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En familia ¡Gracias, padre Enrique
12 Cartas de misión
Cuando era pequeña, escuché a mi tía y a mi madre hablar de mi prima Iman, era misionera comboniana. Ella trabajó muchos años en Sudán del Sur y ahora está en Betania, cerquita de Jerusalén, donde se ocupa de una escuela infantil para niñas y niños palestinos. Hoy sigo sus pasos, y aunque mi vida misionera es aún muy corta, desde que salí de Egipto ya he trabajado en cuatro países.
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Mi primera experiencia como misionera la viví en Korogocho (Kenia), llevábamos una vida muy sencilla junto a los pobres. Después vinieron dos años de noviciado en Uganda, caracterizados por los cuidados a los más pobres, a las mujeres embarazadas y a los enfermos. Después de mi primera profesión religiosa fui enviada a Yaundé (Camerún), para estudiar francés. El conocimiento de las lenguas es muy costoso, pero fundamental en la vida misionera. Mi idioma materno es el árabe, pero he aprendido inglés, suahili, francés y lingala, lengua que se habla en Isiro, al noroeste de República Democrática del Congo.
Desde mi primer día aquí, a principios de 2019, me he sentido como en casa, como si estuviera con mi familia. La gente es muy acogedora y cercana. Como tengo la piel clara, la gente piensa que soy española o latinoamericana, y cuando les digo que soy egipcia, y por tanto, africana, se sorprenden mucho. Me siento profundamente africana y en solidaridad con los africanos, entre los cuales el Señor me ha enviado para ponerme a su servicio.
Aquí acompaño a grupos de chicas y de madres jóvenes. Les enseño corte y confección, las formo para que cuiden adecuadamente a sus hijos, imparto cursos sobre higiene y prevención de enfermedades. El peso de la familia recae, sobre todo, en las madres, que viven bajo presión desde que se levantan hasta que se acuestan, con muy pocos momentos para descansar tanto física como espiritualmente.
Nuestro centro de formación de la mujer se llama Bomoi, que en lingala significa «vida». Es un nombre que me encanta porque precisamente nuestro objetivo es cuidar, en todas sus dimensiones, de la vida que el Señor nos ha dado. Se trata de cuidarnos a nosotros mismos, pero también a los demás, como nos enseña la parábola del buen samaritano. Mi deseo es que las mujeres y hombres, saquen toda la riqueza de los dones que han recibido del Señor y vivan como verdaderos hijos e hijas de Dios.