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6.3.1. La relación educativa, base de un estilo de educar

La educación, en esencia, consiste en la intervención intencional y planificada de un educador en el marco de una interacción con el educando, con la finalidad de promover en este lo mejor de su desarrollo personal.

Cuando se afirma que en el centro de la educación está la figura del alumno, su desarrollo integral, nos referimos a los fines, pero no hay que olvidar que esto no es posible sin la interacción entre educador y educando. Este es, por tanto, el motor de la actividad escolar. Como nos recuerdan Cortés (2015: 89), en la tradición iniciada ya con Sócrates:

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“La pregunta por la educación es, en primer lugar, la pregunta por el adulto. Sin adulto no hay educación; habrá otro tipo de relación…, pero no educación. Educar, educarse es dejar que el otro lo disuelva a uno para, en ese mismo proceso y de manera paradójica, emerger como persona nueva.”

En su libro La hora de clase, Recalcati (2016) hace un análisis del momento presente que afecta a la educación y que es un fiel reflejo de la sociedad de este comienzo de siglo. Recalcati diferencia tres tipos de escuela que responden a tres tipos de relaciones; y lo hace a partir de tres personajes mitológicos:

a. La escuela-Edipo. En ella, la autoridad del docente queda garantizada por el poder de la tradición en la que se apoya: el modelo pedagógico que prevalece es el correctivo-represivo.

La relación entre profesor y alumno está fuertemente jerarquizada. En la escuela-Edipo el profesor ocupa el lugar de la autoridad, es un sustituto-continuador del padre, es una ley fuera de toda discusión. El alumno, en su condición de hijo, debe ser instruido y educado como si fuera cera a la que es necesario dar forma. Esta escuela se cimenta en la alianza entre padres y docentes. También la propia concepción de la institución responde a criterios verticales y altamente estructurados: es una institución sólida, piramidal, panóptica.

El enfoque pedagógico relacional autoritario que se describe entronca con la tradición de un sesgado estoicismo que ha nutrido la enseñanza.

b. La escuela-Narciso. Es consecuencia de una sociedad (cibernética, capitalista, consumista) que es una extensión del sujeto, un espejo donde prolongar los propios impulsos sin norma ni traba. Se trata de un modelo pedagógico en el que la figura del padre y del profesor

se difuminan, se confunden las generaciones y los roles. A los hijos y a los alumnos se les quiere evitar a toda costa el encuentro con lo traumático de la existencia, con lo real.

Se vive un constante estar ocupado en tareas que desarrollan competencias. Un activismo, un hacer no contemplativo sin toma de distancia ni de conciencia. Una escuela en la que priman el emprendimiento empresarial, las TIC, el inglés, etc. Algunos de estos esnobismos se han convertido en bandera de innovación, con lo que, irónicamente, somos menos prácticos que nunca. No hay comunicación ni relación-interacción; se vive una sociedad atomizada e individualista.

c. La escuela-Telémaco. Este tipo de escuela es el reflejo de lo que sucede ante el declive de la figura paterna y, como consecuencia, el declive de otras autoridades y relaciones. En esta situación, Telémaco espera la llegada del padre, pero no espera en el padre la vuelta de la ley sino del adulto-referencia. No quiere restaurar al padre autoritario ni la disciplina perdida sino la referencia ética del adulto a partir de su testimonio. En ello hay una demanda de afecto, de palabra que humaniza, de normas que nos permitan postergar la recompensa hasta la aparición de un deseo profundo.

Según ello, el buen maestro no se caracterizaría por un método particular ni por una didáctica, ni por nada mensurable o cuantificable, sino por la elocuente transparencia con la que encarna el saber que transmite, su capacidad de producir aprendizajes y, sobre todo, por el modo en que establece un vínculo hondo, respetuoso, dinamizador y transformador con el alumno.

Es la relación alumno-profesor-conocimiento la que se constituye como corazón de la escuela y es la que tiñe hacia afuera todo el conjunto de relaciones y saberes:

− Por supuesto afecta, antes y más que nada, al modo de entender la tutoría; de no hacerse correctamente, corre el riesgo de tecnificarse y limitarse a un mero intercambio de fórmulas de control y cortesía, vehiculadas a través de la correspondiente plataforma educativa.

Ningún profesor del centro deberá estar eximido de esta tarea (ni siquiera los que no son tutores, como viene ocurriendo con frecuencia); ningún docente tiene permiso para eludir su responsabilidad tutorial, es decir, su relación constitutiva con el alumno. − Las relaciones humanas alumno-alumno son claves para el aprendizaje y el desarrollo armónico de la persona. El acoso físico o el acoso a través de la tecnología digital suelen ser la consecuencia de no abordar de manera sistemática una educación de la convivencia en la que se deberían ver implicados todos los niveles educativos y todas las áreas (planes

de convivencia, mediación y resolución de conflictos), en ese aprender a convivir que ya demandaba Jacques Delors en el informe de la Unesco en la Comisión Internacional sobre la Educación para el siglo xxi. Esas relaciones entre iguales constituyen, además, uno de los factores de cuya calidad dependen los resultados escolares y el rendimiento de los alumnos. − Relaciones alumno-profesor. Más allá de los eternos temas sobre la autoridad, el respeto o la disciplina, el profesor debería reflexionar sobre su estilo de comunicación, su manera de estar presente en el acto educativo, los vínculos que debe establecer y sus desviaciones. − Relaciones profesor-profesor-personal de administración y servicios-equipo directivo. Las relaciones humanas hacen que un centro educativo sea mucho más que sus aulas. La idea de comunidad educativa debería recuperarse y reinterpretarse como un signo de calidad escolar. Esto afecta sobremanera al modo de ejercer el liderazgo, un liderazgo desde el proyecto y que implica a la comunidad. Tiene también que ver con la formación de todo el personal del centro en este ámbito relacional. − Relaciones familia-colegio. Esta relación sigue siendo una laguna en una gran mayoría de centros, derivada de un estar a la defensiva en un momento en el que se cuestiona a veces por parte de las familias la autoridad del profesor. Hablar de participación e implicación, de comunicación, obliga a tomar medidas conducentes a un verdadero intercambio de influencias y de relaciones que no se limite a la reunión de principio de curso. − Y, finalmente, las relaciones centro-centro. Plantean la necesidad de establecer redes de centros de carácter colaborativo y pertenecer a ellas. Aun cuando el trabajo educativo en red se ha visto facilitado por los desarrollos digitales, quedan aún muchas posibilidades por explorar, muchos caminos que recorrer juntos en pos del cambio educativo y de la mejora escolar. El futuro pasa ineludiblemente por ahí.

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