CELSO A. LARA FIGUEROA
El Diablo y la Suegra Doña Antonia era una mujer de armas tomar”. Todos en el pueblo decían que, desde que se había quedado viuda, era más difícil engañarla, Menos aún si se trataba de sus hijas: Juana, Luisa y Rosana. Para sobrevivir y criarlas, doña Antonia había establecido un comedor a la orilla del camino real. Allí pasaban todos los viajeros: señorones que iban a la costa de paseo o por negocios, arrieros, conductores de carruajes y, en fin, toda clase de personas. Y muchos de los que pasaban por el lugar elogiaban a las tres hermosas hijas de la señora. -Por una mirada de tus ojos daría mi alma al diablo -les decía un comensal. -Quién fuera sombrero para cobijar ese rostro maravilloso comentaba un segundo -Pobre las rosas, les has robado el color para tus labios y la frescura para tus mejillas - añadía un tercero. Un día, llegó un hombre con una hermosa cabellera. Parecía interesante y, en cuanto vio a las muchachas, empezó a tratar de ganar el afecto de las tres. Poco a poco, se fue haciendo tarde y los comensales abandonaron el local, De manera que llegó la hora en que se quedaron solas las propietarias y el hombre. Entonces, empezó a hacer trucos para llamar la atención de las jóvenes. Sacaba monedas de gran valor de los cabellos de las muchachas, joyas debajo de los manteles o un conejo de uno de sus delantales. Ellas estaban encantadas, pero la pretendida suegra estaba molesta. Las jóvenes, por supuesto, se sentían halagadas,
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