Voces del Exilio

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VOCES DEL EXILIO 20 TESTIMONIOS DE LA DIÁSPORA CATALANA JAUME FONT CASSANDRA MESTRE MACIÀ ALAVEDRA TEODOR GARRIGA TERESA ROVIRA HERIBERT BARRERA GUILLERMINA PEIRÓ AMÈLIA TRUETA NÙRIA PI-SUNYER MARCEL·LÍ GARRIGA TERESA PÀMIES

RAMON XIRAU ROSA MARIA DURAN NÙRIA FOLCH GLÒRIA ARTÍS ADELINA SANTALÓ MANUEL R. GAYA MARIA ANTÒNIA FREIXES PILAR FOURNIER MARINA FOURNIER JOSÉ M. MURIÀ (epílogo)

ENTREVISTAS A CARGO DE

JOSEP M. FIGUERES (LOGO COSSETÀNIA EDICIONS)


A Núria, esposa de Josep Vidal, a quien se le escapa una furtiva lágrima cada mañana, con sus noventa años, al ver el dibujo de su pueblo nativo, Arbeca, cuando despierta en su casa de México D.F. A todos los exiliados por el ejemplo de coraje, firmeza y dignidad con el que han llevado a Cataluña en el corazón habiendo sido expulsados de la patria por la intolerancia española. Ninguno nos dijo al contestar, cuando pedíamos que explicaran su historia personal del exilio: “Ahora vienen, ¿después de treinta años de la muerte del dictador?”. Simplemente nos la explicaron, y aquí hay una pequeña muestra…


AGRADECIMIENTOS Este libro se debe al programa de radio Veus de l’exili, que posibilitó, con el apoyo de dos dinámicos organismos de la Generalitat de Cataluña (Direcció General de Relacions Exteriors y Programa del Memorial Democràtic), que se desarrollara una primera ronda de entrevistas en México, Francia y Cataluña y, posteriormente, la edición de un largo programa de radio. La aportación más grande, de momento, al exilio catalán con la voluntad y capacidad de darlo a conocer. Ningún diario, revista, editorial u organismo ha realizado jamás una acción de esta envergadura. Sin la aportación de los exiliados que nos apoyaron con su tiempo y contactos, ni Veus de l’exili radio, ni Veus de l’exili libro serían hoy al alcance de aquel que le interese. Una mención especial para el Orfeón Catalán, a los presidentes de ayer como Josep Ribera y los de hoy, como Xavier Torroja y a los miembros de la Junta, personal, socios, de la servicial Marcela en el M. Gaya y a tantos otros que se desvivieron para que nuestra agenda pudiera tener un exiliado por la mañana y otro por la tarde y, sólo así, poder recoger todos sus fragmentos vitales. No podíamos hacer, como aspirábamos, una serie de entrevistas en profundidad, pues en sólo dos meses teníamos que recoger una panorámica del exilio; hicimos setenta y algunas están aquí, en este libro. El Orfeón Catalán fue vital en nuestro trabajo. Damos las gracias también a las historiadoras méxico-catalanas Margarita Carbó, Dolores Pla y, en último lugar, pero con intensa gratitud, al buen amigo, hijo, primo, nieto de exiliados: el profesor José M. Murià. Provocador y hospitalario,


soporte y ayuda constante; sin él, seguramente, no se habría hecho ni el libro ni el programa de radio. Fue la llave que abrió las puertas de las casas de los exiliados. En él podemos ver el exilio y con la amistad que tiene con tantos contactos, vemos cómo se ha ido forjando la complicidad para cumplir con esta tarea que como historiadores nos vemos obligados: divulgar una realidad soterrada. También a los antiguos alumnos de la UAB: X. Guirao y D. Jané por la diligencia y efectividad en las transcripciones y, especialmente, a Cossetània Edicions, que asumió la realización de las entrevistas en México con Catalunya Ràdio y ahora su edición en formato libro. A todos por ayudar a hacer vivas las Voces del exilio. Gracias.


UN PROGRAMA DE RADIO COMO ANTECEDENTE Este libro es resultado de una triple voluntad para preservar el pasado inmediato más escurridizo. En primer lugar, la de los exiliados preocupados por la estimada y añorada catalanidad y por su vocación de libertad; después, por nuestra implicación personal al trabajar históricamente aspectos relacionados con problemas vivos de la realidad que nos han tocado vivir y también constatar el olvido en el que han caído y, por último, a las instituciones y entidades: Direcció General de Relacions Exteriors, Programa pel Memorial Democràtic, Catalunya Ràdio, Cossetània Edicions, preocupadas por salvaguardar la memoria, romper el silencio que envuelve al pasado. Para ayudar a romperlo, el libro se añade a la relación de los existentes, asimismo muy escasos, que tenían que haber sido legión para recuperar así el testimonio, esfuerzo y la lucha de los exiliados por su identidad y la cultura de la nación catalana, recuperar los valores de una sociedad democrática; cuando prácticamente todos los cuadros dirigentes, todos los intelectuales, todos los profesionales de la cultura comprometidos con el país, que supone tanto como referirse a toda una generación, tuvo que salir de su casa porque una nueva cultura, lengua, ideología y Estado se impuso. Como el cartel de Morell, catalán también: “Ha llegado España”. Testigos de su intolerancia se exiliaron. Estos fragmentos, pequeños y parciales, son sólo una muestra del montón de personas que tuvieron que salir. Las cifras nos pueden engañar, en aquellos momentos Cataluña tenía


la tercera parte de la población actual; por tanto, si fueron unos quince o veinte mil catalanes los que fueron a México, otros cinco mil al resto de aquél continente y, por último unos cincuenta mil a Francia, hacemos el cálculo y observamos no sólo la importancia simbólica y significativa, sino claramente cuantitativa de lo que fue este éxodo para la sociedad catalana que quedó desvertebrada. Cifras que hay que tomar con cierta relatividad, puesto que aún no ha aparecido ninguna historia exhaustiva del exilio de Cataluña. La historia de este libro arrancó conjuntamente con el programa de radio. El mes de octubre de 2004, José M. Murià, nos invitó a las jornadas de cultura catalana en la Feria del Libro de Guadalajara, por ahora, la mayor presencia pública de Cataluña en el exterior. En el Colegio de Jalisco, en Guadalajara, había una recepción con motivo de la ponencia que hizo el entonces presidente Pasqual Maragall. Estábamos sentados alrededor de una enorme mesa, cobijados por una fresca jacaranda, con el matrimonio Manuel R. Gaya y Dora Samblancat. El tema era la repercusión social del exilio en las nuevas generaciones y como los medios públicos, o la enseñanza en los mass media, muy poco habían hecho, fueran éstos públicos o privados. La importancia del exilio se había desdeñado, o, al menos, menospreciado de forma general con los efectos de desconocimiento y de relativización tan comunes en nuevas generaciones. A la conversación se suma José M. Murià, la platica se animaba por momentos, como si estuviéramos solos en medio de la cacofonía de la muchedumbre —unos doscientos o trescientos catalanes y mexicanos— en un patio académico y nuestros


acompañantes, los cinco (también estaba mi hijo Sergi), asentían con las observaciones hechas sobre el desconocimiento del Principado con relación a la salida en desbandada de tanta población tan relevante para el país. De repente, Montserrat Minobis nos ve y, después de saludar, se suma también a la conversación. Fue por su preocupación personal, por sus relaciones con el Memorial Democràtic como directora de Catalunya Ràdio o por el ambiente que emanaba del acto: el discurso sincero de Maragall, las bebidas en amistosa compañía, hablamos de la acción radiofónica para contar el exilio en un hipotético programa de radio. Un mes después en su despacho había una maqueta. Tres meses después, Enric Frigola ponía el hilo en la aguja. Nos preparábamos para ir a México de nuevo, ahora sólo para entrevistar exiliados. No para impartir clases en la Universidad de Guadalajara o en El Colegio de Jalisco o para ir a ferias y congresos como el año anterior. De julio a septiembre recorrimos México del Pacífico al Atlántico: Jalisco, Veracruz, Michoacán, Yucatán… Y tantos territorios tan bellos… Gracias al apoyo del Colegio de Jalisco y a la ciudad de Guadalajara, del Orfeón Catalán de México D.F., y, del archivo histórico local de Veracruz, pudimos entrevistar casi setenta exiliados o hijos de exiliados. Eran entrevistas de formato breve, no podíamos estar todo un día, dos o tres con una persona, sólo medio día y eso se nota en el resultado. Al regresar entrevistamos, en los estudios de Catalunya Ràdio, a una treintena más de exiliados, aquellos que habían vuelto para engrosar, con los de México y Francia —éstos hechos por C. Badia— el testimonio del exilio.


El listado de un centenar de exiliados (setenta en México y treinta en Barcelona) es representativo por la dimensión que tienen. Son muchos los nombres y de todo tipo: arte, política, cultura, trabajo: toda la sociedad. Realizadas las entrevistas, Catalunya Ràdio se pone manos a la obra y da forma periodística al material recogido que mientras tanto había clasificado en una treintena de grandes temas: campos de internamiento, Generalitat en el exilio, el exilio en Francia, Pau Casals, campos nazis, Companys, Tarradellas, revistas y libros, Juegos Florales, etc. De cada tema se preparaban datos históricos y literarios; documentos políticos, discursos, poemas, narraciones y también canciones, sonidos, etc.; todo para dar ritmo e intensidad al programa de radio, pensando siempre en su duración de una hora. La periodista de la casa Eulàlia Ferrer y el técnico de sonido Salvador Pou aportaron su gran experiencia, calidad profesional y sensibilidad por el tema. Ellos dieron forma periodística al producto, antes en formato de libro muy elaborado. El programa se divide en tres partes: un reportaje de periodista que recogía materiales como voces de archivo y una tertulia; en medio se introducía un episodio breve, un flash que fuera de impacto e interés para el radioescucha; es decir, en el sentido amplio de dinamismo y agilidad. Teníamos que leer los textos que otros periodistas redactaban a partir de la clasificación temática que hacíamos, intercalando cortes de audio, buscar música para la base y, por último, un equipo de redactores que daba forma amena y clara a la bibliografía que se nos iba subministrando… El trabajo de los periodistas se nota bastante. Los programas desprendían la marca de la casa: desde la sintonía


general hasta en su ritmo que les hacía ser muy bien seguidos por la audiencia; primero la especializada, en abril del 2006, de Catalunya Cultura y, después, la más amplia, en Catalunya Ràdio durante julio y agosto; finalmente, ha llegado a la general dado a que los programas están siempre disponibles en Internet, en la web de la emisora, con declaraciones y material extra de los entrevistados. La implicación de todo el personal del programa fue extraordinaria, se imbuyeron tanto en la necesidad de hacer un programa a la vez histórico y con gancho para los oyentes que hasta nacieron programas nuevos como el del Barça, no contemplado en los treinta iniciales. Trabajo de equipo que Lali llevaba con nervio y con Enric Frigola siempre detrás, ayudando y asesorando en lo que hiciera falta como un intendente mágico que todo lo resolvía. La radio nacional catalana consiguió con este programa una voluntad de servicio innegable e hizo una apuesta por todo el país. El programa se convertía, gracias también a Internet, como manifestaron los consellers Saura y Carretero, en el acto de su presentación, “una muestra del reconocimiento a los que lo sacrificaron todo por unas ideas”. El director de la emisora, Oleguer Sarsanedes, remachaba el clavo cuando manifestó que se haría todo lo que fuera posible para poder dar al programa el aire que merecía. Ayudaron a ello tanto el Memorial Democràtic con su directora, M.J. Bono, como el equipo de la Direcció General de Relacions Exteriors, coordinado por Albert Royo con todos los casales detrás. Un interés especial tuvieron el conjunto de historiadores que participan en las conversaciones, parte esencial de cada programa y


que realizábamos con verdadera voluntad pedagógica en forma de tertulia, ellos son: Josep M. Ainaud de Lasarte, Manuel Aznar, Albert Balcells, David Ballester, Agustí Barrera, Francesc Bonamusa, Maria Campillo, Narcís Castanyer, Jordi Casassas, Víctor Castells, Agustí Colomines, Daniel Díaz Esculies, Xavier Ferrer Trill, Teresa Ferrís, Josep Vicent García i Raffi, Emili Gasch, Jordi Guixé, Carlos Guzmán, Prócoro Hernández, Amparo Hurtado, Albert Manent, Jordi Manent, Salomó Màrques, M. Martí Soler, Josep Massot i Muntaner, Jaume Medina, Assumpta Montellà, Mercè Morales, Marta Noguer, Pelai Pagès, Joan Pujadas, Enric Pujol, Francesc Roca, Albert Royo, Carles Santacana, Sebastià Serra Busquets, Joan Serrallonga, David Serrano, Pere Solà, Josep M. Solé Sabaté, Martí Soler, Jaume Sobrequés, Robert Surroca, Josep Termes, Rosa Torán, Joan Triadú, etc. Tenemos un emotivo recuerdo especial por los amigos Josep Faulí y Joaquim Romaguera (RIP), de insobornable catalanidad, trabajadores rigurosos que animaron el espíritu de este programa y nos hablaron, respectivamente, de los Juegos Florales en el exilio y del exilio de Tísner. Ahora ellos son parte de la historia también. Otras personas de México, además de D. Pla y M. Carbó, son Concepción Díaz Cházaro (directora del archivo histórico local) y el historiador Romeo Cruz de Veracruz; Lourdes Díaz Barraza, la siempre servicial Lula y todo el personal del Colegio de Jalisco de Guadalajara, comenzando por Angélica Peregrina; el primer y segundo director del colegio, Dr. José M. Murià y el Lic. J.L. Leal Sanabria. De México también al Orfeón Catalán, base de operaciones para el trabajo en la


capital mexicana y de alrededor de todo este noble país a un muy largo etcétera. Todos nos ayudaron a poder contactar con catalanes exiliados y poder recoger sus testimonios. También el periodista de La Jornada, Josetxo Zaldua. No nos ha sido posible recoger aquí al centenar de testigos, hubiera sido bastante útil. Sólo hay aquí una pequeña prueba de los que hicimos en México en nuestra estancia de dos meses y todo el invierno del 2005 en los estudios de Catalunya Ràdio preparando el programa: una veintena como muestra bastante clara de la amplitud y variedad. Ha sido duro seleccionar, uno de cada cinco testimonios, pero las conversaciones grabadas quedaran a disposición de quien las necesite en una fonoteca pública oficial. Duele mucho la falta de fuentes orales sobre el exilio catalán.1 Hemos recogido aquí en México testimonios de: Marina y Pilar Fournier, Adelina Santaló, Maria A. Freixes, Glòria Artís, Manuel R. Gaya, Rosa Maria Duran, Ramon Xirau. De Cataluña: Macià Alavedra, Heribert Barrera, Núria Folch, Jaume Font, Marcel·lí Garriga, Teodor Garriga, Cassandra Mestre, Teresa Pàmies, Guillermina Peiró, Núria Pi-Sunyer, Amèlia Trueta y Teresa Rovira. Cerrando la obra, José M. Murià. Una veintena de testimonios recogidos en México, con nombres de Cataluña que también nos recuerdan a Inglaterra, Francia, Alemania… la diáspora catalana. 1

Aunque duela ha tenido que ser el Ministerio de Cultura en combinación con la UNAM de México quienes patrocinaron una amplia investigación a la historiadora Dolores Pla. El aspecto positivo es que contamos con el testimonio: voz y trascripción; el negativo, que los catalanes fueron obligados a hacerlo en castellano y el testimonio no es el mismo ni puede utilizarse en audiovisuales catalanes.


Nos faltaron muchos para llegar a los cien testimonios. La selección ha sido un tanto azarosa, con muchos factores —editoriales, técnicos, históricos, etc.— que han jugado un papel importante. No están las entrevistas más interesantes, extensas, relevantes, etc., sino que los criterios de selección han sido simples: una antología de nombres del exilio que todavía están en México y otra de los que han regresado. Así configurar un libro que simplemente de a conocer las trayectorias vitales, experiencias y percepciones de lo que fue el exilio popular y anónimo, al costado de los estamentos culturales y políticos más representativos de un país. 2 De los que regresaron del exilio o bien sufrieron el exilio interior, tenemos a: Miquel Angera, Enric Casañas, Ricard Escobedo, Josep Gallur, Montserrat Julió, Teresa Juvé, Miquel Giral, Jordi Llop, Juli Mateu, Sílvia Oliver, Conxa Pérez, Josefina Piquet, Pere Pi Cabanes, Antón Sala Cornadó, Víctor Torres, Josep Subirats, Montserrat Trueta, Jordi Vilanova. Catalanes de México o mexicanos de Cataluña: Anna M. Alarcón, Dolors Arrufat, Rafael Barajas Duran (el Fisgón), Maria Rosa y Josefina Benet, M. Montserrat Cama, Margarita Carbó, M.D. Carreté, Rosa Castillo (viuda de Agustí Cabruja), Mercè Escofet, Enric Escobedo, Carme Espinassa, Claudi Esteva Fabregat, Lluís y Carme Falcó, Josep Farreres, Lluís Ferrer, Conxita Fronjosa, Quimet García, Carmen Garí, Manuel González (de Aiguader), Ricardo y Jordi Homs, Núria Jorba, Maria Lluïsa Gally Companys, Maribel Latorre, 2

En la línea de los libros que nos inspiraron como Nuevas raíces de Joaquín Moritz (México: Planeta, 1993) y El aroma del recuerdo, de Dolores Pla (México: INAH & PV, 2003), que recogen once entrevistas cada uno, cuya mitad de los entrevistados, aproximadamente, son catalanes.


Esperança Muslera, Josep Ribera, Maria Riu, Dora Samblancat, Joaquim Segarra, Maria Tarragona, Xavier Torroja, Mireia Zapata, Josep i Núria Vidal, Rafael Vidal, Pelai i Diana Vilar, Filomena Xirau de Esperazate. Mexicanos como Amalia Solórzano (viuda de Lázaro Cárdenas) y Cuauhtémoc Cárdenas, Marcela Sárate, el director de la coral del Orfeón Catalán, L. Merino, etc. En total, setenta testimonios de México, una docena de Francia, más un medio centenar de historiadores y más de una veintena de Cataluña; es decir, casi ciento cincuenta personas, sin contar el personal de Catalunya Ràdio, participaron para hacer más asequible la historia del exilio a todo el mundo. Esto es posible gracias a la web de la emisora, donde se pueden escuchar y descargar los programas. Nuestra misión ha sido la de recoger las voces populares, la herencia depositada en sus conocidos.

La relación de los programas que propusimos realizar y se aceptó fue una tirada inicial de treinta: -

“La Retirada. L’inici de l’exili”. “¿Títulos en castellano o catalán?



EL EXILIO CATALÁN EN FRANCIA La catástrofe3 de 1939 fue tan grande que los poetas al presagiarla le decían “el crepúsculo”, al comentarla, una vez producida, hablaban de “la negra noche”, en imágenes recurrentes de Carles Riba y Josep Palau i Fabre, respectivamente. Carles Riba escribe desde Barcelona, el primero de noviembre de 1938, cuando casi todo el mundo desertaba, menos Negrín que mandaba resistir y Companys que proclamaba la dignidad nacional en defensa de Cataluña, que sería ocupada, y con ello la guerra estaría pérdida, los vencedores establecerían un nuevo Estado, un nuevo orden al modelo que odiaban y rechazaban más: el totalitarismo triunfante de Alemania e Italia, comenzaría un nuevo periodo. El marido de Clementina Arderiu, Carles Riba, se dirige a Màrius Torres y le escribe unas bellas palabras, dentro de la tragedia: Tristes banderes 3

Este apartado fue dictado con el título “Memoria del exilio catalán en Francia, 1939-1945”, conferencia que hicimos en el Palacio de Congresos de Perpiñán, organizada por el Ayuntamiento de Perpiñán, la Universidad de Perpiñán y otras entidades en febrero del año 2001 y presentada por Jaume Roure.


del crepuscle! Contra elles sóc porpra viva4 Vamos, pues, a comenzar con nuestra conferencia. Las primeras palabras serán de agradecimiento y simpatía para todas las personas que la han hecho posible. En primer lugar a la familia Sabaté y al consistorio de Perpiñán, encarnado en su teniente alcalde, Jaume Roure; por convocar y dotar el premio de estudios homónimo que me permitió intensificar los ligámenes con la ciudad y conocer personas tan bellas como a la infatigable Empar Nogué y, por esta conferencia de forma especial, a la profesora Alícia Marcet. En segundo lugar, a la directora de los archivos municipales, la doctora Michelle Ros, que se ha implicado, como en todo lo que hace, de forma extraordinaria. A todos ellos y a todas las personas que han colaborado, reciban mi reconocimiento por su preocupación por una cultura común, por una historia compartida, como es en el caso de las comarcas de Vallespir, Roselló, Capcir, Cerdanya, que hasta el nombre tienen compartido y con eso todo queda dicho, muchas gracias. La bibliografía catalana es muy pobre, escasa y a menudo sólo se refiere a los aspectos políticos y a la dimensión general del exilio español; mientras que de los campos de internamiento poco se habla. Hacemos un poco de balance sintético. Ahora que comienza en el Principado a convertirse en tema de interés. Ha aparecido la traducción en castellano del libro El exilio de los republicanos españoles en Francia, de Geneviève Dreyfus-Armand, una esmerada edición rebosante de 4

Tristes banderas / ¡del crepúsculo! / Contra ellas. / Soy púrpura viva.


bibliografía, un espléndido resumen donde están sintetizados los diversos trabajos de su autora, de los cuales podemos citar Les camps sur le plage, un exil espagnol, escrito con Émile Témime. También ha estado actualizado últimamente en Barcelona el segundo volumen de las memorias del cartelista Carles Fontserè, que con el expresivo título Un exiliat de tercera, recoge el testimonio de una visión no estrictamente intelectual y se suma al único trabajo publicado en catalán sobre los campos que es de Daniel Díaz Esculies, Entre filferrades, capítulos de una amplia investigación hecha sobre el mundo del exilio. Dos recopilaciones de testimonios son de Pere Vives, Cartes des dels camp de concentració, con prólogo de Agustí Bartra, y que mereció dos ediciones (1972 y 1980). Vives acabó, como muchos otros catalanes, tan bien recordados por Montserrat Roig, en Mauthausen. La segunda es Des dels camps. Cartes de refugiats i internats al Migdia francès l’any 1939, en Quaderns de l’Arxiu Pi i Sunyer (Barcelona, 1998). Afortunadamente, la biliografía francesa dispone de buenos trabajos de carácter memorialístico como el Journal de Rivesaltes (19411942) de Friedel Bohny-Reiter, editado en 1993 y llevado a documental para la televisión suiza, proyectado en el año 2000 por Barcelona Televisió. Seguramente las obras más relevantes son las de Marie Claude Rafaneau-Boj: Odyssée pour la liberté. Les camps de prisionniers espagnols (1939-1945) (París, 1993); de René Grando, Jacques Queralt y Xavier Fabrés: Camps du mepris: des chemins de l’exil à ceux de la résistance (1939-1945) en cuatro ediciones; y, desde la editorial El Trabucaire de Perpinyà, para toda Francia, la monografía


Camps de femmes. Chroniques d’internées. Rieucros et Brens (1939-1944), con dibujos, poemas, documentos varios que configuran un friso de una rica bibliografía asimismo poco conocida en Cataluña. Cerramos esta breve panorámica con dos obras colectivas: Les camps du Su-ouest de la France. Exclusion, internement et Déportation (1939-1944), coordinado por Enric Malo y Monique-Lise Cohen (1994) y Plages de l’exil. Les camps de réfugiés espagnols en France (1939), coordinado por Jean-Claude Villegas y editado en 1989 por la Universidad de Borgoña, una excelente panorámica del drama.5 Comencemos. Empezaba la retirada que no fue ni lineal ni sucesiva. El territorio catalán ya comenzaba a sufrir las consecuencias del franquismo cuando las tropas de mercenarios musulmanes, voluntarios requetés, falangistas y jóvenes reclutas o ‘nois de lleva’ entraban en territorio administrativo catalán, una vez pasada la Franja del Ponent y, rápidamente, tres medidas; Primera, el fusilamiento de Manuel Carrasco i Formiguera, en el corazón de la España imperial, en Burgos, como representante de aquello contra lo que se luchaba. Carrasco, por católico que fuera, era esencialmente catalanista y esto era un delito. Muerte que causará a su familia la necesidad de una reparación por parte de los que se sienten herederos de aquella ideología que le condenó. En segundo lugar, la abolición del Estatut, la prohibición del régimen legal con la que se dotaba a Cataluña y España, con la aprobación de los 5

Posteriormente al año 2001 han aparecido otras obras como Campo de concentración, de L. Ferran de Pol (2003), en la que el editor J.V. García i Raffi acopla una rica bibliografía en la cual los testigos, de Cabruja (1947) a C. Mestre (1986), son esenciales.


ayuntamientos, ciudadanos, parlamentarios de Cataluña y el beneplácito de los órganos soberanos de España. El Estatut de autonomía fue aniquilado absolutamente en el mismo momento en que los franquistas entraban en Lleida. Además de la represión física, la represión legal y política, la represión cultural. La lengua catalana fue “reservada al ámbito familiar”, es decir, a la cocina, los libros publicados fueron quemados y para los nuevos, el silencio, la prohibición. Este era el panorama de las comarcas de poniente en abril, mayo y junio de 1938. En la conferencia de hoy ofreceremos una presentación de lo que fue la retirada y los primeros momentos del exilio a partir de los testimonios personales, arrancados de los recuerdos y las vivencias inéditas de una selección de sus protagonistas; después presentaremos el coloquio y, al final, el proyecto de investigación para conservar de viva voz el testimonio de lo que fue la retirada y el exilio con el sentir de los protagonistas populares. 1 De los testimonios que recogemos sobre este acontecimiento, conservamos en el recuerdo el de Albert Pallàs i Vila (Balaguer, 1920-1974), que tiene que huir en plena adolescencia cuando el miedo se hace presente. Su manuscrito nos llega gracias a su hija, criada en el exilio como tantos otros catalanes, lejos de su paisaje y de su patria y que, al escuchar nuestro llamado, nos lo hizo llegar como una contribución al conocimiento de lo que fue el acontecimiento humano más relevante del


siglo XX en la historia de Cataluña. Escribe en 1938 Albert Pallàs: En aquellos últimos días del mes de marzo, ya se notaba en Balaguer extraordinario movimiento de guerra a causa de que los fascistas iban acercándose rápidamente. Estábamos muy expuestos a un bombardeo por parte de la aviación, porque ya sabemos que los fascistas lo destruyen todo a su paso. Así es que después de haberse reunido Gaspar Pallàs, Domingo Viola, Joseph Agelet (Pixuli), Cossials (Blanquet), y el Roca (Pescador), acordaron evacuar a sus familias y llevarlas a Ponts a pasar unos días por si entonces pasaba el peligro de bombardeo que constantemente estaba amenazado nuestro pueblo. Todos teníamos el convencimiento de que los fascistas no llegarían a Balaguer, cosa en que todos nos equivocamos, pensábamos poder volver a nuestros hogares dentro de poco tiempo. Así pues, el día 28 de marzo salíamos con un camión las respectivas familias a las once de la mañana, aproximadamente.

Se encuentran abandonados por el chofer a las puertas de Artesa de Segre “cuando ya empezaba a ponerse el sol y se dejaba sentir el frío”. Resultado: hablan de regresar a Balaguer, pero encuentran una caravana de cuatro carros que llegan y se juntan. El miércoles día 30 están ya en Tiurana, y en su dietario escribe: Durante la permanencia en este pueblo, estábamos bastante bien pero la gente era muy mala, pues nadie quería vendernos nada, lo que ellos querían era que nos marchásemos bien pronto. Nos encontramos muy aburridos y para pasar el día, íbamos algunos a bañarnos al Segre y otros a paseo. Todos los días pasaban muchos carros de evacuados de los pueblos de Aragón y Lérida. Hacíamos la comida en medio de la plaza e íbamos a dormir después de cenar, como las gallinas. Así íbamos pasando los días teniendo que lamentar mucho la tarde del sábado el fallecimiento de una de las mellizas de Milagro (Janilla).


Estas dos niñas gemelas habían nacido hacía diez días, nadie les quería vender leche y, al estar dos días y medio sin alimento, su situación se volvía crítica. Cabe decir que estaban en territorio catalán y bajo control aún del ejército popular, la Generalitat y el gobierno de la República. La familia del Roca (Pescador) se marcha con el Caño otra vez hacia Balaguer, pero al llegar al empalme, vieron el modo en que huía la poca gente que quedaba en dicho pueblo y que las bombas caían continuamente cerca de Balaguer y hasta dentro del pueblo, tuvieron miedo y se bajaron del coche y tuvieron que subir otra vez por la carretera hasta juntarse con nosotros y nos encontraron en la Seo de Urgel. Los carros se marcharon, en dirección a dicho pueblo, a las tres de la tarde, y los de los coches nos marchamos a las seis. Pasamos por los pueblos siguientes: Castellnou, Basella, Oliana, Coll de Nargó, Orgañá. En este pueblo hicimos una parada de un cuarto de hora y mientras estábamos bajando del camión, pasó otro coche de guardias de asalto. […] Los de los carros salieron de Oliana a las cuatro de la mañana y llegaron a Orgañá a las nueve y allí encontraron un control que no los dejó pasar, y esto pasó por que los de los coches llevábamos los pases y cuando pasamos por este pueblo todavía no había el control. Tuvieron que tirar un poco atrás y quedarse en este pueblo como también tuvieron que hacerlo los carros que venían detrás de otras caravanas. Tuvieron que dormir al raso y por la noche se puso a llover, lo que empeoró la situación y no tuvieron más abrigo que el de ponerse debajo de los carros. Día 5, martes. Toda la mañana tuvieron que esperar hasta el mediodía. Los guardias del control dieron una hora de tiempo para pasar quien quisiera, lo que aprovecharon para continuar el camino hasta encontrarnos a nosotros. Ya eran las seis de la tarde cuando llegaron los carros a juntarse con nosotros y como en la casa había un gran patio y un cubierto, pusieron en él los carros y los animales.


Montferrer es un pueblo de unas 25 casas y es un pueblo donde hay mucha leche, pues todas las casas son vaquerías. Está situado en la cima de una montaña a medio kilómetro de la carretera y a tres de Seo de Urgel. Este pueblo fue sin duda en el que estuvimos más bien de todos porque había mucha comida. Hacíamos el rancho todos juntos y cocinábamos con un caldero enorme. Cuando hacía cinco días que estábamos en él, nos requisaron el camión que nos quedaba. Al día siguiente subió en el mismo pueblo una caravana de Balaguer compuesta también de cuatro carros y que habían salido de Balaguer poco antes de caer el pueblo en poder de los fascistas. Habían pasado muchas aventuras, y habían llegado muy rendidos, cuando pasaron por Artesa de Segre les cogió un bombardeo y fueron ametrallados terriblemente, pero afortunadamente todos salieron con vida. Los hombres de la caravana proporcionamos una gran ayuda al pueblo, pues, en una semana, les reconstruimos una acequia que había sido arrastrada por el desbordamiento del Segre el día 26 de octubre de 1937. De este pueblo no nos hubiéramos movido nunca, pero el Ayuntamiento de Seo de Urgel nos dijo que teníamos que abandonarlo ante la proximidad de las tropas fascistas y porque se necesitaba poner fuerzas en el pueblo.

Abandonan Montferrer, donde muere la gemela que le quedaba al matrimonio de refugiados que ya había perdido a una; los chicos del grupo tienen que presentarse en Manresa cuando se llama a la leva de 1941. Abandonamos este pueblo a las nueve de la mañana y emprendimos el camino, nuestra caravana estaba formada por ocho carros y un rebaño de ovejas y las personas éramos más de ochenta. […] Llegamos al anochecer después de haber hecho 27 km.

El día 17 de abril de 1938 llegan a Bellver y después de Isòvol, a All; aquí no les dejan el caldero para hacer el


rancho6 para un grupo tan numeroso. En este dietario que arranca el día 17 de marzo de 1938 narra en clave primaria, de impacto, la retirada con el rostro humano y sincero de un joven, cuando se refiere al episodio de All escribe: Todo el pueblo se puso contra nosotros y nadie nos quería dejar el caldero, pero por fin salió una mujer que nos lo dejó. Algunas mujeres fueron a limpiarlo y allí había una mujer que llevaba un pedazo de jabón y le dijimos si nos lo quería dar para limpiar el caldero y nos dijo que no, después salió otra mujer y le pedimos un poco de vinagre y también nos dijo que no. Nuestros corazones estaban tan afligidos que no sabían que hacer: si reír o llorar. Nos pusimos a reír y entonces aquellas mujeres nos maldijeron. Finalmente, para dormir nos proporcionaron un corral de cerdos y que para entrar en él se podía ir en barca de la porquería que había.

Para alcanzar a comprender la negativa, basta conocer el dolor de toda la comarca, gobernada por el terror del famoso Antonio Marín, llamado Cojo de Málaga. Llenaba de tensión y dolor a los campesinos de la comarca mientras confundía el ideal anarquista con una conducta crítica todavía hoy: como era el mercadeo con el paso de la frontera y otros comportamientos poco revolucionarios. Es comprensible, tanto por los muertos que hubo en dominio anarquista como por la dureza de la situación, la hostilidad de la población civil tradicionalmente hospitalaria como suele ser en las comarcas de montaña. A las primeras horas de la mañana del día 21 abandonamos Ripio y, después de haber hecho cinco kilómetros todo cuesta 6

Comida que se hace para muchas personas y que se reduce a un plato.


arriba, hicimos alto para almorzar. Después proseguimos el camino sin parar hasta llegar a Vallfogona, a la que llegamos al mediodía. Hicimos la comida a medio kilómetro más arriba del pueblo. Cocinamos arroz y mientras estábamos comiendo pasó un coche que se detuvo ante nosotros y en el que iban tres suizos “d’ajut als refugiats”. Nos dieron unos potes de leche condensada y nos hicieron muchas fotografías. Después se marcharon y nosotros también. Cuando hacía unas dos horas escasas que continuábamos nuestro camino, cayó de repente un fuerte chaparrón, y tuvimos que recurrir al abrigo de las mantas. Cayó mucho granizo y mucha lluvia, que duró por lo menos dos horas.

Siguen por el camino de Olot hacia Francia, las condiciones a medida de que pasan los días de camino sin tregua empeorarán y hasta tendrán que abandonar los carros, sufrir… Ofrecíamos un aspecto como el de vagabundos, el carro iba cargado hasta el último extremo y los dos animales que lo arrastraban se cayeron más de una vez al subir alguna cuesta y esto nos hacía retardar el camino. A las tres de la madrugada pasamos por Castellfollit, y después de dos horas más nos encontramos en la carretera de Montagut.

Camino, más camino y a las puertas de la frontera: Salimos de Montagut a las ocho de la mañana aproximadamente, la carretera había empeorado un poco pero todo era cuesta abajo, yo, mi amigo, y alguno más, con las bicicletas corríamos a toda marcha por la bajada, y eso que tenía muchas curvas. Con las bicicletas llevábamos siempre la delantera, aunque cuando nos parecía nos deteníamos para esperar la caravana. Por el camino como más avanzábamos más mantas y piezas de ropa encontrábamos que habían abandonado los fugitivos que huían como nosotros de las garras del fascismo. Así íbamos andando, poco a poco, a causa de la carga. Hasta que llegamos a un sitio


donde tuvimos que abandonar el carro todo cargado de víveres, a mitad del camino, no fuimos nosotros los únicos que tuvimos que hacerlo, pues en el mismo sitio ya había muchos carros, camiones y coches de todas clases abandonados. Los animales todavía los trajimos con nosotros y los cargamos por la fuerza que ellos tenían y por el camino que todo era montaña. […] Así íbamos andando sólo con el pensamiento de llegar a la frontera. […] Yo todavía llevaba la maldita bicicleta y eso que estaba que ya no me podía aguantar de pie. Serían las cuatro de la tarde y mi padre en vista de que los animales nos hacían retrasar el camino, y él tenía mucha prisa por llegar a la frontera, nos adelantamos de la caravana junto con el Dolcet, que aunque cojo, tenía unos ánimos muy grandes para escapar de la muerte […]. Entre todos éramos 12 [los que avanzaron]. Desde luego que creíamos que nos encontraríamos otra vez al llegar a Francia, pero no fue así como ya veremos.

Llegan al final de la primera parte: La gente de tanta que íbamos parecíamos un reguero de hormigas, cuando sólo faltaba media hora para llegar a Francia, encontramos otra vez a mi padre y al Fuentes, pues ya se consideraron a salvo. Allí descansamos un rato, serían entonces las once de la mañana. Así hicimos la última etapa sobre tierra catalana y allá de las doce del mediodía entrábamos en Francia y dejábamos la Patria querida. ¡Quizás para siempre!

Pallàs era un chico de Balaguer que seguramente había sido campesino como sus padres, pero su vida, y la de sus hijos, cambió para siempre.

2


En la Biblioteca Nacional de Catalunya se conserva el manuscrito 3169 de Joan Estiarte i Samsó, dibujante y sin ideas políticas determinadas que, para ahorrarse ir al frente se apunta como voluntario, y lo hace el mismo mes de enero de 1939. El manuscrito, hermosamente ilustrado debido a su profesión, es una delicia para los ojos, lo titula Recordant la meva retirada en l’any 1939 y está escrito o trascrito a máquina, un prodigio de memoria y perfeccionismo, bien digno de ser editado en 1963. El recuerdo es claro en este camino del exilio, del cual Bartra en el poema Els sacrificats, escribe: Només l’udol del vent, el gran udol salvatge sota la taciturna puresa dels cels. Només, damunt la pols i runes del paisatge, la lenta asenció de les albes fidels. Són un riu sense nom en país d’enyorança, sanglot de primavera que mai no descansa.7

Estiarte narra: Cada día vemos las cosas peor; no se nos puede engañar — soldados y más soldados, carabineros, en fin, de todas las armas sin ningún control, iban pasando por aquel camino dirección a Francia —; discusiones entre ellos, ya que los más exaltados querían detener a los que se fugaban y al final todo acababa a tiros como en las películas del Oeste. El espectáculo no era nada esperanzador y hacía prever un triste final. Al día siguiente, dos de mis compañeros de oficina [de la revista oficial de la armada aérea —Aeronáutica—, de la cual Estiarte era dibujante] entre ellos el madrileño, habían desaparecido. Alguien más me dijo confidencialmente que iría a esconderse a cualquier casa, pues la cosa ya estaba lista y así lo 7

Nada más el aullido del viento, el gran aullido salvaje / bajo la taciturna pureza de los cielos. / Nada más, encima del polvo y las ruinas del paisaje, / la lenta ascensión de los albas fieles. / son un río sin nombre en un país de añoranza, / sollozo primaveral que nunca descansa.


hizo; a la hora de comer ya no se le volvió a ver más. Yo al ver todas aquellas deserciones, que nadie decía nada y que aquel triste espectáculo fuera cosa de cada día, también tuve un pensamiento: huir, huir de aquel sitio y de aquella inseguridad que te hacía presentir el desastre que se acercaba.

Joan se escapa, pero va a pie, no encuentra el camino de Francia y tiene miedo a que los milicianos lo consideren un desertor por no hacer una retirada ordenada con su unidad. Regresa a su oficina, que va reculando desde Barcelona hacia el norte. El teniente mandó otro traslado: Esta vez las alfombras y los despachos de los jefes se quedaron en el suelo, solamente hicieron cargar dos pequeñas mesas y cuatro o cinco máquinas de escribir; toda esta operación se hizo rápidamente. En un coche oficial salieron disparados el Comandante, el Teniente y el Comisario. Estos tres eran todo lo que quedaba de toda la plantilla de Jefes i Oficiales de Barcelona, en cada traslado perdíamos uno u otro. Detrás de los tres, salíamos nosotros comandados por un sargento en un camión descubierto; íbamos bastante apretados. Por delante de la caserna que acabábamos de abandonar ya comenzaban a pasar cantidades numerosas de soldados y paisanos fugitivos, aquello se iba animando por momentos y comenzaba a tomar aires de desbandada. Tan pronto como el camión se asomaba a la carretera general que conducía [desde Olot] a Figueres, aquello ya era de espanto: cuatro filas de coches, carros y camiones de todo tipo tapaban en todo lo ancho la carretera; algún despierto que llevaba mucha prisa y quería llegar como antes mejor, intentaba adelantar al coche de adelante y se quedaba atravesado en el centro sin poder seguir hacia delante o atrás: eso originaba fuertes discusiones, lucimiento de pistolas y acababa con una pandilla que ponía el coche fuera de la carretera. Entre aquel gusano inmenso de coches se podía ver un carro lleno de viejos, mujeres y criaturas que seguían la corriente de aquel río humano que huía, muchos sin saber porqué.


La retirada tiene un cariz multitudinario, pavoroso. De los grandes cronistas del exilio comenzamos con Antoni Rovira i Virgili, del cual se ha vuelto a editar su extraordinaria visión del momento, Els darrers dies de la Catalunya republicana, donde lo glosa con contundencia, pero en esta exposición, igual que en la nuestra investigación tanto oral como en manuscritos y documentos personales, queremos manifestar el tono íntimo, de base popular. La descripción es de calidad y muy dura: Una espesa polvareda subía hacia el cielo, entre medio de ella, por las aceras, familias enteras, mujeres con criaturas al cuello que iban suplicando que alguien las dejara subir en algún vehículo, pero era inútil, todos íbamos llenos a reventar. Daba angustia pero no había solución posible: el pánico es una cosa contagiosa como el tifus y esta riada de carne humana iba arrastrando a toda la gente de los pueblos por donde pasaba; lo que ayudaba más a ennegrecer esta fuga era el temor a un probable ametrallamiento, cosa que ya había sucedido en otros parajes, y que hacía que todo el mundo quisiera correr más de lo normal, pisándose unos a otros. Aquella carretera no podía engullir tanto material y se producían embotellamientos continuos. En una de estas paradas obligadas se me acerca una buena mujer con un pequeño bebé en brazos y otro más agarrado de su mano y con tono suplicante me pedía que me hiciera cargo de aquel pequeño, que ella ya no podía más y que lo dejara en el primer portal de la primera casa de Figueres y que ella allí lo recogería. No tuve tiempo de pensar sobre el caso, ni en la responsabilidad que me ponía encima; aquel era un momento de decir sí o no; el auto arrancaba y, dominado por los sentimientos, por humanidad, accedí, tomé al crío y lo puse en mi regazo. El pobre iba mirando a su mamá y a su hermanito que poco a poco iba perdiendo de vista. Se portó como un hombre, ni una lágrima ni una


protesta, parecía como si comprendiera el favor que le estaba haciendo. Por el camino yo le iba diciendo tonterías con tal de distraerlo sin descuidar mirar al cielo por temor a los aviones. Con penas y fatigas llegamos a Figueres y tal como había prometido, con remordimiento por abandonar a aquella criaturita, lo bajé del camión ayudado por un compañero, lo senté en un escalón del portal de la primera casa del pueblo tocando la carretera. Antes, sin embargo, le dije que no se moviera por nada de ahí, que su madre vendría a buscarlo.

En la oficina reciben la notificación de que todas las fuerzas de aviación tienen que controlar a la riada humana. Nos dieron un naranjero a cada uno, yo ni sabía como funcionaba y nos enviaron a la carretera a poner orden. El orden que pusimos fue sentarnos en un rinconcito e ir mirando como todos pasaban a toda velocidad y regresar a la oficina a la hora de comer. Cualquiera se enfrontaba a toda esa gente, aquellas manadas sin control que venían armadas del frente, que por menos de cinco céntimos te dejaban peladito.

3 Otro muchacho que también se enroló en condiciones también insólitas es Pere Pi i Cabanes, que lo confiesa en entrevistas y nos hace llegar su testimonio Vivéncias d’un guerriller, voluntari a la guerra civil d’Espanya, de 1936-19458, atendiendo a nuestro llamado público de testimonios del exilio: Finalmente comenzó la retirada. Nuestras unidades se dedicaron a destruir puentes y dañar todo lo que les pareciera. 8

Manuscrito de las declaraciones recopiladas por P. Crusellas en 1999.


Todavía recuerdo un caso en el que una unidad de Líster nos creó problemas. El trabajo de los guerrilleros de nuestra unidad era hacer volar puentes. Porqué, está claro, la finalidad era que los fascistas no nos pudieran atrapar y lo que hacían era cargar un camión con guerrilleros y explosivos e iban a un puente, lo dinamitaban y lo hacían volar, lo destruían y se marchaban veinte o treinta kilómetros más lejos. En una de estas ocasiones, se encontraron con la brigada de Líster y éste, como era muy fanfarrón, les dijo que si chaqueteaban, si abandonaban el frente, los fusilaría a todos. […] Pasamos por Granollers, ya que nos teníamos que encontrar en Sant Pere de Torelló. Pero como las carreteras estaban llenas de refugiados, cuando se llegaba a una población se producía un tapón y no había manera de avanzar. […] Mientras atravesábamos Granollers estuve vigilado para evitar que desertara, cosa que en Roda de Ter hizo un compañero que era chofer de un camión y que se llamaba Castañer, lo dijo bien claro: “A mi no se me ha perdido nada, vámonos pa arriba”. Una vez en Sant Pere de Torelló reunimos todo lo que quedaba de nuestra unidad y se recibió la orden de que el siguiente punto de encuentro era Figueres. Que se abandonara todo el material que lleváramos, que fuera quemado y que por Olot fuéramos hacia Figueres. […] Resultó ser un viaje especial. Por mi inexperiencia la mayor parte del recorrido lo hice conduciendo en primera. Tocar el pedal del freno era crear toda una pila de inconvenientes. El vehículo ya estaba bastante traqueteado y en la primera frenada – los frenos no eran hidráulicos como ahora— haciendo fuerza con la pierna, el sillón cedió hacia atrás, se salió de las guías y ahí me tienen a mí de espaldas. Entonces, Coma se puso detrás de mí y con las rodillas presionaba el respaldo y cuando hacía fuerza para frenar, como lo estampaba entre su respaldo y el mío, sólo escuchaba “¡uy!, ¡uy!, ¡uy!”. Llegamos, finalmente, a Figueres y allí encontramos a todo el Estado Mayor, todos los cabecillas. El comandante…, todos vestidos de paisano, y como el comandante era un hombre bien plantado y robusto, con la ropa de paisano que le iba un poco pequeña, se parecía a Pepito va de Curt. Preguntó que habíamos hecho con la documentación de la oficina y le dije que la habíamos quemado. Tal y como lo había ordenado. —¡Lástima!, exclamó.


Y es que nosotros teníamos billetes, dinero de los nacionales. Cuando nuestros guerrilleros hacían lo que le llamaban una salida […], llevaban dinero nacional. Este provenía de cuando se conquistó Teruel. La sucursal del Banco de España fue saqueada y mucho dinero vino al comandamiento del XIV Cuerpo del ejército pensando en la utilidad que le podíamos representar por nuestra labor.

4 Marchaban familias enteras desde el primer momento como la Pallàs de Balaguer en 1938; soldados en formación como Joan Estiartes o Pere Pi i Cabanes y también familias y civiles de Barcelona y otras ciudades en aquel enero fatídico de 1939. Una mujer que quiere proyectar estas memorias es Josefina Piquet Ibáñez, ahora eficiente líder de la asociación de Mujeres del 36, atendiendo a que ella dice “yo soy la nena del 36”, en 1939 todavía lo era; por eso acudió y nos ayudó con nuestro llamado y se puso en contacto con las plañideras, sufridoras mujeres que en silencio ¿cuántos escasos libros de memorias han escrito de los centenares existentes?


Mi padre estaba en el frente, todos los otros hombres de la familia también estaban en el frente, y allá en Barcelona nos quedamos, pues, los abuelos con las mujeres y las criaturas. Mi tío Miguel es el que se encarga, con doce años, de ir a buscar a casa la comida. Y por el camino se la comía. Pero es que el hambre que se pasaba era tanta. Entonces, recuerdo a mi padre que llegaba vestido de soldado y decía que venía a buscar a su mujer y a su hija porque la guerra estaba pérdida. La segunda escena que tengo grabada es como mi abuela, la madre de mi padre, supongo que intuyendo que no volvería a verme, como pasó después, le decía que a mi no me llevara, que era sólo una nena (nací en 1934). Porque este exilio que parecía que debía de ser de poco tiempo para nosotros duró once años. Subimos en un camión, con mucha gente, mi padre nos llevó hasta Figueres. Nos dejó en casa de unos amigos que vivían allá y él regresó al frente. Recuerdo como mi madre le decía que, como la guerra estaba realmente pérdida, se quedara con nosotros y que comenzáramos la huída, puesto que la gente hacía días que se empezaba a exiliar y se iban. Pero él se fue al frente. Dijo que ya nos vendría a buscar. Figueres fue bombardeada. Mi padre no venía, el ejército de Franco avanzaba muy deprisa. Mi madre decidió (supongo que lo habían hablado) que fuéramos a Francia, que allí nos encontraríamos. Se decidió durante un bombardeo, cayó una bomba al costado justo de donde vivíamos. La casa se hundió toda, fue este el hecho que lo acabó de decidir todo. Todavía hoy, cuando escucho explosiones, siento un escalofrío de arriba a abajo. Es muy fuerte escuchar un estallido intenso, completamente a oscuras y que la casa se te caiga encima. Quedé atrapada; suerte de aquella puerta que aguantó el escombro. Estaba inmovilizada, a oscuras y llena de humos y polvos. No podía respirar casi. Lloré y llamé a mi mamá. Tenía polvo en los ojos, en el cuello, todo me picaba. Suerte de los llantos, me dijeron, porque no hacían más que sacar muertos de aquella casa y cuando me escucharon me sacaron. Entonces, cuando los vi, pensé en el panadero de Sarriá. Todos iban tan enharinados del polvo del escombro. Yo iba a buscar el pan y el panadero siempre me daba una cosita u otra. Mi madre tenía el cabello negro, pero al verla con el cabello blanco pensé: “que cosa más extraña”, tenía sangre en la cara y me espanté mucho después


de la alegría de salir. En el Hospital de Figueres todo fue horrible: heridos, muertos, gritos… De allí marchamos directos para Francia. Íbamos a pie y nada más llevábamos la ropa que teníamos encima, ya era febrero de 1939. Hacía mucho frío, había nieve, mucha gente; por delante, detrás, todo lleno de gente, todos con paquetes, todavía nos bombardeaban, todavía nos ametrallaban, y nos teníamos que esconder cuando venían los aviones. Ahí había muchos soldados, lo recuerdo porque mi mamá iba preguntando a todos si conocían a Josep Piquet, que entonces esperaba que nosotras llegáramos caminando poco a poco. Ella, firme al costado del camino, con la cara llena de lágrimas, porque no sabía nada de su marido, si se había salvado o si nos podríamos volver a ver. Yo tenía mucho frío, hambre, estaba cansada, tan reventada que no me aguantaba, mi mamá me empujaba por la espalda y me tapaba con una manta, yo lloraba tanto que unos soldados que venían a nuestro lado dijeron: “Mira, allá hay una masía, iré a ver si me dan un poco de comer aunque sea sólo para la nena”. Y dijo: “Quédense aquí”. Lo esperamos y no venía. En eso que empiezan a tirotear y otro soldado dice: “Voy a verlo porque puede ser que se haya perdido”. Regresó enseguida, el otro soldado estaba allá, lo habían matado. Este fue el primer sentimiento de culpa que tuve, porque yo lloraba y tenía hambre y aquel chico quiso ir a buscar comida y lo habían matado. Después en el exilio he tenido muchos más, porque yo ya era consciente de que si yo no hubiera llorado, aquello no hubiera pasado. La huída fue horrible. Me imagino lo que tuvo que sufrir mi madre. Una escena de unos viejos, que eran los padres, supongo, de una mujer que les decía: “Caminen, caminen”, y ellos le decían: “Déjanos, déjanos, nosotros no podemos más”. Bueno, llegamos a Francia, después de caminar de Figueres al Pertús. Los que iban en coche nada de nada… pero los que íbamos a pie éramos un hormiguero. Cuando llegamos separaron a las mujeres, las personas mayores y las criaturas. La Cruz Roja me dio un vaso de chocolate caliente y nos llevaron al interior. Mi madre entró a trabajar en la cocina de un restaurante dieciséis horas diarias, dieciséis de veinticuatro, lavando platos. Yo estaba espantada y quería estar con mi madre. En la cocina molestaba y tenía que permanecer quieta. Decían que me podía quemar, que podía tener un accidente, me sacaron de ahí y me encerraron en una habitación


donde estuve cuatro meses encerrada, sin salir. Era una cocina prisión. Nos enteramos que nuestro papá estaba en Argelers y que se había apuntado como voluntario en una compañía de trabajadores para vernos y estar con nosotros, pero lo enviaron muy lejos y estuvimos dos años sin podernos ver. Hacía carreteras en el norte de Francia. Todo eso lo recuerdo bien, ahora mismo acabó de encontrar el diario que hice a los dieciséis años donde lo escribía. Al final me llevaron a la escuela y yo no sabía francés. Los otros niños y niñas me trataron muy mal. Era una refugiada.

5 Se ha acabado la retirada, comienza el exilio Con el paso de los derrotados la guerra estaba casi cerrada. Los comunicados oficiales de guerra nos dejan un tono seco de retirada. El referido a los comunicados franquistas es explícito: 9 de febrero, Campaña de Cataluña Hoy ha proseguido nuestro victorioso avance en Cataluña y a las doce horas y quince minutos las tropas españolas llegaron a la frontera francesa. Se tiene noticia de haberse ocupado San Juan de las Abadesas y otros muchos pueblos y posiciones y de que nuestras Columnas han logrado alcanzar gran profundidad. En el amanecer del día de hoy han desembarcado tropas nuestras en Ciudadela, población de la costa occidental de la isla de Menorca, reforzando la guarnición de dicha Plaza que se había levantado contra los tiranos rojos, hallándose dominada casi toda la isla a la hora de dar este parte. Han huido embarcados con rumbo al extranjero los dirigentes rojos. En Cataluña, a las once horas y 35 minutos, una de nuestras Columnas alcanzó la frontera en el Coll del Pertús. El espectáculo que presenta la carretera desde un par de kilómetros antes de La Junquera es verdaderamente desolador, porque refleja la marcha de los restos de un ejército en total derrota: los coches y


camiones abandonados, algunos de ellos incendiados, bidones de gasolina, herramientas, tornos, armamento, papeles, cadáveres, carros agrícolas y ganado abandonado cubren de tal modo la carretera que materialmente es imposible llegar en coche a la frontera. La rapidez del avance ha impedido que continúen las voladuras, llegando nuestras tropas a la frontera después de vencer a la resistencia de los últimos fugitivos. Ha caído en nuestro poder la orden escalonada de retirada dictada por el cabecilla titulado general Rojo, que según informes, ha estado en la frontera hasta las diez por no esperar la llegada de nuestras tropas antes del domingo próximo. Otra Columna, a las diecisiete horas, había rebasado la línea Rosas-Vilajuiga, encontrándose en ese momento sus vanguardias a unos diez kilómetros de la frontera y habiendo vencido la resistencia del enemigo. En Ampurias se ha cogido un hospital con más de 350 heridos rojos. No se puede precisar el material encontrado en este sector: más de 12 blindados están en la carretera de la frontera y por todas partes se encuentra armamento, municiones y algunas piezas sueltas de artillería. Se han cogido además una batería de 11.43, tres antiaéreas, seis piezas antitanques, y ayer en Figueras, 300 fusiles ametralladores y en el castillo de esta Plaza hay una enorme cantidad de valores y de alhajas, ya debidamente custodiados.

El comunicado republicano es conciso, breve, doloroso en su elocuencia: 9 de febrero, Campaña de Cataluña. Ejército de Tierra. Cataluña. —En cumplimiento de órdenes dictadas por el mando, nuestras fuerzas se repliegan lentamente y sin dejar de combatir con orden absoluto y salvando totalmente sus efectivos y material. En los demás frentes, sin noticias de interés. Ejército del Aire. Además de su constante actuación sobre las líneas y retaguardia del frente catalán, la aviación enemiga efectuó durante la jornada de hoy dos agresiones sobre los poblados marítimos de Valencia y otro sobre Sagunto, que también fue bombardeado ayer tarde, y dos más


contra el recinto urbano de Cartagena y Alcoy; a consecuencia de estas agresiones, resultaron algunas víctimas entre la población civil.

Las tropas serían desarmadas justo al pasar la frontera, civiles con relaciones de trabajo o familia podrán ahorrarse el trance de la red de campos que se abrirá por todo el sureste francés. La mayor parte de los vencidos, empero, se encontrarán entre alambradas. Llegan a los campos, campos de internamiento, campos de concentración, campos de derrota o dolor. Pocos tratados en la novelística, algunos personales como de Jaume Sadara o escritores como Xavier Benguerel en Els vençuts y 1939; Agustí Bartra, que escribirá un relato fantástico en Xavola, también conocida como Crist dels 200.000 braços y uno de los poemas que escribe en el campo de Agde es concluyente y esperanzador: En molts llocs d’aquest món l’amor triomfa amb ses corones, i els mars alcen, tranquils, la joia blanca de ses ones. A molts llocs d’aquest món les hores van trenant sa dansa De tombes i bressols amb peu lleuger que mai no es cansa. A molts llocs d’aquest món, blat, cançons, fulles i campanes, Amor, bressols i tombes. Oh cor feixuc, què més demanes? 9

Testigo de los campos Estiarte nos notifica la entrada en Argelers, donde se entraba sin nada y con los hombres adentro llegaban 9

En muchos lugares de este mundo el amor triunfa con sus coronas, / y los mares alzan, tranquilos, el gozo blanco de sus olas. / En muchos lugares de este mundo las horas van trenzando su danza / de tumbas y cunas con pie ligero que jamás se cansa. / En muchos lugares de este mundo maíz, canciones, hojas y campanas, / amor, cunas y tumbas. ¡Oh! corazón en pena, ¿Qué me demandas?


las fuerzas del orden y después las alambradas y los senegaleses: Comenzaba a caer la tarde y no paraba aquel río humano, iba desembocando en aquella playa que hacía la impresión de que no se cabía. Comenzaba a hacer fresco y el aire del mar se hacía molesto, todos iban tomando posiciones para pasar la noche o las noches, ¿quién lo sabía? Pronto vinieron más fuerzas de policía reforzadas por los senegaleses para mantener el orden y delimitar el terreno que podíamos ocupar.

Otro soldado, Pi, secretario de las juventudes del PSUC en su ciudad natal, también llega a otro campo, el de Sant Cebrià. El guerrillero de Granollers explica: Cuando entramos a Francia y pasamos el calvario del campo de concentración, me dije: ¿Política? Para el que la quiera vivir. O sea que desde aquel momento se me cayó la venda de los ojos y se acabó, para mí, las Juventudes Socialistas Unificadas… Y todos los políticos habidos y por haber, porque tarde o temprano te acaban decepcionando, ya que la política la utilizan exclusivamente para la resolución de sus problemas; y los demás que se aguanten. Cuando a mi me llevaron a la División, como escribiente, tenía 18 años. Como había escuchado explicar aquellas cenas de “duro” de aquellos que habían atravesado las líneas y habían ido a asaltar un puesto de mando, a mi me parecía que estaba en una película del Far West, y yo hacía animaladas porque quería que me sacaran de escribiente de allí, quería regresar a la Brigada. Ir allá a dar de tiros… ¡Barbaridades! Ahora pienso: “Mira si serás burro”.

Después de una evocación del comportamiento, Pi describe la impresión de su estancia en el primero de los campos que le toca vivir: Aquello era un desastre. Estábamos sobre la arena de la playa. Para comer un pan que supongo debía pesar un kilo —para


veinticinco personas—. Se tenía que hacer una lista de veinticinco personas, te daban el pan y nada más, eso para todo el día y, para beber, agua de la playa salada del mar. El campo era unos arenales rodeados de un cerco de alambre y vigilado por senegaleses… Unos negros altos, que debían de hacer dos metros de altura. Descalzos… Fíjate, estábamos en el mes de febrero pero ellos iban descalzos y con los fusiles y las bayonetas… y allá, vigilando que no se escapara nadie. De todo aquello resultó un hambre que no la quieres ni saber. A la altura de un campanario, estaba entonces: ¡El agua! Era agua de la playa que hacíamos subir con aquellas bombas del tipo del Far West, aquellas que tienen una palanca… Eso sí, decían que llevaba filtros que eliminaban salobre del agua de mar. Ironías de la vida. Aquellos filtros no servían para nada. Las diarreas… la gente… y todavía recuerdo que a pesar de pasarlo tan mal aún había alguien con sentido del humor para ponerle letra al tango Silencio en la noche, que decía: “llenando de mierda las playas de Francia”… Estábamos en la playa. Para evacuar había una zona de unos veinte metros donde llegaba el agua del mar. El drama era que con las diarreas muchos no tenían tiempo de llegar a esa zona. Cuando iban y no podían aguantar más, se quedaban parados, erguidos y con un rictus como si rieran, así consumaban el cagarse encima. Eso puede ser que de risa, pero es trágico. En Sant Cebrià, precisamente por este motivo, cuando uno no podía llegar cerca del agua para defecar y lo hacía por el camino, le gritaban: “¡A la playa!” Y cuando a uno lo querían mandar la m…, le decían “¡A la playa!”. […] Piensen que era literalmente aquello de pan y agua, se podía traducir por poco y malo. Pan solo y agua de la playa, aunque había unos filtros… Aquello era un desastre. En Sant Cebrià hubieron algunos que pudieron escapar. Más abajo, en Argelers, había otro campo de concentración. Mi hermano, Joan, trabajaba en can Baulenas, taller militarizado por los carabineros para hacer las reparaciones de sus coches y camiones, cuando tocó emprender la retirada, en lugar de quedarse en su casa —nadie lo obligaba— también se fue con los carabineros. ¡Fue a parar al campo de Argelers! Ahí se encontró con ex guerrilleros de la 75ª División que se habían escapado de Sant Cebrià creyendo que en Argelers se encontrarían mejor y ahí coincidieron con mis compañeros y con mi hermano. Coincidimos en


que era peor el remedio que la enfermedad. […] Al cabo de unos días comenzamos a trasladar gente para descongestionar los campos de concentración. A nosotros, mi hermano y a mí, nos enviaron desde Sant Cebrià hasta Barcarès. Allí había barracones y se comía un poco más decentemente.

La sorpresa que se llevaron los catalanes que llegaron a los campos fue brutal e indescriptible. Algunos llegaron cantando la Marsellesa y la Internacional, símbolos, creían, de la libertad y la fraternidad. Las privaciones, con todo y las previsiones que había hecho el gobierno de la Generalitat al gobierno francés, fueron detonante de un sentimiento confuso de frustración. Agradecimiento por la hospitalidad popular manifestada en sectores poco sensibles a la campaña propagandística difamatoria de la derecha, incluyendo la catalana que patrocina el SIFNE de Francesc Cambó, y también incredulidad por lo que significó la dureza del internamiento. Puede ser que por esta propaganda los pacíficos roselloneses iban a ver el domingo por la tarde a los que estaban ahí confinados para valorar si eran tan temibles como se les insinuaba. Mientras unos hacían turismo leyendo L’Indépendant, otros se organizaban en comités de apoyo y se estremecían cuando leían en L’Humanité que cabía decir basta a aquellos campos del dolor. La visión de los campos fue muy triste para los que la sufrieron. Para los de adentro, un calvario y, para los que pudieron salir para los campos de trabajo, los lleva a la lucha contra el nazismo, el franquismo, todo era el mismo combate: “Ahora luchamos contra la Cóndor que nos bombardea y mañana entraremos en combate para acabar con el franquismo”. En los campos


no se iba nada más a las brigadas de trabajo del norte, sino más al norte, hacia unos campos de exterminio. Ahí iban en trenes y Vicenç Henric, rosellonés con el que nos place cerrar la presentación de testimonios presenciales, nos deja una descripción que recoge la vivencia con todo lujo de detalle: En la estación de Compiègne nos han repartido en grupos de cien y de ciento veinticinco. Cien hombres dentro de un vagón de cuarenta y ciento veinticinco dentro del de sesenta. Nos enfilamos deprisa con tal de esquivar los porrazos que buscan ayudar a los menos ágiles. Con otros prisioneros me encuentro dentro de un vagón de cien. Nos examinan por todos los lados. Los cuchillos, o más bien, los objetos parecidos a cuchillos, obrados en el campo con láminas de hierro y clavos, nos son confiscados. Un italiano, oficial SS, sube al vagón y nos hace este breve discurso: —Tienen que ser disciplinados, van a trabajar a Alemania, donde les reservamos buena acogida. Con su trabajo tienen que saldar sus culpas. Nos toma por ladrones de camino real. Cuando acaba nos da unas últimas instrucciones: —No deben de intentar la evasión; en caso que un hombre, sólo uno, se escape, los demás, todos los ocupantes del vagón, serán fusilados. Si se diera el caso que todos los que están en un vagón escaparan, en el acto serían fusilados los hombres fletados en los cinco vagones. Durante el recorrido si escuchamos gritos, cantos o cualquier otro tema de manifestación, los haremos poner en cuclillas y cien hombres más subirán a la fuerza dentro de su vagón. Paciencia, puesto que allá, en Alemania, nos reservan “buena acogida”. Eso nos ha dicho. Después de transmitirnos estas buenas noticias, el oficial baja del vagón. Cierran y sellan las puertas y los ventanales y ponen las trancas. Minutos, largos minutos que no acaban de pasar. Unas horas después, unas cuantas sacudidas: el convoy arranca. Horas


interminables que se transcurren en este vagón para bestias que trasladan seres humanos a centenares hacia paradero desconocido. El calor se empieza a manifestar. Estamos apretados los unos contra los otros. Quisiéramos sentarnos pero, ¿cómo podríamos hacerlo?, Cien personas en este espacio tan reducido. Entonces tomamos la decisión de organizarnos para pasar la noche. Cincuenta camaradas se quedan en pie, mientras que los otros tienen que arreglárselas para tener un poco de descanso: sentados, agachados, recostados o apoyados unos con otros. El aire se vuelve irrespirable. Piensen: en el mes de junio, dentro de este vagón privado de orificios, y a eso se suma la circunstancia de los que, sufriendo una inevitable necesidad, tiene que aliviarse dentro del vagón, en uno de los rincones de esta caja de muertos que rueda. Nos colocamos con el torso denudo. La sed se hace sentir de manera terrible. Los labios emblanquecen, se nos pegan. La fiebre se apodera de nosotros. No sabemos ya ni en qué postura ponernos. Hay hombres que caen a tierra, sin conocimiento. Los vecinos cercanos se tienen que dar prisa y durante largos ratos tienen que auxiliarlos e intentar reanimarlos. Y esto, a su vez, pasa a lo largo de este terrible viaje inacabable, que nos lleva ahí donde tendremos “buena acogida”. Con tal de respirar un poco de aire puro, clavamos la nariz y la boca en las pequeñas grietas del suelo o contra las junturas de las puertas; el pulso nos zumba, los pies se nos inflan, el cerebro se nos vacía. ¡Qué sed! Y de agua, nada…

De los campos de Rosellón, pues, hasta a Alemania con el final tan conocido. Pues bien, por lo que respecta a los campos y al exilio en Francia, conoceremos a los primeros a la perfección por las diversas monografías de carácter tan demográfico como político, entre las cuales destacan las de Javier Rubio. De aquí disponemos de memorias, alguna de tono popular, es decir, que no pertenece a ningún político,


periodista, intelectual o escritor como algunos testimonios de vida esparcidos, como el de Soriano, por ejemplo; o el del exilio de las mujeres publicado en México por Joaquín Moritz con un título explícito: Nuevas raíces. La historiografía tiene la responsabilidad de asentar la memoria. En lengua catalana, por ejemplo, no se conserva grabación de ninguna canción épica o burlesca de la guerra civil en la extensa discografía de la música reciente y esto es tan acusado que, cuando Pi de la Serra elabora un disco recopilatorio, no se encuentra ninguna catalana. Por ventura nos encontrábamos con que no había soldados catalanes en los batallones de voluntarios o en las milicias pirenaicas o en la columna Macià-Companys. Por lo que aquí hemos dicho está claro que sí había, es lógico que había, y todos cantaban, y nos recitaban las canciones; ¿Por qué entonces los testimonios públicos actuales son todos en castellano? ¿Por qué nadie se ha entretenido grabando o recogiendo letras y partituras? ¿Qué interés puede tener el hacerlo? Sencillamente el mismo que hacerlo en castellano. La canción es un elemento bastante representativo. Por esta razón adquirí el disco con cantos de la revolución francesa, mucho antes de los fastos del bicentenario, en disco de aquel negro, de vinilo, para escucharla mejor. Todo es importante cuando se trata de preservar la memoria. Igual que las canciones, el testimonio humano no nos dará grandes novedades, no nos aportará grandes datos, ni nos cobijará con mejor conocimiento de los hechos. A veces nos hará dudar, creará el malestar de un dato erróneo que no puede precisarse, a menudo caerá en contradicciones, errores, etc., pero tendrá una


virtud, la maravilla de hacer la historia más cercana, de poder tener el conocimiento del testimonio real de los que participaron en los hechos como protagonistas, como espectadores y no muy privilegiados, por cierto. Recoger, asimismo, un cúmulo de cien entrevistas que constituirá un valioso material, si las entrevistas son hechas en profundidad y usando la metodología de la historia oral tan conocidas. ¿Qué destino podría tener este material? Primero, ir a un archivo y estar abierto a la consulta de los historiadores, investigadores, estudiosos. Personalmente, por la implicación que tenemos en esta cuestión, nos placerá mucho hacer una obra de conjunto que todavía hemos de definir cómo será. Ciertamente, ahora lo más urgente es realizar las entrevistas, el tiempo se nos tira encima y cien son muchas. La retirada se acaba, el exilio también, sus consecuencias continúan y la conferencia entra en su recta final. Y lo hemos de hacer con un documento escrito, después de los orales a los que nos hemos referido. La primera impresión al llegar a los campos, decíamos, era la sorpresa, la incredulidad. No podía ser que en tierra de hospitalidad estuvieran las estrellas y la marinada10 como techo y el “Dios te ampare” como estrategia del Estado. Uno de los exponentes de esta posición es el periodista Josep Amic, conocido como Amichatis, quien escribe “Notas de carnet” para la revista manuscrita del campo de Argelers, cuidadosamente conservadas por los archivos municipales de Perpiñán, dice: 10

Viento que sopla en de mar hacia la orilla.


Empiezo diciendo ¡Viva la Francia! A ella le debemos la Enciclopedia, la Revolución, los Derechos del hombre… A ella le agradecemos la gracia en el decir, la belleza en el construir, los refinamientos en el amor. Ella es ejemplo de amor a la Patria. Y nos enseña a morir por la Patria. Por eso. Al iniciar mi carnet de exiliado lo recuerdo con emoción [?] […] Por ella vivimos. […] cinturón salvavidas es en el terrible naufragio. Frente a las iras y la indiferencia universal ante los derrotados nos abrió sus puertas. Y nos dejó entrar y calmarnos y penetrar. ¿Qué más podía pedir nuestra lava iracunda? A su tierra llegó un canal en torrente de hierro ardiente: nosotros. ¿Podríamos invadir con nuestra llama sus ciudades en calma? ¿Podíamos esperar comodidades, blanduras, laureles? No nos recibió la amante en la puerta. Nos esperaba la Ley. La ley internacional, centinela fuerte cuando en todas las fronteras limpian los cañones. El dolor es nuestro patrimonio. El dolor y el honor. Hemos de conquistar el amor enturbiado por errores y torpezas de otros. ¿Es que están entre nosotros con nuestro dolor y nuestro honor los que engañaron a los dos? Nosotros no somos los otros. Somos los hijos del amor. Sí… ¡Viva la Francia! […] Pero el dolor cae gota a gota y nuestro gesto parece duro tras los espinos. Al llegar a Argelés me soltaron como se da libertad al pájaro en una jaula. Allí el agua… Allí el grano… Y pinchos por si quería liberarme. Por eso me sangra el pico. De Argelés sólo se escapa la voz, quejas.


Las golondrinas vuelan muy bajas rozando el techo de las barracas de Argelés. Cuando el locutor canta el nombre de aquellos que son elegidos para salir a México y termina la lista, piensa el que escucha y no oye su nombre: —Es que se creen que ya me he suicidado. […] Por estética no podemos mirar al mar. Lo han rodeado de una barrera de indispensables evacuatorios, muy higiénico y lucrativo. Pero pierde la Belleza. Yo que espero que se enfaden las olas… Porque no son mujeres hermosas que van a dejarse abrazar por la espuma de las aguas que acarician [?] las escalerillas. […] Tres meses sin saber nada de nadie. Y me dicen: —Te llaman en la barraca telefónica… Conferencia… Y el timbre del teléfono me ha hecho llorar. Un beso lejano. Yo rompo las cartas que me envían a Argelés. Como romperían los muertos los artículos necrológicos. Todo es mentira y todo es vacío. La verdad es ésta: sufrimiento, penitencia tras la derrota. Pasan aviones por nuestro cielo. Miramos. Se alejan. Y sentimos como una pretérita humillación al cruzarnos con el “avión-creciente” que pasa y no tiene ganas de matarnos. Niños… Niños… Ríen… Lloran… Juegan… ¿Pero es que esto es también la vida? Muevo mi cabeza como un cascabel y repiquetea la arena. La arena me ha entrado en el alma y en el cuerpo. Y me dan ganas de llorar, llorar para secar la tinta con que escribo. Porque voy a llorar arena.

Muchas gracias.


Fuentes documentales de las citas Cuadernos del Campo de Concentración. Revista manuscrita, 2 núm. Manuscrit dels camps. Archives de la Ville. Perpiñán. ESTIARTE, SAMSÓ, Joan. Recordant la meva retirada l’any 1939. Barcelona, 1939-1963. Biblioteca de Cataluña, ms. 3169. Original mecanografiado y encuadernado. HENRIC, VICENÇ. “Camí d’Alemanya”, traducción al catalán del original francés. Incluye el volumen Dies i nits a la tempesta. Memòries d’un deportat a Dachau. col.


Memòria del Segle XX, 1. Valls: Cossètania Edicions, 2004. PALLÀS VIOLA, ALBERT. La ruta de unos evacuados de Balaguer. Manuscrito conservado por la familia. Trascrito por su hija Núria Pallàs (Barcelona, març 2001). 12 fulls mecanografiats. PI CABANES, PERE. Vivències d’un guerriller voluntari a la guerra civil d’Espanya, del 1936 al 1939. La Roca, 1999. Conversaciones recopiladas y trascritas por Pere Crusellas i Solsona. 4 cintas de casete abocadas al manuscrito mecanografiado de 39 p. facilitado por P. Pi. SERVICIO HISTÓRICO MILITAR. (Ponente: José M. Gárate). Partes oficiales de la guerra, 1936-1939, vol. I: Ejército Nacional; vol. II: Ejército de la República. Madrid: Librería Editorial San Martín, 1977 y 1978, respectivamente. NOTA DE LOS TRASCRIPTORES En un contexto de recuperación de la memoria histórica como el actual, es muy importante otorgar la voz a los protagonistas directos. Este es el caso de los testigos de la guerra civil que todavía nos pueden aportar sus vivencias y los recuerdos de un acontecimiento que, sin duda, cambiaría su vida. Este cambio fue más acusado todavía para aquellos que tuvieron que marchar de su país porque formaban parte del bando perdedor. Los exiliados se convierten así en aquella gente que, habiendo vivido


experiencias comunes, como el hecho de cruzar la frontera, tienen recuerdos distintos; a menudo con una visión muy similar desde el punto de vista racional, aunque también son aquellos que después de las experiencias comunes hubieron de pasar por otras a menudo muy diferentes, pero con un trasfondo más similar de lo que pudiera parecer. En todos los casos acabaron en un lugar desconocido, con costumbres distintas y con la necesidad de sobrevivir, de manera que actuaban y pensaban de manera muy similar. Es así como se da una cierta repetición de algunos episodios, pues se han dispuesto especialmente con tal de demostrar que los exiliados vivieron situaciones bien similares en condiciones muy diferentes, y que aquello los acabaría llevando a la misma concepción mental de la vida y del exilio. Este recopilatorio incluye los testimonios directos de una de las partes más importantes de la sociedad catalana que tuvo que huir y exiliarse para continuar viviendo. Intelectuales, periodistas, políticos y algunos de los familiares más directos de éstos nos esbozan como fue ese momento trascendental no solamente para sus vidas, sino también para sus descendientes y sus conciudadanos. Bajo la tutela del doctor Josep M. Figueres, ideólogo del proyecto, entrevistador de los personajes que evocan a su pasado y seleccionador de las figuras retratadas, se ha verbalizado este acontecimiento con la intención de mantener viva la memoria a la que aludíamos. También se ha procurado dar agilidad a la lectura, matizando aquellos datos que puedan hacer que se nos escape el contexto general del escrito. De esta


manera, se ha intentado mantener un cierto tono oral para captar la forma de hablar característica de los protagonistas de esta historia. Xènia Guirao i David Jané

JAUME FONT Nació en Mollet del Vallès el 7 de febrero de 1918, tiene, en el momento de hacer la entrevista (10 de julio del 2005), 87 años. Es tan conciente de su edad que me enseña y obsequia la esquela que ha preparado y que sus cuatro hijos tendrán cuidado de difundir cuando llegue su hora. Me la volvió a enviar, esta vez por correo, el 23 de diciembre del 2006, cuando me autoriza la publicación de la entrevista para este libro. Debajo de su nombre,


presidido por sendas cuatro barras 11, leemos: “Patriota catalán, miembro de la resistencia de la Auditoría de Guerra, de ayuda a prisioneros y perseguidos, de la Germanor de les Creus de Sang12, impulsor y durante diez años directivo del escultismo13 clandestino, colaborador en la organización militar del Front Nacional de Catalunya” y una larga enumeración de referencias que son cruciales para él; por patriota, se refiere a cuando nadie quería hablar del tema y él se iba por ahí a recolectar la voz y recuerdos; mismos que hoy deja fluir en un largo monólogo (de manera similar a Esteve Albert, cuya entrevista fue de ¡17 cintas de casete!) sobre sus entrevistas con personajes que habían tenido un papel importante en la vida colectiva catalana, tan escondida por las instituciones; primero por su inexistencia, y después, por el temor que imperó durante los años de transición amnésica con la historia. Font nos dice que la voz es un elemento de la personalidad que ayuda a entender a las personas. Por esta razón creó la fonoteca. Nosotros le respondíamos que de la mayoría de personalidades o figuras del siglo anterior no disponemos de la voz. Y que hoy nuestros organismos públicos tampoco la conservan de manera sistemática de políticos, 11

N.T. Las cuatro barras son parte emblemática del escudo de Cataluña. N.T. Hermandad de las Cruces de Sangre. 13 del inglés, scouting es un movimiento educativo para jóvenes que está presente en 160 países y territorios, con aproximadamente 28 millones de miembros en todo el mundo. 12


escritores, etc... Todos piensan que alguien más lo hace: la televisión, la radio, los archivos, los medios y así todos... Font creó una Fundación, un archivo, asimismo, donó al Arxiu Nacional de Catalunya todo este invaluable material sonoro, histórico y social; toda una historia del léxico, de los acontecimientos, de las interpretaciones. Habíamos visitado su piso con anterioridad, buscando material sobre Lluís Companys, fue en el verano de 1997; siete años después regresábamos y aquella monumental cajonera, llena con centenares de casetes, ya no está; su lugar está vacío, queda, empero, la perseverancia: aquel hombre que grababa los actos públicos, conferencias, etc., buscando una voz que complementara a la suya, ahora parte de nuestra colección. Después de explicarle qué es el programa Veus de l’exili, nos sintetiza su vida. Además, nos entrega unas hojas donde resume su propia vida, exilio y resistencia, ambos incluidos. Todo un mundo creado con la voluntad de preservar su catalanidad de la tempestad. El argumento principal era el de su compromiso con una acción muy peligrosa: salvar, durante los primeros años del franquismo, todo lo que se pudiera; primero las personas, luego, a las ideas, era la humanidad pura… Estaba claro que había tenido como maestro en el escultismo a Batista i Roca y la catalanidad de Raimon Galí y antes de Alexandre Galí. Con estos antecedentes


podía falsificar papeles o alterar el orden de las tramitaciones y así hacer que aquella gran, larga, ignominiosa represión a los catalanes de los años cuarenta pudiera ser un poco más templada; al menos hasta donde pudiera llegar su generoso brazo. Jaume Font habla de manera calma, con una idea un tanto obsesiva de hablar de forma clara y precisa, domina perfectamente el micrófono; no podía ser de otra forma, el hombre que conservó más de veinte mil registros y toda su vida los ha trabajado, quiere que lo dice sea claro y comprensible, ordenado a pesar de su débil estado de salud y los achaques, pese al constante dolor que le produce en las orejas una extraña enfermedad, quiere contribuir a que la historia contemporánea de Cataluña sea conocida y así lo hace en una mañana calurosa de julio como aquélla de tantos años, en 1936, que provocó un giro total en la vida colectiva. El fue testigo y protagonista. Lo explica con la voz que tantas veces ha recogido la voz de otros. Fue uno de los exilios más intensos, aunque cortos: un poco más allá de los Pirineos, pero eso sí, más largo en lo que respecta a lo interior, décadas... Su trayectoria hasta el exilio fue la de miles de republicanos, retirada y campo de internamiento: en Sant Cebrià14 hasta que se escapa y la travesía a 14

N.T.: Situado en una gran playa, rodeada por reja de alambre, sin ningún tipo de construcción o servicios, a lo largo del campo se extendían humedales que empeoraban más, si todavía era posible, las condiciones de salubridad. Al principio fue pensado como campo


Besiers; después vendría la resistencia en los juzgados militares de Barcelona, su trabajo en la auditoría de guerra como recluta, pero como protagonista de una película de espías: escondiendo dossiers, liberando prisioneros, falsificando papeles, todo para poder favorecer al bando de los vencidos a través, sobre todo, del retraso de esos simulacros de juicios llamados también consejos de guerra, que hoy en día gobiernos de guerra mantienen como si fuera un recurso legal y justo. Nos encontramos en su casa, en la calle Alegre de Dalt, donde conservaba, el 17 de junio del 2005, los armarios llenos de cintas de casetes. Va desgranando la historia de los primeros años cuarenta, con el fusilamiento de Companys como contexto y la horrible represión que le tocó atestiguar. Nos llega a confiar los documentos militares que viene conservando desde aquellos años, salvando su dolor (es grande y está enfermo), trabaja y explica para tener el motor de su catalanismo dentro de su impulso vital. Font trabajó, pues, para salvar a personas concretas durante la desmadrada resistencia catalanista; posteriormente, se implicó con el combate testimonial, hizo desde colgar banderas catalanas en lugares públicos, hasta la promoción de actos de lucha y de cultura. Llegó a ser notario sólo de clasificación pero la llegada masiva de personas provocó que se utilizará como campo de internamiento.


de la realidad creando una muy extensa fonoteca, con todo su esfuerzo siempre personal e individual recogió las voces de miles de personas que le explicaban su vida, o bien, lo que grababa en actos, conferencias, etc.. Aquello hoy se ha convertido en una auténtica crónica sonora de la Cataluña de los años setenta al día de hoy. Su vida, junto con su obra, se convierte en una trayectoria de noble fidelidad desde un anonimato absoluto pero con la firmeza de los líderes, debido a que la catalanidad a menudo ha sido tan límpida y tan rica desde abajo como desde arriba, con sus líderes. EL EXILIO DE JAUME FONT Llamados a formar filas con la leva 15 de 1939 me incorporé con 18 años al cuartel del servicio de defensa contra gases, donde haría de telefonista. Sólo podía realizar servicios auxiliares a causa de dificultades circulatorias en mis piernas. A pesar de eso, en enero de 1939 y como consecuencia de un cambio en el cuadro de inutilidades, me declaraban apto para ir al frente. Al llegar a Igualada el frente ya había sido destruido. Era momento del éxodo hacia la frontera francesa; a pesar de que consideraba la guerra como asunto de los españoles, nunca deserté y me sentí ligado de principio a fin con la suerte de todos los catalanes. 15

N.T. La leva era el reclutamiento obligatorio de la población para ejercer el servicio militar obligatorio.


Fracturado el frente en la batalla del Ebro, el gobierno militar republicano controló expresamente con artillería la ofensiva que se desarrollaba contra Cataluña. Una noche, cuando yo estaba en Igualada, unos sonidos intensos me despertaron y observé anonadado cómo nos retirábamos. Entonces, el director de la academia donde me habían asignado decidió comenzar la retirada también, de manera que caminando pasamos Igualada, Manresa, Vic, Sant Hilari de Sacalm y Osor hasta a Banyoles. De ahí, continuamos con la retirada por Agullana, pasamos dos noches en Boadella y al tercer día nos dieron la orden de entrar en Francia por el Pertús; pero las carreteras estaban bloqueadas, así que lo intentamos por la carretera de la costa por el lado de Cervera (Francia) que también estaba bloqueada por todos los vehículos que hacían fila delante de nosotros y que además, ¡estaban vacíos!, el comandante los mandaría arrojar al mar, de manera que íbamos tirando coches al mar para poder ir avanzando. Entonces, hablamos con el jefe de la gendarmería de los Pirineos Orientales para que se nos permitiera pasar a Francia. Incluso hasta le dijimos que pondríamos a la disposición del ejército francés un estudio de la artillería automática alemana que se había estrenado por primera vez en España. Pero aquel señor nos dijo que estaba tranquilo porque no habría guerra con Alemania y, por lo tanto, no necesitaba el consejo de los


españoles; en cambio, más bien optó por hacernos cachear para quitárnoslo todo, acusándonos de ladrones. Fue así como entramos a Francia el 6 de febrero, desposeídos de todo. Y Caminando, caminando y caminando... Así llegamos al campo de concentración de Sant Cebrià de la Marenda; el campo, en realidad, era simplemente la playa y una alambrada que se hacía inmensa a medida que llegaban más prisioneros. No había ninguna instalación para los baños ni siquiera tejado. Esta alambrada era vigilada por soldados senegaleses con una gran hacha en la cintura, misma que utilizaban para encerrar como atunes enlatados a los prisioneros. También había soldados a caballo, me parece que eran sirios16. Cuando se producía un intento de fuga, en caso de capturar a la persona, la enterraban bajo la arena de forma que asomara sólo su cabeza, después, con sus trallas en la mano, se colocaban haciendo un círculo para golpear al indefenso hasta conseguir su muerte. Cabe decir que tampoco había suministro de comida. Los franceses, con su país sin ningún tipo de guerra, tardaron cuatro días para traernos garbanzos crudos. Pero, evidentemente, estábamos sin trastos para cocinarlos ni leña para encender el fuego. No nos quedó más remedio que, aprovechando el momento en el que los vigilantes estaban de espaldas, correr y desenterrar el palo 16

Eran spahis o cipayos senegaleses.


donde se aguantaba el alambre de púas y llevarnos la madera para hacer fuego; asimismo, arrancamos la puerta de un camión y a pedradas le dimos la forma de una cacerola, hacíamos todo aquello jugándonos la vida, está claro, porque los soldados mataban al que hiciera eso de aquella mala manera que les platiqué. Así fue como pudimos comer garbanzos. Además, no hubo agua hasta que pudimos instalar unas palancas para sacarla del subsuelo, pero como el suelo estaba lleno de defecaciones, el agua producía unas disenterías terribles. Así, cada mañana podías encontrar a tu lado compañeros que estaban muy fríos, estaban muertos. Al cabo de un mes, el 8 de marzo, después de concertarlo con amigos de la familia que tenía en Besiers que venían a verme, me escapé en un día de visita. Por un lado del campo entraban los prisioneros y, por el otro, los familiares. Allá éramos cerca de 500 personas, así que me quité el uniforme de soldado y me vestí de paisano con ropa que me habían traído. Los amigos que me habían venido a ver me habían dado un laissez passer. Entonces, hicimos como si uno de ellos había perdido su pase, como era residente en Francia pudo acreditarse y salir. Una vez afuera me escondería en Besiers aunque, por las noticias que tenía, sabía que todos los que estaban escondidos tarde o temprano eran detenidos, así que decidí regresar a Cataluña. El día


9 de abril pedía la repatriación al campo de concentración de Girona, y una vez allí me autorizaron para ir a Barcelona a la Comisión de Prisioneros Presentados. Cuando llegué ahí tuve mucha suerte: el soldado que me tomaría los datos y papeles para iniciar la depuración era un compañero de la escuela. Me dijo que tenía mucho trabajo, me hizo pasar por debajo del mostrador y, a su lado, comencé a depurar gente. O sea que al cabo de cuatro días de estar en Cataluña ya era soldado “depurador” del ejército nacional. Más tarde fui secretario judicial de la auditoría de guerra. Mi seriedad y mi capacidad de trabajo hicieron que al cabo de pocos días actuara como secretario del jurado militar número 4. Durante un año, cambiando de juzgados, tuve acceso a las causas generales de todo el mundo. Los jueces sólo venían a firmar lo que yo preparaba; así pude hacer innumerables trampas, especialmente citando a declarar a los testigos de desacato. Si los informes eran malos, los hacía desaparecer. Si no se encontraban testigos, en algunas ocasiones, pedía la libertad por las buenas y así, por ejemplo, arreglé la situación de dos personas que habían sido condenadas a pena de muerte. También me dedicaba a ir a Francia a buscar personas que no tenían documentación ni la podían solicitar, procuraba que quedaran bien documentadas. En todas las acciones que aquí cuento nunca gané ni una peseta y, en cambio, otros


se hicieron ricos, mientras yo me quedé con los nervios destrozados. A pesar de todo esto, siempre pensé que debía regresar a Barcelona, organizar —si no existía — la resistencia. Irse a México o a Cuba era un exceso de lujo y, por lo tanto, la gente que salió vivió muy bien pero no intervino de manera directa en los problemas de sus compañeros de aquí. Siempre consideré la guerra civil como un guerra contra Cataluña, por esa razón consideraba que si la guerra se había acabado, la vida de una persona fiel al país tenía que continuar con el mismo riesgo. Por eso, una vez acabada la edad militar, continuaba trabajando en la clandestinidad y de acuerdo con el Front Nacional de Catalunya y con Martínez Vendrell, jefe de la sección militar del frente mencionado, comenzamos con la instrucción de futuros militares. También llevamos a cabo diversas acciones reivindicativas como la colocación de señeras17 en la Sagrada Familia o en Sant Pere Màrtir, o bien, cuando se hizo el Congreso Eucarístico. También montamos una estación de radio para hablar con todo el mundo, era un coche que iba emitiendo mientras circulaba por las calles de Barcelona para evitar que pudieran localizar la emisora. 17

Con diversas variantes es la bandera compuesta por cuatro franjas rojas sobre fondo dorado o amarillo, usada oficialmente como bandera de Aragón, Cataluña, Comunidad Valenciana e Islas Baleares.


Así fue mi vida en la clandestinidad en Cataluña, pero los militares y refugiados catalanes de relevancia se fueron sin un clavo en el bolsillo y también tuvieron que comenzar una vida clandestina en Francia, porque la Generalitat18 no tuvo ninguna previsión para organizar su acogida; a diferencia del gobierno vasco con sus ciudadanos.

CASSANDRA MESTRE Nacida en Torredembarra en el año de 1924. Su vida es testimonio de resistencia: palo de almiar, es decir, pieza clave de una familia que va sucumbiendo físicamente, aunque no moralmente, delante de aquel franquismo de los consejos de guerra: padre y hermano fusilados. Fijémonos en la dedicatoria que hace en el libro Arreu la sorra (1986), recopilación de recuerdos de su dramático exilio y su larga permanencia en el campo de concentración de Argelers: “A la memoria de mi hermano Numen, que en febrero de 1936 cumplió 13 años; de mi madre, activa militante antifascista; de mi padre, luchador de la clase obrera, condenado en 1917 por un consejo de guerra por su participación 18

La Generalitat entregó su tesoro al gobierno central al pasar la frontera, a diferencia del gobierno vasco.


en la huelga general de la ciudad de Reus y vuelto a condenar, en 1940, por otro consejo de guerra por defender con todas sus fuerzas a la República legalmente proclamada el 14 de abril de 1931; a la memoria de todos los que perdieron la vida y sufrieron persecución en su lucha por la libertad de Cataluña y de las otras naciones”. Nos encontramos en su piso en la zona del Eixample, donde se respira un olor a paz, pese al dolor que allí se ha acumulado por la presencia de la muerte, la paz de los pequeños, sus nietos. Su hijo tampoco la puede acompañar... Las ausencias son dolorosas. Nos explica historias de la retirada, de prisiones diversas, de pasos fronterizos y de los exilios de afuera y adentro, los silencios… todo un mundo que sólo conoce aquel que ha militado o quien ha tomado partido. Nos habíamos encontrado antes, en el año 2003, para escuchar un testimonio representativo y excepcional. Me explicaba como su padre no tuvo derecho a jubilarse: “En el año de 1956, cuando mi padre había cumplido ya los 65 años, comenzó a gestionar el cobro de la jubilación que se le adjudicaba al funcionario público, pues constaba que tenía derecho. Su petición fue denegada por la administración, aduciendo a los años de ejercicio en la administración local no eran suficientes para otorgarle el derecho a la pensión. Los años que había trabajado el oficio de fundidor de hierro y los que había pasado en prisión como resultado de la


lucha activa para reivindicar los derechos de la clase obrera no contaban. El tiempo que había sido funcionario de la Generalitat tampoco. No tenía derecho a nada”. Su padre murió en 1976 sin recibir ningún reconocimiento a su labor y cooperación en la defensa de la legalidad republicana. Además, con el estigma de haber sufrido la represión: condena a muerte en 1940 por consejo de guerra, cinco años de prisión… Se suma el dolor de haber visto morir muy joven a su hijo, tenía poco más de veinte años, cuando fue fusilado por la barbarie de aquel hombre que aún goza de estatuas y dudosos honores en la España de la “democracia”. El 17 de febrero de 1949 fue fusilado el hermano de Cassandra, Numen Mestre. Él se había ido a hacer la guerra y no podía aceptar regresar vencido a Cataluña. Luchó desde que entró como voluntario en las milicias que intentaban detener a los generales rebeldes, hasta que fue fusilado. Tenía sólo 13 años en 1936. No aflojó y cuando acabó la guerra mundial y los gobiernos fascistas iban cayendo es cuando vuelven las urnas al Estado español, entonces, se impulsa un proceso para derrocar al dictador: los maquis y los hechos del Vall d’Aran. Numen también estaba ahí, una vez más, voluntario como hace diez años atrás. Pero los Estados Unidos en tiempos de guerra fría quiere dictadores —la libertad es para ellos una palabra vacía de sentido— que le ayuden a defender su


orden económico —y después se preguntan porqué medio mundo no quiere saber nada de los norteamericanos—. Franco y Eisenhower se abrazan y llegan las bases militares que todavía están hoy aquí. Numen Mestre pasa 18 días con “interrogatorios” en la triste Jefatura Superior. Y cuando llega el juicio rápido y es el turno de alegar, “todavía no se ha pronunciado ni siquiera una docena de palabras y se llama al siguiente acusado en la larga relación con los nombres de los encausados. Se queda con las palabras en la boca, sin poder expresar ningún razonamiento”, escribe en las memorias Arreu la sorra (1986). Numen Mestre fue fusilado en Barcelona por la justicia franquista el día de su cumpleaños número veintiséis. La historia de su hermano y de su padre pervive gracias a la memoria, muy a pesar del dolor que produce recordarlo.

Última carta de Numen Mestre: 19 Barcelona, 17 de febrero de 1949. Acaba de serme notificada la confirmación de la sentencia y tranquilo y sereno paso a despedirme de vosotros. Sólo quiero rogaros que acojáis este desenlace con paciencia y resignación y que soportéis con entereza el dolor que inevitablemente ha de causaros. Os queda el recuerdo de lo mucho que os quiero, la satisfacción de saber que nunca ante nadie habréis de 19

Carta escrita en castellano obligado por las autoridades franquistas.


avergonzaros de nada de mi conducta y que es el cariño a los seres humanos, a la patria y a nuestro pueblo, lo que me coloca en el trance de sacrificar gustoso mi vida. Mi último consejo es de que no os desesperéis y que sobre todo mamá viva siempre animada y que gocéis de lo que os quede de vida sin que lo [que] me ha pasado a mí sirva de motivo de amargura. No os pongo nada más porque ya supondréis todo cuanto mi corazón os dice, así que... Hasta siempre, Numen Mestre Casandra: Consola a nuestros padres y sé para ellos consuelo y sostén. Cubre, junto con tus deberes de hija, los que yo ya no podré cumplir. Besos a toda la familia.

EL EXILIO DE CASSANDRA MESTRE Mi padre fue presidente de las cooperativas de Tarragona, y después, pasó a serlo de las de toda Cataluña y, cuando comenzó la guerra, fue presidente de las cooperativas de toda España. Fue entonces cuando se fue de Torredembarra porque lo habían hecho secretario del Ayuntamiento de Cornellà de Llobregat y, con él, fuimos nosotros. Siempre criticaba a la gente que marchaba al exilio antes de la hora, lo hizo tanto y tan bien que nos quedaríamos encerrados en Barcelona. Nos habíamos ido de Cornellà a una tintorería que era de familiares lejanos, donde estuvimos cuatro meses y donde trabajábamos. Vivíamos en casa de un amigo de mi padre, en la calle Londres, pero sólo estuvimos quince días porque cada noche gritaban en las escaleras: “!Aquí hay rojos escondidos!, ¡aquí


hay rojos escondidos!”. Entonces, un empleado de la tintorería se ofreció para acompañarnos hasta la frontera, porque tenía familia en Llançà, con ellos podríamos pasar la frontera. Sólo tenía 14 años cuando nos encerraron en la prisión de Figueres, ahí era donde se acababa el salvoconducto que nos tenía que llevar hasta la frontera. Era una cárcel como debía ser, estaba muy bien, el director era buena persona. Al cabo de ocho días nos llevaron a la prisión de Girona ¡Aquello no era un cárcel! Tuvimos que subir escaleras y escaleras y más escaleras... pasar por un tejado, hasta llegar a una sala muy grande, donde no había ni camas ni sillas, ni siquiera había un retrete, sólo un urinario. Había una mesa en la que traían la comida. El director era mal tipo: cada mañana entraba a las doce y cuando veía a la gente acostada en el suelo decía: “¡Levántense del suelo!, ¡a mí me da igual romper las costillas de un hombre que de una mujer!”. Y cuando nos habíamos puesto en pie, entonces decía: “¡Franco, Franco, Franco!” y nos hacía levantar el brazo en símbolo de saludo, lo recordaré siempre. A mí y a mi madre no nos podían castigar demasiado porque ni tan sólo habíamos llegado a la frontera; por eso, al cabo de diez o doce días pudimos salir pagando una garantía, dimos 250 pesetas, que en aquella época era mucho dinero. Una muchacha presa le dijo a mi madre cómo ir a su pueblo, Oix, donde su familia nos dejaría dormir y


desde donde era posible pasar la frontera sólo durante unas horas; mientras los soldados cambiaban de guardia y la zona no estaba siendo vigilada. De camino a Oix, acabamos durmiendo en el campo, en un pajar. Mientras yo dormía, pasó la Guardia Civil y le preguntó a mi madre qué hacíamos allí. Ella les dijo que íbamos a la casa de unos familiares, pero lo hacíamos caminando, pues no había de otra manera, como se habían cortado tantos puentes… Cuando desperté, nos pusieron a caminar más de quince kilómetros sin comer. Cuando llegaba la tarde, en una masía20 vimos a un hombre que entraba con el carro y el caballo. Nos acercamos a preguntarle si podríamos pasar la noche ahí para no dormir al descubierto. Nos llevó al pajar a dormir, por la mañana nos levantamos con la voz de una mujer: “Venid para aquí, que ya tenemos el desayuno listo”. Estábamos cerca de Olot y el marido de aquella señora nos recomendó que siguiéramos por la carretera. Después de caminar mucho, llegamos a un río donde había una mujer lavando la ropa como se hacía antes, mi madre se le acercó para preguntarle cómo llegar a Oix; la mujer le contestó enseguida: “Señora, ¿Usted se encuentra bien? Tiene usted muy mal aspecto”. A continuación, nos hacía entrar en su casa, mató a una gallina y nos pidió que permaneciéramos con ella un par de días. 20

Una masía es un tipo de construcción rural muy frecuente en Cataluña, que tiene sus orígenes en las antiguas villas romanas.


Mi madre sabía mucho de costura, ahí donde íbamos ella ofrecía su servicio. De esta manera en cada sitio en el que nos detuvimos nunca nos faltó comida y techo. Tuvimos la suerte de encontrar personas muy buenas. Cuando llegamos a Oix, a la casa de la madre de la muchacha prisionera, cuando nos abre la puerta y nos ve, la vuelve a cerrar. Era muy comprensible, porque tenía a su hija en la cárcel y, además, sabían que su casa era republicana… Así estuvimos una semana del mes de julio de 1939, porque sólo existía la posibilidad de cruzar la frontera los lunes. Fuimos a Francia con una familia que vendía quesos. A las doce de la noche comenzamos a caminar, bajamos toda una montaña y entramos cuando se hacía de día, con cuatro o cinco mujeres más. Sólo al atravesar la frontera encontrabas a los gendarmes. A ellas no les decían nada, pues ya las conocían de verlas cada semana, pero a nosotras se nos acercó un gendarme. Mi madre se acercó a uno de ellos para explicarle, en francés, que mi hermano se había hecho voluntario en el frente, y que sabíamos que estaba en un campo de concentración, y queríamos encontrarlo. Así nos dejaron pasar. Cuando llegamos al pueblo fuimos en autobús hasta Perpiñán a las oficinas de la SERE 21, donde ayudaban a personas que venían como nosotros. Nos enviaron a Vernet dels Banys, donde habían 21

Servicio de Evacuación de Refugiados Españoles


tres hoteles alquilados por el gobierno de la República. Ahí encontramos a un conocido que, además de darnos direcciones de amigos de las cooperativas de mi padre, pudo localizar a mi hermano. En primer lugar, había estado en el campo de Argelers pero, ahora, estaba en el de Agde, en el llamado campo de los catalanes, que quedaba muy lejos. Gracias al dinero que enviaban las cooperativas cada mes, pudimos alquilar un taxi para llegar al campo de concentración y sacar a mi hermano. La guerra comenzó el 3 de septiembre. En ese momento tuvimos que salir de los hoteles porque el gobierno francés consideraba que podían servir como hospitales. Nos enviaban casi a la frontera. Como los franceses estaban movilizándose y faltaban personas en las fábricas que trabajaran, mi hermano se apuntó; pero no duró mucho, puesto que el mariscal Pétain había firmado ya el armisticio con los alemanes. Así, al día siguiente, cuando llegábamos a Breguet, que era donde él trabajaba, encontramos un letrero que ponía: “A las 15:00 horas tienen que estar en la estación, pues los llevaremos a otro puesto de trabajo”. Y así lo hicimos: al día siguiente fuimos ahí. Era un tren de carga. No sabíamos a dónde íbamos; hasta que vimos la estación de Argelers, trece horas después. En el campo de Argelers estuvimos ocho meses.


Había nueve campos. Las mujeres —unas ochocientas — estábamos en el número 2, que era el mejor . Los otros eran horrorosos. Aquel campo lo habían hecho los franceses en el momento de la guerra para encerrar a prisioneros alemanes. En cada barraca había una ochentena de personas. Un gendarme le preguntó a mi grupo si había alguien que hablara francés y mi madre, con buena fe, dijo que ella; entonces la hicieron jefa de barraca. Ella y yo teníamos que cortar el pan, un pan que hacía un mes que era una cosa muy dura. Así repartíamos la comida, que era muy mala, lo peor del campo. Mi madre tenía que escuchar: “A ella le ha puesto más espeso, mire a mí”, hasta que dijo: “se acabó, ahora cada día dos personas distintas lo repartirán”, y se acabaron las peleas. Nos pasábamos los días dando vueltas hasta la noche, cuando íbamos a dormir en el suelo de los barracones, que no era de madera sino de arena. Por suerte, nos llevaban paja. Había mujeres que tenían mocadors de fer farcells22 y si podían, tiraban el pañuelo lleno de paja a los hombres. Era un desastre, hasta el punto que llegué a ver a un hombre recogiendo pieles de papas, ¡para cocerlas! Una cosa horrible. Cuando tendíamos la ropa en las alambradas, tenías que estar allí porque si no la vigilabas… y es que había gente que no tenía ni una pieza de ropa y si podían se la llevaban. Con el agua pasaba lo mismo, venía un camión cisterna y si no tenías donde ponerla, te quedabas sin agua. Si 22

Mocador de fer farcells: es una especie de pañuelo de tela con doble costura, está adornado por rayas marrones y negras, de uso popular y tradicional presente en muchas mercerías de Cataluña.


tenías algo de dinero, podías comprar arroz u otras cosas; cuando me puse enferma mi madre le dijo a mi hermano que comprara arroz, pero no dejaban entrar a la cocina para cocerlo. Como las barracas eran de madera, las mujeres a escondidas arrancaban madera y hacían un poco de fuego. Los hombres también lo hacían, aunque estaba totalmente prohibido porque las barracas eran de madera y se podían incendiar. Había un gendarme que al verlo venía, daba un patada y se perdía todo, el arroz y todo. Finalmente, como protestábamos tanto, se consiguió que uno de los fogones de la cocina fuera para los enfermos. Los domingos había misa en una barraca que quedaba más abajo. Tenías que apuntarte para ir y se apuntaba todo el mundo, pero no por devoción, sino porque iban los hombres y era tu oportunidad para tener una conversación con tu familia. Después de ocho meses salí de Argelers gracias al hecho de que mi madre hablaba francés. Había un gendarme que buscaba a una niñera, tenía dos o tres criaturas y le interesaba una persona que hablara francés. Mi madre aceptó pero tenía que andar mucho cada día para llegar al pueblo. Ella se ocupaba de los niños y comía allí. Con el dinero que le daban compraba comida para mi hermano, porque en el campo de los hombres se comía mucho peor. Hasta que un día, una hermana mía, que estaba embarazada y vivía en Albí, consiguió que nos dieran un permiso de ocho días para ayudarla y ya no volvimos nunca más. Estuvimos en la ciudad de Albí durante dos años. Sólo se podía ir a trabajar al campo y a las minas. Mi hermano, como se fue al campo a trabajar enseguida


pudo conseguir la documentación, pero sólo duraba un mes y se tenía que renovar cada vez. La persona que se encargaba de la documentación supo que no íbamos a trabajar en el campo, que era una mentira y nos lo hacía firmar y después se lo quedaba porque decía que era falso. Yo le repliqué que era el tiempo de los judíos en Francia e íbamos sin documentación: “Si mi mamá y yo morimos en un campo nazi, usted tendrá que vivir con ello en su conciencia” ¡Aquél día nos dio los papeles! Durante mis seis años de estancia en Francia no tuvimos otra cosa que aquél papel. Después estuvimos en otro pueblo donde estábamos muy bien, mi hermano trabajaba cerca y nosotras íbamos a coser por las casas, aunque constaba que íbamos a trabajar al campo. A mi padre lo agarraron de camino a Francia y, por supuesto, fue directamente a la prisión, primero a la de Barcelona, y después, a la de Tarragona, donde fue condenado a muerte por seis meses. Decía: “¡No será Franco quien me indulte!”, porque como era secretario del ayuntamiento, y cada año se reunían todos los de la provincia, conocía a unos cuantos. Supo que uno de ellos estaba en el gobierno militar, así que le escribió una carta donde le decía que en el Gobierno se comentaba que si no tenías las manos manchadas de sangre, no se tenía nada que temer. Le contestó que era cierto, pero que él había defendido mucho a la República. Aquel secretario no dijo nada más pero consiguió que no lo fusilaran y cuando mi padre salió de la prisión ya no pudo continuar como secretario. Entonces, la gente de Torredembarra nos dejó dinero y venía a visitarnos a la tienda que habíamos alquilado con dinero que ellos le habían prestado a mi padre.


A mi hermano, en cambio, lo fusilaron. Cuando estuvo preso mi padre volvió a recurrir al secretario, pero le respondió: “A ti te salvé, pero a tu hijo no, porque ha venido a luchar contra nosotros”. Mi hermanó entro como maqui en Falset, en una casita en el campo de mi tía. La pobre mujer les llevaba comida hasta que fue a Barcelona a decirle a mi padre que su hijo estaba allí y que eso no podía ser. Una vez en Barcelona estuvo con compañeros maquis hasta que lo detuvieron. Él estaba en la tienda conmigo y vinieron cinco policías, los principales de la jefatura. Cuando se lo llevaron, supe que no lo volveríamos a ver nunca más en casa. Mi madre arrancó con sus llantos y un policía le dijo: “Señora, no se preocupe”, le quitó la americana a mi hermano y se la puso en sus manos, “ahora vamos a tomar un taxi”. Nos hicieron cerrar la tienda y registraron el apartamento. Estuvo 124 días condenado a muerte. Yo aquellos años cuarenta los vivía con miedo y desesperación. Vivir en la España de Franco era horroroso, era como no vivir, como si se tratara de un nuevo exilio, un exilio interior, un vivir vigilado.


MACIÀ ALAVEDRA Político y empresario, hijo de Joan Alavedra , nacido en Barcelona, en 1934. Sufrió el exilio, pues, desde que es bien chiquillo. Su relación con el núcleo cultural del exilio es clara: Pau Casals podría ser un buen referente debido a la profunda relación que mantenía con su padre, por tanto vivió envuelto por un sentimiento intenso de fidelidad hacia Cataluña. Su trayectoria vital, sintéticamente es: exilio, estudios de derecho en la Universidad de Barcelona y, a partir de la época de la transición, al lado del nacionalismo convergente, fue diputado en Madrid desde 1977, portavoz de CiU (1980-82) y conseller


de Governació (1982), de Industria y Energía (1987) y de Economía y Finanzas (1989). Mantenemos la entrevista en los estudios de Catalunya Ràdio, y nos dice: “Es la primera vez que me preguntan sobre el exilio”. Le queríamos responder: “Tiempo tuvo CiU para poder hacerlo”. No dijimos nada, nos sentíamos muy unidos a su trayectoria y queríamos comenzar nuestra relación con la mayor implicación posible, para establecer una vinculación afectuosa. Todos los exiliados, sean condes o golfos, merecen el respeto y la simpatía al margen de las ideas o comportamientos de sus correligionarios, aquellos que ya han olvidado casi por completo el exilio. Charla cómodamente y crea un clima cómodo, poco a poco, se establece un ambiente que evoca el ayer con profunda emoción: todos los exiliados tienen un comportamiento similar, vivieron fuera de su tierra y, al regreso, no se le trataba como debía, ni con la dictadura ni con la libertad; asimismo el exilio lo recuerdan con profunda emoción. EL EXILIO DE MACIÀ ALAVEDRA Cuando hablo de mis años en el exilio he de decir que viví el exilio de mi padre y el de Pau Casals, porque yo nací en 1934, de manera que cuando crucé la frontera, el día que cayó Barcelona, sólo tenía cinco años y acompañaba a mis padres.


Recuerdo con todo detalle el día de la salida. Son imágenes que, aunque fuera muy pequeño, no he podido borrar de mi mente. No deja de ser un gran impacto para una criatura como era yo en aquél entonces. Te deja marcado para siempre. Recuerdo el paso de una ambulancia desde Banyoles, que es el pueblo de mi madre, hasta Prats de Molló, y luego, a pie hasta la frontera. También recuerdo que era día de una gran nevada y tengo imágenes de las maletas por los barrancos, la larga caminata… De hecho, las imágenes que hemos visto por televisión de Kosovo, de las guerras que ha habido últimamente, me recuerdan de una manera exacta a aquella salida. Cuando llegamos al pueblo de Molló, los amigos franceses nos ingresaron en campos de concentración. Las mujeres y los hombres estaban separados, yo fui con mi madre y con mi hermana. A mi padre lo llevaron a otro campo; por suerte, pudimos salir enseguida de ahí porque un amigo político francés había reclamado a mi papá, así fuimos a dar a París. Allá era posible el reencuentro de todo un mundo en el exilio: los amigos de mi padre, Tarradellas, toda la gente de Esquerra Republicana y Pau Casals, a quien mi padre, como periodista y melómano, le había hecho un reportaje. Entre ellos dos había una gran amistad. Pau Casals creía que los alemanes entrarían a París y por eso se fue a Prada, para estar en tierra catalana; aunque estaba exiliándose, pidió a mi


padre que se fuera con él. Efectivamente, los alemanes entraron a París y nosotros marchamos a Prada, a eso que se le decía la Francia libre. Nos instalamos con Pau Casals. Viví diez años en la misma casa que él. Primero en una casa que habíamos alquilado en el centro del pueblo, después en la famosa Ville Colette. A las siete de la mañana me despertaba cada día con el violonchelo, cosa que era realmente todo un privilegio. Pero era muy escandaloso y pesado cuando hacía ejercicios y estudiaba. Ahí comprendí que eso de los genios era un 90% de transpiración y un 10% de inspiración. Cabe decir, que él había decidido no tocar para las dictaduras fascistas o comunistas, tampoco quiso poner los pies en Cuba por culpa de Castro. Durante los primeros años del exilio, él y mi padre trabajaron mucho para ayudar a las personas que estaban en los campos. Recuero de él que era un hombre profundamente catalán, íntegro; completamente en contra de las dictaduras, volcado en la defensa de Cataluña. Además, tenía un gran sentido del trabajo, un gran sentido ético y una gran firmeza de carácter. Recuerdo que le pidieron que tocara para el Führer y siempre dijo que no; muy a pesar de que lo intentaron presionar y coaccionar. En el exilio estaban por un lado, los catalanes que no estaban en Perpiñán ni en Montpellier, que luchaban en la resistencia francesa; de otro, los intelectuales, que tenían un papel muy importante: el


nivel intelectual de las personas que tuvieron que salir de este país era muy alto y dejó un vacío considerable. Cataluña era un país que había tenido durante el siglo XX unos intelectuales de primerísima línea, una parte importante de ellos vivieron el exilio. Recuerdo que había reuniones periódicas, cada domingo por la tarde, se reunían todos los exiliados de Prada, que eran muy importantes, comenzando por Pompeu Fabra, diputados, ex consejeros… De todas aquellas personas destacaban algunos políticos natos como Tarradellas, que pasaba a menudo, a pesar de que vivía en el centro de Francia. Él era mucho más pragmático, tenía contactos más importantes que todas aquellas personas de la Cataluña interior y sabía perfectamente cuál era la situación. Tuvo un papel muy importante en el exilio catalán. Todos juntos tenían unas conversaciones políticas que yo escuchaba en un rincón de la sala con gran afición; no eran críticas, me daban una visión de una Cataluña idílica… después la historia nos demuestra que no era idílica, que era la nostalgia de los exiliados y refugiados que la hacía de esta manera. Esta Cataluña nostálgica, ideal, cuando regresé a Banyoles en 1948, después de diez años de exilio, me di cuenta que no se parecía nada a la Cataluña real. A partir de este momento, decidí meterme en los movimientos clandestinos, me afilié al grupo más nacionalista que había en aquella


época, según mi criterio, que era el Frente Nacional de Cataluña. Con todo, el exilio para mí fue muy feliz, no fui desgraciado, tuve una familia unida, Pau Casals hizo de padrino mío y seguía mis estudios con mucho interés y todos los contactos con los intelectuales exiliados de los que saqué mi gran amor por Cataluña.

TEODOR GARRIGA Periodista y locutor (Barcelona, 1909), vivió intensamente el mundo radiofónico de los años veinte y treinta. Se entregaba absolutamente y vivía la radio con total plenitud. Conserva todavía el micrófono de la emisora de los años treinta. Sus memorias las titula precisamente La meva vida i Ràdio Associació de Catalunya(1998), en portada aparecía con el micrófono de la popular RAC, en pleno trabajo, imagen de la RAC que tanto ama. Sufrió el exilio por su trabajo profesional en catalán; había suficiente con eso para morir, y está claro, también por su


pensamiento republicano, catalanista y demócrata; que repugnaba a los vencedores totalitarios. Internado en los campos de las playas de Rosellón, participó después en la lucha contra el invasor nazi. A su regreso, se implicó en labores de recuperación cultural a través del Congreso de Cultura Catalana y, como es obvio, en su amadísima RAC. Fue la primera de todas las entrevistas que hicimos. Estábamos preparando la serie en la sede de Catalunya Ràdio y cuando coincidíamos, le pedíamos que explicara su exilio. Lo hizo como siempre, con mucho gusto y la mejor voluntad de compartir. No disponíamos, todavía, de impresos ni de fichas de seguimiento de las entrevistas, y no recordamos la fecha, era la primavera de 2004. La hicimos en el despacho de Enric Frigola, que desde el primer momento creyó en el programa Veus de l’exili y el cual promovió con una visión cívica en conjunción entre periodismo e historia, entre responsabilidad social y entretenimiento. Garriga pasó veinticuatro años en el exilio. El general golpista Queipo de Llano amenazó con fusilarle cuando entraran a Barcelona. Teodor Garriga es, todavía hoy, con 98 años, viva presencia de toda la extensión del exilio.


EL EXILIO DE TEODOR GARRIGA El exilio fue una gran experiencia para mi vida, porque pude subsistir y hube de trabajar en muchas cosas. Menos de comadrona, he tenido que hacer un poco de todo; hasta fui miembro del Intelligence Service sin saberlo. Para Cataluña, en cambio, el exilio fue una gran sombra. La gente tuvo que irse porque tenía miedo y sabían que los iban a fusilar. Pero había una cierta candidez en los campos de concentración. Cuando las fuerzas de Franco querían cazar a algún refugiado republicano que estaba en el extranjero detenían a sus esposas, las torturaban y les obligan a escribir a sus maridos con avales falsos, para que regresaran. Entonces, las personas que estaban todavía en Argelers, recibían cartas que les hacían creer que no les pasaría nada, con avales de rectores o de patrones donde habían trabajado. Todo era falso y cuando llegábamos a la frontera íbamos a parar directamente en el Campo de la Bota. Eso lo supe por mi mujer que fue una de las primeras mujeres que llegó a Francia después de la ocupación de Franco, para decirme que si recibía este tipo de carta, no le hiciera caso. Y yo tenía un amigo en Argelers, que se apellidaba Solsona, que recibió la carta y decidió regresar. Yo le contesté que no fuera y, efectivamente, el pobre Solsona no llegó ni a Barcelona. Lo fusilaron. Y era el presidente de fomento de la Sardana…


Yo no era nada más que un sencillo locutor de radio que se había tenido que exiliar porque estaba condenado a muerte por la radio, por el mismo general Queipo de Llano, que había amenazado con colgarme en el centro de la Plaza de Cataluña cuando entrara a Barcelona. Pero no le di tiempo porque me fui el día anterior. El papel de la radio durante la guerra fue el de un medio sin control, y del todo al servicio de la República. Durante todo el desarrollo de la guerra no recibí a ningún individuo de la censura, ¡No había!, estaba claro que la teníamos que hacer nosotros mismos, porque según lo que dijeras podían venir los de la FAI y te podían liquidar; pero no había censura, no había desorden, sólo la buena voluntad de las personas que luchábamos por la República. El mismo 26 de enero me di cuenta que yo, que era el presidente del Sindicato de Empleados de Emisoras de Radio de toda España, que me había dejado en el Paseo de Gracia documentación que podía perjudicar a terceras personas. Así que, cuando ya estaba en Granollers, habiendo salido a las dos de la madrugada, tenía que regresar a las siete de la mañana para poder destruir todo lo que quedaba en el despacho. Una vez en el Alt Empordà, el desorden era espantoso. Allí la aviación franquista bombardeaba y ametrallaba sin piedad a la gente que estaba en la carretera, de manera que se tenían que esconder por los campos. Las familias que venían del sur de


España, con los carros cargados de colchones y otras cosas más estrambóticas, se desviaban por caminos aledaños a la carretera, por miedo a que regresara de nuevo la aviación. Tenían la esperanza de que ese camino posiblemente los llevara a Francia; pero cuando el camino se acababa, al final de un bosque, tenían que abandonarlo; incluso ahí se deshacían las familias. Hasta el extremo que, saliendo una noche de Vilafant, me encontré a las cinco o seis de la mañana a un hombre muy viejo que se había colgado de un árbol. Recuerdo que sólo llevaba una esparteña23. Al pie del árbol había una maleta con niño pequeño que había muerto de frío, abandonado durante la noche. Era una cosa espantosa, trágica. El paso por la frontera fue como el de todo el mundo, con los gendarmes revolviendo las maletas. Una vez cruzada, nos pusieron en un campo pequeño lleno de nieve y el ejército nos vigilaba desde arriba de la carretera. Después fui al campo de concentración de Argelers y me dio la sensación, visto de lejos, que era como una noche de San Juan (Sant Joan) pero trágica; como en Barcelona, donde la gente se concentraba en la playa para comer alguna cosa como una sandía, con espectaculares fuegos pirotécnicos, sólo que aquí la gente que 23

La alpargata o esparteña es un tipo de calzado de lona con suela de esparto o cáñamo, que se asegura por simple ajuste o con cintas. Se utiliza principalmente en España, Francia y varias zonas de Hispanoamérica.


había quemaba neumáticos y se juntaba sólo para calentarse. Cabe decir que Francia hizo lo que buenamente pudo en esta situación. No se esperaban una avalancha de 600.000 personas, nos tuvieron que poner en campos de concentración; ahora bien, la población, las amas de casa y las dueñas salían con platos de comida en los apeaderos de los caminos cuando íbamos hacia el campo de Argelers. El pueblo francés tuvo una actitud admirable. Del campo de Argelers salí a cabo de poco tiempo, porque el antiguo senador Clemenceau se interesó por mí. El mismo día que dejaba el campo, ya hacía tres años que Franco era reconocido por el gobierno francés. Por eso comencé a trabajar con el comité británico de ayuda a los refugiados españoles, donde estaba Donald Darwin, que era miembro del Intelligence Service británico. Lo conocía por haberlo presentado en diversas ocasiones para Ràdio Associació de Catalunya (RAC) y en el exilio me encomendó llevar a cabo lo que ya había hecho en Cataluña: escuchar las emisoras de Franco, las pocas que se podían escuchar, y también, escribir un reportaje cada día que daría a una secretaria suya. También me hacía ir a la frontera para interrogar a las mujeres que pasaban porque quería saber si había cañones, militares, etc. Es decir que, sin saberlo, creo que fui miembro del Intelligence Service.


También intervine muchísimo en la organización del primer barco que se hizo para llevar a los refugiados hacia México, el Sinaia. Yo pude haber ido, pero estaba obsesionado con quedarme cerca de Cataluña, que era donde tenía a mi mujer y a mis hijos, que llegarían unos meses más tarde. Además, ahí habían personas que no sabían muy bien a dónde iban. Sabían que iban a América; pero no muy bien donde, ellos lo que querían era huir de Francia. Los había que no tenían ni un centavo para poner un sello a las cartas que querían enviar a su familia y nos las daban, las lanzaban pidiéndonos que las cerráramos y les pusiéramos el sello para que pudiera llegar a su destino. Es una de las visiones trágicas que tengo de aquella despedida. El ambiente y la sensación eran de un patetismo absoluto. Durante la guerra mundial me afilié al Partido Socialista y habíamos de seguir las consignas dentro de la Resistencia. Mi papel fue el de enlace con el comité de guerrilleros, en un pueblo medio abandonado, que habíamos repoblado los refugiados catalanes; pero un día los alemanes descubrieron a un maqui que se había escondido, y vino todo un regimiento. Nos detuvieron y nos llevaron a Montalban. Como los EE.UU. todavía no habían declarado la guerra, los del Socorro Cuáquero Americano hicieron gestiones para que fuéramos liberados. A pesar de aquello, nos llevaron de un lado a otro, entre la Wermacht y la Gestapo…


no nos querían en ningún sitio, estuvimos a punto de ser fusilados en el pie del museo de Ingres. Nos dieron unas buenas cachetadas… A mí me rompieron todos los dientes y me llevaron hasta un tren que me debía de llevar a Mauthausen, supongo. Entre nosotros había una persona que tenía un gato hidráulico, con eso hicimos saltar las planchas de metal del vagón; con el tren en marcha nos tuvimos que lanzar, uno tras otro, al lado de las ruedas. Se murieron dos o tres…. De mí se hizo cargo la resistencia francesa en un bosque cercano a Vivre, allá me incorporé definitivamente a la Résistance, hasta que liberaron Francia. El gobierno francés no nos otorgó, empero, ninguna medalla ni nos hizo ningún reconocimiento. Sólo tengo un certificado de la Résistance. Lo que sí que se puede explicar sin ninguna pena de decirlo es que me querían dar una pensión y yo dije que no, cuando uno está siendo bien acogido por un país no debe de tener ninguna recompensa. Es nuestro agradecimiento hacia ellos. No me dieron ninguna medalla, ni la quiero. Cuando llegó la liberación de Francia, antes de que cayera París, los alemanes ya se estaban retirando de todos lados. Los refugiados que éramos a Penne-du-Tarn, y a pesar del alcalde petainista, vimos que aquello se acababa, y como éramos muchos catalanes, colgamos la bandera catalana, la republicana y la francesa en el campanario de la iglesia. Entonces, vino el alcalde y dijo atemorizado:


“¡Quítenlo, quítenlo, que los alemanes que están todavía por aquí nos fusilaran a todos!”. Cuando se liberó finalmente al pueblo, organicé una manifestación religiosa, cívica y patriótica con las escuelas y los antiguos combatientes, recorrimos las ruinas gloriosas del pueblo con la bandera catalana, la de la República y la francesa. Mi exilio acabó en 1963, cuando regresé después de veinticuatro años a Cataluña, una Cataluña oprimida. Yo venía de un país con toda clase de libertades y el cambio fue muy grande. Pero de todos modos, no había ya aquella represión feroz de los primeros años del franquismo. La prueba era que yo, que era director de hotel, hacía de intérprete de francés en la comisaría cerca de a casa. Una vez fui a presentar una denuncia y lo primero que hacían siempre era pedir los antecedentes penales; aunque les hacía de intérprete, y me conocían, los solicitaron. Descubrieron que yo era un “rojo separatista”. Aquel señor que me interrogaba y me conocía bien me hizo ir al despacho del comisario principal, el señor Gómez, que me atizó: “!Pero podría haberme dicho que usted era rojo separatista!”, y yo le dije: “Hombre, separatista no, porque yo quiero una Cataluña muy unida”, a lo que replicó: “Esto es peor todavía”. Por suerte no me pasó nada.


TERESA ROVIRA Nos encontramos en su discreto departamento, lleno de recuerdos, libros y papeles de su padre Antoni Rovira i Virgili. Me acompaña la periodista Lali Ferrer, que ha sido la voz clara del programa de Catalunya Ràdio, Veus de l’exili. Aparecen, en sucesión, todo un cúmulo de recuerdos sobre la Cataluña en construcción, bibliotecas y escuelas, revistas y actividades; de los años treinta en Francia, o mejor, Occitania. Primero, en la acogedora Tolosa de Languedoc y Montpellier; después de la guerra mundial llegaría el regreso, para algunos cerca, a la Cataluña Norte, donde encontrarían la paz y la muerte en silencio. Como historiador y político fue una de las plumas más interesantes e importantes del primer tercio de siglo y fallece en Perpiñán, en diciembre de 1949. Para los exiliados el franquismo levantó una muralla, ni podían regresar a su casa, ni sus familiares podían ir a verlos, hubo que esperar hasta el final de la Gran Guerra para poderse abrazar. Teresa Rovira había obtenido un pasaporte español válido nada más por tres meses, en el año de 1948,


para ir a Cataluña y poder visitar a sus suegros con su hijo en Sant Feliu de Guíxols. Antoni Rovira le escribe y leemos las cartas en su espléndido trabajo Cartes de l’exili, con casi medio millar de misivas escritas durante diez años de alejamiento de la tierra propia. Era el 7 de julio de 1948. El exilio marca, pues, la vida de Teresa. Estudió en Monpellier siete años a pesar de todas las dificultades: los refugiados no cerraban la puerta con llave porque no tenían nada que proteger. Sólo tristezas y alegrías. En 1946 se casó con otro joven exiliado, Felip Calvet. Ese mismo año, Teresa fue reina de los Juegos Florales 24 de Barcelona, celebrados en Perpiñán. Regresó a Cataluña definitivamente en 1953. Después de cinco años de trabajo en la biblioteca de Esparreguera, trabajó en la Biblioteca de Catalunya y en la Direcció de Biblioteques Populars. Una vida con libros, aunque el Estado no le ha ayudado nada a conservarlos. En Salamanca todavía tienen 17 sacos con libros y 34 “atados” que estaban en la torre de su padre, en Horta. El Estado democrático español no los devolvió. Un estado que no devuelve propiedades que posee sin ningún documento (donación, compra o expropiación) tiene un nombre y se llama delito. Teresa Rovira, sin embargo, con el recuerdo de la rica personalidad de su papá no se enoja. Quien ha visto su país levantado y lo ve aplastado tiene capacidad de resistencia. Recupera la obra de 24

Jocs Florals en catalán.


su padre, con amor y sentido de país: redacta la bibliografía de los artículos, más de diez mil; recupera libros para que sean reeditados… Lucidez que permite comparar aquellas generaciones con las actuales: “No nos hemos rehecho del todo”. L’EXILI DE TERESA ROVIRA La madrugada del martes, 24 de enero de 1939, salíamos de Barcelona —dos días antes de que entraran los franquistas— mis padres, mi hermano de diez años y yo, que acababa de cumplir veinte. Eran los últimos días de la Cataluña republicana, descritos por mi padre, Antoni Rovira i Virgili, en el libro que lleva este título. Hasta la víspera, mi vida había sido la de cada día. Con la aviación franquista castigando la ciudad, el hambre, el ir y venir a pie desde casa —a Horta— a la Escola de Bibliotecàries, donde estudiaba. Pero aquel lunes 23 de enero los bombardeos eran constantes, los franquistas tocaban la puerta y la caída de Barcelona era inminente. El presidente Companys se había ido el domingo 22, recuerda Carles Pi i Sunyer en sus Memòries; ya no había lugar para optimismo ni esperanza. Jordi Rubió, director de aquella gloriosa escuela de bibliotecarios de los años treinta, escribía en el que tenía que ser su último Diari de classe: “Las alarmas constantes no nos dejaron hacer nada… Ya no nos reuniríamos


más en l’Escola para hacer clases”. Y mi padre, en el capítulo de su libro que corresponde al mismo día, dice: “Estalla un nuevo bombardeo. Al cesar el ruido, salgo a la calle con mi hija. Ella se dirige a l’Escola de Bibliotecàries. No hay clase, porque las clases han sido suspendidas en todos los establecimientos docentes; asimismo, quiere ir, comprende el carácter de despedida que tiene esta visita y está muy afectada”. La madrugada del día siguiente, día 24, empezaba el éxodo para nosotros. La ruta del exilio, en diversas etapas, zigzagueante, subiendo en uno y otro coche, con sus trozos a pie; la última parte del viaje en autobús, donde dormíamos entre inacabables hileras de vehículos de todas clases: unos parados, los otros avanzando a trompicones, otros abandonados. Y por en medio, gente y más gente. A pie, cargados con morrales o arrastrando carretones; con un frío muy intenso, y de repente, la lluvia. La Conreria, Girona, Olot… Aquella noche en el mas de Bell-lloc25, —mitad masía, mitad castillo—, en un valle desierto y silencioso de Cantallops, en medio de un paisaje indómito e impresionante. Desde el mas de Bell-lloc, haciendo parte del camino en coche, parte en autobús y otra más a pie, 25

El vocablo mas significa cortijo en catalán: el mas de Bell·lloc.


nos trasladábamos hasta can Perxés, el mas de l’Agullana —más adelante mítico— con su gran terraza y una espléndida panorámica del Alt Empordà. Destinado para acoger a los intelectuales, era ahí donde se habían ido refugiando políticos, funcionarios y simples ciudadanos. Ya no quedaban más habitaciones, camas o colchones y con muchas dificultades, casi ni comida. Los recién llegados nos teníamos que instalar en la gran sala de la planta baja, rodeada de retablos medievales que resguardaban las paredes, que habían sido llevados ahí para protegerlos de los bombardeos. Sin cama, sin camastros y sin espacio; sentados en sillas o bancos, o bien sobre el equipaje, así intentábamos dormir. Y no podíamos quejarnos. Afuera la lluvia no cesaba, llovía a cántaros, “todos pensamos en aquella multitud de personas que esos días había invadido las carreteras y había improvisado aquellos campamentos a ras del cielo”, dice Rovira i Virgili en Els darrers dies de la Catalunya republicana; “a las penalidades y a los peligros del éxodo viene a sumársele la impiedad de esta torrencial lluvia de invierno”, escribe. El día 31 de enero, repartidos en un viejo autocar y el Bibliobús de las bibliotecas del frente, atravesábamos la línea fronteriza. Después de unos cuantos días en Perpiñán —durmiendo en el autobús—, al atardecer del día 5 de febrero, salíamos en tren hacia Toulouse de Lenguadoc. Entonces ya sabíamos que profesores de la


universidad —como el doctor Camille Soulà, de Medicina— y otros ilustrados, habían organizado la residencia para intelectuales exiliados, instalada en la antigua local de los Pompiers. Pocos días después, un sobrino del Dr. Soulà nos ofreció acogernos en su casa. Era médico y alcalde de Rieumes, un pueblito cerca de la histórica Villa de Muret. Fue en el ambiente de aquella casa, espaciosa y cómoda, en el que mi padre comenzó a escribir Els darrers dies de la Catalunya republicana… “Siempre había visto a mi padre escribiendo”, decía mi hermano Antoni; “darme cuenta que se volvía a poner a escribir me tranquilizó, me provocó una sensación de normalidad”. También representó para él cierta “normalidad” comenzar a ir a la escuela comunal. Ahora, le extrañó ser el petit espagnol y no se acabó de acostumbrar nunca del todo. Estábamos en la primavera de 1939 y ya se había creado la llamada Residencia de los Intelectuales en Montpellier. Nos trasladábamos a finales de mayo y allí viviríamos durante siete años. Eran tiempos dramáticos y, a pesar de todo, para los más jóvenes con buenos recuerdos. Quisimos mucho a esa ciudad tan bonita. Tenía el Lycée o la universidad —con profesores como Agustin Fliche, Marc Bloch o Pierre Gourou, que después se volverían célebres—. Ahí también se iniciaron amistades que habían de durar toda la vida: las


familias Torres, Barrera, Lloret, Guinart, Josep M. Corredor, Riera… A finales del verano, el 3 de septiembre, estallaba la guerra, que se veía venir desde hacía tiempo atrás y que los exiliados recibíamos con temor, pero también con esperanza: de momento era la drôle de guerre, y se pasaron meses con los frentes inactivos. La guerra de verdad no iba a empezar hasta junio de 1940, con la toma de París y una fácil invasión de Francia. Después del armisticio franco-alemán, Francia quedó dividida en dos zonas: la primera, ocupada por los alemanes; y la otra, gobernada aparentemente desde Vichy. A principio de octubre comienzan a correr rumores —pronto confirmados—, que el presidente Companys había sido detenido por la policía franquista con la ayuda de la Gestapo, entregado a Franco y, posteriormente, fusilado en el Castillo de Montjuïc el día 15 de octubre26. A la inseguridad de la situación de los refugiados se añadía ahora el peligro de los nazis y la amenaza de la miseria. Legalmente no se podía trabajar y la mayor parte de los refugiados de Montpellier vivíamos de subsidios y de becas. Muchos refugiados se dedican aquel otoño —como el del año 1939— a la vendimia y, todos, procuraron encontrar algún medio que les permitiera subsistir. Entre los refugiados apareció una industria 26

Joseph Irla, presidente del Parlament, se convierte entonces —siguiendo el Estatuto interior— presidente de la Generalitat y A. Rovira, presidente del Parlament.


improvisada, la fabricación de espardeñas 27 y zapatos de rafia. Los zapatos de cuero eran imposibles de encontrar. Llegó el hambre y el frío de aquellos inviernos crudos de 1940-41 y 1941-42. No todo el mundo es capaz de resistir a las privaciones, las largas colas en plena helada, al desánimo y la nostalgia. Nuestra madre moría a principios de febrero de 1942, después de una corta enfermedad. El fin de un estilo de vida que había significado para ella, muy pronto, el final de su propia vida. La situación, bastante difícil e incierta, se va hizo más grave cuando los nazis, a principios de noviembre, ocupan la zona de Francia hasta entonces considerada “libre” y entran a Montpellier. Hasta el año 1944, todo fue mucho más duro, rodeados de nazis, de la Gestapo, de miliciens de Vichy, con la amenaza de ser detenidos o deportados. En Montpellier nos salvó, sobre todo, la protección de personalidades como Jean Sarrailh, por aquel entonces, rector de la Universidad de Montpellier; así como la ayuda de una parte de la población como la comunidad protestante, el mundo universitario y también gente anónima y sencilla. Así, a nosotros, los masovers murcianos de una masía junto a nuestra casa, nos proveían, clandestinamente, de verduras y frutas. Allí iba cuando obscurecía con mi hermano, bordeando la vía del tren en medio de los cañizales y con el 27

Alpargatas en castellano, especie de chancla de manufactura artesanal típica de Cataluña.


sonido del viento entre las cañas nos imaginábamos, muy a menudo, que eran gendarmes que estaban esperándonos, que vendrían a quitarnos todo lo que lleváramos encima e iríamos a la cárcel. Mientras tanto, ya en el año de 1943, los acontecimientos de la guerra evolucionaban favorablemente. Vendría la liberación de Francia. Los aliados desembarcaban en las costas de Normandía en junio de 1944 y en el mes de agosto en el sureste de Francia; Montepellier fue liberado el 24 de este mes. Llegaría el final de la guerra y la derrota de los fascismos. El final del régimen franquista parecía bien próximo. Nunca se había vivido en el exilio un tiempo de tanta esperanza, ni la frase tanta veces repetida, “las navidades que vienen las pasaremos en nuestro hogar”, había sido dicha con tanto convencimiento. Pero pronto fueron llegando las decepciones, los desengaños. Durante los años 1944-46, la condena del régimen franquista había sido unánime. Sin embargo, lejos de hechos aislados, la condena no iba más allá de un compendio de buenas palabras. A partir, sobre todo, de 1948, se iban perdiendo las esperanzas de un cambio de régimen en el Estado español. El régimen franquista se fortalecía y comenzaban a verse algunas puertas entreabiertas. Desde el año de 1946 vivíamos en Perpiñán —más allá del Pont Vermell, al costado de la carretera de Sant Esteve— donde, entre muchos


otros, nos encontramos con el grupo de exiliados procedentes de Acció Catalana, como Amadeu Hurtado, Ferran Cuito o Claudi Ametlla. Los domingos, por la tarde, éramos muchos los que nos encontrábamos en su casa; cuando llegábamos nosotros a Perpiñán, ya casi no se cabía. A partir de 1948, los regresos a Cataluña de todos los que podían eran cada vez más numerosos y la tertulia se fue difuminando. Los que quedábamos sentíamos, más y más fuerte, una sensación de solitud que se hizo todavía más inmensa cuando, el día de Navidad, moría repentinamente Pompeu Fabra. Esta muerte afectó a mi papá que, a pesar de su optimismo de siempre, comenzaba a sentir el peso de la desesperanza, de los esfuerzos en vano, del desengaño e, incluso, del temor delante de un futuro que se entreveía cada vez más obscuro. Continuó trabajando hasta el día antes de su muerte — ocurrida el día 5 de diciembre de 1949— en el pequeño apartamento de Perpiñán, cerca de los huertos de sombríos caminos por los cuales disfrutaba pasear cada día.


HERIBERT BARRERA Nace en Barcelona en 1917, fue soldado de la artillería y sufrió el exilio, como su padre, también diputado —y conseller de la Generalitat— en el Parlamento catalán. Heribert Barrera se exilió en Montpellier desde 1939 hasta 1952, donde estudió las licenciaturas de física y matemáticas y obtuvo el grado de ingeniero químico en la Universidad de Montpellier, y el grado de doctor en ciencias físicas en la Sorbona de París. En la universidad occitana fue profesor ayudante y también becario en los EUA. Fue licenciado, más adelante, en ciencias químicas en la Universidad de Barcelona. En 1970, fue nombrado catedrático, contratado por la Universidad Autónoma de Barcelona. Publicó diversos trabajos científicos de su especialidad. Vinculado al IEC


(Instituto de Estudios Catalanes), organización de la que es miembro emérito, fue presidente de la Sección de Ciencias y de la Sociedad Catalana de Ciencias Físicas, Químicas y Matemáticas. Fue presidente del Parlamento catalán de 1980 a 1984 y del Ateneu Barcelonés (1989-1997). Como político participó en la reconstrucción de ERC, donde ejerció como secretario general (1976-1987) y presidente (1991-1995). Nos explica el exilio en el estudio número 7, del primer piso de los estudios de Catalunya Ràdio; lo hace calmadamente, reviviendo el sentido de lección en sus palabras: conocer el exilio para saber el porqué de la evolución de Cataluña. Lo hace clara y lentamente, como profesor competente y político experimentado. Salen algunos nombres de Montpellier, como el de Teresa Rovira; aparecen los momentos de la resistencia cultural y la organización política de lucha. Un sentido de continuidad que, como con su padre, Martí Barrera, expone la línea ideológica a seguir y que la represión del franquismo no fuera una ruptura que hablara de dos países extraños. Diferente es la Cataluña de ayer y la hoy, sí, pero común en rasgos identitarios. Este sentido profundo de las cosas es el que lo hace trabajar en


política durante la dictadura, la transición y la democracia.

EL EXILIO DE HERIBERT BARRERA Cuando marché al exilio ya tenía cierta conciencia de que sería largo y duro. Lo predije en tiempos de la guerra, cuando era soldado en el frente; pero también al principio, a través de la visión de mi padre. Tengo la impresión de que en aquel momento yo ya sabía que no era una cuestión de meses, sino que era un cambio muy profundo en el país. En aquel momento también temíamos que hubiera un cambio profundísimo en Europa. La guerra se veía como algo inminente. Hasta ese momento, Hitler no había hecho otra cosa que ir triunfando e imponiendo su voluntad. Todos éramos concientes de que la política seguida por los ingleses y los franceses, había sido una política de cobardía y quedaba, por tanto, la posibilidad de que nuestro caso no fuera un caso aislado, sino que el


fascismo dominara toda Europa. Por eso veíamos las cosas muy negras Así lo veía yo con 21 años. El verdadero drama del exilio fue, sobre todo, el de la gente que tenía más de cincuenta años para arriba y de los muchos que se acercaban a esa edad. Personas como mi padre, por ejemplo, que de golpe se le hundía el mundo enfrente. Los que teníamos veinte años, teníamos la vida por delante y había mil posibilidades; poseíamos el optimismo que va ligado inevitablemente a la juventud. Unos, pensaban que estaban a tiempo de irse para América y, los demás, pensaban que no había mal que durara cien años; cuando tienes toda la vida por delante, no tienes la sensación de haberlo perdido todo porque no tienes casi nada. Después de haber estado bastantes meses en el frente de Aragón, y después, en el del Segre; al final de la guerra me encontraba en la escuela de guerra en Barcelona. Y en la escuela, un día nos dicen que vamos a tomar un tren hacia Figueres. Anteriormente, los de mi promoción ya habíamos pasado el examen y, suponiendo que hubiéramos salido, habríamos sido como mínimo sargentos. Lo que queríamos era regresar al frente, pero el director nos dijo que de poco serviría y que valía más que


cumpliéramos con las órdenes. De manera que fuimos en tren hasta Figueres y pasamos unos días en el castillo, de ahí caminando hasta Pont de Molins, donde también estuvimos unos días, y de ahí a Maçanet de Cabrenys y, por les Salines, fuimos a parar a Ceret. Recuerdo pasar la línea de la frontera, como yo, muchos otros arrojaban las metralletas por el barranco: era más prudente pasar desarmado. Fuimos bajando por caminos forestales hasta llegar a Ceret, donde nos esperaban los gendarmes. Ahí pasamos la noche en uno de aquellos campamentos improvisados durmiendo a ras de cielo, naturalmente. Al día siguiente nos hacen ir a pie hasta Argelers. Entonces hubiéramos podido escaparnos, pero el problema era que si te escapabas, ¿qué hacías?, no teníamos ni un centavo en las bolsas y tampoco conocíamos a nadie. Para mi era la primera vez que ponía los pies fuera del Estado español. Con este panorama, por lo tanto, no tenía ningún sentido escaparse. Una vez llegamos al campo, ahí estuve unos días con muchas dificultades para comer y pelado de frío. Vivíamos como podíamos. Tuve la mala


suerte, además de ser miope, de que se me rompieran los anteojos, pero sobreviví. Tuve la suerte de que un amigo de mi padre, Pere Bosch Gimpera, que había sido rector de la Universidad Autónoma de Barcelona, pasaba por el campo y me había reconocido. Yo a él no, puesto que, ¡no veía nada! No me dijo nada, pero con mucho acierto hizo otra cosa mucho más importante: le dijo inmediatamente a mi padre, ya en Perpiñán, que yo estaba en Argelers. Como mi padre conocía a un diputado socialista francés, pudo conseguir que me hicieran un certificado donde decía que él se haría cargo de mí y de todos los gastos. Así pude salir del campo de concentración, uno de los lugares más horripilantes que he visto jamás en toda mi vida. Era horrible, nos lanzaban el pan como lanzaban los cacahuates a los monos del zoológico. Cuando salí de ahí, mis padres me esperaban. Mi madre me había comprado ropa y me llevaron a unos baños. Una vez limpio y vestido, me llevaron a un restaurante en Perpiñán y, para mí, aquello fue un festín; no solamente por el hambre que había pasado en el campo; sino por el hambre que había pasado durante muchos años. En el frente, por ejemplo, los días de operaciones comíamos una lata


de sardinas y el chusco28, de manera que tenía mucho apetito acumulado. Mis padres estaban alojados en un departamentito de un médico ciego en Narbona. Y me fui a vivir con ellos. Aquél señor fue realmente muy gentil con nosotros. Ahí pasé algunas semanas, con los problemas que todos los refugiados pobres tenían: vivir el día a día. Se vivía con un poco de dinero que se iba consiguiendo cada día, o bien, cada semana. No podíamos confiar en que llegara dinero de Cataluña, si nos lo enviaban. Mi padre era diputado y tenía un trato privilegiado; pero era un privilegio muy pequeño, que te permitía sobrevivir, nada más. Yo tenía unos cuantos amigos en una residencia de estudiantes en Montpellier. Ahí el comité británico de ayuda a los refugiados se había hecho cargo de un grupo de catalanes; después de hacer algunas gestiones, yo pude ir. Debían ser quince o dieciséis, entre los cuales estaban Francesc Dalmau, Manuel Cruells, Jaume Picas y Alexandre Cirici. Estábamos bien ahí, en aquella residencia. El único pequeño problema que teníamos era que no nos pagaban el almuerzo; pero teníamos nuestros 28

Pieza de pan, más pequeña que la barra, que se repartía en el ejército.


trucos: primero comíamos el segundo plato para que después nos trajeran el primero y, cuando ya habíamos acabado, pedíamos otra vez el segundo. Tenía 21 años y, a pesar de todo lo que habíamos pasado, y los desastres de la guerra, eran tiempos felices. Montpellier era una ciudad agradable y teníamos todo el tiempo para nosotros. En cuanto pudimos, intentamos hacer cosas en la universidad; muchos siguieron los cursos de lengua francesa para extranjeros. Yo no necesitaba demasiado porque ya sabía bastante francés. Simplemente fui a darle seguimiento a los cursos del Instituto de Química sin estar matriculado. En Montpellier estuve trece años, hasta 1952. Allí había una residencia de intelectuales dirigida desde París por la Fundación Ramon Llull. Mis padres, con el tiempo, vinieron de Narbona a Montpellier. Nosotros estábamos bajo la protección oficial de la Generalitat, en el sentido que se había organizado esta residencia y se ocupaba de los gastos de la gente, con una economía estrictamente vigilada. Además, se había constituido un comité de acogida francés y todos sus integrantes eran personas con solvencia y prestigio.


Mientras no había guerra, todo iba relativamente bien, hasta la Fundación Ramón Llull se había preocupado por los estudiantes que estábamos en Montpellier, y pensando en nuestro futuro, había organizado clases de inglés. Todo se estropeó a principios de septiembre, cuando estalló la guerra mundial. Entonces, los franceses extremaron las medidas de seguridad y las posibilidades económicas de la Fundación se vieron muy comprometidas. Pero continuamos con los papeles y con el alojamiento. A partir del primer momento de la ocupación alemana, la Fundación pudo hacer bien poco desde el punto de vista económico; hasta que llegó el momento en que todo el mundo se tuvo que espabilar. Sin embargo, los que pudimos estar ahí durante aquel periodo, nos podemos considerar muy afortunados, sin duda. Entre muchas de las calamidades que tuve que pasar, también existía algún privilegio y, uno de ellos, fue el de conocer a personas como Pompeu Fabra. Tuve la ocasión de tratar mucho con él pese a la diferencia de edad, el recuerdo que me dejó es imborrable porque era un hombre de una modestia... Acogía bien a todo el mundo, en especial a los jóvenes. Yo ya lo conocía de Barcelona, de la


Universidad Autónoma. Además, durante los acontecimientos de 1934, había sido hecho prisionero en un barco junto con mi padre. Yo ya sabía quién era y conocía bien su obra; pero al ver su sencillez y lo poco pretencioso que era, aquello fue un gran descubrimiento. Durante los años de exilio no dejó nunca sus tareas ni sus esperanzas; continuaba pensando en su obra y en las cosas que tenía pendientes por hacer. Como me tenía confianza, me permitía hacer los comentarios de algunas de las palabras sobre química para su diccionario, alguna que él quería corregir… Naturalmente, el día de su entierro, fui desde Montpellier a Prada, y lo cargué, con otros, sobre mis hombros. Escribí un pequeño artículo en La Humanitat, el periódico que publicaba Esquerra Republicana, decía: “Esta Navidad de 1948 hemos perdido al más grande de los catalanes vivos”. También conocí muy a fondo al presidente Companys, porque ya lo conocía de antes de la guerra, cuando nos hizo una visita en Francia. Se había reunido con los estudiantes y recuerdo unas palabras suyas llenas de clarividencia que causarían en todos una honda impresión: “Piensen que Cataluña sólo nos tiene a nosotros”, como


queriéndonos prevenir de ser demasiado generosos, alistarnos en ejércitos aliados… Y tenía toda la razón, porque los hechos han demostrado que nadie hizo nada por nosotros desde el punto de vista político. Cataluña sólo tenía a catalanes como nosotros que todavía creíamos en ella. Recuerdo aquellas palabras tan dramáticas y no las olvidaré nunca. La siguiente oportunidad en la que tuve noticias de él fue cuando supe que lo habían fusilado en Montjuïc. Regresé a Cataluña en 1952, aunque había ido antes. En 1948 hice un viaje con papeles falsos pasando a pie la frontera, toda la noche caminando. Tomé el tren en Figueres y me vine hasta Barcelona. Mi madre vivía ahí desde hacía unos cuantos años. Estaba todo lleno de banderas del Movimiento. Además, en el verano, de 1950, había venido con el pasaporte y, en 1952, regresaría para instalarme definitivamente. La Cataluña que encontrábamos era radicalmente distinta a la que habíamos dejado. Al primer contacto, nueve años después de marcharme, veía cómo el país había cambiado completamente. Y la gente también había cambiado. Los exiliados no ignorábamos en absoluto lo que era la Cataluña franquista, lo


sabíamos mediante cartas, pero personas que habían ido y venido y nos enviaban periódicos, teníamos radio… Ahora, una cosa es saberlo teóricamente y otra es vivirlo. El exilio es un drama para todos, en nuestro caso duró muchos años. Estaban los que eran optimistas y decían que Franco duraría muy poco tiempo, pero pronto se desengañaron… Poco a poco iba volviendo la gente, y poco a poco, también, habían más de los que pensaban en no regresar, y otros tenían siempre presente la idea del regreso en las condiciones que fueran, aunque fuera como vencidos. Nuestro exilio estuvo motivado por el peligro de muerte y se extendió a muchas personas y duró por muchos años. Ha sido duro, pero a su vez fue una escuela que nos enseñó a relativizar opiniones y maneras de ver la vida.


GUILLERMINA PEIRÓ Nacida en Mataró (1924), conserva la presencia y energía de su padre, que se convierte constante en la preservación de su referencia para las nuevas generaciones. Este es el objetivo por el cual, muy mayor y enferma, viene desde Mataró a Barcelona en un taxi para hablar en nombre de su padre. Todo un personaje. Nos citamos en los estudios de Catalunya Ràdio, el 20 de septiembre del 2005. Ella mantiene su energía, pese los años, bien notable y la vuelca en preservar la memoria del que fue destacado dirigente en los años treinta, hasta que hubo de morir bajo las balas franquistas en la valenciana ciudad de Paterna, muy a pesar de los numerosos testimonios en su defensa, que buscaban salvar su vida, él que había defendido tantas otras29. Aparece inmediatamente al arrancar con la conversación el tema central: la muerte o asesinato de su padre, el ministro Joan Peiró, trabajador del 29

Véase en A. Balcells, dentro de Violència social i poder polític, Barcelona; Pòrtic, 2001.


vidrio en Mataró, influyente dirigente anarquista, colaborador de la prensa y hombre de profunda influencia en el movimiento cenetista moderado. Guillermina vivió la retirada, el paso por la frontera y la nueva vida en una Francia muy acogedora hasta 1945. A partir de entonces, una vida de trabajo y de introspección, lo que se denomina de manera clara: exilio interior, por la dificultad de poder vivir abierta y libremente. Durante el franquismo participó en el combate obrero desde su sitio de trabajadora del vidrio de Mataró. Posteriormente, trabajó en unos laboratorios con la CNT y, a continuación, en la CGT, con huelgas y movilizaciones en contra de la dictadura. Durante la democracia recibe numerosos reconocimientos, destacan la medalla Macià (2005) y el premio de Òmnium Cultural de Mataró (2006). EL EXILIO DE GUILLERMINA PEIRÓ Al inicio el exilio fue duro, pero una vez ya exiliados, hicimos vida normal. Nosotros salimos de Mataró el 24 de enero. De Mataró hasta Figueres fuimos en coche y de Figueres a la frontera fuimos caminando. Antes, estuvimos un día en Bescanó, de Bescanó a


Figueres y, de Figueres, mi padre nos llevó hasta la frontera. Pero no le abrían y mi padre tuvo que dar la vuelta. En Figueres, en el castillo, donde debía de hacerse el último consejo de gobierno de la República. Nosotros nos quedamos esperando a que abrieran la frontera, aunque estuvimos tres días ahí y no nos dejaban entrar. De manera que mi madre dijo: “Aquí nos moriremos todos: o caja o faja”. Fue así como atravesamos a pie los Pirineos y fuimos a dar a La Vajol y, de ahí, al Pertús, donde nos recogerían unos camiones. Aquello fue terrible, veías la desesperación en madres e hijos que eran separados unos de otros. Pero en aquel momento vivíamos cosas tan trágicas, que sólo podíamos pensar en salvarnos y sobrevivir. Cuando suceden estas tragedias los valores desaparecen, te conviertes en una bestia y sólo ves por ti mismo. Yo, afortunadamente, en mi propia casa no lo viví, debido a que parecía la casa de todo el mundo, nos venían a pedir asilo y todo… Todos tenían miedo, pero como yo era joven, no veía tanto el peligro, pero las personas mayores sí. Todos esos momentos fueron terribles y a veces pienso cómo es posible que los haya vivido y


soportado. Y mira que decían que bombardeaban “por España y por Dios”; y eso que las leyes de Dios dicen: “No matarás”. No lo tenían para nada en cuenta, puesto que ahí estábamos las mujeres y las criaturas. Sea como sea, mi madre había tomado la decisión de cruzar la frontera. Íbamos mi mamá, mi hermana mayor con su hijo de seis años, mi hermana menor de siete años y mi hermano, también mi cuñada (que llevaba un sobrino) y más gente de Mataró. No me había llevado nada más que lo que traía puesto y todo lo que quedó lo habían quemado. Nos pusieron en campos de concentración; a mi hermano, en uno y a mi madre, hermanas y a mí, en otro. Ahí nos daban leche, pan y plátanos. Después estuvimos tres días paradas en una vía muerta, hasta que llegó un tren de larga distancia que nos llevaría a la Bretaña francesa, fue en febrero de 1939. Donde tuvimos la suerte de que el director del refugio fuera socialista y estábamos como en un cuarto. Pero no tuvimos malos tratos; de hecho, estuvimos muy bien tratados. Lo único era que la propaganda de los fascistas franceses decía que nos lo comeríamos todo, así que algunos nos tiraban


hasta piedras; pero cuando vieron que éramos pacíficos, querían ser amigos nuestros y entonces nosotros ya no queríamos. Ahí estuve cinco meses. Cuando salimos nos dirigimos a Narbona, donde mi padre había alquilado una torre entre 1939 y 1940. Yo tenía 14 años. Fue en Narbona donde nos habíamos reencontrado todos, pues mi padre y mis hermanos pudieron salir del campo de concentración al cabo de unos cuatro o cinco meses. En Francia estuvimos hasta 1945, durante aquellos años hubo ahí de todo, nos habían hecho pésima propaganda y para ellos éramos como demonios con cola y todo, hubo gente que se lo creyó y gente que no. Pero en general me sentí respetada y querida. Mi casa siempre estaba llena de gente, hasta el día que mi padre se fue a París. Antes de irse, en 1939, lo vinieron a buscar desde España para ver si quería volver, esta vez, con todas las garantías, y formar el sindicato vertical. Mi padre dijo que no, a pesar de que en aquel momento él no trabajaba y sólo contaba con la asignación del gobierno. Por suerte mis hermanos encontraron trabajo en París. Cuando mi padre tuvo que ir a París fue esa la última vez que lo vi. Era querido ahí donde iba y era


tan coherente que fue víctima de su propia coherencia. Nosotros lo hemos heredado, por suerte o por desgracia; por eso, dos hermanos míos fueron voluntarios en la guerra, porque mi padre quiso que fueran como hijos de su madre y que yo vendimiara en Narbona. No había privilegios para ninguno de nosotros. Un día en Narbona llamaron a la puerta dos compañeros republicanos que preguntaban por mi padre. En ese momento él no estaba, porque cuando intentó pasar a la zona libre en Narbona, los gendarmes lo encerraron en la zona ocupada y eso por no haber querido delatar la red clandestina que pasaba camaradas a la zona libre; los compañeros republicanos lo estaban esperando, pero él estaba en manos de la Gestapo que lo extraditaría a España. Así lo hicieron: lo apresaron y llevaron a Madrid. Querían que delatara y formara el sindicato vertical, pero él se negaba. Un compañero de Perpiñán nos dijo que en España había mucha represión. Él lo sabía… y nos llegó un aviso de la alcaldía de Narbona para que fuéramos al ayuntamiento; allí el alcalde colaboracionista nos dio la noticia: nuestro padre había sido fusilado en Paterna a las seis de la mañana. Mi hermana,


pobrecita, se desmayó; y yo, que tenía dieciséis o diecisiete años, recuerdo aquel hombre tan amable, tan... fríamente amable. A mí me duelen más las palizas que le dieron que las balas que lo mataron. Él, que era antibelicista y respetaba a todo el mundo... ¡Eso, cuando lo pienso, es lo que más me duele! Mi padre siempre nos inculcó unos principios que continuo manteniendo con mucho orgullo; por ejemplo, no estoy ni bautizada y he continuado con toda la trayectoria que me enseñaron en casa. De hecho, mi padre siempre decía: “Cuando tengas veinte años, haz lo que quieras; cuando tengas veinte años y sepas lo que haces”. Y en este sentido he tenido la suerte de que allí donde he ido se me ha recibido con cortesía porque no hay nadie que tenga nada en contra de mi padre ni en contra mi madre. Sólo tuve un problema cuando trabajaba en Mataró, en los años cincuenta, porque todo el mundo rezaba, y yo no. Así que me llamaron al despacho y me dijeron que o bien me bautizaba y seguía como todo el mundo las pautas del trabajo y rezaba, o que lo mejor era que me marchara. Y me marché. Mi padre me enseñó que había que respetar la libertad de los demás y a mí no me la


respetaban, mientras que yo sí lo hacía porque paraba la máquina cuando tocaba rezar, y además, yo salía perdiendo, pues si no trabajabas, no ganabas... Mi madre nos decía: “Si alguna vez me ven enferma, no me dejen morir en Francia”, y cuando los médicos nos dijeron que ya no había nada que hacer, con lo poquito que teníamos regresamos a Cataluña pensando que podríamos volver de nuevo a Francia. Pero no pudimos volver porque nos quitaron el pasaporte en Girona y tuvimos que estar tres días en un hotel. Finalmente, pudimos salir para Mataró. Sea como sea, mi padre fue un gran hombre, eso por descontado; pero mi madre también fue una gran mujer por todo lo que aguantó y el amor que se tenían, como Romeo y Julieta. Así, finalmente, juntamos en 1989 a mi padre y a mi madre una vez ya fallecidos y permanecen juntos en el cementerio de Mataró. En general, puedo decir que estoy muy satisfecha de mi actuación y la de mi familia. Luché, sigo luchando y lucharé para mantener la memoria histórica.


AMÈLIA TRUETA Es la hija mayor del prestigioso cirujano y traumatólogo, Josep Trueta, y quizá, precisamente por el hecho de ser la mayor, es la que ha tenido más cuidado con todo lo que se refiere a su padre desde que murió. Inclusive hasta ella y su marido tradujeron al inglés Fragments d’una vida, las memorias del padre. Cuando habla, se le nota la enorme estima y admiración que le tenía y tiene. Como su madre también se llamaba Amèlia, cuando ella habla de su hija en sus escritos, a menudo la llamaba “Amelieta”. Conserva el discurrir sereno de una educación rigurosa y eficaz, impregnada de valores y principios, una educación en tierra de libertad. Siempre disponible, como su hermana Montserrat, para participar en el esfuerzo de divulgar la memoria del ayer e implicarse en el presente y el futuro. La actividad desarrollada en Inglaterra la ayudó en el sentido de hacer su catalanidad más persistente. Así, ayudó a su padre en la publicación de la todavía muy interesante y útil (reeditada) The Spirit of Catalonia.


Cuando Amèlia regresa a Cataluña, en 1983, se implica en diversas iniciativas cívicas, ciudadanas y sociales; sobre todo a las que hacían referencia a la lengua catalana. Nos encontramos en el estudio de Catalunya Ràdio, el 30 de septiembre del 2005. Se explica con nitidez, de acuerdo a su excelente educación (historia moderna en la Universidad de Oxford) recibida en tierras de calidad y libertad.

EL EXILIO DE AMÈLIA TRUETA Mi exilio comenzó antes de lo normal, en 1936, dos años y medio antes del de mis padres. Tres meses después de comenzar la guerra lo arreglaron todo para que mi hermana Montserrat y yo pudiéramos ir a una escuela inglesa en Francia con tal de no tener que sufrir hambre y bombas. Durante dos años estuvimos en Francia, lejos de la familia y de la patria, con la incertidumbre siempre de lo que estaba pasando en España, y cómo acabaría, y con los rumores que corrían sobre la guerra mundial. Todo junto era demasiado angustiante.


Mi padre era jefe de cirugía de lo que hoy es el Hospital de Sant Pau y fue uno de los últimos en cruzar la frontera. Cuando salió, muerto de hambre, se tuvo que ir al primer restaurante que encontró y pidió una “tortilla a la francesa” con dos huevos y pan blanco, pero sólo llevaba pesetas y como era republicano le dijeron que no las aceptaban. Entonces, tuvo que dejar un reloj de oro muy bonito que, por suerte, un amigo suyo recuperó al cabo del tiempo. Al salir de nuestra patria, lo esperaban dos médicas inglesas que habían estado en Barcelona durante la guerra y habían visto el tratamiento de las heridas de guerra que empleaba. Aquellas médicas lo invitaron a pasar un par de semanas en Londres para explicar sus experiencias como cirujano. De manera que, entre enero y febrero de 1939, mi padre y mi madre fueron a Londres. De hecho, el exilio de mi padre fue muy triste, sobre todo porque fue la época en que estaba comenzando a hacer cosas interesantes. Tenía formado a su equipo, todo funcionaba bien y, de golpe, una barbaridad tan brutal como una guerra civil; todo comienza a mal encaminarse y, encima, pierdes la patria.


Él salió en enero de 1939 por la Jonquera, yo estaba en un pueblecito en la parte francesa con mi madre y mis hermanas. Recuerdo que el amo del hotel era prorrepublicano y había puesto en la calle una olla inmensa de sopa. Así las personas que íbamos bajando, llenos de nieve y helados, nos la daban. Preguntábamos a todo el mundo si habían visto a mi padre y estuvimos mucho tiempo sin saber si estaba vivo o muerto, hasta que, gracias a Dios, un día apareció. Entonces aceptó la invitación para ir a Inglaterra, donde podía ayudar con sus experiencias, y fue allí con mi mamá. Al llegar lo plantaron en un auditorio lleno de médicos, jefes de cirugía de los ejércitos... Pero no sabía inglés, de manera que comenzó en francés y un muchacho lo iba traduciendo. Fue así, entre la traducción, la gesticulación y los ruidos que hacía como pronunció su conferencia. Mi padre siempre decía que una de las razones por las cuales no lo dejaron irse es porque nadie entendió ni una sola palabra de lo que allí explicó y dijeron: “Este señor se queda aquí con su mujer, que aprenda el inglés y así nos explicará sus conocimientos y sus experiencias”. Este fue el aspecto más positivo de su exilio, porque las


maravillas físicas y científicas que allí realizó no las podría haber hecho aquí. En Oxford le dejaron operar enseguida. Al mes de haber empezado la guerra mundial ya estaba en el quirófano. Allá fue investigando y le facilitaban laboratorios, material, cosas que aquí eran inconcebibles y que serían difíciles de conseguir incluso ahora. Mi exilio fue de otra manera. A nosotras, a las tres niñas (la pequeña tenía sólo cuatro años) nos dejaron en el sur de Francia. Era una casa para hijos de refugiados intelectuales; pero resultó ser peor de lo que nos esperábamos. Estuvimos solas, tres meses, hasta que nos fuimos a Londres. Como la escuela a la que habíamos ido era inglesa, aprendí el idioma, y cuando llegamos a Inglaterra, yo, que debía tener unos catorce años, era la única que hablaba inglés. Entonces, mi padre, que había publicado un libro aquí y sólo llevaba una copia en el bolsillo en catalán, me plantó delante una máquina de escribir y traduje su libro, porque en aquellos momentos no encontramos a nadie en Inglaterra que supiera catalán. De manera que puedo decir que mi exilio consistió en hacerme casi británica. Inglaterra me gustaba mucho, al cabo de los años me casé con un


británico y he vivido aquí toda mi vida. Son personas magnificas, pero en tiempos de guerra en todas partes se pasa mal. En el fondo, mi familia fue de las afortunadas, entre otras cosas porque tuvimos la suerte de que en Oxford no bombardeaban. Muy a pesar de todo aquello, el miedo siempre estaba presente por lo que pudiera venir. Intentábamos siempre vivir con optimismo y pensando que la guerra se tenía que acabar. Después, decíamos que los aliados tenían que ganarla seguro, que Franco caería y volveríamos a nuestra casa, que la próxima Navidad volveríamos... También recuerdo la relación de mi padre con Pau Casals. Cuando acabó la guerra en 1945, mi padre vino a pasar unos días a Andorra. Allí nos reencontramos con toda la familia. El año 1952 fue la primera vez que entramos en Cataluña con pasaporte británico. Cada viaje que hacíamos, pasábamos por Prada para ver a Pau Casals, era un buen amigo de mi padre. Alguna vez él había venido a Londres a tocar y habíamos ido a verle. Cuando me casé en octubre de 1947, mi padre lo invitó. Pero él le contestó, por carta, que no vendría. Es un documento que todavía se conserva, está en la Biblioteca de Catalunya. Le explicaba la razón por la


cual no vendría a mi boda: él en Inglaterra no pondría los pies porque no ayudaban a echar a Franco del poder. La carta también decía que el día de mi boda, desde su casa, tocaría pensando en mí El cant dels ocells, con su violonchelo, algo que a mi me toca el corazón porque era tan bello y tan buena persona... Era un angelito traído a la Tierra, encantador... Mi padre le enseñaba sobre cosas médicas personales. Incluso mis padres fueron a verle cuando ya estaba en Puerto Rico, había una relación preciosa. Me alegro que ninguno de los dos hiciera política. Mi padre ya la hacía con el bisturí y, Casals, con el violonchelo, así lo decía el mismo. Mi padre lo hacía todo por su patria: “Cataluña, Cataluña”. Por eso volvimos en 1967, con pasaporte británico, ya jubilado y con 70 años. Estaba muy triste; mentalmente se encontraba perfecto, estaba en plena euforia y aquí lo arrinconaron. Las cosas habían cambiado mucho. Nos habían vaciado la casa y habían hecho una hoguera con toda la biblioteca en el piso de la calle París. Muchos años después, recibimos una llamada del hijo de un coronel que había muerto, nos dijo que fuéramos a agarrar las cosas que eran nuestras, y así lo


hicimos. Recuperamos cuadros, botes de farmacia y otros objetos que tenían un importante valor sentimental. Con el tiempo, la fama que tenía mi padre se esparció rápidamente, su nombre se escuchaba en determinadas esferas y fue médico de personas “importantes” y de “renombre”. Así le fue posible continuar aplicando sus conocimientos durante muchos años más.

NÚRIA PI-SUNYER Hija de Carles Pi i Sunyer, conseller de la Generalitat republicana con los presidentes Macià y Companys, alcalde de Barcelona y ministro de la República. Núria Pi-Sunyer emprendió el exilio en


abril de 1938, con 14 años, cuando todavía era adolescente. Lo hizo con parte de su familia más próxima, dejando en Cataluña a su padre y a su hermano mayor movilizado. Su exilio lo pasó un año en Francia; once años en Inglaterra, cuando ya se había perdido la guerra, con la familia completa, donde vivió toda la segunda guerra mundial; dos años en Estados Unidos estudiando, y veintidós en Venezuela en un exilio más pacífico, donde se casó con el fisiólogo y diabetólogo, Rossend Carrasco i Formiguera, miembro de una familia profundamente politizada. Tuvo mucha importancia el entorno donde se vivió, con la dificultad de aprender idiomas y el factor de aculturación, el proceso en cada uno del cambio cultural, en que resulta que el exilio siempre es una experiencia de aprendizaje. Después de 36 años que duró este exilio, de morir su padre en Caracas en 1971, regresó a Cataluña en 1974. Actualmente, junto con sus hermanos Carolina y Oriol, forma parte del patronato de la Fundació Carles Pi i Sunyer de estudios Autonómicos y Locales y, además, preside la Fundació Rossend Carrasco i Formiguera para la Investigación y Tratamiento de la diabetes. Acaban de aparecer las memorias L’exili manllevat, donde el verso: “Vivimos


de prestado” de la poetisa Núria Parés, exiliada en México, le inspiró el título del libro. EL EXILIO DE NÚRIA PI-SUNYER Mi exilio comenzó el 6 de abril de 1938, cuando tenía catorce años. Mi padre, en aquel momento, era conseller de Cultura i d’Ensenyament en el último gobierno de guerra que presidía el presidente Companys. En el momento en que las tropas franquistas invadieron Cataluña y conquistaron todo el extremo de Lleida, parecía que al cabo de ocho o diez días podrían llegar a Barcelona; de manera que el presidente decidió que no quería tener ningún tipo de presión familiar de sus consellers y altos cargos para que no perturbaran las decisiones que había que tomar. Así que el 6 de abril de 1938, yo estaba con mi hermano más pequeño, Oriol, en la Jonquera, en casa de mis abuelos maternos, cuando recibimos la noticia de que mi mamá nos venía a buscar con un coche oficial para llevarnos a Portbou, y allá cruzar la frontera con el fin de evitar el Pertús, donde había más espías y todo el mundo nos conocía.


La expedición la encabezaba la señora Companys, Carme Ballester; con la hija del presidente, María; la señora Tarradellas y la esposa del presidente del Tribunal de Casación de Cataluña, Josep Andreu i Abelló. También estaba mi tío August, hermano grande de mi padre, y nuestra tía Carme. Llegamos hasta Cervera (Francia) juntos, y ahí nos dispersamos. Nosotros hacia Toulouse, donde pasamos tres meses. Más tarde fuimos a París; donde meses más tarde seguimos con la retirada en enero y febrero de 1939 con angustia, ya que sabíamos que nuestro padre estaba cerca de la frontera en Agullana y, de hecho, el 5 de febrero cruzó la frontera como miembro del Govern de Catalunya, encabezado por el presidente Companys, y junto con el gobierno vasco con el Lehendakari, José Antonio Aguirre, al frente. Mientras estábamos en París, vivimos todo lo que pasó durante la retirada por los periódicos y una carta de nuestro padre enviada desde Agullana en aquellos momentos difíciles. Mi padre siempre había tenido la idea de irse a Inglaterra y fue posible gracias a la amistad entablada en Barcelona con el señor Cown, que estaba relacionado con los servicios secretos


ingleses. Así, en abril de 1939, nos refugiamos en Inglaterra. Este era otro privilegio, pues no llegaba ahí todo el mundo. Y fue un choque. La lengua es un choque. Pero también, al principio, la manera de ser de los ingleses. Y aunque nos acostumbramos muy bien, creo que, desde entonces, la manera como nos influyó aquel país nos ha sorprendido. En Londres vivimos toda la guerra mundial, muy pendientes de qué pasaba en Cataluña, como cuando supimos que habían fusilado al presidente Companys. Un día, mientras mi familia estaba en un refugio, me quedé con mi padre a escuchar las noticias de las nueve de la noche de la BBC, fue entonces, cuando se rumoreaba que el presidente de Cataluña, el señor Lluís Companys, había sido fusilado aquella madrugada. Conocí poco al presidente Companys, pero le traté más durante los dos o tres meses que mi padre se quedó en París después de la salida; ya que de vez en cuando venía a casa a hablar con él. Era un hombre cordial, afable, muy expresivo y sobrecogido por las circunstancias. Cuando mi padre le planteó que le gustaría ir a Inglaterra, él le dijo que le parecía muy bien, pues así se reforzaba más la Generalitat. De hecho, fue no sólo con el beneplácito


del presidente, sino como su representante en Inglaterra. En el Reino Unido, más adelante, se formó el Consell Nacional de Catalunya, cuando Inglaterra fue la única nación del continente europeo que quedó libre de la ocupación nazi. Más adelante, ya liberada Francia, se constituyó el gobierno de la Generalitat en el exilio y Carles Pi i Sunyer fue miembro de aquel Gobierno. El sucesor de Companys, Josep Irla, vivió medio escondido sin poder hacer nada. Después de la larga estancia en Inglaterra fuimos a Venezuela y fue sobre todo por motivos económicos. Venezuela fue un oasis. Un clima bueno, con todo tipo de facilidades, pues era el momento álgido de la ciudad y del país. Descubrimos un trópico y una sociedad muy agradable. Creo que de todos los exilios, el de Inglaterra fue el más interesante, pero el de gran felicidad fue el de Venezuela. Nos convenía tanto encontrar un clima de tranquilidad tanto meteorológica como espiritual. En Caracas íbamos a menudo al Centro Catalán, donde realizaban todo tipo de actividades políticas y sociales. Era un centro muy activo, como


lo había sido el Casal Catalán de Londres pero en circunstancias muy diferentes. En el exilio contó mucho el hecho de tener raíces, cosa que logró reforzar mucho el sentido de familia, de patria, de paisaje. Todo lo que ya tenías dentro era muy valioso y creo que tuvimos mucha suerte. Mi valoración del exilio es que nos afectó para siempre y jamás habríamos sido lo que somos sin él. Lo continuamos llevando dentro. Hoy, a pesar de haber vuelto hace más de treinta años y pasado el choque de la vuelta, aún pesa mucho. Poco a poco te vas acostumbrando y encuentras el que es tú país; pero también cuentan los otros países donde has vivido. Al menos, para mí cuentan. Somos lo que hacemos y lo que la vida nos ha hecho.

MARCEL·LÍ GARRIGA El suyo es un testimonio vital que trasvasa afecto con intensidad. Con sus 90 años desprende una notable vitalidad, resultado de una vida de solidaridad y de contacto con la naturaleza. Su ser emana el compromiso con la acción por la igualdad y los valores del republicanismo puro. Nos encontramos en su Vilanova i la Geltrú, a orillas del mar, con el olor de las redes y la sal marina, en el pequeño patio de su casa de


pescadores de los años treinta, típico y sencillo como unos modos de vida que han desaparecido... Ahora, por los años con los que cuenta, es de los últimos testimonios catalanes del horror de Mauthausen, Dachau... Para Garriga, el nombre es Buchenwald. Hace unos meses ha desaparecido Vincenç Henric, que nos confió la edición de sus memorias que hemos publicado en catalán (después de la primera edición en francés, escrita en su Catalunya Nord); él, un hombre resistente y demócrata, que pensaba en catalán, tuvo que escribir en francés. Al verlas, una vez más, pensando en las que acaba de escribir Garriga, me entristezco por el inexorable paso de los años, por ésta tenue sombra que se cuela cuando nos ponemos con desenvoltura a recordar vida y combates con una naturalidad que nos abruma y que rápido nos contagia su calor. Nos pasamos toda la tarde del 22 de septiembre del 2005, hasta que la noche nos expulsa. Sus palabras, junto con las de su mujer, que interviene para concretar; con todo y que ellas permanecen en silencio escuchando el largo, dramático testimonio de casi tres horas; a pesar de que el tono es de naturalidad, frescor sin ninguna ambición de trascendencia. Simplemente explica la realidad pasada, sin amargura o cinismo, con la seguridad de que no volverá. Garriga desgrana su vida desde la retirada hasta hoy: la guerra y la desesperación del cierre de tantas puertas que se cierran, campo de internamiento en Argelers con la visión de un mundo empantanado al otro lado de los Pirineos, con grupos de trabajo que posibilitan la vida. Después del horror de la guerra, otro


periplo que infunde pavor: detención por los nazis, más campos, ahora de concentración, su vida y final — transitorio— en París, donde se concentraban los internos, y una nueva vida en una Cataluña aún sin libertad. Convivimos con la vida a pesar de los golpes y el dolor. EL EXILIO DE MARCEL·LÍ GARRIGA Nací en 1916 en Vilanova i la Geltrú. Soy hijo de pescadores y este fue mi oficio hasta que comenzó la guerra. Entonces yo tenía 20 años, soy de la generación que más se involucró cuando fuimos a la guerra, la juventud. Militaba en la CNT y fui como voluntario a la frontera con el ejército popular de la República. Después pasé por la “escola de guerra” con el sindicato, que eran la mayoría de Vilanova y en general de Cataluña. Fue entonces, cuando pasé a Aragón con el ejército y después luché en Lleida hasta que nos fuimos a la batalla del Ebro. Cuando ya llevaban un mes, entré en la batalla y estuve ahí hasta el final. Fueron cuatro meses de hambre, sed y mucha metralla, en la primera línea. Estoy vivo de milagro. Si fuera creyente, creería en milagros porque después de ver tanta pelea y tantos muertos... Y no sé porqué, es como la lotería; yo no hice nada para evitarlo, ya que íbamos avanzando todos juntos. Tuve muchísima suerte. Además, teníamos poco armamento, éramos hombres contra armas. La noche de Navidad estábamos en Lleida y nos hicieron correr para el frente. Fuimos a retener el avance enemigo, pero no pudimos pararle. Igualmente, de Lleida


a Barcelona tardamos más de un mes en llegar, cuando la distancia es de dos horas. Poco después caí enfermo debido al agotamiento y al hambre. Un médico me llevo a un hospital de Barcelona. Ahí, al día siguiente, nos dijeron que Franco estaba bajando por Montjuïc. Todos los que podíamos valernos mínimamente por nosotros mismos marchamos. Los trenes ya no funcionaban, todo estaba parado y los comercios saqueados. Llegamos a la carretera de Badalona que iba hacia Francia pasando por Mataró y Girona. Allí había coches, camiones, carros, gente a pie, civiles, soldados, enfermos, mujeres, criaturas... Todos huían de Barcelona. Yo pude agarrar un camión donde habían soldados heridos y así fui hasta Girona. Por el camino también nos metrallaban. Lo hicieron sin parar hasta llegar a la frontera. Incluso en Girona, donde no había fuerza ninguna ni soldados, bombardeaban también. Después de la guerra muchos, como yo, nos retiramos hasta Francia, donde no había ni bombardeos ni metralla. Ya no teníamos esa sensación de miedo. Respirábamos. Fui al campo de Argelers, donde estuve nueve meses, porque hacían presión para que regresáramos a España o nos enroláramos en la legión extranjera. Algunos lo hicieron, otros regresaron a España y conozco algún caso de personas que regresaron y fueron fusiladas. Yo, como ya me imaginaba aquello, no quise regresar y la legión extranjera tampoco me hacía tanta gracia. Los franceses no se esperaban aquella avalancha humana, se encontraban desbordados: ¡quinientas mil personas! En general tuvimos muy buena acogida y nos topamos con


gente muy buena. En Francia pude hacer muy buenas amistades, con todo y la propaganda que nos hacían de que matábamos y asesinábamos. Había personas que nos tenían miedo. En Argelers dormíamos sobre la arena. Un día, cuando me desperté, no me podía levantar. Había hecho tanto frío que no me podía ni mover. Había mucha sarna y los piojos nos acompañaron durante toda la guerra, como no teníamos asistencia alguna, nos frotábamos con la arena. No teníamos ropa ni para cambiarnos. Más tarde, montaron un servicio sanitario donde curaron mi sarna. Después de estar en Argelers, cuando ya habían marchado muchos (unos a España y otros a compañías de trabajo), a los pocos que quedábamos nos llevaron a Sant Cebrià y ahí estuvimos muchos meses en barrancones de madera, hasta que los alemanes entraron en Francia y los franceses nos obligaron a salir. Entonces me fui a una compañía de trabajo y fui por los alrededores de Poitiers. Estaba en unas pedreras donde no hacíamos nada. Cuando entraron los alemanes, íbamos avanzando y se repetía lo que había sucedido aquí, salvo que los alemanes no metrallaban tanto como los de aquí, sólo iban avanzando. Marchamos de la compañía de trabajo y me añadí a la gente que iba hacia el sur y así llegue a Burdeos. Allí había un caos... Fui a parar a la casa de unos exiliados españoles donde dormían veinte refugiados en el suelo, como podíamos. Porque los alemanes continuaron avanzando y llegaron a Burdeos. Así que marchamos a Toulouse españoles, polacos, judíos, franceses... Ahí fui a trabajar en un fábrica que fracasó y estuve yendo de aquí para


allá. Nos decían: “Mañana vayan a aquella fábrica que necesita gente...”, y así lo hacíamos. Al cabo de cinco días hacia a otra fábrica, así hasta que fuimos a parar a Perpiñán y de nuevo a los campos de concentración. Ahí organizaban compañías de trabajo y acabé en un pueblo cerca de Marsella, donde trabajábamos en el bosque. Más tarde, un empresario me contrató también para talar árboles, pero como empleado civil en otra población, donde estuve por un largo tiempo. De ahí me fui porque, como había sido pescador, me gustaba más ir a pescar que cortar leña en la montaña, y me fui a un pueblo de mar cercano a la frontera y, está claro, era más peligroso porque los alemanes vigilaban mucho la frontera. Hasta que me agarraron. Primero me registraron y me desnudaron, luego me llevaron a Portvendres en una moto con carrito aledaño, tipo sidecar. Había dos soldados encima de la moto, yo iba delante, en el sidecar y otro iba detrás de mí y me apuntaba con una pistola en la nuca. En Portvendres pude reunirme con otros muchachos que también habían agarrado. Éramos una veintena: polacos, canadienses, franceses, un italiano... Entonces nos pusieron en una camioneta para llevarnos a la prisión de Perpiñán, en el castillo. Nos llevaron por pasajes subterráneos hasta el sótano que era para los caballos, para después trasladarnos al norte de Francia, donde llevaban a todos los que se amontonaban por Francia y no los encerraban en las prisiones, en Compiègne. Ahí había un sitio para los judíos y otro para el resto. Como tenían miedo de que los judíos se camuflaran, nos hicieron a todos salir al patio y bajarnos los pantalones. Un tribunal de militares alemanes miraba


si estábamos circuncidados. Nos iban mirando uno por uno, quizás éramos más de mil y teníamos que desfilar delante de ellos. Y sí, efectivamente, entre nosotros había judíos ocultándose. Pues bien, entonces, cuando éramos muchos, fletaban trenes para llevarnos a campos de concentración alemanes, como bien Dachau, Mauthausen... Yo hacia Buchenwald, en un tren para bueyes, durante tres días y tres noches sin poder comer, ni beber, ni nada... Estábamos encerrados como los animales, sólo había una ventana pequeñita para respirar. Cuando salimos del tren era de noche y no nos decían para adonde teníamos que ir. Nada más nos metían de garrotazos. Todos corrían como podían para llegar al campo. Yo veía cómo iban cayendo compañeros, pero no podía pararme, tenía que seguir. Uno de nuestra fila que sabía alemán gritó que se había quedado ciego porque no dejaban de darle golpes sin descanso. Ahí estuve un año y medio hasta el día que llegaron los americanos. Costaba creer lo que estaba pasando, con todo y haber escuchado lo que eran los campos de concentración alemanes. No entendíamos el alemán y un día, un alemán que estaba con nosotros, nos daba la bienvenida y nos ofrecía ayuda con total amabilidad, pero yo no le entendí, pensaba que nos estaba amenazando, que nos quería matar; con aquel idioma tan duro tenías la sensación de que se trataba de una amenaza. Después supe que era el jefe de aquel barracón y que era un ex comunista que nos daba la bienvenida.


Habían personas de muchas nacionalidades e ideologías: comunistas, socialistas, ¡hasta capellanes! Ahí sólo pensábamos en la supervivencia, en poder comer. En el campo, como yo era fuerte, ágil y muy vivo, pude trampear el asunto. Tenía 25 años. El que era muy joven o muy viejo, no resistía, era muy jodido. Allí la suerte era que aquellos alemanes que habían encerrado antes de que llegáramos nosotros consiguieron que la administración del campo se dejara a los presos. Los nazis vigilaban por encima mientras que la administración del trabajo y la disciplina estaban a cargo de aquellos alemanes, que en su gran mayoría eran comunistas. Entonces, cuando llegaron a levantar el campo las Brigadas Internacionales, ellos ayudaron mucho a esos alemanes. A nosotros también nos ayudaron mucho. A los españoles nos sirvió de mucho su ayuda, buscaban colocarnos en trabajos, por ejemplo, en la cocina. Por la mañana nos obligaban a lavarnos de cintura para arriba y salir al patio para contarnos. Tardaban cuatro horas. Si estabas medio muerto tenías que aguantar ahí hasta que te contaran. Hasta que las cuentas cuadraran. Entonces, deshacíamos la formación y formábamos comandos o grupos de trabajo y salíamos. Nos daban un trozo de pan y una especie de butifarra para todo el día. Nos pasábamos el día trabajando hasta las seis o siete de la tarde, cuando se hacía oscuro. Al principio nos tocaba trabajar con pica y pala. Mientras lo hacíamos nos ponían en distintos grupos de trabajo, de manera que como habían muchos grupos de trabajo y mucha gente, yo me desviaba del mío y hacía algún otro


trabajo. Unos españoles también intentaron eso, pero a ellos los agarraron. Yo tuve suerte. Cuando acabábamos el trabajo, regresábamos al campo y nos contaban otra vez hasta que les cuadraban los números. Se hacía tranquilamente hasta las doce de la noche. Cuando ya estábamos, nos daban un plato de sopa con cuatro porquerías hervidas y a dormir. Además, recuerdo que hacía mucho frío. Nevó hasta el mes de marzo e íbamos descalzos. Con la movilización por la guerra, los empresarios alemanes se encontraron sin mano de obra y hubieron empresas que llevaron la fábrica al campo. Había una que fabricaba fusiles y otra de óptica. En la primera, los aliados bombardearon con la mala suerte de hacerlo con los prisioneros que estábamos ahí dentro. Deshicieron la fábrica pero, por suerte, me salvé. En aquel campo, donde debía de haber unas 25.000 personas, los españoles no debíamos de llegar al centenar. Nos reuníamos todos: comunistas, socialistas, daba igual. Teníamos un delegado que se reunía con los delegados de otras nacionalidades, de manera que había una organización subterránea. Cuando llego la liberación, habían comenzado a evacuar los campos para no dejar testigos. Nosotros pensamos: no nos dejaremos evacuar, nos la jugaremos. Estuvimos con esta tensión tres o cuatro días. Ellos no tuvieron tiempo de hacer nada con los quinientos o seiscientos muertos que tenían allí apilados. Entre aquella pila todavía se podía percibir la oscilación de una mano... Cuando llegaron los americanos se encontraron con todo aquello. ¡Los periodistas no dejaban de hacer fotos!


Nosotros sabíamos que los americanos avanzaban y un día, cuando nos habíamos despertado, ya no había nadie, se habían ido todos. Éramos libres. Libres sí, pero... ¿Adónde íbamos? En el campo aún estuvimos un mes más. Nos trajeron comida y algunos se pusieron enfermos de tanto comer e inclusive algunos murieron. De vez en cuando, salíamos a los pueblos de los alrededores, como Weimar. ¿Qué podíamos hacer? ¿Adónde podíamos ir? Cada nación se interesó por los suyos y los vinieron a buscar. Pero los españoles no podíamos regresar a España, éramos la única nacionalidad que no podía regresar a su casa. Los franceses se encargaron de los españoles que habíamos sido capturados en su país, y en camiones llegamos hasta Holanda para regresar, una vez más, a Francia. En Francia sabíamos que había regresado la libertad, pero no sabía qué hacer ni qué decir, estaba como atontado. Entre el ejército, la guerra y los campos de concentración me sentía perdido, desorientado. Como no tenía familia en Francia, me llevaron a un chalet con una polaca, un argelino, una alemana y otro español... ¡Vaya mezcla! Allí estuvimos muchos días, hasta que poco a poco nos fuimos marchando. Yo pude alquilar una habitación en París donde, poco a poco, pude recuperar la noción de vida civil, conocer gente, buscar trabajo. En París estaba muy bien, toda la vida me he arrepentido de volver, pero como tenía a mi hermano y a mi hermana en Cataluña, me convencieron para regresar. Mi hermana pensaba que me habían cortado los brazos. Se hablaba tantísimo de los campos de


concentración... Decidí, por eso, regresar a España y que vieran que estaba bien. Cuando llegué a la estación de Francia (en Barcelona), el mundo me cayó encima, puesto que venía de la ciudad de la luz a una Barcelona obscura, sucia... Fui a casa de mis hermanos y comencé a trabajar aquí pero dando lata siempre para ver si podía regresar; pero no pude. No porque no me dejaran, si debía salir tenía que ser por la frontera, a pie. Como en la frontera había vigilancia y los maquis, pensé que si me agarraban, me fusilaban y por eso aguanté; me casé y tuve hijos. La vida aquí fue evolucionando. Para mí, es importante que se sepa lo que pasó durante la guerra civil y el exilio. Que se diga la verdad, no lo que han explicado durante cuarenta años, y que sirva de ejemplo. En el mundo se necesita tener tolerancia con aquel que tiene una idea, una religión, un color de piel diferente... Si no se tiene, el mundo es un caos. Esta es la única forma de evitar que vuelva a repetirse lo que sucedió.


TERESA PÀMIES Escritora y colaboradora de la prensa con un pasado de lucha relevante. Joven militante comunista, pasó de su Balaguer nativo (1919) al centro de la Barcelona revolucionaria de la guerra, donde vivió intensamente sus años de juventud comprometida con el ideal que debería de cambiar al mundo. Delegada de la Joventut del Partit Socialista Unificat, es decir, los comunistas catalanes obedientes a Moscú, se entregó con toda la fuerza que solamente tiene la juventud. Sus Escrits de guerra, editados recientemente, son un testimonio preciso de este corage para entregarse a la revolución por la libertad y la igualdad. Ha escrito mucho sobre su largo exilio después de la experiencia bélica que provocó que viajara en actos de propaganda en pos de la amenazada República y por la frágil ideología más allá de los muros estalinistas que entonces se veían solamente como puertas de solidaridad que escondían terribles secretos que los años nos desvelan pero que en aquel entonces pocos sabían, las víctimas y verdugos, pocos más, fuera de gobernantes impotentes o ineptos. Teresa Pàmies se entregó por un mundo mejor desde muy joven y el exilio fue para ella la vida en su totalidad. Su labor continua siendo de luchadora, desde Radio


Pineraica y tantas otras tribunas. El exilio, en Europa, lo vivió como un acto más por la causa vital que defendió. Hija del militante Josep Pàmies, ha dejado un libro precioso, firmado por los dos: Testament a Praga (premio Pla 1970) —es un diálogo, evocación y reflexión sobre la vida y la revolución, desde el amor filial, desde las posiciones generacionales, donde el exilio aparece intuido no como un paréntesis, sino como un nivel más en un proceso colectivo que cabe superar, y no ignorar —. Entre medio, está claro, para los militantes comunistas contra el franquismo, el sufrimiento de la lucha al que cabría sumar la cuota del exilio: la solitud en medio de la multitud, la añoranza de lo dejado atrás y la angustia por el futuro. Si el trabajo lograba ocultarlo, los días señalados volvía a aparecer, entre llantos amargos e impotencia vital, un mundo no deseado mientra los ideales se iban sumiendo en el túnel del tiempo donde recuerdos y sueños se fundían. Teresa Pamiès evolucionó desde la posición de la obediencia absoluta al dogma a la reflexión libre personal. Literariamente posee una obra relevante, libros sobre la guerra y el exilio (Quan érem capitans, Quan érem refugiats), reeditado con el título Memòries de guerre i d’exili (2002), incluye el recuerdo de los amigos del exilio. Una amplia obra donde los testimonios son siempre presentes. Su obra incluye libros de viajes, memorias, novelas y textos basados en el trabajo


periodístico. Ha ganado el Premi d’Honor de les Lletres Catalanes.

L’EXILI DE TERESA PÀMIES Tengo 86 años y me he pasado más de cuarenta en el exilio como miles y miles de derrotados en aquella guerra contra el fascismo que asumimos. El exilio no fue lo mismo para todos, porque dependía mucho del sitio donde se había encontrado acogida y de la organización de los mismos exiliados. Muchos tuvieron que espabilarse por su cuenta, y fue muy penoso. Pero también hubo muchos, entre los cuales tengo la suerte de contarme, que disfrutábamos de la solidaridad y de las personas que simpatizaban con la causa de la República española, y con la de Cataluña. También había mucha gente organizada, militantes de organizaciones de exiliados que, más que solidaridad, nos ofrecían fraternidad. Mi experiencia, si tiene un valor hoy en día, después de tantos años, es por el sentido pedagógico y ético que se desprende. Siempre me ha preocupado ofrecer un testimonio de esta realidad y he intentando que mis libros reflejen la realidad que me tocó vivir, sin pretensiones; ya que soy consciente que un


acontecimiento histórico lo pueden vivir veinte personas y puede haber veinte versiones distintas, porque no todos lo ven y viven igual, depende de sus circunstancias. Por eso existe una bibliografía muy extensa y podemos tener la satisfacción de saber lo que pasó, contribuyendo entre todos. Mi libro Quan érem refugiats comienza exactamente cuando pasamos a Francia derrotados, pero sin saber que estábamos derrotados o sin haber aceptado aquella derrota. A partir de este libro, los demás reflejan los avatares del exilio; que avanza entre mucha luz y unas cuantas sombras; entre muchos aciertos en la manera de afrontar la situación, pero también con errores en lo que respecta a la unidad de los que habíamos salido de nuestro país y habíamos formado parte en las organizaciones puntuales de la resistencia, como yo durante 32 meses. En aquel paso fronterizo de Francia con mis compañeros y compañeras, sólo recuerdo el tufo del pan caliente, y es que los últimos meses de guerra ya ni sabíamos lo que era el pan, sólo nos daban pedazos que no tenían ni olor, ni tacto, ni… nada. En el exilio también pasábamos penas. Recuerdo con especial pena y ciertas veces hasta con asco, mi paso por la prisión de París, la Roquette. Estuve tres o cuatro meses porque me trincaron cuando buscaban exiliados sin papeles. Yo estaba acogida en la casa de una amiga francesa


comunista y algún vecino lo había denunciado, como Francia ya estaba en guerra, los extranjeros eran muy vigilados y eran enviados a campos de concentración. A mi me llevaron a una prisión que no era de presos políticos, sino de delincuentes comunes y así conocí ambientes, personas y comportamientos de capas muy degradadas de la sociedad; que a mi edad, 19 años, eran verdaderamente impactantes. A pesar de todo, tuve la gran suerte de no tener que pasar por los campos de exterminio. En Belgrado trabajé en la radio. Comenzaba la guerra fría y los republicanos, los partidos anarquistas y socialistas españoles fueron ilegalizados. Entonces, nosotros nos fuimos a la República Federativa Socialista Yugoslava. Como había estudiado dos años de periodismo en mi exilio mexicano, encontré trabajo en aquella radio y trabajé ahí durante casi un año. La dejé cuando empezó la pugna entre Tito y Stalin, naturalmente en este conflicto después se demostró que Tito tenía razón; los comunistas españoles y catalanes tenían que tomar una posición y la tomamos decantándonos hacia el lado de la Unión Soviética. Por este motivo, era casi indecente seguir trabajando en Radio Belgrado. Entonces pedí dejar Yugoslavia e ir a Checoslovaquia, donde me ofrecieron un trabajo en la redacción de Radio Praga. Ahí trabajé como redactora, locutora y traductora de los boletines informativos de


otras lenguas al español, y después al catalán. Con Joan Blàzquez llevamos un espacio en español que se emitía una vez a la semana. Él era catalán de la Vall d’Aran que se encontraba también acogido en Praga gracias a la fraternidad de los compañeros checoslovacos porque él había sido uno de los dirigentes de la incursión de los maquis a la Vall d’Aran, que acabaría con una derrota. Esta emisión en catalán duró unos tres años, desde 1950 hasta 1953. Cabe decir que la Pirenaica, al contrario de lo que se ha dicho, no estuvo nunca en Praga, sino que recibía cartas de España a través de Praga; pero nadie sabía donde estaba, ni siquiera yo misma. Estas cartas las enviaban vía partido. Se hizo de manera tan discreta que hasta que llegara la legalidad a España no se pudo demostrar que la radio estaba en Rumanía. Durante el exilio también estuve en Rusia. Había ido a hacer un stage. En aquella época, los años cincuenta, ya comenzaban a ser más visibles y evidentes las dificultades para asegurar una calidad de vida a la población, que se lo merecía porque había hecho la proeza de ganar la guerra. Pese aquello, no olvidaré nunca esos tiempos en la URSS. Para nosotros era el ejemplo, una prueba del dogmatismo, quizás fanatismo, sí, pero completamente sincero. Las campanas para mí sonaron cuando Kruschev denuncio las injusticias cometidas en el nombre del


comunismo. Eso fue decisivo en la reflexión que he efectuado de todos estos años. Reflexión que me ha llevado a tener la preocupación de no dejarme domesticar nunca, es lo que mi padre siempre nos recomendó. Testament a Praga fue el primer libro que escribí, y lo hice desde el exilio. Mi padre escribía sus memorias cuando ya se había jubilado, con setenta años y poco. Aquellas memorias las escribía para vaciar todos sus recuerdos y dejarnos una especie de testamento, de aquí el nombre del libro. Las escribía en un tipo de libretas escolares y me las enviaba desde Praga hasta París y me pedía que las pasara a máquina. Cuando murió y fui a su entierro en Praga, al regresar, vi y leí los cuadernos que no había leído, lo confieso, por eso de tener muchas cosas que se te van acumulando… En aquel momento, había descubierto que aquellos cuadernos era un tesoro y que las vivencias de mi padre eran las de una generación que va llevar la República sin sangre. Me encontré con un caudal tan grande de hechos históricos ligados con mi familia que me vino la idea de escribir un libro; pero como contrapunto de lo que estaba pasando en aquel momento, el año de 1968, cuando las tropas del Pacto de Varsovia acababan de invadir Praga. Yo le explicaba a mi difunto padre lo que estaba pasando en Praga, donde él estaba enterrado; por eso siempre me ha parecido un libro de gran valor


testimonial e histórico. Lo envié por correo al premio Josep Pla y ganó. Cuando regresé a Cataluña, la impresión más perdurable, porque todavía la tengo hoy, fue la idea de que el franquismo había conseguido domesticar a las generaciones que habían nacido en mi ausencia y que era imposible que pudieran escuchar nuestro discurso antifranquista. Pero resulta que sólo al llegar, en el verano del año 1971, cuatro años antes de la muerte del tirano, observé que la juventud tenía ideas de progreso, de solidaridad con los perseguidos, además de una necesidad enorme de informarse sobre lo que había sido la vida de sus padres y abuelos. Me sorprendió mucho. Entonces, llegué a la conclusión que de alguna manera lo que habíamos hecho nosotros durante el exilio había llegado aquí, y eso había preparado a las nuevas generaciones para que a nuestra llegada el regreso no fuera como si cayéramos en otro planeta.

RAMON XIRAU


Una auténtica gloria de las letras mexicanas y catalanas. Escribe en catalán, publica sus versos en CD que el prestigioso Fondo de Cultura Económica, Instituto Nacional de Antropología e Historia y otros divulgan con orgullo. Nos recibe en su casa, acogedora, grande y curiosamente ornamentada con detalles cargados de belleza, historia y armonía. Es en el callejón de San Antonio de San Ángel, en esta ciudad tan grande de México que es como una extensión edificada desde Tarragona a Girona, casas y casas. Naturalmente, llego tarde, pero aquí un retraso en el taxi de quince o treinta minutos es normal cuando los desplazamientos son de dos o tres horas tirando a lo bajo. Su casa representa la hospitalidad mexicana más verdadera: espaciosa, amplia, forrada de libros. Me abre su hogar y regala sus palabras. Su esposa mexicana nos acerca, como si fuera ayer, a personajes como Lluís Nicolau d’Olwer, también casado con una mexicana amiga suya. Galletas artesanales, bebidas frutales, no recuerdo si agua de tuna o de jamaica. Es una tarde suave, conversamos a la mansedad de la sombra que invita a largos y agradables silencios. Después le pido que hablemos del exilio. Desafortunadamente, de los cuarenta minutos que grabamos, por su voz tan suave, que un técnico de radio diría apagada, no se puede utilizar como recurso para el


programa de Catalunya Ràdio. Esta dificultad mató la esperanza de emitirlo, pero su voz sí es muy válida para este libro. Disponer de la voz de Pau Casals o de otros catalanes del exilio gracias al archivo sonoro del Orfeón Catalán, material que nos confían para dar a Cataluña, es un estímulo para un buen programa de radio, pero cuando la calidad de la grabación cojea por el tono tan bajo, la antigüedad, por la audición defectuosa, o por todo un conjunto de datos que imposibilitan la audición, se piensa en las complicaciones de la técnica en detrimento del sistema convencional basado en lápiz y papel, que no tiene tantos problemas. Sea como sea, Xirau habla de guerra y de la poesía del exilio en Francia, de los campos de internamiento, hasta de Mauthausen y el brillo de México. Las revistas, libros y vida cultural de México, el concepto de exilio y el exilio en su poesía, los Juegos Florales, la familia, su padre Joaquim Xirau Palau. Lee unos poemas sobre 1936, las playas… aguas y silencios, miradas y pensamientos. Ofrecemos una muestra más abajo. Nacido en Barcelona en 1924, conserva vitalidad y contenido, escribe la poesía en catalán mientras que la obra filosófica es en español, basta con mirar la relación en el último de los cuatro tomos de su Diccionari dels catalans d’Amèrica para darse cuenta del alcance de su


obra. Sus recuerdos son de la escuela moderna de la Barcelona republicana, la Montessori, el Instituto Escola Pi i Margall y de Francia, durante la guerra en París y Marsella. En México también en el Lycée Français, allá llamado franco-mexicano. Estudia filosofía en la UNAM. En 1949 se casa con Ana María Icaza. Su obra es apreciada alrededor del mundo culto de los dos mundos. Lee poemas calmamente, con largos silencios. Nos autoriza para que sean difundidos por radio o disco poemas por los cuales siente una predilección y le place que Cataluña piense en ellos y estaría satisfecho si pudieran reproducirse por radio u otros medios. Xirau no ha sido considerado escritor de referencia por los medios de comunicación catalanes, e incluso, se pueden contar con los dedos de la mano las buenas y escasas excepciones. La entrevista, extensa, de Andreu Gomila, que lo visita en el 2004, para el diario Avui. O el apunte oportuno de Julià Guillamon en la exposición y catálogo de “Literaturas del exilio”. Xirau es bastante desconocido —como otros escritores del país— en los “grandes” medios catalanes públicos. Ha sido doctor honoris causa por la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), Legión de Honor por el gobierno francés; ha recibido también la orden de Isabel la Católica del gobierno español, Premio UNAM en México, Premio Internacional Alfonso Reyes… Mariana Bernárdez, en la presentación del CD con la voz del poeta, dice que los versos de Xirau están


llenos de silencios elocuentes y verdaderamente su conversación hace pensar en las palabras en toda su plenitud de sentido delante de tanta futilidad y vacuidad. Luis Gimeno, en otro CD antológico de su poesía, manifiesta el interés de los ensayos donde se interroga a la experiencia mientras mitos e ideas emergen en su poesía. Y con su voz resonante se desvanece el sonido mientras desgrana, suavemente, el inicio de un largo poema, dedicado a Ana María (Icaza), e incluido en Graons: Les estrelles ens miren lentamente, s’acluquen les badies. L’arc de llum rodeja els caps en el camí del foc, focs i banderes en les barques, foscs, el fosc esbalaït de les taronges, en l’aiguanova dels tarongers. Les brides dels cavalls pensants, pesats, imaginats, lleugerament com els estels ens guien, poruga nit no ens venç la teva fosca de marivents i rels en la falesa. Ah, tot canta, tot canta, tot canta en les cruïlles del desert: arc breu del mar.30 30

Las estrellas nos miran lentamente, / se acuclillan las bahías. El arco de luz / rodea las cabezas en el camino del fuego / fuegos y banderas en las barcas, obscuros / el oscuro absorto de las naranjas / en el rocío de los naranjos. Las bridas / de los caballos pensantes, pesados, imaginados / ligeros como las estrellas nos guían, / espantadiza noche no nos vence tu obscuridad / de marivents i rels en la falesa. / Ah, todo canta, todo canta, todo canta / en los cruces del desierto: arco breve del mar.


L’EXILI DE RAMON XIRAU La guerra nos afectó a todos, evidentemente, aunque fuéramos niños y muchachos de 12 a 14 años. Nos sentiríamos un poco héroes, con todo y que no pudiéramos participar en la guerra, puesto que no teníamos la edad… De los recuerdos que tengo hay una parte negativa, la de los bombardeos y la de los muertos, pero también esta la parte curiosa de un cierto entusiasmo por participar en la guerra. De jovencito escribía poesía en catalán, pero cuando fui a Francia el año de 1938 mi lenguaje se convirtió en el francés y me era más sencillo escribir en aquél idioma que en español. Allí leí bastante poesía francesa. Me interesaban mucho sus poetas, especialmente Valéry, Pierre Emmanuel y las canciones tradicionales. A Francia llegué en el año de 1938, de manera que en 1939 ya no estaba en España y no sentí de manera inmediata el primer exilio; pero sí sentí la terrible derrota y que mis padres se hubieran quedado en Barcelona. Estuve durante un par de meses sin saber nada de mi familia. Ellos salieron en una ambulancia que el gobierno les había ofrecido, con Antonio Machado y su madre. Los dejaron en Collioure y mis padres fueron a París. Yo estuve en Marsella por unos meses más y en ese


momento, con los campos muy cerca, la visión fue horrible, espantosa. Todos los campos estaban rodeados de aquellas tropas negras francesas… Uno de mis tíos, Joan Xirau, acabó en unos de estos campos y nos contó que una noche alguien gritó: “¡quién fuera negro!”. Había mucha desesperación. Para algunos fue terrible estar en aquellas playas llenas de humedad. Finalmente toda la familia nos reencontramos en la capital francesa y cuando faltaba medio año para el inicio de la II guerra mundial, cruzamos el Atlántico. Primero fuimos a Nueva York, que me pareció maravillosa, ya que sólo sabía lo que había escrito Lorca. Era muy impresionante, aunque era un chamaco, escribí una frase muy absurda: “hemos llegado a Marte”, es decir, a otro mundo. De Nueva York tomamos un autobús que tardó cuatro días y medio para llegar a México. Para mí no era tan terrible porque era una especie de aventura, pero para mis padres y para mis tíos sí que lo era. Hasta que en Monterrey, en la frontera, donde había una gran manifestación, nos dijeron que lo pasaríamos mucho peor en México que en España. Era espantoso porque ahí había un movimiento alzado contra el gobierno, pero al final no pasó nada grave. La impresión general era de distancia, que todo estaba muy lejos, que no llegábamos nunca a los sitios; en cambio, los pinos y las montañas era algo más cercano a nuestro paisaje, eran muy


bonitos. También me impresionó mucho la ciudad de México, donde nos instalamos en un pequeño hotel unos cuantos días. Entonces entré en el Lycée Français, mientras que mi padre ejercía como profesor de filosofía en la universidad. Una de las impresiones más grandes de mi vida sucedió en aquel lugar. Un día, cuando íbamos a entrar en la universidad mi padre y yo, un tranvía le dio un golpe en la cabeza y lo mató. Tenía 51 años. Fue un momento muy trágico que con el tiempo se va olvidando un poco… El exilio traía consigo una gran nostalgia, pero mi padre, cuando llegamos, nos dijo: “yo aquí no quiero vivir entre paréntesis”, o sea, mientras aquí estuviéramos, de aquí seríamos. Creo que era la mejor actitud. No era posible el inmediato regreso debido a la situación internacional, así que más valía adaptarse. Y mientras se estaba aquí se debía vivir aquí, en México. Uno de los aspectos más positivos y que más me ayudó en mi exilio fueron las personas que pude conocer: muchos escritores jóvenes mexicanos, pero también sobre todo a Octavio Paz, que era diez años más grande que yo. Le tuve mucho respeto y admiración siempre. Otro escritor que era extraordinario, pero mucho mayor, era Alfonso Reyes. De hecho, Josep Carner, que era profesor mío en la universidad y amigo de mi padre, me puso en contacto con escritores jóvenes


de Cataluña de entonces como Agustí Bartra y su mujer, Anna Murià. Fue un gran momento. Los dos tenían mucho entusiasmo y ella tenía una gran fuerza personal. Durante el exilio no tuve relación con el Orfeón Catalán, pero sí con algunas revistas, como Pont Blau, que era muy bonita. A todos los que colaboráramos nos hacía mucha ilusión publicar allí, porque éramos muy jóvenes. Un año fui a los Juegos Florales, y era bueno que se hicieran porque era una manera de reunir a los catalanes. Me entusiasmaron mucho, a pesar de no haber podido participar nunca. Hay una cosa que no se puede saber ni se sabrá nunca: como habría sido mi poesía si me hubiera quedado en Cataluña. El exilio, en su conjunto, es una cosa negativa, pero en mi poesía, y digo una cosa extraña, en cierta manera fue positiva. Lo fue porque nos sentíamos obligados a hacer poesía y obligados a escribirla en catalán. La educación en nuestra generación fue muy importante, ya que fue la primera que fue educada en catalán, de manera que para nosotros era una lengua normal para escribir. Después de sesenta años en México, el exilio no se olvida nunca, empero se ve con cierta calma y cierta distancia. La vida ha pasado y el exilio deja de ser presente, más bien se convierte en una cosa más histórica.


ROSA MARÍA DURAN Pertenece a una familia de creadores y docentes: su hermano, poeta reconocido; un hijo, dibujante muy popular por sus chistes diarios en el diario progresista La Jornada, donde satiriza la realidad siempre tan cruda del México más duro y agresivo. Este es un país que cuando es dulce lo es y mucho; pero, cuando es violento,


también lo es de forma considerable. Nos veremos varias veces. El primer día, 25 de julio de 2005, en el sofá del replano del primer piso del Orfeón Catalán, enfrente de la Sala de Juntas, ella siempre llega pronto y entablamos conversación enseguida. Nos acompaña Kima, mi mujer, también profesora, por tanto, la materia común a todos, la docencia, sobresale a nuestro alrededor… Hay pasión por la enseñanza. Más adelante nos volvemos a encontrar, ahora el 17 de agosto en su casa del cerro de San Andrés, en la Colonia Campestre Churubusco. Nos explica su colaboración con el Orfeón Catalán y como buscan promover actividades conjuntas con las universidades catalanas. Ella, como profesora universitaria, lo tiene muy claro: la cultura puede ser enlace pero debería hacerse con calidad. Asimismo, parece que desde Cataluña el poder vea el Orfeón como si fuera un casino (bar) de pueblo donde se puede hacer la manita de póker y, además, sin el carisma del exilio. En el momento de repasar estas notas, 13 de octubre, aparece en los diarios que alrededor del centenario del Centro Catalán de Santiago de Chile no ha asistido ningún representante de una Generalitat que se dice de izquierdas. Sin palabras. Nos lee La gavina, de su hermano Manuel, nos da libros de su hermano, lo adora. Rosa María Duran nació en 1927 en Barcelona y aún tiene el empuje de los años mozos. Narra la vida con pausa: exilio en Andorra, a


Montpellier, el Nyassa, Veracruz y trabajar y más trabajar, el viaje a Cataluña con alumnos y las alegrías del Fisgón, su hijo. Recuerda vivamente los detalles de los paisajes, de las canciones como el Tiroliro en el viaje transcontinental donde cantaba una concertina. Después, recuerda a los mariachis con Adiós mi chaparrita y siempre en el Orfeón, como fondo, Muntanyes regalades. Dos identificaciones pero sin esquizofrenias, con la realidad bien asumida. Aún nos da más obsequios, la biografía que le escribió Blanca Martínez y que editó el Orfeón (2004). Me entero que es licenciada en letras hispánicas, diplomada en didáctica del francés por la Sorbona (1972), estudios en Saint Cloud, Universidad de Grenoble (1978); ha impartido seminarios en Italia, Estados Unidos; ha trabajado como intérprete en conferencias internacionales, congresos de las Naciones Unidas, para la presidencia del Gobierno, Unesco, OEA. Cuando llega a México con 14 años, pensaba que era un viaje y un paisaje nuevo, pero se dedicó a enseñar, a estudiar, a aprender y a amar. En definitiva, a trabajar como hicieron los catalanes al llegar a la nueva patria que los acogía con los brazos abiertos mientras la patria propia era ocupada. No se refugia en los libros y en los papeles, sino en las personas, los catalanes del Orfeón Catalán y los mexicanos a los cuales enseñaba.


EL EXILIO DE ROSA MARIA DURAN Cuando la guerra comenzó yo tenía nueve años, y sufrimos todo lo que se sufre con una guerra. Había falta de provisiones y fuimos testigos y víctimas de esta guerra, que fue tan cruel. No solamente fuimos testigos de los bombardeos, sino que fuimos víctimas. Nosotros vivíamos en la Gran Vía, número 678. Un domingo, estábamos todos fuera de Barcelona, menos mi abuelo. Él era farmacéutico y tenía que estar de guardia ese día y una tía se quedó con él para atenderle. Cuando el abuelo volvió a la casa se encontró con una montaña de escombros donde teníamos la casa y la tía estaba debajo. En ese momento nos quedábamos sin nuestra casa, llorando la muerte de nuestra querida tía y sin saber qué pasaría con nosotros. Eso fue el 31 de enero de 1938. Pasamos un año fuera de casa, de manera que para nosotros la guerra fue una experiencia muy cruel. Cuando ya estábamos en enero de 1939, mi padre, que había sido cofundador de ERC, se marchó enseguida. Mi padre se fue porque, de lo contrario, no habría vivido más, ya que tenía un cargo importante y era republicano, así que lo más prudente era que se fuera; mientras que nosotros nos quedábamos unos


meses más en Barcelona porque, naturalmente, no sabíamos qué nos esperaba. Fue en aquellos meses cuando descubrimos que vivíamos constantemente en peligro. Incluso, llegó un momento en que nos echaron fuera de la casa que nos habían dado y mi hermano mayor, que tenía 14 años, estaba transportando los muebles con una carreta con el amo de la carreta, y en ese momento los detuvieron y los encerraron en prisión. No sabíamos por qué razón y la angustia era muy grande. Desconocíamos que le pasaría y resultaba que el señor de la carreta no tenía permiso para transportar muebles. Por eso los habían detenido, pero pasamos un par más de días sin saber si mi hermano saldría o no. O si después vendrían por nosotros. Era un régimen completamente oscurantista, era el terror, una tristeza terrible, una gran falta de esperanza. Vivíamos bajo un régimen de terror y angustia y sabíamos muy bien que estábamos en peligro constante. Queríamos salir de este infierno, pero mientras todavía estuviéramos, enviamos a mi hermano pequeño, de ocho años, a casa de los abuelos en Balaguer. En la escuela de allá, naturalmente, el maestro hablaba a los alumnos en español y les hacía algunas preguntas, la primera a mi hermano fue sobre que hacía de nuestro padre. Mi hermano se sintió atrapado y se puso a pensar porqué su padre no podía ser pintor o albañil y, como


sabía que no podía decir que era un funcionario de la República, entonces vio por la ventana y observó a un señor que estaba barriendo y contestó que era barrendero. Después se sintió toda la vida culpable por haberle dado esta profesión, pero puede ser que si hubiera dicho lo que era su padre realmente nos habría ido muy mal a todos. Por eso, en julio, nos fuimos con mi madre y mis hermanos. Primero nos dirigimos a Andorra con unos pasaportes que tengo la impresión que eran un poco falsificados… Una vez pasada la frontera, tuvimos la sensación de que salíamos del infierno y que llegábamos a la libertad. Encontramos un paisaje maravilloso, aire fresco y limpio en todos los sentidos y pensamos que estábamos en las puertas de la salvación. Pero no nos quedamos mucho tiempo. Al día siguiente marchamos para Francia, a Montpellier, donde nos esperaba nuestro papá. En Montpellier tuvimos una recepción apoteósica porqué era el 14 de julio; además, era el final del Tour y creo que había ganado Coppi, así que había una sensación de triunfo que, naturalmente, no era para nosotros, pero era como pasar del infierno al cielo, a un país en paz y con nuestro papá allá. Aquél momento resultó maravilloso. La familia se volvió a reunir y evidentemente todos éramos más felices de lo que lo habíamos podido ser


nunca. Enseguida buscamos y encontramos un departamento que compartimos con otra familia catalana, los Sorribes, que tenían tres niñas y un varón. Tenían más o menos nuestra edad y, enseguida, de las dos familias hicimos sólo una. Los primeros meses íbamos mucho al cine, entonces, todas las películas estaban dobladas en francés y los actores era de la Comédie Française, de manera que tenían un acento buenísimo. Nosotros veíamos una película y habíamos pagado el mínimo, pero como era sesión continua, para ver la siguiente saltábamos una pared y nos poníamos en un lugar donde se pagaba más y la volvíamos a ver. Cuando llegaba el momento de ir a clase, yo, como mínimo, ya tenía una idea del francés. Pues de las largas permanencias en el cine nos aprendíamos los diálogos y, a veces, cuando hablábamos, los citábamos. De manera que cuando llegué a clase no me sentí totalmente fuera de lugar del todo. Además, la enseñanza en Francia entonces era excelente y me pude integrar casi inmediatamente. Un compañero de clase, de apellido Rovira, tenía unos meses más de estancia en Francia, y me ayudó. A pesar de que los refugiados sufrimos muchísimo, nosotros tuvimos una acogida muy buena por parte de nuestros compañeros. Allí estábamos encantados de la vida hasta que estalló la segunda guerra mundial, pronto supimos que el


paraíso se había acabado, volvimos a pasar hambre y frío. Mi padre era muy aficionado a la pesca y en Montpellier iba a pescar al río que atravesaba la ciudad. Gracias a eso pudimos comer. Además, dio clases particulares de todo lo que podía, entre otras cosas de latín. Sabía mucho y no había muchas personas que supieran tanto como él. Por nuestra parte, nos pusimos con trabajos manuales. Mi madre hacía cinturones y colls de feltre con dibujitos a cambio de comida, no lo llegaba a vender. Fue así como sobrevivimos. En invierno hacía un frío espantoso, a pesar de que Montpellier está en el sur de Francia y se tiende a pensar que el clima es más suave, pero eso no es verdad, la prueba es que las personas encerradas en el campo de concentración de Argelers, que quedaba cerca, se morían de frío. Fue una cosa terrible y nosotros estábamos siempre a punto, cada día, de que nos llevaran a un campo de concentración. No sabíamos lo que nos pasaría. Así pasaron tres años. Para salir de Francia estuvimos un tiempo en Marsella. Teníamos que subir a un barco que nos llevaría a Casablanca para zarpar hacia México, el Nyassa. Era el barco designado sólo para el exilio, nuestro segundo exilio, pero no llegaba nunca. No sé qué había pasado y terminamos en un campo de reclusión, no de concentración. Ahí estuvimos casi un mes sin saber qué pasaría, en condiciones bastante


malas, pero en fin… al menos estábamos juntos. Finalmente, cuando ancló el Nyassa, ya sabíamos que nos dirigíamos a una tierra donde no habría guerra. El Nyassa no era gran cosa, pero lo habían remodelado. Me parecía precioso y tuvimos todos momentos de hermosa convivencia. Cada noche, la orquestilla tocaba música, sobre todo portuguesa, pues era un barco portugués, y una de las canciones que tocaban nos unía a todos, puesto hacía que nos agarráramos de las manos y que diéramos vueltas por el barco. En el barco, por primera vez en muchos años, volvimos a comer bien. Todavía me acuerdo de la trompeta que nos llamaba para ir a comer: cada vez que se nos avisaba aquello era una carrera, todos nos precipitábamos, y más en los primeros días. Nos dirigíamos al comedor y nos servían como si fuéramos personas normales, cosa que no había pasado durante muchos años. Me acuerdo que mi madre, cuando ya íbamos por la mitad de la travesía, tomó los tickets de racionamiento que traíamos de Francia, los destrozó y tiró al mar con mucha alegría, diciendo: “eso ya no nos sirve”… Fue una ceremonia. A todo esto cabe añadir que la travesía fue muy larga. Duró mucho tiempo, como unas cinco semanas, porque teníamos que dar vueltas por el mar con el fin de que no nos hundiera ningún torpedo de cualquier


submarino enemigo. Así que con tanto tiempo pudimos hacer amistades y el maestro Baltasar Samper formó una misa coral y cantaban canciones como Montanyes regalades, El noi de la mare o El desembre congelat. Un joven músico mexicano que había ido con una beca a Francia nos enseñó canciones mexicanas, como Adelita, Adiós mi chaparrita, o el himno mexicano. Incluso había un esbart31. De hecho, éramos muchos jóvenes y teníamos la esperanza de llegar a un país libre. Pero, naturalmente, nuestros padres no estaban tranquilos porque ellos sabían que tenían que comenzar de cero, pero nosotros éramos jóvenes y teníamos otro espíritu. De todas maneras, sí que éramos conscientes de que no es fácil salir adelante cuando uno lo ha perdido todo. Cuando llegamos a Veracruz, en 1942, la recepción también fue muy bonita. Ahí había algunos refugiados que habían llegado antes que nosotros que nos esperaban, entre ellos el doctor Gispert. Con él también habíamos convivido en Montpellier y había sido nuestro médico, así que el hecho que estuviera allí con una especie de comitiva que nos esperaba nos dio mucha confianza. Ya no nos sentiríamos solos. Lo primero que vimos fue la noticia en el periódico que decía que México entraba a la guerra. Entonces pensamos que ya no había más remedio, que allí donde 31

Escuelas de danzas folclóricas de la región donde se constituyen, esta tradición asociacionista mantiene el folklore presente en todas las comarcas de los países de habla catalana.


fuéramos venía la guerra y que no teníamos escapatoria. No sabíamos que no era una situación tan grave como la de los otros países beligerantes, pero nos produjo un efecto un poco fuerte. En Veracruz estuvimos un día, nada más. El próximo día a nuestra llegada tomamos el tren, que no era muy cómodo, y que nos llevaría a México D.F. Allí también había personas esperándonos y que nos consiguieron alojamiento. Inmediatamente nos pusimos a buscar trabajo porque no teníamos un medio de vida. Lo primero que hice, con 14 años, fue ayudar en los estudios al hijo de una señora que nos alquilaba el departamento. El niño era un poco rebelde y no quería aprender a leer y le tuve que enseñar. Me costó mucho, porque no quería aprender nada y entonces me di cuenta que esto del exilio era muy difícil, más de lo que yo pensaba. Por el otro lado, mi padre nos inscribió en el Lycée inmediatamente y casi dos días después ya íbamos a clase. Entonces empezó mi segundo exilio que no sé si se ha acabado todavía… La cuestión es que todos los exiliados pensábamos al principio que aquello era transitorio y que volveríamos pronto. Cuando acabó la guerra, todos creían que Franco se iría, pero no fue así. Mis padres, creo que ellos tenían la sensación de estar todavía en Barcelona, México era para ellos un país idealizado, no real. Vivían en un tipo de Barcelona inventada, pero llegó


el momento en el que el sueño se acabó y encontraron la realidad. Y para nosotros también, porque yo sentía que por la mañana me iba a Francia, al Lycée, y por la tarde regresaba a Cataluña, mi casa, y hasta que no entré a la universidad, no me di cuenta de dónde estaba. Entonces sí me integré. Por esta razón creo que el exilio tiene muchas facetas. Podría decirse que en un momento dado era difícil afirmar “esto es el exilio”. Sólo en el Orfeón Catalán se sentía una unidad, aunque muy relativa, pues cada uno tenía que luchar por su lado y llegaba un momento en que el exilio era un refugio para conservar la identidad. Pero la necesidad de vivir nos hacía dejar de pensar como exiliados e integrarnos, pues no podíamos vivir dentro de una burbuja. La vida nos empujaba para que sobreviviéramos y trabajáramos en el país que nos había acogido. A pesar de todo, el Orfeón representa nuestras raíces y un poco un refugio para hablar catalán y tener amigos con quienes compartir afinidades. En el año de 1942 ir al Orfeón nos hacía pensar que no estábamos tan lejos de casa. Éramos jóvenes y hacíamos todo lo que hace la juventud hace. Y lo hacíamos felices de la vida porque no éramos mexicanos todavía. Y aunque no estuviéramos en nuestra casa, el Orfeón era nuestro refugio. De hecho, se tendría que remarcar que el Orfeón tuvo tres facetas muy importantes: era la plataforma para


exponer determinadas situaciones y actividades culturales, una posibilidad para establecer relaciones intergeneracionales y, también, una ayuda y solidaridad. Por eso creo que lo más importante que ha hecho el Orfeón Catalán en México en los últimos sesenta años para la comunidad catalana es que ha sido una isla donde se han podido reunir todos lo que tenían en común haber dejado su tierra sin haberlo merecido, los que teníamos una cierta melancolía y cosas que decir en entendimiento mutuo. Era un medio para que continuara vivo el caliu(la llama) de nuestra cultura y de nuestra lengua. Después de acabar los estudios de bachillerato, donde tenía como profesores a Joaquim y Ramon Xirau, seguí estudiando. Hice Filosofia y Letras y fui con una beca de los cuáqueros a EEUU durante casi un año, en el Gilford College, en Carolina del Norte. Cuando regresé, seguí la carrera y antes de acabarla fui profesora de francés en el Instituto Francés de América Latina. Después, conocí a quien sería mi marido, un alumno más grande que yo, psiquiatra, que quería ir a Francia a estudiar psicoanálisis. Obtuvo la beca, se fue, y después, volvió a México. Nos casamos y me regresé a París con él. Allá estudie didáctica y pedagogía en la Sorbona para enseñar francés. Más tarde regresé a México y volví a dar clases, no sólo en el IFAL, sino también en la


Escuela Libre de Derecho, en el Colegio de México, en la Facultad de Filosofía y Letras y en la Escuela Nacional preparatoria, donde al cabo de los años me nombraron jefa del Departamento de Francés y, después, jefa de los cuatro idiomas que se enseñan: francés, inglés, italiano y alemán. Paralelamente, y desde 1951, también fui interprete. Es una profesión que demanda una gran disponibilidad, porque a veces, de un día a otro, tenía que viajar para ir a trabajar en conferencias en el extranjero. Así fui a Panamá, Venezuela, Santo Domingo, Guatemala y México D.F. sobre todo, o a la provincia. Sea como sea, México ha sido el país que nos ha abierto las puertas, que nos ha acogido, donde hemos crecido los que llegamos jovencitos, el que nos ha permitido tener una vida normal, y defendernos, y hacer lo que probablemente hubiéramos hecho en Cataluña, es decir, tener un hogar, hijos y un refugio permanente. Ha sido el país que nos ha dado todas las posibilidades y que nos recibió con respeto, calor y hasta admiración. En cualquier otro país hubiéramos tenido más dificultades para integrarnos, o puede que al hacerlo hubiéramos tenido que cortar con las raíces. Pero aquí en México no, aquí puedo continuar teniendo raíces catalanas, sentirme catalana y sentirme orgullosa de serlo y al mismo tiempo disfrutar de las ventajas que tiene ser mexicano.


Naturalmente, tengo nostalgia de mi país de origen, pero también tengo un gran amor por el país que me ha acogido y que me ha permitido tener unos hijos maravillosos, que son conscientes de sus orígenes, porque son mexicanos, pero tienen raíces en Cataluña.

NÚRIA FOLCH Su voz resuena clara y poderosa con todo y sus noventa años. Posee un discurso muy lúcido y que recuerda constantemente a su marido, Joan Sales, escritor y “editor crítico patriota”, como ella lo llama citando las Cartes a Màrius Torres escritas y también reeditadas. Un retrato del trágico desastre de la guerra, obra escrita a partir de los papeles conservados en el Sanatori de Puig d’Olena y que le fueron devueltos cuando regresó a Cataluña en 1948; mismo año en que dejaría preparada la edición que tardó veintiocho años en poderse publicar, en 1976, siete años antes de su muerte. Pero, de hecho, el testimonio histórico lo había ido publicando, dentro de la novela Incerta glòria y,


antes, en México, en el Full Català y en Els quaderns de l’exili (1943-1947). Joan nació en 1913 y Núria en 1915. Sus familias e infancias, ambas eran distintas —pero desde que se conocieron sus vidas quedaron ligadas—. Después de la muerte de Joan Sales, la profesora Núria Folch se convierte en editora del Club Editor. Publica las extensas Cartes a Màrius Torres (630 páginas), en una compilación más asequible: las Cartes de guerra. Salen a la luz en 1986, año en que la obra se exhuma, obra dura y contundente por su catalanidad vibrante, en su reedición del 2003 en El Pi de les Tres Branques. Escribe en la introducción de las Cartes de guerra: “Tres de los seis hermanos Sales morirían a causa de la guerra y en la guerra casi todos sus amigos de la Escola de Guerra y del frente”. Este hecho marcó su vida, mas no negativamente para sólo dolerse y punto, sino para corregirlo: escribiendo, fundando revistas y editoriales, publicando, en síntesis, para recobrar el ideal de Cataluña. Aquí Núria Folch escribe y finaliza su prólogo así: “Deseen la paz jóvenes con todo el corazón y, por eso mismo, no deben desear el olvido.” EL EXILIO DE NÚRIA FOLCH Mi exilio está ligado con al de Joan Sales. Cuando lo conocí, yo acababa de cumplir 15 años y él estaba a punto de cumplir los 18, él era mi jefe en las Joventuts del Bloc Obrer i Camperol. Y viene de más allá, nos casamos cuando cumplí los 17 años y nació nuestra hija. Nuestras vidas han estado tan unidas que explicarlas separadas es mutilarlas. Hicimos camino juntos, él por


delante y yo siguiéndole, no por sumisión de la mujer, sino más bien por que me aventajaba por la edad, conocimientos, la variedad de lo vivido y su fuerte personalidad; no cabe duda, también por su talento. Con razón yo lo admiraba. Pero cada quién es como es, se abre el camino con sus propios recursos y, psicológicamente, éramos muy distintos —yo pensaba paso a paso, discutía con él sobre todo y parando; él, en cambio, saltaba de obviedad en obviedad, intuía con imágenes, viendo las analogías... Y también por eso él iba delante y yo detrás—. Ambos compartíamos ideales, el mismo sentimiento patriota, amores, vida... Además, el exilio se explica por lo que se ha vivido antes, e importa, más o menos, por vivido después. Si no hablo sólo del exilio es, por tanto, para explicarlo mejor. Que así sea. Mi madre se había criado en Seta y era la típica institutriz de la Tercera República, afrancesada y jacobina del todo. Yo fui muy buena alumna de les Écoles Françaises y del Lycée, así salí pues, como ella: bien afrancesada y jacobina y ya con vocación de profesora de secundaria. Pero me había tocado salir antes de hora, por asuntos familiares, en la adolescencia, “la edad del tonto”, según Joan. Ni él ni yo habíamos hecho “el tonto”. Yo me apresuraba a dejar listos con éxito, en sólo tres convocatorias, todos mis exámenes del bachillerato español y después gané una beca privada muy anhelada, que era como un sueldo mensual que permitía pagar tus estudios universitarios y la pensión. De manera que era como ganarse la vida. Joan se la ganaba desde los 15 años. No era “hacer el tonto” enamorarse, tener una hija y casarse. Por el otro lado, como adolescentes sí “hacíamos el tonto” y


participábamos en todas las zaragatas y arengas contestatarias, era para creérnoslo. Joan era un “tonto” serio, paranoico por ir delante en el camino del progreso de la humanidad y muy ingenuo por creer que un partido comunista perfecto había realizado en Rusia la sociedad perfecta, pensada por los primeros cristianos pero pronto constatada utópica. Enseguida, cuando supimos lo que pasaba de verdad en Rusia, Joan comprendió rápido la causa, el extremo totalitarismo que daba la exclusiva de todos los poderes al partido comunista y lo transformaba en la clase dominante y privilegiada de toda la historia y, de remache, el partido atraía y acumulaba a todos los que ambicionaban poder y riqueza —militantes en la antípoda de los desinteresados camaradas del BOC—, probablemente como todos los militantes de los partidos comunistas sin poder y ciertamente como los “caballeros de Sant Jordi”, los catalanistas del BOC (despectivamente llamados por los españolistas los “moros leales”). Joan primero y después yo, dejamos para siempre el comunismo unos tres años antes de acabar la guerra, pero continuamos siendo amigos de los “caballeros” y nos había marcado a fondo la vivencia de la animosa lucha en pos de un bien que siento que vale la pena, que da sentido a la vida. Se había esfumado la ilusión de la utópica sociedad justísima, para que continuara bien viva la euforia de volver a tener en Cataluña un gobierno catalán. Y nos volveríamos ciudadanos modelo, seríamos, de hecho, “militantes de la ciudadanía”. Por eso acabamos, seis años después, en el exilio.


Durante aquellos años —yo todos y Joan los anteriores a la guerra— nos íbamos preparando. Encima, en el gobierno de Madrid, al ministro se le había ocurrido la brillante idea de que si los soldados libres del servicio militar regresaban a su casa: se acabaría la sublevación. ¡Lo que se acabó fue el ejército! Quedó reducido a columnas de partidos. Entonces, mi marido, Joan, que era extraordinariamente patriota, sin ser de ningún partido, enseguida se hizo voluntario. Y así se creó la escuela de guerra de la Generalitat para transformar al ejército y militarizar a las columnas, donde Joan se había inscrito. Salió a finales de 1937 como oficial alférez y, como no era de ningún partido, me lo mandaron durante tres meses al peor de los destinos: la columna Durruti en Madrid. Allá, sin embargo, no recibió ni un golpe ni un disparo, se daba vida de burgués: comer, vivir y no hacer nada. De Madrid lo trasladaron a Valencia, y después a Barcelona en mayo de 1937. Después de los hechos de mayo, Madrid aprovechó para arrinconar a Cataluña y cambiaron de nombre a las columnas, de manera que pasaron a ser divisiones. La ex columna Durruti la enviaban a Aragón. Joan se puso de muy mal humor, pero no le espantaba ir porque no conocía el miedo. Desde el frente escribía cartas en las que dejaba muy mal a los demás. Decía que los peores eran los de la retaguardia, porque al frente habían ido los que tenían buena fe. Un día le abrieron una carta y decidieron aplicarle la ley de fugas. Pero el habilísimo jefe de la columna encontró una solución más cruel: “lo destituiremos por cobardía, que le dolerá más”. Y así fue como le salvaron la vida. Entonces lo enviaron a la columna más militante y más


afín con él, la ex columna Macià-Companys, del Estat Català en sus orígenes. Él era muy catalanista, pero se consideraba patriota de todos los países de lengua catalana: Cataluña, Valencia, Baleares; tres países y una sola nación. Mientras estuvo en aquella columna fue la época en la que mejor se encontró y tenía más ilusiones. Pero armas recibían poquísimas... Vivió de lleno el desplome del frente de Aragón, tenía claro como el agua que solos teníamos la guerra perdida. La cuestión era resistir hasta que nos ayudaran las democracias o estallara la guerra mundial. Joan consideraba que la batalla del Ebro había sido un disparate, que debería de existir una política de aguantar, más conservadora, puesto que con un ataque lo tenían perdido seguro. Además, nuestra guerra no sólo era guerra civil, esencialmente porque le faltaba el rasgo básico, se había aferrado a los secundarios por causa de la revolución anarquista y por el gobierno que no pudo restablecer el orden. En sus cartas a Màrius Torres repite a menudo “error garrafal, la guerra es contra Cataluña, contra su identidad y su lengua”. Si la guerra fuera civil sería para cambiar de gobierno, por uno de otro color. Pero no. Era para dejarnos sin gobierno, reducidos a provincia para siempre, porque provincia quiere decir “por vencida, tierra pacificada por conquista”. Y encima cuatro provincias, o sea, un territorio troceado. Para él era nuestra guerra nacional y se perdía, pues no se había comprendido del todo, desde el primer momento, que así era. Joan y un hermano suyo eran voluntarios en la defensa de Cataluña, el resto de su familia esperaba la llegada de Franco y se había escondido. Entonces


llamaron a mi hermano a las filas y decidió no ir, pero como no era nada miedoso, no se escondía e iba por la calle despotricando. Cuando los gobernantes se enteraron, dedujeron que los hermanos del frente eran quintacolumnistas32. Y el siniestro Servicio de Información Militar (SIM) se presentó en el frente para detener a Joan. Estuvo en los calabozos del SIM en Barcelona en la obscuridad por horas y horas. Ahí lo interrogaron y así se entero que lo acusaban por no haber denunciado a sus hermanos. Joan respondió que estaba prestando su servicio en el frente y que no sabía nada. Pero le soltaron: “si lo hubiera sabido, ¿los habría denunciado?”, a lo que contestó indignado: “¿Por quién me ha tomado usted?”. Lo detuvieron y lo enviaron a Montjuïc donde conoció el presidio y el tipo de gente que por ahí había: auténticos quintacolumnistas, aunque también había aquellos que no lo eran. Cuando salió de la prisión la idea era resistir. Pero si perdíamos sería horrible, así que teníamos que prepararnos. Quedamos en que si habíamos de cruzar la frontera nos encontraríamos en Seta, donde estaban los suegros de mi hermano. Y así fue, pero antes a Joan lo enviaron a una ex columna comunista. Solos del todo resistieron como cabeza de puente33 en Balaguer hasta que se vieron rodeados por los cuatro costados de 32

Término introducido por el general Mola en la guerra civil de 1936. Se refiere al avance en cuatro columnas hacia la capital y la referencia que hace de una quinta columna: aquellos que trabajaban clandestinamente en la capital en pro de la victoria franquista. El apelativo de quintacolumnista hoy tiene una connotación negativa, mientras que partisano puede ser considerado positivamente o no. Los movimientos de resistencia son mejor vistos en general que las quintas columnas, pero podría decirse que existe un cierto solapamiento entre ambos. 33 Posición militar que se establece en territorio enemigo para asegurar el paso del resto del contingente.


enemigos, porque nadie más había resistido. Entonces, desde la posición de cabeza de puente en Balaguer emprendieron una retirada ejecutada con orden ejemplar que duraría quince días. De manera que llegaron a Prats de Molló cuando ya habían pasado unos quince días sin que llegara algún soldado. Y además, habían deseado entrar en formación militar y marcando el paso en honor a Francia. Como en Francia había llegado un alud de refugiados y pseudorefugiados de todo tipo, delante de aquellos soldados uniformados y disciplinados, los gendarmes franceses les rendían honores militares. Incluso los dejaban entrar y salir de los campos de concentración cuando quisieran y como quisieran con el permiso de su jefe, pero sin poder salir de los Pirineos Orientales. Yo, en cambio, pude salir muy cómodamente de Cataluña. Como estaba en la universidad, cuando las tropas franquistas ya estaban en Ordal, a los profesores nos avisaron para reunirnos en el domicilio del doctor Xirau, en la calle de Provença tocando con Aribau, donde nos recogería un autobús. Me había absorto con los papeles y con la niña y, a las puertas de Agullana, hicimos una parada en un cortijo. Era una casa bonita, de hacendado, con jardines hermosos y el romero florido. Yo tenía una especie de nostalgia y enamoramiento por la tierra que tenía que dejar y pensaba: “¿Qué estará haciendo Joan? ¿qué estará haciendo? Madre de Dios, Madre de Dios, ¿qué pasará después?”. Otro recuerdo que poseo de la escapada es el de nuestro cómodo autocar yendo por la carretera y, por los costados, el desfile de los refugiados que no tenían cara


de ser políticos, sino más bien la de haber perdido casas o tierras y aprovechaban la ocasión para pasar a Francia sin papeles. El espectáculo era como un aguafuerte de Goya, deprimente. Era una privilegiada y me sentía casi avergonzada con aquel espectáculo, ya que no dejaban de ser seres humanos. Era un alud imponente. En la estación de Cervera (Francia), un periodista francés, aún resplandeciente y feliz de nuestra derrota, dijo algo un poquito impertinente. Yo tenía la ventaja de saber francés correcto y eso hacía que no te confundieran con aquella masa. El periodista tenía cara de euforia y yo le dije: “no estarán tan satisfechos el día que Alemania los ocupe”, y se descuajeringó de la risa. Aquello lo recuerdo frecuentemente. El jefe de la estación puso a disposición de la gente que no teníamos posibilidades de nada un tren para pasar la noche. Yo iba con mi niña y nos instalamos como pudimos. Allí me senté al costado de Machado. El poeta parecía que no era de este mundo, como si no estuviera presente, abatido, aplastado. Moriría pocos días después. Y su madre, que nada tenía que ver, pobrecita, lo tapaba como si fuera un niño pequeño, viendo que estaba muy enfermo. No olvidaré nunca esta última visión de Machado. En el compartimiento contiguo tenía a Carles Riba con Clementina Arderiu y sus hijos. Riba estaba desesperado porque no encontraba el maletín con sus escritos. En aquel momento, veía el aspecto humano de la tragedia, pero que sólo pensará en sus escritos y verlo tan afectado, casi no era capaz de entenderlo. Buscando, buscando, quería que me levantara yo y la niña que justo se me acababa de dormir. Para mi hija el


final había sido muy duro y no me quería levantar y despertarla. Además, no podría ser que yo me hubiera sentado encima del maletín en que Riba decía que tenía sus escritos... Y resultó que al día siguiente, cuando me levanté, ¡los tenía debajo! Estaba tan cansada la noche anterior que ni siquiera había notado el bulto. Y para postre... me robaron. Yo, como una idiota, no había pensado demasiado y en lugar de hacer como mi cuñada, que se había ligado el dinero por debajo de la ropa, yo acumulé todos los objetos de valor en un maletín de mano, el más bonito que tenía. Me encontré sin dinero, sin documentos, sin joyas, ¡todo perdido! Se ve que había montones de robos. En Cervera, mi hermano Alberto, que era médico del equipo del doctor Trueta, me dio dinero para ir a Seta. Joan iba a llegar de una manera más difícil. Joan estuvo con el uniforme militar un mes, sucio y con piojos. En Prats había un notario, el notario Guiu, que acogía algunos refugiados catalanes en su casa y les ayudaba. Este notario le facilitó dinero para llamarnos y así poder enviarle dinero para que volviera a Seta. También le regaló el último modelo para vestirse de civil que le quedaba. Joan se lo puso, pero le iban cortas las mangas, el dobladillo también, y muy estrechos... Tostado por el sol, con un francés de acento catalán y vestido de esa manera, parecía un campesino de una montaña perdida del Rosellón. Así es como se escapó de los Pirineos Orientales y nos encontramos en Seta. En Francia la idea era ir a París porque Joan sabía que vendría la guerra y entonces nos podríamos reincorporar y retomar nuestro camino. Él quería incorporarse a la lucha; pero sólo si era en un ejército


regular, no quería nada que se pareciera a los maquis ni partidos ni bandas ni columnas como en nuestra guerra. Allá, gracias a los simpatizantes y con clases privadas de español pudimos ir aguantando hasta que María Lena Latrilla, del Rosellón, nos hizo entrar como maestros en el mejor asentamiento para niños refugiados de España que tenía el PSF en Orly. Aquello se prolongó hasta el día de la declaración de guerra, que la recordaré porque fuimos a París y la ciudad se parecía a Barcelona de noche, llena de gente que prorrumpía en exclamaciones, pendientes de la declaración. Enseguida Joan, por su cuenta, junto con otros soldados y oficiales, dio el paso para luchar, pero como tropa regular de soldados españoles. Pero los franceses no quisieron saber nada y les dijeron que si querían ayudar se hicieran de la legión extranjera. Entonces fuimos a refugiarnos en Toulouse de Llenguadoc. Sabíamos que al municipio, por recuerdo romántico de las relaciones entre Cataluña y Occitania, le éramos simpáticos y ahí nos dejaban trabajar. Joan fui allí a hacer la vendimia e, inesperadamente, le cayó un trabajo en Toulouse, pero en Francia ya no se podía hacer nada. El hecho de que hubiera una avalancha de solicitudes para ir a México hizo que el país cerrara su frontera. Así que en aquel momento nada más la tenía abierta Santo Domingo, que aprovechaba así la ocasión para recopilar refugiados de buen tipo y blanquitos, puesto que siempre recibían haitianos. Eso sí, te pedían 100 dólares que te regresarían en el momento del desembarco. La familia me los dejó, gracias a mi hermano Albert, que era ya catedrático de medicina en


Toulouse y mi hermano Jordi en el Instituto Rockefeller de los Estados Unidos. Salímos del puerto de Burdeos, que estaba lleno de submarinos alemanes, haciendo trampa, a todo trapo y con las luces apagadas. Estuvimos dos años en Santo Domingo, de 1941 a 1942. Tuvimos mucha suerte, casi todos lo pasaron pésimo. De entrada, no nos dieron nada del dinero que nos correspondía, pero nos alojaron gratis en hoteles durante los primeros días. Nos enviaron a San Pedro de Macorís y nos dijeron que si al cabo de unos días no encontrábamos trabajo, nos ofrecerían tierra gratis dentro de la jungla para trabajarla y cultivarla ¿Saben lo que es ir a trabajar a la jungla para personas que no son ni campesinos? Allí no había fieras salvajes, pero había fieras vegetales, plantas e insectos, arañas y enfermedades terribles. Para los que no tuvimos más remedio fue un desastre imponente. Pero a nosotros se nos presentaron una serie de coincidencias que hicieron que pudiera ejercer como profesora en la escuela normal de San Pedro. Al final estábamos muy bien en Santo Domingo. En un bungalow a la orilla del mar. Entonces reapareció la esperanza de ser aceptados como aliados. Por un lado, Inglaterra estaba sola en la guerra, ahí estaba Trueta que tenía importantes refugiados que sabían inglés y que no tenían aquel complejo de superioridad francés y, por el otro lado, estaba aquella Francia que sólo estaba representada por De Gaulle, que sabía que éramos muy buenos soldados. Joan sabía que en México habían muchos ex combatientes y mucha gente del frente. Entonces le poseyó una cierta desazón, pues quería ir a México para trabajar en retomar la guerra o hacer lo que


se pudiera. Decía que no había derecho de estar en el exilio pasándonoslo bien mientras todo el mundo estaba en lucha... Nos teníamos que ir entre remordimientos, nervios y unas cosas… Aunque se estaba bien en la República Dominicana, no se podía hacer nada. Así que fuimos para México. Ahí el primer proyecto de Joan era ponerse en contacto con ex combatientes como él y con los que procuraban retomar nuestra guerra con la ayuda de los aliados de la II guerra mundial. Otro proyecto que tenía era el de sacar provecho de las lecciones que había aprendido de las causas de la guerra, estaba seguro que todos los soldados como él, ilustrados, republicanos, catalanistas y patriotas, serían útiles en ambos proyectos. Lo primero que hizo cuando llegamos a México fue entrar en la revista que había: Full Català. Ahí escribió un primer artículo donde afirmaba que nuestro país son tres países y una sola nación con el problema de la falta de un nombre común y la necesidad de un ejército regular. Ahí conoció a muchos jóvenes que pensaban como él y rápidamente el Full Català se convirtió en los que serían los Quaderns de l’Exili. Cuando el Full Català desaparece, en diciembre de 1942, Joan se pone a aprender el oficio de linotipista, que le serviría para vivir y para estar dentro del mundo de la edición y la imprenta. En septiembre de 1943, aparece el primer número de Quaderns de l’Exili y, a diferencia del Full Català, que era sostenido por un mecenas, pensaba tirarlo adelante con anuncios y donativos de los simpatizantes. Subscribirse era gratis y aquello fue un éxito. El primero número no


llegaba a los mil ejemplares y los últimos pasaban de los cuatro mil ejemplares y magníficamente distribuidos. El ideario de la revista se puede resumir en un auténtico nacionalismo de la patria auténtica. La idea es la que ya había defendido en aquel primer artículo del Full Català; primero, la unión de tres países diferentes en una sola nación que, en segundo lugar, tiene un problema de nombre común, que además ha tenido una serie de desgracias históricas y, finalmente, una situación geográfica con un máximo de fronteras para un espacio mínimo. Quaderns de l’Exili quería presentarse como órgano de propaganda de un ideario de una lucha sin confusión. La revista ha dejado más hueco de lo que pareció porque, leyéndola, se percibe que hay un momento en que las adhesiones vienen de todas partes. Las revistas que se hicieron del estilo de Quaderns de l’Exili tuvieron mucha importancia durante esta época, ya que extendieron la idea de unión.

GLÒRIA ARTÍS Arrancamos la primera conversación con el recuerdo de su padre. Lo encontramos fascinante con sólo dos largas conversaciones, que fueron fundamentales en el capítulo que dedicamos a 12


periodistes dels anys trenta. Le explico anécdotas de la conversación y recuerdos que la emocionan. Me pide que además de vernos quedáramos con tiempo. Así lo hacemos y quedamos para comer el primer sábado de septiembre. Cuando le ofrezco un sitio le pido si puede ser en el Orfeón Catalán de México, la comida mexicana no nos acaba de sentar bien; cada día es mucho y delante de un plato de este país, ya sea arroz o verduras, ¿quién se puede resistir? Así lo hacemos y la conversación vuelve a resultar fascinante y extraordinaria, se hará de noche... Nos explica la vida de su padre en México, el impacto que le produjo este país, la obra literaria, el regreso hasta que ella se queda y ahora, cuando lo escribo, se lo tendré que decir, pienso en Joaquim Romaguera, que le dedicó un libro por su labor en México. Hoy ni Tísner ni Quim están aquí... Glòria Artís nació en México (1947). Volvió con sus padres e hijos pequeños en 1964 a Cataluña, los hermanos grandes se quedaron. En 1969, con el movimiento estudiantil de protesta, fue detenida y amenazada: si la volvían a detener, expulsarían a su padre. Avel·lí Artís Gener amaba a Cataluña como pocos y un segundo exilio no lo soportaría. Su hija salió de una Cataluña ocupada que no permitía a sus hijos vivir ahí. En julio de 1968 regresa a México y estudia antropología y lingüística. Su actitud contestataria no se vuelve más laxa y hasta estuvo con el movimiento popular de López Obrador con aquellas elecciones tan reñidas y, para muchos, falseadas, como denunciaba el periódico La Jornada, diario progresista que acusaba a unos cuantos jueces de dictámenes interesados.


Nos habla desde el mundo académico comprometido, dirige a centenares de investigadores y recomienda ahora a los catalanes de hoy empezar con un cautivador trabajo de sociología que está pendiente de realizarse: el estudio de la asimilación de la inmigración, este es el gran reto, el compromiso total que tenemos hoy. Desde su cargo como coordinadora nacional de Antropología en el Instituto Nacional de Antropología e Historia, piensa que se podría hacer muchas iniciativas conjuntas entre Cataluña y México, las universidades y el Orfeón Catalán, adaptándose al nuevo momento histórico en el que el exilio ya no existe, pero que en México ha dejado un enorme remanente que puede fructificar. Remarcamos nuestro escepticismo debido a que las autoridades no tienen ni el exilio ni la proyección de Cataluña en su punto de mira, simplemente aspiran a que el exterior sea una simple plataforma para el turismo y las empresas... En el mundo cultural sí lo hace, y muy bien, el Instituto Cervantes, y, está claro, solamente en español. El catalán, asimismo, con un presupuesto exiguo y criterios de subordinación: ora socialistas que lo cierran, ora convergentes que priorizan nada más la parte económica. Le pongo el ejemplo de este programa de radio; se ha podido realizar sólo por el empuje de ERC, que tiene en el mundo cultural ideas claras de catalanidad plena. Aspirar, pues, a una política más ambiciosa sería fácil para México pero muy complejo para Cataluña, donde te enviarían de ventanilla en ventanilla hasta la inanición. No lo entiende del todo, pero es así y dice que, sea como sea, Cataluña y México pueden y deben asumir iniciativas culturales conjuntas.


EL EXILIO DE GLÒRIA ARTÍS Nací en México, el 23 de abril de 1947 y soy hija de un exiliado, Avel·lí Artís Gener, Tísner. Mi padre llegó a México en 1939, después de haber combatido en la guerra civil. Vino con su hermana Rosa y su hermano Arcadi. Al llegar, comenzó a hacer de dibujante. Además de participar en las nuevas revistas y en las publicaciones catalanas que se hacían aquí. Las revistas tenían un sentido político, mantenían siempre un vínculo con su país y aquí era, evidentemente, un lugar donde se podían expresar todas las ideas que ellos creían en aquel momento. Me parece que aquel fue el sentido de toda la obra de mi padre. Literariamente, cabe destacar su libro Paraules d’Opoton el vell, una obra que ha tenido una gran trascendencia aquí en México, además de Cataluña, por el conocimiento de la cultura mexicana y de un pueblo que él compara con Cataluña. También fue muy importante un cuento, que creo que es la única obra que escribió en español, que se llama “60 pesos de delirio”, con el cual ganó en la revista El Cuento y su premio fue un coche. Con todo y su exilio, en sus obras es siempre constante el sentido del humor. En México, además, realizó una labor muy importante como escenógrafo del Canal 4 de televisión. Su trabajo en este ámbito produjo un gran impacto. Todos los de la televisión mexicana lo recuerdan como a un genio y así lo dicen públicamente.


También fue escenógrafo de los ballets. Era algo impresionante, mi padre convertía las coreografías del padre de Josep Ribera en verdaderas obras de arte con la escenografía y el vestuario. Las presentaciones se hacían en el Palacio de Bellas Artes e iba todo tipo de gente. Me acuerdo del impacto que significó ver que mi padre, antes del comienzo del acto, dejaba caer una bandera catalana enrollada siendo aquello lo primero que se veía en el escenario. Y todas aquellas cosas las hacía gratis, sólo por su amor a Cataluña. De hecho, creó la escuela de televisión mexicana. En un libro que se escribió sobre la historia de la televisión mexicana, presentación a la cuál me habían invitado y donde conocí compañeros suyos que le calificaban como genio, “el gran artista del arte efímero”. Además, inventó una técnica para ver dibujos animados y yo permanecía largas horas viéndolo trabajar en la oficina. Con su técnica, en el año de 1964, hizo una película sobre numeración maya para el Museu d’Antropologia. Todavía la conservan, es una delicia. Paralelamente se dedicaba a la publicidad dibujando y pintando. Se iba a los pueblos y pintaba. Una vez le ofrecieron pintar todos los cuadros del hotel María Isabel. Tenían que tratarse de pinturas con temas mexicanos: personas, pueblos, paisajes... Mi padre lo aceptó, hablamos de 1.500 cuadros. Él pensó que le iría muy bien porqué le pagaban 100 pesos por cada cuadro, fuera de la medida que fuera, a pesar de eso no era tanto un negocio. Se tuvo que poner manos a la obra y fue una locura, no le daban crédito para pagar ni los lienzos, ni los marcos, ni nada. Acabamos todos pintando cuadros para terminar con aquel arduo trabajo.


Como negocio, como decía antes, fue un fracaso absoluto, pero no como proyección, porque comenzaron a conocerlo muchos extranjeros que iban a aquel hotel, que era el más caro. Acabaron robando todos los cuadros, fueron desapareciendo furtivamente de las habitaciones. A raíz de aquello hizo los cuadros para un hotel en Cabo San Lucas que poseía un norteamericano, en Baja California Sur. Tenía que pintar unos 150. Era un hotel para turismo de lujo al cual sólo se accedía en avioneta. Recuerdo aquella experiencia con mucha nitidez, porque, como todo le apasionaba, nos la explicaba con mucha pasión. Con mi padre nunca hablábamos de la política mexicana. El mantenía un gran respeto por el país y era muy optimista y procuraba ver las cosas buenas de México. La cultura mexicana fue una gran pasión para él. Así, llegó a conocer culturas indígenas y aprendió a hablar algunas. Decidió integrarse en el país, pero sin llegar a hacerse mexicano. Es de los pocos que nunca dieron un paso para convertirse en mexicanos. Se convirtió en un gran enamorado de México. Nosotros heredamos esta pasión. Yo nunca escuché que hablara sobre los retrasos del país, ni nada por el estilo; era profundamente respetuoso y amoroso con México y su gente. Siempre sabía ver lo mejor de las personas. Cuando Franco decretaba la amnistía, mi padre sintió enseguida que no tenía nada más que hacer aquí. Para él, el exilio se había convertido en una cosa completamente convencional y, por tanto, no tenía ya motivos para estar aquí. La amnistía suponía que la pena de muerte que caía sobre sus espaldas ya no era


operativa y podía regresar. Lo tenía que hacer para continuar su lucha por su país. Era un luchador empedernido e infatigable con todo lo que se refería a Cataluña: cultura, lengua e independencia. Siempre quiso que habláramos catalán y así se explica que mi nieto de tres años lo hable. Nos inculcó el amor por el país donde habíamos nacido; en mi caso particular por México. El defendió siempre la catalanidad. En casa, cuando no hablábamos en catalán o decíamos alguna cosa en español, nos gritaba: “¡Gutiérrez!”, y crecimos con la idea de que la palabra Gutiérrez era una grosería espantosa y no un apellido español. De manera que siempre hablábamos catalán en casa y evidentemente criticaba que otras familias no reprodujeran las costumbres y la lengua de su hogar. Creo que resultó fundamental que todos nosotros habláramos en catalán, con eso fue implacable, de tanto no permitirnos, hasta mis hijas hablan catalán y mi nieto, de tres años, Arnau, también habla catalán. Mi padre era muy crítico e irónico. Siempre hacía muchas bromas, nos explicaba anécdotas en la sobremesa. Era necesario, pues devoraba su comida y se quedaba con nosotros explicándonos historias de todo tipo, como las de Viure i veure, toda ciertas, algunas muy tristes pero él nunca magnificaba el dolor. Mi padre convertía la tristeza, la tragedia o el drama que vivió con mucha creatividad. Tenía una gran capacidad para observar, recordar y explicar situaciones. Con el paso del tiempo, después de estar muchos años en México, toda la familia decidimos regresar a Cataluña e hicimos un gran esfuerzo para poder volver.


Mi madre jugó un papel fundamental, no existían las condiciones económicas apropiadas para regresar, pero ella hizo números y pudimos ir todos en un barco. Yo estaba abrazada a mi padre en la proa justo en el momento que vislumbraba la costa de Cataluña, la madrugada del 31 de diciembre de 1965. Mi padre lloraba. Estaba absolutamente feliz de regresar, a pesar de tener que volver a comenzar con 54 años. Llegamos sin ni un clavo, sólo teníamos libros, unos cuantos cuadros y ropa. La Cataluña que encontramos había cambiado en muchos aspectos, pero en el fondo era la misma de siempre. Inmediatamente, Ibañez Escofet le dio a mi papá la oportunidad de hacer una caricatura diaria para El Correo Catalán. Le pagaban 100 pesetas. Después colaboró en TeleXpress y en otros periódicos. Cuando tomé la decisión de regresar a México, mi padre no me dijo nada. Sólo me pagó el viaje y dijo: “Es tu país, si quieres regresar eres libre de hacerlo”. Después supe, gracias a Ricard Salvat, que aquello le había afectado mucho. Salvat me dijo: “Es que tú no so sabes el impacto y dolor que aquello le causó a tu padre, porque así sentía el exilio una vez más”. Yo, en aquel momento, tenía diecinueve años y tampoco era tan conciente de lo que aquello significaba para mi papá. Él había conseguido que tres de sus hijos estuvieran con él en Cataluña y, de golpe, una se le regresa a México. Fue un golpe muy duro. Yo había nacido en México en 1947, el 23 de abril, cuando mis padres vivían en la calle Louisiana. Estudié en el Lycée Français porque mi madre era francesa. Nosotros somos mexicanos, pero somos extranjeros y en


Cataluña era, y es, igual. Era y soy extranjera siempre. De alguna manera parece que no tienes patria y en realidad tienes dos, te sientes identificado con una y con la otra. Pero cuesta mucho esta mezcla de experiencias vitales. Cuando regresamos a Cataluña, entré en la universidad Central de Barcelona, en Filosofía y Letras, donde quería hacer ‘clásicas’, pero una noche me encarcelaron. A raíz de aquello amenazaron a mi padre, le dijeron que si me volvían a arrestar entonces todo se volvería en contra de él, porque yo era “súbdita mexicana y menor de edad”. Aquello ya me hizo pensar en que no era tan libre. Supe lo que era vivir bajo el fascismo. Poner en riesgo a mi padre no me hacía ninguna gracia, tampoco perder mi libertad. Entonces tomé la decisión de regresar a México y volví en 1968, un día después del bazucazo. Me incorporé inmediatamente con todos los compañeros que estaban en el movimiento de la universidad. Participé en todas las actividades del movimiento. Fue impresionante e intensísimo para los que participamos y conocí la represión y al país, un país brutalmente represor. Esta experiencia, junto con la de nuestros padres, nos ha marcado para siempre. Primero, con nuestros padres que luchan en la guerra, conocen el exilio, nos conciben aquí y somos, por tanto, producto del exilio. Nacemos en México y, cuando tenemos veinte años, vivimos la segunda gran historia: el movimiento de 1968 en México, con la matanza impresionante de más de cuatrocientas personas. Ambas experiencias de tanto calado histórico nos han marcado para siempre.


En 1969 me puse a estudiar lingüística, que era mi verdadera pasión y, finalmente, estudié la especialización de antropología social. Fui profesora en la universidad y también trabajé como investigadora. Desde entonces he hecho más bien una carrera en cargos directivos. Mi interés por la antropología creo que está ligado con el exilio y a intentar conocer a otras culturas e identificar el tema de la identidad y las lenguas, un tema que para mí es vital. Por eso, una de las cosas que más me gusta de México son sus personas, sus culturas y la relación con las personas: buenas, hospitalarias, muy divertidas y cálidas. Son personas apasionantes. Y me gusta esta ciudad. A pesar de toda la contaminación y la violencia, me gusta mucho y la disfruto de arriba a abajo. Por estos motivos no pienso volver a Cataluña y no por que no me guste, pues he ido muchas veces. Antes, cuando vivían mis padres, procuraba ir todos los meses de diciembre para estar con ellos. Me pasaba allí 22 días íntegros. Ahora procuro ir cada mes de mayo, cuando hacen un homenaje a mi padre. Allí me reúno con mis hermanos. Pero mis viajes no son los normales de un viajero, sino que me levanto a las cinco de la mañana y camino y camino durante unas doce horas diarias. Lo disfruto mucho, es un intento para meterme en el país lo más que puedo, entrar en el país de mi padre. No sé si el exilio es lo suficientemente conocido en Cataluña ni si se ha hecho justicia a los exiliados. Mi experiencia personal es muy rica de todo cuanto viví, pero yo siempre era extranjera, no exiliada. A pesar de todo, soy parte del pueblo catalán y me siento parte de


su historia, de su cultura y me agradaría que ellos también me consideraran así. Soy parte del exilio por mi padre, que es lo mejor que me ha pasado en la vida.

ADELINA SANTALÓ Hija del ministro Santaló, uno de los fundadores de ERC y alcalde de Girona en los años treinta. Llena de valores como respeto y tolerancia. Nace en Barcelona en 1922. Su exilio arranca a los 16 años, cuando corre el año de 1938. De Francia a México y trabajar, trabajar... Que es lo que hicieron todos los exiliados. Fue comerciante en una tienda de ultramarinos y después, al jubilarse, la labor docente le absorbió. Aprendió el idioma local, el náhuatl, y lo enseñó. Se convirtió en maestra de una lengua de clases subyugadas y alejadas del poder político. De las clases particulares pasa a las académicas y llegó hasta a dictar conferencias en la Universidad de Guadalajara como la que hizo sobre la importancia del náhuatl para la comprensión de los códices tan valiosos para esta cultura. Su conversación es dulce, agradable, como la tarde de un 30 de julio del año 2005, en la capital de Jalisco, Guadalajara. Nos enseña cartas de los campos de internamiento, diccionarios español-náhuatl y poco a poco se establece un clima de comprensión, hasta llegar al punto de pedirle que me recite poesías en náhuatl, que reproduciremos en el programa de radio. Lo hace.


No entiendo nada, lógicamente, pero la cantarela amansa el espíritu y lo traduce, después nos animamos y me lee un cuento, La inundación, lleno de sentido y profundidad. Le digo que aunque no lo podemos emitir por la radio (por su duración); su voz, como la de todos, será conservada en una fonoteca para quien le interese. Le digo que esto no se hace, desgraciadamente, de forma habitual en Cataluña, pero nosotros queremos contribuir y todos los testimonios sobre el exilio serán guardados. EL EXILIO DE ADELINA SANTALÓ Durante la guerra no era una persona lo suficientemente madura para comprender a fondo como estaba la situación. La entendí después, saliendo. Me fui de Girona cuando acababa de cumplir 16 años, en diciembre de 1938. Me fui porque una familia francesa amiga de mis padres, al ver que las cosas iban tan mal en España, propusieron que nos enviaran con ellos. Pero sólo me enviaron a mí, pues era la mayor. Y me fui un mes antes que ellos de Girona. Esta familia vivía en un pueblito cerca de Bélgica. Él era director de la Coopérateur du Nord de la France, una cooperativa muy importante. Era una persona muy culta y preparada, y allí aprendí mucho. Estuve cinco meses con esta familia, iba a la escuela con una hija suya que tenía mi edad. Aprendí francés, aunque ya sabía alguna cosa porque lo había estudiado; pero en este tiempo fue cuando pude dominarlo completamente. De mayo a junio de 1939 me


reuní con mis padres en París. Ellos, sin embargo, antes estuvieron en Collioure, donde teníamos familiares. Una vez en París nos mantuvimos juntos hasta 1942. Pero claro, al cabo de pocos meses de estar en la capital francesa nos tocó la guerra mundial. A los extranjeros nos sacaron de la ciudad y tuvimos que salir a trompicones con lo que llevábamos encima hasta llegar a Burdeos. No sabíamos a donde ir y, como estábamos cerca de la frontera con España, no nos dejaban quedarnos ahí. Al final fuimos a dar a Seta, donde estuvimos dos años, que estuve aproveché para acabar el bachillerato. Finalmente, en noviembre de 1942, salimos de Marsella en un barco francés de carga, que no era para pasajeros, hacia Casablanca. Allí nos tenía que recoger otro barco y estuvimos ocho días esperando a que llegara. Era el Nyassa. El primer día a bordo estábamos todos bailando en la cubierta como en todos los barcos donde se pone la musiquilla para que te lo pases bien y, de sopetón, comenzamos a decir: “¡Una luz!, ¡una luz por allá!”… Era una luz en la lejanía, hacía señales claras en Morse y se iba acercando. Todos estábamos angustiados preguntándonos: “¿Qué será?, ¿qué será?”. Entonces uno de los pasajeros dijo que era telegrafista, pero que el mensaje estaba en inglés y no lo entendía. Yo, como sabía inglés, lo traduje. Decía que paráramos, que no usáramos el teléfono, y que preparáramos los papeles. La luz se nos acercó y salió al costado del barco un submarino negro, negro, negro… y nos detuvimos ahí. Uno de los oficiales del barco se metió en el submarino y nos quedamos todos esperando ver qué pasaba. Estábamos cerca de las Canarias y teníamos miedo que


fuéramos hacia allá. Pero volvieron los oficiales y pudimos continuar con la travesía. Fue una situación en la que todos estuvimos sin respirar hasta que arrancamos. Llegamos a Veracruz y nos esperaba muchísima gente. Al bajar del barco, fuimos a tomar algo con mis primos Marcel Santaló y Pere Costa, que nos esperaban en el puerto con otras personas muy conocidas. Luego, subimos a un tren dirección a México D.F. Allí, lo primero era encontrar un sitio donde vivir, lo único que les pedía a mis padres era que fuera con sol, luz y amplio. Lo quería de esta manera porque habíamos pasado en Francia unos años apretados en una casa muy pequeña y vieja, que era una comuna para cinco apartamentos. Yo dije que trabajaría día y noche para vivir un poquito mejor: con luz, sol y un poco de espacio. Por casualidad encontramos uno con estas condiciones y vivimos ahí bastante tiempo. Después, le dieron un oficio a mi padre, era el encargado de que todo funcionara en dos edificios con cuarenta departamentos cada uno. Pero lo mejor era, a parte del sueldo, que nos dieron un departamento magnífico hasta arriba. Tenía una gran cantidad de luz y mucho sol. Era la azotea de los dos edificios. Ahí viví hasta que me casé. Mi marido murió cuando habían pasado sólo dos años y medio de estar casados. Cuando quedé viuda mi padre estaba muy enfermo, porque después de la guerra quedó deprimido, triste y tenía un enfisema pulmonar causado por el tabaco. En ese momento me dije que no podía depender más de mis padres y busqué un trabajo. Con la muerte de mi marido me dije a su vez que debía dedicarme más a mi hijo y a trabajar más duro. En


México encontré trabajo de secretaria porque no podía hacer nada más, le había dicho a mi padre que no pensaba estudiar más porque había de recuperar muchas materias perdidas por la guerra. Prefería trabajar. Con los idiomas que sabía encontré trabajo enseguida. Fue después de que un amigo en Guadalajara me dijo que vendía su tienda de ultramarinos, así que la visité, como tenía 30.000 pesos ahorrados entre mis padres y yo, la compré. Vine a Guadalajara y me puse a trabajar muchísimo para poderla sacar adelante. Trabajé mucho, pues la tienda era pequeña y no parecía ni eso, era un tendejón, como le decían. Pero la fuimos ampliando y ampliando porque cuando iba a México llevaba productos para los extranjeros que ahí se refugiaban y nos quedamos con esa clientela fija. Después abrimos una más y al final eso nos permitió vivir y jamás nos ha faltado nunca nada. Tuvimos hasta para hacer unos departamentos y nuestra casa, muy grande, con jardín y terraza. Trabajamos muchísimo pero nos fue muy bien. Mi padre murió después de estar cuatro años en silla de ruedas por el enfisema y la altitud, pero sobre todo por el tabaco. En la tienda, mi madre me ayudaba hasta que me casé diez años después. Al final tuve tres hijos, uno con el primer matrimonio y dos con el segundo. Uno es cardiólogo, otro esta doctorado en el Massachusetts Institute of Technology (MIT), y el otro es ingeniero. Mi segundo matrimonio fue con un gallego doce años mayor que yo, pero nos arreglamos muy bien. Me acordaba mucho de Cataluña, manteníamos comunicación con un primo que estaba ahí, nos escribía; pero como la correspondencia estaba intervenida él no


firmaba con su nombre. Estábamos en contacto directo con él, pero también me escribía con Carolina Rahola. Éramos muy amigas, nos escribíamos mucho y ella me hablaba de todo lo que le había pasado cuando fusilaron a su padre, pero como el correo estaba bajo control, no explicaba todo y relataba las cosas encubiertas, con segundas lecturas. También me relacionaba con Josefina Dalmau, hija del doctor Dalmau. En el año de 1973, con Franco todavía vivo, regresé a España a conocer a la familia de mi marido, en Galicia. Estuve ahí durante quince días, después un par más por Girona i Figueres. Fue mi primer regreso a Girona y sólo la observé de pasada, pues a mi familia le daba miedo que me pasara algo y no me dejaban ir sola ni por Girona. Cuando entrabas en España todavía se acostumbraba a requisar el pasaporte y te lo devolvían al salir del país. A mi familia le daba miedo incluso por lo que les pudiera pasar a ellos. Más tarde, en 1976, vino sólo mi marido. La segunda vez que regresé a España fue en 1980, con mi esposo, estuvimos tres meses paseando por todo Girona y conociendo a la familia y a las amistades. En México, desde que llegué, siempre me llamaron la atención los idiomas que se hablan por aquí, sobre todo en Guadalajara: el náhuatl. Lo escuchaba a mucho y quería saber cómo era. Sabía que sería completamente distinto al francés o al inglés que ya sabía; pero me tuve que poner a trabajar y durante treinta y seis años no tuve tiempo. Cuando mi marido se jubiló, en 1984, vendimos la tienda, entonces sí me puse con muchas actividades y una de ellas fue estudiar el náhuatl. Estaba llena de curiosidad por saber cómo era


esta lengua y me puse a estudiarla con mucho entusiasmo. En Guadalajara había un profesor que sólo enseñaba las palabras. Así que fui hasta México a la universidad. Ahí me daban libros y todo tipo de material a mitad de precio como “investigadora”. Entonces, el profesor de Guadalajara me propuso la oportunidad de dar clases a un curso más avanzado, esto se debía a que yo estudiaba la gramática con libros originales y manuscritos; él se quedaría dando el nivel inicial introductorio. Así que durante años enseñé en mis clases y pude copiar los códices de la Biblioteca Nacional. En mi casa todos eran maestros, excepto yo, que acabé como profesora de náhuatl, cosa que nadie ni siquiera se imaginaba. El náhuatl es un idioma hermoso, pero ya no lo hablo bien, con todo y que lo llegué a dominar y conocí su literatura y filosofía. Tiene palabras que quieren decir una cosa y también tienen otro sentido según cómo se les utilice. Por ejemplo, “hermano” es “ikni”, pero también quiere decir “amigo”. Las flores y los colores tienen otros significados: como el amarillo, que representa la vejez, porque la paja seca es el color de la muerte según la concepción de los aztecas. El problema es que existe la idea de que es una lengua vulgar y que rebaja la categoría de quien lo habla. Esto viene de la época colonial: las personas adineradas no dejaban hablar a sus hijos e hijas ni a los criados en náhuatl, los hacían aprender español. Ha quedado la idea de que el náhuatl les rebaja de categoría. De hecho, una vecina mía tiene una muchacha que habla náhuatl y un día que la escuché le hice una pregunta en su lengua.


Me contestó muy espantada que era la primera vez que escuchaba hablar náhuatl a una “señora”. Sólo conseguí que me hablara un par de veces, y ya está, además muy avergonzada. Conseguí grabar durante más de un año a una joven y con ella aprendí la pronunciación, pero tuvo que marcharse a su pueblo. Cuando volvió al cabo de un par de años me vino a ver, me agradeció mucho que le regalara un diccionario de español-náhuatl pues en su pueblo harían la distribución de unas tierras y ella sería la traductora para las personas que no hablaran en español. El náhuatl es una lengua que se habla todavía en sitios como la Sierra de Zongolica, cerca de Veracruz, en los alrededores de Cuernavaca, cerca de Morelos, en Guerrero, San Luis Potosí... En muchos sitios. Poseo documentación de la lengua náhuatl procedente de por lo menos 25 lugares distintos. En todos los sitios es el mismo, excepto por la pronunciación y algunas palabras especiales, como para saludar y cosas así, pero el idioma es el mismo en todos los lugares. Nunca entendí porqué el gobierno no hace nada para impulsar el náhuatl si es el “segundo idioma nacional”. De la misma manera que de pequeña yo aprendí español y catalán, ¿Porqué aquí no podríamos hacerlo igual?


MANUEL R. GAYA Lo conocemos en México en El Colegio de Jalisco y nos reencontramos en Barcelona, donde viene a menudo. Nos entrevistamos en su apartamento en la parte alta luminoso, pequeño y cómodo. Más tarde nos encontraremos en diversas ocasiones en México, tanto en su casa como en el Orfeón Catalán, que ama con delirio y lo sufre, como se hace con todo lo que se ama. A diferencia de la mayoría de exiliados, aquí sólo pasamos unas cuantas horas, con Gaya estrechamos los lazos —igual que con Josep Ribera, José M. Murià, las hermanas Fournier, la viuda de Cabruja, Margarita Carbó y Dolors Pla—. El trato se hace habitual durante los meses que nos dedicamos a entrevistar a exiliados. Casi


cada semana nos encontramos. Una segunda entrevista será en su casa de las Lomas de Tecamachalco, un barrio residencial de esta inmensa ciudad. Comemos un 18 de agosto del intenso verano de 2005, con su esposa, Dora Samblancat, hija de Ángel. Gaya (Lleida, 1916) ha trabajado, como todos los exiliados, mucho pero mucho... Y no pasa siempre, las cosas le han ido bastante bien y se ha podido retirar a una casa con jardín, igual que la mayoría de los catalanes que han hecho fortuna. Ahora lo disfruta, se lo merece. Va por el centenar de años y mantiene ese espíritu terral de los años treinta que nos encanta. En la vida Gaya ha tenido tres objetivos a los cuales les ha dedicado tiempo: el trabajo en los seguros, la familia y el Orfeón Catalán. Se ha dedicado a los tres con energía y continuidad. Sus noventa vitales años me recuerdan a los de otro exiliado de trato igualmente afable: Marc Aureli Vila. Me hablaba —y Gaya lo continúa haciendo— de Macià o Companys o Tarradellas, como si fuera ayer. A pesar de haber perdido esposa e hijos por mor de la vida conservan el entusiasmo, la sonrisa y el ideal a flor de piel. Cabalgábamos como si todos fueran uno. Era un revivir compartido que nos hacía pasar muy plácidos momentos. Cuando le llevo la foto, en un segundo viaje a México, en la que aparece vestido como un niño con sus shorts cortos, detrás del presidente Macià en su visita a les Borges Blanques de 1932, con los ojos abiertos de par en par, vuelve a mirar el paso del tiempo y revive el ayer emocionado. Gaya editó en abril de 2005 un volumen no venal de sus memorias, Els meus records, que distribuyó entre


la familia y los amigos. Ahí narra el viaje de su exilio, escribe: El Mexique era un barco mediano. Nuestras hamacas estaban abajo, al fondo de todo, con mucho calor, cosa por la que nos pasábamos la vida en la cubierta, donde nos tocó muy buen tiempo. En el barco había muchos catalanes, no sé el porcentaje, pero éramos bastantes, y aunque no encontré gente conocida hice amistades. Recuerdo dos tres personas que conocí con las que continué en México una gran relación de amistad. Me tocó vivir la casualidad de ser el “amigo rico” de todos los de abordo y tuve la fortuna y satisfacción de poder invitarles cigarros, cafés, algunas cervezas y más cosas por el estilo. Pero, claro, eran bastantes aunque no tantos y se acabaron. Yo desembarqué en Veracruz con los pocos francos que, una vez convertidos, se ajustaban a unos cinco pesos mexicanos. Mi conocimiento sobre México se limitaba a aquello que nos dijo, en conferencias a bordo, el entonces coronel Haro Oliva, agregado militar del gobierno mexicano a la embajada de París y casado con Nadia, una famosa actriz teatral. Nos enseñó a cantar el himno mexicano y aquella de “si Adelita se fuera con otro” y nos hablaba sobre México.

Y con la buena entrada de sus recuerdos por escrito le pedimos que nos lo sintetice. EL EXILIO DE MANUEL R. GAYA Desde que tuve algo de sentido común por la edad, tuve la suerte de poder comenzar a leer diarios liberales de izquierda, entre ellos El Diluvio y L’Esquella de la Torratxa. Me formé dentro de una cultura liberal y de izquierda. Eran los años de 1927-29, época de Martínez Anido, cuando en Cataluña existía una fortísima persecución a las personas con ideas liberales. Más tarde, cuando nace la izquierda, si no recuerdo mal en


1931, me quise afiliar y no me aceptaron por ser muy pequeño: sólo tenía 15 años. El año siguiente volví a insistir a través de Humbert Torres, el médico que era líder de Esquerra Republicana en Lleida, me aceptaron. Con 16 años tenía la credencial de Esquerra Republicana, que por aquél entonces se llamaba, por cierto, “Esquerra Catalana”. De manera que me formé mucho leyendo La Publicitat y La Humanitat, me crié dentro de este ambiente. Después estudié en Caldes de Montbui en la escuela de peritos agrícolas de la Generalitat, al mismo tiempo que continuaba investigando; me iba reafirmando y afinando como un hombre de ERC. Por esto, el proceso de constitución del partido en el año de 1931 fue una cosa maravillosa e inolvidable. Yo, tan jovencito, estaba en un pueblo que se llama Maldà, en la provincia de Lleida. Y cuando vino la proclamación de la República fuimos al Ayuntamiento: no lo tuvimos que tomar, más bien de forma pacífica el alcalde nos dio la batuta y permitió que se formara un comité. Tuve el honor de conocer a Francesc Macià y de tenerlo en mi casa, acompañarlo a Les Borges Blanques, que es donde se presentaba para diputado. Para mí era el “abuelo espiritual”, no sólo mío, sino de Cataluña. Era un hombre sencillo, afable, encantador. Un hombre fuera de serie, con una dignidad muy civil, que fue perseguido, desterrado, exiliado y que renunció a una brillantísima carrera cuando era coronel del cuerpo de ingenieros en el ejército. Si alguna cosa puedo recriminarle es que el día 14 de abril, cuando proclamó la República catalana, se haya tenido que desdecir tres días después. Tuvo un momento de debilidad, pues salió emocionado al balcón


del Palau de la Generalitat llorando y diciendo: “Este es el día más triste de mi vida”, pues tenía que renunciar a la República catalana para aceptar la Generalitat de Cataluña. En cambio, al presidente Lluís Companys lo conocí poco. Me parecía un hombre de gran simpatía, capacidad y talento. También con un amor muy especial por Cataluña. Me permito dar una opinión, que no está autorizada ni bien avalada, pero puede ser que la única cosa poco apropiada suya fue el asunto del 6 de octubre. Lo embarcaron diciéndole que toda España se alzaba contra el gobierno de la CEDA y sólo se levantaron los mineros asturianos y algunos catalanes, algunos catalanes... ¡No todos los catalanes! Este acontecimiento ayudó a preparar los acontecimientos del 18 de julio. Precisamente cuando ocurrió el Alzamiento yo hacía el servicio militar en el 34 de Infantería: sólo tenía 18 años. Durante la guerra no tuve relaciones con ERC porque en el frente no había ningún tipo de posibilidad. Estuve en una unidad donde todos eran comunistas. Hasta hacían el esfuerzo de convencerme para que me afiliara al partido, cosa que no acepté. Al contrario, tuve que mantener una actitud de firmeza y seriedad debido a que los comisarios hacían una labor de propaganda entre los soldados para que tuvieran la credencial del partido. Todos los altos cargos eran filocomunistas. A pesar de aquello, aunque no fuera comunista, llegué a ser comandante. Llegué, podría decirse, por méritos de guerra, pero no es verdad. No hice otra cosa que cumplir con mi deber todo lo que pude, pero me hirieron.


Lo que sí he criticado mucho y puede que no esté bien situado aquí es que no se supo organizar la línea de fuego de Aragón y Cataluña, las segundas y terceras líneas. Nos romperían el frente y a correr, pues no había ni una trinchera ni nada para defenderte. Esto no lo pude entender nunca. Aunque el frente fuera largo había tiempo para que los escavadores hicieran trincheras y los emplazamientos para las ametralladoras y morteros para defenderte de un contraataque. Estuvimos dos años y tres meses allá. Y, en cambio, cuando mirabas hacia atrás, no había más que tierra para correr. Y así llegó el momento del exilio. Yo entonces, en 1939, cuando atravesaba la frontera, tenía 22 años. Y pensaba que me iba por mucho tiempo lejos de Cataluña. Lo veía todo tan negro... Hasta el paso por la frontera resultó ser tristísimo... nos quitaron las cámaras fotográficas, las credenciales, las plumas estilográficas, los pocos dineros que llevábamos en la bolsa... ¡Nos sentimos tratados como animales! Entonces pensé que los nacionales se consolidarían y costaría mucho trabajo echarlos para afuera, aunque mantuve la vana esperanza, ahora lo sé, que con la guerra mundial, si ganaban los aliados, los obligarían a salir. El exilio arrancó en Argelers. Ahí estuve de enero a abril de 1939. Los mandos del ejército francés nos invitaban a formar compañías de trabajo para el ejército francés dándonos 50 centavos de franco. Formé una compañía de trabajo con 250 voluntarios, la 43 Compagnie y nos enviaron a la frontera con Italia a construir fortificaciones, pistas, emplazamientos para material bélico, ametralladoras...


Estando en esta unidad había solicitado tanto al SERE como al consulado de París que me dejaran ir a México, era un país donde podía serles útil como perito agrícola. Así que me llamaron cuando llegó el primer barco, el Sinaia. No me dejaron salir, decían que yo era oficial del ejército francés. Después me volvieron a llamar para el Ipanema, que era el segundo barco que llegaba y tampoco me dejaron salir. Me avisaron por tercera vez, con una nota del doctor Aiguadé, que era el representante de ERC en el comité del SERE diciendo: “Gaya, es la última oportunidad que tienen para salir a México el día 14 de julio en el barco Mexique”. Finalmente, después de diversas gestiones, conseguí llegar a Pauillac, que es de donde salió el Mexique el 14 de julio. Así que llegué aquí, a México, con la convicción de que aquí pasaría muchos años. El viaje hacia México fue muy bien. Tuvimos la suerte de ir con uno de los dirigentes mexicanos más importantes en aquella época, el coronel Antonio Haro de Oliva, que era agregado militar mexicano en el gobierno francés, viajaba con nosotros e hicimos una buena relación. Había un ambiente muy gratificante. Incluso se hizo una pequeña compañía de teatro, ¡Estuvo muy bien! En el barco había catalanes de los que me hice amigo enseguida. Les convidaba cervezas y tabaco gracias al dinero que me habían dado en concepto de pagos atrasados del ejército que me habían dado antes de zarpar. Antonio nos enseñó el himno mexicano y, cuando llegamos a Veracruz, comenzamos a cantar la primera estrofa primero y abajo nos contestaban con la segunda y nosotros respondíamos con la tercera y abajo con la cuarta, y así... Fue tan


emocionante, con lágrimas y llantos... Además, había un montón de gente que llevaban pancartas que decían: “Bienvenidos hermanos españoles”, “¡Viva la República!”... Como ya eran casi las ocho de la noche, nos dijeron: “Pueden desembarcar, vayan a donde quieran y regresen a dormir aquí, que mañana les arreglaran la entrada legal”. No sé como me llevaron a una cantina y acabé tomando una cerveza y unos tacos y de todo y más. Subiría después a dormir en el barco un poco iluminado... No olvidaré nunca la llegada, porque salir de un campo de concentración y encontrarte en un lugar tan bonito como Veracruz, tan cálido y lleno de personas aplaudiendo y esperándote... Una vez ahí, el general Cárdenas, presidente de la República mexicana, invitó a consolidar un grupo para que formara a los agricultores de Morelia. Como perito agrícola que era me apunté, pero no pude acudir porque me puse muy enfermo. Pero cuando llegué a una hacienda, el capellán del pueblo en el púlpito había dicho que habían llegado “los rojos de España”, y alteró a la gente y los hizo regresar casi a tiros. Enseguida conseguí la representación de una fábrica de embutidos que se llamaba Iberia; y después, de una casa de vinos donde me puse a vender a los españoles. La verdad, los españoles de Morelia, dejando de lado a su franquismo mal entendido, se portaban muy bien con nosotros. Todos me compraban e invitaban a su casa a cenar. Cuando se habla de la colonia española de antiguos residentes, no puedo decir más que chapeau. Además, reconocían una cosa que les honraba: que estábamos mejor preparados y poseíamos más cultura


que ellos. Te lo reconocían. Hasta hablando de política sabíamos más que ellos. En este sentido, la mayoría de las personas que se exiliaron eran de la CNT y del PSUC. De ERC sólo estaban los hombres representativos de la política catalana, como consellers y catedráticos, pero el resto eran comunistas. Por eso, la actuación de ERC era muy pobre. Una cosa que me llamó mucho la atención es que los mexicanos diferenciaban a los españoles de los catalanes. Aquí había personas muy valiosas y preparadas, pero entendieron enseguida que la flor y nata de la intelectualidad catalana estaba exiliada en México. Por esta razón, el exilio para Cataluña significó la pérdida de sus intelectuales, además de una gran cantidad de gente con criterio y formación política que prefirieron las consecuencias del exilio a la vergüenza o al miedo de vivir bajo el fascismo. A pesar de todo, el exilio ha sido, para mí, la salvación de mi vida y no tengo más que una. Y después, la posibilidad de comenzar, pues yo tenía la edad para comenzar con una nueva vida, demostrarme que podía yo, por mí mismo, salir adelante, sin la sombra de mis padres y la posición económica que tenían en Cataluña. Me pareció que era un reto que había y debía afrontar, que se tenía que resolver y que tenía que ganar. Y así fue.


MARIA ANTÒNIA FREIXES Nacida en 1915, en Barcelona. Fue secretaria del conseller de Cultura Antoni M. Sbert, a quien sirvió fielmente tanto en la Generalitat como en las diversas etapas del exilio. También en la Fundació R. Llull y en la embajada de México en París, país al cual se exilia y


donde reside después de haber trabajado desde su llegada como secretaria en el ramo de los seguros. Me recibe en su casa en la colonia Fuentes Satélite, el 27 de agosto, en esta inmensa urbe que es el D.F. Quizás el gran ventanal que tenemos detrás con la vista de la ciudad a los pies nos hace ver un cielo azul que, curiosamente, cuando la periodista mexicana Lydia Blanco Trejo vino a raíz de la guerra de Barcelona, se refería a él como “Cataluña azul”, y así lo escribió en un capítulo del libro que pienso también publicó como artículo en el Ciero del momento. Nosotros, igualmente, veíamos México más azul que Cataluña. Nos acompañaba su hija y nieta. Todas sin perder de vista sus orígenes y bien emocionadas en un viaje por los recuerdos. Toda la conversación fue en catalán, un tanto incompresible para la nieta, que estando casada su madre con un mexicano y rodeada por un entorno no catalán, no lo utiliza. Como acostumbra a suceder en las terceras generaciones que van a escuelas, frecuentan amigos o viven en matrimonios mixtos en un país ajeno. Asimismo, ve que el catalán es o era la lengua del hogar, además, quiere venir a estudiar Barcelona, dice que la quiere conocer y recuperar. Aparecen al largo de una hora y media de conversación el mundo de ayer y el de hoy mientras la interrogamos sobre su infancia y juventud, años de guerra y exilio, el viaje, el impacto que le causó México, los trabajos y la adaptación, las sensaciones y emociones con identidades compartidas, cuestionario al cual muchos catalanes contestan de una forma muy similar en los conceptos, debido a la similitud de las experiencias. Así la buena acogida, las dificultades del comienzo, la doble identidad compartida,


el añoro por la Cataluña que habían perdido, el agradecimiento por un México acogedor... EL EXILIO DE MARIA ANTÒNIA FREIXES El día más triste de mi vida fue aquel que dejé a mi abuela, que era mi adoración, porque sabía que no la volvería a ver. Tuve que abandonar Barcelona con la retirada de las tropas. Mi abuela tenía 85 años y como mis padres no se atrevían a sacarla de Barcelona se quedaron con ella. Yo no la volví a ver… Murió al año siguiente... Llegué a la frontera con el coche oficial del conseller, con Carles Riba y su esposa, Clementina Arderiu, y la niña, que ahora debe de tener setenta años. La sensación que tuve cuando cruzaba la frontera era la de que la guerra no se acabaría como pensábamos, que la cosa iba para largo y no sería nada fácil. Y creo que no me equivoqué. Era totalmente conciente de que mientras estuviera Franco, yo no iría a Cataluña, de manera que eran mis padres los que me venían a ver en el exilio. Pasé la frontera y dormí en la casa de la señora de Sbert, que estaba instalada ahí (cerca de la frontera), y de allí a París, donde estaba la oficina de Tarradellas cuando era conseller primer. Entré a trabajar ahí. Lo que hacía en la oficina era ayudar, a pesar de que ni me pagaban. Ahí ayudaba todo el que podía. Como el presidente Companys era primo hermano de mi madre, se puede pensar que todo lo que obtuve fue gracias a la familia. Pero nunca le pedí ningún favor. No figura en mi forma de ser. De hecho, lo conocí y traté


cuando era presidente, siempre me dijo que me haría caracoles a la petarrellada, porque me gustan mucho, además, ¡nunca he sabido cómo se hacen! Habíamos hablado muchas veces tanto en Cataluña como en Francia, pero en el exilio se desesperó por su hijo que estaba en un sanatorio. Cuando el presidente salía de Bélgica, perdió el rastro, se volvió loco por su hijo, no sabía nada y aquello le costaría la vida. Los franceses que se portaron muy, muy, pero que muy mal, lo entregaron a los alemanes y estos a Franco... Después de trabajar en la oficina, entré a trabajar en la Fundació Ramon Llull, donde hacía todo lo que podía con todo lo que me pedían. Ahí estuve hasta el día anterior a la entrada de los alemanes en la ciudad. Era el 12 de junio de 1940, el día antes de Sant Antoni, mi santo, fue cuando me marché de París con Mercè Rodoreda, Joan Obiols y un francés, monsieur Bertaud, que nos ayudó mucho. Cruzamos toda la capital sin luz y caminando con una carriola para bebés donde llevábamos las maletas. Primero estuvimos en casa de un poeta francés de largas barbas amigo de monsieur Bertaud, en un pueblito fuera de París. La intención era ir hacia Orleans, pero cuando llegamos los alemanes ya habían ocupado todo el territorio, así que continuamos hasta que encontramos un bajo para poder cruzar el río. En este éxodo por caminos franceses nos pasó de todo. Un día nos escondimos debajo de un tren porque venían aviones para bombardear. Era un tren de carga y cuando salimos, nos dimos cuenta que estaba cargado ¡con municiones! Además habían pasado más de veinticuatro


horas sin comer nada y sólo bebíamos vino, que tampoco quita tanto la sed. Entonces, en una esquina, encontramos un pan de baguette. La desempolvamos y nos la comimos con una lata pequeñita de foie gras. Fue un desayuno-comida-cena después de un día largo sin comer; fue un ágape delicioso. Gracias a monsieur Bertaud, que era simpático, pasamos de la zona ocupada a la zona libre. Así que el día aquel del banquete estuvimos en una finca donde nos facilitaron la forma de ir hacia la zona libre. Monsieur Bertaud llevaba una camisa blanca desde que habíamos salido de París y le pedí que se la quitara para lavarla. La lavé y quedó bastante limpia. La puse al sol para que se escurriera y cuando fuimos a recogerla vimos que alguien la había necesitado antes porque le habían quitado el cuello y la camisa se había quedado sin ¡Nos pasaban cosas muy curiosas! Desde que salí de París hasta el año de 1942, estuve en Vichy, donde trabajaba en la embajada de México. Allí recibía cada mes un millón de francos para enviar a los refugiados en los campos de concentración, así que yo hacía un documento con todos los nombres de las personas y tenía la responsabilidad de ir a correos, con mi bicicleta, a depositar esta cantidad. Pero en 1942 nos dijeron que ya no nos podíamos quedar más. Yo no quería ir a México, pero me tuve que ir hacia allá. O me quedaba y corría el riesgo de que los alemanes me encontraran o salía para México. Así que me embarqué en último barco, el Nyassa II. Fue un viaje duro, con la pérdida de la bebita de un matrimonio de catalanes amigos nuestros y con un conflicto con los españoles porque el barco era


portugués y la tripulación también, y yo me entendía muy bien con ellos gracias al catalán y me acusaban de ayudar nada más a los catalanes. Las tragedias son eso, las personas no hacen nada por entender a los demás, pero, eso sí, no te entiendas tú con ellos, porque entonces... La acogida que nos brindó México se tiene que agradecer. Es por ellos que estamos aquí, pero todo lo que se gastaron lo recuperaron. Los 100 pesos que nos daban al llegar los ponía España o Cataluña; por medio de la JARE o la SERE. Y además se ha dicho que México nos dio la vida, pero cuando llegamos nos tuvimos que desperezar. Pudimos trabajar y ayudar a sacar adelante al país o a una parte de México. Cuando llegué venía con el consejo del diplomático Lluís Rodríguez que me dijo que si no lo encontraba, buscara a Carlos Madrazo, secretario del presidente Cárdenas. Lo encontré y me dijo que no tenían presupuesto para colocarme en ningún trabajo, pero me recomendaron que los visitara el 2 de enero. Fue entonces cuando me dieron el nombre de un asturiano que había fundado el archivo de la ciudad y el de la Secretaría de Defensa y el que me dio trabajo. Yo tenía que mantener a mi padre y a mi madre y a mis cuatro hijos después de que muriera mi marido. Se nos había acabado el dinero, debía de trabajar mucho, hacía horas extras como actuaria en las oficinas de las aseguradoras. Trabajaba día y noche, todas las horas que podía. Salía a las doce y a las siete menos cuarto dejaba a mi hija en la escuela. Dormía cuatro o cinco horas al día y trabajaba sábados y domingos. Esta fue mi


manera de vivir el exilio, totalmente desvinculada, por ejemplo, del Orfeón Catalán en México. De todas maneras me siento catalana y mexicana. Mexicana, porque es el país donde pude trabajar y ser libre, cosas difíciles de obtener en aquel entonces. Y, por encima de todo, cuando me preguntan de donde soy, yo digo “catalana de México”, es decir, antes que nada soy catalana, pero ¿de dónde?, ¡de México!. Así de claro. He hecho prácticamente toda mi vida aquí, amo mucho al país y aquí he criado a mis hijos, que son mexicanos porque han nacido aquí, pero nunca he olvidado Cataluña.


PILAR Y MARINA FOURNIER Son las hijas de Claudi Fournier, el militante del PSUC que fue el primero en ser fusilado por los generales rebeldes de 1936 y, milagrosamente, sobrevivió. Era un joven fervoroso de 25 años, estudiante de Derecho, que fue a luchar al CADCI el 6 de octubre. Aquello lo volvió a repetir el 19 de julio. Luchó en la Plaça Catalunya donde fue herido mortalmente, cuando los insurrectos tratan de eliminarlo. Fue por suerte o por una suma de coincidencias favorables, pero cuesta de creerlo, parece mentira. Fournier, con veintitrés disparos en su cuerpo se arrastra desde la plaza hasta un portal de la calle Pelayo, tarda más de una hora. La joven mecanógrafa Teresa Llas lo curó, junto con la portera y la ayuda de un vecino, estudiante de medicina, que casualmente era amigo de Claudi. Fue llevado fácilmente al hospital. Es el herido que aparece en las fotografías estirado en la cama cuando Companys visita los hospitales días después. Una vez en el Hospital Clínic lo salvó el doctor Trias i Pujol. Otra versión de los hechos, publicada también en la prensa, afirma que fue Miquel Ferrer quien lo identifica herido mortalmente en el Clínic y, al ver que continuaba vivo, a pesar de las dos docenas de balas, avisó a los médicos y así lo salvó. Sea como sea, su cuerpo sirvió de parapeto a los soldados que, estirados por el suelo, luchaban. Sabían que estaba vivo, pensaban que agonizaba y no valía ni una bala más. Juan Puente acaba el reportaje que nos entrega sus hijas escribiendo: “Claudio Fournier se dispone ahora a partir para la línea


de fuego en el frente barcelonés.” Su viuda todavía vive en México con sus hijas, las cuales entrevistamos. L’EXILI DE PILAR FOURNIER Nací en la República Dominicana el 8 de marzo de 1946. Soy hija de la posguerra. Mis padres me dijeron que durante mi infancia pasamos dificultades económicas, pero yo no las recuerdo. Fui muy, pero muy feliz. Cuando yo nací mis padres no tenían nada de dinero, mi padre decía: “Ni hablar, iremos al mejor hospital que haya en este sitio”. Mi madre estaba preocupadísima por cómo lo pagaríamos todo. Cuando nací, mi madre quería salir corriendo y pagar sólo un día, pero mi padre no quiso, y el médico no lo permitió tampoco. Mi padre fue a preguntar lo que se debía por los días que había pasado en aquella suite, y el médico le contestó: “No debe absolutamente nada, porque si nos ponemos a cobrar yo le debo más a usted”. Mi padre se quedó absolutamente sorprendido y el doctor siguió: “Sí, usted preparó a mi hija para que llegara a la universidad. La habían reprobado cuatro veces consecutivas y usted la preparó y no nos cobró nada. Gracias a eso entró a la universidad. Yo le debo más a usted que usted a mí”. Cuando mis padres atravesaron la frontera de España con Francia no se conocían, cada uno fue a dar a un campo de concentración diferente. Mi madre huyó a Inglaterra justo cuando entraron los alemanes en Francia. Más tarde fue a la República Dominicana, donde conoció a mi padre. Estaban en casa de unos amigos comunes y allí fue donde comenzaría su historia.


Primero mis padres llegaron a Pedro Sánchez, en el campo. Había una especie de barracas, no tenían nada para comer. Después fueron a la segunda ciudad más grande de la República Dominicana, Santiago de los Caballeros y, más tarde, a Santo Domingo. Mis padres no habían visto nunca a un negro y eso fue lo primero que encontraron al llegar. Eran personas muy hospitalarias, fantásticas. Mi madre de camino al mercado tenía que tomar como cinco cafés porque de camino, por la calle, le decían: “España, véngase y tómese un cafecito”. Era gente preciosa, mis padres siempre los quisieron muchísimo, eran lindísimos. Mi padre comenzó vendiendo libros. Entonces le vinieron a preguntar si conocía el francés para ser maestro y, como sí sabía, se puso a enseñar francés. Acabó siendo el inspector general de toda la Normal de la República Dominicana. Cuando daba clases venían todos los negritos cuando él llegaba a casa y él les seguía explicando las lecciones y los preparaba. Y mi madre hacía más espacio para que pudieran acomodarse más alumnos. También les daba de comer, porque esta pobre gente se desmayaba del hambre. Mis padres salieron de ese país cuando llegó la época del general Trujillo. Mi padre escribía, publicaba y hablaba sobre el régimen en sus clases... Hubo un momento en el que la situación se ponía más complicada y pensábamos que era peligroso para su vida. El gobierno le daría veinticuatro horas para salir del país; de manera que, todo lo que sé, es porque me lo han explicado.


Yo me sentía catalana y francesa porque mi padre es de origen francés. De hecho, aprendí el español con seis años en México, en casa sólo se hablaba catalán o francés. Después de estudiar en el Lycée Français, estuve en una escuela para refugiados, la Lluís Vives. Ahí todos éramos españoles, ¡no había mexicanos! ¿Cómo me podía sentir mexicana?, ¿yo? Cuando llegué a la universidad, el verdadero choque fue ver que había tantos mexicanos ahí. No había europeos, como yo y me decían “la españolita”. Mi acento, que era muy español, trataba de matizarlo un poco para que no me hicieran mofa, pero siempre fui diferente porque era “la españolita”, la catalana. Yo era muy europea en mis ideas, muy abierta y las personas de allá eran más cerradas y tradicionales. Además, a lo largo de mi vida siempre he tenido en cuenta los ideales de mis padres, porque tenían muchos y eran personas muy rectas, muy honestas. Poseían ideales que no se encuentran ahora, personas que vivían y hacían las cosas con el alma, el corazón y no veo que estas personas sigan existiendo hoy en día. Todas las circunstancias anteriores han ido haciendo que yo me sienta muy catalana, más que mexicana. Vivo aquí en México, amo este país y me gusta; pero aquí no me acabo de encontrar... Yo me siento catalana. EL EXILIO DE MARINA FOURNIER Yo sí que me siento mexicana. Amo a España. Pero no sé si a la imaginaria, a la que ya conocía, a la que es ahora, o aquella que fue antes. Me encanta


Europa y me encantaría vivir en Barcelona, pero es en México donde tengo a mis hijas, mis conocidos, mi familia. Eso no lo dejaría. Además, me gusta mucho la cultura indígena. Me gusta vivir aquí, aunque es evidente que también me gustaría poder ir dos meses o tres cada año a Barcelona. Siento que formo parte de un grueso muy importante de exiliados; nosotros también lo somos, porque no tenemos las raíces donde vivimos. Nací en Guatemala en noviembre de 1949 y, como mi hermana, fui a la escuela Lluís Vives, una escuela romántica, donde los maestros te trataban como si fueras su propia hija. Era una gran familia. Había un nivel excelente de maestros, personas de mente abierta y había una gran libertad de expresión que no encontrabas en otras escuelas de México. Era una escuela preciosa hecha para los hijos de los refugiados, así que si alguien no podía pagarla, no pagaba. Ahí conocí a muchos hijos de refugiados españoles y los grandes nos daban dinero a los pequeños, lo compartíamos todo y nos protegían, eran nuestros hermanos y todavía lo son hoy porque los visitamos y nos llamamos. Fue una época muy feliz de mi vida. Mi padre se llamaba Claudi Fournier y había nacido en un pueblo cerca de Lyon; de padre francés y madre catalana. Su militancia comenzó en la escuela. Era idealista de manera exagerada, el dinero no le importaba en absoluto; si tenía las necesidades mínimas cubiertas, era suficiente. Siempre fue socialista. Creía mucho en la igualdad de las clases, pero no era comunista, aunque tenía muchos amigos que sí lo eran.


Él era un librepensador que defendía la libertad de las personas. Participó en los hechos del 6 de octubre, cuando empezó la guerra lo apresaron cuando salía de una reunión. Lo fusilaron en la Plaça de Catalunya, tenía 22 balas en el cuerpo, cayó al suelo y comenzó a desangrarse. Venían los republicanos con aviones y los fascistas apilaban los cuerpos y ponían el fusil(fusell). Mi padre todavía respiraba, de manera que pudo levantarse y correr. Las personas que lo pudieron ver dicen que no corría, sino que iba en zigzag, caía, se levantaba, y volvía a caer... Eso fue lo que lo salvó, que no le metieran más balas. Llegó a un portal de la calle Pelayo y gracias a eso no lo acabaron de matar. Subió hasta el primer piso y tocó a la puerta. Allí una persona le proporcionó yodo. Él recuerda mucho que le preguntaron al entrar si era paisano o fascista, cuando dijo paisano todos le aplaudieron. Por otro lado, su madre lo buscaba desesperadamente; aunque pasaba delante de él y no lo reconocía. Estuvo sin poder ser identificado mucho tiempo, hasta que le pudieron retirar las vendas. Después de recuperarse se alistó en la brigada 27 y después fue jefe de la brigada 60. Al marchar exiliado encontró un problema: era desertor del ejército francés, de forma que no podía presentarse como Claudi Fournier, lo habrían apresado. En Francia, los del bando franquista lo invitaban como estadista suyo, era excelente y así lo había demostrado durante la guerra. Fue a los campos de concentración, como todos los españoles en Francia, hasta que saliera su barco hacia la República Dominicana haciéndose pasar por el marido de una señora gorda, gorda... Si no,


no podía salir. Viajó con el pseudónimo de Francisco López. A la República Dominicana iba con mi madre. Allá estaba lleno de refugiados que le daban dinero porque sabían que venía sin un centavo. Los exiliados y el exilio eran nuestra vida, el pan nuestro de cada día: vivíamos con exiliados, íbamos a la escuela con exiliados, lo compartíamos todo. Además, nuestro padre nos leía los manifiestos, nos hablaba del refugio, de la vuelta a España. Consideraba que la guerra estaba inacabada, que no había ni vencedores ni vencidos, sino que España estaba ocupada por culpa de la guerra civil. Decía que debía regresar ahí y lo haría con una guerra de ideales hacia una república, no hacía la monarquía. Creía que se había de reconquistar España. A nosotros nos habían criado con una España que no existe y que puede que nunca existiera. Nuestra España era nuestra realidad y nuestra verdad, aquella España idealista donde las personas no eran malas, donde todo era bueno. Eso era nuestra España, la que cuando te haces grande, dices: “La España que no existe”. Yo fui a vivir a España, para mí fue un desencanto, no era el país que yo buscaba. Estuve un año y me regresé. Eso sí, sea como sea, esté donde esté, siempre lucharé por lo mismo: por la igualdad y la verdadera democracia. Nuestra lucha, la de mi padre, la mía y la de mi familia no se acaba hoy, ni mañana, ni nunca, estemos donde estemos.



EPÍLOGO JOSÉ M. MURIÀ SOMBRA Y SOL DEL EXILIO CATALÁN

EN

MÉXICO

Supongo que todos estaremos de acuerdo en que desde 1937 hasta escorrialles de los años cuarenta, Cataluña sufrió un derramo/e(esqueixada) fuerte y doloroso, puede ser el más grave de toda su historia. Parte muy importante del derrame fue a dar a un país que en aquel momento le era bastante extraño: México, principalmente a su capital. Cabe decir que de ahí se agarrarían, si no hubieran hecho ciertas raíces, no habría sobrevivo tanto tiempo, no habría aflorado nunca. Fue regado, aunque se regó con muchas lágrimas, gotas de sudor, aquello hay que tenerlo siempre presente. De todos los países de América fue precisamente en México donde el contingente de exiliados fue más grande y de mayor relevancia. Sólo en Francia hubieron más, eso sí, en condiciones bien distintas. No se debe deolvidar lo que hemos repetido muchas veces, a pesar de que existan personas que no se lo puedan tragar: durante una quincena de años la antigua sede de los


aztecas, ahora la ciudad más grande del mundo, según dicen, fue una especie de capital de la cultura catalana. Desafortunadamente, la soca que se formó a día de hoy está prácticamente muerta. Sobreviven tan sólo unas cuantas ramas, más o menos adaptadas a las condiciones ambientales del alto valle de Anáhuac, de catalanidad bastante diluida. Quizás sería más oportuno arrancarla de una vez y dejar lugar a una cosecha más adaptada a las circunstancias actuales y que pueda resultar de utilidad tanto a los catalanes de aquí como de allá... La institución emblemática de los catalanes de México, el Orfeón Catalán, por ejemplo, ha hecho come años y se fortaleció enormemente con la llegada de los xiliados y se convirtió en su sede principal, ya ha perdido completamente su valor republicano y me temo que también la noción de la auténtica catalanidad. No es sólo que se haya quedado atrasada la institución, sino que ahí se comenten atentados a la catalanidad que años atrás no se hubieran imaginado. El exilio catalán en México nació el año de 1937 con 456 chamacos (vailets), casi todos hijos de obreros de la costa mediterránea y una buena parte, concretamente, natos en los Países Catalanes. Son conocidos genéricamente como los Niños de Morelia, a causa de la ciudad mexicana, capital del estado de Michoacán, donde fueron a parar durante más de cuatro años en una escuela que se crea especialmente para ellos. Se llamaba España-México. La idea era librarlos de los peligros de la guerra y, sobre todo, salvarlos del hambre, del terrible hambre, que llegaron a sufrir en las ciudades los que no tenían


relación con el medio rural ni recursos para acudir al estraperlo. El cálculo del gobierno de México fue errado. Suponía que el régimen republicano, legalmente y legítimamente constituido, acabaría por vencer a los alzados y los infantes regresarían a su casa sanos y salvos al cabo de no mucho tiempo. No fue así y el resultado de aquel contingente fueron 456 aventuras, unas más trágicas que otras, que anudan el corazón de tristeza. Unos cuantos pudieron regresar a Cataluña para vivir entre los escombros y pasarlo muy mal; la mayoría se queda en México y casi todos han vivido más bien de manera modesta. Hubo el caso de aquel que no pudo encontrarse con su madre, viuda de un soldado republicano, hasta el año de 1980: ¡cuarenta años después! De los otros encuentros entre padres e hijos, después de todo lo que habían pasado unos y otros, se tiene que decir que casi todos acabaron mal. De esta primera hornada de exiliados se habla muy poco, en Cataluña, a pesar de algunos esfuerzos particulares que se han hecho con algún artículo publicado en el periódico Avui, promoviendo un programa de TV3 y con la publicación de las memorias de un Niño de Morelia, por cuenta de Lluís Pagès, el admirable editor leridano. De cualquier manera que se mire, constituye este un capítulo ignorado de la historia de Cataluña y una herida que todavía está abierta. La dolorosa realidad es que Cataluña no ha hecho nada todavía a favor de aquel colectivo. Puede ser que se empiece a preocupar cuando ya no quede ninguno. Vale decir, de igual manera, que tampoco se esforzaron


demasiado en su momento la JARE y la SERE, nobles instituciones republicanas constituidas para ayudar mínimamente a los que buscaron cobijo en México. Escapar de estudios es también lo que ha sucedido con el exilio en general, tanto de México como del grueso que se quedó en Francia y los que se regaron por otros países. A pesar de que ya hace más de un cuarto de siglo del gobierno ancestral de los catalanes – que, por cierto, se renueva en México en el año de 1954 —se restituyó en Cataluña, es bien poco lo que se ha hecho a favor de aquella gente y para mantener un recuerdo respetuoso. Se dice, incluso, que aquél famoso Pacto de la Moncloa del año de 1978 contempló bajo el agua mantener a los exiliados republicanos al margen del proceso de reconstrucción, digamos, “democrática”. Eso quiere decir dejar a una parte importante de la historia fuera de la conciencia general, cosa que no favorece precisamente al concepto de “democracia” y sí que debilita gravemente la noción de identidad. El resultado es que prácticamente no se ha hecho nada con tal de poder introducir el exilio catalán de México a la memoria colectiva de los catalanes de hoy, como no sean algunos hechos sobrantes, algunas exposiciones más bien precipitadas y unas cuantas publicaciones. El último esfuerzo trascendente, al menos que yo sepa, es el homenaje que promovió la Universidad de Lleida a Josep Lluís Carod-Rovira, muy bien acogido y llevado a cabo por el rector Jaume Porta, a finales del 2002, y que contó con la adhesión de todas las universidades públicas catalanas y la presencia de la mayoría de sus rectores. El homenaje, con gran sentido


universitario, consistió en conceder el grado de honoris causa al exilio catalán en México. Estuvo muy bien, pero hace ya veintisiete años que se había muerto el dictador. Exiliados ahí había muy pocos. Fue gracias al hecho que en Lleida se daría dicho homenaje que la Generalitat, afortunadamente, decidió también hacer el suyo y, previamente, realizó un modesto acto de homenaje en el Palau de la Generalitat. Entonces se anunció la creación de un museo; años atrás se había dicho que se haría un monumento; finalmente, no se ha hecho nada. Cuando el Excmo. Sr. Maragall se reunió con un grupo relativamente grande de catalanes de México, a finales del año pasado, en Zapopan, en la sede del Colegio de Jalisco, contrariamente a lo que la gente esperaba, declaró el tema causa finita y exhortó a los asistentes a pensar más bien en el desarrollo futuro… Tendrían que haber visto la cara de los exiliados que ahí habían, todos alrededor de los ochenta años… Además, cabe recordar que no hay ninguna mención al exilio catalán, ni el de México ni el de ningún otro sitio, en el Museu d’Història de Catalunya, por ejemplo, y muy poco se dice en los libros escolares. De todos el que conozco, es precisamente el manual de Josep M. Figueres que dedica más espacio, pero el tema, por toda su significación, todavía demanda mucho más. Figueres se ha metido recientemente con todas sus fuerzas con el tema del exilio, gracias en buena parte a la Feria Internacional del Libro de Guadalajara del año pasado, dedicada a homenajear a la cultura catalana, razón por la que podemos estar seguros que


nuevas ediciones de su obra ampliaran considerablemente el contenido sobre este tema, a parte que ha preparado otras cosas que pueden ser muy importantes. Mi experiencia de muchos días batallando por Cataluña me ha permitido encontrarme todavía con personas que consideran a los exiliados a México como unos delincuentes del orden común que escapaban de la justicia y, al saberme hijo de rojos separatistas, bajan la voz de forma comprensiva como si me debiera de dar vergüenza que el entorno lo sepa. No quiero decir que no hubiera entre los exiliados algún impresentable, pero el caso es que su comportamiento en México, durante tantos años, fue otra muestra más que clara de su condición en general de lo que se llama hombres de bien. Muy pocos, por ejemplo, tuvieron problemas con la justicia. En cambio, dejando incluso a parte el conjunto de académicos y profesionales, que marcaron la pauta, la “gente de trabajo”, de la que también vino mucha, vivió prácticamente toda una vida socialmente ejemplar. Los mismos que promovieron y financiaron en México la propaganda que también hubo en contra de los refugiados y los que más insistieron que aquellos eran “lo mejorcito de cada casa” eran principalmente los antiguos residentes españoles, bien definidos por la sociedad mexicana como gachupines. Todos eran franquistas bien declarados. Pero lo curioso del caso era cómo procuraban incorporarlos en sus empresas y, si había manera, hasta casarlos con sus hijas. Vale la pena insistir que para Cataluña el exilio significó una sangría muy, pero muy grave. Yo diría que,


a pesar de todo, todavía no se ha recuperado completamente. Entre las personas que fueron a parar a México se habla de un 10% de lo que allá se les denomina profesionistas, es decir, con título universitario; un 8,5% de maestros; un 4,5% de intelectuales o artistas, y un 3,5% de estudiantes. En total, podríamos apuntar un 25% de nivel cultural alto y muy alto… Queda claro que dejaron una huella importante. Difícil, muy difícil de medir, naturalmente, pero aún hoy se deja sentir. Ahora bien, de esta gente excepcional ya se ha hablado y también, aunque sea de tiempos más recientes, Salomó Marquès ha explicado con gran consistencia que el papel de los maestros en la educación básica y media fue de una enorme relevancia para los mexicanos. El impulso que dieron a la instrucción mexicana, sin hacer aspavientos, si bien no equivale con la caída de la educación en Cataluña cuando se impuso el franquismo, no cabe decir que fue muy importante. Bien podemos decir que el exilio catalán en México fue muy benéfico para el país. De eso, a veces, no se tiene la película muy clara, ni los mexicanos mismos, precisamente porque los catalanes no saben dejar bien establecida su diferencia con los españoles. Hasta tal punto que muchos de los que los mexicanos dicen hoy, “aquellos españoles” eran en realidad catalanes. Puede que sea otra de las razones que provocaron que el exilio catalán acabara convertido en una calle sin salida. Con excepción de individualidades excepcionales, los catalanes exiliados que figuraron en


México no se preocuparon, o no pudieron conseguir, de dejar claramente establecido lo que llaman el “hecho diferencial”. Todo eso, a pesar de que jamás ninguna actividad catalana no contó con el apoyo de los otros republicanos. Aquí se produjo una de tantas contradicciones con las que ya están familiarizados. El argumento en contra de la catalanidad era siempre el mismo: tildarlos de favorecer a Franco en quitarle cohesión y fuerza al exilio con el divisionismo. Pero si los catalanes eran, pues, españoles, ¿por qué nunca se daba apoyo a sus manifestaciones particulares? También en el exilio se hace patente que los catalanes tenían la obligación de dejar de serlo. Ponemos un par de ejemplos categóricos y dramáticos. A uno ya me he referido en muchas ocasiones; del otro no he hablado mucho, porque espero que el asunto no se haya cerrado aún. En uno de los barcos que iban para México, cargados de refugiados y de miseria, murió una nenita víctima del hambre y las angustias que había pasado en Cataluña y Francia. Como es sabido, en alta mar el servicio funerario culmina lanzando el cadáver al agua… Pues bien, un contingente de viajeros organizó un gran alboroto porque el cuerpo de la criatura iba envuelto con una señera que se había improvisado con lo poco que tenían abordo. Eso sucedía en el año de 1942. En el año de 1999 murió mi papá. No fue un hombre de gran relevancia, pero sí uno de los catalanes más firmes que he conocido jamás. En consecuencia, el Centre Català de Guadalajara, que entonces no había perdido del todo su significación, publicó una pequeña


esquela en su idioma en un diario local, que prácticamente se perdía entre otras mucho más grandes que pusieron diversas instituciones y personas de gran presencia en la sociedad. Pues bien, un grupo “de ellos”, “de los de siempre”, hizo publicar una nota en el mismo diario que decía que ya estaban hasta las narices del catalán y que a día de hoy, “después de tantos años”, era inadmisible que siguiera presente en México. Supongo que la Feria del Libro dedicada a Cataluña, que se sucedió cinco años después, los había dejado todavía más complacidos… pero yo todavía no he pasado aquella hazaña. Tal y como decimos en México: “arrieros somos y en el camino andamos”. Ya se ha dicho, a veces, que los catalanes que realmente lo querían ser tuvieron que vivir, de hecho, un doble exilio, lejos de la tierra y al margen de esta gente, nunca tan bien definida como “tan ufana y tan soberbia”. Al final, la catalanidad fue una actividad básicamente íntima: una especie de religión que se practicaba de forma privada. No son pocas las personas que he conocido y que, hasta al cabo de mucho tiempo, me he enterado que eran de habla catalana, y no es que yo sea de los que se esconden. Además de los maestros, he hecho nada más un mención superficial de la importancia de algunos catalanes artistas, escritores y científicos para el desarrollo de la cultura mexicana. No quiero insistir más, a pesar del respeto y veneración que conservo por los prohombres de aquel tiempo, especialmente por Pere Bosch Gimpera y Ángel Palerm. También me gustaría ahora tocar otra tecla, aunque sólo sea un par de ocasiones, antes de pasar al


muelle y final de este texto. Se trata del esfuerzo internacional y nacional tan grande que hizo el gobierno de México a favor de los exiliados y el respeto tan grande que siempre ha tenido por todo lo que hicieron. No puedo dejar de reconocer el gran valor de las gestiones diplomáticas, las decisiones hospitalarias y las disposiciones precisas para honrar la buena disposición por el asilo político que esgrimimos los mexicanos hasta hace poco tiempo y que benefició a tantos y tantos perseguidos políticos de todas las tendencias, cosa la cual nos sentimos especialmente orgullosos. Pero lo que se hizo a favor de los republicanos superó todo lo que se había hecho antes, lo que se hizo después y lo hubiéramos esperado. A parte de los apoteósicos recibimientos en los muelles y de las facilidades iniciales, cualquier actividad pública o privada fue siempre no solamente permitida, sino incluso protegida de ser caso. Ceremonias cívicas periódicas en lugares públicos muy solemnes e, incluso, emblemáticos para conmemorar el Once de Septiembre, el asesinato de Lluís Companys, el Corpus de Sang, etc.; las pocas protestas en la calle como respuesta de las muchas barbaridades franquistas o la recaudaciones para sacar chicos de las prisiones catalanas, hacerlos salir de Cataluña o ayudar a víctimas de catástrofes naturales. Y no cabe decirlo, si se trataba de actividades culturales de imporancia. En México se celebraron cuatro veces los Juegos Florales de la Lengua Catalana en el exilio. Las cuatro en recintos muy importantes, como es el caso del Palacio de las Bellas Artes o el Museo Nacional de Antropología. Además, siempre asistieron,


como representante del presidente de la República, algún personaje de gran relevancia y amigo de la causa catalana. La tercera ocasión en la que se celebraron los Juegos los hicimos en la capital del estado de Jalisco, en Guadalajara, con la presencia del mismo gobernador, el alcalde u podríamos decir que el más importante de la política y la cultura local. Pero todavía he de añadir algún hecho anecdótico. Como el que mi padre publicó durante 180 meses un Butlletí de información catalana que, como decía el mismo, “els hi fotia rases” –se las metía rasas--, es decir que desde México bien claramente decía cosas que en Cataluña se tenían que callar o disimular, por costumbre íbamos un poco alerta. De hecho, un buen día capté algún movimiento sospechoso de unas personas que rondaban por el barrio y puse más atención. Finalmente, quedé convencido de que mi padre estaba siendo vigilado. Eran tiempos de un presidente bastante represor y que, incluso, le movió un poquito la cola al general Franco. Hablo del año de 1966, hasta que las fuerzas políticas más importantes del país le hicieron saber que había suficiente y tuvo que rectificar, pero internamente las cosas se iban espesando... Oportunamente hice gestiones para adivinar qué pasaba con nosotros y, efectivamente, nos vigilaban… nos vigilaban por que habían tenido noticias que personajes sospechosos habían llegado de España y se temían que trataran de hacernos algún mal antes de agarrarlos y hacerlos saber “de buenas maneras” que


valía más que se fueran. Un buen día me telefonearon para decirme que ya podíamos estar bien tranquilos. Fui a darle las gracias al procurador de Justicia de Jalisco y la respuesta fue muy significativa: --¿Qué otra cosa íbamos a hacer si son ustedes de los nuestros? Cuando lo expliqué en casa, en la mesa, donde se solían tratar los asuntos delicados, mi padre me recordó su llegada a Veracruz, con un hijo de seis años y la mujer preñada de este personaje tan cordial que ahora tienen delante. El trámite migratorio fue mucho, pero mucho, más sencillo de lo que esperábamos. A cambio de desprenderse de un monte de papeles llenos de sellos y firmas y dejarlas en manos de un seños mal vestido y sudado, éste le dio un cartoncito con un número y los nombres de los tres escritos en lápiz, mientras le decía que cuando llegara a la ciudad de México y le viniera bien “se diera una vueltecita por la Secretaría de Gobernación”. Mi padre se inquietó un poco, pensando que lo dejaban sin protección legal y preguntó que para qué le servía el papel ese. El funcionario lo volvió a tomar con delicadeza y le dijo, mientras le asestaba con suavidad: “De Sonora a Yucatán vaya donde quiera y haga lo que le dé su gana”. Y después añadió: “no se apure”, y la frase más importante: “Si ya es usted uno de los nuestros”. Al poco tiempo de haber llegado a México, el hombre se hizo ciudadano mexicano y como tal murió cincuenta y siete años después. Fue enterrado en Zapopan y me pidió que pusiera a sus pies una pequeña


urna que guardaba desde hace tiempo con tierra del Empordà y piedras del Pirineo. Me encargó que lo tapáramos con una señera estrellada que guardaba de forma especial. También me pidió que en el bolsillo interior de la americana le metiera, bien dobladita, una enseña con los tres colores mexicanos que siempre había guardado con mucho cuidado. Se la había comprado en septiembre de 1942, poco después de llegar y un poco antes de que le hubiera nacido éste hijo mexicano. Lo hizo cuando asistió por primera vez a la celebración del día de la Independencia de España. Lo que el llamaba su “santísima dualidad” consistía precisamente en no dejar nunca de ser catalán, como lo hicieron prácticamente todos los que vinieron, pero también, tal como le dijeron en 1942, a nunca dejar de ser “uno de los nuestros”. A lo que me quiero referir con un poco más de precisión es a la vida de cada día de los exiliados catalanes, desde mi perspectiva. Sea como sea, el dolor que me produce hablar de estas cosas y de aquella gente no deja de significar que la subjetividad continua imperando, pero finalmente la Historia, y eso lo digo con mucho conocimiento de causa y del oficio, se hace en base a información subjetiva a la que se le trata de dar un orden y un sistema con tal de que permita explicar y entender lo que ha pasado, aunque sea para evitar que se vuelva a repetir. Ya dicen que el pueblo que ignora su pasado corre el grave riesgote repetirlo. La clave que marcaba el tiempo para los exiliados era el día de Navidad. No tanto por los honores o la tradición cristiana, sino porque se trataba de un día que los catalanes dedican especialmente a cultivar la vida en


familia. Era el día que más se extrañaba a los que se habían quedado en “nuestra casa”. Hablar así (“nuestra casa”) de Cataluña no significaba que en México no se encontraran “en su casa”. Navidad era el día de pensar en la tierra lejana a la cual no se podía volver aunque se tuvieran muchas ganas. Era el día de congregarse con los que estaban cercanos. Previamente se habían enviado cartas con esas fotografías 9 x 6, en blanco y negro, naturalmente, donde salían todos bien vestidos enfrente de la casa donde vivían, alrededor del coche de segunda o tercera mano que se acababan de comprar o sencillamente en la mesa. A los chamacos nos habían hecho poner el nombre en el pie de las misivas destinadas a personas desconocidas para nosotros, pero omnipresentes en las conversaciones de los adultos. “De allá” venían también las réplicas; cartas que decían cosas buenas y malas de los seres queridos y que nos echaban de menos, también acompañadas siempre con fotografías. La diferencia era que estas eran de espacios públicos, sin árboles y llenas de palomas. Navidad era el día de relativo desmadre (disbauxa) al final de un año de austeridad. Era un día de gastos extraordinarios en comida y bebida. Era cuando salían de los cajones de abajo los mejores platos, cubiertos, manteles, servilletas y durante la noche, bajo el árbol de Navidad se habían dejado reagalos muy prácticos para cada miembro de la familia, los cuales nos pondríamos al día siguiente y continuábamos utilizando el resto del año. A medida que las condiciones


económicas mejoraban, también llegaban los juguetes para las criaturas. No creo que sea por su condición de republicanos que los exiliados dejaran de celebrar el día de Reyes. Tal como acostumbraban hacer las clases altas y medias de mi país, los regalos los traerían a casa cada 25 de diciembre “el niño Dios”, “Santa Clos” o “Papá Noel. Con lo que sí eran de una intransigencia total era con el menú. La escudella i la carn d’olla, las botifarres, los piñones, las ciruelas, turrón y no sé cuantas cosas más que no podían faltar de ninguna manera. Para la mayoría aquello no representaba un problema demasiado serio, en la ciudad de México había una mujer, Maria Botifarrera, que nos hacía de sobras, estas carnes, que durante todo el año vendía en una parada del mercado que se llamaba —y se llama— La Catalana. Otros que vivían lejos de la capital se las tenían que hacer ellos mismos, pero los Murià, por ejemplo, las tenían que ir a comprar. En cuanto aprendí a conducir, era al hijo pequeño a quien le tocaba hacer el viaje de dieciocho o diecinueve horas de coche de ir y venir por aquella interminable carretera tan poco parecida a las autopistas de hoy. De ninguna otra forma mi mamá habría estado contenta y no hubiera podido preparar, como Dos manda o como se debe, el banquete más importante del año. Muchas veces he pensado en el gran valor de las mujeres, puede ser mayor entre las menos ilustradas, en la preservación de la catalanidad de la vida íntima y cotidiana de estar personas. Muchos elementos catalanes se conservaron gracias a ellas, como la alimentación, la organización del hogar, la manera de ver la vida, la búsqueda de pareja, la crianza de los hijos…


De la misma manera que se recuerdan las fiestas nacionales, difícilmente pasaba un día de Sant Josep sin crema catalana y no se prescindía de los panellets para Todos los Santos o hacer cagar el tió poco antes de Navidad. Hasta los que habitualmente vivimos más al margen de las colectividades catalanas, inmersos en la mexicanidad, no resistimos a la tentación de poner a nuestros hijos nombres muy catalanes: los míos, por ejemplo, que sólo son nietos de catalanes, se llaman Arnau y Magali y, lo que todavía resulta un pecado más grave de catalanidad: ambos hablan catalán razonablemente bien. Este es, sin embargo, un caso excepcional. El idioma sí tiene una marcada tenencia a desaparecer, por la razón que los primeros descendientes lo tuvimos que hablar, quisiéramos o no, pero nunca lo hablamos bien, ni con la consistencia gramatical indispensable para leerlo y escribirlo con naturalidad. Con tantos maestros catalanes como hubieron, parece mentira que no haya podido existir una escuela donde el catalán fuera enseñado complementariamente. El caso es que fue así. Regresando al tema que nos hemos referido ya antes, me puedo imaginar los aspavientos que harían en las escuelas de exiliados españoles y creadas con dinero de la República española si se hubiera planteado el derecho de los hijos de catalanes de aprender bien el idioma de sus padres. La debilidad, por eso, puede no ser culpa tanto de una supuesta debilidad de los catalanes como de la sensación de provisionalidad con la que vivieron un montón de años.


Navidad siempre comenzaba con alegría pero acababa con tristeza y, tal como decían siempre las cartas que se enviaban, se deseaba que el próximo año se pudiera hacer la celebración en Cataluña. La nostalgia hacia estragos y, para muchos la razón principal de vivir era la ilusión de regresar. A un tío mío, como resultado de unas cosas que hizo, que no agradaron nada a la comunidad del Orfeón, lo acusaron públicamente de marxista. Eran tiempos en que el macarthismo norteamericano hacía estragos y muchos catalanes se lo tragaron. El hombre, en medio de esa asamblea llena de gente que lo veía de mala manera, deshizo a su adversario aceptando que verdaderamente era “marxista”, porque lo que más deseaba de todo era irse para su pueblo. No se debe perder de vista, para entender la vida de aquella gente, que durante muchos años vivieron creyendo, o queriendo creer, que aquel año era el último de su exilio. Eso les daba más fuerza colectiva para mantener ciertas cosas, pero también dejaban de hacer muchas otras pensando que no valía la pena importunarse tanto para el tiempo que les quedaba. Esta actitud, para su vida personal, y más aún para la de sus hijos, que no podían entender bien qué era todo eso, fue desastrosa. Casos extremos fueron los de los nacidos en México durante los años cuarenta que, dos décadas después, hablaban de regresar a un país en el que no habían estado nunca. Parece una broma, pero son reales y no pocos los casos de familias que ni tenían armarios para guardar su ropa, sino que lo hacían en maletas bajo la cama, con tal de que fuera más fácil irse


cuando llegara el momento que, por cierto, siempre creían cercano. Desde esta actitud a la de resistirse aceptar que en Cataluña las cosas ya eran muy diferentes de cuando se habían tenido que ir, había un paso muy pequeño que la mayor de los exiliados dieron y, evidentemente, les comportó tarde o temprano desencantos muy grandes. Los primeros que regresaron, de manera definitiva o transitoria, son los que más caro lo pagaron. Con estos condimentos, no resulta difícil imaginar qué tipo de sopa espesa constituían las comunidades catalanas en México, como fue el caso del Orfeón Catalán, donde había gente que casi cada día, no faltaba a ninguna fiesta, incluso procuraba residir cerca. Era realmente vivir fuera de México, en un Cataluña hipotética, muy respetable, eso sí, pero totalmente falsa. No cabe decir que la presencia catalana que se hizo sentir más en México no fue la de los “orfeonistas” frecuentes y que creían que eran “ortodoxos”. De hecho, entre ellos solía predominar un cierto menosprecio por los mexicanos, muchas veces hasta con tintes racistas y, claro está, un deseo a menudo explícito de no “contaminarse”, manteniéndose tan aliados como pudieran y procurando que sus hijos se mezclaran tan poco como fuera posible. Como es natural, esta actitud dio lugar a que entre la descendencia se pudieran encontrar quienes reaccionaran como mexicanistas rabiosos y, hasta cierto punto, llegaran a renegar de sus raíces catalanas. Con esta ideología marxista dominante a la comunidad catalana le costó, como tal, mantener una relación armónica con el contexto social nativo. Más bien


se ha de pensar en una vida independiente, pero no de enriquecimiento mutuo y, por tanto, de modernización y actualización. El doctor José Gaos, valenciano nacido en Gijón, fue el último rector republicano de la Universidad de Madrid y un hombre muy importante para el desarrollo de las ideas en México y toda América Latina, establecía la gran diferencia entre los desterrados —sin tierra— y los trasterrados —que tenían que cambiar de “tierra”—. Eso no quería decir perder la noción del origen ni renegar, sino todo lo contrario: quería decir tomar conciencia de la situación real y comprometerse con ella con el fin de avanzar individual y colectivamente. Está claro que si estos catalanes que vivieron voluntariamente en una especie de gueto se quedaron sin tierra, los demás ganaron una nueva. Los primeros puede ser que más valía regresar en cuanto se pudiera, los otros hicieron muy bien en mantenerse exiliados donde se podía y decir y hacer muchas cosas que eran imposible en el “interior”, como se referían frecuentemente a Cataluña, puede ser para no sentirse totalmente ajenos. La concepción de una “Cataluña exterior” puede que sea una ficción, no lo sé, pero el caso es que resultó muy útil para los de afuera y también para los de adentro. En más de una oportunidad se ha dicho que la desgracia primordial del exilio catalán en México fue su larga duración. Finalmente, se desvanecía su energía entre los que se morían y los que regresaban, sin solución de continuidad aparente. Es evidente que este es el caso de los exiliados ortodoxos aferrados a vivir en México como si no se hubieran ido nunca de Cataluña.


En este sentido, no cabe decir que se puede hablar, como he dicho al principio, del exilio como una calle sin salida. En el 2004, cuando se celebró la Feria de Libro de Gudalajara, que homenajeaba a la cultura catalana y le ofrecía un escaparate de una magnitud que posiblemente no había tenido nunca, ahí vi muy claro y sentí en carne propia la dolorosa realidad. A pesar de los esfuerzos hechos para que el Orfeón Catalán participara e hiciera sentir la presencia de los catalanes de México, instalaron una muestra exangüe y triste de unos cuanto libros publicados en México en los tiempos heroicos, en un rinconcito que una empresa editorial primaria les había dejado en su gran parada. Nada más. Incluso, en los nueve días que dura la Feria, la plana mayor estuvo ahí sólo un par de veces. Cursos, conferencias, presentaciones de libros, incluso de exiliados, en fin, una espléndida y compleja expresión de la cultura catalana de antes y de ahora no les despertó ni siquiera un poco de interés para pasarse ahí toda la semana. De hecho, “los catalanes de México”, como colectivo, pasaron completamente desapercibidos. En cambio, se sintió bastante la presencia de los “heterodoxos”: catalanes plenamente incorporados en la vida cultural mexicana y de muchos mexicanos de filiación catalana que, a pesar de haber huido de los cenáculos de los exiliados y haber abrazado el compromiso de vivir plenamente la realidad de su país — precisamente gracias a la fuerza y la aceptación plena de sus raíces, cosa que les permite identificarse como mexicanos de origen catalán—, mantienen vivas las aspiraciones del exilio catalán en México y puede,


incluso, contribuyen más de lo que parece a que algún día se convierta en una realidad completa. En este sentido, cabe decir que el exilio catalán no ha muerto y que, al contrario, mantiene una gran vitalidad que, sin perder de vista su razón de ser, se nutre y se refuerza, naturalmente, de las relaciones con la Cataluña real. Puede ser que, entre todos, podemos hacer una Cataluña verdaderamente rica y llena, “detrás de esta gente tan ufana y tan soberbia”. JOSÉ M. MURIÀ es ex presidente e investigador del Colegio de Jalisco, miembro numerario de la Academia Mexicana de la Historia y de nivel más elevado del Sistema Nacional de Investigadores de su país, México.

ÍNDICE


(Espa単ol)

Cambiar castellano por espa単ol en todo el libro Cambiar Catalu単a por Catalunya.


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