6 minute read

Comunicación, elocuencia y persuasión (2) Sergio González 54 Armando Romero Rebeca Pareja

Comunicación, elocuencia y persuasión (2) Sergio González*

Retomo la exposición y análisis de las reglas de la retórica y la elocuencia modernas, iniciadas en la entrega previa. Veamos. Sexta. Las citas citables son un recurso casi obligatorio en esta época. Ofrecen una voz distinta a la del orador, pero a la vez la refuerzan, aclaran, ponen en perspectiva o elevan. Informan de cierto dato o enfoque sobre el tema a discusión desde otro punto de vista o desde otra época y revisten el texto de un ligero y elegante toque de erudición.

Eso fue lo que hice en la quinta regla al mencionar a John Stuart Mill. Aquí lo vuelvo a hacer: se cuenta que el presidente Richard Nixon alguna vez les pidió a sus “speech makers” que nunca le dieran una frase cruda, sola; “pónganle contexto… una pequeña historia alrededor”.

Si prefiere ser usted el creador de la cita, acérquese al ejercicio de dos recursos más que pueden ser interesantes. Uno es la creación de metáforas (¿Recuerda la expresión “cortina de hierro”?) y el otro es la aliteración o figura que, mediante la repetición de fonemas, contribuye a la estructura o expresividad del texto, como las siguientes: “Oye el sórdido son de la resaca” (Góngora) o “el ala aleve su leve abanico” (Rubén Darío).

Séptima. Al salir del evento donde se pronunció el discurso, el auditorio debe poder decirle a quien no asistió de qué habló el orador. Por ejemplo, el discurso de Churchill ya referido habló de enfrentar a los nazis y derrotarlos aún con gran sacrificio. Me refiero al tema, a la idea central, al alegato eje; a la breve expresión que encierra el mensaje nuclear del texto: “sacrificio triunfador” en este caso. Le comparto dos ejemplos de discursos mexicanos con tema claro, emotivo e inspirador. En la convención nacional del Partido Acción Nacional de febrero de 1949, su fundador y presidente, Manuel Gómez Morín, uno de los mejores representantes de la elocuencia mexicana, cerró así su informe a dicho órgano partidista: “Hay las instituciones jurídicas fundamentales. Necesitamos nosotros, los ciudadanos, rescatarlas, darles vida con nuestra propia vida, llenarlas nuevamente de alma, separar a los que las tienen expropiadas y vacías recordando que no las tienen así por su propia fuerza, sino que antes nosotros mismos las dejamos sin contenido… La Ciudad, la Patria, no están fuera de nosotros. Nos trascienden; pero nosotros somos su encarnación… Y así, la Patria, la Ciudad, serán tan suficientes, tan limpias, tan claras, tan armoniosas, tan justas, tan libres, como nosotros, con ayuda de la Gracia, lo seamos.”

José López Portillo es citado con frecuencia por su discurso de toma de posesión como presidente de México para el periodo 19761982. Aunque efectivamente, esa fue una pieza retórica de altos vuelos, tengo para mí que es muy superior su discurso de octubre de 1975, al asumir la candidatura presidencial del Partido Revolucionario Institucional: “Somos una nación síntesis por vocación de origen. Águila aguerrida y serpiente sabia. México es superior a toda tesis. No hay ortodoxia o geometría que nos obligue. No reconocemos imperativos intelectuales o políticos derivados de ajenas experiencias o pretensiones, porque somos terminal dinámica de nuestra historia, la nuestra y no la extraña…Tenemos un pasado excepcional que debemos merecer todos los días: planteo dos troncos vigorosos, que en consciente proyecto de integración y mestizaje aspiran a síntesis con validez universal…”

Octava. Esta regla es de difícil acepción en español. En lengua inglesa es “delivery”, que

*Sergio González, Es especialista en materia electoral con 30 años de experiencia. Ha colaborado en el IFE-INE en 4 ocasiones (fue fundador en 1990), en el IECM y en la FEPADE en posiciones de mando superior. Candidato a Doctor en Derecho. Actualmente es asesor en el Consejo General del INE. En la Facultad de Derecho de la UNAM imparte la cátedra: Retórica para la Interpretación y Argumentación jurídicas.

@ElConsultor2

bien puede traducirse como “entrega” “envío” o hasta “transmisión”. Se trata de la forma en que el orador comunica su texto; el modo de pronunciar su mensaje. Los expertos dicen que, frente a una mala entrega, palidece el más elocuente texto. Muchas fuentes afirman que Pericles, el gran orador, político y estratega ateniense, dijo de su coetáneo Demóstenes, también distinguido militar y orador, “Cuando Pericles habla, la gente dice: ¡qué bien habla! Pero cuando Demóstenes habla, la gente dice ¡Marchemos!”

¿Qué hacer? Practicar, practicar y practicar. No subestime nunca el texto, ni siquiera una sola de sus palabras o signos de puntuación. Un texto no practicado es un toro bravío de media tonelada, corniabierto y tornadizo que al primer descuido cogerá y desgarrará su discurso, lo hará volar por los aires y ya en el suelo lo hará rodar batiéndolo de arena sangrienta, quizá para no levantarse más (¿Ve lo que le digo sobre las metáforas?).

Novena. La regla de tres. Afirman los autores más importantes del arte del discurso, que hay algo casi místico sobre el número tres. Como que dos no es suficiente y cuatro es demasiado. La triada es un recurso muy socorrido por los redactores de discursos y los oradores mismos; es la expresión retórica de ideas emparentadas que con frecuencia inician con la misma letra, palabra o frase y casi siempre se avienen a la misma estructura gramatical.

Una buena triada imparte drama, interés y flujo a un buen discurso y a la vez lo hace más eficiente, lo hace más memorable y lo hace más asequible (¿Se fijó en las dos triadas previas?). Déjeme mostrarle algunas triadas famosas: “Vine, vi, vencí” (Julio César); “Casas han sido embargadas, empleos perdidos, negocios desmantelados” (Barack Obama al tomar posesión); “No descansaremos, no titubearemos, no fallaremos” (George W. Bush, al inicio de la guerra contra el terrorismo) y por supuesto, la triada del discurso de Churchill de la regla quinta.

Décima. Un buen discurso no necesita ser intenso todo el trayecto que va desde su inicio hasta su cierre, sino tener un foco. La misma cita de Mill es aplicable a este asunto. Debe primero enganchar al escucha, dejarlo que se asiente y se acomode, luego ir subiendo de tono hacia el tema central y arribar a su cumbre, también conocida como peroración o la última parte del discurso, en que se hace la enumeración de las pruebas y alegatos y se trata de mover el ánimo del auditorio con más eficacia que antes. Una extraordinaria peroración mexicana es la del discurso de Gómez Morín que cité en la regla séptima.

Una más es la de la primera catilinaria de Marco Tulio Cicerón denunciando al senador Catilina por conspirar contra la República. En el texto original, esta sección de cierre se llama, precisamente, peroratio: “Márchate con tales augurios, Catilina, para bien de la República, para ruina y perdición tuya y de cuantos contigo vayan unidos a tu crimen y tu parricidio; márchate a tu guerra impía y deleznable.”

Como profesor de Retórica en la Facultad de Derecho de la UNAM, debo sugerir cuando menos dos lecturas para refinar el dominio del arte del discurso. En primer lugar, el clásico Arte Retórica, de Aristóteles, en donde nos enseña sobre el Ethos, Pathos y Logos. Segundo, El Orador, de Cicerón, donde prescribe al orador perfecto.

This article is from: