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2.1. El significado de innovación

Distinguir nítidamente los cambios de gran envergadura de la miríada de cambios concretos antes comentados requiere dilucidar si innovación, en singular, tiene un significado más profundo que el de mera yuxtaposición o concatenación de novedades, variaciones y cambios. Para ello, es útil mirar al exterior y utilizar aportaciones de otros campos como elementos de reflexión y contraste para construir y afianzar las soluciones propias. El mundo empresarial, por ejemplo, está continuamente preocupado por mantenerse actualizado para dar respuestas estratégicas y prácticas a los continuos cambios en el entorno económico y a las necesidades de competitividad de las distintas organizaciones.

El argumento de fondo para esta mirada es que los centros de enseñanza y el sistema educativo en su conjunto comparten en buena medida los problemas que provoca un mundo cambiante; y aunque tengan objetivos diferentes, son organizaciones que no pueden quedar ancladas en el pasado, sino que deben ajustarse a nuevas realidades y ofrecer soluciones eficaces y tangibles. En este sentido, el gran gurú del management moderno, Peter Drucker, lanzó un mensaje clave: las organizaciones con finalidad social tienen que pensar y actuar como si fuesen negocios, aunque su misión sea cambiar vidas en lugar de conseguir beneficios económicos. Al proceder del mundo de la empresa, esta noción puede causar recelo en el sector educativo y, tal vez más, en el sector público, pero ciertamente merece ser considerada con mentalidad abierta, pues Drucker siempre entendió que la gestión de las organizaciones trata, ante todo, de las personas y de su misión.

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Drucker (1985) define innovación como el esfuerzo de crear con un propósito determinado y explícito un cambio en el potencial social o económico de una empresa u organización. Esta concepción tiene una potencia admirable porque pone el énfasis en la generación de capacidades (imaginar, aprender, actuar, organizar, comunicar, colaborar, etc.), de las que, en su caso, se derivan las actuaciones concretas de cambio o de generación de nuevos productos y procesos. Y todo ello para cualquier tipo de organizaciones, en particular para las de misión social.

El título del propio artículo que contiene esta definición, “The Discipline of Innovation”, pone de manifiesto la palabra clave: disciplina. Y es clave porque redefinir y desarrollar la capacidad del centro educativo requiere amalgamar misión, voluntad, conocimiento y poder para alinear la organización mediante un trabajo serio, constante y focalizado. Así, innovación –insistimos que en singular– debería entenderse como el esfuerzo sistemático de la institución educativa de prepararse con renovada ambición para conseguir a fondo la misión que tiene encomendada y, al mismo tiempo, colmar legítimas y necesarias aspiraciones de mejora, individuales y colectivas.

Si el proyecto de un centro educativo contempla, por ejemplo, avanzar por la senda de la personalización del aprendizaje o promover a fondo aprendizajes basados en proyectos y resolución de problemas, la innovación en el sentido de Drucker consiste en dotarse de la capacidad de actuar de manera general y eficaz para conseguir la misión que ha redefinido con estos objetivos.

En concreto, se trataría de dotarse de aspectos como los siguientes:

– Capacidad de reinterpretar el currículo y de repensar los mecanismos de evaluación (pues con los métodos de siempre difícilmente se pueden medir nuevos tipos de aprendizaje). – Capacidad de potenciar o de modificar los procesos de coordinación, formación y soporte. – Capacidad de redefinir espacios o de reorganizar su uso, así como el de los recursos. – Reasignación del tiempo de profesores y alumnos (tal vez lo más difícil). – Conocimiento de instrumentos de soporte a la gestión de proyectos y dotación de los mismos. – Reformulación del presupuesto económico, posiblemente dejando de hacer determinadas cosas para hacer otras. – Adopción de planes de comunicación y de participación de la comunidad educativa. – Búsqueda de alianzas externas.

Por tanto, parece obvio que hay que planificar y llevar a cabo una profunda actualización del potencial del centro, de su capacidad de actuar en muchos frentes de manera coordinada y eficaz. Además del profundo sentido de misión profesional que este cambio integrado representa y requiere, se precisa también apertura mental y un auténtico compromiso con la propia formación permanente, pues hacer las cosas de manera sustancialmente distinta requiere nuevo conocimiento.

Media un abismo entre este discurso y los cambios en contenidos o métodos por parte de profesores individuales en sus aulas sin que se requieran cambios organizativos. Se hace evidente que la misión, el liderazgo y la gestión en todos sus frentes son esenciales para innovar a nivel institucional.

Este sería el enfoque más esencial: la educación es una cuestión de personas que se relacionan entre ellas. La organización escolar y las actividades académicas no son sino maneras de dar estructura a esta relación, la única que niños y jóvenes tienen en su vida para desarrollarse con la ayuda de personas adultas bienintencionadas y preparadas, que la sociedad ha designado para este fin. Sin embargo, la estructura de dichas relaciones no es una ley de la naturaleza, no ha sido siempre como es ahora ni debe necesariamente continuar siéndolo. Las estructuras tradicionales, por muy arraigadas que estén, son contingentes, pueden modificarse sin que sea en detrimento de lo sustantivo –la interacción formativa entre personas– sino, al contrario, para hacerla más provechosa en términos de la misión institucional de la escuela y más enriquecedora para las personas que intervienen, sobre todo, los

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