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¿Crisis en el periodismo?

LA INFORMACIÓN AMARILLISTA AHUYENTA A LAS AUDIENCIAS JÓVENES; ES NECESARIO COMUNICAR TAMBIÉN TEMAS POSITIVOS.

En un foro reciente, estudiantes universitarios expresaron que la causa principal por la que no les gustaba leer, escuchar ni ver las noticias es porque son “súper deprimentes” –señaló sin titubear uno de los asistentes–. Los jóvenes coincidían en que, cansados de ver muertes, secuestros, corrupción, narcotráfico, mentiras, crisis y un largo etcétera, prefieren enterarse superficialmente de lo que pasa a través de algunas redes sociales y más bien dedicarse a actividades lúdicas digitales. No los culpo. Comprendo su percepción y, con matices, comparto algunas de ellas.

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El periodismo es una actividad noble cuyo principal objetivo es obtener, analizar y difundir infor- mación a través de diversos medios de comunicación. No es sólo una actividad profesional sino, como dice la misma definición de Wikipedia, moral. Tan necesaria para la democracia como perseguida por el poder, esta joven profesión presume entre sus filas a muchas mujeres y hombres célebres que la han enaltecido e, incluso, mártires, que han dado su vida por defender la naturaleza y los ideales periodísticos. Sin embargo, en la actualidad, sufre una crisis de desconfianza e identidad.

Parecería que la prioridad de lo económico, lo mercantil, los beneficios financieros, avasallan en muchas plataformas la objetividad y la búsqueda de la verdad. La dependencia de la publicidad para subsistir suele ir en detrimento de la calidad de la información en pro de estrategias para atraer audiencia y dinero. En las últimas décadas, la prensa, la televisión, la radio y los medios digitales han otorgado un lugar protagónico al amarillismo, la crítica despiadada, el chisme y el pesimismo, debido, en parte, a que aquello vende más. Son los reyes de los estudios de mercado, del rating… y “al cliente, lo que pida”.

Incluso, el llamado periodismo de investigación no está libre de sesgos. En ocasiones se orienta a revelar hechos llamativos que producen mucha emoción, pero no necesariamente están sustentados con rigor. Lo “políticamente correcto” vacuna cualquier réplica, independientemente de la verdad.

El contrapeso a lo mercantil que tantas veces han desempeñado los intelectuales, con frecuencia también se ha deslizado hacia la crítica despiadada o a la acidez permanente. Eso también gana seguidores, aunque quizá estén perdiendo a los jóvenes. En un lenguaje no manifiesto, mientras más aguda sea la crítica parecería que la fama será mayor. Ante la duda, optan por expresarse de modo pesimista, pues de lo contrario podrían parecer menos inteligentes.

En ese contexto, es más fácil comprender que se mantenga cierta desconfianza de lo que se ve, oye y lee en medios de comunicación. Lo falso ha cansado y promueve se sospeche de lo verdadero. ¿En qué creer y en qué no? ¿Quién sí dice la verdad? A su vez, esto genera desconfianza en las instituciones. Se fomenta el miedo y la incredulidad. Tristemente, las audiencias finales no están precisamente mejor informadas y, los lectores jóvenes, cada vez más temerosos de esta aparente realidad. Por si fuera poco, esta combinación es caldo de cultivo para los populismos, que se aprovechan de la fragmentación.

Hace muchos años Joseph Pulitzer advertía que, de existir una prensa mercenaria, corrupta demagógica y cínica, se crearía un público vil como ella misma. Si bien el pronóstico me sigue pareciendo exagerado, de alguna manera ilustra los posibles círculos viciosos de un periodismo alejado de la realidad completa.

No deja de ser paradójico que el periodismo sesgado, el que ha lucrado con la información distorsiona- da, parece cada vez estar menos conectado con la gente joven. Si esto se confirma como una tendencia, posiblemente regrese a un punto más equilibrado; irónicamente, impulsado más por el mismo mercado que por el amor a la verdad. Por eso tampoco extraña que, frente al canto de las sirenas de la información estrambótica y poco fiable, importantes periódicos con presencia mundial hayan fincado su estrategia, precisamente, en aumentar la seriedad y objetividad editorial. sgarciaa@up.edu.mx

Sin dejar de lado la necesaria crítica, sin rehuir al conocimiento de las realidades difíciles y dramáticas, habría que hacer un llamado al periodismo y al mundo intelectual a buscar con pasión la verdad e intentar comunicar la realidad con todos sus matices, reduciendo los sesgos existentes. Me cuesta trabajo pensar que la vida humana tenga una abrumadora mayoría de cuestiones negativas por encima de las positivas, como narran algunos medios.

Como antes lo referí, muchos jóvenes rehúyen de la acidez y negatividad presentes en el periodismo actual. Por una parte, habría que ayudarles a acercarse a esas realidades de un modo crítico y constructivo, de tal modo que no se deslinden de una responsabilidad civil que también les corresponde. Por otra parte, quienes participamos en medios de comunicación podemos buscar formas y mecanismos complementarios para comunicar aspectos positivos, ideales nobles y esperanza, que también forman parte de la realidad. Y es que el periodismo también tiene un rol clave en la construcción del bienestar social.

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