BITÁCORA
De paso por Valladolid La capital del oriente maya es una de las ciudades más antiguas de México, hospitalaria y con una gran historia que enorgullece a Yucatán. Caminar por sus calles, con sus pintorescas casitas coloniales, es regresar al pasado. Por Iván Frutis
Por las calles de Valladolid se respira un aire apacible. Como en casi todo pequeño poblado, lo primero que llama la atención del visitante es la amabilidad de los habitantes, quienes no piensan dos veces antes de compartir todo lo que saben sobre el lugar que los vio nacer. Luego está la traza perfecta y las antiguas casonas pintadas de los colores que tiene su cielo, además de la riqueza del legado español que queda plasmada en sus templos y el abolengo de sus barrios. Es como si el tiempo apenas corriera en esta burbuja etérea.
levanta la elegante iglesia de San Servacio con sus dos enormes torres. Aquí palpita la ciudad: las parejas se sientan en las banquitas para mirarse a los ojos, los puestos de comida venden marquesitas y churros, hay espectáculos de danzón y de vez en cuando toca algún conjunto de jaraneros. Pero cuando los pájaros llenan con sus trinos el ambiente, anunciando el final del día, es momento de caminar por la Calzada de los Frailes para disfrutar del encanto bohemio que adquiere la tradicional urbe. Para refrescarse, no hay nada mejor que las aguas cristalinas de los cenotes Xkekén y Samulá, de color turquesa, en las que apenas pasa el sol por una pequeña abertura natural. También está el cenote Zací a cielo abierto. Valladolid tiene sabor colonial y es excepcional en toda la extensión de la palabra.
Pueblo mágico que alberga recintos históricos como el imponente convento de San Bernardino de Siena, majestuoso en sus dimensiones y sobrio en su estilo franciscano. Debes saber que también es obligatorio acercarse hasta la plaza central, donde se
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