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La columna de Monseñor Ligero de equipaje

la vida consagrada o sacerdotal; si esto nos decepciona significa que vimos la apariencia, pero Dios ve el corazón de cada quien y sabe en qué lugar ese corazón podrá vivir y realizarse en el amor.

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El papa Francisco nos dice que toda vocación tiende a generar y regenerar la vida cada día. El Señor quiere forjar corazones abiertos, capaces de grandes impulsos, generosos en la entrega, compasivos en el consuelo y firmes en el fortalecimiento de la esperanza. Esto es lo que el sacerdocio y la vida consagrada necesitan.

El Señor ve el corazón porque ahí es donde se encuentra el amor, que da sentido a la vida y nos revela su misterio. En efecto, la vida sólo se

Jorge Dcelis

Llamados a la misión 43

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Esquila Misional julio-agosto 2021

44 Llamados a la misión

tiene si se da, sólo se posee verdaderamente si se entrega plenamente. Y esto busca Dios, corazones generosos dispuestos a donarse a los demás. Hombres y mujeres capaces de sacrificar sus proyectos personales para vivir y realizar los proyectos misteriosos de Dios. Y para ello tiene que haber corazones que pongan toda su confianza en Él.

El Señor mira nuestro corazón y sólo cuando miremos el suyo, podremos reconocer su voz, su llamada y responder con disponibilidad, confianza y libertad a lo que nos pida. Él no se impone, nos da a conocer sus planes con suavidad y hablándonos por medio de nuestros pensamientos y sentimientos, nos lleva a proponer metas que nos sorprendan.

El camino para mirar el corazón de Dios es la oración, por eso es indispensable para la vida espiritual de cada uno; en ella, vamos clarificando la llamada divina y así respondemos. Con su invitación, el Señor nos impulsa a salir, a entregarnos, a ir más allá, a arriesgarnos. No hay fe sin riesgo, dice el Papa a los jóvenes. En la oración nos abandonamos confiadamente a la gracia de Dios, dejando de lado los propios planes y comodidades para decir «sí» al Padre. Y cada «sí» da sus frutos.

El corazón que se deja mirar por Dios y corresponde a esa mirada estará siempre disponible al servicio. Así lo dice esta frase: «quien no vive para servir, no sirve para vivir». Estar siempre dispuesto a servir es señal de una vocación realizada y, al mismo tiempo, es testimonio de una vida tocada por el Señor. Quien es llamado y dice «sí» no busca obstinadamente sus propias ambiciones y no se deja paralizar por la nostalgia, sino que se ocupa de lo que el Señor le confía.

Y cuando vivimos para servir al Señor y somos fieles a sus planes y proyectos vivimos la alegría. Una alegría sencilla, que contagia. El papa Francisco nos dice: ¡Qué hermoso sería si la alegría sencilla y radiante, sobria y esperanzadora, impregnara nuestros seminarios, nuestros institutos religiosos, nuestras casas parroquiales!

Que el Padre llene de alegría, aquella que brota del amor, del servicio y de la fidelidad a los proyectos del Padre, a todos aquellos hombres y mujeres que han hecho de Dios el camino de sus vidas, para servirlo en sus hermanos y hermanas que les ha confiado, mediante una fidelidad que es ya en sí un testimonio, en una época marcada por opciones pasajeras y emociones que se desvanecen sin dejar alegría.

Fernando de Lucio

Fernando de Lucio

Llamados a la misión Voz del seminarista comboniano

La experiencia del postulantado comboniano

Texto y fotos: Jesús Daniel OSUNA F.

Fernando de Lucio s

oy Jesús Daniel. Nací en Guamúchil, Sinaloa en 1999, y a los 7 años debido al trabajo de mi papá nos fuimos a vivir a Cabo San Lucas, en Baja California Sur. Ahí conocí a los Misioneros Combonianos, que fundaron y asumieron en 2011 el cuidado pastoral de mi parroquia, dedicada a san Juan Pablo II. Desde su fundación participé en el grupo de monaguillos y luego en el de adolescentes; fue una experiencia muy bonita, pues no había nada organizado: ni templos ni grupos. Celebrábamos la misa en las casas de algunas familias, tomábamos el catecismo bajo los árboles secos de aquellas tierras o en una cancha de futbol, y las reuniones de los distintos grupos que, poco a poco se fueron formando, también se realizaban en las casas. En ese contexto fui creciendo. El testimonio de vida de algunos combonianos que pasaron por ahí, sobre todo de los padres Pedro Ordoñez y Camilo Ortega, me llevaron a querer abrazar la vocación misionera.

Poco a poco, el Señor fue suscitando en mi corazón el deseo de consagrarme a Él y a la misión ad gentes, según el carisma que san Daniel Comboni heredó a la Iglesia. Así, inicié un proceso de discernimiento, ingresé al propedéutico Comboniano en San Francisco del Rincón, Guanajuato, el 18 de agosto de 2017. Actualmente curso el tercer año de Filosofía y me preparo para ir al noviciado. Este tiempo en el seminario ha sido muy bonito. He podido experimentar la grandeza de la vida misionera, pero también mi fragilidad y mis limitaciones. Ha habido momentos de sonrisa y llanto, de alegría y tristeza, de duda y esperanza, de crisis y de estabilidad, y a pesar de todo me encuentro en la mejor disposición por seguir haciendo camino.

Agradezco a Dios por el llamado que me ha hecho, y también agradezco a todas las personas que me han acompañado en este caminar, a mi familia, amigos, a mi madrina, las personas que en San Pancho me han acogido, y a mi comunidad parroquial. Agradezco también a todas las personas que con su ayuda espiritual y material hacen posible que jóvenes como yo hagamos esta experiencia de discernimiento y formación. ¡Muchas gracias por su ayuda! ¡Encomiendo a sus oraciones mi caminar!

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