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Ruptura y Continuidad: para un “Escarmentado” un “Escaldado” y para un “Escaldado” un “Carpeteado” (En la tradición de Betances)
Carmen Lugo Filippi
Ruptura y Continuidad: para un “Escarmentado” un “Escaldado” y para un “Escaldado” un “Carpeteado” (En la tradición de Betances)
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La rima consonante que acompaña los participios pasados de los tres verbos que conforman el título (escarmentar, escaldar y carpetear) nos remiten a acciones nada agradables que culminan en una experiencia ejemplar dolorosa, causante en aquel que la padece, de un sentimiento de desconfianza perenne. No es por tanto inusual o desacertado que nuestro Betances bajo el seudónimo del Antillano, publique en el 1888 Voyages de Scaldado (Viajes de Escaldado), una historia llena de aventuras aleccionadoras que van acrisolando el carácter del protagonista. Sometido a pruebas y padecimientos en un mundo de injusticias y contradicciones, Escaldado no sólo aquilata su espíritu sino que comprende la imposibilidad de alcanzar la perfección moral en donde la justicia constituiría la virtud máxima. Los avatares dramatizados en el cuento corresponden a la compleja situación política y social en la segunda mitad del siglo XIX tanto en Europa como en Estados Unidos y Puerto Rico y pone de manifiesto las contradicciones del liberalismo. Sin duda, la realidad en ebullición de la época ameritaba ser consignada. Sin embargo, en esta ocasión, Betances no utilizó la denuncia periodística ni el recuento histórico formal, sino que prefirió la ficción de tipo satírico para dramatizar el estado de cosas. Selección innovadora porque la puesta en escena de los conflictos resulta atractiva y eficaz al “jamaquear” al lector desde una óptica irónica y hacerlo sonreír con el despliegue de los recursos literarios que dominaba. El género de “la nouvelle” (cuento largo) le proporcionaba el espacio para hacer gala de las estrategias estilísticas necesarias. Recuérdese que El Antillano era un humanista en el sentido amplio de la palabra y no sólo se nutría de fuentes históricas y políticas, sino que como curioso impertinente exploraba los recovecos de la cultura francesa de su época, especialmente el movimiento de la Ilustración (el llamado Siglo de las Luces). Enciclopedistas como Voltaire, Diderot, Rousseau, entre otros, aportaron no sólo obras de tipo histórico y sociológico, sino también literario. Voltaire, sobre todo, fue admirado por Betances quien conocía sus relatos de carácter satírico, verbigracia: Cándido, Micromegas, Zadig, Viajes de Escarmentado. Prueba al canto es su apropiación de un “Scarmentado” franchute para transformarlo en un “Scaldado” antillano. La homofonía no es mera coincidencia. Hay de parte del Betances creador el propósito de mantener la misma línea melódica y significativa de su maestro. Pero, como en todo acto de reescritura auténtica, se van dando transformaciones que configuran la nueva criatura, entre ellas el telón de fondo donde se inscribe el peregrinar del “Scaldado” versus la realidad afrontada por el “Scarmentado”. Ambas corresponden a épocas, lugares y culturas diferentes. No obstante, una red de correlaciones se tejen entre el carácter “ingenuo” de los protagonistas, sus discursos respectivos y las vivencias que ambos experimentan a raíz de algunos viajes por el mundo.1 Y lo más significativo: en ambos textos, desde la primera oración, la ironía se instala, marcando el tono que ha de prevalecer.
En ese particular renglón, recordamos la lección del formalista ruso Boris Eikembaum en ocasión de su análisis de “El Capote” de Gogol: el tono adoptado por la voz que narra funciona como principio organizador del texto. A través de la ironía y la sátira ambos narradores “escamados” van dando cuenta de sus respectivas experiencias de vida en donde abundan las vivencias de los sistemas y gobernantes, las calamidades suscitadas por tal práctica y el fanatismo a ultranza. Un denominador común se evidencia: la existencia en la Europa de Voltaire y en la colonia de Puerto Rico de Betances de lacras como la intolerancia y la corrupción propios de regímenes totalitarios. En el devenir existencial del Escaldado betanciano se dramatizan los males del coloniaje español y las contradicciones del liberalismo del siglo XIX tanto en Inglaterra como en Estados Unidos.
El tono irónico –principio organizador en ambos textos como establecimos– se reviste de múltiples recursos ingeniosos que amplían la eficacia de las intenciones satíricas. En ese campo estilístico Voltaire es un maestro con mayúsculas y Betances un discípulo aventajado. Tan aventajado que su manejo de la burla fina y disimulada, su tono desenfadado, los absurdos humorísticos y las repeticiones de carácter lúdico, logran dar a entender lo contrario de lo que se dice. Al final, se aboca en la conclusión de la imposibilidad de alcanzar la justicia, virtud demasiado noble para ser representada.
Ha pasado más de un siglo desde que Escaldado (1888) dio sus primeros pasos en el mundo. Constituye una emotiva sorpresa, después de tanto tiempo de ruptura, que apareciera un relevo tomando el batón en la línea betanciana. El fondista “un Carpeteado” iniciará su carrera raudo y veloz, en la tradición de un tal “Escaldado”. 2
Ya desde el título, “Viajes del Carpeteado”, el elemento lúdico, de la aliteración emparenta a los protagonistas. De un “Escaldado” a un “Carpeteado” el “ado” sin hache evoca un fatum torturante: eso de ser pasado por agua hirviente no es cáscara de coco ni tampoco ser confinado en una pareja de cartones bien amarrados… De “encarpetado” a “carpeteado” existe la gracia que le imprime la voz popular que se aleja de la formalidad normativa. El autor de “Viajes del Carpeteado”, Silverio Pérez, escoge con premeditación y alevosía un adjetivo derivado de la funesta “carpeta” (expediente levantado a individuos o grupos dizque subversivos) que ha atormentado a generaciones de disidentes puertorriqueños independentistas e idea un nombre con sabor a pueblo: “Carpeteado”. Hay en el vocablo plebeyo una resonancia de martirio que recuerda, por asociación, golpes de martillo y clavos. Una vez bautizada la criatura la ficha de identidad del protagonista irá completándose y el relato arrancará, para grata sorpresa, con una variante significativa respecto a su modelo: la transformación del tono organizador de la narración que, aunque conserva la línea irónica de Betances, se somete, no obstante, a un proceso de criollización al incluir contenidos propios de nuestro folklore. Detalle innovador acorde con los cambios culturales y sociológicos del siglo XX.
Nuestro relevista Silverio sabe manejar estrategias eficaces para acentuar el efecto del tono: prosa ágil, pinceladas impresionistas y saltos metafóricos para sugerir, más que decir. Los movimientos dramáticos rápidos, las implicaciones irónicas, los sarcasmos elegantes, conforman su don de síntesis, talento de un buen cuentista. En términos generales, “Viajes del Carpeteado” conserva el formato de su modelo: un narrador en primera persona completa su historial personal: “El día de mi nacimiento dos de marzo de 1917, hubo una gran fiesta en la isla, no por mi llegada al mundo, sino porque ese día el presidente de los Estados Unidos, Woodrow Wilson, firmó el acta Jones que nos hacía ciudadanos como a aquellos que al mando del General Nelson Miles invadieron la isla el 25 de Julio de 1898 con la promesa de dar al pueblo de esta hermosa isla de Puerto Rico la mayor suma de libertades compatibles con esta ocupación militar”. La ironía de este introito yuxtapone contradicciones con naturalidad y candidez: “la ciudadanía igualitaria” junto a “la mayor suma de libertades” conviven ¡eureka! en el seno de “la ocupación militar”.
Carpeteado que a diferencia de sus parientes Escarmentado y Escaldado carece de fortuna, describe con tono de gran candidez su cuna pobre y emprende el proceso de “criollización” de lo narrado, introduciendo elementos de sabor autóctono. Tal resulta la aparición de “un trovador desaliñado” quien le improvisa al recién nacido una décima como regalo de bienvenida al mundo. Los versos evocan en el lector los acordes nostálgicos del cuatro y el güiro. Desde el primer octosílabo la décima nos hace sonreír por el desenfado de su decir: “Con el pan en el sobaco/ el niño pobre nacía/ ahora la ciudadanía/ le dará a este niño flaco/ de felicidad un saco/ y mucha prosperidad/ El tío Sam ¡qué bondad! / le guiará su destino./ Siempre tendrá en su camino/ democracia y libertad”. Pero no nos engañemos, la decimilla aparentemente inofensiva hiere al Tío Sam con el dardo irónico de su cierre. De tanto repetirla, el protagonista la convertirá en el mantra de su vida.
A través de hábiles trazos y saltos metafóricos el lector se topa con el primer encontronazo traumático de Carpeteado ocurrido un 24 de octubre de 1935. El joven, a sus dieciocho años, se ve involucrado sin saber cómo ni por qué , en una carrera para salvar su vida: “Unos policías disparaban y golpeaban a unos ciudadanos que gritaban ¡libertad! en una calle de Río Piedras cerca de la Universidad”. ¡Nada más y nada menos que la llamada Masacre de Río Piedras lo arropa! Enredado, arrastrado y sorprendido en el movimiento tumultuoso, corre despavorido al lado de un estudiante con camisa negra. Mientras huyen, su nuevo acompañante le explica que tanto él como los masacrados pertenecían al Partido Nacionalista quienes “estaban exigiendo las libertades y la prosperidad que prometió el General Miles cuando la invasión y que desde Washington, sede de la mayor democracia del mundo, se nos imponía al gobernante y al jefe de policía, entre otros mandamases”. Con sólo un detalle el episodio cobra un significado emblemático: el estudiante nacionalista, al separarse de Carpeteado en aquella loca carrera, se quita su camisa negra y se la lanza. El receptor la atesorará porque admite que ”simpatizaba con sus ideas”. Simbólico y gracioso acto de continuidad con este gesto de relevo generacional.
De la juntilla con la juventud universitaria disidente se origina su “carpeta”. Advertido de su fama de conspirador por su padre, Carpeteado buscará alejarse del “mundanal conflicto” y hasta llega a considerar la vocación sacerdotal. No nos es posible inventariar el sinnúmero de vicisitudes, infortunios y percances que el joven enfrentará una vez decide abandonar la isla. Sólo nos limitaremos a comentar dos inolvidables instancias de sus avatares. La primera concierne a su peregrinación por una España convulsa. Su esperanza de encontrar una vida apacible, resultará un tremendo fiasco. A causa de los embrollos en los que se ve envuelto sin haberlos buscado, experimenta la injusticia, las luchas de poder y la intolerancia en la madre patria, enfrascada entonces en la Guerra Civil. Carpeteado terminará preso. Es justo en este punto que ocurre, a nuestro juicio, uno de los episodios más originales del relato: el encuentro con el poeta revolucionario originario de Yauco, José Enamorado Cuesta, voluntario en el ejército republicano español. Insertar a una figura histórica como ésta en la ficción no solamente es ingenioso, sino de una entrañable calidez: “se me acercó un miliciano del ejército republicano que se identificó como puertorriqueño y comunista. Se llamaba José Enamorado Cuesta…”. Gracias al poeta yaucano logra escapar de polizón y llega a Argentina. Pero, este fortuito encuentro en España culmina, por la magia de la escritura, en un reencuentro con ribetes humorísticos: en salto acrobático y sin paracaídas, Carpeteado arriba al Puerto Rico de los cincuenta y su fatum se repite. Viola, sin saberlo, la ley de la Mordaza al gritar ¡Viva Puerto Rico libre! y cae preso: “En la cárcel de La Princesa ¡oh sorpresa! me encontré con don José Enamorado Cuesta: –¿Muchacho qué haces aquí? –exclamó– ¿No te dejé rumbo a Argentina? –¿Y usted qué hace aquí? –respondí igualmente emocionado–¿No le dejé peleando en la Guerra Civil española?”. El manejo de los encuentros y desencuentros azarosos, salpicados de humor, no solamente nos hacen recordar la modalidad de los relatos de viaje (Cándido, por ejemplo) sino también los recursos de la picaresca aquí orquestados por un narrador conocedor de su oficio.
El despliegue de una deliciosa sátira se da en uno de nuestros segmentos favoritos registrado en Buenos Aires. Una nueva ristra de calamidades, enmarcadas en el telón de fondo de la segunda Guerra Mundial, subraya el fatídico destino del protagonista. A raíz de un breve paréntesis de sosiego en tierra gaucha, Carpeteado opta por dedicarse al divino tango y utiliza las herramientas de su talento musical innato. En medio de tantos reveses, la felicidad parece encarnarse en el pintoresco arte al que se dedica: “Aquel trovador desaliñado que me dedicó la décima el día de mi nacimiento y que seguí repitiendo como un mantra, me enseñó unos acordes de guitarra que me sirvieron para ganarme la vida cantando tangos de arrabal en tugurios bonaerenses”. Este oasis tanguero no le durará mucho y la escena en que irrumpe nuevamente el infortunio nos hace reír por la incursión del humor negro. Cuenta el tanguero boricua que un 4 de junio de 1943 cantaba el tango “Uno” de Mariano Mores, cuando se armó la de San Quintín y al son de disparos, gritos y corre-corre, pudo escapar del tugurio, guitarra en mano pero… “con la misma guitarra me golpearon por la cabeza y espalda, mientras me exigían que me identificara como radicalista, socialista, unionista, progresista o comunista. Yo gritaba: ¡soy guitarrista y tanguista! Y más me golpeaban”. Delicioso enredo que tiene el don de resumir humorísticamente, uno de los planteamientos medulares del cuento: el fanatismo de querer encasillar al ser humano en ideologías limitantes, coartando la verdadera libertad.
¡Largo viaje de aprendizaje el de este Carpeteado! En su bitácora, igual que en caja de Pandora, se atesoran vivencias de variado calibre con sabor a Nueva York, Santo Domingo, Cuba, el Puerto Rico de los años cincuenta y el rollo de mil polémicas ideológicas, históricas y hasta académicas que aún en el año 2020 nos asedian. Memorable y muy bien documentada sobresale, por sus ribetes satíricos, la controversia entre colegas de la academia acerca de posiciones ideológicas esgrimidas por las figuras de Hostos y Betances. La caricatura de estos especímenes académicos –delineada con humor– pone de manifiesto sus posturas intransigentes y, sobre todo, su pretensión de querer idealizar a los próceres desvirtuando la realidad de su humanidad. En los pasajes dedicados al tema, el narrador sobresale por su capacidad de ridiculizar a los doctos intelectuales al caracterizarlos con el mote de “inquisidores historiográficos”. Admirable es la actitud lúcida y equilibrada de Carpeteado cuando a su vez, defiende la verdad histórica. Los próceres son a su juicio, “…seres humanos que piensan, sienten y padecen; hay conflictos que más que lacerar sus imágenes las hacen más reales”. La sensatez prevalece como su arma discursiva, mientras la prepotencia e intolerancia cunde en ese medio.
Y en este final con coda creo, Carpeteado, que resultó muy sabia tu decisión de retar el determinismo al que te veías condenado, volviendo a emprender otro viaje por el archipiélago puertorriqueño. Hacer honor a tus nobles antepasados Escarmentado y Escaldado era para ti deber ineludible que has cumplido a cabalidad al culminar, en el siglo XXI, un tramo más del relevo. Cabría preguntarse, parafraseando una nostálgica canción interpretada por Charles Aznavour: Qui prendra la relève, Carpeteado? ¿Quién te sucederá y tomará el batón?
Carmen Lugo-Filippi
marzo-mayo de 2020
En Río Piedras, Puerto Rico
Notas
1. Recomendamos la lectura del ensayo “Betances y Voltaire” en donde se analizan los textos mencionados. Lugo Filippi, Carmen. “Betances y Voltaire: Para un Scarmentado un Scaldado”, pags. 115-129; Revista Caribe III, núm. 4.
2. Pérez, Silverio. “Los viajes del Carpeteado”. 80Grados, 31 de agosto de 2018, págs, 1-15; Prensasinprisa.
Este 14avo número de Cuadrivium del Departamento de Español de la U.P.R. en Humacao, se terminó de imprimir en mayo del 2021 en los talleres gráficos de Editora Búho, en Santo Domingo, República Dominicana.