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¿Necesitamos otro Lorenzo?
Eduardo Higuera*
El proceso para renovar la presidencia del INE arrancó desde diciembre y, por el contexto en el que se realiza, la renovación del asiento más importante del Consejo General de la máxima autoridad en la organización de las elecciones de nuestro país puede ser el punto determinante para la permanencia de la democracia de nuestro país durante la elección presidencial de 2024.
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Sin duda, Lorenzo Córdova Vianello es una de las figuras más sobresalientes de los últimos tiempos, ya que ha pasado de ser un presidente consejero prudente y mesurado a uno en plena ofensiva con guante blanco para contrarrestar las estrategias y ataques provenientes de un régimen partidista autoritario y poco apegado a seguir las reglas, pero que siempre demanda a los demás su cumplimiento.
La presidencia de Córdova ha tenido marcados claroscuros. Fue cuestionado como clasista y discriminador a través de la difusión ilegal de conversaciones telefónicas donde se burlaba del habla de personas de etnias originales; se ha cuestionado su “parcialidad” al momento de emprender procesos e imponer multas a diferentes partidos debido a supuestas filias y fobias políticas; incluso se ha señalado que su empecinamiento en no reducir su salario es una cuestión de codicia, irascibilidad y necedad ante los tiempos que corren en la administración pública.
Por otro lado, su gestión ha estado marcada por una extraordinaria eficacia al momento de organizar elecciones, impulsando la ciudadanización de estas, tratando de encontrar mejores lineamientos y acuerdos que garanticen la equidad, transparencia y legalidad de cada comicio en el que el INE se involucre. De igual forma, en muchos círculos se le toma como ejemplo de coraje y resistencia ante el embate antidemocrático emprendido desde la presidencia obradorista para hacerse del control de las votaciones, su organización y resultados.
Si nos sumergimos en los aspectos más técnicos de la primera presidencia del INE, estos contrastes, admiraciones y acusaciones, no hacen más que profundizarse. Todo esto nos lleva a preguntarnos si la siguiente persona en sentarse a la cabeza de la herradura del Consejo General debe ser parecido al controversial presidente actual.
Este es un tema que cobra una importancia aún mayor después de que el bloque oficialista del legislativo cumplió la amenaza de uno de los suyos, Hamlet García Almaguer que declaró que tomarían por asalto el INE vía selección de sus consejeros, en un proceso de selección viciado de inicio por la parcialidad antidemocrática de los miembros del comité técnico de selección.
Otro aspecto de indudable importancia para el futuro democrático del INE es la filiación política de quien ocupe la silla que, por hoy, es de Córdova Vianello.
Sería un acto de ingenuidad creer que cualquier persona que pertenezca al CG del INE es apartidista, en especial porque tradicionalmente en nuestro país una enorme cantidad de los procesos, candidaturas y oportunidades dentro del ámbito político electoral, pasan por las salas de juntas y los consensos de los partidos políticos. Esto incluyó las incompletas leyes electorales que, en su momento, fueron impulsadas por el actual presidente cuando era oposición.
*Eduardo Higuera es un profesional con 20 años de experiencia en el campo de la comunicación, colaborando en medios informativos, comunicación social institucional, producción de medios, posicionamiento y manejo de relaciones públicas.
Sin embargo, con deshonrosas excepciones, como el priista Sergio García Ramírez, las filias han sido relativamente controladas dentro del marco institucional y se han mantenido más en el camino de proponer proyectos, votar con un sesgo limitado y establecer posiciones, muchas veces minoritarias, en la mesa de Consejo.
Si bien es cierto que la actuación del saliente presidente ha sido protagonista, al punto de que muchos actores dentro y fuera del INE lo han señalado como poco institucional, también es una verdad que se ha plantado firmemente frente al más grande poder presidencial que México ha visto en décadas, que además es el más autoritario y el que mayor ilegalidad fomenta con su ejemplo.
Por esta razón, incluso para el presidente López, tener un consejero presidente descaradamente sumiso y partidista, generaría un backlash de descrédito y descontento desde capas de población que hasta ahora dan el beneficio de la duda al plan B y al discurso del poder sobre el INE y su modificación orientada por la austeridad francisco-republicana argumentada por AMLO.
Eso podría ser un factor esencial para evitar un conflicto postelectoral violento y profundo en 2024.
Así pues, lo mejor sería un moderado, capaz de dialogar y manejar la comunicación política de forma eficaz (algo que Lorenzo y la DGCS del INE no lograron al constreñirse al formalismo legalista que nadie entiende ni emociona), al tiempo que posea una capacidad técnica y legal como la que se exige en este caso.
Finalmente, se necesita que el “nuevo Lorenzo” sea elegido por consenso de los diputados, de preferencia. Llegar al punto de una selección por insaculación sería el peor resultado posible, la credibilidad y autoridad moral de la nueva cabeza de la máxima autoridad administrativa electoral de México se viciaría de origen con las terribles consecuencias que esto puede tener para la gobernabilidad y la institucionalidad tan frágilmente construidas por décadas.
Quizá no se necesite otro Lorenzo, sin embargo, es indudable que se necesita aún menos un émulo de Bartlett en el 88, cuando solo la prudencia del ingeniero Cárdenas evitó el derramamiento de sangre que el fraude parecía anunciar.
El que salga al final cierre la puerta.