#10 Mal-estar, resistência, transformação

Page 60

FOTOGRAFIAR LA INCERTIDUMBRE

Ricardo Jiménez y Aarón Sosa, dos fotógrafos venezolanos en cuarentena Fotografías Ricardo Jiménez y Aarón Sosa. Texto Erik Del Bufalo

El ojo y la certeza están casados desde la antigüedad. Nuestra forma de tomar conciencia del mundo es primeramente logocéntrica y el logos representa luz antes que verbo, mirada antes que sonido. Parece una paradoja, pero Platón, el sumo sacerdote de las nupcias de la razón y el mirar, fue el mayor censor de las imágenes. Las imágenes en Occidente siempre fueron estigmatizadas, hasta la aparición de la fotografía, que produjo una verdadera revolución copernicana en nuestra civilización; desde entonces las imágenes valen más que las palabras. Mientras la realidad esté bañada de luz, el ojo será nuestra principal forma de certidumbre. El ojo toca las cosas, es el tacto del intelecto, el tacto de las cosas que están lejanas. Pero el ojo no solo consiste en el taco de lo lejano, también se erige en el tribunal dónde los otros sentidos del cuerpo y del alma van a comparecer su verdad. Por el tacto sabemos que existen los objetos, por el ojo sabemos que esos objetos son reales, podemos darles nombres, sentido y así comunicarlos. El lenguaje no viene de la voz, viene de «una estética común» que solo puede ser formulada en términos de imagen; así pensaba Aristóteles. El tacto no tiene que saber qué toca para tener la certeza de que algo existe, pero solo el ojo puede tener certezas. La incertidumbre, de este modo, aparece en un punto ciego, tal mácula siniestra en nuestra visión, surgida de pronto como un intruso que nos deja afásicos y «distanciados» de la realidad. Si no lo vemos, no podemos hablar del futuro. La incertidumbre, en este sentido, no es más que la constatación de que nuestras vidas se desenvuelven siempre sobre una escasa realidad. José Lezama Lima decía que «la luz es el primer animal visible de lo invisible». En cabalgar a este indómito animal, que es la luz, para que nos lleve a los reinos de lo invisible, estriba el trabajo del fotógrafo, para quien lo visible expresa solo un medio, lo invisible un fin a capturar. No obstante, la incertidumbre, desde su trinchera, tiene su propia lógica: la falta de confianza en lo real que vemos, ese «pisar la dudosa luz del día» que tanto inquietaba a Luís de Góngora y que anunciaba la muerte del encantador Acis por los celos pétreos de Polifemo. Un cíclope es también la máquina fotográfica, la cual tiene un solo ojo, su lente. Corcel de lo visible y a la vez monstruo de la incertidumbre, la fotografía va siempre a horcajadas entre lo que se manifiesta y lo que se disimula, pues lo real ama ocultarse para el buscador de imágenes. El trabajo de Ricardo Jiménez (Caracas, 1951) aborda este dudoso túnel donde la vista debe atravesar el agujero de la incertidumbre, el agujero de la luz que se nos escapa. ¿Dónde se encuentra ese agujero? ¿En el ojo, en las cosas? Hay un dato que tiende a confirmar lo irresoluble de la cuestión, en una fotografía la mirada del fotógrafo y el mundo referenciado están en la misma dimensión, mundo y mirada se han vuelto lo mismo, una síntesis sin dialéctica, una alquimia entre sujeto y objeto. En el caso concreto de esta serie de Jiménez, Un fisgón más, hecha en la dura cuarentena caraqueña, el atanor que une la luz con lo incierto, la cámara con lo precario viene dado por unos binoculares. Fisgar significa la ilegitimidad de una curiosidad. ¿Qué hay de ilegítimo en observar el mundo cotidiano? Es quizás porque esta cotidianidad se ha vuelto una «nueva normalidad» que al ojo ya no le está dado andar libremente. Los binoculares vienen a ser al ojo lo que la mascarilla o el barbijo a la boca. La pandemia nos quita la continuidad inmediata

60


Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.