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Fuimos momentos

Día 109 de los que resten: La felicidad se sentaba frente al fuego pensando en su próxima jugada.

Creo que esta vez me eligió… Verte fumando un cigarro en el borde de la cama; Salir del bar y encontrarte hablando con desconocidos; Entrar al probador y mirarte de reojo; Acariciar el botón que para el ascensor y descenderte; Respirarte en el hombro y recorrerte la clavícula; La intimidad de dormir…

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- Ese momento en el que dejas de ser su momento, Harriet; ese momento en el que ves las luces de la ciudad y son la única luz que encuentras dentro, o la única que encuentras; en ese momento estas vivo y estar vivo muchas veces duele. ¡No puedo…per… permitirte esto! – susurró Escuchar su voz, escucharla tan suave y ronca, no poder revertir la decisión realmente me llenó de aflicción. Puse el separador, cerré el libro y lo dejé sobre el escritorio; me detuve un momento y alcé la mirada. Estaba igual de impecable, con la camisa un poco desabotonada y una pantaloneta blanca que sinceramente me invitaba a la curiosidad; pero con la curiosidad llegó una punzada de amargura, tristeza y hasta nostalgia. Ahora bien, para llegar a este punto, tenemos que retroceder. El gran problema que tenía en frente era que quizá mi vida fue dibujada, esculpida, pintada, decorada, sombreada y escrita para alguien más. Alguien más fuerte o quizá más inteligente, alguien con mucha imaginación. Quizá lo escribió un dramaturgo con ansias de destrozar al teatro, o hacerlo reír con las tragedias menos tragedias y más estupidez. O quizá lo escribió un escritor, un escritor con un poco de locura en medio de renglones, pero un escritor al final… Un escritor, ¡Cómo quisiera ser considerada con ese título!, vivir de nutrir vidas y saciarme de lecturas que me vuelvan loca, que me conduzcan a sitios menos realidad de lo que la realidad muestra en lo real. Mi mano alcanzó el libro que por una u otra cosa no había podido leer en todo el día. Realmente amaba el relieve que se dibujaba en mi mente, mientras las yemas de mis dedos tocaban la pasta del libro; me sentía sumamente fascinada con el aroma que se reproducía en todo mi sistema,

poniendo un letrero de alerta en mis nervios – a veces la dulzura causa catástrofes- abrí los ojos y estaba lista para ir a por “un capítulo más”, pero el día no buscaba dejármela tan fácil, golpeaban la puerta de la habitación, seguramente había olvidado hacer algo, abrí. - ¿Estuvo pesado el día? – dijo mamá mientras recogía un osito de peluche del suelo y lo dejaba sobre la cama. - A veces decimos mucho, mamá. No siempre es verdad lo que contamos. Aunque para mi pesar, Ares no estará feliz de que lo único destrozado hoy, fue una taza. - Te van a descontar. - Me van a descontar. - ¿Crees que puedas pedir un permiso? O – le tembló un poco la voz antes de - ¿renunciar? Tenía miedo a preguntar el porqué, es cierto que durante los últimos meses había puesto peros para tropezar la pregunta que tenía respuesta, la pregunta que mamá sabía la respuesta y esperaba a hacerlo oficial y la pregunta de la cual su respuesta había empezado a ser rodeada de miedos y dudas; también era cierto que para ahogar las dudas había buscado un empleo y era muy cierto que buscaba estar ocupada para evitar momentos vacíos que podían ser llenados fácilmente por el irritante susurro de la voz interior. Mamá era un mujer astuta, fuerte y sobre todo suspicaz, es difícil definirla y es que mamá es muchas cosas más que el promedio… Es fruncir el ceño ante una conversación donde la seriedad ganó territorio, es paciencia y teñirse el cabello para ocultar los espacios plata que la vida le marcó, es un “les dejé ganar” ante las derrotas y juguetear con el cabello formando un remolino, ella es viajar dormida y dormir alerta; ella es cursiva (sutil, elegante, complicada y simple, hermosa) Y justamente por eso tenía miedo a cuestionarla, mas, lo hice. - ¿Por qué? - Necesito que te vayas por un tiempo. ¿Qué me vaya? ¿A dónde? ¿Por qué? Había tratado de darle a mi cuerpo un flote, pero irse me transporta a soledad. - ¿Irme? - Necesito que cuides la casa del abuelo mientras él está fuera, solo un mes. Aprovechas para pensar y estar lista para la pregunta; descansas un poco, así luego terminas todo lo que vas a dejar como pendientes. Solo pude mirar y tratar de discernir lo que acababa de decir, sé que

pasaron unos minutos y mamá quería una respuesta, pero ahora mismo me pedía tener espacios vacíos y lo que menos necesitaba era espacios vacíos; tiempo vacío. - ¿Opinión? - Antes necesito ser ciudadana – me miró curiosa – Es cierto, la sociedad opta por atender necesidades u opiniones después de tres fases, - No evadas mi pregunta. - No evado, pero… está bien. Me miró y sus ojos dibujaban la misma sonrisa que sus labios habían formado, sabía que me miraba con agradecimiento porque esto le importaba demasiado, porque es mamá, pero también es hija, porque no siempre fue quien es y porque es quien es gracias al abuelo. - Gracias – abrió la puerta – te quiero, tu papá está a punto de poner la comida, ven pronto por favor. - También te quiero. Me llevó tres días arreglar las cosas en la cafetería, despedirme por un tiempo, comprar los boletos del autobús y buscar algo de ropa, libros, libretas, bolígrafos, cargador y auriculares. De un momento a otro el aire se sintió asfixiante y opresivo, tal vez siempre lo había sido, pero todo parecía tan despectivo a mí, a lo que vivía. Las personas iban y venían, abordaban sus pasajes y se pegaban al vidrio. En un mundo tan indiferente, donde la vida es finita y los sentimientos sempiternos, cuestionarme antes de subir al autobús es muy existencialista y moralista de mi parte, mas es lo que hice. Tomé el autobús, y después de dos películas que no se pueden catalogar como buenas, un intento fallido de lectura y una botella de agua que terminó en mi vejiga, al fin pude poner los pies en el suelo. Puse a rodar el equipaje a través de la resistente acera y mis pies se encargaron de que la dirección fuese acertada. El impacto de sentir la cerradura en mi mano hizo que volviera a enfocar mis pensamientos en lo que pasaba, en el presente. Todo estaba como hace unos meses, pero al mismo tiempo había cambiado; parecía mucho más desgastado, más viejo, y eso realmente me afligía. Era un lugar pequeño, pero acogedor; sin embargo, se sentía la nostalgia en el aire. Creer ver a la abuela sentada en su sofá favorito con un ovillo de lana mientras tejía, creer escuchar la pequeña melodía del radio y saborear los olores de galleta que salían del horno, ver todo eso, sentirlo; hizo que entendiera al abuelo. Ahora comprendo que siente cada día al despertar, y realmente no sé cómo

lo soporta, como se levanta todos los días y pone su sonrisa tan característica, su emoción que lo invade absolutamente todo. Y me sentí muy sola, y no por falta de compañía; solamente era el vacío ya existente, solamente era “yo”. Puse el equipaje sobre la pequeña mesa que estaba junto al alfeizar y decidí salir a buscar la manera de ventilar la oleada de tristeza que latía en mí; caminar era una gran oportunidad para encontrar lugares especiales, lugares de los que podría apropiarme. En casa un paseo por los lugares más escondidos de la ciudad solucionaba los más dramáticos escenarios y me daban momentos de tranquilidad, pero no estoy en casa, y eso no es necesariamente malo. Había olvidado la paz que se sentía caminar en medio de la nada; quizá no era “la nada” en su totalidad, pero espero que la nada se parezca mucho a esto. Caminos algo gastados, casas muy escasas, mucho césped a la vista y árboles suficientes para que el aire al respirar se sienta diferente; el frío embriagador después de una llovizna, muy pocas voces y “muy pocas voces dentro” – la nada o el gran todo debería verse y sentirse así- Cayó la noche y sinceramente mis ganas de quedarme fuera incrementaron, ver las constelaciones y acostarme en cualquier lugar; pero tenía que ir de vuelta y arreglar un poco todo el desorden que tenía en el equipaje. El camino de regreso se me hizo excesivamente corto, excesivamente rápido; y el día se escondió tras la hermosura de la noche; la dejó lucirse y la contemplo por detrás. Entré a la cocina y decidí que era buen momento para ejecutar mis dotes culinarios. <Está bien Harriet, tu momento ha llegado. Joder hace mucho no haces esto> hablar conmigo misma era un buen reemplazo para hablar con alguien más, me ocupaba de responderme y concentrarme en ser coherente. Y entre hornear y hablar, hornear y cantar; se pasó gran parte de la noche y gran parte de mi energía. Llegados a este punto el tiempo empezaba a resultarme acogedor y ya habían pasado seis días desde que tuve la pequeña charla con mamá, en este momento mi contacto humano se reducía en: La mujer extremadamente gentil de pañuelo azul y ojos brillantes, de la panadería. El hombre alto, admirable y conmovedor de la pequeña tiendita y “Finn” de camisa desabotonada, sonrisas dulces, pensamientos profundos y una pantaloneta que buscaba ser el centro de la curiosidad. Dos días después de mi llegada a la “ciudad de la audacia”, en una tarde de esas que no tienen nada en especial, pero que lo son todo; conocí a quien marcaría parte importante de mi vida, conocí a una de esas personas que

llegan para cambiarte, de esas “personas compañía”, “personas transición” o “personas alivio” Cuando las miradas, como fugitivas del orden se cruzaron en la avenida de las casualidades, en ese momento en el que nada es totalmente acertado y todo queda en manos del azar; pude darme cuenta que el destino mismo puso tres palabras que iniciarían el vaivén de emociones: “Leer es necesidad”, no había tomado en cuenta que traía conmigo uno de mis libros favoritos y que realmente mi lectura había sido interrumpida por su mirada. -Y un placer – sonreí -Un deleite sin dudas, al igual que la música para otros tantos. -Pensar rápido, que elocuente. El poder hacer cualquier cosa con rapidez siempre es valorado por el poseedor… -Y usualmente sin ninguna atención por la imperfección de la ejecución. La estupefacción llenó mi rostro cuando completó la frase de Elizabeth Bennet sin titubeos y con la seguridad reflejada en los ojos, lo dijo de tal manera en la que intuí (como yo) había leído varias veces orgullo y prejuicio en voz alta, hasta que los diálogos quedaran profundamente marcados más allá de en la memoria del pensar. Desde ese momento o quizá desde mucho antes tuvimos una de esas conexiones recelosas del determinismo, del destino. Y el mismo libro escrito quiso que fuéramos uno parte de la historia del otro, que las conversaciones sean increíblemente cómodas. Le conté que quería dejarlo todo y correr por el mundo en busca de un libro que necesite ser escrito, le conté que quería conducir a toda velocidad por la carretera del descubrirse; que había leído muchos libros, pero eran mi mayor adicción; que inventaba paralelismos para las situaciones difíciles, le conté de mis “acciones impulso”, de mis “laberintos de pensamientos”; le conté de mi voz a todo pulmón y de mis ganas de sentirme mejor – hasta el momento no entiendo como lo hizo, como pudo deshacer las barreras que había puesto para protección- Él me contó mucho menos, pero recuerdo perfectamente el mucho de ese menos, con cada iluminación de su sonrisa, con cada coma y punto, y punto y coma; con cada palabra/lágrima/sentimiento reprimido, con cada “emmm/ sí/ está bien”. -¿Cómo sabemos la división del mar y el cielo? -Quizá la división es imaginaria, tal vez no exista una línea y todo sea un azul, una sola brisa – dijo mientras se acomodaba boca arriba viendo el cielo- -O, tal vez… Tal vez si somos un poco románticos es el beso infinito que le

da el cielo al mar, o el mar al cielo – Creía o buscaba utopías; realmente era parte indispensable de los miles de pensamientos que se cruzaban por las nubes del estar, realmente divagar era parte importante de mí – -Las historias imprevistas son tu especialidad. Esa noche, cuando la única luz que teníamos venía de una casa algo lejana, cuando se giró hacia mí, cuando me dijo la primera especialidad de la lista de “especialidades” que creó para mí, cuando me dio la bienvenida a la intimidad de su mirada y a la dulzura de sus facciones; encontramos la excusa perfecta para retar al tiempo. Y ahora sé que si me preguntan la definición de magia, sin dudas les hablaría de la manera en la que me hablaba, de su casi imperceptible temblor en la mano derecha, de sus clavículas robándole significado a la perfección, de la capacidad de dejarme helada y hacerme fuegos artificiales con una palabra, del inconfundible ritmo de sus pasos, de sus ojos de naturaleza críptica, de un nosotros tratando de ser “fuimos”, de las sonrisas robadas, de las discusiones penetrantes, de lo impulsivo que resulta dejar de pensar, de lo corto que resulta el tiempo y de donde terminan los besos. Él, él se volvió mi canción, mi tiempo y mi columna vertebral… Mi página perdida. Logramos un fenómeno completamente innatural, la lluvia se incendió y nosotros con ella, llovieron primaveras entre sábanas y me perdí en sus manos, nadamos en reversa y ni siquiera el miedo se atrevió a sentir miedo a ahogarse, flotamos en el infierno y la gravedad se llevó parte de la jodida cursilería, y nos dejó; nos dejó solos, con las pasiones cortando la primera capa de piel e inseguridades, con la imperfección de los momentos perfectos. Y como en Peter Pan o en la Cenicienta, el tiempo fue parte fundamental del enemigo. Estuve varios días pensando en cómo me sentía, y no me refiero al estado sentimental o emocional, por primera vez me fijé en mi estado físico. Al fin hice lo que tanto quería mamá, pensé en dar una respuesta al combate, en arriesgarme y aceptar, o en arriesgarme aún más y negarlo. La leucemia linfocítica crónica, mierda. Paralizó mis objetivos, buscaba ahogarme en cansancio para no ahogarme en silencio o en ruido. Hace un par de años, cuando empezaron a aparecer moretones en mi cuerpo en cantidades exorbitantes, cuando la fatiga empezó a llamar cada mañana la puerta de mi habitación, o sentarse conmigo en el sofá; entendí que algo iba mal. Los médicos creían que eran golpes y la fatiga había llegado de caminatas excesivas, pero nunca fue así. La leucemia linfocítica crónica no fue una opción para ellos, hasta que no

encontraron más respuestas. Y es que no la habían considerado por el corto tiempo de los síntomas así que, cuando dieron por sentada la respuesta y el tiempo, los años que llevaba sujeta a este problema, empezaron las dudas. Es cierto que este tipo de leucemia cubre el 38% de los diagnósticos de leucemia, pero el tratamiento no es efectivo para todos, siempre hay un “y si”. Y cuando dije que sí a intentarlo -intentarlo es el primer paso- me puse a manos del azar una vez más. Pero cuando llegamos a los dos años de intentarlo, de recibir dolor y asco sin mejora aparente; quise dejarlo y aprender a aceptarlo. Pero la valentía de mis padres pudo más, su perseverancia y la del resto. Probamos el trasplante células madre, pero tampoco. Veía la angustia reflejada en el resto y quería que terminará, no podía permitirme verlos sufrir y me senté frente al televisor y puse en pausa al mundo. Me permití dejar el tratamiento por un tiempo, me permití pedir que todos dejarán de dejar su vida ahí, me permití dejar de pelear y pedí que todos hicieran lo mismo. Y todos lo olvidamos … a medias. Y empecé a ocuparme, a mentir un poco y a dejar de pensar en las constantes advertencias de los médicos, a dejar de pensar en: -Podrías volver a intentarlo, ¿Qué piensas? Quizá funcione y sea lo mejor. -Si quizás. Con el tiempo aprendí la importancia de ocultar, ocultar y sonreír, ocultar y gritar, ocultar y pasármela bien. Con el tiempo mis padres creyeron que tal vez la tormenta había pasado, o al menos no había vuelto a caer. Y con el tiempo mamá me confío algo importante; que cuidará la casa del abuelo fue “ese algo importante” y aunque creía necesitar mantenerme ocupada, en ese momento no entendía cuánto necesitaba respirar. Finn fue mi pausa, mi exhalar. Aunque los días se sentían más cortos y las noches más largas; aunque me costaba despertar y más despertar sin cansancio; Finn se volvió mi soporte sin saberlo, salvó mis días inconsciente o muy consciente de que lo hacía, él me abrió caminos y me enseñó a mirar constelaciones. Y la cuenta regresiva llegó a 1, era momento de volver y responder. Cuando desperté y el reloj marcaba las cinco de la tarde, sonreí. Sonreí por qué entendí la libertad, entendí la responsabilidad, entendí lo que venía, el próximo paso. Mi último intento de lectura había concluido sin haber empezado, así que una vez más: tomé el libro, quité el separador, sentí su aroma y empecé de nuevo la página once del libro La piel en los labios por Miguel Gane.

Verte fumando un cigarro en el borde de la cama; Salir del bar y encontrarte hablando con desconocidos; Entrar al probador y mirarte de reojo; Acariciar el botón que para el ascensor y descenderte; Respirarte en el hombro y recorrerte la clavícula; La intimidad de dormir… -Ese momento en el que dejas de ser su momento, Harriet; ese momento en el que ves las luces de la ciudad y son la única luz que encuentras dentro, o la única que encuentras; en ese momento estas vivo y estar vivo muchas veces duele. ¡No puedo…per… permitirte esto! – susurró Escuchar su voz, escucharla tan suave y ronca, no poder revertir la decisión realmente me llenó de aflicción. Puse el separador, cerré el libro y lo dejé sobre el escritorio; me detuve un momento y alcé la mirada. Estaba igual de impecable, con la camisa un poco desabotonada y una pantaloneta blanca que sinceramente me invitaba a la curiosidad; pero con la curiosidad llegó una punzada de amargura, tristeza y hasta nostalgia. -Tengo que volver, tengo asuntos que resolver y estoy lista para tomar una decisión importante. Todo gracias a ti, gracias a tus sonrisas, a tus ojos; y perdón, pero no puedo prometerme y prometerte volver. -No puedo permitirme ser tu montaña rusa sin más. -No lo permitas, se tú. Así, creamos el naufragio desde la profundidad, creé mi naufragio en lágrimas que no han salido. Así creamos el boom más grande y desconocido, así nos tuvimos de tres a siete, pero nos terminamos a las siete con doce; así apuntamos razones para compartimos, para leernos en los versos, para vernos en todas y ninguna parte del universo, para recordarnos sin antes olvidarnos. Esta es mi deriva, debería decir que fue mi deriva; estos fueron mis sube y bajas, en especial mis bajas, el efecto secundario de mi vida; esta fue mi más querida fantasía, mi más querido dolor.

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