CELSO A. LARA FIGUEROA
La Sirena del Viernes Santo Alba Lucrecia era una muchacha encantadora, con la inocencia propia de sus años. Su rostro lucía unas mejillas sonrosadas y un leve candor que mostraba la edad de la niñez recién abandonada. Aunque no era una mujer de extraordinaria belleza, si era la más alegre y vivaz de la región. Ella animaba todas las fiestas populares de Retalhuleu. Como era de esperarse, todos los jóvenes del poblado se disputaban sus atenciones, e incluso algún hombre maduro soñaba con los amores de Alba Lucrecia. Ella se sentía halagada por todas las manifestaciones de interés que le mostraban los varones. Poco a poco, la joven se fue convirtiendo en el motivo de los celos de las otras muchachas y de algunas señoras casadas, que pensaban que sus esposos podrían prendarse de ella. Llegadas las fiestas de Nochebuena, Alba Lucrecia, acostumbrada a ser el centro de atención durante las posadas, no faltó a ninguna. En todas fue recibida con galante y la lucha de los jóvenes que deseaban obtener su aprobación, ofreciéndole ponche tamal a la mejor silla de la reunión, y hasta hubo otros que se atrevieron a darle una. Algunos soñadores escribían poemas y se los entregaban a escondidas, mientras se celebraban los rezos. Durante la misa del gallo, pudo ver cómo llamaba la atención de muchedumbre, ya fuese por celos o por admiración. Una de sus pocas amigas le insinuó que hasta el sacristán, desde el altar de la iglesia, había estado observándola
82