buenos para nada). Pero antes de la operation ice, encuéralo totalmente a él y a tu muñeca, y acuéstalos juntos en la cama en una posición comprometedora. Cuando tu novio se despierte y se dé cuenta del tipo de niña que resultó ser Dolly, la tachará de inmediato del concepto en el que la tenía, y verás que en adelante reservará sólo para ti esas miradas embobadas y total y absolutamente estupidizadas que tú y solamente tú te mereces.
Hazle una pregunta a la prima Ignacia. Si tienes la suerte de que en su infinita sabiduría la seleccione como la mejor del mes, recibirás gratis en tu domicilio el libro de tu preferencia de Sexto Piso.
Esta temporada Reporte SP te recomienda Amo los uniformes Blanca Lacasa y Cristóbal Fortúnez • Astiberri Este libro es una declaración de amor al uniforme laboral. Blanca Lacasa y Cristóbal Fortúnez reivindican uniformar a todo asalariado viviente y que cada profesión tenga su propio kit textil.
Jacques Offenbach y el París de su tiempo Siegfried Kracauer • Capitán Swing «El ingenio de Offenbach a través de la capital del siglo xix sigue encantando a los amantes de la música y la inteligencia». Susan Sontag
El alma de las marionetas John Gray • Sexto Piso
La casa de hielo
«Gray, uno de los filósofos contemporáneos más leídos, rastrea despreocupadamente por la literatura de cualquier nivel con el eclecticismo vigilante de una urraca que acumula genialidades».
Serena Vitale • Marbot Ediciones «Si alguien me preguntara: “¿Qué libro de historia puedo leer sobre la Rusia zarista?”, respondería sin duda alguna: La casa de hielo».
John Banville, The Guardian
Pietro Citati, La Repubblica
El día señalado Enrique Vila-Matas • Nórdica
La gran novela americana
«La literatura de Enrique Vila-Matas tiene esa corporeidad inaprensible de las atmósferas kafkianas. [...] Los lectores de Vila-Matas (nunca mejor dicho, tratándose de unos entes que el mismo autor ha ido creando a lo largo de su trayectoria) forman parte de su mundo. Apreciar su literatura no quiere decir otra cosa que entender su mecanismo de representación».
Philip Roth • Contra «Un atrevido derroche cómico». The New York Times
J. Ernesto Ayala-Dip, El País, Babelia
El Levante
Nunca
Mircea Ca˘rta˘rescu • Impedimenta
Luigi Amara • Sexto Piso
«Leer a Ca˘rta˘rescu te devuelve la fe en la capacidad de la ficción para insertarse en el mundo y convertirlo en un lugar diferente».
Plantado frente a una fotografía tomada por Onésipe Aguado, Luigi Amara observa cómo se gesta en su interior un laberinto por el que luego divagará sin dejar tras de sí un hilo que lo salve.
Iván Thays
El libro de Jonah
Recordar a los difuntos
Joshua Max Feldman • Libros del Asteroide
Arnoldo Kraus • Sexto Piso
«El argumento, infundido con una energía duradera, toma cada vez más ímpetu y culmina con un enigmático, inesperado final… Merece nuestro aplauso».
Arnoldo Kraus aborda la decaída y posterior fallecimiento de Helen, su madre, con una asombrosa mezcla de la precisión de la mirada médica, combinada con la sensibilidad del literato. El resultado es una lúcida reflexión que reúne la distancia necesaria para poder elaborar sobre un tema tan doloroso, con una mirada entrañable.
Carmela Ciuraru, The New York Times
Gitanas. Hablan las mujeres «roms» de Europa
Zumbidos en la cabeza
Claire Auzias • Pepitas de calabaza
«Como novelista y maestro de la prosa breve, el autor saca a la luz profundos traumas psicológicos y sociales –igual que sus parientes centroeuropeos, literarios y espirituales Franz Kafka, Gunter Grass o Milan Kundera–, sin encontrar salida al obtuso, primario y malvado género humano. Un pensador único, con sensibilidad ética y políticamente independiente».
Coro de mujeres gitanas, en absoluto fuera de la historia pero sí extraterritoriales. Y en esto reside la originalidad de este libro. Tiene vocación de abrir una palabra común, específica, plural y única a la vez para las mujeres del mundo gitano.
Drago Janˇcar • Sexto Piso
Slavic and East European Journal