Los habitantes de la nada

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Los habitantes de la nada


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Introducción

No es un secreto para nadie que los seres humanos se han sentido atraídos desde siempre por La Nada. Tal vez sea la radicalización más grotesca de esa tendencia tan nuestra de querer tenerlo todo, incluso lo que no se puede tener. A lo largo de la historia, algunos de nuestros congéneres –no se sabe si los más sensibles o los más incapaces de controlarse– han sentido ese impulso de una forma tan extrema que les ha obligado a tomar medidas desesperadas e incluso violentas. Tenemos a los que se mutilaron, a los que se arrancaron la lengua o los ojos, a los que se drogaron hasta perder el sentido: los excesivos. Los que confundieron a la “nada” con el ejercicio mismo de la aniquilación y asesinaron, rompieron, violaron,


mataron. También a los melancólicos: los que no duermen, los que dejaron de comer, los que gestionaban de forma perversa su voracidad. En los tres casos el ansia de conocer eso que no puede ser conocido se abría paso a mordiscos, era implacable, irracional. Este es el primer intento serio de aproximarse a dicha cuestión, y por ello, quizá,

peque

de

cierta

insuficiencia

lacónica:

nos

disculpamos. Queremos en todo caso aclarar que el resultado de estas investigaciones es fruto de la investigación científica más seria y rigurosa: la única pasión que hay en nuestro proyecto es la que lo puso en marcha y que, aprisionada en el inicio, no contamina ningún

otro

aspecto

de

la

investigación.

Nos

enorgullecemos, en este sentido, de ser todo lo grises que podemos. Nuestra investigación, decimos, se basa en criterios empíricos y probados en las ciencias sociales y naturales –el desarrollo en detalle de la metodología implicada se puede consultar en el Anexo III– y por ello está sujeta a la contestación o a la crítica más severa en caso de que se considere pertinente.


Antes de comenzar a hablar de sus habitantes, debemos caracterizar brevemente el espacio propio de La Nada. Si bien su descripción puede tener el tono de una petitio principi, animamos al lector curioso en este aspecto a consultar el Anexo II.

La Nada es un espacio circular vecino al universo conocido. Su vecindad es una vecindad extraña, pues no ocupa espacio hablando propiamente, y quizá fuera más apropiado hablar de una superposición. Se encuentra, como nuestro mundo, en un proceso de expansión. Los seres que habitan el exterior de la misma son, precisamente, los que aparecen ocasionalmente en nuestro universo repleto de cosas y los que hemos podido documentar mejor. No está claro cómo se produce la relación y el traspaso entre nuestro mundo y La Nada. Hasta que esto sea aclarado científicamente, será tomado como un factum en la investigación.


Los Ausentes

Los Ausentes son unos seres curiosos: no han sido jamás nunca vistos por nadie, pero sin embargo sus huellas parecen estar por todas partes. Si bien ha habido grandes partidas

de

búsqueda

de

Los

Ausentes

–algunas

colectivas, otras inspiradas por la pasión individual– todo esfuerzo de dar con ellos parece abocado a un completo fracaso. Se sabe que habitan los lindes exteriores de La Nada: son seres limítrofes, inestables. Se cree que, a pesar de la diversidad que probablemente posean, están organizados en un sistema jerárquico complejo en el que se gana prestigio por antigüedad. Los Ausentes más recientes habitan en los extremos de la Nada y son más propensos al contacto con el mundo de las cosas. En tanto que han sido Ausentes más tiempo, en cambio, se adentran más en el corazón de la Nada, acercándose, poco a poco, al premio infinito de desaparecer. Como decimos, nunca jamás nadie ha visto a un Ausente. Algunos afirman haberlo olido o escuchado, pero el


carácter cualitativo de sus apreciaciones hace dudar de su veracidad. Sin embargo sí que parece claro que los Ausentes pueden sentirse: ello es precisamente lo que nos da la única prueba de su existencia. Sus huellas más claramente cuantificables tienen que ver con el frío y el calor: una subida de temperatura súbita en un cuarto, un roce frío, un soplido helado, un calor inesperado sobre la pierna. Asientos que siguen calientes aunque ninguna mano humana los haya tocado. Escalofríos, roces de uñas invisibles sobre la piel: dolor. Una arruga incomprensible en la sábana: temblores. Es posible, en ocasiones, contemplar en nuestro mundo el vestigio de su desastre: objetos mal colocados, puertas mal cerradas, cosas que se arrastran, la puerta mal cerrada. Algunas personas los acusan de sus peores errores, no obstante nosotros no podemos verificar la veracidad de esos testimonios. Parece indudable en cualquier caso que los Ausentes tienen la capacidad de interactuar con el mundo cósico, al menos en las etapas tempranas de su Ausencia.


Doña Insignificancia

Doña Insignificancia ha sido uno de los Habitantes de la Nada que ha recibido un trato más riguroso a lo largo de la historia de la ciencia física: se dice que hay regiones con una densidad de partículas tan escasa que casi puede hablarse de “vacío”. Mas esta caracterización – aunque rigurosa– no agota por completo la definición de Insignificancia. Podemos decir, a la luz de nuestro análisis, que Insignificancia es un ser infinitamente grande pero extrañamente etéreo y delgado, tanto que, con nuestros burdos ojos, apenas se puede ver. Siempre se habla de ella como mujer, y es difícil saber si esto tiene que ver con su condición verdadera o con un prejuicio que siempre ha situado a lo femenino como insignificante. Otra hipótesis que se maneja, en este aspecto, es que su carácter afeminado tenga que ver con la relación metafórica que establece con un ser mitológico, las sirenas: igual que ellas, parece tener algo que ver con la música, el ruido o el silencio. La forma más frecuente en


las que Doña Insignificancia se presenta en el mundo es en el espacio entre dos notas, o entre dos frases: en esos ejemplos se las apaña para colarse en nuestro mundo, o incluso en una conversación. Su ser es tal que llena por puro vacío, que completa sin apenas Nada. A veces da sentido, a veces parece que lo quitan. Algunos seres humanos que se han visto llevados a situaciones extremas han hablado en su arte de la presencia de un “ruido de fondo”: se cree que esto tiene que ver con la acción de Doña Insignificancia: tal vez aquellos que por alguna circunstancia alcanzaron a escuchar su rumor, apenas audible, tuvieron acceso a La Nada. Algunos enloquecieron. Otros se abandonaron al arte. Estos son sus efectos más exagerados en el mundo, pero no los más habituales, que se esconden en el ritmo y el compás de cualquier música o canción.


Pueritiae

Pueritiae es el Habitante de la Nada más escurridizo y juguetón: su curiosidad es tan grande que visita con frecuencia el mundo de las cosas siguiendo una regla que no parece del todo clara. Todo el mundo tiene la noción de haber compartido un tiempo con él, pero ese tiempo le parece lejano, hurtado, olvidado. Se cree que esto tiene algo que ver con el lenguaje: Pueritiae desdeña a los seres que hablan, y, por eso mismo, prefiere acompañar a los niños, cuanto más pequeños mejor. Supersticiones dicen que “los protege”, pero nadie sabría decir de qué. En la vida adulta, Pueritiae se revela en la sensación de “sinsabor”, en un intenso regusto a hiel que se parece en algo a la nostalgia, o en el sentimiento de algo desagradable en la garganta que, provisionalmente, llamamos angustia. Tiende a aparecer cuando nuestro lenguaje no tiene ningún sentido o parecen insuficientes las palabras. Algunas veces Pueritiae concede la gracia de la iluminación.



Los Nunca

Los Nunca sólo aparecen cuando alguien les pide que lo hagan: en ese sentido, están extrañamente disponibles. Se les pide que encarnen algo y que aparezcan como tal para poder decir que algo no es ni será Es por esto que Los Nunca están siempre enamorados. Los Nunca viven en regiones más interiores de La Nada que Los Ausentes, pero son excepcionalmente rápidos desplazándose: bastan con pensar en ellos para que estén aquí. Transitan con gran facilidad entre mundos gracias a una cualidad especial de su pelaje que, de color y forma incomprensible para nosotros, los hace perfectamente adaptables a cualquier circunstancia. Los Nunca son uno de los ejemplos más paradójicos de nuestra investigación: a pesar de que muchas personas los han visto, todo el mundo parece poco dispuesto a hablar de ellos y más proclive a olvidarlos. Las pocas personas que han accedido a hacer el ejercicio de recuerdo destacan que tienen unos ojos negros y opacos que dan mucha pena.


Quien se atreve a mirar a los ojos de un Nunca ve la total ausencia de reflejo, y si se advierte en ellos un destello es el de la absoluta tristeza que les caracteriza, la terrible circunstancia de ser, pensar y sentir todo tiempo exactamente lo que no son.


Don Fundamento

Don Fundamento es un ser esquivo, por eso se piensa que debe ser un ser de extraordinaria delgadez, pero más bien alto, pues tiene tendencia a llegar a las alturas. Es el Habitante de la Nada más usualmente invocado por los meros mortales: muchos dicen conocerle, saber dónde vive o incluso poseerlo como quien tiene un jarrón, un libro, un vaso. El culpable de este equívoco, como no podría ser de otra forma, es él mismo. Don Fundamento es extremadamente débil, incapaz de cazar o alimentarse por sus propios medios, así que suele girar en torno a los campamentos de Los Nunca en un intento desesperado por tener algo que llevarse a la boca o con lo que cubrir su cuerpo cinéreo. A pesar de su debilidad, se trata de un caminante extremadamente orgulloso, que prefiere vagar en soledad antes que pedir cualquier clase de ayuda a otros habitantes: dicen que incluso rechaza su ayuda cuando se la ofrecen, y eso ha logrado que toda la Nada lo considere alguien ridículo, irrisorio, e inimportante. Casi


se diría que disfrutan cuando tropieza, que destrozan aposta los restos de civilización para que él no tenga nada que encontrar en los deshechos.

Él nunca da las gracias por lo que recibe, sean o no indulgentes con él. Tampoco pide perdón, pues ha olvidado cómo distinguir entre bien y mal y no es capaz de valorar sus actos por ridículos o extraños que resulten. Allí donde su cuerpo es débil y endeble, su mente es inquebrantable, y se ha hecho experto en convertir en virtud la necesidad, la contingencia en decisión. Por ello Don Fundamento declara amar el desecho, y lo colecciona sobre la espalda aunque sea completamente inútil y sus quebradizos huesos no resistan el peso y lo hagan trastabillar cada diez pasos. Él amontona los restos que encuentra en bolas, juega a adorarlas, y llora durante horas cada vez que una se le cae. Sus pérdidas ruedan demasiado rápido más allá de los confines de la nada para que sus débiles músculos puedan seguirlas, y por eso él ya ha dejado de intentarlo. Si hay voces que se ríen


de la escena, él asegura que las tira "porque no quiere para él solo todo lo fundamental." Aunque Los Habitantes de la Nada lo encuentran irrisorio, sus bolas de basura suelen engañar a los mortales, que aman a sus hijos de cieno casi tanto como su padre, aunque desde la más profunda ignorancia de los términos de su origen.


Las Promesas

Las Promesas son habitantes nómadas que se rigen por la desproporción: su cuerpo es demasiado delgado para sostener el peso de sus cabezas. Esto, por otra parte, no es algo que les sea exclusivo: todos los habitantes de la nada tienen, en su disparidad de medidas, al menos una pequeña parte de monstruosidad. En el caso de Las Promesas, esta diferencia está propiciada no tanto por el tamaño de sus cráneos, sino por el peso de sus cabelleras, que siempre miden algo más de los tres metros de longitud, y son terriblemente pesadas y bellas. Tienden a llevar el pelo por delante de sus cuerpos demasiado endebles, dejando ver únicamente lo justo de piel que les permite jugar a la seducción. Sus cuerpos, delgados y blancos, tienden a ser patizambos, y no resulta extraño que al exagerado tamaño de su pelo se sume otra peculiaridad: tal vez un pie más pequeño que el otro, un hombro o un codo distinto, una deformidad imperceptible que, no obstante, las impide caminar


rectas. Cuando las promesas son jóvenes, disimulan esta falta de equilibrio con un contorneo permanente al andar, pues son unos seres vanidosos; cuando son ya algo más viejas su andar espástico resulta indisimulable. Por todo ello, las Promesas son excepcionalmente lentas, y suelen ser las víctimas habituales de la Tortuga Todavía y su procesión de aniquilación.

Aunque a veces ingieren pequeños alimentos, las Promesas

se

nutren

principalmente

del

brillo

de

admiración que encuentran en los ojos de los demás, y ofrecen su cabellera a todo aquel que desee acariciarla. Aquellos que las han visto dicen que su pelo puede transformarse en la extensión dúctil de una ilusión, suave o firme según quién la contemple, cálida o fría según lo que se espere tocar. Lo cierto es que cada Promesa odia y ama a su pelo: cuando están con él a solas es exactamente lo que quieren, pero las traiciona una y mil veces cuando otras manos la quieren tocar. También las hace, todo el rato, caerse, pero según van sumándose


las heridas y cicatrices, más imprescendible se hace para ellas mantenerlo largo y pesado.

Los cabellos de las Promesas suelen ondear, aunque invisibles, por el reino de los comunes mortales: día a día se producen interacciones entre nosotros y algún mechón. Cuando las agarramos con fuerza, una de ellas cae al suelo, tal vez muere. En el momento en el que la promesa roza el suelo y los recoge para poder levantarse, se produce esa curiosa sensación de perder algo que nunca se tuvo en realidad. Tal vez sea ese el origen, en nuestro mundo, de algo tan extraño como es la tristeza.



La Tortuga Todavía

La Tortuga Todavía posee la coraza más grande y pesada jamás documentada: se dice, además, que va aumentando cada año. Es por esto que ella vive en el Reino de la Nada, pues su presencia en el universo de las cosas produciría un agujero negro. Ella se arrastra, rozando a veces nuestro plano, por las regiones exteriores de la Nada aniquilando todo lo que encuentra a su paso. Tanto Los Ausentes como Los Nunca como Las Promesas se ven obligados a correr de su avance si quieren, de alguna manera, pertenecer: es este movimiento el que los acerca más y más al corazón de La Nada. La Tortuga Todavía es muy lenta pues su peso es demasiado grande como para desplazarse con gracia: es tan lenta que la expansión del universo es más rápida que sus pasos, lo cual hará que nunca llegue a ninguna parte. Las Tribus Fronterizas son conscientes de que se acerca por el olor a descomposición que la precede: muchas de las cosas que va sumando con cada paso se pudren y ella las porta con


mucho dolor. Cuando la Tortuga se acerca, la zona desde la que se ha captado su olor es declarada como “aún”, y es una zona peligrosa, pues está a punto de desaparecer. A veces las heces de la Tortuga inundan nuestro mundo de las cosas en forma de los meteoritos más deleznables o el olor de los desechos o los cadáveres. Parece que no tiene ninguna compañía, pues si alguna vez alguien se acerca los suficiente a ella para hablarle está condenado a desaparecer.


La Caravana de los Inservibles

La Caravana de los Inservibles es regentada por un ser totalmente negro y enjuto al que los maliciosos llaman "Crueldad". Él dice que su madre le llamó "Justicia" y que prefiere

que

se

lo

llame

simplemente

"Ley".

Es

usualmente envidiado por el resto de Habitantes porque es el único ser de la nada que posee un vehículo con motor: las mismas voces que lo detestan afirma que lo consiguió gracias a tratos poco honrosos con un mortal. Sobre "Crueldad" o "Ley" existen muchas leyendas, pero ahora es a su caravana a la que nos vamos a referir. Desde que éste abandonó su oficio como aquel que solucionaba los conflictos territoriales, Crueldad se dedica a recorrer con su vehículo rudimentario los confines de la Nada recogiendo lo que, incluso allí, parece sobrar. Después, gracias a una combinación de habilidad y malas artes, trata de vendérselo por un precio impagable a algún habitante descuidado de las Tribus. Se dice que su secreto para embellecer lo inservible tiene que ver con


algo que le contĂł su madre, la Dama Vanidad, antes de viajar al centro de la Nada para desaparecer. Si uno de sus elementos inservibles tarda demasiado en abandonar la caravana -si ni tan siquiera un Nadie lo quiere-, ĂŠl lo arroja al Mundo de las Cosas, divirtiĂŠndose a veces al ver como nosotros lo adoramos a pesar de que no tenga valor ni siquiera en el reino de la Nada.


Los Abandonos.

La génesis de los Abandonos es físicamente inexplicable: son objetos que, por estar tan solos, desarrollaron voz y conciencia para hacerse algo de compañía. Dado que las leyes físicas no les aplauden, se refugian en la Nada, si bien sus habitantes hacen todo lo posible por evitarles. Los Abandonos son objetos, lugares o incluso individuos que carecen de sentido sin aquello que una vez los pudo querer. Véase: la llave de una puerta que ya no existe. O: la pareja de un zapato que se ha perdido en el mar. Los Abandonos aparecen bruscamente sobre el terreno de la Nada, más cerca de su centro que las Tribus Fronterizas, que suelen retirarlos con un puntapié poco amable cuando se los topan en su carrera desesperada para escapar de la aniquilación. Los Abandonos sólo pueden quejarse y esperar, desde una posición probablemente incómoda, la llegada de la Tortuga y su Áún, y la mayoría de ellos son incapaces de aguantar la espera sin romper a llorar de una forma sorda y aguda que se cuela en los oídos de algunos de nosotros, en el Reino de las Cosas, como un extraño pitido que no desaparece por mucho que nos restreguemos las orejas.


Los Nadie

Aunque es difícil ver a un Nadie en el mundo de las cosas, algunos piensan que todos tenemos uno en lo más profundo de nosotros que a veces se manifiesta en algunos espejos vistos de refilón o en el reflejo casual y difuso que nos devuelve un cristal pulido. Son unos seres particularmente veloces dentro del Reino de la Nada: su caminar es tan decidido e imperturbable que tienden a adelantar a todos sus compañeros en la carrera hacia el núcleo del Reino. Es posible que esto se deba a la falta total de desapego que demuestran: jamás vacilan, jamás dudan, nunca cogen nada del suelo y no suelen detenerse para comer, dormir o hablar. Sus tribus son silenciosas y tienden a separarse ante el menor contratiempo, y es muy difícil distinguir a los distintos grupos, pues todes elles tienen una cara absolutamente olvidable y sin atisbo de peculiaridad. Del mismo modo no suelen pronunciar palabra, así que es igualmente difícil distinguirlos por la voz. Aquellos que se han topado con un Nadie dicen que son incapaces de sostener una mirada y que algo en su forma de torcer el gesto invoca a la vergüenza o a la intranquilidad de sentirse observado, pero también hay


testimonios que sostienen que ni tan siquiera tienen cara. La hipótesis más viable presentada hasta el momento es que sus rasgos sean tan solo una cosa más de la que ellos se desembarazan en su camino hacia la Nada, eliminando, capa a capa, todo rastro de distinción o diferencia. Esta idea se ve reforzada por el hecho de que sus huellas son cada vez más leves y que, en su lugar, dejan carcasas de tela ensangrentada más y más gruesas en tanto se aproximan a la aniquilación. En cualquier caso son los Habitantes de la Nada menos tristes: parece imposible que ninguna emoción, ni siquiera la pena, pueda hacer mella en su falta total de semblante.



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