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Un día a la vez

“Después de la tormenta, siempre sale el sol” lo repite mi mente a cada instante cuando pienso acabar con todo y rendirme. Mi cuerpo pesa como si llevará encima de el ladrillos que vuelven mi vida más complicada que la de las demás personas. Cada día despierto con la esperanza de que todo mejorará y mi vida ya no dolerá. Hoy es un día de esos en los que sientes que el mundo está en tu contra y todo parece señalar que no estás donde deberías estar, me siento tan fuera de lugar, tan lejana a este mundo. Soy Liliana, tengo 15 años y este es un día más en el que lucho contra el más fuerte contrincante, mi mente. Los lamidos de mi mascota, Noha, me hacen volver a la realidad y salir de lo sumida que estaba en mis pensamientos. Rápidamente y por impulso me levando de la cama y todo mi peso cae sobre mis pies. Me mareo como de costumbre y sé cuál es la razón, otra noche en la decido no alimentarme, simplemente me limité a tomar un batido anti medidas que miré en un video para personas que sufren obesidad, siento ardor en el estómago, pero no me importa, corro al espejo a mirar lo plano que se encuentra mi abdomen y toda dolencia parece desaparecer. No lo entiendo, cada vez la báscula indica un kilo menos pero no me siento bien, siento que voy a engordar de nuevo, que volveré a mi antigua yo, esa de la que todos se burlaban. Me siento tan mal, tengo un nudo en el pecho, pero por alguna razón no puedo hablar, no lo puedo soltar y me asfixia. Me tiembla la mano y junto con ella la pierna y el ojo derecho. Nadie parece entenderme, simplemente me dicen que coma más, que estoy muy delgada y que me veo enferma. ¿Acaso no es lo que querían? No eran los mismos que me repetían a cada instante lo patética que veo y se burlaban cada vez que me metía algo a la boca. No lo entiendo, deberían estar felices, logré mi objetivo, ahora soy delgada como ellos querían. Quisiera tener control sobre mis emociones, pero hay alguien más que lo hace por mí y me repite a cada instante lo que debo hacer, es realmente agotador. Ella, así la llamo, mi yo interno y quién se a encargado de hacerme hacer cosas horrorosas con mi cuerpo, me ha hecho odiarlo y maltratarlo. Cada día me repite lo mal que me veo y las muchas dietas que debería probar para verme algo mejor. Ya no la quiero escuchar, nadie parece notar que está ahí, pero yo la escucho siempre e incluso a veces parece que la veo. ¿Mis padres, dónde están mis padres? ¿Por qué nadie nota que me estoy muriendo? ¿Por qué nadie escucha mis gritos de socorro? No estoy bien, mi pecho duele y la cabeza me da vueltas, mi mente maquina muchos escenarios horrorosos de lo que soy participe. Pongo toda mi de

voluntad para desviarlos y concentrarme en algo más. Es tan difícil, ese nudo cada vez da más vueltas en mi pecho, me duele mucho. Estaba tan bien que ya no recordaba lo que era sentirse así. A veces siento que merezco todo esto, pero no recuerdo qué hice tan mal para merecer sentirme así, tan muerta. No paro de preguntarme cómo se sentirá ser feliz y porque siento que nunca lo he sido, toda mi vida he tenido miedo, miedo a todo. Miedo a cosas tan simples como hablar, caminar, comer, pensar diferente y sobre todo, decir cómo me siento. Tengo tantas ganas de vivir, pero me he olvidado como hacerlo, no tengo a quién recurrir, me estoy hundido. Tengo tanto sueño, mi cuerpo se empieza a dormir, pero mi mente no calla, quizá al fin las pastillas que acabé de consumir están haciendo efecto y pronto seré feliz. Una luz brillante me obliga a abrir los ojos, por un momento pensé que todo acabó, pero a penas tomo conciencia, me doy cuenta que aún sigo en mi habitación y una tristeza enorme me invade el cuerpo. Me duele fuertemente el estómago, tanto que me obliga a cerrar los ojos nuevamente del dolor tan profundo que siento. Una corriente me recorre la garganta y sé que quiero vomitar, rápidamente me levanto y corro al baño. Expulso todo el líquido dentro de mí y siento una especie de satisfacción en el vientre y mi dolor se alivia. Lo único que le pido a la vida es que le de vida a este cuerpo que solo se mueve por inercia. En ese instante me di cuenta que no puedo sola y que por mucho que me costara aceptar, necesito ayuda. Quiero vivir, pero me resulta tan difícil hacerlo cuando esa voz me dice todo el tiempo que no puedo hacerlo, que deje de intentarlo. Hace tiempo que escuché hablar sobre psicología y el efecto que tenía en las personas que se encuentran en las mismas condiciones que yo. No estoy segura de acudir a un lugar así porque no creo que tenga un problema grave, no estoy loca, no es para tanto. Me lo repito una y otra vez para justificar mi falta de ganas por ir. No quiero pensar que soy una víctima, desde pequeña me han hecho creer que exagero mis emociones y cuando algo me duele siento que no es para tanto. Investigo en varias páginas algún psicólogo del estado al que podría asistir y me doy cuenta que cuando uno de tus padres tiene algún seguro tú también lo aportas y te atienden gratuitamente. Lo que menos deseo es que se enteren mis padres y si fuera a un psicólogo particular se enterarían porque necesitaría dinero y esa no es una opción, así opto por acudir a un psicólogo gratuito.

…………………………………………………………………………… ……………… ………………………………………… Al siguiente día… Mis pies tiemblan y las palmas de mis manos sudan, estoy subiendo las escaleras para hablar con la psicóloga y preguntarle si un día de estos me podría atender o al menos decirme que estoy bien y que pronto esto pasará. -Buenas tardes- digo en casi en un susurro Buenas tardes mija, ¿cómo te puedo ayudar? - me respondió muy amable, con una voz que me decía que podía confiar en ella. -Quisiera saber si por favor un día de estos me podría atender- lo dije por poco tartamudeando, en serio no quería que piense que estoy mal o me estoy victimizando. - Si nena, dame tus datos y te agendo una cita- no sé por qué, pero su voz me calmaba de una forma inexplicable, me sentía tan segura a su lado. -Muchas gracias- me preguntó algunos datos de mis padres y míos para poderme ingresar en el sistema. Finalmente, me dio una cita para el siguiente día en la tarde. Me despedí y regresé a casa. Una vez allí, me debatí en si contarle a mis padres y a mi hermana sobre lo que estaba haciendo. Talvez mis padres no me entenderían, pero mi hermana si, ella ha sido mi soporte durante toda mi vida. No conozco a nadie más educada, generosa y madura como ella, ha soportado cargas desde muy pequeña que no debía, ella ha sido mi anestesia para que los problemas que había en mi casa de alguna manera, no me pegaran tan fuerte, ella lo recibía todo antes que yo para que así no me doliera tanto. Desde pequeñas, siempre hemos sido las dos contra el mundo, mis padres siempre han trabajado lejos y nosotras nos hemos aprendido a cuidar solas. Ella me cuida y yo a ella, pero esto es algo que se le salió de las manos y ni siquiera la persona que más me conoce en el mundo me puede entender, necesito algo más.

Siguiente día... Me encuentro nerviosa pero no tanto como ayer, subo las escaleras y me agito, no sé si es porque son muchas o por el miedo que cargo en el fondo, algo me dice que hoy habrá un cambio inmenso en mi vida.

Toco la puerta y espero a que la abra, me hace un gesto para pase y yo asiento y sigo. - -¿Cómo te puedo ayudar Lili? - me dice Me inspira tanta confianza que le cuento absolutamente todo lo que me pasa, cómo me siento y por qué estoy allí, no sé, pero la noto asustada con cada palabra que le digo, como si sintiera que algo no está bien. Me hace muchas preguntas como para tratar de encontrar el origen de mi padecimiento. Me pregunta sobre mis padres y mi relación con ellos. Le digo que mi relación con mi papá no es tan cercana porque él siempre ha estado lejos pero apenas comienzo a hablar de él los recuerdos son inmediatos en mi mente. “Ya no la pegues, la estas haciendo daño, por favor papi, para. -tú no te metas, tu mamá es una mala mujer- me dice entre grito y euforia. No me importa y sigo forcejeando con él para que deje a mi mamá en paz, no puedo permitir que le hago daño si ella es tan buena con nosotros. Siento que una mano me lanza fuerte para un lado y me doy cuenta que es hora de dejar de luchar, mi papá me votó lejos para que deje de meterme en las peleas con mi mamá” Le cuento todo eso y regreso al presente. Me pregunta cómo me siento conmigo misma y cómo es la relación con mi cuerpo. Lagrimas inconscientes caen de mis mejillas y no puedo evitar sozollar. Un nuevo recuerdo invade mi mente. “Miren todos, ahí viene la ballena, pronto va a explotar de lo gorda que está- niños me dicen entre risas y burlas. En mi casa todos me hablan o se ríen cuando como y me dicen cosas como que estoy muy gorda y que debería parar de comer, como si no lo supiera ya. Voy y me encierro en mi cuarto, me miro en espejo odiando mi existencia. Mi mente lo único que me dice es que el camino para la felicidad es estar delgada y que solo así todo el mundo me querría, de hecho, yo también me amaría. En ese instante decido cambiar mi vida. Comienzo hacer dietas extremadamente estrictas que encontraba en internet para supuestamente bajar de peso en el menor tiempo posible. Comencé hacer ejercicio dos horas diarias, todos los días de la semana. Me saltaba comidas y en ocasiones mentía diciendo que estaba llena o que ya había comido, lo único que me importaba era estar delgada lo más antes posible, solo era una niña que quería ser feliz. Pronto comencé a recibir halagos de todo el mundo que me felicitaba por tan grandiosa idea, me decían que no cualquiera cambia de vida ni era tan disciplinada como yo, que qué hacía para bajar de peso tan rápido y mantenerme así de bien. De pronto todo el

mundo me sonreía, todos me querían, ¿Acaso me querían porque era flaca? Pero nadie se daba cuenta del trasfondo de este proceso, nadie sabía que en las noches lloraba y me sentía insuficiente porque mi piel se comenzaba a colgar y yo solo pasaba mirando en redes sociales cuerpos esculturales, no entendía porque el mío era tan imperfecto. Solo me comparaba e intentaba cada día perfeccionarlo más” Vuelvo a la realidad y ella me mira con mucho interés, como tratando de entender lo que me pasaba. Mientras tanto, lo único que hacía era llorar porque me afectaba mucho pensar en todo lo que pasé y que hasta ahora me diera cuenta de cuánto me afectaba. Llegó el momento más difícil, me preguntó si vez había atentado en contra de mi vida y me hundo nuevamente en mis recuerdos. Le hablo de las muchas veces que me hice daño como queriendo que de alguna manera mi dolor se amortiguara con una herida externa, porque pensaba que así me sentiría más aliviada. Primero empecé con una aguja y supuestamente era solo para probar que podía hacerlo. Todo cambio cuando esto se volvió más constante y ya lo hacía a escondidas porque sabía que estaba mal y tenía miedo de que alguien me viera hacerlo. Esto ya no era suficiente para mí y necesitaba más, así que comencé a cortarme con objetos más peligrosos que me hacían más daño aún. Lo volví una costumbre y escapatoria cada que me sentía mal, era mi único refugio. También hablé de cuando llegó ella, esa voz interna que me decía que hiciera tantas cosas feas y la precursora de querer hasta incluso acabar con mi vida. Ella siempre estaba ahí, donde iba. Controlaba cada movimiento que daba y me decía que hacer y que decir, ya no era dueña de mi cuerpo, ella es la única que lo manejaba. Incluso le conté que varías veces la vi y sentí muy cerca de mí. Siempre he sido una persona muy nerviosa, pensé que era normal, le cuento que cuando lloraba me aruñaba la cara y me revolvía en el piso como esperando que alguien me socorriera. La psicóloga me miraba muy atentamente, incluso la noté molesta y muy sorprendida. A pesar de que no me gusta que nadie sepa lo que estoy pasando, me siento muy feliz de que ahora ella lo sepa, me inspiraba mucha confianza y me sentía en armonía, me sentía a salvo de cualquier cosa que me pudiera hacer daño, incluso de mí mismo. Estaba tan aliviada por todo lo que dije porque creo que al fin encontré alguien que me puede ayudar. Terminé de hablar y continúo ella, después de esto todo pasó muy rápido y a agradezco a Dios y a la vida por haberme hecho tomar la decisión más importante de mi vida, tratar mi salud metal.

Ese día comencé a entender mi mente y a tratarla, supe que lo que me pasaba no estaba bien y necesitaba ayuda urgente. Comencé un largo tratamiento con psicología y posteriormente con psiquiatría. Mi psicóloga me hizo entender que la voz que escuchaba no era para nada normal y debía ser eliminada, me dijo que para ello debería empezar a tomar medicación que me ayudará a combatir los malos pensamientos y a sentirme mejor, que sería un camino muy largo pero que la recompensa y mi vida lo valía. También me dijo que mi cuerpo no está funcionando correctamente, que no secreta hormonas de la “felicidad” como la serotonina y por esa razón era necesario y urgente que tomará antidepresivos que iban a comenzar a generar estás hormonas que mi cuerpo no producía por si solo y ayudaría a regular mi estado ánimo. Me dijo que ella no podría recetarme medicación porque este no era su deber así que me recomendó con una psiquiatría que me recetaría estos medicamentos y me aseguró que todo estaría bien. Me diagnosticaron algunas enfermedades mentales que en mi vida pensé que padecía. Depresión severa, ansiedad, síntomas psicóticos y anorexia nerviosa. No sabía lo que me dolía hasta que lo dije en voz alta, dejé de postergar mi salud mental y dediqué más tiempo a mi realización personal. Entendí que, aunque nadie me haya pedido perdón por el daño que me causaron, era mi deber aceptar que me dolió y dejarlo ir. Hay cosas que aún me pesan por las noches, pero al contrario de hace un tiempo ahora sé que vendrán días mejores y el dolor no será permanente. El día que salí de esa habitación dejé una parte antigua de mí y supe que nada sería como antes, esas 4 paredes se volvieron mi lugar favorito, donde por alguna razón mis cargas eran más livianas. Mi psicóloga se contactó con mis padres y les dijo todo lo que pasaba, respetando la confidencialidad en la que habíamos hablado. Ellos reaccionaron de una manera muy positiva, mi mamá, sobre todo. Ella lo entendía porque fue una de las víctimas en esta historia y aunque no haya estado presente en mi vida como lo hubiera querido, siempre fue una mujer muy valiente que lloraba lágrimas de sangre y era absorbente de todo el dolor para que a mí no me afectara, talvez no fue lo ideal, pero a ella le debo la vida, la misma que desde ahora amaré y respetaré hasta que mis ojos se cierren sin voluntad.

………………………………………… 2 años después... Soy una persona nueva ahora, canto, bailo, hablo e incluso como sin ningún remordimiento. Aumente 10 kg y me siento tan feliz con mi cuerpo, por eso lo cuido con mi vida, al fin y al cabo, solo es prestadito. Todo el dolor que he pasado lo he recompensado en miles de sonrisas. No diré que olvidé todo, ni siquiera me atrevo a decir que lo superé completamente, pero de lo que si estoy segura es que me tengo a mí y hoy más que nunca sé que es lo que más necesito. Estoy tan orgullosa de mi proceso porque muchas veces me caí, pensé que no podía, que esto no era mí, pero tuve la suficiente valentía para levantarme y decidir seguir. Aún no me suspenden la medicación, pero las dosis que ingiero son ínfimas comparadas a las que tomaba al principio y es algo de lo que también me siento orgullosa. ¿La recuerdan a ella? Si, la voz que me decía que hacer. Bueno, me di cuenta que al estar en mi mente tenia control sobre ella, así que ahora solo aparece cuando yo quiero y me dice solo cosas positivas, se volvió mi amiga y me alienta en cada situación de conflicto en la que me encuentro. Entre sonrisas expresivas y llenas de aprecio, le agradezco a mi psicóloga por haberme dado una nueva oportunidad de vida, ella solo puede asentir y sus ojos me dicen lo orgullosa que está de mí como yo también lo estoy. ¿Y si todo lo malo que he vivido es lo mejor que me ha pasado? ¿Sería la misma sino lo hubiera vivido? Todo ha sido una reflexión de la que elegí aprender la moraleja, un día a la vez.

Fin.

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