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La columna de Monseñor Y Dios creó el Corazón

Por: Mons. Victorino GIRARDI, mccj, obispo emérito de Tilarán-Liberia

Jorge Decelis

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Y Dios creó el Corazón

San Daniel Comboni encontró en el Sagrado Corazón de Jesús la fuerza e inspiración para ayudar a los más pobres y abandonados, a todos los hijos de África que también tienen lugar en el inmenso amor que tiene el Señor Jesús a todos los hombres, sin importar si son blancos o negros, ricos o pobres.

1. «También la gente comentaba sobre Él. Unos decían: “Es un hombre bueno”» (Jn 7,12). Jesús tenía un «buen corazón», y no podía ser de otro modo: en Él se manifestaba el amor sin límites de Dios. Jesús es Dios que ama con un corazón de hombre. «¡Oh profundidad de la riqueza, de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Nadie puede explicar sus decisiones ni comprender sus caminos!» (Rom 11,33). Nunca comprenderemos suficientemente qué pueda significar que un corazón humano, el de Cristo, sea portador del amor infinito del Padre. Sin embargo, ya no nos extraña que tal amor lleve a Jesucristo hasta la entrega total, hasta la «exageración» de dejar que un soldado le abriera ese corazón: más que la herida, se lo abrió el amor.

Cristo mismo, un día dijo a santa Margarita María: «Mi divino corazón está tan apasionadamente enamorado de los hombres que no puede contener en sí las llamas de su ardiente amor». Y a santa Faustina Kowalska un día le dijo: «Mi corazón es la misericordia misma. De este mar de compasión se derraman gracias sobre todo el mundo. Toda miseria desaparece en mi compasión, y toda gracia redentora y santificadora brota de esta fuente».

No es nada fácil conocer los secretos íntimos del corazón huma-

no, sin embargo, podemos afirmar que conocemos el hondo «secreto» del Corazón de Jesús, que ha quedado abierto y no encontramos nada más que amor: ese es su «secreto», el que había quedado escondido en los siglos, pero que se había manifestado en la plenitud de los tiempos (cf Gal 4,4).

2. Más que «conocer» en sentido abstracto e impersonal, se trata aquí (y san Pablo lo intenta expresar de muchas maneras), de vivir con la certeza y la experiencia profunda y personal, de ser amados por Dios hasta el extremo; se trata de la convicción íntima de poseer en el corazón de Dios todo el lugar que quisiéramos. Nunca iremos a la deriva, en cualquier situación y circunstancia, siempre nos envolverá el amor de Dios, y Él siempre seguirá llamando por amor a la puerta de nuestros corazones, para que le abramos y así pueda cenar con nosotros (cf Ap 3,20).

También nosotros, pues, asombrados como Pablo por tanto amor, exclamamos: «¿Qué más podemos añadir? Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? ¿Quién nos separará del amor de Cristo? Porque estoy seguro de que ni la muerte, ni vida, ni ángeles, ni otras fuerzas sobrenaturales, ni lo presente, ni lo futuro, ni poderes de cualquier clase, podrán separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor Nuestro» (Rom 8,31.35.38.39).

En el mes de junio celebramos la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús. La lanza del soldado que abrió su corazón, que para nosotros cristianos se ha tornado como una flecha en el camino, que nos guía hacia la fuente de la vida y la misericordia.

En la contemplación del Corazón traspasado de Jesús, san Daniel Comboni ha encontrado la inspiración y la fuerza para seguir perseverando, hasta la muerte, en su compromiso misionero entre los más pobres y abandonados. Ese Corazón abierto le revelaba a Comboni la inmensidad del amor de Dios para todos, blancos y negros, ricos y pobres, señores y esclavos... Precisamente por eso pudo escribir: «Y fiándome de aquel Corazón sacratísimo, me siento mucho más dispuesto a sufrir y a morir por Jesucristo, y por la salvación de los pueblos infelices del África Central».

3. Comboni afirma y escribe que ese Corazón late por los más pobres y abandonados. La contemplación de aquel Corazón es la razón última, la más profunda y la más determinante, de su compromiso heroico, de sus múltiples y exigentes viajes, de sus luchas... de toda su vida y de su muerte. Es por eso que exhorta a todos sus compañeros misioneros a tener siempre fija la mirada en el Corazón de Cristo, tomando de Él inspiración, fuerza, constancia e incluso el deseo del martirio... con tal de que la Buena Nueva del amor de Dios llegara a los últimos rincones de África y del mundo.

Toda la Iglesia, no sólo la familia misionera de Comboni, quiere guardar como herencia preciosa este aspecto relevante de la espiritualidad de nuestro amado y santo fundador.

Cada cristiano y, por consiguiente, cada misionero tiene que ser un apóstol de ese amor que Cristo ha manifestado en su Corazón traspasado. Y entonces «trabaja, suda y da la vida» para que todo hombre conozca y experimente la infinita misericordia de Aquel que sigue invitándonos: «Vengan a mí todos los que están fatigados y agobiados, y yo Jorge Decelis los aliviaré» (Mt 11.28). Y para ello se esfuerza también en hacer propias las actitudes interiores del mismo Corazón de Jesús, y concretamente su entrega incondicional al Padre, la «exageración» de su amor universal e incondicional, su participación amorosa en el dolor y en la pobreza de los hombres, en fin, su disponibilidad de dar su propia vida como expresión de la absoluta sinceridad y transparencia de su amor.

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