13 minute read

REALIDADES Al servicio del pueblo negro

¿Por qué

son grises los rinocerontes?

Advertisement

Hace mucho, mucho tiempo, sólo animales salvajes y los san (las primeras personas del continente africano) vivían en los espacios abiertos de África. Era el tiempo en que las personas y los animales aún podían hablar y entenderse entre sí.

Los animales que llevaban ahí mucho más tiempo, eran más sabios y más fuertes que los humanos, y a menudo tenían que enseñarles a sobrevivir en el desierto. Pero el rinoceronte era un viejo gruñón amargado y malo, y se negó a compartir su conocimiento con los seres humanos.

Cada vez que los san le pedían: «Por favor, enséñanos cómo hacer fuego, tenemos frío por la noche y la oscuridad nos da miedo», el rinoceronte meneaba la cabeza y se alejaba gritando: «No sé, váyanse de aquí».

Pero cada vez que el rinoceronte decía esa mentira, su poderoso cuerno en la nariz comenzaba a picarle terriblemente.

Al no tener las manos a la altura para rascarse, utilizó un árbol para frotar contra él su cuerno, pero sólo conseguía prender fuego al árbol. Así, durante largo tiempo, las cenizas grises de todos los árboles quemados fueron cambiando su piel a un color gris. Moraleja: el conocimiento se debe compartir.

Fábula ancestral africana, disponible en: africafundacion.org

Al servicio del Pueblo Negro

Misioneras Combonianas en Costa Chica

Hna. Mary July Pérez

Fui a Costa Chica invitado por las Misioneras Combonianas para apoyarlas en las celebraciones de la Semana Santa en la docena de pueblos que acompañan, ya que hacía más de dos años que no tenían celebraciones de los sacramentos. Lo que me encontré fue un pueblo orgulloso de su ser negro, generoso, acogedor y tremendamente agradecido con las «madres». Esas «madres», como dicen ellos, son cinco misioneras combonianas venidas de diferentes partes del mundo (Portugal, España, Perú y Guatemala) que, como un auténtico cenáculo de apóstoles, no miden esfuerzos para atender a los 12 pueblos que el obispo les ha confiado; misioneras todoterreno que, a pie, en transporte público, en moto o en lo que haga falta, recorren las carreteras de pavimento o de terracería, cruzan ríos y campos para compartir su fe con el pueblo.

«Negros y mexicanos»

«Soy negra, bien negra, como mi abuelo», son palabras de la señora Chon, conocida por todos como «la Negra», una mujer afro de El Jiote, un pueblo de la Costa Chica oaxaqueña. Habla con orgullo, mientras se toca con firmeza la piel de los brazos. Acto seguido comienza a cantar el Himno Nacional de México, para hacerme comprender que, aunque su piel sea negra, como la de su abuelo, ella es y se siente plenamente mexicana.

Fui a Costa Chica invitado por las Misioneras Combonianas para apo-

La señor Chon, tocando el tambor yarlas en las celebraciones de la Semana Santa en la docena de pueblos que acompañan, ya que hacía más de dos años que no tenían celebraciones de los sacramentos. Lo que me encontré fue un pueblo orgulloso de su ser negro, generoso, acogedor y tremendamente agradecido con las «madres». Esas «madres», como dicen ellos, son cinco misioneras combonianas venidas de diferentes partes del mundo (Portugal, España, Perú y Guatemala) que, como un auténtico cenáculo de apóstoles, no miden esfuerzos para atender a los 12 pueblos que el obispo les ha confiado; misioneras todoterreno que, a pie, en transporte público, en moto o en lo que haga falta, recorren las carreteras de pavimento o de terracería, cruzan ríos y campos para compartir su fe con el pueblo.

Según un estudio elaborado y publicado por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) en el año 2017, 10 por ciento de la población mexicana es o se considera afrodescendiente. La mayor parte de esta población se encuentra en la región de Costa Chica, que

comprende parte de los estados de Guerrero y de Oaxaca, a orillas del océano Pacífico.

Durante mucho tiempo la población negra de México estuvo abandonada y olvidada de todos los estamentos estatales y nacionales. Apenas en el año 2010 se inició el proceso formal para que los afromexicanos fueran reconocidos como tales en la Constitución. Hace tan sólo ocho años, el 19 de octubre de 2013, el Estado de Oaxaca publicó el reconocimiento constitucional de los «Pueblos Negros Oaxaqueños».

Por su parte, la Iglesia mexicana también dio sus pequeños pasos. Las diócesis de Oaxaca y Puerto Escondido comenzaron a organizar pequeños encuentros de pastoral afro, creando comisiones diocesanas que buscaran responder a las necesidades pastorales de una población que, hasta entonces, estaba olvidada.

Las Misioneras Combonianas quisieron dar una respuesta a esta realidad y decidieron, hace más de una década, tener presencia en la región. Hoy tienen una comunidad en el Cerro de la Esperanza, aunque a ese pueblo todo mundo lo llama «El Chivo», en el municipio de Pinotepa Nacional. Desde ahí se desplazan para atender a los pueblos de alreRealidades Realidades dedor. Me impactó mucho su compromiso, entrega y dedicación por aquella población, como también me llamó la atención cómo la gente las quiere y las apoya. Todos los días hay alguien que se acerca a su casa para dejar alguna ofrenda.

Las pioneras de esta experiencia ya no están, han regresado a África, misión en la que han bebido para iniciar una pastoral específica en este «rincón de África» en el corazón de México. Pude contactarlas y les pedí que me contaran sobre el origen y el porqué de este compromiso. También les pedí a algunas de las que ahora están ahí que compartieran con los lectores de Esquila su experiencia con el Pueblo Negro Oaxaqueño. Estos son sus testimonios.

Orígenes de nuestra presencia en la comunidad afromexicana

Por: Hna. Cristy IBARRA, mc

La hermana Cristy Ibarra, comboniana mexicana, actualmente en la misión de Renk, en Sudán del Sur, formó parte del primer grupo que se estableció en Oaxaca.

Tuve la dicha de vivir por siete años en la Costa Chica de Oaxaca y Guerrero, un bello «pedacito de África en México», tal vez para muchos aún desconocido; ahí, como combonianas, compartimos la vida y la fe con nuestros hermanos afromexicanos; personas sencillas y acogedoras, alegres y guapachosas, gente que sabe disfrutar la vida aún en sus luchas diarias y que reconoce en ellas la presencia de Dios que los sostiene. Son pueblos con mezcla de costumbres indígenas, mestizas y africanas.

Nuestra presencia comboniana con los pueblos afromexicanos comenzó hace ya muchos años, con experiencias temporales en las zonas afro de Veracruz, Guerrero y Oaxaca (Semanas Santas, encuentros de animación misionera...). Pero

xxxxxxxxx xxxxxxxx

siempre alimentamos el anhelo de tener una presencia permanente en este «pedacito de África» en México, anhelo que finalmente se vio concretado en 2009 con la apertura de nuestra casa-misión en la parroquia de Huazolotitlán, en la diócesis de Puerto Escondido, Oaxaca; ahí iniciamos un bello camino de fe, insertas en la pastoral parroquial, sobre todo en la formación de líderes, tratando de desarrollar una pastoral afro que les ayudara a valorar más su identidad propia como pueblo negro y desde ahí responder al Señor. Son pueblos que por muchos años fueron abandonados no sólo a nivel social, sino también religioso. Aún así, en su religiosidad popular y en sus valores podemos palpar su sed y búsqueda de Dios.

Antes de la apertura de nuestra casa-misión estuvimos visitando parroquias con presencia afro en la Costa Chica para conocer un poco la realidad y explorar el lugar que podría ser más adecuado para establecer nuestra comunidad misionera. En todos esos lugares la gente nos acogió con la alegría que los caracteriza. Finalmente, en acuerdo con el obispo de Puerto Escondido vimos la conveniencia de establecernos en la vasta parroquia de Huazolotitlán, con gran presencia afro y poca atención pastoral, debido sobre todo a las distancias y a tener un solo sacerdote. Estuvimos tres meses en el pueblo de La Boquilla y luego pasamos al pueblo del Cerro de la Esperanza, en donde nos establecimos de forma permanente. Desde entonces caminamos junto con ellos en este camino de fe. Una de las primeras dificultades que nos encontramos fue constatar que estábamos ante un vasto campo de misión.

La parroquia contaba con 28 pueblos, tres de ellos indígenas y el resto afros. A nosotras nos confiaron una parte de la parroquia con nueve pueblos, algunos distantes, a los que era difícil llegar. Era un campo de primera evangelización, y esa fue, precisamente, la motivación para quedarnos y asumir con esperanza ese gran reto. Otro desafío que tuvimos, sobre todo al inicio, fue mostrar a estos pueblos la belleza de una fe vivida «en comunidad». Cuando empezamos a visitarlos en sus casas nos recibían muy bien, pero invitarlos a participar en alguna sencilla actividad en la capilla, esa era otra historia, no mostraban ningún interés. La mayoría de las capillas estaban muy abandonadas, la religiosidad popular (funerales, rezos, novenas...) se desarrollaba más en las casas particulares o en los barrios. El reto era darle un nuevo sentido a las capillas como espacio de oración no sólo personal, sino también comunitaria, así como espacio de encuentro fraterno.

Creo que ha sido una gran bendición para nuestra familia comboniana caminar estos años al lado de nuestras hermanas y hermanos afromexicanos que, como tierra virgen se han abierto con gozo a la semilla de la fe. Comprendemos que la obra es de Dios y que Él la lleva adelante valiéndose de nuestra pequeñez.

Realidades Otra comboniana mexicana, la hermana Tere Soto, con más de 20 años de vida misionera en Chad, en África Central, llegó a Costa Chica cuando las combonianas ya estaban instaladas en Cerro de la Esperanza. Ella también es testigo de los inicios.

Un pedacito de África en México

Por: Hna. Tere SOTO, mc

«Ahí tienen un pedacito de África», nos dijo el obispo cuando decidimos instalarnos en su diócesis. Fuimos porque vimos que eran los más pobres y marginados. Ni siquiera eran reconocidos en el censo mexicano como población negra. Estaban olvidados de todo el mundo, ni siquiera el sacerdote venía con frecuencia, sólo acudía si había algún funeral o alguna fiesta especial. Nosotras vimos que a nivel de evangelización la región de Costa Chica era una de las más abandonadas, propio para nosotras, porque respondía a nuestras inquietudes. No había una pastoral específica para la población afro y tuvimos que empezar de cero. Nuestra idea era comenzar a crear comunidades a través de un acompañamiento de cercanía para dar confianza a la gente y formarla para que, a través de la Biblia, recuperaran sus raíces, de forma que, cuando nosotras no estemos, ellos puedan continuar.

Empezamos de manera muy sencilla, visitando a las familias para darnos a conocer. Íbamos casa por casa, les leíamos el Evangelio del día y nos íbamos, sin hacer ningún comentario. Poco a poco, eso fue llamando la atención de la gente y un día nos propusieron organizar una reunión para platicar con más calma.

A medida que nos fueron conociendo, empezó a crecer en ellos la inquietud y el deseo de hacer pequeños grupitos para estudiar la Biblia. La hermana Cristy empezó a formar catequistas en los pueblos, para comenzar la preparación al bautismo y la primera comunión. Nuestro objetivo no era hacer una simple catequesis sacramental, sino elaborar una pastoral propia para ellos, partiendo de sus raíces, para hacer que se sientan orgullosos de su ser negro. Como siempre fueron marginados, siempre se creyeron inferiores, menos que los demás.

Como primer grupo de misioneras en Costa Chica teníamos claro por qué estábamos ahí. Queríamos hacer una evangelización personalizada, de cercanía con la gente. Para empezar a hacer un camino, lo primero era dar confianza a la gente, ayudarles a reconocerse negros no sólo a nivel folclórico, sino de manera integral, que se vean como hijos de Dios, también como negros. Nosotras teníamos claro que no es igual una pastoral genérica que una específica, y veíamos la necesidad de ir más allá de una pura celebración de los sacramentos, veíamos necesario una pastoral que les ayudara a recuperar sus raíces y a vivir su fe desde su ser negros. La hermana Cristy elaboró unos folletos de formación para esta pastoral. Comenzamos a formar grupitos y tuvimos una buena respuesta. Esos pequeños grupitos que surgieron empezaron a tomar conciencia de su identidad y su dignidad como negros y como mexicanos de pleno derecho, empezando a vivir su fe desde su propia realidad.

Hermanas: Mary July Pérez, Tere Soto y Cristy Ibarra

Experiencias vividas

Por: Hna. Olga de María MORALES, mc

La hermana Olga Morales es de Guatemala. Acaba de terminar su experiencia pastoral en Costa Chica y se prepara para regresar a Centroáfrica, donde ya trabajó en el pasado.

El Señor es bueno, su misericordia es eterna, su fidelidad por todas las edades. Jesús me concedió vivir en estas bellas tierras costeñas de Oaxaca, en donde disfruté de la alegría de su población, de la belleza de sus paisajes, del colorido de su vestuario, de la música que acompaña cada acontecimiento, de la comida sazonada y deliciosa o de los frutos exóticos de su suelo.

En el tiempo que pasé ahí, la actividad pastoral que desempeñé enriqueció mi vida personal y mi consagración misionera. Las celebraciones de la Palabra de Dios, antecedidas por la reflexión en comunidad, me siguieron revelando a un Padre misericordioso, cuya fidelidad dura por siempre; es su fidelidad que lo hace caminar junto a su pueblo y lo acompaña en su faena diaria.

Conocí gente alegre, comprometida, creyente, generosa y altruista. Después de convivir con algunas personas de las diez comunidades que se nos han confiado, puedo decir que se renovó mi deseo y compromiso misionero. Estando en este lugar recordé muchas veces a los centroafricanos, el pueblo africano con el que viví 12 años, ya que sus cuerpos bañados de sol, el duro trabajo de la tierra, la alegría por la vida y el ser agradecido con Dios por lo bueno y no tan bueno, son aspectos presentes en ambos pueblos.

Las familias y las personas enfermas que visité, las mujeres responsables de las distintas capillas, los integrantes del coro de algunas comunidades y los que realizan un servicio específico en su comunidad (ya sea en la limpieza, la liturgia, el quitar, lavar y poner manteles, arreglar las flores, etcétera), quedarán grabadas en mi memoria y corazón.

Me quedo con la imagen de los rostros, con la alegría del encuentro, con la fe compartida y con el servicio que mutuamente se brindaron a los miembros de las comunidades compartiendo sus dones y talentos.

Termino con un acróstico compuesto para mi bella Costa Chica: Cómo olvidarme de ti, si ahora estás en mi corazón. Ojalá, pudiera yo, seguir caminando por tus calles y por tus «encierros». Sabes bien que no olvidaré lo vivido, lo gozado junto a tus hijas e hijos amados. Te agradezco la amistad que me brindaron, no los olvidaré, lo prometo. A donde quiera que vaya hablaré de este cariño especial que siento por ellas y ellos. Calor, sudor y esfuerzo dan testimonio de su bravura. Hijas e hijos admirables te ha dado Dios, Él los proteja. Iglesias llenas de historia, de tradición, de fe y de compromiso cubren tu suelo. Caminemos juntos en el seguimiento de Cristo Resucitado y Misionero. ¡Ah!, y cómo olvidar tu mar «abierto» y «Pacífico» que me dio tanto gozo en este tiempo. Costa Chica, ahora eres una luz en mi camino misionero. Demos gracias a Dios.

This article is from: