Comunicación, elocuencia y persuasión (2) Sergio González*
R
etomo la exposición y análisis de las reglas de la retórica y la elocuencia modernas, iniciadas en la entrega previa. Veamos. Sexta. Las citas citables son un recurso casi obligatorio en esta época. Ofrecen una voz distinta a la del orador, pero a la vez la refuerzan, aclaran, ponen en perspectiva o elevan. Informan de cierto dato o enfoque sobre el tema a discusión desde otro punto de vista o desde otra época y revisten el texto de un ligero y elegante toque de erudición. Eso fue lo que hice en la quinta regla al mencionar a John Stuart Mill. Aquí lo vuelvo a hacer: se cuenta que el presidente Richard Nixon alguna vez les pidió a sus “speech makers” que nunca le dieran una frase cruda, sola; “pónganle contexto… una pequeña historia alrededor”. Si prefiere ser usted el creador de la cita, acérquese al ejercicio de dos recursos más que pueden ser interesantes. Uno es la creación de metáforas (¿Recuerda la expresión “cortina de hierro”?) y el otro es la aliteración o figura que, mediante la repetición de fonemas, contribuye a la estructura o expresividad del texto, como las siguientes: “Oye el sórdido son de la resaca” (Góngora) o “el ala aleve su leve abanico” (Rubén Darío). Séptima. Al salir del evento donde se pronunció el discurso, el auditorio debe poder decirle a quien no asistió de qué habló el orador. Por ejemplo, el discurso de Churchill ya referido habló de enfrentar a los nazis y derrotarlos aún con gran sacrificio. Me refiero al tema, a la idea central, al alegato eje; a la breve expresión que encierra el mensaje nuclear del texto: “sacrificio triunfador” en este caso. Le comparto dos ejemplos de discursos mexicanos con tema claro, emotivo e inspirador.
En la convención nacional del Partido Acción Nacional de febrero de 1949, su fundador y presidente, Manuel Gómez Morín, uno de los mejores representantes de la elocuencia mexicana, cerró así su informe a dicho órgano partidista: “Hay las instituciones jurídicas fundamentales. Necesitamos nosotros, los ciudadanos, rescatarlas, darles vida con nuestra propia vida, llenarlas nuevamente de alma, separar a los que las tienen expropiadas y vacías recordando que no las tienen así por su propia fuerza, sino que antes nosotros mismos las dejamos sin contenido… La Ciudad, la Patria, no están fuera de nosotros. Nos trascienden; pero nosotros somos su encarnación… Y así, la Patria, la Ciudad, serán tan suficientes, tan limpias, tan claras, tan armoniosas, tan justas, tan libres, como nosotros, con ayuda de la Gracia, lo seamos.” José López Portillo es citado con frecuencia por su discurso de toma de posesión como presidente de México para el periodo 19761982. Aunque efectivamente, esa fue una pieza retórica de altos vuelos, tengo para mí que es muy superior su discurso de octubre de 1975, al asumir la candidatura presidencial del Partido Revolucionario Institucional: “Somos una nación síntesis por vocación de origen. Águila aguerrida y serpiente sabia. México es superior a toda tesis. No hay ortodoxia o geometría que nos obligue. No reconocemos imperativos intelectuales o políticos derivados de ajenas experiencias o pretensiones, porque somos terminal dinámica de nuestra historia, la nuestra y no la extraña…Tenemos un pasado excepcional que debemos merecer todos los días: planteo dos troncos vigorosos, que en consciente proyecto de integración y mestizaje aspiran a síntesis con validez universal…” Octava. Esta regla es de difícil acepción en español. En lengua inglesa es “delivery”, que