Teatro de película | National Theatre Live 2017

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Al vivir el viaje interpretativo de Stewart y McKellen en “No Man’s Land”se puede confirmar que la pluma demoledora de Harold Pinter es uno de los mejores ejemplos contemporáneos de la gran tradición del escritor teatral. / Cultura p. 4

Puede que las mujeres de Henrik Ibsen representadas en “Hedda Gabler”no generen simpatía. Pero a ellas no les importa: toman decisiones más allá de eso, son personajes enormes llenos de matices y contradicciones. / Cultura p. 5

EL ESPECTADOR BOGOTÁ COLOMBIA FUNDADO EN 1887 JUNIO - NOVIEMBRE DE 2017 8 PÁGINAS www.elespectador.com ISSN 01222856 EJEMPLAR DE CORTESÍA

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Teatro de película De junio a noviembre, el teatro británico regresa a Colombia. “Un profundo mar azul”, “Tierra de nadie”, “Hedda Gabler”, “Amadeus”, “Peter Pan” y “Rosencrantz & Guildenstern han muerto” son los seis títulos de la temporada 2017 del National Theatre Live que Cine Colombia trae a sus salas.

Ian McKellen y Patrick Stewart en la obra “Tierra de nadie” (“No Man’s Land”), de Harold Pinter. / Johan Persson


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El National Theatre Live regresa De junio a noviembre, seis aclamadas producciones de lo mejor del teatro británico se presentan en exclusiva en Cine Colombia para cautivar a los espectadores de ocho ciudades del país. Un profundo mar azul, Tierra de nadie, Rosencrantz y Guildenstern han muerto, Amadeus, Peter Pan y Hedda Gabler son las obras de una temporada imperdible.

Drama, fantasía, comedia y romance llevados a su mejor expresión, de la mano de dramaturgos como el padre del drama realista, el noruego Henrik Ibsen; el premio nobel Harold Pinter, y Tom Stoppard (Shakespeare in Love); directores de la talla de Ivo van Hove (Panorama desde el puente) y Carrie Cracknell (Medea), y grandes estrellas

del cine y el teatro, como Ian McKellen, Patrick Stewart, Helen McCrory y Daniel Radcliffe. Un impresionante despliegue técnico, la más alta definición y subtítulos en español garantizan que el espectador se sienta parte del público de los escenarios del West End de Londres.

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De junio a noviembre, seis producciones de lo mejor del teatro británico se presentan en exclusiva en Cine Colombia.

Cul t u ra ~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~

En National Theatre Live

El teatro británico vive alrededor del mundo Los espectadores de Bogotá, Medellín, Cali, Barranquilla, Bucaramanga, Cartagena, Ibagué y Manizales podrán disfrutar desde el 29 de junio seis títulos en la nueva temporada de teatro londinense. ALBERTO SANABRIA

El National Theatre Live NTL nació en 2009 como una iniciativa del Royal National Theatre, consistente en transmitir lo mejor del teatro

británico en salas de cine alrededor del mundo. La primera obra que se transmitió en esta modalidad fue Fedra, con la actriz Helen Mirren, a quien vimos en The Audience, una de las producciones del NTL.

En nuestro país, la primera temporada que pudimos ver fue en 2014, en las salas de Cine Colombia, con tres obras: War Horse, basada en la novela de Michael Morpurgo y adaptada por Nick Stafford, con marionetas de caballos de tamaño real que sorprendieron por su impecable manejo; King Lear, del director ganador del premio Óscar, Sam Mendes, y la comedia A Small Family Business, de Alan Ayckbourn, dirigida por Adam Penford. Al año siguiente, la temporada fue inaugurada por una impactante Medea en versión contemporánea, escrita por Ben Power y protagonizada por Helen McCrory, a quien veremos en la primera obra de la temporada 2017, The Deep Blue Sea. Luego vimos a Gillian Anderson, magistral como Blanche Du Bois, en Un tranvía llamado deseo. En esa temporada se incluyó por primera vez una obra hecha fuera de Gran Bretaña, Of Mice and Men (De ratones y hombres), asombrosa producción de Broadway dirigida por Anna Shapiro. El año pasado vimos seis obras memorables, como la ya mencionada The Audience, divertida puesta de las reuniones que la reina Isabel II ha sostenido con los

Joshua McGuire y Daniel Radcliffe en la obra “Rosencrantz y Guildenstern han muerto”. / Manuel Harlan

primeros ministros ingleses, protagonizada por Helen Mirren; Hamlet, con Benedict Cumberbatch, a quien habíamos visto en 2015 en Frankestein, y una sobrecogedora Panorama desde el puente protagonizada por Mark Strong, bajo la dirección de Ivo van Hove, uno de los directores más importantes del mundo actualmente, cuyo trabajo podremos apreciar nuevamente en 2017 en Hedda Gabler. Este año, la temporada viene con cuatro grandes nombres que dan buena cuenta de la dramaturgia británica del siglo XX: Terence Rattingan, Harold Pinter, Peter Shaffer y Tom Stoppard. Rattingan es el autor de la obra que abre el ci-

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La temporada viene con cuatro personajes que dan buena cuenta de la dramaturgia británica del siglo XX: Terence Rattingan, Harold Pinter, Peter Shaffer y Tom Stoppard.

clo, The Deep Blue Sea (El profundo mar azul), en donde se muestra la tormentosa vida amorosa de una mujer en la ciudad de Londres en la década del 50, interpretada por Helen McCrory, con la dirección de Carry Cracknell. Luego viene el premio nobel Harold Pinter, gran referente del teatro británico del siglo XX, detrás de cuyos textos aparentemente cotidianos bulle la complejidad del ser humano. Es el caso de No Man’s Land (Tierra de nadie), protagonizada por dos íconos de la actuación inglesa, Ian Mckellen (Gandalf en El Señor de los Anillos) y Patrick Stewart (Jean-Luc Picard en Star Trek), y dirigida por Sean Mathias, quien se dio a conocer internacionalmente por la película Bent. Junto a los británicos está el dramaturgo noruego más importante de todos los tiempos, Henrik Ibsen, uno de los padres del drama moderno, con Hedda Gabler, personaje con una construcción psicológica que influenció la dramaturgia y el cine del siglo XX. Lo interpreta Ruth Wilson, actriz fuera de lo común cuyo trabajo será uno de los más memorables de la temporada, bajo la dirección del belga Ivo van Hove, ya mencionado. El siguiente autor británico es Peter Shaffer, con su obra más célebre, Amadeus, sobre la rivalidad entre Mozart y Salieri, con el actor negro Lucian Msamati interpretando el rol antagónico. La temporada incluye Peter Pan, del escocés J.M. Barrie, con la dirección de Sally Cookson, de quien vimos Jane Eyre el año pasado, recordada por ser un despliegue de teatralidad y música, dos elementos que estarán presentes en esta nueva producción. El cierre de oro le corresponde a Tom Stoppard, dramaturgo británico de origen checo, con Rosencrantz & Guildenstern are dead (Rosencrantz y Guildenstern han muerto), obra con la que el autor se dio a conocer internacionalmente en 1966, cuando se estrenó el Festival Fringe de Edimburgo. La obra, de influencia existencialista, trata sobre los dos personajes secundarios que aparecen en Hamlet como idiotas útiles al servicio del rey Claudio. El montaje, dirigido por David Leveaux, cuenta con la gran atracción de Daniel Radcliffe, quien durante varios años encarnó a Harry Potter.


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Tras bambalinas Se dice que Sir Terence Mervyn Rattigan llegó a ser en su momento el dramaturgo mejor pagado del mundo. Su popularidad creció gracias a la acogida que tenía entre el público y algunas de sus obras, como Un profundo mar azul, han sido adaptadas al cine. Otra de las más recordadas es El príncipe y la corista, de 1957, protagoniza-

da por las superestrellas de la época Marilyn Monroe y Laurence Olivier. Sin embargo, Rattigan se consideraba a sí mismo un forastero. En un punto de su vida se sintió poco apreciado en su país y decidió mudarse a Bermuda. Sus obras a menudo trataban la frustración sexual, relaciones fallidas y el adulterio, un refle-

jo de un mundo de represión y reticencia. Existe el rumor de que Un profundo mar azul se inspiró en el suicidio de uno de los antiguos amantes del escritor, quien era homosexual. Cuando la obra se estrenó tuvo 500 presentaciones en Londres y fue recibida con magníficas críticas.

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Las obras de Sir Terence Mervyn Rattigan a menudo trataban la frustración sexual, relaciones fallidas y el adulterio, un reflejo de un mundo de represión.

Cultura ~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~ “The deep blue sea” (Un profundo mar azul)

Tom Burke y Helen McCrory en “The Deep Blue Sea”.

Un manifiesto a la represión

La pieza teatral, construida por Terence Rattigan entre 1949 y 1952, transcurre en la Inglaterra de la década de los cincuenta. Esta historia narra el frustrado intento de suicidio de la joven Hester Collyer.

JORGE HUGO MARÍN

Es costumbre encontrar en las temporadas del National Teather de Londres un repertorio de lo mejor de sus creadores escénicos, quienes buscan mantener vivo un legado teatral estilizado y privilegiado. Es el caso de The deep blue sea, una delirante y fina pieza teatral construida por Terence Rattigan entre 1949 y 1952. Obra que ha sido llevada en reiteradas ocasiones al teatro, el cine y la televisión británica y europea. Transcurre en la Inglaterra de la década de los cincuenta. La protagonista es Hester Collyer, interpretada magistralmente por la actriz Helen McCrory recorda-

da por Medea en la temporada 2014 del National Teather, una mujer casada con un reputado juez, mayor que ella, que le proporciona una estabilidad y una buena posición social, pero en su relación no hay pasión. Un buen día, Hester conoce a Freddie, un expiloto de la RAF, aficionado a la juerga y a la bebida, todo producto del tedio y de la monotonía del hombre que ya no está en guerra, donde la calma perturba y cansa y con el que Hester descubrirá los placeres de la vida. Pero ese amor está incompleto, ya que él no le corresponde y no puede proporcionarle la estabilidad que le dio su marido. Ante el temor de regresar a una vida sin pasión, Hes-

ter tomará una decisión. quitarse la vida. Todo un melodrama. La represión producto de la Segunda Guerra Mundial es el telón de fondo para retratar una sociedad inglesa que lucha por adaptarse a los tiempos de paz que han llegado. Los finos y bien construidos diálogos que se interpretan en escena más los detalles cotidianos en las acciones recrean una sociedad puritana, donde la moral y los principios son el deseo prohibido de una mujer que construye un conflicto desafiante. La joven directora británica Carrie Cracknell habla en diferentes entrevistas de la necesidad de plasmar un tono de intimidad que desde la dramaturgia se plantea, constituyéndose en uno de los manifiestos más trágicos de la vida íntima del autor, creando una estrecha relación entre la muerte de la pareja de Terence con el permanente deseo de suicidio de Hester . Se construye de esta manera una obra llena de susurros, de textos profundos, de personajes complejos, bien construidos y llenos de detalles donde el personaje de Hester logra

/ Richard Hubert Smith

un agudo y profundo retrato de una clase media que lucha por salir de la desgracia y de los trastornos mentales que la guerra ha dejado. Una escenografía ambientada en los años cincuenta y un dispositivo escénico en el que las paredes son semitransparentes, donde todos pueden oír lo que a través de ellas se oculta, como una metáfora a la represión, tanto de una sociedad colectiva, como de los instintos humanos puestos en

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La represión producto de la Segunda Guerra Mundial es el telón de fondo para retratar una sociedad inglesa que lucha por adaptarse a los tiempos de paz que han llegado.

manifiesto a través de una construcción anecdótica, realista y melodramática. En Colombia, la dramaturgia de Terence Rattigan es poco llevada a escena y conocer su legado dramatúrgico permite entender una sociedad, crear un retrato en detalle. Atacado por algunos y alabado por otros, la obra de Rattigan hace parte del rico legado que los británicos exponen a la escena del mundo. La producción de esta obra con tan enorme complejidad humana, resulta una visión contundente de una época y es coherente con un sistema escénico que borda un lenguaje conciso y profundo. Una obra que plantea el amor como un fantasma mental. Esos fantasmas de largas sombras que no se reflejan en las paredes y que casi todos conocemos de cerca. Vale la pena seguir la programación del National Teathre de Londrés a través de la gran pantalla. Un formato interesante para poder acercarnos a la escena europea contemporánea.


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Cultura ~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~ “No Man’s Land”

Los territorios de Harold Pinter En la obra, dos viejos escritores, con algunas copas encima, deciden encerrarse en la casa de uno de ellos para beber un trago de más, el cual se convertirá, junto a la compañía de dos jóvenes destructores de almas, en un viaje hacia el infierno de las emociones, el aislamiento, las recriminaciones y la manipulación de poderes. SANDRO ROMERO REY

Harold Pinter es el Shakespeare del siglo XX. O mejor, el Anton Chejov. O, si las comparaciones parecen exageradas, digamos mejor que el Pinter dramaturgo es el Pinter guionista y, por extensión, el Pinter actor, el Pinter director. Porque estamos hablando de un hombre de la escena en el más amplio sentido de la palabra. Permítanme un recuerdo personal: en 1998 viví en Londres una noche pinteriana, compuesta por tres de sus obras (The Lover, A Kind of AlaskayThe Collection) en la Donmar Warehouse que, a la sazón, era regentada por el célebre director de teatro y cine Sam Mendes. Para dicha de los presentes, el mismo Harold Pinter era uno de los actores de la tercera pieza. En esa extensa jornada descubrí de qué se trataba, en realidad, el misterio del dramaturgo. Pinter, un jugador integral de la escena, en una demostración incesante de galantes ambigüedades, de silencios y de inteligentísimos diálogos donde se borran las fronteras entre un realismo aparente y el absurdo fatal de la vida cotidiana. Ahora, casi veinte años después, puedo repetir el prodigio, sin necesidad del respaldo físico del dramaturgo (quien falleció en 2008, tres años después de recibir el Premio Nobel de Literatura). En este caso, en la reposición de uno de sus clásicos imprescindibles, No Man’s Land, según la puesta en escena desde el Wyndham’s Theatre de Londres, bajo la dirección de Sam Mathias. Los actores de esta versión son dos viejos “bestias de la escena”, Ian McKellen y Patrick Stewart, conocidos en las pantallas del mundo por sus triunfos cinematográficos, pero ahora consolidándose como los grandes intérpretes que han sido sobre las tablas. En la obra, dos viejos escritores, con algunas copas encima, deciden encerrarse en la casa de uno de ellos para beber un trago de más, el cual se convertirá, junto a la com-

Ian McKellen, Patrick Stewart y Owen Teale en “No Man’s Land”. / Johan Persson

pañía de dos jóvenes destructores de almas, en un viaje hacia el infierno de las emociones, el aislamiento, las recriminaciones y la manipulación de poderes. Desde su estreno, en 1975, No Man’s Land se ha convertido en una de las criaturas esenciales en la galería de monstruos pinterianos. Bien es sabido que el dramaturgo inglés no sólo fue un excelente escritor para la escena sino un guionista inmejorable. Al parecer, el cine y las tablas iban por vías paralelas, pero, gracias a las versiones audiovisuales del National Theatre, podemos ver cómo la escena se convierte, sin perder su esencia, en un instrumento que se pone al servicio de las cámaras. No se trata de ver una incómoda

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Pinter hace una demostración incesante de galantes ambigüedades, de silencios y de inteligentísimos diálogos donde se borran las fronteras entre un realismo aparente y el absurdo fatal de la vida cotidiana.

experiencia de “teatro filmado”, sino de una conjunción de lenguajes, la cual se ha consolidado en cada una de las producciones de las que hemos sido testigos en los últimos años. Esto es, un espectáculo concebido para la escena, donde no se pierde la esencia de la representación sino que, al contrario, se potencia con los múltiples puntos de vista de las cámaras y la posibilidad de ser testigos del prodigio en distintas pantallas del mundo. Cuando se consolidó el llamado free cinema inglés en los años sesenta, teatro, cine y televisión eran universos que respetaban sus especificidades. Hoy por hoy, esas fronteras tienden a borrarse. En el caso de No Man’s Land se

cuenta con un ejemplo de privilegio en el que los duelos histriónicos se ponen al servicio no sólo del espectador de las butacas sino, al mismo tiempo, del público que respira desde la distancia en París, Nueva York o Bogotá. Al vivir el viaje interpretativo de Stewart y McKellen se puede confirmar que la pluma demoledora de Harold Pinter es uno de los mejores ejemplos contemporáneos de la gran tradición del escritor teatral. Ese extraño ser humano que se borra a propósito, para darle paso a la piel de unos personajes que se convertirán en los traductores de sus propios demonios, los cuales habitan la tierra de nadie para convertirse en los espectros de todos.


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Tras bambalinas Henrik Johan Ibsen (1828-1906), a menudo llamado el padre del realismo, es el segundo dramaturgo más representado del mundo, después de Shakespeare. Hedda Gabler es una de sus obras más famosas y con más producciones, y el personaje principal es uno de los papeles más demandantes para una actriz.

Ruth Wilson, quien interpreta a Hedda Gabler en esta versión del National Theatre, es una polifacética actriz que se desenvuelve en cine, televisión, radio y teatro. Ha sido merecedora de prestigiosos reconocimientos, como dos Premios Olivier, un Golden Globe y una nominación al Tony. En The Guardian han dicho de su inter-

pretación que “Ruth Wilson transmite magníficamente la desolación de la estética adelantada a su tiempo en esta estimulante versión”, y The Telegraph señaló que “Wilson brilla como la controversial Hedda Gabler de Ibsen… Su sensacional actuación les habla a hombres y mujeres 130 años después de que fuera estrenada”.

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Henrik Johan Ibsen es llamado el padre del realismo y es el segundo dramaturgo más representado del mundo.

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De Henrik Ibsen

“Hedda Gabler” Esta es la historia de una mujer casada que pasa la vida encerrada en su casa, y lucha por su liberación. Chukwudi Iwuji y Ruth Wilson en “Hedda Gabler”. / Jan Versweyveld

FABIO RUBIANO

—¿Te trata bien tu marido? —Él cree que sí. Este es uno de los diálogos iniciales de la pieza de Henrik Ibsen. No se debería decir más; ahí se resume todo. Imaginemos que esto, que hoy nos genera cierta inquietud respecto a la personalidad y composición de esta mujer, fuera dicho en 1891. De hecho, fue dicho en 1891, y las críticas no se hicieron esperar. Tanto hoy como ayer, esa expresión de libertad (en una voz femenina) sigue siendo causa de señalamientos. Los códigos morales impuestos por una tradición instalada aparentemente desde siempre son rotos desde los primeros diálo-

gos por este personaje potente. Hedda Gabler es el eje central de la pieza, todo pasa por ella. Está aburrida. ¿De qué? Entre otras cosas, de la relación con su marido, un hombre a todas luces “bueno”, cosa que para ella no es suficiente. Y no es que solicite alguien “malo”; quiere la vida, y la vida no está en el encierro de esta casa (y aún no es una casa, sólo un espacio con la potencialidad de algún día ser un hogar); la vida está en otro lugar, y ella tiene el derecho a desearlo, a buscarlo, a exigirlo. Cada elemento que Ivo van Hove pone en escena: objetos de poder, sillas, piano, sofá, zapatos, el fuego, incluso el ama de llaves que como una esfinge pareciera que sólo observara sin influir en el de-

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Desde hace más de 120 años, Ibsen rompe con las figuras tradicionales; llega al corazón de mujeres que quieren determinar su destino.

sarrollo de la acción, está dispuesto de manera precisa para dar un ambiente cargado donde siempre, incluso en el silencio y la quietud, pasa algo. Desde hace más de 120 años, Ibsen rompe con las figuras tradicionales; llega al corazón de mujeres que quieren determinar su destino, así sus decisiones no generen empatía —ni en esa época, ni en esta—. Nora, de Casa de muñecas, deja su casa con esposo e hijos incluidos, y más de un siglo después no es “bien visto”. Aquí Hedda habla con Mrs. Elvsted, que ha tomado una decisión parecida: —Que digan lo que quieran, hice lo que tenía que hacer. Puede que para alguien estas mujeres de Ibsen no generen sim-

patía. No hay problema: a ellas no les importa, toman decisiones más allá de eso, son personajes enormes llenos de matices y contradicciones, que escapan a una definición ligera. Gente con la que hay que tomarse tiempo para desentrañar y descubrir. Hedda Gabler es una mujer atrapada que sale de su encierro con el poder de su personalidad. Tal vez algunos queden destruidos en el camino, tal vez eso le produzca a ella una enorme libertad, o un placer extremo, o una destruccion tambien para sí misma. Su concepto de belleza y poesía está en el límite, en el punto máximo: en el coraje de los actos absolutos. Habrá hecho lo que quería hacer.


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Tras bambalinas Nacido en Londres y criado en Zimbabwe por padres tanzanos, Lucian Msamati fue el primer actor negro en ser llamado por la Royal Shakespeare Company para interpretar a Yago en Otelo. Por primera vez, la compañía presentaba a dos actores negros en los roles principales. En esta producción de Amadeus hay 16 actores, seis cantantes y 20 integrantes de la Sinfónica de Southbank.

Cuando Amadeus llegó a Broadway en 1980, con Ian McKellen como Salieri, obtuvo cinco premios Tony. En 1984, Milos Forman dirigió la versión cinematográfica, que ganó ocho premios Óscar, incluyendo una estatuilla para Peter Shaffer en la categoría Mejor guion adaptado.

“Creo que la experiencia del teatro es muy importante. Tiene que ver con su naturaleza comunitaria. Asistir a una gran obra o a una gran producción produce una revelación en el espectador: esa es la función del arte. No necesita ser solemne: ese salto que provoca dentro de nosotros puede estar motivado tanto por una aguda observación moral como por una franca carcajada”, Peter Shaffer.

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De Peter Shaffer

“AMADEUS” La obra, inspirada en las cartas personales de Mozart, es un montaje lleno de música en donde cada texto escrito por Shaffer es una invitación a viajar por la condición humana. NICOLÁS MONTERO DOMÍNGUEZ

“Sabíamos que iba a ser un clásico... lo podíamos oler”. La frase es de Felicity Kendal después de estrenar Amadeus en el National Theatre en el año de 1979. No se equivocaba. Peter Shaffer había escrito la obra inspirado en el carácter que revelaban las cartas personales de Mozart: “Tuve la idea de escribir esta obra después de leer mucho acerca de Mozart. Quedé atónito por el contraste existente entre lo sublime de su música y la bufonería vulgar de sus cartas. Soy criticado permanentemente por darle vida a un Mozart imbécil, pero lo que realmente quería hacer era describir a un ser infantil: sus cartas parecen estar escritas por un niño de ocho años. En la

mañana, al desayuno, podía escribir cartas a sus familiares totalmente procaces; en la noche podía escribir una pieza maestra mientras conversaba con su esposa”. John Dexter, colaborador permanente de Shaffer, debía dirigir la obra, pero después de varios desacuerdos contractuales fue el mítico Peter Hall, director del National Theatre de entonces, quien asumió la dirección. Hall había dirigido varías óperas de Mozart y ha manifestado en más de una oportunidad que es uno de los textos más brillantes que ha tenido en sus manos. El reparto no podía ser menos excepcional: un joven y desconocido Simon Callow encarnó al Mozart pueril que ya ha quedado en nuestro imaginario a partir de

Fleur de Bray como Katherina Cavalieri. / Marc Brenner

la obra de Shaffer; Felicity Kendal dio vida a Constanza, la joven esposa del genio, y en el papel de Antonio Salieri, uno de esos actores que han escrito texto a texto la historia del teatro universal: Paul Scofield. Desde ese estreno en la sala Olivier del National Theatre, Ama-

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Desde su estreno en 1979, en la sala Olivier del National Theatre, la obra pasó por la producción de Broadway y llegó al cine en 1984.

deus ha seguido hurgando en nuestras conciencias, pasó a su producción en Broadway, en la que Ian McKellen asumió el rol de Salieri, y llegó hasta las pantallas del cine en 1984, dirigida por Milos Forman (Óscar a mejor dirección), la interpretación de F. Murray Abraham como Salieri (Óscar de la Academia a mejor actor), además del galardón a mejor película. Premios a los que se suman varios Tony, Globos de Oro, César, Bafta y una larga lista. Después de este recorrido, Amadeus vuelve a su casa del National Theatre con la misma contundencia, esta vez bajo la dirección de Michael Longhurst. Un montaje lleno de música en donde cada texto escrito por Shaffer nos hace viajar por la condición humana equipados con un bisturí más afilado que nunca. El papel de Salieri está a cargo de Lucian Msamati, un villano que no podemos odiar porque entendemos y hasta compartimos su racionamiento. Él, Salieri, se ha esforzado por ser un buen hombre, competente en todo sentido, disciplinado, entregado a su música y a su posición en la corte. Un hombre que a todas luces debería ser recompensado, no sólo

por sus conciudadanos sino, especialmente, por Dios. Su tragedia y el itinerario de las decisiones que lo conducen a asesinar a Mozart y, con él, a Dios, comienza cuando en la corte austríaca irrumpe la risa estridente del genio de Salzburgo. Adam Gillen da vida a un Amadeus insoportable, aquel que Shaffer descubrió en las cartas personales del compositor de varias de las piezas más bellas de la historia de la música. Salieri queda condenado a escuchar la voz de Dios en una música que jamás podría escribir, se asoma a las partituras escritas por Mozart y sólo puede descubrir su propia mediocridad. La envidia empieza a consumirle el alma y descubre, al mismo tiempo con el público, que la mediocridad y la envidia van frecuentemente tomadas de la mano. La interpretación de Msamati se ocupa de que el público siga el racionamiento de Salieri, un racionamiento cuyo resultado es el monólogo final del primer el acto en el que decide conscientemente romper con Dios. ¿Quién lo puede culpar? ¿Quién puede seguir a un Dios tan injusto? Sí, es posible que exista, pero ¿cómo puede ser de tan mal gusto? De ahí en adelante se desarrolla la conjetura ingeniosa de Shaffer: Salieri acabará con la vida de Mozart haciéndole un encargo que terminará por consumirlo. Ante tanta belleza nos queda el ingenio para destruir, para triunfar entre los mediocres. El público se siente liberado. Finalmente, es sólo una conjetura, una obra de teatro ingeniosa, un montaje con varias de las piezas musicales más bellas de la humanidad. Pero al final Salieri no nos deja escapar. Enfrentando su último fracaso, mediocre hasta para terminar con su propia vida, se planta mirando a la platea y nos presenta al santo que nos faltaba, al que nos debemos encomendar en un mundo carente de belleza, de decisiones ramplonas, de mezquindades en el ejercicio del poder: el santo patrono de la mediocridad: Antonio Salieri. Nos advierte… ya nunca estaremos solos. Un montaje inolvidable, con la participación de los músicos de la Sinfónica de Southbank, actuaciones memorables y un texto que nos interpela. Un solo pesar: Shaffer. No pudo estar presente. Murió en junio del año pasado.


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Tras bambalinas La directora Sally Cookson es conocida por retar los estereotipos de género en sus producciones. Cuando dirigió La bella durmiente en el Bristol Old Vic, era un príncipe durmiente el que necesitaba ser rescatado por una mujer.

En su versión de Peter Pan, Cookson vuelve a jugar con los roles. Es sabido que es una tradición de las producciones de Peter Pan que el señor Darling (padre de los niños) y el capitán Hook (o capitán Garfio) sean interpretados por el mismo actor. Acá veremos a ambos personajes encarnados por una mujer, Anna Francolini. Pero eso no es gratuito: el autor J.M. Barrie lo quiso así desde el principio.

El personaje de Wendy también fue alterado para esta versión. La directora decidió hacerla más activa en la historia, una niña que quiere disfrutar y ser parte de la aventura.

Cultura ~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~ De James M. Barrie

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LAURA VILLEGAS

Desde su nacimiento en Kensington Gardens, hace más de 110 años, Peter Pan conserva el don de la juventud eterna y la capacidad de fascinación propia de la infancia. Hasta hoy, sus adaptaciones al teatro, al cine y al ballet reúnen a espectadores deseosos de viajar a Nunca Jamás, a donde se llega volando en dirección a la segunda estrella a la derecha y después en línea recta hasta el amanecer. A diferencia de otras puestas de Peter Pan, que intentan hacernos pasar de lo real a lo imaginario por medio de recursos realistas, esta nos hace una invitación más arriesgada, más personal. Si pudiéramos decir que lo que se pone en escena es un juego de niños donde lo lúdico nos hace perder la noción del tiempo, donde nos enfocamos en un objeto o un sonido olvidando todo lo demás, permitiendo que lo sostenga el andamiaje débil de los sueños, entonces nos acercaríamos a una definición de la propuesta de Sally Cookson. El enfoque de esta puesta del National Theatre es la diversión: la invitación a un juego de niños. La torre escénica, los actores, los tramoyistas, los músicos y los marionetistas son parte de ese juego. En este Peter Pan, la imaginación se encarga de aprovechar las posibilidades de los objetos, haciendo que en cada cosa figure otra y ayude a la narrativa: no importa que los actores no sean niños, que los tramoyistas y marionetistas invadan la escena, que los arneses con los que los personajes vuelan sean visibles y que el elenco sea color-blind. El reto está en dejarse llevar. Se trata de usar el lenguaje teatral para jugar con Peter Pan. La actuación es brillante: en la tradición británica de las puestas de pantomime, este Peter Pan recurre a canciones, bailes, bromas que interpelan al público, acrobacias y personajes que cruzan de género (sí: en esta puesta el personaje de Campanita es un hombre y el capitán Garfio es una mujer-madre que quiere que Peter

“Peter Pan” es desde su nacimiento una invitación a creer en la magia, en lugares imposibles, en las hadas y las sirenas. En la posibilidad de volar.

Todos los niños crecen, excepto uno

En este “Peter Pan”, la imaginación se encarga de aprovechar las posibilidades de los objetos, haciendo que en cada cosa figure otra y ayude a la narrativa. El reto está en dejarse llevar por el lenguaje teatral que invita a jugar. Paul Hilton es Peter y Anna Francolini es la capitana Garfio en la obra. / Steve Tanner

madure y crezca). La banda está en la escena y acompaña a los actores con piezas que van desde el rock hasta el reggae. El uso del lenguaje es simple y ayuda a que niños y adultos se identifiquen con los personajes. El espacio se convierte en un cuadro expresionista, que se recrea mil veces durante la puesta: de a ratos es un sinfín negro, en otros momentos, un muro de ladrillos, luego un barco pirata. Es urbano, vanguardista, rockero y aparentemente descomplicado, pero en el fondo se trata de una composición milimétricamente cuidada. Como en los sueños, el espacio fluctúa: se abre, cambia, pulsa, gira al ritmo de la actuación y de la música. Todo es un truco. Todo es un juego. Todo es burlón y desenfadado, y eso lo vuelve impecable. Nada necesita un disfraz porque eso está provisto por la mirada del espectador. Desde el lugar de espectadores, padres e hijos tienen experiencias paralelas: los niños se sumergen en dos horas de fantasía y de juego. Los padres, por su parte, vuelven a visitar una historia que conocen y que una vez disfrutaron, salpicada de guiños para ellos: en el humor, en el rock, el reggae y en la dinámica de la puesta. Y ahí es donde se materializa el hechizo. Peter Pan, después de todo, es desde su nacimiento una invitación a creer en la magia, en lugares imposibles, en las hadas y las sirenas. En la posibilidad de volar.


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Tras bambalinas Daniel Radcliffe, famoso por interpretar a Harry Potter en la saga de fantasía, ahora tiene 27 años y le ha dado un giro radical a su carrera para alejarse del personaje adolescente. El

actor ha aceptado arriesgados papeles en teatro y cine, en títulos como “Equus” y “Swiss Army Man”, y ahora como Rosencrantz en la obra de Tom Stoppard. La decisión de

convocar a Radcliffe para el papel ha sido aplaudida, sobre todo por la química que tiene con Joshua McGuire, quien interpreta a Guildenstern. “The Guardian”

reseñó su actuación así: “Radcliffe es perfectamente igualado por Joshua McGuire en un acto ágil que balancea humor rápido con una conciencia precisa sobre la muerte”.

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Joshua McGuire y Daniel Radcliffe interpretan a los protagonistas de la obra. / Manuel Harlan

De Tom Stoppard

“Rosencrantz y Guildenstern han muerto” MANUEL ORJUELA

Para disfrutar de esta obra sería útil, si no se ha leído Hamlet de William Shakespeare, repasar siquiera su argumento, ya que Rosencrantz y Guildenstern han muerto es una especie de spin-off de esta obra isabelina. Tom Stoppard nos hace viajar por los pasillos del castillo de Dinamarca a través de estos dos personajes que son enviados por el rey Claudio a que indaguen sobre la supuesta demencia en la que ha caído Hamlet. Ellos, dos antiguos compañeros de estudio del príncipe de Dinamarca, llegan al castillo donde, entre bambalinas, son testigos de algunos de los acontecimientos más relevantes de la obra original. Al mismo tiempo, estos dos personajes sostienen grandes y bellas discusiones sobre la existencia. Es por esto que esta obra de Stoppard es, para algunos, una pieza absurda al mejor estilo del reconocido dramaturgo Samuel Beckett. Tal vez la obra llega a su clímax cuando, en la famosa escena de Hamlet, pide él a unos comediantes que representen el asesinato de su padre ante la presencia del propio asesino, el rey Claudio. Rosencrantz y Guildenstern están siendo representados en esta obra: el primero no lo nota y

el segundo se despacha en reclamos hacia los comediantes por la forma tan ligera como asumen el tema de la muerte. Para los amantes del metateatro, o teatro dentro del teatro, esta obra se convierte en un verdadero bocatto, ya que ficción y realidad se mezclan más y más, como el número absurdo de veces que Guildenstern pierde a cara y sello jugando con su amigo de viaje. Aunque este espectáculo vibra ante todo por sus grandes y famosos parlamentos, algunas veces prosaicos, algunas veces banales, también su puesta en escena maravilla por su amplitud y limpieza en la sobriedad de la escenografía, lo que nos hace evocar a personajes románticos en medio de la nada y sometidos por la grandeza de los espacios. Los vestuarios son evocadores y llenan de matiz la paradoja de la vida implícita en la fábula de Stoppard. La viva expresión actoral que el director David Leveaux propone a sus integrantes hace todavía más divertido este complejo argumento. Y si no le gustó Harry Potter, no tema. La interpretación de Daniel Radcliffe en el papel de Rosencrantz es excelente y muy divertida, sin olvidar la actuación de Joshua McGuire, quien, personalmente, me dejó bastante sorprendido.


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