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5.1.2. Espacios de la educación moral

Figura 4. Cuatro éticas para aprender a vivir

APRENDER A SER

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APRENDER A CONVIVIR

APRENDER A FORMAR PARTE DE LA SOCIEDAD

APRENDER A HABITAR EL MUNDO

Autonomía. Pensar y actuar por uno mismo. Proyecto personal. Cómo me gustaría ser y qué me gustaría hacer en la vida.

Empatía. Saber ponerse en la piel de los demás. Altruismo. Estar dispuesto a hacer cosas en favor de los demás.

Civismo. Respetar las normas y los hábitos sociales. Participación. Intervenir activamente en la vida pública.

Sostenibilidad. Respetar y proteger la naturaleza. Justicia global. Aplicar los valores más allá del propio país.

Tras presentar los aprendizajes necesarios para aprender a vivir, nos centraremos en los espacios de formación en valores. Se trata de pensar los ámbitos y las actividades que hay que programar en la escuela para desarrollar un plan completo de educación moral. Veremos que es necesario combinar las acciones que se realizan a nivel interpersonal con otras que tienen un carácter curricular, pero también veremos que resultan imprescindibles algunas acciones que inciden en la cultura moral de la clase y de la escuela y, finalmente, con otras que se proyectan sobre la comunidad donde se encuentra el centro.

a. Relación de afecto. Una educación moral para todos empieza a construirse en el espacio de la relación interpersonal entre adultos y jóvenes. En el ámbito de los encuentros cara a cara se van tejiendo los lazos de afecto que disponen el terreno para el trabajo formativo.

Si no fuese posible construir una relación basada en el afecto, tampoco podríamos educar en valores.

La adquisición de valores no funciona como las demás áreas de conocimiento. Los valores no se aprenden a base de explicaciones, no basta con entenderlos y saberlos. Los valores se aprenden a través de su práctica y mediante la generación de hábitos, y no se pueden aprender de otro modo porque no son un saber, son más bien un saber hacer. Sin embargo, para apropiarse de un valor no es suficiente con un aprendizaje basado en la práctica; se necesita que el aprendiz llegue a apreciar como propio ese valor. Conseguimos llegar a estimar un valor cuando lo presenta una persona con la que nos une un vínculo de afecto. De ahí que afirmemos que no es posible la educación moral si no se construyen previamente lazos de afecto entre educadores y educandos.

¿Cómo se construye ese lazo de afecto? Para que se cree un vínculo afectivo es preciso que abunden los momentos de encuentro cara a cara. Momentos durante los cuales el educador muestra una actitud de acogida, reconocimiento y aceptación de su alumno. Cuando el alumno percibe estas actitudes en los adultos, lentamente va generando respeto, escucha, consideración y aceptación de sus indicaciones. En este momento habremos establecido un canal de afecto que permite transmitir y apreciar valores.

Si aceptamos que el vínculo afectivo es un elemento básico de la formación en valores que aparece en el espacio de la relación interpersonal, la educación moral debe proporcionar suficientes momentos de encuentro. A veces pueden ser momentos informales que surgen y se aprovechan a lo largo de la jornada escolar. En otros casos se trata de espacios claramente programados, como las entrevistas individuales que mantienen los alumnos con sus tutores. Este conjunto de oportunidades, y muchas otras que podemos establecer, facilitan la creación de lazos de afecto, una condición imprescindible de la educación moral.

b. Actividades de deliberación. El segundo espacio de la educación moral son las sesiones de clase. La educación moral debe usar las clases para deliberar sobre aquellas cuestiones que, desde una perspectiva social o personal, son importantes para los miembros del grupo. En consecuencia, la educación moral supone aprender a dialogar sobre cuestiones controvertidas, estudiar los problemas candentes, elaborar las mejores razones para jus-

tificar los puntos de vista, intercambiarlas con los demás participantes y reconsiderar las propias posiciones a la luz de las aportaciones de los demás. En definitiva, en una sociedad plural que valora la convivencia el hábito de dialogar es una virtud fundamental que la educación moral debe enseñar.

En una sesión de clase en la que el diálogo es el centro de la actividad, se promueven tres elementos fundamentales:

– En primer lugar, la sensibilidad para detectar temas controvertidos que conviene considerar, temas que a veces son relevantes para el conjunto de la sociedad y otras veces lo son para el grupo de alumnos que los abordan. En cualquier caso, estamos ante cuestiones que suscitan reflexión y controversia. – En segundo lugar, durante el proceso de diálogo se activa la inteligencia moral que permite a cada sujeto, y al grupo en su conjunto, dilucidar la problemática que se aborda. Disposiciones como el conocimiento de uno mismo, la empatía, el juicio, la comprensión o la apertura a las emociones constituyen herramientas morales que nos sirven para considerar con garantías los temas controvertidos. – En tercer lugar, cualquier deliberación moral pone en juego un conjunto de valores y criterios morales que contribuyen a guiar el proceso de deliberación. No dictan simplemente lo correcto sino que regulan la dirección del proceso de deliberación.

Los valores o los derechos humanos son dos fuentes de regulación moral que deben inspirar los diálogos deliberativos.

El diálogo como segundo espacio de la educación moral puede concretarse en prácticas como las asambleas de clase, las sesiones de tutoría, los procesos de mediación o los debates que pueden producirse en cualquier asignatura.

c. Cultura moral del centro. El tercer espacio de acción de la educación moral son las instituciones formativas consideradas en su conjunto. Su atmósfera moral ejerce una profunda influencia en el alumnado de los centros educativos. Si tales afirmaciones son acertadas, se hace necesario pensar con cuidado el diseño de las prácticas pedagógicas que se llevan a cabo en los centros educativos, así como la construcción de un sistema de prácticas que produzca un denso mundo de valores. La cultura moral no puede quedar en manos del azar sino que debe ser objeto de una preparación consciente y minuciosa en el marco de un proceso intencional de generación de la cultura del centro. En el ámbito de la investigación educativa se considera la cultura como un conjunto de normas, de creencias y de valores

compartidos en el seno de la institución escolar que guían la forma en la que la escuela opera. Recurriendo a una metáfora a la hora de explicar sus efectos, se asimila la cultura a un “pegamento” que mantiene a la escuela unida y la hace eficaz (Downer, 1991; Fullan, 2007). Así pues, además de su indudable dimensión formativa, la cultura constituye un factor relevante de eficacia escolar.

La cultura moral se traduce en un conjunto de prácticas educativas de la institución escolar. En consecuencia, debemos determinar las áreas que deben cubrir tales prácticas. A grandes rasgos, pensamos que se debe incidir en tres campos: el trabajo escolar, la convivencia y la animación. Los centros deben organizar cómo transmiten conocimientos a los alumnos a través de múltiples prácticas de enseñanza y aprendizaje. La clase expositiva, el trabajo cooperativo, los proyectos de investigación y los sistemas de ayuda entre iguales son algunas de las prácticas clásicas de este ámbito.

Por otra parte, los centros son espacios de aprendizaje de la convivencia y deben instituir prácticas pensadas expresamente para alcanzar dichos fines. Las asambleas de clase, la resolución de conflictos, la realización de cargos, la discusión de las normas de convivencia son algunas posibilidades propias de este campo. Finalmente, un centro también debe ser un espacio de vida que exige un esfuerzo de animación social y cultural. La organización de fiestas, certámenes culturales, actividades deportivas o la decoración del centro pueden ser algunas de las posibles prácticas que se pueden establecer en este ámbito. Al conjunto de todo ello lo llamamos cultura moral, una propiedad de las instituciones que permite adquirir valores a todos aquellos que están inmersos y participan activamente en sus propuestas.

d. Compromiso cívico. El último ámbito donde se ejerce la educación moral es la comunidad.

Vamos a entender por comunidad el espacio social que está más allá de las instituciones educativas. El compromiso activo de los jóvenes en la comunidad es un fuerte dinamismo de educación en valores que no podemos olvidar al trazar el panorama de la educación en valores. Llevar a cabo actividades en beneficio de la comunidad es un instrumento esencial de la educación moral.

Salir de las instituciones educativas para ayudar a la comunidad puede hacerse de varias maneras, pero cabe destacar una modalidad: el aprendizaje-servicio. Se trata de una propuesta educativa que combina procesos de aprendizaje y de servicio en un solo proyecto bien articulado. Un proyecto en el que los participantes se forman al trabajar sobre necesidades reales de su entorno con el objetivo de mejorarlo. Trabajan en favor de la comunidad y, a la

vez, se forman en una doble dirección: aprenden conocimientos curriculares relacionados con la actividad de servicio y, además, aprenden virtudes y valores cívicos.

En síntesis, y como queda reflejado en la Figura 5, la educación moral en una sociedad plural no debería olvidar estos dinamismos formativos básicos: la creación de vínculos de afecto, la deliberación sobre temas moralmente relevantes, la participación en actividades que encarnan valores y, finalmente, el compromiso activo en favor de la comunidad.

Figura 5. Los cuatro espacios formativos de la educación moral

Tutorías individualizadas Momentos informales

Aprendizaje-servicio Voluntariado Asambleas de clase Debates

Actividades culturales Trabajo cooperativo

RELACIÓN DE AFECTO ACTIVIDADES DE DELIBERACIÓN

COMPROMISO CÍVICO CULTURA MORAL DEL CENTRO

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