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5.4 Conocoto fiestero
“Conocoto era fiestero, el clero obligaba a promocionar las fiestas de San Pedro, San Juan, Navidad. Las fiestas duraban un día, dos días hasta una semana. La víspera era atemorizante por la reventazón y las camaretas, también había fuegos pirotécnicos. Las vísperas de la gran fiesta, la banda tocaba y había los disfrazados que eran payasos, chiquillas camisones, gauchos, capariches, silbadores, bodoquera con careta y peluca larga que soplaba y un oso que cueriaba a los niños”. Así recuerda Luis Aurelio Alomoto.
Y continúa “…las vestimentas femeninas estaban en el cuerpo de los hombres. Las mujeres cuidaban a los disfrazados, les proveían de chicha, trago y pan; les daban el cedrón que era para cualquier mal”. En las casas se hacía chapo con máchica de harina de cebada.
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Conocoto fiestero. Sus fiestas en general se relacionan con la iglesia. Según el párroco, Santiago Vaca, ahora han disminuido notablemente, solo se conservan la fiestas de Pascua, Semana Santa y la ceremonia de los difuntos. “Se ha perdido la fiesta patronal de San Pedro, las novenas... Ahora los barrios por iniciativa propia tienen sus festejos dedicados a sus patronos como en San Juan, Ontaneda, El Rosario, San Andrés, La Luz, Santa Rosa, Chacha. Esto, que se conserva entre lo popular y lo religioso, se está tratando de recuperar. Señala que los jóvenes ya no tienen recuerdos sino solo las personas viejas y algunas de mediana edad.
Domingo de Ramos
En Conocoto eran muy concurridas las novenas y misas del Niño Jesús con participación de las familias y barrios de la población. El Rosario de la Aurora todos los sábados de mayo; el primer sábado del resto de meses eran procesiones que recorrían las calles del pueblo en honor a la Virgen María y despertaban con voladores y cantos a quienes no se habían levantado a participar en la procesión.
En la memoria de Luis Aurelio Alomoto, una de las grandes fiestas era vivida con “los yumbos que peleaban, se daban a chontazos con el filo del asta de banderas mientras los mayordomos les cuidaban…; entraban por las cuatro esquinas armenios, cornejos, sandovales… Iban con la
tamboleada y el pingullo y se oía putum, putum, putum. Danzaban vivando a las haciendas a las que pertenecían; el tejedor de las cintas se ponía en el centro y empezaban a tejer y demostraba en el tallo el trabajo de ellos”
Como este testimonio hay otros. No cabe duda que la Yumbada es una de las celebraciones importantes en Conocoto.
La Yumbada en Conocoto
El vocablo yumbo tiene su origen en el idioma quichua y significa brujo. En la época colonial, el término Jumbo fue utilizado para identificar a etnias de dos regiones: la primera: ubicada en la Amazonía identificada por Juan de Velasco cuyos descendientes actuales son los quichuas amazónicos asentados en territorios del Napo y Pastaza. El otro grupo procede de los cocaniguas de la región noroccidente de Pichincha cuya actividad de comerciantes los llevaba tanto a la costa como hacia el oriente. Uno de los símbolos de “yumbos” es el ritual de la matanza, acto singular con el que termina cada Yumbada. (Almeida, 2011).
La yumbada se encuentra en el imaginario de las personas. Sobre sus orígenes no se tiene información completa sea por el sesgo cultural etnocentrista que impide valorar la condición cultural de la ceremonia o porque la ausencia de políticas públicas eficientes debilitan su significado y aporte a la cultura nacional.
En las entrevistas realizadas a dirigentes y miembros de la Yumbada de San Francisco y de Chachas, los Rucos y Diablos testimonian que ellos forman parte de la tradición inculcada y heredada de sus ancestros, en palabras de los rucos de Chachas “ahora se llama yumbada porque así nos dijeron para incluirnos en el Municipio en la Lista Representativa del patrimonio cultural del Ecuador”.
En la ceremonia “Yumbada”, se comulga lo simbólico dado a la naturaleza como es: la montaña, la tierra, la lluvia, el sol, las hiervas, el agua, la chicha-trago; con los dones dados a las personas que la personifican; a quienes el espíritu de la ceremonia les unge de poderes sobrenaturales como: la fuerza, el valor, el respeto, la generosidad, el intercambio a través del ropaje, la música, la danza. Por esta razón, Pedro Quinga dice: “dejamos nuestra ropa en el agua para que se serene y al ponernos nos transformamos”.
Es decir, no se trata sólo de ropa nueva o festiva sino de vestimentas cargadas con significación histórica. Al respecto, Balcázar señala que “El vestido actual del yumbo, es claramente una evocación del habitante del bosque tropical amazónico, sobre su camisa blanca de mangas anchas -color que comunica paz y tranquilidad- está el bordado que recuerda a sus deidades ancestrales… (Balcázar, 2017).
La yumbada es una ceremonia tradicional que a pesar de la imposición de la religión sobre las fiestas populares se preserva y al sincretizarse, junta los elementos y símbolos ancestrales del solsticio con los dispositivos de la tradición católica del Corpus Christi. Así cumple una serie de comportamientos individuales
con los valores colectivos. José Pedro Quinga señala que “el yumbo no es cualquier persona, él debe dar ejemplo, obedecer reglas, ser respetuoso con sus ancestros”.
En la vida cotidiana, varios de los danzantes de Conocoto son constructores, obreros, artesanos o técnicos de carreras intermedias que al transformarse en yumbos sus individualidades pasan a ser una confraternidad resistente. El círculo es una constante en la danza, responde a la idea del tiempo cíclico, la vida y la muerte. La yumbada es un ritual defensivo “con varios movimientos rituales de rechazo a un ser maligno (yumbo/a infiel) y a las fuerzas del mal: el engaño, la traición, el adulterio, el abuso de confianza, lo pernicioso, etc.” (Simbaña,2018,p.104). El pingullo y el tambor acompañan cada paso; “el tambor representa el latido del corazón y el pingullo representa el cantar de los ancestros, el suspiro de los abuelos y el renacer de la magia”.
En el caso de Conocoto de ahora, en la yumbada blanca, el “pingullero es un joven de 19 años de San Pedro de Toboada, que aprendió de un viejo de Alangasí y ahora ha perfeccionado su arte, después de haber estudiado en el conservatorio de Música”. Además, continua Pedro Quinga, existe un instructor de una empresa privada denominada Yadrac-Huasi, que enseña a un grupo de jóvenes a danzar.
La representación al personificar a la naturaleza lo hace también en lo femenino con el uso de las faldas amplias encarnando a la montaña como homenaje y respeto a la Pachamama. En lo concreto las mujeres acompañan a los danzantes, les proveen de comida,
bebida, en chicha y trago. No bailan con ellos. De igual forma los priostes de la fiesta les suministran un lugar de descanso, alimentos y trago para recuperar energía. En el centro de Conocoto, tradicionalmente los lugares que servía a este cometido estaban localizados en las calles Luis A. Proaño y Olmedo y al final de la Sucre donde comían pan y sardina según el testimonio de la Mercedes Aráuz.
La toma de la plaza por los yumbos es el momento recordado por las personas entrevistadas como elemento simbólico de poder. Antes, la plaza se constituía en el escenario de confrontaciones entre yumbos que pertenecían a las distintas haciendas quienes por la fuerza demostraban el poder. Ahora, el uso de la plaza es una forma de volver a vivir el tiempo mítico de agradecimiento, y apropiación del territorio.
Recuerda el dirigente de Chachas Rosendo Racines “la yumbada era por agradecer la cosecha. Cada hacienda se ganaba un sitio en la plaza de Conocoto. Cada hacienda tenía su propia yumbada”.
Según Juan Carlos, ruco de Chachas, en la plaza de Conocoto se juntaban los yumbos de todas las haciendas, de chachas los rucos y los diablos; “nos despertábamos tempranito para tomarnos las esquinas de la plaza, el mayoral nos despertaba y salíamos rápido para ganar a las otras haciendas”.
Los rucos de la Yumbada son los cuidadores de las haciendas, hacen sonar los cascabeles que portan en sus tobillos para evitar que se acerquen
los espíritus... Juan Carlos dice “antes éramos bastantes, ahora los hijos no quieren, solo mi hijo chiquito desde que tenía 4 años ahora tiene 28”. El grupo entrevistado no sabe cuál es la diferencia en los significados entre rucos y diablos, así como la diferencia en su vestimenta.
Agrega que ahora algunas personas compran o alquilan en Conocoto a 10 $ el alquiler y con garantía de 20 $. Afirma, “de mi parte confecciona mi mujer”.
Los rucos y diablos de Chachas 2019
Los yumbos blancos de Conocoto, dice Pedro Quinga, “han rescatado y rediseñado una coreografía sobre la muerte y resurrección de Atahualpa, creada y modificada desde hace mucho tiempo, pero destaca el desarrollo de esta coreografía que realiza el conjunto en sus presentaciones: un traidor apuñala a Atahualpa y huye, le persiguen el rucu y otros y lo matan, pues quiso quedarse con el tesoro, los bienes y la esposa de Atahualpa. Luego todos invocan al cerro y al espíritu del trago para que reviva a Atahualpa, lo cual consiguen después de una ceremonia e invocaciones en idioma quichua. Al resucitar Atahualpa agradece también en quichua”
Yumbos blancos con su pingullero
Actualmente, las apariciones de este grupo de danzantes se realizan en vinculación con instituciones públicas. Si bien históricamente danzaban en Corpus Christi, en los últimos años lo hacen en las fiestas de San Pedro de Conocoto, por auspicio de la Junta Parroquial.
Día de los finados o difuntos
La celebración del día de finados o difuntos o de las almas benditas es parte de las manifestaciones culturales de Conocoto; guarda en esencia un sincretismo que une las prácticas de nuestros ancestros indígenas con las de la religión católica, traída por los españoles a América.
Cementerio de Conocoto. Día de los difuntos 2018.
En el día de los difuntos se patentiza la idea de que las familias dolientes encargan a sus muertos sus preocupaciones, dolores y sufrimientos, sienten que existe en el más allá seres queridos que les cuidan y que les obligan a mejorar su comportamiento y con ello, su vida.
Traslado con Banda
Por otro lado, la iglesia católica traída desde España, ayuda a bien morir, vela el cadáver y reza una misa para el descanso de las almas, pidiendo a Dios que les dé el descanso eterno. Cada 2 de noviembre en una celebración pública y comunitaria reúne a las familias en torno al difunto.
Respecto a la tradición prehispánica de conmemorar a los muertos, los cronistas españoles informan que en el calendario incaico, un mes entero estaba previsto para ceremonias mortuorias solemnes. Según la interpretación de algunos autores, este mes llamado en quechua ayamarcai (llevar el cadáver) corresponde al mes de octubre, según otros al de noviembre de nuestro calendario. (Roswith Hartmann, 1973: 193).
En la víspera, numerosas familias dolientes visitan el cementerio para arreglar las criptas familiares, sepulturas individuales en la tierra o en nichos de cemento. Se reserva la parte central de este camposanto para los rituales de la iglesia. Al parecer no existe separación de clases sociales, pero, junto a los mausoleos, que son edificaciones mortuorias familiares, hay tumbas más modestas que solo tienen una cruz clavada en la tierra.
En la noche del 1 de noviembre se produce la visita masiva de las familias para velar a sus difuntos. Las calles adyacentes al cementerio se cierran al tráfico vehicular, se llenan de gente y se convierten en escenario de una nutrida feria de comidas y ofrendas mortuorias. Miche Aráuz señala que “antes, la velada se hacía toda la noche en Conocoto y Alangasí, ahora solo hasta medianoche”.
Las personas, algunas vestidas de luto y las más jóvenes sin guardarlo, exhiben su dolor, mientras comparten con sus muertos los acontecimientos importantes ocurridos en los últimos meses. Otros comentan las hazañas del difunto y otros le piden ayuda. No cabe duda que esta celebración une a las familias y permite lazos de solidaridad. Sin embargo, hay tumbas menos visitadas, que además de estar descuidadas, son maltratadas por los deudos de otros difuntos. Claro ejemplo: personas sentadas sobre tumbas ajenas sin respetarlas.
Hasta hace unos cincuenta años, algunas familias estilaban convidar al difunto y a los acompañantes el plato típico: la colada morada hecha de harina de maíz negro, acompañada por las guaguas de pan hechas de harina de trigo y adornadas con distintos colores. Las ofrendas florales: coronas elaboradas en papel crepé negro, morado y blanco y con papel aluminizado que se guardaba de las cajetillas de cigarrillos durante el año, se vendían en las puertas de los locales comerciales o en espacios improvisados para ese efecto en las casas de la calle Sucre, que era el camino usual por el que cientos de personas desfilaban hacia el cementerio. Además, según Antonio Llumiquinga, “se hacía bastante pan para compartirlo con los vecinos, amigos y familiares a los cuales se hacía llegar la ollita con colada morada y algunos panes de la temporada. Esto es lo que creaba un clima de salud social entre los pobladores”
Esta ceremonia es una tradición andina. Según Hartmann, mencionando a Karsten, “el carácter zoomorfo no ha perdido su sentido originario entre los indios bolivianos”. “El día de Finados modelan en masa de pan una gran muñeca diciendo que representa a un pariente muerto. Su cuerpo y su alma, que llaman aya, independientemente de si se trate de hombre o mujer. A esta muñeca se la viste y después de haberla colocado en un sitio preferente en la casa se le ofrece comida, chicha y trago como ofrenda. Algunas veces se la pasea solemnemente por la plaza del mercado y de una casa a la otra y se baila con ella”.
“Esta costumbre coincidiría exactamente con lo que Guamán Poma de Ayala describe e ilustra respecto a la antigua tradición andina con motivo del ayamarcai, con la única diferencia de que en el caso arriba mencionado los muertos no son sacados de sus tumbas para llevarlos en procesión sino que sólo a sus efigies se les rinden los mismos honores brindándoles ofrendas. (Karsten 1939:45-46)
Por lo que se refiere a las ofrendas relacionadas con este culto a los muertos resulta ilustrativo un párrafo que usa Hartmann tomado de las “ Constituciones del Primer Sínodo de Quito” de 1570, según el cual se exhorta y manda a los “curas de las doctrinas de los yndios no les consientan ofrecer sobre los muertos sino fuere pan y vino y cera … por las muchas supersticiones que los indios hazen en las ofrendas que ofrecen sobre los muertos encargamos a nuestros curas den a entender a los yndios el valor de las ofrendas que se hazen a Dios limpias de supersticiones y la ofensa y pecado que cometen contra Dios
quando las mesclan con supersticiones de ydolatrias. (Roswith Hartmann, 1973, pp.79-80). (sic)
Hoy llama la atención la presencia de grupos musicales que deambulan entre las tumbas dando serenos a los difuntos y en concepto de pago reciben dinero. Los jóvenes han cambiado la colada morada y la guagua por papas fritas y colas. Aunque el hornado con tortillas y el canelazo se mantienen firmes en los puestos de comida de la feria que rodea el cementerio en estos días.