TERCIOPELO
CUERPO
TERCIOPELO Julio 2016 STAFF DE TERCIOPELO
Imagen tapa Gibson girl (chica Gibson): personificación del ideal femenino de atractivo físico retratado en base a las creaciones del ilustrador Charles Dana Gibson. Estableciendo la silueta corporal de la mujer de principios del siglo XX. Imagen contratapa Ilustración revista de sociedad Plus Ultra. Año 1918
Directora Editorial Analía Yaker Valle Editora Agustina Fornasier Columnistas Bárbara Brizzi Andrea Castro Alejandra Espector ISSN: 2250 - 7477
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Terciopelo es una revista virtual propiedad del Centro de Moda y Textil. Estudio e Investigación. Se prohíbe la reproducción total o parcial del material publicado
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Editorial Por Analía Yaker Valle Directora editorial
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a base; el principio; la “percha”. Todo empieza y termina con el cuerpo, nuestro “yo” tangible. El medio por el cual hacemos visible lo invisible.
En el cuerpo confluyen genética, salud, sociedad y cultura. Nuestras características físicas, de las que son en gran medida responsables nuestra herencia familiar y nuestra vida activa…o la falta de ella, determinan la forma real, pero no necesariamente la silueta que se ve. Ahí es cuando ente en juego la vestimenta. Lo socio-cultural estipula la apariencia, utilizando el exterior como una vía de comunicación con el otro, donde plasmamos lo que nos gusta, que estilo favorecemos, o incluso lo que nos es impuesto. ¡Todos indiscutiblemente! Incluso aquellos que dicen que la ropa no les importa, en realidad optan por no seguir los condicionamientos de una industria que, como todas, sólo busca vender sus productos. Ser antimoda también está de moda. La necesidad de vestir nuestro cuerpo, dejando la frivolidad comercial de lado, recae en un instinto primitivo, es decir, esencial, primario. Dada la verdad biológica que estamos indefensos ante lo que nos rodea. Desde un punto de vista terrenal claro. El contorno de nuestra existencia lo delimita la piel que actúa como contenedor de huesos, músculos, órganos, etc., pero no nos protege, ya que es fácilmente afectada por todo lo que la rodea. A través de ella percibimos (y sufrimos) todo: frío, calor, sequedad, humedad, y claro dolor al rasparse, cortarse todo lo ya mencionado también. Para quién ha nacido y crecido en la playa, era pasatiempo habitual ver a los turistas ganar los 100metros llanos para llegar desde la arena hasta el mar, o claramente uno no caminaría descalzo por cualquier ciudad del mundo ni haría una incursión en la selva completamente sin ropa alguna. Cosa sí pueden hacer los animales, las características físicas que poseen los habilita a hacerlo sin riesgo inmediato. Los perros pueden ir y venir por el asfalto o las veredas y no los afecta…a nosotros sí. Dentro de los estudios que analizan por qué la humanidad comenzó a colocarse piezas de materiales (cuero unidos usualmente) sobre el cuerpo, las teorías que se plantean tiene como punto de partida aquello que tiene que ver con el medio ambiente, lo climático y el hábitat. Así fue y sigue siendo. Los seres humanos estamos condicionados por el medio en el que nos movemos; que primitiva e instintivamente responde primero dónde estamos y el clima que nos rodea, sin recaer en condiciones extremas. Cada estímulo exterior que fue afectando a la humanidad en su evolución derivó en el conocimiento de que era preciso colocar algo entremedio del exterior y la persona. El calor no hace transpirar y deshidratarnos, o quema la piel hasta puntos de gravedad; el frío no sólo nos hace tiritar, sino que nos debilita al punto que en casos extremos bloquea otros sentidos (la piel congelada puede cortarse sin producir sensación). Bordes rugosos nos dan sensación de molestia y ni hablar de cortes o raspaduras. La vestimenta (y calzado claro) son esencialmente elementos de protección. Entorno a las cuales los condicionamientos socio-culturales interactúan por supuesto. Para cada individuo es distinto; algunos se ven más o menos afectados, o se sienten más o menos condicionados, pero todos, absolutamente todos vestimos. Usamos práctica y/o astutamente la ropa para movernos en el medio que nos rodea.
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En cine
MODELOS A SEGUIR, MODELOS PARA ARMAR, MODELOS PARA DESECHAR Por Bárbara Brizzi
Estamos hablando del cuerpo como percha…como modelo y paradigma…como ha cambiado según tiempos y modas. Nuestro cuerpo y el de los otros como modelo a seguir. La silueta, que no es sólo el cuerpo. Desde el tema que nos ocupa, el cine, y como ya hemos visto a lo largo de estos 20 números de Terciopelo no han sido pocas las actrices y por qué no también los actores, que han impuesto sus siluetas como modelos a seguir. Entonces haremos un repaso por algunas de las figuras (y uso esta palabra en toda su extensión) que marcaron su tiempo. Antes de la aparición del cine los paradigmas a seguir estaban encarnados por las actrices de teatro y las cantantes de ópera que con sus figuras rotundas encajaban perfectamente en el gusto finisecular por mujeres de silueta redondeada, cintura estrecha a fuerza de corsé, cabelleras ensortijadas y abultadas. Imaginemos esta silueta en medio de las volutas y meandros de la arquitectura y el diseño propios del Art
Nouveau. ¡Cuánto tienen que ver! Para ese momento el cine estaba haciendo sus primeros pininos y sólo mostraba gente común haciendo cosas comunes y troups de teatro haciendo cosas no tan comunes.No va a ser hasta la segunda década del siglo XX y de la mano del director G.W. Griffith, que van a aparecer los primeros modelos a seguir. En 1915 estrena su ambicioso film El Nacimiento de una Nación y al año siguiente, el aún más ambicioso Intolerancia. Los recursos narrativos innovadores las tomas osadas y un montaje que, para la época, resultaba vertiginoso hicieron de estos títulos un punto de partida para el cine moderno. Uno de estos recursos fue el que puso a los protagonista literalmente, en primer plano. Griffith fue el primero en utilizar los planos cortos y primerísimos primeros planos gracias a los que las caras de, sobre todo, las actrices empezaron a tornarse familiares para el público.
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Se inauguró así, el star system y todos quisieron saber más de sus estrellas favoritas. Nacieron así las chicas Griffith, rubias lánguidas y algo aniñadas, como primeros modelos a seguir: las hermanas Dorothy y Lilian Gish y Mary Pickford fueron los primeros paradigmas. El camino estaba inaugurado… Para la década del '20 mujeres como Louise Brooks con su cabello corto y oscuro, o Greta Garbo, con su tipo nórdico, voz gruesa y andar sugerente marcaron el rumbo de las siluetas delgadas y andróginas de posguerra. La cintura femenina había desaparecido al igual que el busto, y el corte de cabello a la garçon o los peinados muy pegados hicieron las delicias de las seguidoras de la moda. El crack de la bolsa de Nueva York hizo lo suyo y las siluetas siguieron delgadísimas pero se marcaron más por la línea que se hizo adherente gracias al corte al bies. El raso y el satín fueron los preferidos para la noche y las rubias platino como Jean Harlow hicieron escuela. La amplitud que se lograba en las faldas cortadas al bies acompañaron las habilidades para la de danza de Ginger Rogers. La década del ´30 terminó con una terrible guerra ya comenzada y que marcaría la década siguiente. El predominio masculino y la adaptación de su vestimenta al guardarropas femenino pusieron las hombreras en primer plano. La silueta así, se hizo cuadrada e intimidante. Miremos a Joan Crawford y sus papeles rudos de mujer emancipada o a Loretta Youg como esas jóvenes que empezaban a desarrollarse en sus trabajos de oficina. La guerra pasó y las ansias por volver a la femineidad
Louise Brooks
Jean Harlow
Ginger Rogers
Joan Crawford
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tentaron a las mujeres con diseños que reemplazaron las líneas rectas anteriores por las curvas. Desaparecieron, así, las hombreras, dando lugar a los hombros redondeados en juego con las caderas igualmente curvas. Así la sensualidad de Marilyn Monroe y su sinuosa silueta fueron el nuevo paradigma.
Cuando el calendario marcó una nueva década y a medida que sus hojas caían la figura femenina se fue pareciendo cada vez más a la de la década del '20. Mujeres muy delgadas y planas que muestran las piernas en toda su extensión por primera vez en la historia hacen que el visor enfoque a Audrey Hepburn y a la modelo Twiggy. Esta figura algo nostálgica que explotaron ambas y sus seguidoras, avanzó sobre la década siguiente, mezclándose con las líneas que macaban los hippies y su gusto por lo que venía de oriente, generalmente más holgadas y extravagantes; conviviendo, también con los ceñidos pantalones Oxford y las remeras pegadas el cuerpo.
También en los ´70 el salto de los afroamericanos a la palestra mundial, provocó un gusto por el afro-look y sus abultadas cabelleras. Las actrices Pam Grier y Tamara Dobson fueron sus adalides y el punto culminante llegó cuando Gloria Hendry se convirtió en la primera chica Bond negra en la película Vivir y dejar Morir (Guy Hamilton – 1973). Los ´80 llegaron con todo su glamour, brillo y frivolidad. Los cuerpos se trabajaron en el gimnasio y así, se convirtieron en una forma de demostrar poder económico. Músculos torneados espaldas anchas para soportar cualquier cosa y un par de buenas hombreras volvieron al ruedo tanto en el guardarropa femenino como el masculino. El cuerpo se marcó casi como un triángulo invertido ya que las faldas se realizaron en las novedosas telas elastizadas recién aparecidas y los pantalones, aunque algo anchos en las caderas gracias a las pinzas, terminaban bastante ajustados en los tobillos. Tal vez una de las actrices más emblemáticas de ese momento fue Bo Derek para quien se ideó un peinado que le permitiera entrar y salir del agua siempre perfecta. Fue en la película 10, La Mujer Perfecta (Blake Edwards – 1979). Su esposo John Derek creía que su belleza quedaba resaltada cuando tenía el cabello mojado y pegado, cosa que no se podía lograr durante toda la película. El look de las trenzas resolvió el problema y trascendió fronteras y su cuerpo esculpido en el gimnasio hizo el resto. Entrados los ´90 la fiesta había terminado. Un cierto toque de austeridad marcó la tendencia del momento, el minimalismo hizo furor y las líneas volvieron a su lugar. Así, bellezas más “tranquilas” son las que se muestran como apetecibles. Julia Roberts y Sandra Bullok marcaron la tendencia.
Y así, casi sin darnos cuenta, hemos recorrido un siglo de formas, tentadoras o no, que elegiríamos o desecharíamos pero que, seguramente, espero, no nos dejaron indiferentes.
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En arte
Del noble ocioso al burgués hombre de negocios
Mucho se ha escrito sobre las excentricidades de las damas cortesanas que, durante los períodos estéticos conocidos como Barroco y Rococó, impusieron desde sus lugares de poder, atuendos que aún hoy siguen asombrando por lo incómodos y estrafalarios.
1684 Don Luis de la Cerda, IX Duque de Medinaceli
A Carlos II también le deben los francés el origen del traje de corte, que nació de la modificación y recargamiento de los ya de por sí recargados atuendos reales renacentistas. Si bien con la nueva moda, las siluetas y las formas perdieron esa pesadez y exageración dada por elementos como los rellenos en los jubones; las cuchilladas, que requerían metros de dobles capas de tela para confeccionar mangas, pecheras y calzones; y las increíbles braguetas henchidas que destacaban los atributos sexuales masculinos, ganaron en profusión de ornamentación y multiplicidades de tipologías que variaban según los ánimos y competencias que se establecían entre los diferentes reyes europeos. Carlos impuso en 1660 -el mismo año de su coronaciónun atuendo cortesano que en realidad se inspiraba en el pavoneo militar de los cavalliers ingleses pero, sobre todo, en los mosqueteros franceses. ornamentos, conocidos como rhinegraves.
Por Andrea Castro
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ontrariamente, poco se ha difundido sobre los caballeros de aquellos tiempos, que no se quedaban atrás, y copiaban casi al pie de la letra los caprichos vestimentarios de los hombres más poderosos de ese mundo tan irreal como efímero: los reyes. Durante doscientos años los hombres se pasearon por las cortes europeas, con la de Versalles a la cabeza, enfundados en ajustados y sedosos trajes repletos de volados, encajes, bordados y demás detalles ornamentales. A Luis XIV -quien subió al trono en 1634no sólo se le ocurrió dragar un pantano para levantar sobre él un fabuloso palacio, también tuvo tiempo para ponerle tacos rojos (se dice que odiaba ser petiso) y hebillas gigantes a los zapatos, y toneladas de encajes, frunces y volados a las camisas, inventando el tan posteriormente reversionado jabot. Como de gobernar no se ocupaba mucho, además transformó el rabat o cuello caído inglés, que al darse vuelta dejó atrás a las almidonadas gorgueras, en la denominada cravat. El astuto Luis unió así, el cuello caído que había impuesto Carlos II de Inglaterra en su corte, con la tipología que utilizaban los croatas al servicio del ejército francés para abrigar sus gargantas. La cravat de corte fue desde ese momento un paño confeccionado con finísimos encajes, batista o muselina, que adoptaba formas muy complicadas, gracias al agregado de lazos, nudos y adornos de joyería, sobre los aristocráticos cuellos masculinos versallescos.
Carlos II de Inglaterra uando rhingraves
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.La reacción de los detractores del monarca y, dirían los más piadosos, del mismísimo Dios no se hizo esperar: luego de que la plaga y un voraz e histórico incendio devastara a la ciudad de Londres en el año 1666, el rey se llamó nuevamente a la mesura vestimentaria. Reemplazó los calzones por ceñidos coats que llegaban hasta la pantorrilla y se acompañaban con largos y sueltos vest (antecesores del chaleco), casacas pegadas al cuerpo y abrigos. El cambio en la silueta, que se estilizó sobremanera; en las texturas, que desaparecieron; y en el uso del color, que se limitó al negro y al blanco, fue notable y se puede tomar como un antecedente directo de lo que, un par de siglos más tarde, nos legarán también los ingleses: la sobriedad casi monacal del traje masculino que se mantiene en ciertos ámbitos hasta nuestros días. Los críticos de siempre, destacaron que finalmente el rey vestía de una manera solemne, tomando como referencia la manera oriental o persa, y Carlos pudo dejar su cargo de conciencia atrás. Carlos II en traje de coronación
Trajes de corte ingleses (izquierda) y franceses (derecha)
Volviendo a Francia nos encontramos nuevamente con Luis XIV que además de haber sentado las bases del ballet, seguía muy atentamente el desarrollo de las formas vestimentarias inglesas. Basándose en las nuevas modificaciones introducidas por su colega Carlos II, fomentó en su propia corte el uso de un traje parecido pero para nada recatado en cuanto a textura, color y ornamentación. Una profusión de bordados de todo tipo y tamaño invadieron los chalecos y las casacas francesas. Las camisas se llenaron de encajes y volantes tanto en la pechera, como en las mangas que sobresalían por debajo de los anchos puños de las chaquetas. Estas últimas, al igual que los chalecos, se llevaban ajustadas en la cintura y presentaban largos faldones con aberturas que conformaban pliegues; ambas prendas, junto a los calzones que habían bajado hasta la rodilla, generaron una silueta aún más estilizada y refinada que la inglesa. Tal furor causó en Versalles esta novedosa moda masculina, que se mantuvo sin ningún cambio
significativo hasta muy avanzada la segunda mitad del siglo XVIII. El secreto de tamaño exitazo se debió fundamentalmente a que los ociosos cortesanos, que pasaban los días tejiendo intrigas y disfrutando de los banquetes y demás actividades recreativas de palacio, habían encontrado una estética acorde a su principal pasatiempo: lucirse y jugar a mirar y ser mirado. Recién con el comienzo del reinado de Luis XVI (esto es un reinado y medio después), este particular estilo cortesano empezó a entrar en franca decadencia. A principios de 1760 se pueden notar las primeras apariciones de un nuevo estilo, debidas a la creciente influencia de los trajes de campo ingleses que marcaban una novedosa preferencia por la simplicidad y lo práctico. En realidad lo que estaba entrado en crisis no era solamente una estética, sino todo el modelo social, político y económico de la monarquía absolutista. La Revolución Francesa no solo arrasó con varias testas aristocráticas, incluyendo la del propio Luis y su esposa
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Caricatura 1860s
María Antonieta, sino que también lo hizo con la influencia estética y el poder que Francia había detentado durante dos siglos sobre el resto de Europa. Con la llegada del siglo XIX, Inglaterra será ahora la que tomará la delantera gracias a la Revolución Industrial y al reinado de una dama -la reina Victoriaque sentará las bases de las costumbres cotidianas y vestimentarias de una nueva clase social que a partir de ese momento tendrá más poder que cualquier rey o gobierno: la burguesía industrial. Hay que destacar que a las clases altas inglesas nunca les gustó revolotear en torno a la corte como hacían las francesas. Ellos preferían pasar el tiempo en sus propiedades de campo, atendiendo su administración y dedicando sus ratos libres a actividades sociales de características más deportivas que palaciegas, como la cacería del zorro, por ejemplo. Bordados, telas suntuosas y encajes no cuadraban muy bien con sus ocasiones de uso, y mucho menos lo hacían las impecables medias blancas que usaban habitualmente los cortesanos en Versalles: los ingleses hacía rato que muy sabiamente las habían reemplazado por fuertes y abrigadas botas de cuero. El avance meteórico de la industrialización que comenzó a experimentar Inglaterra a partir de 1850, sumó la dura realidad urbana al paisaje de estos hombres, que tuvieron que comenzar a controlar sus fábricas y a administrar sus diversos negocios y contactos sociales en centros neurálgicos como la ciudad de Londres. Esta nueva raza de caballeros de negocios que debía moverse ajetreadamente por la ciudad, cumpliendo con numerosos compromisos laborales y sociales, debió trasladar la practicidad de sus trajes de campo a la ciudad transformando su imagen para adaptarla a una nueva posición económica y social. El respetable burgués ya no deseaba llamar la atención, únicamente pretendía tener una apariencia sobria y elegante tanto en su despacho de trabajo como en su casa.
Como se consideraba poco elegante lucir algo de aspecto llamativo, el azul y el negro se aconsejaron como los colores ideales para llevar en la ciudad y en casi toda ocasión de uso, borrando del mapa cualquier rastro de extravagancia y colorido en la indumentaria masculina. Al desaparecer las camisas con volantes, todo indicio de textura y brillo, las cinturas ajustadas, los chalecos llamativos y las largas colas de las casacas, la vestimenta del varón se convirtió en un canto sombrío a una sobria y triste elegancia. La silueta se volvió a estilizar una vez más, pero esta vez tomó un inconfundible aire de superioridad y autoridad varonil, gracias al uso casi permanente del frac, el pantalón largo hasta los tobillos, y una multitud de modelos austeros de chaquetas, abrigos y capas, entre los que pueden destacarse el redingote, la chaqueta americana, el chesterfield, y el paletó. Otro accesorio vestimentario que cambió su forma radicalmente fue la vieja cravat, al ser reemplazada por sencillos lazos y primigenias corbatas, que se llevaban en tonos grises y negro, y que, debidoa su simplicidad, se comercializaban ya manufacturadas. Una distancia abismal separaba a estos hombres de sus antepasados cortesanos. Acorde a la visión victoriana de la etiqueta y de las buenas costumbres, los caballeros habían alcanzado finalmente una apariencia que denotaba practicidad, masculinidad, elegancia, sobriedad y decencia, a pesar de haber perdido libertad de elección, espontaneidad e imaginación a la hora de vestir su cuerpo. Solo los dandis se animaron a mantener vivas algunas características de aquel pasado suntuoso, adaptándolas como podían a los rigurosos trajes del momento en relación al uso de ciertos colores y siluetas. Oscar Wilde fue uno de los más fieles representantes del dandismo, pero pagó su osadía vestimentaria y sentimental siendo sometido a lluvias de críticas, habladurías y, nada menos, que a la cárcel. Muchas décadas y sucesos socio-culturales debieron pasar para que los hombres pudieran volver a lucir sin pudor una amplia variedad de colores, texturas, siluetas y formas en su indumentaria que por años estuvieron exclusivamente ligadas a lo femenino. Todavía hoy se tilda de ridículo, afeminado, poco serio y elegante, a quien se anima a romper con las estrictas normas victorianas que aún prevalecen inamovibles en ciertos ámbitos y ocasiones sociales, a pesar del tibio y casi inverosímil casual friday.
Burgueses en 1860s
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