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En la calle del Cristo
MARTA JIMÉNEZ ALICEA
En la calle del Cristo: Estereotipos femeninos que enmascaran las Bukhart
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–Julia de Burgos
Decididamente René Marqués es uno de nuestros autores canónicos y como tal, su obra se ha estudiado con mucho respeto y reverencia. No es de extrañar, entonces que la crítica concuerde en identificar la desvinculación y el poco afecto que expresa el autor por los Estados Unidos como el nexo unificador de su obra. Este aspecto, innegable en toda su gesta, se percibe desde sus inicios, con piezas como Palm Sunday (1948) y Juan Bobo y la Dama de Occidente (1956) hasta los ensayos de El puertorriqueño dócil (1960), sin olvidar la novela La víspera del hombre (1959) y sus cuentos de En una ciudad llamada San Juan (1961), por solo mencionar algunos. En Purificación en la calle del Cristo (1955), el objeto de este estudio, la situación no es distinta.
La casa de los soles truncos, donde habitan seres truncados por la envidia y el rencor, recrea simbólicamente a Puerto Rico. Las tres hermanas muestran el malestar que han sentido los puertorriqueños marginados por circunstancias sociales, económicas y políticas. Desde su encierro, Inés Bukhart y sus hermanas defienden con entereza un pasado ajeno a la miseria y el hambre (García del Toro, pág. 71).
Apoyamos este parecer y sostenemos que, de igual modo, surge en el relato una fusión entre la casa familiar y las hermanas. Esta relación simbiótica se propone desde el título de este relato, “Purificación en la calle del Cristo”, así como desde el homónimo Los soles truncos: “La casa está sola -dijo Inés. Y Emilia asintió”.
Aunque no era cierto. Allí también estaba Hortensia, como siempre, las tres reunidas en la gran sala, las tres puertas de dos hojas cerradas como siempre sobre el balcón, las persianas apenas entreabiertas, la luz del amanecer rompiéndose en tres colores (azul, amarillo, rojo) a través de los cristales alemanes que formaban una rueda trunca sobre cada una de las partes, o un sol tricolor, trunco también, cansado de haber visto morir un siglo y nacer otro, de las innumerables capas de polvo que la lluvia arrastraba luego, y de los años de salitre depositados sobre los cristales una vez transparentes, y que ahora parecían esmerilados, oponiendo mayor resistencia a la luz, a todo lo de afuera que pudiera ser claro, o impuro, o extraño (hiriente en fin) (Marqués, Purificación, 5).
Otro aspecto muy señalado por la crítica ha sido la manera en la que Marqués caracteriza y trata a sus personajes femeninos. Aunque algunos mencionan la misoginia, otros como Myrna Rivera y José del Valle han ido más allá al notar que “Marqués, en sus obras, promulga un esquema en el que todas las mujeres, de una u otra manera, aparecen subordinadas al yugo del pater, del varón, ya sea en el entorno social, familiar, laboral o económico” (58). El asunto es que al perpetuar este esquema, este escritor no construye un entorno para las féminas, sino que mimetiza una realidad patria desde una perspectiva distanciada.
“Purificación en la calle del Cristo” presenta el cambio de situación en Puerto Rico causado por la llegada de los llamados “bárbaros” quienes arrasan con la economía de los hacendados patrios y modifican totalmente su estilo de vida. En este ojo huracanado inserta el narrador de Marqués a la familia protagonista compuesta por Papá Bukhart, el soberbio patriarca; Mamá Eugenia y las hijas: Inés, Emilia y Hortensia. Son las hijas el punto focal de la historia ya que son ellas quienes quedan en pie para resistir el infausto legado de los gringos. Como resultado, se desvela otro tema principal y es el inexorable paso del tiempo, que las hermanas quieren detener con su insistencia en refugiarse en un pasado que fue más prometedor. Esta actitud de las protagonistas propone y permite varias lecturas, sin embargo, para efectos de este escrito, deseamos acercarnos a la idea de que este relato presenta a Inés, Emilia y Hortensia como víctimas directas del sistema patriarcal en que se desarrollaron. Este opresor sistema –que no era estadounidense, sino español– las relega a un segundo plano y establece las conductas que las mujeres deben ofrecer, muy especialmente aquellas de clase alta, como las Bukhart. No podemos pasar por alto que la distinción de clases resulta en este contexto sumamente pertinente puesto que la sociedad medía con diferentes parámetros a ricas y a pobres. Stuart Hall ha dicho que “La estereotipación es, en otras palabras, parte del mantenimiento del orden social y simbólico” (430). Consideramos que este proceso, como muchas tipificaciones, funciona como un mecanismo activo dentro de una forma de dictadura social que se manifiesta a todos los niveles. En este caso toma como centro a la mujer como sujetoobjeto de menor poder.
A estos efectos estudiaremos a estos tres personajes tomando como base los estereotipos de la mujer muñeca, la mujer adorno, la mujer fea, la mujer engañada, la mujer reprimida sexualmente y la mujer loca, que Ramonita Reyes Rodríguez define y ejemplifica en su texto Palabras de mujer. La construcción y deconstrucción de lo femenino en la narrativa de Carmela Eulate Sanjurjo, Rosita Silva, Violeta López Suria y Amelia Agostini de Del Río (2016). Explica esta estudiosa que:
[…] la sociedad establece lo que es un estereotipo: se refiere a una imagen en representación de un grupo…una persona clasificada dentro de un estereotipo, tiene unos rasgos particulares. Estas características pueden excluirla de lo que la sociedad considera lo correcto y lo normal, o, por el contrario, pueden ser elementos inclusivos si son congruentes con lo que el grupo social considera aceptable (35).
Como anticipáramos, Inés, Emilia y –en un principio– Hortensia atestiguan la muerte y bancarrota familiar que las convierte en menesterosas. Ellas son incapaces de resolver su situación porque carecen de las armas y estrategias necesarias. Reyes Rodríguez define esta conducta como el estereotipo de la mujer muñeca y explica que este:
Es un estereotipo femenino cuyos rasgos se identifican con una muñeca. Entre estos cabe mencionar que no tiene vida, ni piensa, ni puede hablar. Estas características determinan que tenga que ser manejada por otra persona, lo que incluye decidir por ella (54).
Era común casi hasta mediados del Siglo XX que las mujeres de clase alta se instruyeran solo en las artes de leer, escribir, bordar, tejer y tocar algún instrumento. Persistía un rezago académico muy marcado. “La instrucción presentaba, en fin, un balance muy desnivelado a fines del período español. Había más y mejores facilidades escolares; pero los beneficios de la educación se distribuían con poca equidad entre los ciudadanos según su sexo, lugar de domicilio y recursos familiares (Scarano 564)”. Aunque hubo algunos intentos de ofrecer equidad y justicia académica a la mujer, como la publicación de Alejandro Tapia y Rivera de su revista La Azucena, el asunto no prosperó.
Para conseguir su sustento, la mujer pobre se veía obligada a fungir como criada o prostituta y generalmente estaba sujeta a que la mantuviera un hombre. No es hasta más entrado el siglo XX que se abre un espacio en fábricas de costura o del despalillado de tabaco. Con la mujer de clase alta el asunto era muy diferente ya que se procuraba casarla con un “buen partido”que le ofreciera el mismo estatus al que estaba acostumbrada. Ahora bien, la esposa tenía que aparentar y estar bella en todo momento para presumir las riquezas de su marido (en un antecedente de lo que hoy conocemos como “trophy wife”). Esta es la realidad de las hermanas en este relato ya que, como “mujeres privilegiadas”, solo debían lucir y pretender cual si fueran muñecas.
[…] aquella época imprecisa (impreciso era el orden cronológico, no el recuerdo ciertamente), en que las tres se preparaban en el colegio para ser lo que a su rango correspondía en la ciudad de San Juan, adivinando ella e Inés que sería Hortensia quien habría de deslumbrar en los salones, aunque las tres aprendieran por igual los pequeños secretos de vivir graciosamente en un mundo apacible y equilibrado, donde no habría cabida para lo que no fuese bello, para las terribles vulgaridades de una humanidad que no debía (no podía) llegar hasta las frágiles fräulein, protegidas no tanto por los espesos muros del colegio como por la labor complicada de los encajes, y los tapices, y la bruma melodiosa de los lieder, y la férrea caballerosidad de los más jóvenes oficiales prusianos (Marqués 6).
Es menester destacar que en este relato, el estereotipo de la mujer muñeca está condicionado también por la relación existente entre las hermanas y el padre. Este último es considerado la figura de autoridad primaria y es quien “entrega” a la hija al marido, la otra figura de autoridad para la mujer. En este relato de Marqués, la relación entre el padre y las hijas aparenta ser de gran distancia y respeto puesto que a este patriarca se le describe en más de una ocasión como un “dios nórdico” al que, como ejemplo, Emilia no se atrevió nunca a mostrarle sus versos. Si bien el apelativo se relaciona con su apariencia, del mismo modo parece aludir a su recio carácter. Este parecer se confirma cuando se menciona que “Papá Bukhart siempre dejó que el mundo girara bajo su mirada fría de naturalista alemán convertido en hacendado del trópico” (Marqués 10). En el desenlace de la historia, Inés se coloca el anillo del padre en un intento por atribuirse su autoridad, lo que no suena tan descabellado puesto que ella es la primogénita, sin embargo, no hay un buen fin. El fuego apocalíptico que cercena la casa resulta un aviso de que esa autoridad paterna no es transferible y menos a una mujer.
Reyes Rodríguez añade, asimismo, que el estereotipo de la mujer adorno se fusiona comúnmente con el de la mujer muñeca y añade que este tiene como fin ulterior mantener a la mujer “en un estado de inferioridad y subalternidad” (86).
Al asumir esa identidad femenina, se le atribuye al género femenino todas las características que encarnan el estereotipo. Entre estas podemos mencionar que sirve para la ornamentación de prendas de vestir y accesorios destinados a la mujer y, además, generalmente es muy diminuto y se considera algo hermoso (87).
No converger con este estereotipo implicaba la alienación, tal y como le ocurre a Emilia a causa de su accidente, con su pequeño pie torcido desde aquella terrible caída del caballo en la hacienda de Toa Alta, obstinada en huir de la gente, aun en el colegio, siempre apartada de los corros, del bullicio; haciendo esfuerzos dolorosos por ocultar su cojera, que no era tan ostensible después de todo, pero que tan hondo hería su orgullo; refugiándose en los libros o en el cuaderno de versos que escribía a hurtadillas (Marqués 8).
La caída de Emilia se reviste de valor simbólico porque implica no solo su cojera física, sino que anticipa su descenso social y económico. Al comprender que ya no encajaba en el estereotipo de perfección y belleza impuesto por la sociedad, Emilia decide aislarse y de esta manera actúa de acuerdo con el estereotipo de la mujer fea. Explica Reyes Rodríguez que:
La mujer fea es uno de los estereotipos femeninos que condenan a algunas mujeres a mantenerse aisladas en una sociedad que le rinde culto a la belleza física basada, posiblemente, en unos criterios establecidos por el mercado y los prejuicios raciales (106).
En este contexto, puede añadirse la clase social ya que las exigencias eran mayores. No solo es Emilia, sino que Inés muestra del mismo modo los rasgos de este estereotipo:
Y ella, Inés, no logrando lucir hermosa en el traje color perla que hacía resaltar su tipo mediterráneo, porque tenía el mismo color de tez de mamá Eugenia, el mismo cabello espeso y oscuro, pero inútilmente, porque nada había en sus rasgos que hiciese recordar la perfección helena del rostro materno (era francamente fea: desde pequeña se lo había revelado la crueldad del espejo y de la gente) y su fealdad se acentuaba entre estos seres excepcionalmente hermosos: papá Bukhart, con su apariencia de dios nórdico, Hortensia, mamá Eugenia, y aun la lisiada Emilia, con su belleza transparente y rítmica, como uno de sus versos (Marqués 8).
Sabiéndose fea o, en otras palabras, sintiéndose como una muñeca defectuosa o trunca, Inés se une a Emilia para acompañar a Hortensia en su auto exilio. Este luto social alcanza a Hortensia cuando, humillada por la infidelidad de su alférez español, decide cancelar el matrimonio a pocos días de celebrarse. Este gesto de Hortensia pareciera contradecir el silencio y la sumisión que toda mujer debía ostentar, sin embargo entendemos que imperó en la joven el orgullo que su clase le había inculcado. Era impensable que ella accediera a casarse con un hombre que había tenido un hijo con una negra. Lo lógico era encerrarse, como una viuda, a llorar su pena. Es a través de esta ausencia que la más bella de las hermanas ejemplifica el estereotipo de mujer engañada, que actúa “despechada, rabiosa y decepcionada” (Reyes 76).
Las tres hermanas parecen funcionar como una sola a nivel ideológico, por lo que no es de extrañar que el alférez español se convirtiera calladamente en la manzana de la discordia. No empece a este hecho, estas mujeres no discutían sus sentimientos por el traidor, sino que cada cual reaccionaba de acuerdo con su carácter. Es el narrador quien ausculta en este mundo interior y nos descubre los sentimientos de estas mujeres: el amor de Emilia y los celos y envidia de Inés. Si los versos de Emilia –guardados en el cofre cual si fuera la caja de Pandora– correspondena una manifestación del estereotipo de la mujer reprimida sexualmente, los celos de Inés reflejan el mismo sentir. Este estereotipo suele reflejarse en toda mujer, sin distinción de la clase social a la que pertenece, porque nace de la visión mariana difundida por el catolicismo1 que permea en las sociedades latinoamericanas. De acuerdo con este constructo, la mujer no debe expresar abiertamente su deseo sexual ya que esta acción es un privilegio y hasta un deber masculino.
En el desenlace de la historia nos enteramos de que Inés recurría a hacerse la loca para alargar la posesión de la casa de la calle del Cristo. Es claro que la mayor de las hermanas representa el estereotipo de la mujer loca, esto con el fin de manipular a los acreedores y conseguir su parecer. Según comenta Reyes Rodríguez, “El loco o la loca generalmente vive en el encierro… en muchas obras literarias, se utiliza la figura de la loca o el loco para enmascarar ideas, que repetidas veces recogen planteamientos distintos a los tradicionales” (97). En este caso, la lucha de Inés se mueve en contra de la dirección política del país. Al utilizar esta estrategia, la hermana toma el lugar de Mamá Eugenia, de quien se sugiere que falleció por la depresión causada por la llegada de “los bárbaros”.
Como hemos notado, la historia de las hermanas Bukhart –los soles truncos– tiene matices trágicos, primero por la presencia de la macrohistoria, aludida mediante la desaparición de la hacienda como institución social y económica puertorriqueña. Con el arribo de las huestes del Tío Sam el sistema difundido por los españoles se transforma totalmente. Este momento propicia la inserción de la microhistoria del trío de hermanas, a quienes el sistema patriarcal, que en un tiempo coronó como princesas, ahora deja en el mayor abandono. No son necesariamente las nuevas políticas económicas las que despojan a Inés, Hortensia y Emilia de su patrimonio familiar, sino su incapacidad para manejar las finanzas y para buscar soluciones a sus problemas. Esto y los prejuicios que les llegaban por sangre es lo que las condena a compartir una vida en soledad. El infausto hecho de que las tres amaran al mismo hombre en lugar de separarlas logra hermanarlas más, tanto que al fallecer Hortensia las otras deciden irse con ella. El fuego final purifica sus almas porque sus cuerpos ya han purgado la pena de saberse cosificadas en un mundo que camina por rumbos distintos a los que ellas conocieron y que las sigue etiquetando con sus estereotipos.
Al atisbar en la narrativa de Marqués se hace patente que las hermanas Bukhart significan un vehículo más para dinamitar la imagen de Estados Unidos. Ahora bien, la historia de este trío –que bien puede aludir a la Santísima Trinidad por su encierro, que es una inmolación– refleja una añoranza por un sistema que nada ofrecía al desarrollo saludable de la mujer. ¿Misoginia o fidelidad al sistema social? La verdadera tragedia es que esta situación aún persiste en este adelantado siglo XXI.
Notas
1. Sobre este tema se expresa muy directamente Magali García Ramis en su ensayo “No queremos a la Virgen”, incluido en la antología El tramo ancla editada por Ana Lydia Vega en 1993.
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