Me duelen los ojos Texto :Johanna Pérez Daza
La reunión terminó con cierta premura. Desde el día anterior se escuchaban rumores y la zozobra tocaba otra vez nuestra puerta, con la diferencia que en esta oportunidad no éramos los únicos, mucho menos los primeros. Era viernes 13. Tildan la fecha de mala suerte, pero, en este caso, era lo contrario. Un desafío al malicioso azar, la intención de crear redes y proponer constructivamente. Estábamos en la Organización Nelson Garrido (La ONG) algunos gestores, artistas, investigadores y promotores culturales convocados para pensar el sector desde la suma de esfuerzos y el trabajo conjunto. El lunes 16 de marzo inició la cuarentena “social” —no podría faltar el calificativo, el apodo con el que intentan marcar territorio—. La pandemia por el COVID-19 era un hecho ineludible.
dos décadas hemos vivido el apocalipsis del apocalipsis, el fin del fin. La incertidumbre se disfraza de dicotomía. Los dilemas se aprecian en blanco y negro: seguridad-privacidad; hechos-opiniones; tecnología-emociones. Científicos y políticos alternan la vocería. Urge separar el grano de la paja. Los avances no niegan ni reemplazan los instintos primitivos. El miedo a la muerte se masifica. No debemos tocarnos. El abrazo es sustituido por las pantallas. El concepto de héroe se ha modificado.
Los eufemismos difuminan la realidad. Población de riesgo, distancia social, nueva normalidad…la neolengua avanza. Los términos bélicos se instalan en discursos oficiales y conversaciones cotidianas: vencer, batalla, combatir, enemigo, derrotar, caídos, ataque. Ya Susan Sontag advirtió en los años 70 lo peligroso de vincular conceptos como enfermedad y guerra. Constatamos que la analogía castrense desvirtúa el rigor científico. Nos sentimos frágiles. Se remarcaron fronteras y desigualdades. Tuvimos miedo. Me pregunto si quienes vivieron las desgracias de Chernóbil, Hiroshima y Nagasaki, un terremoto, un tsunami o la peste negra, también pensaron en el fin del mundo como lo hacemos nosotros ahora. Eventos naturales y desastres provocados por la acción humana nos han puesto al borde del precipicio no pocas veces. Cada generación asume que la suya es la peor, que sus circunstancias son catastróficas y que tiempos pasados y experiencias venideras serán siempre mejores. Hacemos nuestras las palabras de Jorge Luis Borges y creemos, como todos los hombres, que nos tocaron malos tiempos en que vivir. Desconfiamos. Sabemos que mienten. Lo hacen frecuente y descaradamente. Las cifras oficiales no son confiables y cuando la Academia de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales advierte, es amenazada públicamente por el mazo del poder. Un hecho desplaza a otro, éste a otro y así sucesivamente en un loop que se nos hace infinito e indigerible. Ciertamente, los países no tocan fondo, no existe fondo y siempre se puede estar peor. Eso lo sabemos bien los venezolanos. En
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Foto: Anna Surinyach compartida en su cuenta en twitter con el siguiente texto: ‘Lourdes Cereceda no ha abrazado a su hijo desde el inicio de la pandemia. Duerme y come separada de toda la familia por miedo a contagiarles. Es enfermera del servicio de hospitalización a domicilio de Can Ruti” (Barcelona, España)