Cartagena Road

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CARTAGENA ROAD Francisco León

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Cartagena Road Francisco León Carrasco Primera edición, marzo de 2019. Editor: Francisco Adriano León Carrasco Av. Los Quechuas 1134, Ate-Vitarte Email:red_art_sal@yahoo.es interestellarflyingbrains@gmail.com Teléfono: (01) 964148546. Impreso en Lima-Perú en marzo de 2019 Imprenta de Jaime Gamarra Zapata. Calle Valladolid N°228, Ate-Vitarte. Teléfono: (01) 682-3882 Email: nico_gamarra@hotmail.com Carátula: diseño original de Jorge Monterrey “Monty” con base al libro. Diseño y diagramación: Pool Carbajal. Corrección: Charo Arroyo. Tiraje de 300 ejemplares Segunda edición: enero 2022 — Editorial Solaris de Uruguay. Corrección y edición: Víctor Grippoli

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Todos los derechos reservados

Hecho el depósito en la Biblioteca Nacional del Perú: 2019-00184

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ÍNDICE I El contrato II Statu quo III Carpe diem IV La ciudad V El rugir de la calavera esmeralda VI Los cultos VII Una promesa VIII Historia de Skinny IX El Utnapishthim

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X Dente lupus, cornu taurus petit XI Ramadán XII Azrafarg XIII El plan inversión XIV The kingdom XV Apocalipsis Epílogo

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Antes de ῷ no había causa y la materia reposaba en la quietud. ῷ surgió de la nada y de ahí mismo sacó la vida. Eso sucedió en un tiempo anterior al tiempo de los sxards. Desde entonces, la vida viaja por el universo y se propaga. Inunda los planetas y los fertiliza, los usa y los desecha. No existe explicación a tal fenómeno. Los crédulos elevan el rostro hacia el cosmos en busca de una respuesta. ῷ siempre les voltea el suyo. Dejándolos solos en la contemplación del vacío. LUCHAR/ MATAR/ VENCER /REPRODUCIR LA ESPECIE/VIVIR. Es el único mandato de ῷ. Traducción de un himno en honor a ῷ.

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I El contrato Mae Van Dyckmarc miró a ambos lados de la calle, antes de cruzar la pista. No se sentía segura ni siquiera después de haber cambiado de taxi en tres ocasiones; dos de ellas en sentidos contrarios. Ninguna precaución era suficiente contra la WIA1. Detuvo el vehículo frente a un local compartido, en el número 326 de la calle de La Moneda: estanco de sal a un lado y Harry Lomax - Detective Privado, al otro. Ingresó a la oficina a las 4:30 de la tarde. Los cascabeles de la puerta chocaron contra el vidrio. Al oírlos, Lomax encendió un cigarrillo. Giró su silla y a través de la ventana observó el exterior. Gotas de sudor le orlaban el rostro. Tomó un tiempo antes de voltear. Mae Van Dyckmarc de pie frente a él. Ninguno habló. Transcurrieron los segundos. El detective disfrutó de la tensión que se extendía por el ambiente viciado. —Siéntese —le dijo al fin. Lacónico, acostumbrado. Ella obedeció. Vestía de blanco, con pantalones, holgados, importados de Turquía y una discreta WIA (World Intelligence Agency): nuevo nombre dado a la CIA norteamericana. Su función era vigilar a las distintas razas y ejercer un férreo control sobre la vida en general y el medioambiente. Además, crear o eliminar especies, según sus intereses. 1

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blusa oriental. Llevaba por único adorno un collar de perlas, «legítimas», pensó Lomax. —¿Usted me llamó en la mañana? —Así es, señor Lomax. —Ah, disculpe —le ofreció un cigarrillo. Mae Van Dyckmarc lo miró sin fingir la repugnancia. —No, gracias. Vayamos al punto. —Según me dijo, pretende que averigüe sobre la muerte de la joven antropóloga neoholandesa2 y el guía local. Un verdadero escándalo mediático. —Era mi sobrina. Ennma Von Thompson. No sabe cuánto me costó impedir que los diarios publiquen más detalles sórdidos. —Lo imagino. El informe oficial dice que perecieron ahogados, en una especie de rito —el detective arrojó una bocanada de humo sobre la rubia cabellera de Mae que levantó una ceja.

A consecuencia del cambio climático, Holanda desapareció en el mar. Ni las supercomputadoras pudieron detectar a tiempo el maremoto que se avecinaba. Lo descubrieron 6 horas antes. La decisión del gobierno fue terrible. Al no poder salvarse a la población entera, optaron por los más hábiles en cada rubro del saber humano. Sin embargo, el mayor número de sobrevivientes fueron millonarios a quienes amigos influyentes les informaron lo que iba a suceder. Los survive recorrían el mundo con desidia, exhibiendo un decadente glamour. Vivían en la añoranza permanente de lo perdido bajo las aguas. Mantuvieron el antiguo gentilicio, con el neo añadido. 2

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—Exacto. Si creyera en los informes oficiales no habría venido a verlo. Sabe lo ineficiente que es la policía en esta banana republic. Ante tal expresión, Lomax se ofendió. —¿Acaso usted conoce alguna información adicional? —Seamos claros. Lo que le pasó al negro no me interesa. Es una presencia casual, fortuita, pudo haberla acompañado de guía... —O enamorado... —¡Jamás! —replicó iracunda. Lomax sonrió por dentro, touché, y configuró un perfil psicológico de la clienta. —Es una suposición... Mi trabajo. —Absténgase de hacer insinuaciones, aún no lo he contratado. —Lo hará. —La miró directo a los ojos azules, fríos. Ella sonrió por primera vez. Al instante, volvió a tornarse de mármol. —A Ennma la mataron los miembros de la secta, señor Lomax. Bueno, es una noticia pública... Hay un detalle más, que no le he contado. Ella hizo un descubrimiento muy importante, aunque no tuvo tiempo de decirme dónde… Harry sacó una libretita verde. Anotó con ininteligible caligrafía: Descubrimiento importante. —¿Imagino que no me dirá en qué consistió el hallazgo? —No... Aún. Empiece con la investigación, cuanto antes, y no escatime gastos. Más adelante le daré detalles. —Ummm, bien, bien. Una pregunta más, Mae… 13


—Señora Van Dyckmarc —pronunció seria. —Ok, es lo mismo. ¿Cómo podré analizar los cuerpos? El cadáver de la chica ya se lo llevaron… El ventilador del techo repetía su monótono tac tac, tac, tac, tac, tac. —Tome. —Mae le dio un sobre manila. Lomax lo abrió. Supo de antemano lo que contenía. —Esto servirá. —Revisó las fotos de la occisa. —El cuerpo del negro aún está en la morgue, para lo que usted requiera. Le extendió una mano que perfumaría la suya el resto de la tarde, y salió. Subió a un auto de lunas polarizadas. Sintió remordimiento por haber involucrado a su sobrina. El recuerdo de las palabras del Orador la reconfortó: —Ennma ha caído en acción, en cumplimiento del deber. Esto es una guerra, Mae, y habrá bajas en ambos lados. Ahora lo que debes hacer es evitar que su muerte haya sido en vano. Lomax abrió un cajón del escritorio, tomó un tubito de metal y sacó una cápsula amarilla con naranja, brillante. La tragó con saliva. Sonrió. En la calle, una banda improvisada de oxmatianos3 ejecutaba salsa dura de otros

Oxmatiano: gentilicio de los habitantes del planeta OXM. Una de las primeras especies extraterrestres en hacer contacto con la Tierra. Provenientes de un sistema solar cercano, poseían características fisiológicas parecidas 3

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tiempos. Harry los escuchó. Encendió un cigarrillo y recordó lo anónimo de una existencia que lo llevó por mil oficios; desde vendedor de miniaturas a guía de extranjeros, de contrabandista a estibador en el puerto. Solo la intuición, parte del sentido de subsistencia, lo mantuvo a flote. Ahora, su situación a punto de mejorar. Pensó que con unos cuantos casos similares podría retirarse en unos años. La lluvia cayó, ardua, intemporal. A las 7 p.m., escampó y Lomax decidió visitar a don Jairo, Cónsul Honorario de la Nueva India Laica (NIL) y amigo de su padre el capitán Percy Lomax. Una buena fuente de información. La NIL fue producto de la revolución llevada a cabo por jóvenes de los más altos cargos políticomilitares, seguidores del profeta Al Bashur: un androide. Decía el mito urbano que, en un sueño, escuchó la voz de Kalki4 avatar. El dios le exigió sacrificios de sangre y tripas de vaca. Al Bashur lo interrogó, preguntándole por qué debería cometer actos impuros. —El pueblo tiene hambre —le respondió la encarnación. a las de los humanos. Tenían la piel parecida a la de un reptil, al igual que los ojos y las manos. 4 Los textos sagrados hindúes, los puranas, en particular el Garuda Purana y el Bhagavatha Purana, afirman que Kalki es la última encarnación de Vishnu. Aparecerá con un hacha enorme y montado en un caballo blanco para exterminar a la humanidad. 15


Decidió subir su "revelación" a las redes virtuales que cubrían el planeta. Pocos creyeron en la veracidad de la historia, pero cumplió a cabalidad lo que Al Bashur planeó: desacreditar a los brahmanes y generar un cambio total en el régimen de castas. Sería el fin de los privilegios derivados de dicho sistema. Don Jairo tenía facciones de sapo. Por la piel cobriza, podría ser confundido con un hindú. Apenas abría la boca, el origen caribeño era imposible de ocultar. No perdía la oportunidad de mostrar el orgullo que le producía pertenecer a la aguerrida etnia chimila. El sudor le corría con profusión. Desabotonó su camisa florida, hasta dejar parte del voluminoso abdomen a la vista. Saludó a Lomax desde su escritorio, adornado con una banderita de la NIL junto a una miniatura del dios Ganesha. —Siéntate, Harry. ¿Qué quieres? —le dijo en broma, con una voz ríspida, simulando la de un exadicto. —Lo de siempre, gozar de tu grata compañía... —ironizó Lomax. —¡Ja, ja, ja! El mismo gramputa... — satisfecho. La sensación de que lo creyeran una mierda le producía gran gozo. —Pensé que en la Nueva India prohibían estos fetiches —le dijo Lomax y cogió la figura del dios Ganesha por la trompa. —Será por allá. Qué puedo hacer... Soy un nostálgico. Además, no ha venido un funcionario

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en décadas. —Pasó el pañuelo por su rostro, otro yacía en el cuello. —¿Por qué no te instalas aire acondicionado? —¡Nunca!, COFF, COFFF… Mi asma —dijo don Jairo con los ojos desorbitados—. Necesito calmarme. Sacó una botella de ron añejo de Caldas, una rareza. —Es mi remedio personal. Sirvió dos vasos. La noche dio paso a una claridad que anunció el amanecer. Los temas más disímiles habían sido abordados. Destaparon la tercera botella de ron. —Privilegios del cargo —enfatizó don Jairo. Tarareó un bolero traído por los piratas. Lomax sonrió displicente. «Es el momento adecuado», pensó. —¿Qué sabes de la antropóloga y el chico que fueron asesinados? —Lo mismo que tú: que están muertos. ¡JAJAJAJA! Lomax asintió, celebrándole la ocurrencia. —Identificar los cadáveres no fue una tarea fácil. Los cuerpos estuvieron días en la ciénaga. Amarrados en postes. Qué horror. Los hormigueros5 son unas bestias —don Jairo pasó el pañuelo por su rostro. El detective recordó el repudio que generó el crimen. Los diversos medios de comunicación repetían mántricamente: Los hormigueros: secta que mezclaba el cristianismo con antiguos rituales de la tribu Chibcha y magia negra. 5

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ROGAMOS A LOS HABITANTES COMPROMETIDOS CON LA CIVILIZACIÓN: DENUNCIAR A LOS CÓMPLICES DE LOS SALVAJES, QUE SOLO QUIEREN LA ANARQUÍA Y EL CAOS. Don Jairo continuó. —Y lo más gracioso es que los descubrieron sin querer. Te imaginarás, una tarea de limpieza rutinaria y ¡ZAZ!, los cadáveres. Hay muchas influencias de por medio, Harry. A ella sé que la incineraron. La tía partió con las cenizas. Alguien me dijo que el muchacho aún está aquí, criogenizado. ¿En espera de qué, Harry?, ¿puedes decírmelo? —lo miró cómplice. Ambos se movían al unísono, siguiendo el compás de una música conocida. —¿Con quién debo hablar? Don Jairo sonrió. Garabateó el nombre en un pedazo de papel. —Llámalo de parte mía, es secretario del Primer Ministro. Una vez más te lo hago fácil. ¡Salud! Lomax sacó del bolsillo de la camisa el tubito de metal, don Jairo lo vio, hizo de cuenta que no lo había notado. Harry colocó una cápsula en su mano, la llevó a la boca y fingió limpiarse la saliva. —¡Salud! —dijo. —Ah, me olvidé de comentarte, el fallecido tiene una hermana. ¿No imaginas dónde trabaja? —Ni idea. —En la Calavera Esmeralda, je, je, je. 18


Lomax se retiró. Don Jairo iba a dormir la resaca. Tocaron el timbre. Decidió no contestar. Volvió a sonar con insistencia. —¡Ya va! ¡Ya va! —pronunció dirigiéndose a la puerta. Al abrir, quedó sorprendido. Los hombres le mostraron identificaciones. —Entremos —le ordenaron los agentes de la WIA. —Claro… —balbuceó don Jairo, abrochándose la camisa. Pasó una mano por su cabello, en vano intento de peinárselo. Tang, tang, tang, la campana sonó lejana. El pequeño Harry odiaba el fin de los recreos. Le habían preparado una merienda especial y él quería acabarla. El tang, tang, tang inoportuno lo impediría. En el centro del patio, distinguió una figura conocida que le abrió los brazos. Corrió hacia él. Tenía un arma en la mano. Disparó una lluvia de balas contra Percy Lomax. En cámara lenta observó cómo le ingresaron al cuerpo, el surgir de la sangre y una mirada que era una interrogante, tang, tang, tang… —¡NO! —abrió los ojos. Sentía la boca seca y la cabeza pesada. Tocaron el timbre. Consultó la hora. Abrió. —¿Señor Harry Lomax? —Sí. —Esto es para usted, firme aquí…

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El oxmatiano6 empleado de la ICM (International Company of Message), le entregó un rectángulo de plástico, pequeño. —Gracias. —Se le dificultó colocar la rúbrica por el temblor de las manos. Buscó en una mesa repleta de cachivaches y encontró el objeto indicado. Metió tres Ritohipnol H en su boca y las tragó con un vaso de ron. Esperó el efecto sentado. Al rato, y ya más tranquilo, tomó un reproductor personal similar a un cargador de baterías. Le insertó el rectángulo. La figura de Mae Van Dyckmarc apareció ectoplasmática. —Hola, señor Lomax, ¿cómo van las investigaciones? Estoy segura de que bien. Me encuentro en Londres7. En 15 días nos reuniremos una vez más... Espero ver resultados —fría hasta lo glacial, «Y pensar que para esto gastó en un holograma… derroche de ricos, —pensó el detective—, para una información tan escueta hubiera bastado un telegrama».

Una mano de obra baratísima. Nombre dado a una ciudadela flotante y erigida, por un sentimiento de evocación, sobre la capital del imperio británico que yacía sumergida en el mar. 6 7

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II Statu quo Mucho tiempo transcurrió desde que terrícolas y oxmatianos se encontraron en Times Square, en el Soho y en las calles de Cartagena. Contemplándose semejantes, más allá de las diferencias. Magia y quimeras flotaban en el aire, hasta que llegaron los sxards y su enjambre de máquinas guerreras. Los sxards tenían un aspecto indescriptible. La más cercana analogía sería con un langostino o una cucaracha de dos metros. Provenían de un planeta cuatro veces más grande que la Tierra, demasiado caliente por la proximidad a los soles de su sistema binario; por lo que dicha raza desarrolló sólidas corazas protectoras. La mayor parte del gigante era un híbrido entre el gas y un líquido similar al agua. El alimento era escaso, lo que los forzó a una selección natural homicida. El avance tecnológico acabó con los pocos recursos naturales y desgastó la atmósfera. Intentaron repararla e irrigaron el cielo con productos químicos. Sirvió de poco, el daño estaba hecho y la industria no se detenía. Entonces, emigraron. Solo los jóvenes en capacidad de reproducirse. A los viejos y enfermos los llevaron congelados. Servirían de alimento para la travesía. El resto, los siguientes/posibles habitantes, viajaron en forma larvaria. Una vez en la Tierra, millones de ellos, de acuerdo a los requerimientos o prioridades, fueron llevados a

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incubadoras gigantes. Un despiadado “manejo” de la población… que les dio frutos. El ataque a las principales capitales del mundo fue simultáneo. Conquistar los Estados Unidos y pulverizar New York, les llevó una semana. Rusia se rindió sin pelear. China aceptó negociaciones, tras una breve resistencia. En tales circunstancias, el instinto humano de supervivencia se manifestó. Los dirigentes del Estado Unificado Transnacionista8 convencieron a los sxards9 de que ellos harían el trabajo sucio y juntos establecieron

El EUT fue al inicio una alianza comercial entre países. Los monopolios que lo conformaban sabían que dada la flexibilidad y movilidad del capital las naciones no eran necesarias. Sin embargo, poco a poco adquirieron territorios en los que existían recursos naturales. Así, sin proponérselo, el EUT ejercía dominio físico real sobre una amplia gama de países sometidos. Con la ayuda de los sxards, se expandió. Incluía Turquía, Kurdistán, Azerbaijan, Armenia, Líbano, Siria, Jordania, Egipto, Sudán, Eriteria, Kuwait, Irak, Irán, Afganistán, Yemén, Arabia Saudita, Omán, Etiopía, Pakistán. El EUT mantenía fronteras inestables y conflictivas con Rusia, la Nueva India Laica y China. La capital y centro industrial del imperio quedaba en Tel Aviv y el puerto principal en Haifa. En el continente americano comprendía la Amazonía a los ex-países de Brasil, Perú y Colombia. 9 Gracias a microcomputadoras decodificadoras insertadas en su mandíbula superior, en el lado derecho, los sxards podían entender y al mismo tiempo su voz ser traducida a cualquier idioma. 8

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el Estado Mundial10. La ley del mínimo esfuerzo regía el universo. Utilizar, sin distinción, a humanos y oxmatianos, les brindó un buen contingente de obreros esclavizados. Décadas después, el aumento de la población humana se tornó en motivo de preocupación. Los científicos transnacionistas convencieron a los sxards sobre los beneficios de aplicar una estrategia pensada, hace mucho, por ellos: alterar el clima. El mundo era caluroso en exceso y en países del Pacífico y África hasta irrespirable. Ideal para los sxards. Aprovecharon el caldo de cultivo para soltar virus, modificados, que causaron pandemias y generaron la mutación de múltiples especies de insectos. Desde que los sxards tomaron el control de la Tierra, crearon entre ellos nuevas jerarquías. Surgió una casta que no necesitó luchar para sobrevivir y que aborrecía esforzarse. Dicha situación invirtió la ecuación anterior: había pocos seres humanos para realizar múltiples labores. Entonces, decidieron aumentar la población. Condicionaron el interior de las personas, forzándolas a la imbecilización mediante el consumo compulsivo, música bineuronal, drogas y libertad sexual. Reorientaron los signos, las representaciones y lenguas para incitar la procreación de esclavos. Recurrieron a productos transgénicos y comida chatarra, repleta de hormonas, para modificar la Nombre dado a la unión estratégica entre los sxards y el Estado Unificado Transnacionista. Un corrupto aparato burocrático-estatal. 10

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anatomía. Así, cualquier niña de trece años lucía el cuerpo de una de veinticinco. Las propiedades cancerígenas de los insumos gestaron una humanidad descartable. La gente moría joven, para ser reemplazada de inmediato. El interés en reproducir humanos y no oxmatianos se debía a una cuestión de rendimiento. Los segundos eran delgados y medían un metro con veinte centímetros. Su feble constitución física los hacía obreros poco productivos.

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III Carpe diem Harry Lomax, aún somnoliento, avanzó hasta el cajón del escritorio y buscó el tubo de metal que contenía las cápsulas. Sacó las fotos del sobre. Las miró con asco. La necrofilia no figuraba entre sus aficiones, a pesar de lo crudo de su oficio y las modas sexuales implementadas por los sxards. Las repasó a la luz de la lámpara. El cadáver de la antropóloga Ennma Von Thompson estaba hinchado y deforme. Tenía cortes en la yugular y en las muñecas... La desangraron como a un cerdo, pensó. Acercó la lupa. Percibió una protuberancia en la frente. Agudizó la mirada y distinguió un objeto incrustado bajo la piel. La forma de un ídolo se hizo visible. Anotó en la libreta: Confirmado el crimen ritual, ¿con qué intención? Los dos cubos de hielo chocaron con el fondo del vaso, le echó ron. Bebió. Debía relajarse para pensar mejor. El cuerpo había sido fotografiado al milímetro, un escaneo tridimensional hubiese sido mejor. Es raro que no lo hayan hecho. Con un marcador láser recorrió los contornos del ídolo. Ingresó los datos al procesador. En segundos vio la respuesta: un dios chibcha. En el rostro zoomorfo distinguió una forma de vida anterior al ser humano. Tenía un casco tricornio, orejas inmensas, aumentadas con aros y un pasador en la nariz. Dos 25


alas, similares a las de un avión, le salían por la espalda. A la mente de Lomax volvió la imagen del cuerpo del joven en la morgue. Notó la falta de huesos y el corazón. Los asesinos habían actuado con brutalidad. Reflexionó. Le resultó difícil creer en la persistencia de un culto milenarista. Las pruebas eran irrefutables. ¿Caníbales? Recordó la conversación telefónica sostenida con don Jairo: —¿Y qué es lo que crees, Harry? —No lo sé, siento que existen cabos sueltos, de manera intencional… —Cuidado con esas hipótesis. Recuerda que las llamadas son grabadas. —Lo sé, y me acojo a la doceava enmienda de la Constitución Mundial. "Solo en casos de sospecha de predisposición o incitación al complot...". Esto es pura especulación —dijo, a fin de tener una coartada. No era necesario ya que el servicio telefónico había sido tercerizado11. Los sxards, al igual que cualquier imperio terrestre, se habían ensoberbecido por el poder y descuidaron muchos detalles referidos a la seguridad. A decir verdad, el poder los envició, en la cabal acepción del término. —El cuerpo del chico carecía de huesos en las extremidades, Jairo, después de sacarlas lo cosieron…

Una compañía del Puerto de Zimbawe, que contrataba a precio de esclavo a ineficientes trabajadores, era la encargada de monitorear las llamadas. 11

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—Sí. Es una información que no publicada en los diarios. No quería decírtelo hasta que lo vieras. Se acomodó en la silla. Levantó los pies sobre el escritorio. Las fotos cayeron al suelo. Paladeó el sabor del ron y trató de encontrar combinaciones, puntos inconexos, recordar gestos, palabras. Un recuento mental fatigante.

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IV La ciudad Cartagena, capital de los Reinos del Caribe, resplandecía frente al océano. La antigua muralla había sido reconstruida con aleaciones de zetanium. Un metal traído por los sxards, durísimo, aunque flexible. La muralla debía cumplir dos objetivos: primero, proteger a los habitantes de los piratas; puesto que siempre existía una latencia de peligro, por el aumento del contrabando. El segundo, brindar alivio a la ciudad del mar contaminado cuyo oleaje se incrementó por el deshielo de los glaciares. Estaba habitado por especies mutantes, portadoras de enfermedades. Calamares de veinte metros y pulpos gigantes que atacaban la muralla. Esta, resistía inexpugnable. Un símbolo del reinado sxard sobre los elementos. No obstante, los enamorados iban a contemplar el espectáculo sin igual generado por millones de seres bioluminiscentes. Estos habitaron en el fondo marino desde el inicio del planeta y ahora tejían una red sobre las aguas, tal la memoria de galaxias lejanas, de las que en un prehumano tiempo, llegó la vida aferrada a un meteorito. Corría el rumor de que los sxards trajeron especies marinas para experimentar y adecuarlas a vivir en el H2O. Criaturas enormes de formas geométricas definidas: triángulos, cubos, hexágonos, de distintos colores. A veces, salían a la superficie. Giraban hasta producir electricidad, 28


elevándose sobre el agua con un sonido que rompía vidrios y tímpanos desprevenidos. Olor a materia orgánica descompuesta permanecía en el ambiente por semanas. Aseguraban que servían de alimento a los sxards. Faquires, santones, tragafuegos y encantadores de serpientes, reemplazaron a los artesanos de épocas pasadas en las veredas y plazas. Cada uno poseía una colección de rarezas o milagros para mostrar a una población en constante movimiento. La conformaban marinos, prostitutas provenientes del mundo entero, burócratas y acaudalados comerciantes que erigían mansiones a lo largo de las avenidas. Se los veía pasear en carruajes, una elegante y demodé pose, con los que atropellaban, sin querer, a oxmatianos drogadictos tirados en la pista. Harry Lomax creció en esa megalópolis cosmopolita, a la que anexaron muchas zonas aledañas, entre tardes rojas y el brillo de un sol perpetuo. Se apreciaban los grandes contrastes en las playas de Santa Marta, convertidas en un vertedero contaminado. Al padre de Harry lo asesinaron antes de que este cumpliera los 8 años. Lo presenció. El capitán Percy Lomax era uno de los pocos elementos honestos que quedaban en la Policía Paraestatal. Dicha virtud arruinó el negocio de unos compañeros que decidieron solucionar el inconveniente. Una tarde en la que llevó al niño a pasear por el malecón, dos hombres en motocicleta lo acribillaron. No tuvo tiempo de desenfundar. 29


Cuando se lo dijeron a Alice, su esposa, no volvió a ser la misma. Harry creció siendo un muchacho solitario. Solía recordar la imagen, imponente, del oficial Lomax, un poco subido de peso y con el uniforme ajustado. Inventaba historias acerca de él, para alardear frente a sus compañeros de escuela. La inspiración le venía de los cómics de superhéroes leídos con avidez en una Tablet. No le bastó para vencer el horror del recuerdo. No pudo dormir en las noches a causa de las pesadillas en las que recreaba el asesinato. Una tras otra, una dentro de otra, con infinitas variaciones. Alice decidió llevarlo a que lo revise un médico. El doctor la tranquilizó. —El Ritohipnol H es uno de los más potentes fármacos descubiertos. Altera el sueño y el pensamiento, con la finalidad de que el paciente sienta sensaciones de paz y felicidad. Pierda cuidado, señora, que no genera adicción y es inocuo. Cuando Alice falleció, el adolescente Harry vivió tiempos duros. No conocía a ningún pariente que pudiera ayudarlo y debía ganarse la vida. La calle fue otra escuela. El lugar donde se hizo hombre. Una vez iniciado en el consumo de alcohol, descubrió que el Ritohipnol H producía otros estados de consciencia.

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V El rugir de la calavera esmeralda A Skinny le gustaba andar desnuda en el apartamento. El bien formado cuerpo y el clima lo permitían. Blanca para los cánones sudamericanos, tenía los labios gruesos, la cabellera aleonada y los ojos de jade, las nalgas duras y las piernas de cedro. La Calavera Esmeralda era el mejor night-club de Cartagena. Un nido de contrabandistas del planeta entero y de otros inclusive. Funcionaba en el sótano de la antigua catedral. Una entrada disimulada servía de acceso. El nombre provenía de una leyenda de piratas. Un extendido juego de espejos y pantallas cubría las paredes, el suelo y el techo del recinto circular. Al centro, y vista desde diversos ángulos, la barra de strip tease. Lomax debía hablar con Skinny. Pudo haberle enviado una tarjeta que dijera: necesito información sobre la muerte de tu hermano... y un largo etcétera de formalidades, propias del oficio. Pero con créditos12 recién cobrados y un cartel que prometía Desde la implantación del Estado Mundial, se reemplazó las criptomonedas por los créditos, por la dificultad de ejercer un control sobre el dinero virtual y, por ende, sobre los usuarios. Las criptomonedas al no estar centralizadas ni depender de ningún país en particular o institución, más que de sí mismas, eran imposibles de regular. En cambio los créditos, tarjetas desechables con ciertos valores, solo los emitía el Estado. 12

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un buen espectáculo... Qué distinto hallarla en la casa, al día siguiente, con la media corrida y el maquillaje desecho. Esta noche el cielo, mañana ya se verá, pensó. El show dio inició. La banda mixta, compuesta por humanos y oxmatianos al costado del escenario. Cada bailarina le pedía la pieza a utilizar esa noche. Actuaron una o dos chicas, más de lo mismo pensó Lomax. Hasta que anunciaron la presencia de Skinny. Ella descendió desde el techo, transportada por un juego de poleas. Atravesó una escenografía barata, de nubes de cartón piedra. Llevaba lencería blanca: el portaligas, las medias francesas, el diminuto brasiere, el hilo dental. Gracias a un efecto de luces se la veía dorada. Tu ru ru ruuu, sonó un saxo, tum, tum, tum, tum, seguían dóciles el bajo y los tambores. La melodía, viejísima, transportó a los parroquianos a la Nueva York de los años 70. En un tiempo lejano, cuando aún era la capital del mundo y en el que nadie soñó con una bomba sobre las cabezas. So many roads… La voz del oxmatiano era superior a la de cualquier humano. Con una mano cogía el micrófono cuadrado y movía el brazo libre al ritmo del swing. Gracias a su capacidad craneana, la voz parecía implosionar y fluía perfecta; gelatina caliente derramándose por la sala. El tema era una fusión de blues, jazz y salsa, en la que destacaban los complejos fraseos de una

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trompeta, agudísima. Lomax siguió el compás con la cabeza y un pie. Una camarera trajo la carta. Harry le hizo un gesto a fin de que se aproxime. Le preguntó al oído por la droga de moda. Ella sonrió y le guiñó un ojo. Regresó con una bandeja de plata, cubierta con terciopelo púrpura. Al centro, una pequeña tableta envuelta en papel de aluminio. Lomax le dejó una suculenta propina. Observó el tamaño del NTE (Neurotransmitter Exploting). Insignificante para ser la droga más reciente en el mercado. Una especie de lujo supremo. La última creación de los científicos sxards, una hecatombe sensorial, el regreso a la vida protoplasmática, el reino sin adentro ni afuera. El efecto duraba minutos, un poco más y no se podría resistir. Poco por razonar, percibir el flujo independiente de cada átomo del cuerpo. Harry necesitaba probar una droga así de fuerte ya que las pesadillas habían retornado y el Ritohipnol H no le hacía mayor efecto. So many roads tum tum tum tum, so many baby… Skinny terminó el show habitual. Cámaras nanorobots se le introdujeron en cada uno de los orificios del cuerpo, para reflejar el movimiento y sonido interno de los órganos13. Las imágenes fueron transmitidas a las amplias pantallas. La entrega absoluta. Ella solo poseía su muerte, ya que todavía no le ofrecían un precio razonable a cambio. Una variación de strip tease introducida por los sxards. Su favorita. 13

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Los sxards, excitadísimos, agitaron las alas, lo que produjo un zumbido terrible en el local. Unos afortunados buscaron a la bailarina. Le dieron los créditos acordados y la penetraron con un órgano sexual monstruoso, para depositar en ella litros de líquido viscoso y maloliente, parecido al esperma. Después de atender a sus clientes, Skinny regresó al camerino. Recibió una orden. —Te esperan en la mesa 57. Aún en shock por el efecto de la droga, Lomax la observó acercarse. Pensó que era hermosa, más allá de las inmundicias a las que la sometían. Recordó el arte del Hentai, la penetración por tentáculos... y una antigua pintura14… Trató de ser profesional y bloqueó sus pensamientos. No pudo dejar de encontrarla deseable. Abordó el tema sin subterfugios. Skinny rompió en llanto al recordar a su hermano. —¡Joshua… mi pequeño! Vinimos juntos a la ciudad. Éramos una sola persona. Ni siquiera pude ver su cadáver. Es evidencia, me dijeron. Recibí una cajita metálica con sus cenizas. Lomax la escuchó, concentrado, viéndola abrir los labios gruesos y bien formados. La contempló la noche entera. Lucía hermosa. “Vestía” una blusa amarilla con bolas blancas; pintada con el refrescante spray-cotton Armani for women, con 7

蛸と海女, traducido a: “El sueño de la esposa del pescador”, xilografía atribuida a Katsushika Hokusai, un artista que vivió en el siglo XVIII antes de la era Sxard, el joven Harry la vio en un cómic para adultos. 14

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perfumes regulables en el envase y resistente al agua salada.

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VI Los cultos Al tiempo que los países orientales se liberaban de creencias atávicas, en los considerados del primer mundo surgieron múltiples cultos. Los sxards desconocían el concepto de religión15 y su único interés consistía en que los créditos y los recursos fluyeran. La Unión Vegana Interestelar era uno de los más populares. A sus miembros les decían los “uvitas” por las siglas (UVI). Hombres y mujeres usaban el pelo rapado con una sika16. Lo de “interestelar” no era comprobable. Nunca se vio un sxard o un oxmatiano practicar dicha creencia. La secta aseguraba tener millones de seguidores en los países de la ex-Europa. Otro culto trajo de regreso la adoración a Ajet, la diosa vaca, el símbolo de la pradera. Los fieles decían que el origen de su fe se perdía en los

La adoración a ῷ era en un conjunto de prácticas “rituales” relacionadas con los periodos de la reproducción y las guerras. Su objetivo era impulsar un vitalismo exacerbado, orientado a la supremacía de su especie. Lo llevaban a cabo funcionarios político-militares. No existía ninguna similitud con la clase sacerdotal terrestre. 16 Único mechón de pelo dejado al centro del cráneo, signo de la creencia en un dios personal que asume infinitas formas. 15

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inicios del reino de Egipto y que había sido compartida por faraones y esclavos. A diferencia de los tiempos aurorales, en que sacaban en procesión una vaca real, los adoradores modernos lo hacían con una estatua de mármol, de tamaño natural. Manuales de demonología y grimorios eran copiados y distribuidos mediante dispositivos digitales. Cualquier alucinado era declarado profeta. La fiebre mística era un escape a la opresión del Estado Mundial. En Colombia se dio el caso de un santo varón, llamado Isaías, que predicó en una aldea de Ipiales17. Aseguró ser la reencarnación de un maestro olvidado en el tiempo. En sus sermones, una larga serie de imprecaciones, hermanaba los conceptos más antagónicos. Un día, rebasó el límite de lo que el poder permitía. —Banderas negras flamearán cargadas de libertad, de autodeterminación. Destruyamos el Estado Mundial y a los transnacionistas, causantes del mal que nos aqueja. ¡Recuerden, lloverá un maná de bombas del cielo! El paradigma no tardará en resquebrajarse. La “superioridad”, monolítica, impenetrable de las elites… El sol derretía las veredas. La gente se arremolinó. Isaías lanzó duras maldiciones sobre los políticos, funcionarios y burgueses. Al finalizar, escabulló entre sus mangas una pequeña Biblia, a la cual le faltaban día a día más páginas. Un hombre negro, delgado, de barba hirsuta y cabellos desgreñados que vestía túnica y sandalias. 17

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Dos sxards aparecieron. Esgrimían la grabación del acontecimiento, registrada en cámaras de video ocultas. Con tal evidencia, simularon un juicio en cuestión de segundos. En realidad, le dijeron de qué se le acusaba y en qué consistiría el castigo. Isaías escuchó en silencio. Sacaron armas láser y lo volatizaron. El ennegrecido pedazo de suelo donde murió fue llevado a un templo, donde lo adoraron. Ejemplos así sucedían a diario y en el planeta entero. En un palacio de Tokio, instalaron la residencia de un androide, modelo antiguo, un P-I. Z328, hallado en un sótano por un grupo de estudiantes. Según el testimonio de los fieles, poseía una Tamashii18. El androide curó a los enfermos. Incluso resucitó a un muerto. El P-I. Z328 sentenció que el gobierno de los sxards purificaría, mediante el sufrimiento, a la humanidad. Hasta la llegada del reino del supremo. Los hormigueros seguían siendo el más espectacular y peligroso culto en Colombia. Recibieron el nombre por la forma de “presentarse” en sociedad: colgando osos hormigueros en los postes de la autopista de acceso a Cartagena. Adosados a los cuerpos, carteles hacían un llamado a la resistencia y advertían sobre la inminencia del Apocalipsis. Un viejo apodado el Pastor lideraba a los fanáticos. Esa información la repetían a diario miles de pantallas colocadas en la ciudad. Aparecía 18

Alma o espíritu en japonés antiguo.

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el rostro de un anciano con el cabello revuelto, barba plomiza y mirada enloquecida. A continuación: ROGAMOS A LOS HABITANTES COMPROMETIDOS CON LA CIVILIZACIÓN: DENUNCIAR A LOS CÓMPLICES DE LOS SALVAJES, QUE SOLO QUIEREN LA ANARQUÍA Y EL CAOS.

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VII Una promesa Las visitas de Harry al departamento de Skinny se hicieron continuas. Al principio, la conversación giró en torno a Joshua, acerca del caso. Ella le contó que no existía ninguna relación, fuera de lo laboral, entre él y la antropóloga asesinada. Poco a poco, Lomax desarrolló un interés personal por la muchacha. Más allá de una que otra relación pasajera, él era un habitué de los prostíbulos. No quiero que ninguna mujer interfiera en mis asuntos, solía decir. No obstante, las risas, el compañerismo y un café delicioso que Skinny preparaba, con una pizca de canela y dos clavos de olor, crearon la intimidad necesaria que los llevó, sin darse cuenta, a ser amantes. La “Infidencia” era un juego entre ambos. Un juego erótico inofensivo, en apariencia. Él debió preguntarse ¿le causa placer? No lo hizo. Una noche, en que intentó llegar más lejos, afectó la relación. Lomax penetraba a Skinny en pose de perrito, la tenía cogida de los cabellos y le palmeó las portentosas nalgas. —Dime, ¿cuántos hombres te han hecho el amor? —Un montón, y mujeres. Desde chiquita. La erección de Harry se incrementó. —Lo disfrutaste. —Mucho. ¡Ahh! ¡Ahh! No pares, no pares… 40


—¿Qué sentías cuando te atravesaban los sxards? Skinny guardó silencio. Lomax notó que la vagina perdía lubricación y se molestó. Intentó concentrarse, sin lograrlo. Dio un soplido, separándose de ella. Del piso tomó un pantalón. Buscó en el bolsillo derecho. —Ven aquí —le ordenó. La chica se acercó sumisa. Sentía culpa por lo sucedido. De improviso, él trató de introducirle una tableta de NTE en la boca. Skinny la escupió. Lomax se dio por vencido. Encendió un cigarrillo. —¡Eres un cerdo! —¡Y tú una puta! Intentó arañarle la cara. Él la sujetó por las muñecas y la tumbó en el colchón. —Perdóname —le dijo Skinny. Harry la abrazó. Ella le preguntó. —Si te hago un pedido muy especial, ¿lo harías por mí? —Sí. —¿Lo que sea? —Con tal de que no se trate de matar a nadie, ja,ja,ja. Skinny no sonrió. Lomax se puso serio. —De eso te hablo. —¿Lo dices de verdad? —Nunca en mi vida he hablado más en serio. —¿Quién es? —Del maldito que asesinó a mi hermano: el Pastor. 41


Lomax quedó pensativo. Buscó otro cigarrillo a tientas, por la mesa de noche. Skinny, rápido, encontró la cajetilla. Le pasó uno y lo encendió. Lomax soltó una bocanada de humo. La chica insistió. —¿Lo harías por mí? Él movió la cabeza en un gesto afirmativo. A fin de cuentas, le pagaban para seguirle los pasos. Ya vería la forma de acercársele y asesinarlo. Solo era un viejo protegido por campesinos fanatizados. Skinny sonrió apretándose contra el velludo pecho de Harry.

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VIII Historia de Skinny Al iniciar la relación, Lomax imaginó que él y Skinny serían una buena pareja. Al sumergirse más en el vicio del NTE, se convirtió en una compañera diligente que corría a socorrerlo de las crisis que la substancia le producía. María Esperanza Ospina, verdadero nombre de Skinny, llegó de Cali, justo al finalizar la guerra de los últimos cárteles humanos. Años antes de que los sxards manejaran el tráfico de estupefacientes e incluyeran novedosos deleites en el stock ya conocido. Don Guillermo, el Guille, Ospina, uno de los capos de la ciudad, un patrón, deseó expandir sus territorios más allá de lo que la prudencia le aconsejó. El Guille decidió hacer el trayecto a Cartagena en auto. Las fronteras eran fáciles de cruzar. Ineptitud, burocracia, sobornos. Lo acompañaban su esposa Yinet de copiloto y sus hijos, María Esperanza y Joshua, en la parte de atrás. Hace unas semanas sacó del taller el antiguo Chrysler New Yorker modificado y quería probarlo. Era difícil conseguir repuestos para un motor de 8 cilindros. Lo había heredado de su abuelo y por eso le tenía cariño. Decidió ir sin guardaespaldas. No tendría tiempo de arrepentirse. 43


A un costado de la carretera, vieron aparecer la catedral de la Virgen del Pan Dulce. Un culto con miles de adeptos. Yinet era devota de la virgen y no le costó mucho convencer al marido. —Queda en el camino. Con unas horas… —Ganas de perder tiempo, mujer —replicó Guille. —Así nos aseguramos de que salga bien tu trabajo, papá. La virgencita es cumplidora — arguyó María Esperanza. —¡Esto no es un paseo! —preocupado por la cantidad de droga oculta en cada parte del auto. —Ya, cálmate —le dijo Yinet. Entre llegar al lugar, repleto de gente, rezar y retirarse, perdieron dos horas. Guille conocía el pésimo estado de la carretera. Exhaló aire por la nariz con fuerza. —¡Claro, es que ustedes no tienen que manejar! —Si tú no quieres darle el auto a nadie… — pronunció Yinet. Una campana marcó las seis de la tarde. Llovía a cántaros sobre el santuario; edificado a imitación de un castillo. Guille y los suyos salieron a la ruta. Sin percatarse de que cuatro sicarios los seguían. El auto redujo la velocidad al cruzar un puente antiguo, concluido recién en 1993 con concreto, y llegaron a una ciudad sin nombre, en la que pernoctaron. El amanecer los encontró sobre el Chrysler. Yinet jugaba con el botón de la radio, en busca de sintonizar una emisora. Pasar la primera frontera intermunicipal resultó sencillo. El paisaje

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discurrió, indiferente, a través del parabrisas. Al llegar al peaje de Los Llanos le preguntaron: —¿Profesión? —Comerciante —dijo el Guille, convencido. —¿Motivos del viaje? —Negocios —aseguró sin perder el aplomo. —Bienvenidos, señores. Una puesto de control más y estarán en Cartagena —dijo el guardia de caminos. Guardó una propina y corrió hacia la caseta. Un Fiat aparcó detrás del Chrysler, imposibilitado de avanzar porque el guardia “olvidó” levantar la tranquera. Sonó un claxon. —¡Agáchense! —ordenó el Guille a los niños—. Espera aquí —dijo a Yinet. Caminó hacia al Fiat y saludó a sus ocupantes con la mano derecha. La otra apretó la culata de una pistola oculta en la espalda, a la altura de la cintura. —Hola, amigos, ¿por qué tanto ruido con el claxon? El chofer hizo el amago de bajar a conversar. Sonreía con amabilidad. El copiloto disparó primero, desde la ventana abierta, con una ametralladora automática. Las puertas de atrás se abrieron. Dos sicarios vaciaron sus cacerinas sobre el “Guille”. Los niños gritaron horrorizados. —¡Silencio, silencio! —les dijo Yinet, acomodándolos en el piso del vehículo. Los cubrió con una manta—. No se muevan. Un sicario corrió hacia al Chrysler, vio a la mujer y le disparó en el rostro. Los sesos salpicaron 45


el techo y el timón forrado en cuero blanco. Los asesinos partieron. Media hora más tarde, el ejército llegó al lugar. El guardia de caminos aseguró que no pudo ver a los atacantes, debido a que tuvo que acuclillarse en la caseta por temor a perder la vida. Encontraron a los niños. La mayor, María Esperanza, tenía 15 años. —¿Qué hacemos con ellos? —preguntó un soldado. —Al muchacho llevarlo a un cuartel para que lo vuelvan hombre, y a la chica a un albergue supongo. Ella recordó haber oído que a los niños los convertían en soldados y que sin preparación eran enviados a luchar contra los mercenarios pagados por los narcos. Ninguno sobrevivía. Fue consciente de la forma en que la miró el teniente a cargo. Tomó una decisión. Clavó las uñas en el dorso de su mano. Irguió la cabeza y trató de sonreír. —Podemos hablar, capitán —le dijo. —No soy capitán, preciosa, aún. María Esperanza se le acercó implorante, le vio el bulto de la entrepierna. Él entendió. —Que lleven a mi hermanito a otro lado, para poder conversar tranquilos, “capitán”. La condujeron detrás de unos matorrales y debió hacerle el amor a él y a los tres soldados por turnos. Oyó el llanto de Joshua. La niña María Esperanza entendió que el sexo era una herramienta, un arma poderosa que utilizaría para sobrevivir en el infierno en que el destino la colocó. 46


IX El Utnapishthim Tres meses transcurrieron desde la primera conversación que Lomax sostuvo con Skinny. Tres meses de excusas para buscarla. Para verla desnudarse ante los ojos de otros y desearla... Aunque una urgencia mayor lo hacía infaltable a la Calavera Esmeralda: la dosis de NTE. Don Jairo le dijo que conocía un informante. Debían encontrarse lejos de Cartagena, por razones de seguridad. Harry no quería reconocerlo, era un adicto y los créditos que le adelantara Mae Van Dyckmarc se le agotaban. Por una dosis poco significativa y adulterada de NTE, vendió el arma de reglamento, herencia de Percy Lomax. Debido a la promesa hecha a Skinny necesitaba conseguir un anticipo y comprar otra. Aguardó en la puerta de embarque número 7 del remozado aeropuerto de Medellín. Intentó pasar desapercibido, lo que le fue imposible debido a su metro ochenta y cinco de altura y el tono amarillo/marrón de la piel, producto de un problema hepático, por la ingesta prolongada de fármacos. Decidió colocarse el sombrero panameño, no más trucos, pensó. Consultó el reloj: hora exacta. Ingresó al servicio higiénico para discapacitados, según lo acordado. Lo encontró al lado del bidet. Era un candado. Lo cogió despacio. Aguardó al contacto 47


que le traería más instrucciones. Un ejército de mujeres/grulla lo correteó por el espacio circular de la sala de espera. El surtidor de agua se transformó en Percy Lomax, que levantó el dedo índice y le recordó con voz admonitiva una frase que debía regirle la vida. —¡Sé un forajido si quieres, pero jamás hagas daño a los débiles! Harry no pudo soportar ese recuerdo. Se golpeó la cabeza contra la pared, en busca de una escapatoria. Volvió en sí, angustiado, con taquicardia. Miró su reloj, 5 y 40 p.m. y requería otra dosis. Acarició el candado, pasó un pañuelo por su cuello. La voz del contacto lo devolvió a lo que había venido a hacer. Lomax conocía la dinámica. —Bonito candado… —le dijo un hombre de rasgos orientales, con apariencia de asesino. —Reluciente… —Al igual que el oro o las verdades… —O las mentiras… La contraseña era correcta. —Mucho gusto, señor Lomax. Soy Liu Tan, don Jairo me dijo que usted quiere contratar mis servicios para hacerlos cruzar hasta más allá de la Gran Ciénaga. —Es correcto. Somos dos personas: una acompañante y yo. —El lugar al que vamos no es recomendable para mujeres, señor Lomax. Ni mi barco lo es. —No se preocupe por ella, señor Liu, sabe cuidarse. Además, es un asunto personal. 48


—Muy bien, nos veremos en una semana. Lo esperaré en la bahía de Cartagena, a las 10 en punto de la noche. No demore, si llega a las 10 y 10 no me encontrará. —Descuide, no fallaré. Le extendió un sobre con los pocos créditos que le quedaban. Una vez en la oficina, decidió llamar a Mae Van Dyckmarc. Debía conseguir otro anticipo. La mujer lo escuchó durante varios minutos, en silencio. —Es en serio… Necesito más créditos. —Lo cual no me significaría ningún problema si es que ya tuviera una pista. —Y la tengo, señora Van Dyckmarc —con respeto. «Para que afloje la paga», pensó Harry. —Mejor que esta vez… No me tome el pelo. —¿Es una amenaza? —Yo no amenazo. Espero que haga lo que tiene que hacer y no esté metido en drogas, por ejemplo —la última frase le confirmó que lo había mandado a investigar. Las sospechas recayeron en el androide que le pasó el NTE en el callejón, el vagabundo o la camarera de la Calavera Esmeralda. La droga “pensaba” sola, de un modo hiperparanoide… ¿o el mismo don Jairo?—. En unas horas recibirá el depósito. Le recuerdo que es el último giro que le envío hasta que no me reporte información concreta. Estamos en contacto. —Ok… Gracias —atinó a decir, y dejó caer la tapa del aparato de comunicación personalizado, hecho de spóndylos rojo.

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Lomax cobró el depósito en la oficina del Bank of Sion, el único del planeta, y tomó un taxi rumbo al departamento de Skinny. Por la hora calculó que aún dormiría. Recordó el peligro del que le habló Liu Tan. —«¿Será oportuno llevarla?» —pensó. Trató de engañarse y buscó excusas… —«Ella está dispuesta a vivir la gran aventura…. Por su hermano». En efecto, la chica dormía. Lomax ingresó al dormitorio sin hacer ruido. La despertó con un beso en los labios. Ella le sonrió. —Te prepararé el desayuno —le dijo—. Tengo una noticia que darte. Está relacionada con el caso. Skinny se levantó de un brinco. Mientras preparaba los alimentos, Harry le fue contando lo que había descubierto y hacia dónde debían dirigirse. Skinny lo escuchó con la cabeza apoyada en las palmas de las manos; los codos sobre la mesa. Parece una colegiala emocionada, pensó Lomax y sonrió. Demás preguntarle si correría el riesgo. Tomaron jugo de naranjas sintéticas, tostadas con mermelada y café. Dos horas después, Lomax abandonó el departamento y partió a la zona de los burdeles. Reconoció a un sujeto parado en una esquina. Lo abordó. —Hola, ¿has visto al Duende19? Apodo dado, debido a su fisonomía, al androide que comercializaba el NTE en la zona. 19

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—No sé de qué me hablas —caminó rápido y cruzó la calle. Lomax lo siguió. Sudor frío le corría por el cuello. No lo dejaría ir así de fácil. Al doblar una calle, le dio alcance. Lo tomó del brazo. —Amigo, entiéndeme. Yo te he visto trabajar para el Duende. ¿Sabes dónde está? El hombre se zafó, mortificado. —Lo detuvieron —le dijo. Miró a ambos lados. A Harry la noticia le heló la sangre. En la Calavera Esmeralda habían prohibido la venta del NTE, que a esas alturas causaba más daño en el país que la peste negra. Ahora, perseguían a los dealers. —Tengo esto —el hombre puso dos tabletas en la mano de Harry. El precio le pareció exorbitante y la dosis no le alcanzaría para soportar el viaje. Debía arriesgarse. —«Por el camino encontraré… siempre es posible encontrar» —pensó Lomax—. Requiero un arma de cualquier modelo. —Ummh... Depende. Si no te alcanza el dinero… —Si no es muy cara... El hombre condujo a Lomax a una casucha. Lo hizo esperar en la sala quince minutos, para adquirir un revólver antiguo. El muelle invisibilizado por la niebla, parecía un lugar fantasma. El reloj marcó cinco para las diez. El Utnapishthim dejó ver la proa. La embarcación, manejada a vapor era pequeña y resistente. Su 51


estructura de fierro retorcido, tenía blindajes por doquier, con múltiples impactos de bala, dos ametralladoras antiaéreas y al centro un cañón de 56 milímetros. Harry divisó la bandera negra y pensó en los piratas de antaño. El Utnapishthim se acercó al muelle. Liu Tan en la popa, con los brazos cruzados sobre el pecho y dos sables curvos en la cintura. Los músculos en tensión permitían apreciar múltiples tatuajes. —Bienvenidos —dijo con solemnidad y lo ayudó a subir. Lomax desconfiaba de Liu Tan y no entendía por qué seguía con el caso. Al comienzo fue un buen negocio, el mejor en años, pensó. El error fue involucrarse sentimentalmente con Skinny y dejar que lo convenza de vengar la muerte de Joshua. Sin embargo, al fondo de esas reflexiones, vio una luz, pequeña, a la que no deseó acercarse ya que terminaría por devorarlo. La luz de la verdad. Dura, inmisericorde. No, no, hasta que se convirtió en un sí. Era un adicto incapaz de vivir sin la substancia y necesitaba créditos. Un adicto que habría sido la vergüenza de Percy Lomax. Más allá del mareo, el primer día de navegación transcurrió sin contratiempos. Ningún ataque, ni una pelea, ni un muerto. Les trajeron una cena enlatada. La única ocupación de los marinos era beber. Lomax hacía lo posible para que Skinny no paseara por el barco. El capitán se lo advirtió. —Somos peor que los perros en el agua, señor Lomax. La rabia nos acecha. Yo no puedo controlarlo. El olor a hembra. Usted sabe… 52


Él asintió, lo sabía, o al menos creía haberlo sabido. Al anochecer, llegaron a una ciudad de mercaderes, llamada Itsba. Una constelación de canoas los rodeó. Los itsbanos portaban grandes cirios, hechos con grasa humana. Su pálida luz, en esa noche sin luna, hacía más espectrales sus fisonomías desnudas, cubiertas de barro seco. Era difícil diferenciar a los hombres de las mujeres. Traían múltiples productos, animales, plantas, especias… La nave avanzó entre montañas de vegetación tupida. La ruta se desplegó sinuosa. El barco parecía un baño sauna. Lomax pasó los días tirado en una hamaca. Contaba los minutos y repetía el número fatal interpuesto entre él y la crisis de abstinencia. Para distraerse anotó en una libreta, con mano temblorosa, sus impresiones: viajar, es hacer efectivo el desarraigo, cualquier cosa puede suceder… Lo escrito no tenía ya ninguna relación con el caso: El deseo físico de llegar no se condice con la realidad… la marcha es lenta, peligrosa. Por el río… salir de aquí, hasta las ruinas de Antioquia. No queda más que seguir hacia adelante. El día llegó. Lomax caminó por la proa, angustiado, al borde del espanto. Requería con urgencia una dosis. El rostro se le volvió insensible. Oyó voces inconexas… y de pronto un zumbido, horrendo. La avispa africana se dirigía al barco. Medía el doble que este. Las planchas de acero no aguantarían mucho el ataque del aguijón. 53


—¡Adentro, adentro, maldito estúpido! —lo empujó Liu Tan. Acto seguido, se instaló en la torreta del cañón. Los marineros cogieron armas de mano, otros corrieron hacia las ametralladoras. —Calma, calma… —le dijo Skinny. Lo recostó y le puso paños con agua en la cabeza. A decir verdad, a Lomax no le hubiera importado que lo devore la avispa, con tal de que acaben por siempre los malestares, el ruido de la munición de cualquier calibre, los zumbidos. La embarcación, zarandeada de un lado a otro a punta de aguijonazos, iba a partirse en dos. De improviso, silencio… gritos de júbilo. Skinny se asomó con sigilo, observó que el insecto yacía muerto, sobre el puente de mando. Lograron partirlo a hachazos y arrojaron los pedazos fuera de la nave. Caía la tarde. Liu Tan le habló a Skinny. —Él ya no aguanta la abstinencia. Es increíble lo que hacen esas drogas, destruyen a cualquiera en semanas… Despreocúpese, no lo dejaré morir. Los muertos no pagan deudas. —¿Qué sabe usted del NTE? —Más de lo que cree, señorita. Nuestros ancestros, los piratas, descubrieron las primeras propiedades del alcaloide en un cactus de color rojo. Lo llamaron Utäh täan tä (lo que mira). Antaño los maestros sabían prepararlo. Los sxards deben haberle exprimido el cuerpo a los últimos para conseguir la receta y sintetizarlo. —¿Podrá ayudarlo? —Lo intentaré —llamó en chino mandarín al cocinero y le dio instrucciones. El hombre volvió 54


con un bol lleno de una mezcla oleaginosa. Incorporaron a Lomax y lo obligaron a beber. Vomitó. —Ya le está haciendo efecto —comentó Liu Tan. Lo dejaron dormir. Esa noche, los piratas se dedicaron al alcohol. Liu Tan era, desde joven, capitán en jefe. Su padre provenía de Hong Kong y la madre de una etnia indígena del Perú. A Liu la vida le era insoportable, el ron ya no surtía efecto. Hasta que un día vio la luz, tuvo una explosión neuronal y cogió el gusto por la pólvora. La colocó en la mesa, preparó unas líneas y las esnifó. La cara se le puso roja, un sonido de placer animal le surgió de la garganta. Salió tambaleándose del camarote. Un marino lo observó, demasiado para el gusto de Liu Tan, que lo asesinó a puñaladas. En el puente principal se desnudó. Abrió los brazos en cruz y su figura de carne amarillenta, se recortó contra la luna. Le aulló igual que un lobo. En las manos, sendas cuchillas ensangrentadas. Al amanecer, los dejó en un muelle. Lomax, aún débil, le pagó lo convenido. Les faltaba un buen trecho por recorrer y las principales rutas seguían bloqueadas. Esto no se veía desde hace tanto que solo los más viejos podían recordarlo. Épocas de horror, de crimen, épocas de miseria, desesperanza. Se perdieron en la ciudad, ninguno tenía buen aspecto. Caminaron hasta el atardecer y durmieron en las bancas de una terminal de buses. 55


El Escuadrón Antivagancia de la policía los intervino. Por más que objetaron, no hubo manera de convencer a las corruptas autoridades. Solicitaron el número digital de la licencia del arma de Lomax. No supo qué decirles. La decomisaron. El negocio principal del Escuadrón consistía en colocar a la gente collarines de vigilancia, para ganar una recompensa de créditos ofrecida por el Municipio. —Es pasar una semana en el albergue, hasta que averigüemos sobre ustedes y el arma robada. Por aquí no nos gustan mucho los forasteros —el sargento decomisó ambos documentos de identidad. Skinny miró a Lomax sin parpadear. Él entendió, sonrojándose.

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X Dente lupus, cornu taurus petit20 Llegaron al albergue cerca de las 9 p.m. Lo llamaban “Casa de Paso”. Un intentó del municipio zonal para mermar el impacto que el consumo de drogas producía en la población. Aunque recluían también a locos, sifilíticos y criminales de diversa índole. La patrulla se posó suave en la vereda. Lomax estaba preocupado por Skinny. Desde que ingresó al vehículo, los guardias no dejaron de mirarla con deseo. Qué decir de lo que le aguardaría en el albergue. El collarín de vagancia se desactivaría recién en dos semanas. —No tendrán ningún problema con los internos —les dijo un guardia adivinándole los pensamientos—. Ante el menor peligro, los ponemos out —hizo un gesto en el cuello, imitando un collarín. La falda de Skinny, de plástico transparente, permitía ver con claridad, un microbikini rojo en el centro del mondo sexo. Lomax le ofreció una chaqueta antes de bajar. Solo llevaba parches de algas cubriéndole los pezones. Ella no aceptó.

Frase latina traducida por: “El lobo ataca con el diente y el toro con el cuerno”. Es utilizada para indicar que cada cual se defiende con las armas que la naturaleza le ha otorgado. 20

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El director del albergue, padre Giulianno, fue a recibirlos. Tres negros adictos la devoraron con la mirada. —Pasen por aquí, hijos míos, no teman a mis muchachos. Lomax miró las uñas del padre, cortísimas, pulcras, con una capa de brillo. Por su corte de pelo dedujo que era un hombre meticuloso. —Les presento a Carlos. —La faz del cura se llenó de luz. El muchacho mestizo medía un metro noventa. Tenía hombros anchos y manos similares a garras. En el fiero rostro podía distinguirse aún la sombra de una antigua belleza. —Mucho gusto. —Observó a Skinny con lascivia. Lomax se percató de que a ella no le era indiferente. —Él es el encargado interno de la Casa. Mi ayudante, en realidad mi mano derecha —terció el padre Giulianno y acarició el cuello de Carlos. —¿Dónde vamos a dormir? —inquieta Skinny. —Síganme… —Bien. Vamos, padre —dijo Lomax. Llegaron a la habitación de Carlos, donde cuatro camas en desigual orden les dieron la bienvenida. Al ver la expresión en los rostros, el padre les dijo categórico. —Es lo único que puedo brindarles. Un oxmatiano, tullido, se acercó por detrás, en cuatro patas, y le lamió una pierna a Skinny, que sin inmutarse, lo alejó de un puntapié.

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—Padre, ¿no tiene un lugar más apropiado para una mujer? —preguntó Lomax. —Si las de su clase están acostumbradas a situaciones peores —replicó, asqueado, el cura. Skinny lo miró con odio. —Cuidado con lo que dice, padre —le advirtió Lomax. —Usted tenga cuidado, recuerde que pueden pasarla peor. —Disculpe. No quise ofenderlo —tuvo que fingir. El padre Giulianno tenía la sartén por el mango. —Así está mejor. Un poco de respeto. Ya nos las arreglaremos —concluyó el padre, molesto. Se recostaron en los lechos unipersonales, en espera de una larga noche. La endeble puerta de madera, muchas veces forzada, carecía de llave. Un pasador de zapatillas servía de barrera contra los drogadictos y pervertidos. Lomax quiso proteger a Skinny y escogió para ella la cama más alejada de la puerta. En el fondo sabía que solo la palabra del padre Giulianno y la bien cimentada fama de Carlos, los mantenía a salvo. Harry no podía ser de mucha ayuda. Sentía debilidad, mareos y escuchaba voces, desde hace días. —Nadie va a entrar aquí, somos los que estamos —les dijo Carlos, tranquilo, seguro. Así lo demostró. A las 3 y 20 de la madrugada tocaron la puerta. Una voz infernal rompió la tensa calma. 59


—¡Carlos!, ¡Carlos!, déjeme entrar... —No, hombre, te he dicho que no… Que el padre no quiere. —No me interesa, entro porque entro, Carlos. —No me obligues a sacarte. —¡Te mueres! Lomax y Skinny escucharon el diálogo, sin moverse. Carlos salió al pasadizo, la respiración de la voz cavernosa aumentó en intensidad. Oyeron unos ruidos secos, rápidos, y un auuuuuuuu, alejándose. Carlos regresó a la habitación, sin prestar mayor atención a lo sucedido. Tardaron en conciliar el sueño Los despertaron temprano. Tomaron agua de canela y pan de grasa en el desayuno. Uno a uno, desfilaron a las duchas de agua fría, ubicadas, en fila, en una pared del amplio patio. Al frente los inodoros, alineados, cubiertos por una cortina de plástico transparente. Lomax miró a Skinny. Ella captó la intención. Se sonrojó y desvió la vista hacia otra dirección. Los días transcurrieron, sin noticias del exterior. Lomax debía acompañarla a orinar. A las 6 a.m., en punto apareció Gladys, una enfermera gorda, seguida por dos guardias armados. Tenía el cabello negro, recogido en un moño apretado y un andar masculino. Empujó las puertas e ingresó a los dormitorios. A puntapiés despertó a los que aún dormían. Los hizo formar en el patio. Los baños habían sido desinfectados. Skinny no tuvo tiempo de ponerse las botas. En el piso, recién baldeado y 60


húmedo, residuos de gargajos y excremento. Gladys revisó gargantas, bajó y subió párpados. Los trataba peor que si fuesen caballos. —¡Trágatelo, te digo! —el vagabundo no abrió la boca. La enfermera hizo una señal al guardia que oprimió un botón del control eléctrico y activó el collarín. La descarga tumbó al hombre. El dolor lo hizo aullar. Gladys le pisó la cara para mantenerla firme. Lo obligó a tragar la medicina. Llegó el turno de Skinny. La enfermera la miró con lujuria. Le abrió a boca. Le palpó los senos. Ella la dejó hacer, sin bajarle la mirada. Le tocó el vientre. Quería humillarla. —¿Hace cuánto no vas al baño? —logró turbarla. Skinny no le respondió. Otra seña al guardia, y una descarga pequeña la puso rígida. Entendió que no le valdría de mucho desafiarla. —Cuatro días —respondió azorada. Gladys disfrutó de su mezquino triunfo. —¿Por qué? ¿Puede saberse? —preguntó, excitándose con la víctima—. Te puede dar una oclusión intestinal y no queremos ningún muerto aquí por descuido nuestro. Desesperado, Lomax intervino. —¡No se da cuenta de que los baños no tienen puertas, hija de puta! Les dije que la llevaran a un albergue femenino… —no pudo concluir la frase, una descarga eléctrica lo arrojó al suelo. Los guardias se lanzaron sobre él. —¡Más! —ordenó Gladys. Lomax convulsionó. Lograron inmovilizarlo, un guardia le puso una rodilla en la nuca, y otro se le sentó en la espalda. 61


—¡Basta, basta! —gritó aterrada Skinny. Silencio tenso. Gladys dijo a los guardias. —¡Agárrenla y pónganla en la mesa! Ella no se defendió. Carlos hizo un ademán de intervenir. Desde la torre central de vigilancia le llegó la risa del padre Giulianno y bajó la cabeza. Aún en el piso, Lomax vio cómo preparaban un enema color naranja. La colocaron boca abajo. Gladys untó la manguerilla con grasa animal, usada para cocinar, le corrió el hilo dental y la introdujo por el recto de la muchacha. El purgante pasó lento. La chica soportó la incomodidad. Por más que intentó ser fuerte, lloró. Gladys retiró el dispositivo. —Listo, suéltenla —y continuó con la revisión. Skinny arregló su ropa y fue a sentarse en una esquina del patio. Paseó la vista en derredor, aterrorizada. Los minutos transcurrieron. Sentía los retorcijones. Con disimulo Gladys dio una ojeada a su reloj de muñeca. Será inútil que resista, pensó. Lomax se incorporó, mareado. Skinny no aguantó más. Corrió hacia un inodoro y vació los intestinos. Con asco, con ruidos, con los ojos cerrados. Apretó los puños. Los hombres, excitadísimos, no le quitaron la vista de encima. —Alcáncenle un papel —ordenó Gladys. Lomax decidió asesinarla. El oxmatiano tullido se aproximó, en cuatro patas. Traía el papel higiénico, babeado, en el hocico. Skinny lo cogió autómata. A través de los pies desnudos sintió el frío del piso encharcado. 62


—«Están quebrándola» —pensó Lomax. La tensión sexual iba en aumento. Era una olla de presión. Harry intentó concentrarse, calmó la respiración y fingió desmayarse. Los guardias lo soltaron. Aguardó. Gladys pasó cerca de él. En un esfuerzo más de la voluntad que del cuerpo, se abalanzó sobre ella. No le alcanzaría el tiempo para estrangularla. Apuntó directo a los ojos. Le clavó los pulgares hasta que explotaron. Gladys aulló de dolor y corrió de un lado para otro. Los guardias apalearon a Lomax hasta desmayarlo. Al recuperar la consciencia, Skinny lo atendía. Hablaron poco esa noche. Lomax no encontró qué decirle. Le hubiera gustado ser un héroe o no solo un humano. —Tengo la solución —le dijo ella. Harry pensó que le hablaba de suicidio y trató de disuadirla. —Olvídalo —le respondió, calmada, explicándole lo que pensaba hacer. A la mañana siguiente, tras el magro desayuno, Skinny estuvo entre los primeros para tomar el baño. Deslizó su cuerpo hermoso entre los drogos y vagabundos semidesnudos. Se quitó cada minúscula prenda de ropa con delicadeza. Ellos la rodearon. Lomax no quiso ver. Ingresó a la ducha y se enjabonó lentamente. Frotó sus enormes senos. Pellizcó los pezones, que endurecieron. Deslizó una mano por el abdomen. Plano, musculoso. Lo sobó a fin de producir más 63


espuma. Apoyó las nalgas contra la pared de la ducha. Posó la otra mano en el monte de Venus. Con el dedo índice acarició los labios vaginales, lo subió hasta tocarse el clítoris. Abrió la boca y gimió. Muchos hombres se le arrojaron a los pies, para beber el agua que caía de sus esplendorosas cumbres. Penes deformes, intentaron forzarla, ella los resistía a medias, jugueteando. Era consciente de su poder. Carlos, imponente, parecía una estatua. A él debía vencerlo, y la erección en su miembro le indicó que no sería difícil lograrlo. Gateó hacia él, mojada por las duchas, por la orina. El guardia iba a dar la alarma. Un compañero le dijo espera… Skinny miró de frente a Carlos. Cogió el enorme pene, con ambas manos, y lo succionó. Por temor o fidelidad al padre Giulianno, él intentó resistirse unos segundos. Ella introdujo su falo hasta la garganta. El muchacho se vació rápido en la cara de Skinny. Su semen atrajo a los drogos, unos sobre otros. Eran pirañas que habían olido sangre. Si lo planeado salía mal, la destrozarían. La cogieron de los brazos y las piernas. Succionó lo que le pusieron delante. Carlos la observó y tuvo otra erección. A manotazos aportó a los drogos que yacían encima de ella. La penetró mirándola a los ojos. Skinny vislumbró un fondo de ternura y lo disfrutó. Los guardias activaron los collarines. Zumbaron con frenesí. Indiferentes a las descargas eléctricas,

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los hombres forcejearon, empujándose para conseguir un poco de placer. —¡Es urgente, llamen al padre Giulianno! — gritó un guardia. El padre llegó protegido en un traje de kevlar utilizado por la policía antimotines. Lanzó maldiciones mezcladas con blasfemias. Del cinturón extrajo un potente látigo. Tomó el interruptor eléctrico que controlaba los collarines. Eligió números al azar y les aplicó la máxima potencia. Los cuellos de los infelices explotaron en chorros rojos. —¡Bajemos! —ordenó el padre. Carlos, el único sin collarín, poseía a Skinny. —¡AB IMO PECTORE… LOS MALDIGO, BASILISCHIUM,BESTIOLAS, DIÁVOLOS…! —aulló el padre. Llegó donde Carlos y le abrió la espalda de un latigazo. Él se dejó maltratar, no por temor sino por costumbre. Aguantó, moviéndose dentro de Skinny tal una mantis religiosa… que esta vez no moriría por copular. Al incorporarse, aún tenía el miembro erguido. El padre lo miró. —Ego te absolvo… —atinó a decir, mordiéndose el labio superior. Ciego de furor levantó el látigo. Carlos lo cogió del cuello. Lo elevó del piso. El cura parecía un muñeco y él una divinidad, desnuda, legendaria. —¡AUGGGGGG! —el rostro del padre se puso morado. Los ojos saltaron de sus cuencas. Carlos lo arrojó a un costado. Pisó el interruptor eléctrico. Un guardia le apuntó a la cabeza. Falló. 65


El tiro le rozó el hombro. Otro sacó una pistola de balas expansivas. Iba a disparar cuando treinta sombras lo rodearon. Lomax salió del dormitorio. Carlos intentó agredirlo. Skinny lo impidió. —Está bien, vamos. No tardarán en enviar refuerzos. Carlos la cargó. La mantuvo así por kilómetros. Llegaron a un claro del bosque y la abandonó, sin más palabras. Lomax vomitó. Llevaba días de abstinencia. Ella lo contempló, sin denotar ningún sentimiento. Aún debían buscar al informante que les dijo don Jairo. No tenían otra opción que terminar lo que habían venido a hacer.

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XI Ramadán La Logia de los Caballeros del Fénix se reunía a pocas cuadras de la catedral. El Ramadán, un conocido restaurante de comida vegana, les servía de fachada. Al ingresar debían dar una contraseña al maître, para que permita el acceso a un sótano insonorizado. La Logia la componían seres excéntricos, cuya fijación consistía en menospreciar a los demás y buscar culpables para su infelicidad. Creían que ellos representaban la única posibilidad de resistencia frente al Estado Mundial. Mae Van Dyckmarc ingresó invitada por un amigo aristócrata que era compositor. Una tarde, le hizo un preámbulo poco significativo y se lo propuso. Ella entendió. Estaban seguros de que los transnacionistas habían sido los instigadores del cambio climático. Querían venganza. Vestido con una capucha púrpura el Orador tomó la palabra. —La Gran Crisis la creó el EUT al generar una superproducción ficticia, lo cual provocó falta de consumidores. Al producir tanto, no había ya a quién venderle, por más que lo fabricado durase días… Ahora están aliados con los sxards. Mantienen cuotas elevadas de consumo per capita. Pobre del que no las cumpla, si es que careces de créditos, la esclavitud será la forma de 67


pagarlas. Ellos han destruido nuestro mundo y deben ser castigados… —la voz del Orador sonó demasiado convencida, eficiente, a veces didáctica. Con un histrionismo, estudiado, asumía giros cercanos a la declamación poética o el teatro. Un cuadro del ave mitológica presidía la ceremonia. Varias copias manuscritas con los textos del Orador circularon entre los asistentes. Parte del ritual consistía en verter agua de mar sobre un altar de piedra pómez. Un bol alabastrino contenía la ofrenda. El Orador proclamó la llegada de una de una catástrofe marina y de un señor de la guerra emergido del océano causal. —Es un deber y destino histórico el refundar nuestro hermoso país —continuó. Luego, soltó una letanía. —Kyrie eleison, ¿Kyrie?, Kyrie fraude, Kyrie bomba, Kyrie farsa, Kyrie usura, Kyrie santidad plastificada —tomó un recipiente con agua de mar y la roció sobre una cruz gamada colocada en el altar. Los feligreses, despojados de sus capuchas, se despidieron con besos en las mejillas.

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XII Azrafarg Los fugitivos caminaron, un largo trecho, a través de las vías bloqueadas. Debían detenerse cada cierto tramo para que Lomax vomitara. Desde que bebió la preparación que le dio Liu Tan, la angustia por el NTE disminuyó y la fuerza le retornó, de a pocos, a los músculos. Incitados por la prédica del Pastor, muchos campesinos estaban dispuestos a dar la vida para luchar contra el Estado Mundial. Lomax y Skinny cruzaron por entre las barricadas y estos los miraron con recelo. Buscaron una cabina para sacar créditos de la cuenta de Harry. Consiguieron algo de ropa sintética y comestibles. Al llegar a un hospedaje, pidieron un cuarto con dos camas; para sorpresa del encargado. Lomax bajó al vestíbulo. Llamó a don Jairo. —Hombre, ¿qué te sucedió? ¿Dónde demonios estás? —El viaje fue un poco pesado. Ya estoy en la ciudad que me indicaste, calma. Dime, ¿dónde encuentro a tu informante? —Está bien, anota —le pasó una dirección y el nombre—. El tipo trabajó en la morgue. Él les dirá lo que quieran saber… —Hummm. —¿Cómo está la chica? —No lo sé, supongo que bien… ahora. 69


—Pensé que la querías. —Te equivocas. Esto es un negocio —pretendía engañarse, sentía asco por sí mismo. Colgó el auricular. Tras una noche pésima, fueron a la dirección indicada. Una aldea de pescadores, situada a 20 minutos. Ellos vivían de las pocas especies mutantes que sacaban del mar y de las conchas negras que crecían en los manglares. Las redes colgadas daban la sensación de normalidad de épocas pasadas… solo la sensación. Entre las casuchas de cartón, corrían gallinas famélicas de tres patas. Vendedores, con racimos de conchas en las manos, los rodearon. Lomax detuvo los ofrecimientos y le preguntó a uno de ellos: —¿Sabes dónde puedo encontrar a un sujeto llamado Azrafarg? El vendedor arrojó la mercancía a la tierra persignándose. Hizo una señal obscena y huyó raudo. Un niño al ver la escena se aproximó. —Son 30 créditos, señor, yo lo llevo. —Ok —le arrojó una tarjeta, marcada con 50 créditos. El niño, acostumbrado a los turistas, les pedía limosna en diferentes idiomas y dialectos. Caminaron un rato, hasta que les señaló una cabaña en el cruce de dos caminos. —Ahí es donde vive. —¿Parece que a la gente no le agrada? —No, solo el señor Jhon Toro lo odia. Es con el que usted se topó. Dice que asesinó a su hija 70


porque le gustaron sus huesos, dice que profanó la tumba, dice… —Está bien. No me interesa —lo calló Lomax. Entre el ruido de las gallinas, ingresaron a la cabaña. Un hombre delgado y altísimo, vestido de negro, revolvía un caldero. Tenía el pecho abovedado y el rostro de facciones acromegálicas. —Bienvenidos, los esperaba —los miró fijo, con unos ojos negros, carentes de iris, que refulgían con abyección. —No nos vengas con tus cuentos adivinatorios —respondió Skinny. —Me llamo Azrafarg —les extendió una mano pálida que sobresalía del gabán de cuero. La otra la tenía apoyada en un bastón hecho, al parecer, de fémures humanos. —Don Jairo me habló de ti, dijo que me ayudarías —lo abordó Lomax. —Es cierto. Slurjjjj —probó una cucharada humeante del caldero—. Es sobre la pareja asesinada en la Ciénaga. —Exacto, ¿sabes dónde puedo encontrar al que lo hizo? —Por supuesto —añadió en voz baja—. Todos lo saben por aquí, pero nadie va a decirlo. —Habla —dijo Lomax. —Está bien. Los ejecutores fueron los campesinos, y no por maldad. El Pastor los convenció de la importancia del ritual. —¡El Pastor! —repitió Skinny—. ¡A ese maldito queremos hallar!

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—¿Qué interés tiene en el caso, señor? ¿Saber por qué los mataron así?, o ¿qué descubrieron? — acomodó la cola de su cabello, lacio, azulado. Les recordó a un bajista new wave. Lomax se percató del sentido de sus palabras. Prefería ser él quien hiciera las preguntas y tomó la iniciativa. —¿Qué me puedes decir de él? —¡Ahhh!, el profeta del Apocalipsis, el dos veces encarnado. Les ha mostrado el camino. Guía al pueblo elegido a sitiar las ciudades donde habita la Ramera. A librar una Guerra Santa —a pesar del léxico fanatizado de Azrafarg, Lomax sospechó. —¿Por qué lo apoyas? —Porque he visto. Me habló en sueños y la luz me penetró —tocándose el corazón—. Pude sentirlo. Él perdonó mis abominaciones pasadas. Ahora soy el apologeta aquí. Lomax captó un incremento del brillo en los ojos del hombre. Azrafarg miró a Skinny. —A tu hermano le arrancaron los huesos de los miembros… Vivo. Lo anestesiaron con yerbas y vio que se los sacaban y lamían. Luego le extrajeron el corazón. Skinny, pálida, no quería creer lo que Azrafarg le decía. —¡BASTA! —gritó Lomax, que le había ocultado la terrible verdad. —¿No me creen? —¿Cómo lo sabes? —rugió Skinny.

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—Adivínalo —le respondió Azrafarg mostrándole el bastón—. Además, siempre recuerdo los corazones de los muertos. —Sacó uno del caldero, con un cucharón. A Skinny le produjo arcadas. Un grupo de pescadores ingresó. Portaban afilados machetes y puñales en las manos. Lomax golpeó a uno en los testículos, el hombre dobló las rodillas. Otro lo atacó. Cogía bien el puñal. Con el puño cerrado y la punta hacia abajo. No contó con que Harry voltearía tan rápido. Instinto de profesional. —¡Auuughhh! —gritó Lomax, furioso más que adolorido. La puñalada le rozó el brazo izquierdo. ¡CRACKKK! —sonó el tabique del pescador, destrozado por un golpe de martillo directo al rostro. Segundos, es lo que tardó Lomax en dar una patada al cuello del atacante, que se desplomó en peso muerto. Las manos de Lomax, endurecidas por la práctica, eran armas letales. El pescador, de rodillas, atinó a cogerse la nariz destrozada. Azrafarg se arrojó con la punta del bastón hacia adelante, directo al estómago del detective. Harry lo esquivó con facilidad y le aplicó un codazo en los pulmones. No recuperado por completo sentía el cansancio. Un hombre gordo y de baja estatura lanzó un machetazo contra Lomax. Este lo cogió del brazo y lo dobló. Sonó un TRACKKK….

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—¡Ayayayayyyy! —el hombre gordo sintió la extremidad en helio. —¡No lo maten! ¡Sujétenla a ella! —gritó Azrafarg desde el suelo. Al instante, Lomax giró y le lanzó una patada en el rostro. —¡Harry, ayúdame! —dos tipos sujetaron a Skinny. Un machete le presionó el cuello. Lomax levantó los brazos en señal de rendición. Azrafarg le reventó el bastón en la cabeza, dejándolo semiinconsciente. Los pescadores lo patearon. —Ya le informé al Pastor de tu presencia. Te quiere vivo. Le interesa hablar contigo. La chica no nos sirve, por lo menos no con vida. —¡Nooo…! —gritó Skinny. Lomax trató en vano de liberarse. Lo apresaron entre varios. Azrafarg se arrodilló delante de Skinny. Sacó una lengua enorme, bípeda, de serpiente, y la pasó por el vientre de la joven, marcándolo. Ella le reventó la nariz de un rodillazo. —¡Ahh!, maldita… —la sangre le chorreó hasta la boca, el sabor lo excitó. Los campesinos inmovilizaron las piernas de Skinny. Azrafarg cogió un bisturí. Hizo un corte tan rápido que por un segundo nada sucedió, hasta que las tripas cayeron al suelo… —¡Ajjj! —gritó Skinny. La sangre salía a borbotones. Azrafarg metió la mano, de largas uñas negras, por la herida, la movió. Ella moría. Azrafarg se aseguró de que Lomax pudiera verlo, antes de desmayarse… Arrancó un pedazo del hígado de Skinny y lo tragó. 74


—¡Sáquenlos de aquí! —¿Utilizará los huesos, señor? —Por supuesto. Que pongan a hervir el cuerpo —dijo, secándose la sangre. Una vez a solas, cogió un aparato de comunicación e hizo una llamada. Le contestaron al instante, desde una de las centrales secretas de la WIA. —Mañana lo enviaré con el Pastor. —Correcto. No debemos levantar sospechas. Colgó. Tuvo un deja vú de la conversación sostenida, hace unos meses, con el mismo agente. —Los informes resultaron ciertos, la antropóloga ha descubierto la ubicación de un gran tesoro. La copia de los mensajes que envió lo confirma. ¿Qué debo hacer con ella y con el muchacho? —Hay que eliminarlos. Debe parecer un acto ritual. Así mostraremos a la opinión pública el salvajismo de los hormigueros. —Entendido. Los cuerpos se pudrirán en la ciénaga, hasta volverse un tunjo21. Un tabú, una señal para quienes se atrevan a merodear por aquí. —Excelente. El plan continúa según lo acordado. Atacaremos en el momento oportuno. Espere instrucciones. —De acuerdo. Lomax despertó en un agujero escarbado en la tierra, tapado con una reja presionada por sendas 21Ofrendas

legendarias, hechas a las deidades chibchas.

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rocas. Frente, un guardia armado. Harry calculó que su prisión tendría unos cuatro metros de alto por dos de ancho. El fondo estaba repleto de hojas secas. Dispuesto a descansar, apoyó un codo sobre la hojarasca. De pronto sintió una vibración y una luz se encendió debajo de las hojas. Las removió. Era un dispositivo electrónico de uso múltiple oculto, por un prisionero anterior dedujo. Esperó unas horas, hasta convencerse de no ser espiado, y revisó el aparato. El resultado lo llenó de sorpresa al ver los apuntes de Ennma Von Thompson. —A lo largo del siglo XVI se gestó el mito de El Dorado… Halló el back up de un mensaje enviado a Mae Van Dyckmarc. Pensó que podría haber sido interceptado. —Tía, no vas a creerlo, estoy más cerca de lo que imaginábamos. Es más, si el radar de mano está en lo cierto, me encuentro sobre el tesoro. El mito es cierto, existe, repito, el Dorado existe y servirá a nuestra causa… Lomax no entendió el sentido de esas palabras. Imaginó la reacción de Mae al escucharlo. —Para esto me contrató. Oro, lo único que le importa. Por un instante, se vio ingresar a la ciénaga. Maldijo a los hombres y golpeó el agua fangosa con rabia. Quería ver ya el fin del planeta Tierra, enfermo de codicia y odio. Sintió dolor al pensar en la forma cómo fue asesinada Skinny. Le costó

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bloquear el recuerdo… que ahora volvía nítido, aterrador. Retomó los apuntes de Ennma: Se recuerda en especial, en el año de 1538, al capitán Gonzalo Jiménez de Quesada, vencedor de los chibchas, una sociedad agrocerámica. Motivados por Jiménez, los conquistadores españoles destruyeron esa etnia. O al menos lo intentaron. Así, su lengua, madre de las lenguas de los estados de Ecuador y Colombia, también desapareció… Una supervivencia acunó en las remotas montañas y la persistencia del mito… que no era tal. Ellos sumergieron su riqueza, las grandes paredes de los templos hechas con oro. Un material sagrado. El oro… en la ciénaga, desde hace siglos. Un tesoro que pudrió el alma de los conquistadores españoles. Una riqueza más allá de cualquier lógica. La chica estuvo en este lugar. ¿La asesinaron aquí y llevaron el cadáver en la ciénaga? ¿Por qué? —pensó. Utilizó el dispositivo y envió dos mensajes. El primero a don Jairo. No le respondió. El segundo, a Mae Van Dyckmarc. Le contó su descubrimiento. Ella le dijo: lo siento, no puedo ayudarlo. Escondió el aparato en el mismo lugar en donde lo encontró.

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XIII El plan inversión Klaus Haridan había decidido matarse. No encontraba manera de llenar el vacío que el hundimiento de Holanda le produjo en el alma; por un hecho que a nadie contaría. A las siete de la noche deambuló cerca de la muralla. El sol se ocultó en el mar generando un hermoso sunset. Encendió un cigarrillo disfrutó del espectáculo. Un último placer pensó. Terminó de fumar. Sacudió el fondillo de su pantalón de dril blanco y avanzó decidido hacia el muelle. Iba a arrojarse a las aguas contaminadas. Una mano le cogió el tobillo. El oxmatiano adicto le imploró unos créditos para poder mantener el vicio. Haridan se zafó molesto. Quiso patearlo. No lo hizo. Se vio regresar a casa, encender el aire acondicionado y prepararse un whisky con abundante hielo. Feliz. Una sonata clásica envolvía la habitación. Miró al oxmatiano con detenimiento y se alejó consternado. Al día siguiente, despertó con resaca. Trató de ordenar sus confusos pensamientos. Le costó creerlo. El oxmatiano le había mostrado el futuro. A bordo de un Transporte Móvil voló hacia el muelle. Encontró al extraterrestre en el mismo lugar, cubierto por un techo de bolsas que poco lo protegían del sol. Estaba deshidratado. Es por el NTE pensó Haridan. Le ofreció una mano y lo llevó 78


con él. Tuvo que inyectarle suero y dosificarle la dosis de la droga. Se las brindó a condición de que le explique cómo consiguió adivinar el futuro y proyectárselo en la mente y si es que podía hacer lo mismo con relación al pasado. —Es posible, en teoría. ¿Qué pretendes conseguir? —El universo es una gran mente. Debemos llegar a repensar los hechos que nos importan, situarlos en sus coordenadas exactas y podremos modificarlos. —Puede ser —la voz del oxmatiano sonó agotada—, necesitarías a muchos de nosotros… y una potente interface. —Lo sé —respondió Haridan, la mayor autoridad del planeta en lo que a la física intraespacial se refería—. El universo es una combinación de cuantos de energía. Les tomó cientos de años a los científicos darse cuenta de que los chamanes, los alquimistas, los santones, tenían razón. Las frases: los átomos vibran en la sonrisa de Dios o como es arriba es abajo, eran verdaderas en esencia. Descubrieron que la física cuántica del siglo XXI era más próxima a la magia que a la ciencia formal. Esa energía estaba viva. Solo les hacía falta el saber acceder a ella... Ni nuestros cerebros ni las mejores computadoras poseían dicha capacidad... Hasta que aparecieron ustedes... Si a los poderes que tienen le sumamos la tecnología híbrida, podremos lograrlo. A la semana, el oxmatiano falleció. Haridan vislumbró un objetivo, una meta. Recorrió las 79


peores callejuelas y bares en busca de oxmatianos adictos. Alquiló una casa en las afueras de la ciudad donde poder llevarlos y experimentar. Contrató agentes de seguridad, una enfermera y un experto en informática. Una vez que tuvo la certeza de que el llamado Plan Inversión tendría éxito, se dio a la tarea de reclutar seguidores. En el refugio situado bajo el Ramadán, en un cuarto oscuro yacían los oxmatianos adictos, en grupos de tres, amarrados a camillas con correas de cuero. El Orador había ordenado que les corten las piernas, la lengua y un brazo. Les dejó el otro para poder alimentarlos y hacerles llegar la dosis de NTE. Frente a las camillas, una gran computadora recibía la información proveniente de los cerebros, almacenándola para repetirla mediante procedimientos fractálicos hasta generar el cambio deseado en el espacio tiempo. El Orador preguntó a la secretaria. —¿Tienen listo el informe impreso? —Consignado con el número 4325754.2. —¿A qué periodo corresponde? —Al lapso de cuatro segundos posteriores a la era mesozoica. —Ummm —asintió el Orador—. Lo observó y dejó con el resto. La secretaria apretó un botón que descorrió una puerta de hierro. Apareció una pila de papeles sobre la que colocó el expediente.

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Una de las angustias del Orador consistía en evitar que los “historiadores”, el grupo de oxmatianos tullidos, pensaran un instante sin él. Para asegurarse, un grupo de cuatro cerebros sin cuerpo, que yacían en una substancia química, hacía el cálculo de las posibilidades en que el Orador pudiese existir. La transmitían a los historiadores por vía intravenosa. Dicho proceso era llevado a cabo mediante una solución líquida, oleosa. Un compuesto de microchips cargados de información, hechos a base de soja. Repensar la historia de la humanidad, hasta llegar a una realidad diferente a la actual, requería de un procedimiento complejo, que debía remontarse al inicio de la vida en el planeta. Una sola modificación, infinitesimal y las consecuencias serían inimaginables. Los créditos recolectados, entre los miembros de la Logia, permitían financiar el Plan Inversión, y al ELR (Ejército de Liberación y Resistencia); un grupo de mercenarios difícil de disciplinar, con un uniforme lujoso e incómodo. La WIA le pisaba los talones a la Logia, por lo que debía reunirse en la más extrema clandestinidad. Abandonaban cada refugio en cuestión de meses o semanas. —¿Cómo va el trabajo de los “historiadores”?, ¿cree que lo logren? —le preguntó Mae Van Dyckmarc. El Orador se tomó un tiempo antes de contestar. Pensó con detenimiento cada palabra.

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—Tengo la certeza de que sí, pero debemos duplicar la inversión. —Frotó el dedo pulgar e índice de la mano derecha. —Estamos cerca de descubrir lo que buscábamos. —Cree que el detective… Ella asintió con la cabeza. Confiaba en que Lomax la guiaría al tesoro que les permitiría seguir adelante con el Plan Inversión. —Tendremos que avisar al ELR para ir hacia el lugar —dijo el Pastor. —Claro. Deben estar preparados.

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XIV The kingdom Transportaron a Lomax, con las muñecas esposadas, en una sábana sujetada por dos bambúes. Un hueco en la tela le permitía observar las rutas inhóspitas. Por el camino, trató de entender, sacar una conclusión. A fin de evitar a los mosquitos gigantes y a las patrullas de sxards, la marcha la realizaron de noche. Llegaron a un campamento. Lomax divisó una puerta de troncos, flanqueada por dos torretas de madera. Encima, un cartel de neón que decía: EMBAJADA DEL REINO. Una evocación de las marquesinas de cine del siglo XX. Le sorprendió ver sxards de centinelas y no campesinos. De altavoces colocados en cocoteros, emergía una melodía fusión de psicodelia con flautas jíbaras y música sacra. Lo colocaron, bien custodiado, en una celda hecha de bambúes resistentes. El amanecer lo encontró sumido en variados pensamientos. Agudizó el oído, para captar mejor. Pudo oír la conversación entre un humano y un sxard, cuyo misticismo le sorprendió. El extraterrestre, llamado Vrag-roöog, tendría, al menos, unos 80 años terrestres. Lo que en tiempo sxard equivalía a ser joven. Contó al humano sobre su conversión:

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—Me sentí decepcionado al ver que cometíamos los mismos errores del pasado. «¿Cuál sería el desenlace, sino destruir el planeta?» Pensé. Hacía mi guardia, sin tener en qué ocupar la cabeza. Capturábamos hormigueros. Anduve la noche entera. Aproveché la ausencia de mi supervisor y me recosté. Al rato, escuché un ruido, ligero, pensé en un animal sigiloso. Me puse de pie. Levanté mi arma. Distinguí un brillo entre los helechos gigantes. ¡Alto!, grité. Una forma luminosa surgió y me dijo: —He aquí ahora el tiempo aceptable. He aquí ahora el día de la Salvación y el que invoque el nombre del Señor será salvo. —Hasta hoy lo recuerdo. ¿De qué hablas? le pregunté. Tenía las manos crispadas sobre mi láser. No entendía qué me impedía apretar el gatillo. Apresuré mis pasos. El humano me miró sin temor. Bajé el arma. —¿Por qué me sigues, Vrag-roöog? —me habló al subconsciente. Me hizo ver, en un segundo, lo que fue mi vida: el sacrificio de mis antepasados, el viaje, la milicia. Con voz poderosa, me dijo: por esto has matado… Quise arrojar mi arma e ir con él. Me detuvo: —Las uvas de la ira están maduras… Es momento de separar la paja del trigo. Solo una guerra santa purificará a las especies que habitan el planeta. Toma tu láser y sígueme. —Lo hice y no me arrepiento. El Pastor me mostró lo que nosotros nunca tuvimos, nunca.

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—«Claro, te fanatizó, con las palabras de un Cristo y una Biblia que jamás conociste» —pensó Lomax. Tocó el cambio de guardia y las voces se alejaron. La música sonó desde los parlantes. Atardecía, y el cielo tomó una coloración azul oscura con tonalidades rojas. Lo gratificó. Una escolta de sxards llegó a la celda. Debía acompañarlos. Le ataron las manos con sogas. Lo dirigieron hacia un hombre sentado en postura de flor de loto, sobre un viasasana22. Ese no es el Pastor, pensó Lomax. El asiento estaba decorado con ramas de palmera y plumas de pavo real gigante. El Pastor lucía una túnica blanca, lentes de sol y collares de sándalo en el cuello. La pléyade de santones usaba barba y el cabello largo y este lo tenía corto, tipo militar; detalle que llamó aún más la atención de Lomax. Los sxards lo empujaron, obligándolo a arrodillarse. —Bienvenido —le dijo el hombre, con una beatitud impostada. —¿Quién es usted? —El Pastor. Ordenó que la escolta se retire. Las manos, sin nudillos, musculosas, con cicatrices, delataban a alguien cercano al crimen. Sus movimientos eran Un tipo de trono de madera usado en la India. Servía para que los gurús fueran adorados por los seguidores. 22

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suaves y estudiados. Tendría unos 40 años y un físico envidiable. —Pasemos a mi oratorio, señor Lomax, o ¿prefiere Harry? —guiándolo a una pequeña estructura. —Dígame como le plazca… —Tranquilo, señor Lomax. Conozco el dolor que siente en el corazón. Me habla, necesita mi ayuda. Lomax guardó silencio y observó. —Usted no es el Pastor… —Lo sé, señor Lomax. Permíteme explicarle. Mi nombre es Jhon Blunt. Fui miembro de las Fuerzas Especiales Antialienígenas, mientras duraron, y agente de la WIA. Los sxards querían que encuentre al líder y lo mate y me enviaron aquí para infiltrarme entre los campesinos. Hasta que vi el sufrimiento, la esperanza de millones en mis manos. —Y la posibilidad de que lo adoren. Ser un dios —dijo Lomax. —Cuando llegué, el viejo ya había muerto. Con la información que me proporcionaron en la WIA, pude hacerles creer que era su reencarnación. El proceso de la fe es complejo. —¿Por qué me cuenta esto? ¿Qué espera? ¿Comprensión? —Vamos, señor Lomax, no me subestime. Usted no es tan estúpido. Harry forcejeó con las cuerdas por un acto reflejo.

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—Olvídelo, jamás podrá zafarse de las ataduras, son cuerdas de Gnoom, del planeta de los monstruos —refiriéndose a los sxards—. Veo que pretende atacarme. —¡Skinny fue asesinada por culpa suya! Usted ordenó la muerte de su hermano. —Yo no lo ordené. Azrafarg es un psicópata. A veces, actúa en mi nombre, pero por lo general él toma esas decisiones. En el caso de su compañera, debo decirle que lo lamento. —¡No es cierto! —Lomax intentó romper las ataduras. —Aun en el hipotético caso de que pudiera liberarse, no le recomendaría atacarme. —¿Qué quiere de mí? ¿Por qué no me ha asesinado? —Ya no asesino. Otros lo hacen… Si es necesario. ¿Usted cree que ahora lo sea? Harry negó con la cabeza. —Le tengo un regalo… Por la colaboración. Dos guardias se le acercaron, traían una tableta y un vaso con agua. —¡Olvídelo! —No es necesario que me lo agradezca. Un guardia le tapó la nariz, otro le golpeó el estómago, probaron muchas tácticas hasta que al fin cedió. El NTE le ingresó al organismo. Las palabras del Pastor tomaron forma, en color, olor y sabor. Lomax vio el Dorado y sintió el fango que corroía los huesos de los hispanos, descomponiéndolos sobre los caballos. Un olor a químicos le intoxicó el espíritu. Grab Väa Yä, la 87


Gran Lechuza se le presentó riendo. Masticaba un cardumen de peces en la boca. Harry pudo sentir la vida completa de cada uno, hasta la de los que quedaron fuera del ciclo de la fecundación, su nacimiento en la ciénaga, los miles de segundos que para ellos equivalían a días, un cúmulo inservible de situaciones diversas, hasta acabar dentro de ese pico fantástico. Grab Väa Yä le habló… con la voz del Pastor. Intentó concentrarse y bloquearla. La resistió. —¡Sáquenlo de aquí! —ordenó el Pastor—. Ya continuaremos nuestra charla.

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XV Apocalipsis Lomax pasó la noche, en posición fetal, sobre el piso de la celda. Sufría las consecuencias de haber recaído en el NTE y estaba a punto de volverse loco. No podía comer y lo poco que conseguía tragar era vomitado de inmediato. Deseó la muerte mil veces, sin fuerzas ni para buscarla. A la mañana siguiente, lo sacaron para conducirlo donde el Pastor. Buscaba más información y había decidido trabajar a Lomax, penetrarle la mente… —A usted lo persigue el remordimiento. La impotencia ante situaciones que considera injustas, el asesinato del honorable capitán Lomax y la muerte de Skinny. —¡Maldito! —gritó Harry. Escuchó una voz en el cerebro… lejana, amical. Regresó a la tarde en la que mataron a Percy Lomax. La veía más hermosa, soleada. —Harry, hijo, ¿qué pretendían de ti? —¿Quiénes, padre? —Tú sabes, los de la Logia... —No tengo idea de qué me hablas… —Es raro, tu amiga Mae pertenece a esa organización… —no terminó la oración. El rostro de Percy Lomax se rajó. La muralla ardió en feroces llamaradas. No obstante haber recibido cursillos contra los interrogatorios de sueño inducido, le fue imposible resistirse. 89


—Lo felicito, señor Lomax. Se percató al final. —Deja de hablar en mi cabeza, malnacido. —A lo mejor usted es, en realidad, un detective mediocre metido en un caso que no comprende… Qué lástima. —Piense lo que guste —herido en el orgullo—. Lo cierto es que lo resolví. A Ennma Von Thompson y a Joshua los mataron para que ella no revele la ubicación del tesoro. —¿Qué es lo que dice? A ambos los asesinaron para dejar una advertencia… —Vamos, usted no cree en esos cuentos. —¿Duda de mis creencias, señor Lomax? —El Pastor encendió una pipa—. Los designios del Señor son incomprensibles. Usted entiende — sonrió irónico. —¿Por qué apoya la instauración de un culto pagano? —Por una cuestión de ecumenismo. De respeto a la diferencia. Es una herramienta de unidad. El verdadero reino de los cielos debe ser construido aquí y ahora. Acaso, ¡no sanó Jesucristo al ciego, no revivió al muerto y multiplicó el vino y los panes! No le parece a usted que quería dejarnos un mensaje concreto: Aquí y ahora. Señor Lomax… Los chibchas creían que en el principio solo existían las tinieblas, o caos, o agua. Hasta que un ser supremo envió aves negras, portadoras de la luz a expandir la creación. De ahí al Verbo y el espíritu de Dios que flota sobre las aguas… Es lo mismo, expresado de otro modo. Los designios del Señor… La trilogía, (Sué), la luna (Chía) y el agua (Sía) es 90


equivalente a la del padre, el hijo y el espíritu santo. ¿Percibe las semejanzas? Harry intuyó que el Pastor deliraba debido a un alucinógeno mezclado con el tabaco de la pipa. —Y el sacrificio humano, ¿me dirá que encuentra similitudes? —Por favor, señor Lomax, el alma es eterna. Y acaso Dios mismo no nos dio el ejemplo al sacrificar a su único hijo… —Él lo resucitó, o al menos es lo que dicen... ¿Y qué piensa hacer con el oro? —Insiste. Le repito, mi reino no pertenece a este mundo. No me compare con sus “amigos” de la Logia. Los únicos que cambian oro por créditos son los agentes bursátiles del Estado y el mercado negro y a ninguno tenemos acceso. —No son mis amigos, es más no tenía idea de que existían hasta que… —Es cierto, cómo saberlo si jamás trabajó para la WIA. Usted ha sido utilizado. —¿Y usted no? ¿Tanto confía en Azrafarg? El Pastor endureció la mirada. Lomax lo vio hablar con un sxard que le alcanzó un aparato de comunicación. —Hola, Azrafarg. —Hola… señor. —Me vas a responder una pregunta. —Ordene... —¿Cuán grande es tu fidelidad? —Mi fidelidad… es inmensa... —¿Nunca me ocultarías información sobre, digamos... un tesoro? 91


—¡Jamás! Yo… no tengo idea de lo que me habla, señor... —no pudo terminar la frase y no fue necesario. Por las inflexiones de la voz el Pastor supo que mentía. —Está bien. No te preocupes. Te creo. —No sé qué infamias ha inventado el detective. Debimos matarlo, señor. —Tienes razón. Apenas colgó, Azrafarg llamó al contacto en la WIA. —He sido descubierto. ¡Deben adelantar el ataque! —Entendido. Váyase de la aldea cuanto antes. Regrese una vez que hayamos terminado. El Pastor volvió al lado de Lomax. —¿Y bien? —le preguntó Harry. —Es verdad. Azrafarg me engañó. Acabo de ordenar a un hombre de confianza que lo arreste. Lo traerá aquí y antes de acabar con él lo haré hablar. Veré qué conexiones cuánticas ha establecido, al explorarle la mente, y sabré la verdad señor Lomax. En la aldea de pescadores, el enviado por el Pastor ingresó a la choza de Azrafarg. —Adelante, hermano. Te esperaba —le dijo este sonriendo. —Debo llevarte donde el Pastor, no te resistas —lo acompañaban hombres armados de machetes. —Es lo correcto. Déjenme buscar mis pertenencias. —¡Apúrate!

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—Claro, claro. —Les dio la espalda. Rebuscó entre sus cachivaches—. Acá está —dijo—. Al fin. La pistola desintegradora acabó con los sujetos en cuestión de segundos. El Pastor se dirigió a Lomax. —En unas horas lo traerán… BRUMMMMM. Sonó una explosión terrible. Las naves del Estado Mundial devastaban la zona con cohetes de energía que arrancaron árboles de raíz. Azrafarg salió de la choza y gritó. —¡Traición! Las personas lo rodearon. En eso, vieron hongos de fuego elevarse entre la maleza. —¡Miren, atacan la Embajada del Reino! —con el brazo extendido, señaló la ruta que debían seguir. —¡Quíteme esto, por favor! —Lomax elevó las muñecas hacia el Pastor. Este dio un toque a las cuerdas con un aparato eléctrico sacado de su bolsillo. Ambos corrieron. Un estruendo se produjo cerca del lugar en el que estaba el detective. Aterrizó lejos, sumido en la inconsciencia. Una treintena de sxards fungía de guardia pretoriana del Pastor. Eran el objetivo principal de los pilotos, debido a su capacidad guerrera. El Pastor estaba seguro de que el día llegaría. No lo imaginó tan pronto, ni tan poco heroico. Trató de colocar un disco favorito… lo logró por unos 93


minutos, hasta que otra potente descarga rompió el tocadiscos. Sacó un arma y disparó. Ríos de ira le colmaron las venas. —¡A LOS REFUGIOS! —gritó. Los campesinos, sin protegerse, hacían el intento de disparar fuego antiaéreo. Los viejos se arrodillaron ante él, pidiéndole bendición, sin pensar siquiera en cubrirse. Les hizo una imposición de manos. —¡Santa es… la divina estupidez del pobre! Condujeron al Pastor, al interior de los laberínticos túneles cavados por los sxards. Quedaban diez de ellos. Un pelotón de agentes de la WIA y soldados de la infantería sxard descendieron de las naves. La orden fue terminante: entrar a los túneles, cueste lo que cueste. Los soldados sxards ingresaron en grupos de diez. Los conversos vendieron cara la derrota. Carecían de municiones y libraron batalla con las poderosas tenazas mandibulares. La operación tenía un costo elevado en bajas… —¡Vuélenlos! —ordenó el coronel encargado. Dispararon un gran cañón láser contra la entrada del túnel. En el interior, los sxards intentaron cubrir al Pastor con sus caparazones, al hombre que les enseñó que más allá del vacío había una esperanza. A diferencia de otras oportunidades, la “limpieza” de la zona no la realizaron según lo acostumbrado y dejaron con vida a hombres, mujeres y niños. Harry despertó con una sensación asquerosa en la boca. La garganta le ardía. Tenía el cuello rígido, debido al dolor de los músculos. 94


Logró mover una mano, negra por la sangre reseca. Sintió una pierna adormecida. La tanteó a fin de averiguar si aún seguía allí. El pitido en los oídos le impedía concentrarse. Disfrutó estar vivo. Tuvo sed y volvió a desmayarse. Azrafarg y los pescadores llegaron al anochecer. Los sobrevivientes les contaron lo sucedido. Antes de irse, encontraron a Harry Lomax. —Este es mío —dijo Azrafarg y ordenó que lo carguen. El aparato de comunicación de Azrafarg sonó. Él detalló lo sucedido. —No van a creerlo, el detective está vivo… —Lo cual nos conviene. Así debe permanecer. —Tenía planes para el malnacido… —Parece que no entiende. Necesitamos alguien de afuera para que cuente la historia. El boca a boca es efectivo. Su versión será más creíble que la de unos simples campesinos. —Entendido. El contacto de la WIA cortó. Abandonaron el lugar. Días después iniciaron los trabajos de dragado de la ciénaga para extraer el oro. Le colocaron en la pierna una substancia gaseosa contra el dolor. El frío lo hizo reaccionar. —Calma —le dijeron. Escuchó una voz conocida. —¡Déjenlo descansar! —«Otra vez en manos de la secta» —pensó. Una sonrisa agridulce se le dibujó en los labios, debido a lo absurdo de la situación. 95


Azrafarg habló a los suyos: —El Pastor nos lo advirtió. “Y de las cenizas volveré a través de mi palabra…”. Es tiempo de que alguien cargue con esa cruz… y continúe la obra que él dejó inconclusa. Harry lo escuchó. Lomax estaba recostado en un páramo, con provisiones para el viaje y créditos en los bolsillos. La mañana llegó, ajena al horror. La vida volvía a colorear el planeta. Dio uno, dos, pasos dubitativos, aún. Distinguió una carretera que se perdía en el horizonte, partiendo en dos el paisaje, y que lo llevaría lejos de esas selvas.

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Epílogo En el mismo instante en que bombardeaban a los hormigueros, en una operación coordinada, los agentes de la WIA ingresaron el refugio de la Logia. Un vigía activó la alarma que los conectó con el cuartel del ELR. Llegaron raudos, en camiones portatropa. No tuvieron tiempo de descender. Los recibieron a balazos. El combate duró una hora. Varios miembros de la Logia, pudieron evadir la cárcel a cambio de un elevado soborno. La corrupción era regla en la WIA. Detuvieron al Orador, sin que ofreciera resistencia y lo recluyeron en una cárcel subterránea. Fue llevado a una sala pequeña, pintada de blanco. Tenía por único mobiliario, una mesa de aluminio y dos sillas del mismo material. Sentado frente a él, un general sxard le realizó un breve interrogatorio y le detalló el procedimiento a utilizar para obtener más información. —¿Señor Klaus Haridan? —le preguntó con voz ronca, chillona, de timbre metálico. —Sí. Es mi nombre. —¿Tiene conciencia del delito que ha cometido? —Sí. —¿Está arrepentido? —No. —Primero le inyectaremos una substancia para que nos diga los nombres de los financistas. Nos dirá qué utilidad tienen los oxmatianos que llaman “historiadores” y los cuatro cerebros. 97


—Lo sé —sin mostrar preocupación. Sonrió al pensar que ni siquiera compartía la causa. En realidad, había utilizado a los miembros de la Logia. El Orador existía ya en otro tiempo imposible de recuperar, en las veredas que recorría el motivo real de su cruzada. Sara, la secretaria personal de Haridan, tenía los cabellos dorados y una mirada celeste cargada de ternura. Recién la cortejaba. Justo cuando pensó declararle su amor, sucedió la tragedia. Solo las clases sociales privilegiadas fueron informadas. Ella no pertenecía a ninguna. No tuvo tiempo de huir. Un contacto en el gobierno holandés llamó a Haridan, que se encontraba en otro país, para advertirle. Demasiado tarde. De ahí su intento desesperado de recrear otra historia, en la que él y Sara pudieran estar juntos… —¿Cómo desea ser ejecutado? —Da lo mismo, ¿no? —le respondió. El general sxard se retiró. Un escolta ingresó con la inyección. El Orador parecía dormir sobre la mesa. Al moverlo, cayó al suelo. Tenía los ojos volteados y espuma en la boca. Había ingerido una micra de Vertex, veneno mil veces más poderoso que el cianuro, oculto en el interior de un anillo. Los agentes de la WIA rodearon la casa de Mae Van Dyckmarc. Uno de ellos tocó el timbre. Nadie respondió. Al oír un disparo. Derribaron la puerta. Encontraron el cadáver en la sala, recostado en un sofá, con una bata de seda oxmatiana; autoajustable al cuerpo. En el ambiente música de tiempos idos;

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para ella, los mejores. Nunca más un mundo que pretendía suyo y que amó demasiado… La tarde se posó sobre la oficina de don Jairo. Conforme aumentó el grado de brutalidad del relato de Lomax, el Cónsul contrajo el rostro. —Y ¿qué piensas hacer ahora? —Retirarme. Ya cerré la oficina. Debo buscar una verdad, lo que sea que me brinde sentido. —¿Dónde la hallarás en este mundo? Lomax no respondió. Le dio la mano y caminó hacia la puerta. Antes de salir se fijó en el titular del diario, vespertino, que don Jairo había dejado en la mesita de la entrada. Leyó en grandes letras de molde: SE REINICIAN LOS BLOQUEOS, osos hormigueros colgados en postes indican que la secta... Al pie, la consigna: ROGAMOS A LOS HABITANTES COMPROMETIDOS CON LA CIVILIZACIÓN: DENUNCIAR A LOS CÓMPLICES DE LOS SALVAJES, QUE SOLO QUIEREN LA ANARQUÍA Y EL CAOS. Lomax guardó silencio. —Y al tercer día resucitó de entre los muertos —masculló. Después de lo vivido, no sabía ya qué pensar. Cerró la puerta. El calor le golpeó el rostro. 99


Don Jairo tuvo la certeza de que nunca más volvería a verlo. Sirvió un vaso de ron y lo bebió. Hace mucho que no estaba para sensiblerías. El hecho de que Lomax estuviera vivo le proporcionó alivio, ya que creía haberlo enviado a una muerte segura… —«¿Qué más podía hacer? Soy un funcionario y debo obedecer» —pensó. —Yo me encargo. Puedo asegurarles de que no llegará a ninguna parte con las investigaciones — aseguró nervioso a los mismos agentes de la WIA que lo “visitaron” en la oficina meses atrás. —No es correcto, a decir verdad ha hecho avances y queremos que llegue más lejos aún. Nos interesa que siga en contacto con Mae Van Dyckmarc, al menos hasta que podamos hallar el nuevo refugio de la Logia. Ellos nos preocupan. Mae es un importante miembro de la organización y muy cuidadosa. El crimen de la sobrina le ha hecho cometer errores: llamadas desde el mismo dispositivo con el que habla con miembros de la organización, depósitos rastreables. Parece ser que tienen un proyecto ultrasecreto... Para mantenerlo requieren créditos u oro. A Lomax debe enviarlo aquí. —dijo extendiéndole un mapa. —¡Cooff, cooff! —don Jairo pidió disculpas y tomó un vaso de ron. —Continuemos... Tenemos un agente allí. Azrafarg. Le hemos encargado redireccionar la lucha de los hormigueros hacia fines que nos convengan. Reconocemos que es un grupo con el que no existe mayor riesgo, en realidad. El 100


problema pronto quedará resuelto. Podríamos desaparecerlos, pero nos es necesario crear un mito. La idea de una oposición al Estado Mundial siempre es provechosa. Nunca debemos dejar a la masa sin una posibilidad de resistencia. Así sea una ilusión. A los sxards lo que más les importa es acabar con los monstruos conversos que siguen a Blunt, a fin de evitar el mal ejemplo. Azrafarg nos ha confirmado que existe un tesoro inimaginable en la zona y... No le resultó agradable recordar esa conversación. Pensó en la cantidad de años que se conocía con Harry Lomax y con el padre de este. Secó su cara con un pañuelo percudido. Lo extrañaría… un tiempo, hasta que poco a poco incluso su nombre ya no le revista significado.

FIN

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Biodata del autor: Francisco Adriano León Carrasco, nació en Lima el 8 de mayo de 1975. Es escritor, poeta, editor, historiador, músico. Cursó estudios de literatura en la UBA (Universidad de Buenos Aires). Presidente de la asociación cultural Red Artística Salamanca (2001 -2015). Fundador de la revista literaria La City (2001 -2014). Promotor cultural.

Ha publicado las siguientes obras:

Resplandor Púrpura (Novela, Grupo Editorial RAS, Lima, 2004). Ad Gloriam (Poesía, Arteidea editores, 2006). La historia de Salamanca de Monterrico tomo I (Ensayo, Grupo Editorial RAS, 2006). La historia de Salamanca de Monterrico tomo II (Ensayo, Grupo Editorial RAS, 2008). Sandra (Poesía, Maribelina editores, 2009).

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Summer Screams (Poesía, Hipocampo editores, 2009). Historia de Sangallaya (Ensayo, Distrital Sangallaya, 2012)

Asociación

La historia de Salamanca de Monterrico tomo III (Ensayo, Fondo Editorial del Municipio de Ate, 2012). Tigres de Papel (Novela, Altazor Editores, 2013). Salamanca Sixties Un estudio sobre el rock en la Clase Media de Lima (Ensayo, Editorial Selección Gallera 2014). Los Stones (Novela, Animal Literario, 2016). Song From Lima (Poesía, Korriente A editores, 2017). Wanka Rock, historia del rock en Huancayo de 19591979 (Ensayo, Korriente A editores, 2017). Manco Inca y la gran guerra de reconquista (Novela juvenil, Zafiro Editores, 2018). Cartagena Road (Novela ciencia ficción, Korriente A Editores, 2019).

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La universidad popular Gonzáles Prada de Vitarte, construcción de ciudadanía desde lo subalterno 19211930 (Ensayo, Municipalidad de Ate 2019). Tayta, Cáceres y el secreto de la traición (Novela histórica, Cacho & León editores, 2019). Como el viento cabalgando al sol, antología de la literatura de Salamanca de Monterrico 1966-2018 (Ensayo, Fondo Editorial del Municipio de Ate, 2019).

Reconocimientos:

Mención honrosa a nivel nacional en el concurso de Poesía Iberoamericano, Cuento y Dramaturgia 500VL, organizado por el Boulevard de la Cultura de Quilca y la Municipalidad de Lima (2005). Segunda mención honrosa en el concurso mundial de poesía erótica Bendito sea tu Cuerpo, Casa del Poeta Peruano, CADELPO (2008). Nombrado visitante y vecino ilustre de varias ciudades del Perú. 104


Ha aparecido en 20 compilados de poesía a nivel mundial, incluye traducciones al francés y portugués de su obra. Dirigió el equipo técnico para la elaboración del Plan Municipal de La Lectura y el Libro de la Municipalidad Provincial de Cusco (2017). Ha sido columnista de los diarios: Extra, Diario del País, Diario del Cusco, El Sol del Cusco y de las revistas digitales: Sonámbula (Argentina), Cronopio (Colombia), etc., y editor periodístico de la revista Open Cusco. Conductor del programa El Rincón de Los Incomprendidos por HCM TV RADIO y de Palabra X Palabra por HCM TV RADIO. Es columnista de la revista Cocktail, del semanario Qosqo Times y del portal Valor.pe. Editó el poemario Yuyarinapaq del maestro Alberto Quintanilla. Dirige Francisco León Editor.

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