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6.2 Personajes
Además del parque, la Iglesia, la Moya, la música, la literatura, las tortillas de viento, los empastados, hay seres de carne y hueso como el Yumbo, la Banda, el Heladero, la Aurora Tusa, el Bazar Jorgito, la doña Filuquita, la Rosa Traposa, que, entre muchos otros, plasman la historia de Conocoto, en especial de su centro poblado.
En el rescate de la memoria individual hay un abanico de personajes que hacen parte de la riqueza cultural de los pueblos. Ellos tienen valor simbólico. De alguna manera fueron y son parte de la vida de las personas que habitan este territorio y que no son solo un nombre sino también una historia. Francisco Zurita y Carlos Morales nos recordaron algunos de los nombres de esos personajes de Conocoto.
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Están las mujeres, personajes que habitan sus casas, escenarios de su vida cotidiana, que no tienen condiciones para transitar por las calles sea por su edad o por alguna discapacidad física pero, sin embargo, hacen parte de la vida de los otros:
Anita, mujer sordomuda con dificultades para caminar. Vive en una de las calles principales, de rápido crecimiento comercial, llena de ruido, vehículos y movimiento de transeúntes. Con cerca de ochenta años, pertenece al pasado. Produce sonidos guturales para llamar la atención. Con su mano extendida y sonrisa radiante, saluda y vuelve a saludar a todas las personas, conocidas o no, que pasan cerca de ella. En medio de un entorno donde
las personas son rostros anónimos, ella, con su saludo espontáneo les otorga un estatus relevante que rompe el individualismo del mercado; la soledad, el desconocimiento del otro. Anita fue parte del Conocoto de haciendas y de oficios artesanales y ahora es parte del Conocoto que ya no cuenta con la identidad de pueblo.
En este grupo se encuentra también la Goita, mujer popular, fiel representante del mundo mágico de inicios del siglo XX que, en dicotomía con el desarrollo de la modernidad, personificaba al mundo de las historias contadas acerca de seres divinos o fantasmagóricos, de leyendas que hace parte de lo rural. Su vivienda de un solo ambiente, conjuga el Conocoto de ayer y de hoy con paredes de tapial, con piso de tierra apisonada y esteras que le proporcionaban calor al ambiente; con utensilios de barro y cocina de gas.
Fue diestra cuentera, supo mantener en vilo la atención de niñas y niños sin más recursos que las inflexiones de su voz, de sus ojos sin luz, de los gestos de su rostro de boca desdentada y los movimientos de manos y cuerpo en un escenario obscuro y frío. La Goita, integrante de una de las familias tradicionales de Conocoto, vivía sola. María Angula era su leyenda favorita y también la de los niños y niñas que le rodeaban, sintiendo miedo al escucharla.
La calle conocoteña era un espacio de identidad, de interrelación social, de encuentro, de socialización y de alteridad, ahora es también lugar de intercambio comercial. Por las calles transitan vidas innumerables, religiosas o profanas, reales o míticas, anónimas
o conocidas, queridas y admiradas o ignoradas y despreciadas. Vidas que transitan con una finalidad o sin ella.
La Rosa Traposa, imprimió otra relación con la calle. El deambular sin rumbo como un estilo de vida único que se contrapone al significado simbólico de casa y hogar, de lo doméstico y estructurado. Rosa Traposa, mulata alta, de labios grandes y de palabra rápida se hacía acompañar por perros, y su riqueza la llevaba puesta; tarros de lata que le servían para contener la bebida y la comida que le regalaban los vecinos; los tarros también le servían para convidar la comida a sus compañeros de viaje, los perros. Mujer sola, con vestidos anchos, llenos de remiendos de colores. Nadie sabía si era de vocación callejera y si sus comportamientos eran “…actos de resistencia contra el anonimato, el olvido, la segregación, la soledad, o la falta de participación de los pobres.” (Freire Rubio, Espinosa Apolo, 2005, p.17). Por la razón que fuese, para este personaje la calle era su patio, la extensión del zaguán donde dormía.
Ella encarna el Conocoto que tiene manifestaciones de solidaridad, pero que no protege a los seres vulnerabilizados. El párroco de Conocoto, Gustavo Robayo en los años 60, le dedicó una poesía donde sugiere que ella sufrió una decepción amorosa y que desde entonces, entregó su corazón a los perros.
Otro de los ejemplos es el de Aurora Tusa, mujer mendiga y medio demente, que deambulaba por las calles de Conocoto allá por los años 50. Causaba susto en los menores con sus harapos. Su viejo sombrero puntiagudo dejaba ver a medias su cara
y un par de trenzas. Seguramente se llamaba Aurora y algunas personas compararon su aspecto con el de una tusa de choclo. De ahí viene su nombre. A ninguna de las dos se le encontró conversando con alguien.
La difusión de la prensa escrita, especialmente los diarios El Comercio y Ultimas Noticias, trajeron a Conocoto, -como a otros pueblos- los voceadores de prensa quienes llevaban las noticias a las manos del lector o de la lectora. No se tiene registro sobre cuándo aparecieron, ni cuándo se les denominó como voceadores.
Lo cierto es que, en las tardes de los fines de semana se escuchaba por las calles una voz ronca, fuerte, gutural, que voceaba. Era la del Mudo Juancho quien llevaba bajo el brazo el periódico vespertino “Últimas noticias”. El personaje hacía un sonido largo y fuerte que daba cuenta de su capacidad pulmonar; las personas apenas lo oían sabían que estaba pasando por su casa, salían y compraban el periódico recién salido de la prensa que, ya más tarde, sería usado para limpiar vidrios o para darle a la señora tendera para que envuelva lo vendido o lo utilice en otros menesteres.
Este personaje no podía recomendar ningún suceso pues había perdido la voz pero sí entregar el periódico con simpatía, que era bien recibida por los pobladores. El Mudo Juancho cumplía no solo una función comercial, sino también cultural e histórica.
Otro de los representantes del cambio económico fue el Bazar Jorgito, primer bazar de Conocoto. Fiel representante del paso de lo agrario a lo urbano. La agricultura había dejado de ser el eje articulador de las economías familiares en la población, ahora la economía estaba asociada a la globalización y a la habilidad de las personas y los grupos, para readecuar las actividades económicas de acuerdo a las tendencias del mercado.
El Bazar Jorgito fue el primer negocio que tuvo rótulo luminoso, fue el primer reciclador de papel. Era el lugar donde se encontraba de todo un poco: papelería, dulcería, ferretería, material de costura, venta de hierbas, coronas para noviembre y rarezas como las anilinas y el creso. También era el lugar de encuentro y concentración de jóvenes. Fue el primer lugar donde se pudo mirar televisión. A las seis de la tarde iniciaba la función de la televisión con un costo de veinte centavos de sucre para cada televidente. ¿Cuántos conocoteños, asistieron a los que en ese entonces eran espectáculos de televisión?
El resultado de procesos locales en Conocoto también dio cuenta de la complejidad de las diferencias del mercado. La Sambita Beatriz, generó una actividad de pequeña escala por cuenta propia: producía, preparaba y vendía el producto básico de la dieta campesina: el mote con arvejitas y ají de maní con tomate riñón, servido en papel de despacho limpiecito. La Sambita Beatriz recorría todo el pueblo. A veces se quedaba en esquinas prefijadas, a las cuales acudían las personas a comprar, o en las puertas de los establecimientos educativos. Dos reales era el precio.
El Heladero Carlitos, ha acompañado a todas las generaciones de estudiantes en las afueras de los establecimientos educativos, pregonando sus famosos helados y deteniéndose a conversar cuando se le solicitaba. El heladero, a decir de Carlos Morales, seguía con su carrito de helados a la selección de Conocoto a todos los juegos interparroquiales. Más tarde se convirtió en conserje del Colegio Conocoto. Ahora ya jubilado, sigue vendiendo helados.
Los portales, zaguanes, patios, parques y calles eran los lugares de encuentro vivencial. Con el tiempo, se crearon otros lugares de encuentro vecinal considerados sitios más seguros, y uno de los pocos era la tienda de Doña Filuquita. Ahí se encontraba lo que en ningún otro lugar había; sal en grano, piedra pómez, harinas de nombres raros, pedazos de panela, bolitas de caramelos, congelados, entre otros.
Doña Filuquita, mujer peleadora, alta, guapa, de pelo corto, de una de las familias tradicionales de Conocoto, abría las puertas de su negocio, que a su vez era el sitio de reunión para un grupo de mujeres. Todas amigas adultas mayores. La duración de los encuentros no era programada, solo se daban los días ordinarios porque los fines de semana las mujeres visitaban las iglesias, salían de paseo o esperaban la llegada de sus hijos.
Como era de esperar, también hubo personajes relacionados con la participación activa de los pobladores en las luchas comunitarias, en las gestiones, mingas y contribuciones económicas con miras al desarrollo del pueblo. De esas luchas nace la frase Tieso Conocoto, que es uno de los apodos
más emblemáticos del pueblo. Éste surgió en los enfrentamientos que se realizaron entre los dueños de los buses Los Chillos que trajeron gente de Sangolquí para amedrentar a la población de Conocoto, y luego se popularizó en la participación de Conocoto en las Olimpiadas deportivas interparroquiales.
El apodo La Voz del Pueblo surgió también en la lucha ya mencionada de hombres, mujeres, adolescentes, jóvenes, adultos de diferentes condiciones económicas, incluso la iglesia, participando por conseguir el transporte propio y la feria en el mercado; fue cuando un vecino muy involucrado en esta situación se autodefinió como “la voz del pueblo”. La voz del pueblo expresa el poder que tiene o debe tener el pueblo en la democracia, poder para opinar e influir en la solución de controversias y toma de decisiones.
En la gestión por el ordenamiento y desarrollo del pueblo en los años 50 y 60 se destacó la figura de Don Carlos que, de manera voluntaria y sin cobrar sueldo recorría las calles de la población, inspeccionando la correcta ejecución de las obras públicas y persuadiendo o presionando a los vecinos para que respeten las líneas de fábrica, colaboren con la ampliación y eliminación de “dientes” en las calles, adecenten su propiedad y cuiden y respeten los espacios comunes.
La religión fue y es un aspecto esencial en la vida de las personas. La religiosidad popular ha sido parte de la cotidianidad de Conocoto. El catolicismo articuló la devoción a los santos y vírgenes, el milagro y el ritual. Se consideraba inaudito comenzar la semana y el
cumplimiento de las labores diarias sin haber cumplido antes con la misa dominical, -por lo menos-.
Dos mujeres de familias tradicionales de Conocoto vienen a la memoria a la hora de recordar la forma de aceptar y practicar las creencias religiosas. La Señorita María Esther, de trenza larga, estatura media, callada, paciente y la Señorita Juana, de carácter fuerte y risa fácil.
En la conmemoración de la muerte y la resurrección de Cristo, los preparativos eran liderados por la señorita María, quien, con enorme esfuerzo y dedicación, preparaba las túnicas, bordados, imágenes, flores y hasta los caramelos. Así mismo en los preparativos de las ceremonias del Pase del Niño y del Mes de María. En sus últimos años abrió en su casa una capillita para el Hermano Gregorio, médico venezolano que murió en 1919 y a quien el imaginario popular le atribuye varios milagros, de hecho, el Vaticano acaba de aprobar su primer milagro comprobado.
En los actos religiosos, como asistir a la iglesia los domingos y las “fiestas de guarda”, la señorita Juana estaba muy atenta a llamar la atención a niños, niñas, adolescentes y jóvenes cuando rompían el silencio o incurrían en un comportamiento inadecuado. La señorita Juana, era también solícita para recoger las limosnas y para acompañar con oraciones y plegarias a los deudos en los funerales.
Estos ritos y ceremonias eran acontecimientos que invadían la vida cotidiana de Conocoto, fomentaban la convivencia y la solidaridad de la población
y la posibilidad de reavivar con ellos el mensaje evangelizador de la iglesia y el reconocimiento social del acto de contrición o el buen comportamiento de quienes eran encargados de portar las imágenes sagradas. Las ceremonias mezclaban la devoción a seres sagrados con las necesidades, anhelos, miedos y esperanzas de los feligreses.
Las características del modo de producción hacendatario ligado a la agricultura familiar, dejaron una serie de imaginarios rurales en los pobladores de Conocoto, y en los comportamientos de personas singulares, como es el caso del Tonto Cacho, hombre que caminaba por las calles portando en sus manos unos cuernos de toro, mixturado entre lo agrario y lo taurino.
El Coté, este personaje enamorado de la tauromaquia y de costumbres relacionadas con la faena de los toros circulaba con su capa de toreo. Su sueño consistía en vestirse de luces en la Plaza de las Ventas en España. Asistía y participaba activamente en los toros de pueblo de Conocoto y de otras parroquias, su cuerpo tenía innumerables huellas de esa hazaña. La plaza de toros populares fue el escenario de su muerte.