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Editorial Solaris de Uruguay
Fundada en enero de 2018
Copyright © 2021 Editorial Solaris de Uruguay Todos los derechos reservados.
DEDICATORIA A todos los que han apoyado Moulin Noir desde el inicio del proyecto.
CONTENIDO Agradecimientos
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La columna del editor
N.º pág. 5
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Sueños vitales
N.º pág. 7
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Abril Bailei – 4
N.º pág. 39
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Elia Steampunk
N.º pág. 53
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Shusaku Ooi
N.º pág. 67
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Selene y la oscura noche de navidad N.º pág. 85
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Insanus Prófungo
N.º pág. 103
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El caso Gangadolf Meyer
N.º pág. 109
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Jack Ledger
N.º pág. 123
Staff editorial, arte interno
N.º pág. 139
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AGRADECIMIENTOS A Editorial Aeternum por permitirnos continuar con la responsabilidad de esta serie, a los escritores y lectores que aman la literatura pulp que representa esta publicación.
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La columna del editor El proyecto Moulin Noir comenzó hace ya varios años, los primeros tres números fueron editados bajo Aeternum, editorial peruana amiga, y pueden descargarlos en el sitio web www.lektu.com, es de vital importancia estar al tanto de esto ya que Editorial Solaris de Uruguay ha tomado el relevo en esta publicación y muchos de nuestros lectores tal vez no están enterados de su pasado, con muchos antihéroes, villanos y personajes fuera de lo común. El toque pulp me sedujo desde el primer momento de la convocatoria inicial y así se creó Abril Bailei por mi parte y muchos otros personajes que han adornado las páginas desde la primera horneada. Están invitados a descargase los volúmenes anteriores si son lectores que recién toman contacto con la propuesta que va a incluir seis números. Luego vendrán otras sorpresitas vinculadas a esta idea. Hay aventura para mucho tiempo ya que nuestras cabezas no se detienen nunca. ¡Tendremos nuestro propio recopilatorio de los ejemplares originales y con textos pulidos para la ocasión! Dicho esto, se encontrarán con escritores conocidos y con nuevas participaciones, todos de un gran nivel y de notable imaginación. Ha sido un orgullo poder continuar con esta saga y con su edición general. No podía quedar sin conclusión. Como verán a continuación, hay cambios estéticos. Hablemos brevemente del arte que acompaña este número cuatro. Para la tapa utilicé una fotografía de Narelle Cioli, parte del staff de Solaris ya que fue correctora de estilo en Líneas de Cambio – Antología de ciencia ficción latinoamericana, uno de nuestros libros más vendidos por Amazon y en la feria del libro de San José, cuando nos enfrentamos en 2018 a las grandes editoriales con ediciones artesanales. También ahora está colaborando en Solar Flare – Metal pesado, de próxima aparición. ¡A esperar esta joya! Basándome en nuestra compañera de faenas realicé un retrato digital con tonos psicodélicos, esta mente sigue unida a los dioses primigenios y surgieron tentáculos lovecraftianos, ya insinuando un cambio profundo en la estética de estos proyectos 5
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venideros. Para el interior tenemos un grabado en madera y grabados en acrílico a punta seca con fotomontajes, a cargo de Pascual Grippoli y el que les escribe. Deseaba una ruptura conceptual y el camino de introducir abstracciones plásticas en una publicación actual no es algo común. Se utilizó un escáner de alta gama para digitalizarlos debido al tamaño de cada obra. ¡Y permite hacer locuras nuevas! El proceso de impresión de los mismos es manual y bastante complejo, se utiliza papel húmedo y tintas de imprenta, así como trabajar con puntas filosas para horadar la superficie. Los invito a buscar más sobre estos procesos gráficos fascinantes. Por eso van a encontrar esa abismal diferencia artística con los números anteriores. También se decidió que todo el interior sería a blanco y negro para dotarlo de una presencia especial y profunda. ¿Más oscura, tal vez? Espero que sean de su agrado. Seguiremos por ese camino vanguardista. Quién sabe lo que vendrá luego… Tenemos tres números por delante, plagados de aventuras inolvidables. Esperamos que las disfruten y nos den todo su apoyo descargando, comentando y compartiendo. Ese es el salario cuando una publicación es gratuita y tiene alcance internacional. No puedo dar más que gracias al amigo Rigardo por confiarme esta tarea, él ha seleccionado a los artistas que nos acompañan hoy. Todo mi cariño a tan talentoso escritor que el destino ha hecho que compartamos ya varias publicaciones. Y creo que vendrán más todavía. Ahora les dejo con los verdaderos protagonistas, los relatos que de forma gallarda participan en este renacimiento. ¡Qué bello es el mundo de las letras! Y qué bello es estar disfrutando de un conjunto de textos tan fuera de lo común. ¡Se abren de nuevo las puertas de este Moulin Noir y viene cargado de magia, misterio, terror, suspenso y cosas a cada cual más singulares! ¡A disfrutar! Lord Víctor Grippoli de Bandrum
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Sueños vitales Carlos Enrique Saldívar
«Viví, dormí, soñé y hasta he creado —pensó Martín, ya turbia la pupila— un hombre que vigila el sueño, algo mejor que lo soñado».
Antonio Machado.
Sé que debo iniciar esta historia en el punto apropiado, es por eso que lo haré retornando a un momento muy agitado de la infancia, cuando tan solo contaba siete años. Siempre he tenido una capacidad extraordinaria para soñar. Mi madre solía ser de esas personas que se desvivían buscando el significado de los sueños. Una personalidad mística, alejada de la realidad. En verdad nunca fue una mujer feliz. Cuando papá murió, al tener yo dos años, su mundo comenzó a derrumbarse hasta convertirse en «ello» por aquel entonces. Ella no me trataba muy bien, pero sé que en el fondo me quería. Se decantó hacia el alcohol y las drogas hasta encogerse poco a poco, como un guiñapo. Si yo hubiese sido cinco años mayor, hubiera podido salvarla, sin embargo, era un niño miedoso que cursaba el segundo 7
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de primaria. ¿Cómo suponer que ella se emborracharía de tal manera? Había tomado en exceso, siempre lo hacía en aquel bar junto a la carretera central, un área oscura y melancólica donde yo pasé mis primeros años. Ella se derrumbó sobre la calzada, apresada por las ocho copas de whisky que había bebido. ¿Por qué nadie la acompañó a casa? No era una mujer guapa, pero cuando una fémina era coqueta, podía conseguir al hombre que deseaba. Eso lo sé ahora. En aquel entonces no lo sabía. Mamá no era ese tipo de «coqueta». Al crecer, me daría cuenta de que la solidaridad y el altruismo no eran cualidades propias de la realidad en la cual se desenvolvía mi existencia. La sensación fue extraña. Mami, por favor, no te alejes. No. Ella vino hacia mí, caminando, extendió sus brazos, luego cayó. Estaba muerta. No, desmayada; solo privada de consciencia. Me acerqué a ella, me arrodillé junto a su enjuto cuerpo e intenté despertarla. La moví, una vez. Otra vez. Tantas veces como pude. A lo lejos vi dos luces redondas que me cegaron, un enorme tráiler se dirigía hacia nosotros. Era de madrugada, la 1 A. M. Tal vez más. No sería culpa del vehículo si nos arrollaba. Era su ruta. Mamá estaba tirada en medio de la pista, lo cual no era correcto. En menos de un minuto las ruedas del transporte acabarían con aquella que me había dado la vida. Yo tenía siete años, aunque era alto para esa edad. Abracé a mamá y jalé de ella con todas mis fuerzas, las que habitaban en esta pequeña humanidad de un metro cuarenta. El carro solo rozó sus tacones púrpuras. Intenté despertarla. Probé varias veces sin 8
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obtener resultado. Tras pocos minutos, un automóvil azul se detuvo. Una pareja mayor descendió del mismo, lucían como buenas personas. Se acercaron, intenté hablarles, pedir ayuda. El hombre llamó por su celular para solicitar auxilio. Yo lloré. Lloré sobre el cuerpo de mi progenitora, un mar de lágrimas. —¿Por qué lloras, Martín? ¿Qué haces por estos lares a estas horas? Mamá me miraba, sus ojos hinchados de curiosidad. Me abrazó... y yo desperté. Desde ese día, esta vida cambió. —¿Pueden entenderlo? Yo nunca estuve ahí y, sin embargo, estaba dentro de la mente de mi madre. Para ser más exactos, dentro del subconsciente, el lugar donde se producen los sueños. No solo eso, pude ayudarla, y ella me vio. —¿Está diciendo que usted logró salvar la vida de su madre a través de un sueño? —Exacto. Eso mismo. ¿No cree que tan solo pudo tratarse de una coincidencia? Ese tipo de casos suceden muy a menudo. Hay ejemplos documentados... —Eso creí yo. Pero los hechos que viví a partir de entonces cambiarían tal modo de pensar. Tan solo tenía siete años; para mí, había sido soñar, aunque todo lo que mamá contó después coincidía con el extraño fenómeno. A su vez, yo le narré los hechos soñados uno por uno: el desmayo, el tráiler, cómo logré 9
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rescatarla. Estoy seguro de que ella lo creyó. Pero nuestra historia no tuvo final feliz. A pesar de todo, con el tiempo, ella se sumió en el alcohol hasta hacerse irreconocible. Se volvió heroinómana, se prostituyó. Fue trágico. Cuando yo tenía diez años, ella falleció. De una sobredosis, encima del cliente con el cual estaba... en un prostíbulo clandestino. —Suena duro. ¿No pudo salvarla aquella vez? —No, ella murió a las ocho de la noche. En aquel momento yo estaba en la casa de un compañero del colegio, viendo una película. Además ella no murió dormida, y yo tampoco dormitaba. Piénsenlo un segundo, no hubiera sido bonito para un niño de diez años salvar a su madre de la muerte mientras ella... —Entiendo. Desde los siete hasta los diez años, ¿no se manifestó otra vez dicha habilidad? —No. —¿Y a partir de la muerte de su madre? —Sí. Vean, lloré su muerte por casi un año. Los de servicios sociales me llevaron con una familia adoptiva, pero no duré mucho tiempo con aquella. El Estado pagó los estudios en un colegio público. A pesar de este gran apoyo, tuve que ganarme la vida trabajando la mitad del día. Parte del dinero de ese trabajo, que consistía limpiar baños, era puesto en una cuenta corriente a mi nombre. Yo podría retirar el dinero cuando cumpliese dieciocho años. Y, claro, la habilidad se manifestó de nuevo, lo hizo con fuerza después de que yo celebrara en completa soledad mi cumpleaños número once. 10
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»Siempre soñaba con gente en problemas. Una vez, cuando tenía doce años, la imagen de un niño, que había escapado de la casa hogar donde vivíamos, se hizo tangible en mi mente. En ella, él era golpeado con fuerza hasta casi la muerte, en el sueño pedía ayuda, pero un hombre grande y gordo lo rodeaba, y no me dejaba acercarme. Cuando desperté, supe que todo había ocurrido de verdad. Por desgracia, yo hablé tarde con la maestra que nos cuidaba. Cinco horas después del sueño, describí el lugar donde vi su cuerpo, la mujer no me creyó al principio, más luego de veinte minutos se acercó y dijo: Martín, ¿juras por Dios que viste a Daniel siendo golpeado en ese lugar para luego ser abandonado? Sí, lo juro, maestra. Lo juro por Dios —contesté. Nunca he creído en Dios, pero la dureza de la calle me enseñó a respetar a la gente católica y a jurar por Dios cada vez que un rostro lleno de confianza rogaba que lo hiciera. Lo encontraron de noche en un terreno baldío. Había agonizado cerca de seis horas. La policía se acercó a mí y pidió que describiera los hechos. Yo, muy atemorizado, relaté todo paso por paso. Luego, instaron a que describiera al hombre. Minutos después, un policía, alto y con un grueso bigote marrón mostró una foto. ¿Este es el sujeto que viste? Yo asentí. Descubriría después que el asesino era un tipo ancho y grande que se hallaba llorando mientras se llevaban el cuerpo de la víctima. Un tipo que fingía, de un modo tan hipócrita que llegaba al patetismo. El padre de Daniel. ¿Por qué lo mató? Porque su hijo de trece años lo había denunciado por vender drogas en la calle dos años antes. El tipo había sido excarcelado hacía quince 11
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días. Simuló una conducta ejemplar durante ese tiempo. Por eso nadie lo relacionó con el crimen. Además, la llamada a la comisaría había sido anónima. Más adelante el chico, mediante una carta, aceptó su responsabilidad con respecto a la captura de su progenitor. Los terribles hechos acaecidos fueron una venganza, una enferma venganza. Me sentí terriblemente mal. Por el crimen y por mí mismo. Fui testigo de todo en cierta manera. Durante buen tiempo cargaba la culpa del odioso hecho. —Un segundo, detenga su relato. ¿En qué distrito tuvo lugar el asesinato? —En San Juan de Miraflores. Pamplona Baja. —¡Domínguez! Quiero que busque ese caso en los archivos, use mi computadora, con cuidado, es nueva; carpeta de casos «extraños», de paso, comuníquese con la comisaría de Pamplona Baja, en San Juan de Miraflores. —Hemos verificado el hecho, en verdad aquello sucedió. —Ustedes sí que son rápidos. —Por favor, prosiga con la narración. —Poco a poco lo que cuento se va haciendo más verídico, ¿no? Pues créanlo, todo eso ocurrió. Sin embargo, al principio estaba siempre mal. Siempre soñaba con gente conocida, con vecinos y amigos, una vez soñé con don Huertas, el señor que vivía al frente de la casa hogar. En el sueño, yo me hallaba de pie junto a su cama, él abría los ojos, me miraba y decía: Martín, ¿qué haces aquí? De pronto sus ojos se agrandaban a una velocidad inquietante, musitaba entre sollozos: ayúdame, Martín, me muero, las pastillas, 12
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mis pastillas... ¿Dónde están las pastillas? En el cajón, niño, me muero, es horrible, no puedo llegar a ellas... Llama a Josefa, la enfermera... Ha ido al baño, o dame... las pastillas. »Abrí el cajón, destapé el pomo de las pastillas, le di dos al anciano, le alcancé un vaso de agua, incluso grité: ¡Josefa!, con todas mis fuerzas. Ella llegó corriendo al cuarto, cubierta con una toalla, cogió el teléfono y llamó al doctor. Don Huertas se había puesto rosado, respiraba con extrema agitación. Ella no me vio. Luego relataría que oyó un extraño sonido que venía de lejos, semejaba el chillido de un niño y provenía desde el cuarto del paciente. Por supuesto, luego se comprobó que nunca hubo un infante ahí y el alarido, sin duda, había surgido de la garganta de mismo señor Huertas. »Aquel hombre sobrevivió. Era la primera persona a la que había salvado. »Él contó la historia, mas nadie le dio crédito. Días después me acerqué, en la calle, y le dije que, por favor, mantuviera el secreto. Me dijo: —Nunca estuviste en la casa, ¿cierto, Martín? —No, don Huertas, es decir… sí; de algún modo lo estuve — contesté. —Me salvaste, niño, eres un héroe, que lástima que nadie lo crea. —Mejor así, don Huertas, los chicos de la casa hogar no dejarían de molestarme —repliqué.
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—Gracias, mil gracias, pequeño ángel. Ahora quisiera pedirte algo. Yo ya soy un hombre viejo, cuando me llegue el turno de emprender el gran viaje, no interfieras, por favor. Ya he solucionado todos los líos de mi vida y quisiera irme en paz. Gracias, siempre mantendré tu recuerdo, chiquillo. »Cuando el señor Huertas hablaba del gran viaje, se refería a la muerte. Yo había convivido con ella desde muy pequeño, aunque recién en el presente momento comprendí que habría algunos instantes en los que debería dejar que la muerte ocurriera. »Y, por supuesto, habría otros en los que tendría que evitarla. »Era maravilloso, aunque al mismo tiempo siniestro. »No sucedía todas las noches. A menudo, yo hacía de espectador, vigilaba las vidas de aquellas personas que me rodeaban. El alcance era grande, quizá se extendía a todos los habitantes de mi ciudad. Era fascinante ver todos los tipos de irrealidades que eran capaces de crear las personas. El subconsciente era otro universo. Los mejores mundos eran los de los niños pequeños y los ancianos. Sí, en mi ciudad había varios asilos y muchos de los residentes de esos lugares morían dormidos. Era raro verlos ahí, ancianos y ancianas, tendidos en sus camas, extendiendo sus párpados, brindándome una mirada nostálgica, pensando que yo era un ángel que iba a conducirlos al más allá. Siempre imaginé a la muerte como algo sombrío, tétrico, que se llevaba las almas al otro mundo con violencia. No. Era una luz, una luz increíble, más radiante que la del sol. Esta recogía las almas de aquellas personas mayores y las cargaba consigo en su 14
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seno. Todos tenemos una luz interior, la cual nos da vida, o por qué no decirlo, que es la vida misma. Esta luminosidad nunca se apaga, solo emprende un viaje hacia un lugar fabuloso, un espacio que nuestra imaginación es incapaz de concebir. »Ese era un tipo de muerte en la cual yo nunca intervendría. »Y había otro tipo de muerte. La cual me mantenía activo en la etapa del sueño. »Dos o tres noches a la semana, ocurría. Una vez salvé una mujer que fue lanzada de un carro en marcha. Su cuerpo quedó al borde de un acantilado. Se durmió, en su sueño gritaba para que alguien la rescatase, estaba a punto de caer, solo se enredaba con una rama. Yo tenía quince años. Era muy fuerte. Logré sostenerla del brazo derecho y la subí hasta la acera, una baranda rota era la línea entre la vida y la muerte. La mujer fue agradecida. Me abrazó y me besó en los labios. Era menuda y delgada, y era bonita. Me agradó lo que sentí en ese momento. Luego tuve que dejarla. Cuando una patrulla se detuvo junto al cuerpo desmayado. »Nadie sabía mi nombre, pero el retrato hablado aparecía en los diarios. Era conocido como «El vigilante del sueño», un ser que siempre estaba presente cuando una persona se hallaba dormida, al borde de la vida y de la muerte. Yo solo lograba actuar dentro de los sueños de la gente. No podía evitar que una persona muriera despierta a la luz del día. Que alguien recibiera un balazo por parte de delincuentes. Que hubiese un atropellamiento o que una persona decente fuese apuñalada en una calle oscura por asaltantes. Solo podía actuar en los sueños y eso me enervaba. Con 15
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el tiempo fui madurando, entré al ejército, y estuve dos años ahí desde los dieciséis, las faenas físicas llevaban a un sueño profundo; por supuesto, nadie podía ver mi rostro. Dormía con un antifaz blanco. Y cuando salvaba a alguien, se veía nada más a un desconocido con una máscara blanquecina. El vigilante del sueño aparece, otro fabuloso e inexplicable caso, rezaba el titular de un periódico de escasa lectura. La poca gente que alguna vez vio mi rostro, se olvidó de él. Desde ese momento los ojos dos ciudadanos se concentraron en una imagen enmascarada. Hubo un par de reportajes sobre esto en televisión, un programa de radio le dedicó dos horas, se escribieron unos cuantos artículos en mi honor, hechos por un psicólogo, un sociólogo, un par de psiquiatras, tres neurólogos y algún director de una revista de literatura fantástica. —Detenga su relato unos instantes. Por favor. Domínguez, ven aquí, quiero que consigas la siguiente información... —Sargento Izaguirre, sé que mi relato parece tirado de los pelos, pero pidió que cuente toda la historia y he aceptado. Tal vez así puedan ayudarme y librarme de la cárcel. —Señor Orfes, usted seguirá con su narración hasta el final. Tenga la seguridad de que el capitán Barrón y yo estamos siendo lo más parciales y justos que podemos. Ambos somos personas de mentalidad abierta, por favor, siga, hasta el punto clave, hasta el momento en que lo detuvimos y lo trajimos aquí.
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—De acuerdo, investigué a fondo sobre lo que pasaba en realidad conmigo. Busqué en la Internet y en las bibliotecas durante un buen tiempo y no hallé nada. Le conté mi caso solo a una persona más antes de ustedes. Era el doctor Bolaño, un gran hombre, habló de un médico y escritor peruano llamado Richard S. Cornwell, quien había redactado un pequeño ensayo titulado: Sueños encontrados, en los cuales hablaba de la capacidad que en casos excepcionales puede tener la psique de un individuo para salir del cuerpo e introducirse en el sueño de otra persona. Lo dividía en tres tipos: Sueño compartido, Sueño observado, Sueño dirigido; dentro de esta tercera rama, había tres subclases: Sueño profanado, Sueño mortal y Sueño vital. En el tercer término, la psique de un individuo podía afectar con tal fuerza la psique de una segunda persona haciendo que sobreviviera de manera milagrosa a una muerte cercana, aunque había casos muy especiales en los cuales el soñador que invade manifestaba su energía en la materia física, se trasladaba y provocaba cambios en el mundo real. Sin embargo, no había evidencias que probaran aquel hecho fantástico. Este era mi caso. Un ensayo publicado en la revista médica de una universidad estatal explicaba mi condición. El doctor Bolaño me facilitó la revista para que la fotocopiara y leí las cincuenta líneas una y otra vez. Las palabras del doctor Cornwell eran geniales. En su opinión, todo se debía a un desorden dentro del subconsciente, aunque en realidad la capacidad no tenía explicación. Como la precognición o la percepción extrasensorial, el sueño vital pertenecía a la rama de 17
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las seudociencias, no obstante, al final del artículo había una lista de once casos probables, documentados a través de la historia. No era común. Era insólito. Pero existía. Yo era prueba de ello. Unas líneas de la parte sobre el sueño vital, resultaban interesantes: »«El sujeto, solo en casos excepcionales, esto es, de alta tensión, podrá salvar a una persona de las manos de un tercer participante del sueño, es decir, de un atacante...» »Cuando yo tenía diecinueve años, ocurrió un hecho trascendental. »Se llamaba Trilce, habíamos postulado juntos para el ejército, sin embargo, ella no logró ingresar. Mantuvimos contacto durante un par de años de manera esporádica. Felizmente la encontré de nuevo cuando me establecí en el distrito donde pasé aquellos primeros años: San Juan de Lurigancho. Cuando el señor Huertas, la segunda persona que salvé en mi vida, falleció, me dejó una apreciable fortuna, la cual invertí en un departamento y una carrera en una universidad particular mientras dedicaba cuatro horas a trabajar. El dinero no dura para siempre. Nadie debe dejarse perturbar por una mejora económica repentina, pues podría tornarse contraproducente. Esto es algo que aprendí también a corta edad. Trilce era una joven inteligente, una artista, le gustaba pintar cuadros. Por cierto, lo hacía muy bien, tenía mucho talento. Pero provenía de un hogar disuelto. Su padre se fue a trabajar al extranjero cuando ella era muy niña y nunca más volvió. Cuando tenía catorce años, su madre fue encerrada en la cárcel por llevar droga a Estados Unidos. Creo que hasta hoy sigue 18
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encarcelada. Trilce vivía con sus tíos maternos. La tía era maníaca depresiva y fue internada en una casa de reposo. Su tío era la única persona cercana que tenía. Siempre me pareció un tipo pueril y poco amistoso, desaprobaba mi noviazgo con ella. Sí, éramos pareja, nos enamoramos de manera súbita, estuvimos juntos un año; esa etapa, entre los diecinueve y veinte años fue la más feliz de mi vida. A los once meses, ella cambió su manera de ser, comenzó a drogarse, no sé qué tipo de drogas consumía, nunca me enteré, sé que lo hacía, me lo dijo y se le notaba; las cosas fueron mal, muy mal. Una vez confesó que había intentado cortarse las venas una semana atrás. Luego, en otra oportunidad, mientras cenábamos, tuvo un ataque de histeria, comenzó a gritar y a insultar a la gente que nos rodeaba en ese momento. Fue triste. Me dijo que no deseaba saber nada más de mí. «Lo siento, Martín, la existencia me abruma, mejor sigue con tu vida y yo continúo con la mía, que seas feliz, me siento sucia, asqueada de todo». »Fue un jueves, el día de nuestro primer aniversario. »Esa noche la observé en el sueño. Nunca olvidaré aquella visión. Ella, duerme plácidamente, abre los ojos de golpe. Yo estoy echado a su lado, estrechándola entre mis brazos, he desobedecido su orden de abandonarla. He hecho bien. ¿Quién eres? Soy yo. Ella me mira, me dice… Protégeme, sálvame, por favor, Martín, te amo, no me dejes. Observo el frasco de somníferos en su mesa de noche, caído hacia un lado. Veo el pálido rostro de la chica que aún amo, comprendo, ha tomado muchas pastillas, las suficientes para hacer estallar su organismo. 19
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Está muriendo, debo socorrerla, mas no sé cómo. La muerte va por ella, una luz se abre sobre su cabeza. Entonces hago lo único posible, la abrazo con todas mis fuerzas, ella se halla semidesnuda, está fría como el interior de una refrigeradora. Rodeo su tórax con mis brazos, aprieto su cuerpo contra el mío... Vomita las pastillas una por una, hasta que su organismo queda limpio. Ella llora, en silencio, como pidiendo perdón. No. Llora porque el verdadero peligro ha surgido. »Su figura se extiende como una sombra monstruosa, lo inunda todo, se echa sobre Trilce y le tapa la boca. Sus ojos lagrimosos me muestran que ella sufre. La masa oscura no puede verme, yo grito, grito y me abalanzo sobre él, mas no puedo tocarlo. La cosa negra aprieta con ambas manos los senos de Trilce de un modo brutal, le da dos bofetones en el rostro. La despoja del bóxer que usa para dormir. Aúllo lo más fuerte que puedo, lleno de ira. Me quito el antifaz. Él voltea hacia donde estaba. Y lo reconozco. Digo su nombre y se detiene. Su boca apesta a alcohol. Me observa, estoy dentro de su sueño también. Estoy ahí con ella y con él. Con el repugnante tío de Trilce. Es un hombre alto y robusto, pero yo también soy grande y atlético, por tanto, la pelea resulta muy pareja. La habitación de ella es destrozada por nuestros enormes cuerpos, al mismo tiempo la realidad se reintegra tras nuestro violento paso. Le doy una patada en los testículos, dos patadas, lo dejo caído en el suelo. Lo pateo seis veces más, luego cojo su rostro y lo acerco al mío, le digo: Hasta aquí llegaste, basura. Trilce me detiene, me dice que lo suelte, que 20
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ya le he dado su merecido, que no debo llegar tan lejos, que ella no permitirá que el desgraciado le toque un solo pelo de nuevo. Confío en la chica que quiero. Dejo el cuerpo derrotado y ensangrentado en el suelo. »Trilce está consciente. Tranquila. Sentada sobre su cama... desaparece. —¿En qué terminó todo aquello? —Pues, sargento, tuvo dos finales. Uno neutral y otro triste. Se supo que el sujeto violaba a Trilce, aunque esporádicamente, desde que ella tenía nueve años. —Quisiera saber si hay una diferencia clara entre violar sistemáticamente y violar esporádicamente. —En realidad, capitán, sí la hay. Cuando los abusos son muy prolongados, la víctima tiende a no reconocerlos como tales, a esconderlos dentro de su subconsciente, como si los hubiese soñado. Aquella noche yo logré salvarla de la sobredosis, sin embargo, el sujeto llegó alcoholizado a casa, ingresó en la habitación de ella e intentó violarla, como tantas veces había hecho cuando se hallaba drogada. Trilce sabía lo que le ocurría y eso degeneró en una suerte de trastornos que no le permitían vivir en paz. Aquella vez, por fortuna, el sujeto no pudo consumar el acto, pues se durmió sobre ella, por consiguiente pude penetrar en el sueño de él también. Pero fue distinto. Él no iba a morir, ella sí. Pude meterme dentro de la mente del delincuente a través de ella porque él intentó amenazar su vida. La ley de Cornwell para casos extremos se cumplió. Cuando todo aquello tuvo lugar, me sentí 21
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eufórico, había encontrado una nueva manera de usar mi habilidad. Por desgracia, Trilce se alejó. Le conté sobre esta extraordinaria capacidad y lo creyó. Pero tuvo miedo. Al despedirse de mí, dijo que siguiera adelante, que ella no me merecía, que si seguía a su lado acabaría por destruirme la vida. Finalmente dio las gracias. «Gracias por todo lo que has hecho por mí, gracias eternas, le has dado un nuevo sentido a mi vida, siempre te llevaré en mi corazón». Ese fue el final que me entristeció. Hace un par de meses me enteré de que Trilce retornó a nuestra antigua casa hogar, donde su madre la dejaba por temporadas prolongadas. Se dedica a dar clases de artes plásticas. Y le va bien. —¿Qué pasó a partir de entonces? —Pues, durante tres años seguí con mi labor, mantenía a la gente con vida, en promedio sucedía algo trágico tres veces por semana. Siempre dormía con la máscara, por ende nadie me reconocía en los sueños. Salvé muchas vidas. Veinte vidas cada mes, durante tres años, saquen la cuenta. Una vez tuve que salvar a un bebé que se había atorado con la leche sin que sus padres se dieran cuenta, le oprimí el pecho, le palmeé la espalda y le extraje el líquido que hubiera estado a punto de ahogarlo. Luego rescaté a un niño que había caído en un hoyo. Usé mi cuerpo como escalera para que pudiera salir. En otra ocasión ayudé a un adolescente que se había quedado solo en su casa con el gas prendido. La residencia hubiera explotado de no ser porque lo desperté y le hice ver el error que había cometido al no apagar la 22
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hornilla correctamente. Un caso que recuerdo de modo especial fue el de una quinceañera que se estaba bañando en una tina y se quedó dormida en dicho lugar. Se hundió en el agua y no pudo reaccionar, entonces la saqué y le di respiración boca a boca. Supongo que recuerdo ese caso porque era simpática, yo no estaba con una chica desde hacía tiempo y la muchacha en cuestión me recordó a Trilce. Además... bueno... no estaba vestida... Olvídenlo. El caso más importante de todos los que enfrentado en definitiva es el que aconteció hace algunas horas. Por el cual me han traído aquí. —Esperaba que llegáramos a este punto, cuéntelo con tranquilidad y brevemente, luego ahondaremos en detalles. —La habilidad para agredir a una tercera persona, a un atacante, funcionó nuevamente tras tres años. Tengo veintitrés, no sé si en el futuro se vuelva a repetir, desearía que no fuese así. Sin embargo, si volviera a vivir dicha ocasión estoy seguro de que actuaría como lo hice. »Viviana. Vino a mí en un sueño. Pedía ayuda, mas no podía alcanzarla. Nunca antes había pasado. Deseé soñar con ella otra vez y regresó la segunda noche. Eso fue ayer, en su sueño se hallaba en el suelo en ropa interior, había sido golpeada. No mostraba signos de violación, aunque sí de violencia extrema. Le habían cercenado el meñique izquierdo. Estaba de rodillas en un cuarto sucio, apestoso, vacío. Sus muñecas se encontraban sujetas con grilletes. Un trapo cubría su boca y le impedía gritar. Dicha tela desapareció cuando yo logré aclimatarme al sueño. 23
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—Quiero ir a casa, con mis papás y mis hermanos, por favor, ayúdeme, me llamo Viviana Barrón, vivo en Cercado de Lima, se lo ruego, va a matarme. —¿Quién te va a matar? —Él. —¿Quién es él? —Walter —contestó. —¿Dónde estamos? —No lo sé. »La desaté con facilidad. El metal que la mantenía presa se deshizo como agua. Ella temblaba, dijo que había visto una cabeza cortada, la de una chica de dieciséis o diecisiete años. Relató que en los ojos sin vida que él le obligaba a mirar ella creía ver los suyos propios. Le cortó el dedo con un machete y luego se lo mandó a sus padres, para atormentarlos, para demostrar de qué era capaz si no cumplían sus indicaciones. Era un hombre horrible y muy pronto se haría presente. —¿Hay alguien más aparte de él? —No. Solo lo he visto a él, está solo. Sácame de aquí. —Lo haré. »Pero no lo conseguí. Estábamos en un sótano vacío, la luz entraba por una rendija cubierta con fierros, tampoco podíamos salir por la puerta, era de acero. Yo no estaba ahí, ella estaba sola, no podría encontrar la salida cuando despertara. Todo se hallaba perdido. »Él apareció. 24
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»Y me vio. »Era increíble notar su capacidad para el mal. Incluso dormido la vigilaba. —¿Y quién eres tú, cerdo? —Me llamo El vigilante del sueño. —¿Cómo entraste, hijo de perra? Voy a cortarte el pescuezo. »Tenía un hacha en la mano. No sabía lo que podría hacerme con ella, quizá dañaría mi psique de un modo irreversible. No podía dejar que me venciera. —Luego de destrozarte, le cortaré las piernas a esta puta, ya estoy harto de ella. »Le dije a Viviana que se mantuviera en el rincón del cuarto mientras yo me encargaba del terrible hombre. Me lanzó un hachazo que pasó muy cerca de la frente, yo conseguí agacharme y darle un puntapié en el estómago. La instrucción militar fue muy útil en ese momento. Como lo había sido cuando enfrenté al hombre que abusó de Trilce. Pero esta vez era distinta, aquel contrincante era un ser desquiciado. El sujeto arremetió de nuevo contra mí y el frío metal pasó muy cerca del brazo derecho. Logré coger al tipo por la espalda y él clavó el arma en el borde de la escalera que conectaba a la habitación. Me dio dos codazos en la barriga, no obstante, logré derribarlo, cayó boca arriba y le di un cabezazo en la cara. No cedía, me aplastó la nariz con una de sus gruesas manos, arrancó el antifaz que portaba con la mano izquierda y con la derecha intentó ahorcarme. Recibí un rodillazo en las costillas, había sido descuidado tontamente, el rival 25
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acomodó su pie derecho en mi vientre y empujó con gran fuerza, haciéndome caer. Tuvo tiempo de ponerse de pie y patearme en las nalgas, dos, tres veces y tuvo tiempo incluso de buscar su arma. La encontró de inmediato. »El hacha estaba en las manos de Viviana. —¡Dámela, zorra, dámela o te la quito y te la incrusto en la cara! ¡Dámela! »Yo intenté reponerme. Lo conseguí. Sabía bien que Viviana no podría atacar con facilidad a esa bestia. El sujeto se acercó a ella con rapidez. Si la desarmaba estaría perdida. —¡Aquí, Viviana! —le grité. »Ella estiró el instrumento hacia su lado derecho y me lo hizo llegar a través del suelo. El hombre había quedado sorprendido a mitad de camino hacia su presa, insultó a la joven de nuevo y volteó hacia mí. Fui rápido. Recogí el hacha, la sostuve con mis dos manos y le corté la cabeza al maldito. Ella no lo vio, había cerrado los ojos. Cuando los abrió, debió haber despertado en aquel lugar. Con las manos apresadas, con la boca cubierta, de rodillas y maniatada. No tuvo que esperar más de treinta minutos. Yo llegué ahí, un minuto antes que la policía. Me encontraron merodeando, les dije quién se ubicaba ahí. No me creyeron, pero un testigo es un indicio, ¿cierto? Esa es la casa del comandante Madueño. Es un hombre honorable. Pero hay una chica llamada Viviana en el sótano. Usted, sargento, llegó a los pocos minutos, cuando ubicaron a la muchacha y la liberaron. Hallaron el cuerpo del 26
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captor en su habitación. Pensaron que yo había tenido que ver en la muerte de éste y en el secuestro y tortura de Viviana. —La versión de la chica desmintió esa deducción errada. ¿Cómo supo donde se hallaba ella? —Cuando logré sostener los fierros que protegían la ventana del sótano en busca de una salida, conseguí impulsarme y ver una zona de huertas, a pocos metros había un letrero que decía: Bienvenidos a la choza chica. Conozco la Carretera Central como la palma de mi mano, el distrito se llama Chosica. Los agricultores que viven en aquella zona, la cual limita con el distrito anexo, le dicen La choza chica. La entrada a Chosica. Allí había una casa apartada, pequeña, quizá de un piso. Cuando salí de la vivienda por la puerta del sótano, que el criminal había dejado abierta, pude ver el terreno que me rodeaba, lo conocía. Cuanto más avanzaba, más evidente se hacía. Luego desaparecí. Desperté. Llamé a la comisaría del distrito y les informé sobre lo ocurrido. De inmediato, cogí el automóvil y enrumbé hacia ahí. Si alguien podía ubicar dicho lugar con rapidez ese era yo. Al llegar, encontré la puerta cerrada, golpeé intentando derribarla. Entonces apareció la patrulla. —Entiendo. Todo suena tan... fantástico. —Pero así sucedió, tal como lo he relatado. —Lo que Viviana Barrón nos ha dicho concuerda a la perfección con lo narrado por usted. —Sargento, ¿podría decirme cómo murió el tal Walter Madueño, el criminal? 27
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—Supusimos al inicio que se había atragantado con algo y se ahogó en su cama. Su cuello estaba amoratado como si lo hubiesen estrangulado. Pero el forense dice que lo que terminó con su vida fue un aneurisma. El hachazo. Justo en la cabeza. Soy un asesino, pero no me arrepiento. —Señor Orfes, le dijimos en un principio que el coronel Barrón y yo le daríamos todo el crédito posible, ¿verdad? —Sí, pero... Un momento. Viviana Barrón y usted... —Mi nombre es Eusebio Barrón, la chica que usted salvó es mi hija. Nunca he tenido una buena relación con ella, no obstante, Walter Madueño sabía que ella era mi punto flaco. Verá, señor Orfes, Madueño era el comandante de nuestra institución, lo había sido por doce años. Desde hace seis trabajaba para el crimen organizado. Extorsionaba policías de manera anónima para que cambiaran su testimonio a favor de ciertos delincuentes sometidos a procesos judiciales. Hace tres meses arresté a un narcotraficante. Madueño secuestró a mi hija para que yo falseara las pruebas a favor de ese sospechoso y fuera dejado en libertad, por eso hizo lo que hizo, por eso aquella basura maldita... Perdóneme un segundo. Solo un segundo. ¿Qué desea, Domínguez? Oh, en serio, qué bueno. Voy de inmediato. Sargento Izaguirre, señor Orfes, me informan que mi hija se halla estable y desea verme, los dejo. Con permiso.
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—Me gustaría que se quedara conmigo unos momentos más, señor Orfes. Hay otras preguntas que quisiera hacerle. —No hay problema, sargento, entonces... ¿Ya no soy sospechoso de nada? —No. Es usted libre de irse cuando quiera. Habrá una investigación por supuesto. No sabemos cuántos crímenes cometió Madueño. Debemos identificar la cabeza que hallamos en un armario de su residencia. Hace dos meses hubo un secuestro, el de la nieta de un oficial mayor del distrito de Santa Anita, la adolescente nunca apareció, quizá ella sea... Ojalá que no... Pero tal vez resulte... —El ser humano puede ser horrendo a veces, ¿no es verdad? —Mientras siga habiendo gente de buenos sentimientos como usted, creo que vale la pena vivir en este mundo. —Como usted y como yo. Hay muchas personas justas en esta ciudad, más de las que uno cree. Un hombre maduro y de uniforme tocó la puerta. El sargento Izaguirre abrió y saludó al visitante mediante una venia. Me puse de pie de golpe. Había comprendido que el rango de aquella persona era bastante alto. Una cosa muy importante estaba a punto de suceder. —Señor Orfes, le presento al comandante Mayo. Le di la mano al hombre, mencionó que era el jefe de la comisaría de Chosica y que, enterado de mi fabuloso caso, había venido aquí especialmente para conocerme. Me sentí halagado.
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Creí reconocerlos de algún lado. Claro, es el policía que estuvo a cargo del caso de Daniel. Ha pasado mucho tiempo. «Hola». —En efecto, soy yo. Han pasado once años. Me alegra ver en que te has convertido, Martín. Estoy al tanto de todo. Créeme que tu secreto solo es conocido por unos pocos. Nada de lo que has contado saldrá de las paredes de esta institución. Me sentí muy tranquilo, para mí era una gran sorpresa ver a dicho señor, ideal de un hombre justo, con su grueso bigote encanecido y su voz apaciguadora. Estaba hallaba impactado, aunque más me sorprendió lo que a continuación me dijo: —Martín Orfes, sé que no debería pedirle esto, pero... yo... tengo una hija. Su nombre es Alejandra. De veintiún años. Siempre fue brillante. A los dieciséis ingresó a la universidad, a la carrera de Medicina, quería ser médico forense. Fíjese nomás, policía como su padre. Era una chica alegre, con mucho talento, tocaba la tuba. Cierta tarde, hace un mes, un chofer ebrio la arrolló dejándola al borde de la vida y la muerte. Está en un estado particular de coma, en el Hospital General de Lima. Los médicos dicen que su mente no está muerta, sin embargo, ella no encuentra el camino. Por favor, señor Orfes. ¿Podría intentar ayudarla? —No lo sé. Nunca había buscado a una persona en particular. Además sacar a alguien de un coma sería... No lo sé... —Le pagaré lo que quiera. Lo que usted desee. —No es cuestión de dinero. Aunque... está bien, haré el intento. —Por favor, pruebe y no se sienta intimidado ante esta oferta, si me devuelve a mi hija lo recompensaré como se merece. 30
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—Ya le dije que el asunto principal no es el dinero. Muéstreme una foto. —Sí, aquí está. Es de hace unos meses, antes del accidente. —Muy bien, ahora... necesito dormir... —Ya es muy tarde, puede pasar la noche aquí, haré que le preparen una habitación, tenemos algunos cuartos desocupados para los policías que han cumplido su turno y deciden no volver a sus casas por lo avanzado de la hora. —Gracias, sargento, debo reposar, además es el único modo de encontrar a Alejandra. —Por aquí, señor Orfes. —Por favor, sargento, llámeme Martín. —Adelante, Martín. —Le informaré al despertar, comandante Mayo. —Mil gracias, Martín. Éxitos en su empresa. Recordé las palabras del doctor Cornwell. Siempre le agradeceré por aclarar varias de mis dudas acerca de los sueños vitales en los que me he sumergido durante todos estos años. Las últimas líneas del fragmento que leí en Sueños encontrados seguían retumbando en mi cabeza como el tintineo de una campana navideña que auguraba alegría, armonía, triunfo: «El sujeto puede desarrollar otras capacidades al salvar la vida de individuos dentro de sus sueños. Por ejemplo, puede buscar a una persona en particular si se entera de que esta corre peligro de muerte. Al parecer, según la mayoría de los casos 31
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documentados, el alcance tiene un límite. Aunque cabe presumir que el mundo de los sueños no conoce fronteras. Un soñador vital puede salvar una vida ubicada en el otro extremo del mundo. Puede extender su poder hasta lo inimaginable. Porque su habilidad es, en sí misma, inconcebible». Algún día extenderé mi capacidad. Sé que voy a conseguirlo. Mientras tanto, me dedico a mi ciudad. Lima. Una tierra de desencanto. Un territorio gélido y hostil como las decenas de miradas que percibo a diario, cuando recorro sus maltratadas calles. Muy pronto llegaré a otros rincones del mundo y podré salvar una vida por día. No. Varias vidas por día. Muchos conocen mi secreto, pero cambiaré el antifaz blanco por uno celeste como el cielo que me cubre cada mañana cuando despierto y miro por la ventana. La gran bóveda celestial sugiere bondad, apacibilidad. Indica que la labor que hago es honrosa, que nunca me rendiré ni seré vencido por nadie. Que saldré siempre airoso de cualquier vicisitud. Que siempre soñaré. Siempre. Es un mundo muy hermoso. Resplandeciente. Alguna vez me pregunté cómo sería el cielo y la consulta ha quedado respondida. Sí, habría de ser como esta tierra magnífica. Cubierta de jardines con flores multicolor. Una fantasía hecha realidad producto de una mente igual de fabulosa. Camino con timidez. No. Floto. No piso el suelo. Quizá aún no estoy listo para macular con mi presencia este precioso terreno. Sin embargo... Alejandra, ¿en dónde estás? Una multitud de arcoíris se dibujan a lo lejos, veo montañas color 32
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rosa que empiezan a desvanecerse mientras otras, color naranja, ocupan su lugar. Hay liebres que corren bajo mis pies. Sonríen al verme. ¿Una liebre puede sonreír? Luego surgen más animalillos cubiertos de pelambres de distinto color. Un río de aguas cristalinas corta el terreno en dos. Peces fucsia saltan y extienden sus aletas. No solo peces, también surgen sirenas y tritones. Increíble. Imposible. Pero cierto. No la veo, aunque logro escucharla. Está tocando un arpa, sentada sobre un girasol. La contemplo. Su piel es nívea. Sus cabellos negros ensortijados son llevados de un lado a otro por un viento invisible. Entona una preciosa melodía que me enternece. Me acerco. —¿Alejandra? Ella no parece oírme, sigue tocando. Lleva un vestido azul. En su espalda tiene dos alas grandes de mariposa, amarillo fosforescente. Las sacude ligeramente. La visualizo por largo rato hasta que ella detiene la música. Se pone de pie, mirando hacia el vacío. —Alejandra. La tomo de la mano. —Así que este es tu mundo. Por favor, déjame conducirte por la ruta adecuada. No obstante, será difícil. Primero dejaré que ella me lleve a donde desee. Luego continuaré hablándole, con dulzura, con suavidad, para que pueda oírme, para que logre entenderme. Ese será el momento en que hallemos el camino a casa. No será hoy. No mañana. Pero será. Lo sé. Confío en ella. Confío en mí. Su 33
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tacto resulta acariciador. De su cuerpo emana un perfume delicioso. Recorremos el enorme universo creado por su yo interno, volamos hacia la perfección, un estado del cual tendré que liberarla porque no es bueno vivir en una tierra de fantasías. Porque no es correcto. Porque siento que mi deber es llevarla hacia el lugar indicado. Y cuando lo consiga, sabré que soy capaz de dar los pasos siguientes. Para abarcar otras fronteras. Para desarrollar mi habilidad, y todas las que puedan derivar de esta, al máximo. Tal es mi eterna misión. —¿Quién eres? —Soy El vigilante del sueño. Vine a salvar tu vida. Ella vuelve a ensimismarse. Ha sido un excelente primer paso. Al transcurrir un rato largo, pregunta: —¿Y por qué deseas salvarme? —Porque deseo verte en el mundo real, cuando esté despierto, Alejandra. No quiero nada más contemplarte aquí, en este universo surrealista. Ella sonríe. Su mirada se agranda. Se da cuenta. Aprieta con fuerza mi mano. —¿Acaso un héroe de los sueños? —Sí, eso mismo, Alejandra. Un héroe que solo los sueños pueden concebir.
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Carlos Enrique Saldívar (Lima, Perú, 1982). Dirigió la revista Argonautas y el fanzine El Horla; fue miembro del comité editorial del fanzine Agujero Negro. Dirige la revista Minúsculo al Cubo. Administra la revista Babelicus. Publicó el relato El otro engendro (2012). Publicó los libros de cuentos Historias de ciencia ficción (2008, 2018), Horizontes de fantasía (2010) y El otro engendro y algunos cuentos oscuros (2019). Compiló las selecciones: Nido de cuervos: cuentos peruanos de terror y suspenso (2011), Ciencia Ficción Peruana 2 (2016), Tenebra: muestra de cuentos peruanos de terror (2017, 2018, 2021) y Muestra de literatura peruana (2018).
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Abril Bailei: El caso del cuerpo múltiple Capítulo cuatro — el cuerpo vivo, pecado capital. Víctor Grippoli
La unión de todas aquellas partes había dado su fruto, los miembros se unieron en un estallido de luz que dio origen a una nueva entidad suprahumana. El cuerpo múltiple parecía el de una bella mujer de llovido cabello negro y ojos brunos. A simple vista no había nada anormal en su anatomía, había que afinar los ojos para poder comprobar que cada algún segundo serpenteaban por su piel antiguos signos alquímicos que parecían pintados con llamas. El cuerpo múltiple se tocó la zona de su vello púbico hasta que se mojó su sexo, luego se chupó los dedos llenos del fluido femenino y partió caminando por el bosquecillo de siniestro tono en el que había vuelto a la existencia. La misma no era más que la personificación del pecado capital, el demonio que habitaba aquel prístino y torneado cuerpo de hembra estaba deseando su regreso y se alimentaba del dolor, del miedo, de la desesperación que provocan las tormentas impías de lo sobrenatural. ¿Pero quién cree eso en este mundo moderno? Muchas veces eso es el primer paso para la victoria del mal.
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Abril miraba por el balcón de su domicilio mientras terminaba un cigarrillo, llevaba un manto negro que apenas disimulaba aquellos curvos encantos voluptuosos. Carlos la abrazó por detrás y le besó la mejilla. A lo lejos, el sol era tragado por las fauces del horizonte. —Amado, ¿cómo podemos seguir ahora? ¿El cuerpo múltiple ya habrá sido invocado? Nadie nos ha dado datos, estamos en un callejón sin salida. Solo pudimos descubrir sus oscuros propósitos por los tatuajes de las víctimas. —Debemos esperar. Lamentablemente, él tendrá que dar el primer paso. Eso significa que solo podremos atacar cuando haya matado. Sabemos que dentro de ese cuerpo habrá un demonio poderoso que se alimenta de la maldad y el miedo. Es una de las claves para que Los Antiguos regresen de su exilio. Van a necesitar de mucha sangre, eso me asusta. La ciudad puede volverse de nuevo un campo de batalla. —Vamos a pelear para que eso no suceda. Que tus hombres estén al tanto. Todo indicio sobre un crimen nos puede poner en buen camino. Gustav se encontraba en el centro del templo donde había realizado el ritual de invocación del cuerpo múltiple, era un lugar muy alejado del bosquecillo donde se había materializado. Sus ojos centellaron al ser alumbrados por las llamas de los candelabros que se hallaban en las columnas dóricas sesgadas que 40
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plagaban el lugar. ¡Era un momento de triunfo! En ese instante se materializó una figura de sombra, sus proporciones eran gigantescas y en su interior danzaban los rayos de la tormenta. Era uno de Los Antiguos que se manifestaba desde las lejanas sombras del exilio sempiterno. —Gustav, has obrado bien. Pudiste recolectar las suficientes víctimas de sacrificio para invocarla. Bien hecho. Estamos orgullosos de ti. Ahora debes retirarte a un lugar seguro. La Dominicaine no pudo con Bailei. Nuestra bruja no ha muerto pero ha resultado herida y debe regenerarse para poder volver a nuestro plano. —¿Qué? ¡Maldición! Pensé que ella era suficientemente poderosa para encargarse de esa mujer. ¡Déjame a mí! ¡Voy a destrozarla! —Es un riesgo que no podemos tomar. El cuerpo múltiple debe encargarse de eso ahora. Debe cumplir su misión. Y si logra su destino habremos ganado mucho, recolectaremos lo necesario y abriremos la puerta. Mantente al margen. Vete a un lugar lejano y espera. No estarás ocioso pues tengo otro plan que debe comenzar a andar. —Bien, haré lo que dices. No entiendo muy bien tus designios, desearía proteger el cuerpo, hemos invertido tanto en ella. ¿En el camino puedo ver a la Dominicaine? Debe estar horrorizada si sufrió heridas, es tan vanidosa con su cuerpo hermoso... 41
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—A su debido tiempo los entenderás, ahora ve con ella. Que se agrupen nuestras fuerzas. ¡Dos serán más poderosos que uno! Aquí ya he localizado a dónde debemos ir. Todo saldrá como debe ser. Gustav observó a la ingente masa nubosa y sonrió extasiado. ¡Sentía como algo imposible la derrota del cuerpo múltiple! ¡Nada podía vencer a un demonio tan poderoso!
Juan estaba de pie junto a sus hijas mientras el ataúd de su esposa se dirigía a su última morada. ¡Maldita enfermedad repentina! Nada pudieron hacer los médicos en ella. Padecía un extraño tipo de cáncer. Y la había comido tan rápido por dentro. Aquel cadáver era una mueca desfigurada de la otrora hermosura de la mujer. A los cincuenta años no esperaba pasar por este flagelo, debía ser una época hermosa de la vida. Silvina era la menor, veintiún años recién cumplidos, vital y bella. Con cabello negro que pasaba la cintura, Gabriela llevaba veintinueve años, de ensortijada cabellera, ojos verdes y labios gruesos. Ambas lloraban desconsoladas. Ya no podrían vivir en la anterior casa, los ingresos no lo permitían y acababan de saldar las cuentas médicas. Ya tenían todo listo para mudarse a un PH, un edificio de apartamentos consecutivos a los cuales se llegaba atravesando un pasillo. Era una solución económica para salir del paso y el Prado no era un mal barrio. 42
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Pasaron las semanas y se fueron acostumbrando a la nueva vivienda. A pesar del dolor del duelo todo parecía normal. Hasta que comenzaron a suceder hechos extraños. Ya era de noche y Silvina estaba preparándose algo para cenar. El resto de la familia ya estaba acostada, de pronto cayeron varios cuchillos al suelo sin que nadie los tocara. Ella gritó de miedo e inmediatamente se despertaron en la vivienda. —Querida, ¿qué sucede? —le preguntó su padre mientras arreglaba su pijama. —Los cuchillos se han caído al suelo, se movieron de repente —contestó con los ojos en lágrimas. —No sucede nada, vamos a la cama. Deben de haber quedado mal colocados y se fueron corriendo. Ella creyó los dichos de su progenitor. ¿Es que acaso otra cosa podía ser? Era mejor irse ya a la cama. Todo podría haber quedado así, y la vida normal continuó, por lo menos hasta una mañana en la que Juan fue a rasurarse, se colocó la espuma de afeitar en el rostro y tomó una hoja afilada, lo que el espejo le devolvió no era su rostro, aquello era algo fruto del material de las pesadillas, un rostro femenino al cual se le desprendía la piel y que mostraba múltiples brazos que brotaban ensangrentados de su torso. ¡Y aquella cosa no mostraba dolor, gozaba con el mismo, como los sadomasoquistas al ser golpeados una y otra vez! 43
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De nuevo un alarido llenó el hogar. ¡Aquello ya no era normal! Inmediatamente vinieron las dos muchachitas a ver qué sucedía y tomaron al hombre de los brazos para que no cayera del susto. —¡Lo vi! ¡Era un demonio lo que estaba en el espejo! ¡Lo vi! ¡Era real, lo juro! —¿De qué hablas? No entendemos nada, ¿qué viste? — preguntó la hija mayor. —Algo horrible, era lo más espantoso que he visto en mi vida, creo que eso tiró los cuchillos el otro día. No hay otra explicación. —Papá, todos estamos afectados por la muerte de mamá. No es más que eso. Te hace imaginar cosas, Silvina es muy emocional y ella imaginó todo. Aquí no sucede nada. —¡Gracias por el voto de confianza! ¡Yo sé lo que vi! Papá no me creía hasta que ahora fue testigo, lo mismo sucederá contigo. Lo mejor sería irnos de aquí. —Ya no tenemos a dónde ir —respondió él mientras recuperaba la compostura. A Gabriela también le tocó el turno. La actividad paranormal no cesaba, las luces se prendían y apagaban con frecuencia, claro que uno siempre puede culpar a una tensión mala. ¿Cuánto puede durar esa excusa? Hasta que te enfrentas a la verdad con tus propios ojos. La joven sentía la falta de un compañero masculino. Hacía ya un tiempo que no probaba las bondades de la carne. Era 44
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de noche y el teléfono móvil siempre es puerta para poder acceder a las perversiones. ¿Y si esta vez cambiaba la clásica pornografía por una con actos lésbico? No quería participar en eso, aunque verlo resultaba excitante y cautivador. Buscó un video donde dos jóvenes unían sus depilados sexos al compás de pequeños y entrecortados gemidos, sus pieles se tornaban sudorosas y aquellas lenguas se tocaban y contorsionaban al compás de sus movimientos, ambos cuerpos se unían en una danza que había sido interpretada desde el inicio de los tiempos. En el instante en que llegaba al orgasmo introduciendo los dedos en su estrechez, ellos se hicieron presentes. Aquel hombre parecía portar un miembro sobrehumano. No, no había duda, aquella cosa venosa era su miembro palpitante, su glande era inmenso y parecía la parte superior de un hongo. No estaba solo, lo acompañaba una mujer negra de exquisita figura que humedecía sus dedos con la boca y se los introducía por su ano. Gozaba muchísimo con ello. —Deja de ver esos tontos videos y únete a nosotros. Puedo durar horas penetrándote. Todavía tu cola es virgen. ¡Déjame cambiar eso! ¡El dolor se unirá para siempre con el placer! ¡Mira cómo lo hago! El demonio tomó a la mujer por las caderas y comenzó a follarla por detrás. Un poco de materia fecal y sangre corrió entre las nalgas de la mujer, esta disfrutaba y llegaba al éxtasis en un canto multiorgásmico. 45
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—¡No! ¡Deténganse! ¡Váyanse ya! —les gritó mientras comenzaba a llorar. Ahora el ser había desenfundado un cuchillo. —¿No quieres que te raje al medio? Puedo matarte y resucitarte las veces que quiera. ¡Sentirías el orgasmo del juicio! — inmediatamente degolló a la mujer y la sangre comenzó a salir de su cuello como un regador de jardín. El líquido rojo llenó el camisón de la muchachita. Llamados por los gritos desesperados se hicieron presentes el padre y la hermana. Los demonios ya no eran visibles y no había rastro alguno de la sangre. Sólo estaba ella, llorando desamparada. Inmediatamente la abrazaron. —Hermana, ¿qué paso? ¿Qué sentiste? —Había dos demonios, tenían relaciones sexuales, querían que yo me uniera a sus perversidades. ¡Fue real! ¡Se los juro! Los tres se quedaron en la cama hasta que Gabriela se durmió. No dijeron más nada, sabían que algo maligno estaba sucediendo en la vivienda. Apenas comenzó la mañana, Juan se dirigió para hablar con el casero del PH. Aquel señor parecía buena persona, lo encontró tomando mate en la vereda. —Hola, Daniel. Tengo una pregunta. ¿Quién vivía antes en nuestro apartamento? Las niñas están curiosas y no paran de decir tonterías todo el día. 46
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—¡Juan! Qué gusto verte. Es una curiosidad normal. Creo que todos nos preguntamos quién vivía antes en las casas que alquilamos. Durante muchísimos años vivió un viejo que tenía un tallercito de afilado. Lamento decirte que no tiene nada de glamuroso. —No importa, gracias. ¡Es que las niñas no se detenían! Ahora ya no van a seguir importunando —le dijo con una sonrisa mentirosa. Mientras, Silvina se dirigió a la iglesia más cercana. Eran devotos aunque no solían concurrir a misa. Un padre joven y muy buen mozo se hallaba en la puerta terminando un cigarrillo. —Hija, ¿puedo ayudarte en algo? —Sí… Es difícil de explicar, en mi hogar han sucedido hechos malignos. Creo que hemos visto al demonio. ¡No se vaya! Es verdad lo que le estoy contando. Y nadie nos cree. —Yo no me iré y te creo. El maligno está muy activo por la ciudad. ¿Podría ir a tu casa a ver qué sucede? No iré con la sotana. Tampoco queremos que se asusten todos en el barrio. —¡Se lo agradecería tanto! ¡Esto puede ser nuestra salvación! No tenemos a dónde ir, el dinero se está acabando. —No te aflijas. Mañana mismo estaré ahí.
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Al otro día el padre se hizo presente, iba vestido a la moda, con un par de jean ajustados que tentaron a las dos muchachas. Juan Carlos fue muy cortés y le ofreció un vaso de vino para beber. —No hay duda, hay una presencia sobrenatural que los acosa. ¡Deben rezar día y noche para extirparla! ¡Yo deberé contactarme con mis amigos jesuíticos, tendremos que realizar un exorcismo! ¡Esperen mi regreso, compren velas y estampitas! ¡Pidan perdón por sus pecados y póstrense ante la gracia del altísimo! La familia le agradeció y lo llenó de bendiciones. A paso veloz se retiró el padre e inmediatamente partieron hacia la santería más cercana. Llenaron el hogar de velas e inciensos. Colgaron las estampitas de los santos y un crucifijo de exageradas proporciones. Y rezaron… Rezaron una y otra vez durante días. Tal vez ese fue el detonante del delirio místico y los sucesos siniestros que se dieron a continuación. Gabriela comenzó a desarrollar una obsesión con los cuchillos y permanentemente se los pasaba por la piel, decía que eso la protegía de los deseos impíos de Satán. Algunas veces, cuando nadie la veía, se cortaba y chupaba con alegría su propia sangre. Silvina era más pura aunque en los últimos tiempos no dejaba de imaginar el pene de su padre. Pensaba en él, tomándola por detrás en la ducha. Mientras sus manos le agarraban los duros pechos con parados pezones rosáceos. ¿Es que acaso estaba desarrollando un complejo de Electra? No, eso no era correcto, 48
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eran simplemente los nervios. Tal vez sería mejor pedirle el consolador a Gabriela. Le había descubierto uno bien largo y grueso debajo de la cama. Su sexo humedecido se lo agradecería. Aunque a veces papá la miraba con mirada cargada de lascivia. ¿O era su parecer? No sabría decirlo. Los primeros días de rezos dieron sus resultados. Parecía que todo volvía a la normalidad. Después todo estalló. Se caían permanentemente los utensilios de cocina, los espejos mostraban horrendas imágenes del infierno. Decidieron taparlos y dejar de usarlos. Los dos dormitorios ya no eran utilizables. Estaban fríos y se escuchaban voces… Pero ninguno se fue, todo lo contrario, Juan ya no iba a trabajar y sus hijas abandonaron los estudios. Todo el tiempo pasaban en el domicilio, rezando y conviviendo con el diablo. Colocaron un par de colchones en el living, el lugar más seguro de la casa, y dormían los tres juntos. Con temor de no despertar jamás. Varios días después, Gabriela observaba a Juan, ella llevaba un cuchillo en la mano. El padre tampoco lucía normal. Algo iba muy mal. —¿Qué sucede? ¿Por qué lo miras así? —Eso se metió en papá. El demonio… Aunque Dios ya me dijo cómo sacarlo. Hay que pelar su piel. Hay que sacarle lo que tiene dentro, antes que sea demasiado tarde. 49
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—Sí, es eso. ¡Está dentro de él! ¡Hay que pelarlo como a una cebolla! —contestó Silvina. *** Abril se encontraba de piernas cruzadas, meditaba buscando una solución a su dilema. La bordeaba un círculo de fuego, delante de sus ojos flotaba el libro de los hechizos. De pronto sintió que la acompañaba alguien, ahí estaba un hombre envuelto en oscuros ropajes. ¡Un ninja! Y no uno cualquiera. —¡Demian! ¿Cómo has entrado aquí? —No es momento para esos menesteres, he violado las barreras, no son nada para mí. Tú y yo tenemos cuentas que saldar pero ahora tenemos un enemigo en común. El cuerpo múltiple atacará pronto. Y entonces lo rastrearás con esto. —Le arrojó algo semejante a una piedra, ella la tomó con ambas manos. —¿Cómo se usa? No entiendo… —Ya lo sabrás. Volveremos a vernos, Abril. Es una cuestión de tiempo. —Gracias —pronunció con apenas un susurro.
Continuará en el capítulo final.
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Víctor Grippoli (Montevideo, Uruguay, 1983).
Artista plástico con variadas exposiciones nacionales, docente en primaria, ex docente universitario, especialista en grabado en metal, madera y monotipo. Escritor de ciencia ficción, terror y fantasía. Ha publicado en formato físico y digital con Editorial Cthulhu, Grupo LLEC, Espejo Humeante, Letras y demonios, Letras entre sábanas, el club de la labia, Editorial Aeternum y Editorial Pandemonium entre otras. En 2018 funda Editorial Solaris de Uruguay en donde ejerce como editor, ilustrador, diseñador y seleccionador de relatos para las colecciones de Solar Flare y Líneas de Cambio. Ha publicado internacionalmente en España, Estados Unidos, México, Perú y Bolivia. Tiene un canal de YouTube llamado Editorial Solaris de Uruguay con análisis de libros, series, cine, anime del fansub www.key-anime.com (del cual es parte) y comics. Participa representando a Editorial Solaris de Uruguay junto a Andrea Arismendi en el primer festival de horror en Virginia (USA) en el 2021.
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Elia Steampunk Lágrimas de sangre Albert Gamundi Sr.
La improvisada sala de interrogatorios estaba lista. Elia había dispuesto un variado surtido de herramientas para tratar de arrancar una confesión a su reo. Las herramientas elegidas eran un martillo de herrería, un bisturí, una daga, una vara de hierro y una pistola. Escondida tras una mascarilla médica, y tras recogerse el pelo, se apretó el delantal antes de colgar allí los guanteletes. El crimen del reo era haber asaltado su antiguo hogar detonando los pilares de este con la intención de sepultarla viva. La encendida mirada de la inventora destellaba con las sofocantes llamas de la fragua. El reo parecía reafirmado en su actitud, convencido de que soportaría la tortura a la que sería sometido.
—Mortimer Badger, rata asquerosa, no hace falta que te diga que cada minuto que pierda contigo te lo haré pagar caro. Venga, hazlo fácil y quedemos como buenos amigos. ¿Dónde os habéis llevado a Krystal? —Tras las palabras de Elia, la daga silbó y afeitó bruscamente la mitad del poblado mostacho. —¿Eso es todo? Soy un miembro de pleno derecho de La Liga de Dumptech. Mis labios están sellados. —Elia sonrió y tomó el bisturí. —Supongo que será una noche muy larga —contestó mientras dibujaba un arco sobre la frente del desnudo varón con el útil médico. La sangre emanó lentamente de la herida mientras la firme mano se sentía tentada a llevar el sufrimiento a un nuevo nivel de dolor. Aunque Badger, quien consideraba que su masculinidad estaba a juicio, permaneció mudo e impasible frente a lo que creía 53
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un ser inferior. Elia no tardó en comprender que, si su huésped moría desangrado, o por cualquier otra causa, su principal pista se habría esfumado. Por lo tanto, se decidió por una solución acorde con su profesión, con una sonrisa seria se colocó un guante de herrería y puso a calentar la vara de metal. La artesana silbó una canción popular mientras el material se calentaba, aunque el prisionero no mostraba el menor signo de pavor. Cuando el metal estuvo al rojo vivo, este acarició sus heridas cauterizándolas en medio de los retorcijones de su cuerpo amarrado por cadenas al techo y al suelo. La inventora repitió la pregunta una y otra vez marcando cada una de las palabras, pero no hubo respuesta. La confesión se haría de rogar. Fueron necesarios tres días de privación de sueño, ingesta de agua salada, consumo de bacalao seco, roturas de huesos y sangrías para que diera con la clave. Le haría correr la misma suerte que las prostitutas infantiles que frecuentaba él, invadiría su recto con la vara de hierro candente. Entonces sus labios se despegaron apresuradamente. —Está en algún lugar del Muelle de las Cabezas Bajas. Es el cebo para que superes una prueba de selección. Te harán pelear contra otros aspirantes y tu premio será recuperar a quien amas, además de pasar a la siguiente fase. —A pesar de la confesión, Elia insertó la herramienta hasta lo más profundo de su naturaleza. —Secuestras a Krystal y todavía esperas que me crea esa mentira. Parece que esto no es suficiente para ti. ¿Qué tal si hago huevos fritos también? —Elia no soportó la rabia y su sistema de irrigación sanguínea la llenó por completo. —He confesado. Mátame si quieres, pero, para esto de una vez… —suplicó el rehén. Llevada por la rabia y la duda, sintiendo los punzantes latidos del artefacto en su seno, tomó distancia sin soltar el martillo. Trató de calmarse y no matarlo al sentir que le estaba mintiendo. Pero había estado demasiado tiempo burlándose de ella y debía pagar, 54
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así pues, volvió a prender la vara hasta que recuperó su color al rojo vivo y se movió con pasos de esgrima alrededor de su adversario asestándole estocadas sin intención de matarlo. En los ojos de la inventora brilló la venganza de forma siniestra. Elia se aseó, tomó una cena ligera y recargó sus reservas de sangre. Luego se vistió con camisa blanca y chaleco, pantalones compartimentados, el cinturón para sus ingenios y se colocó el guantelete de vapor tras ajustarse las gafas en la cabeza. Finalmente remató su aspecto recogiendo su melena en una coleta baja anudada y se puso las botas modificadas con ingeniería. Con paso firme y jugando con la llave de su nuevo vehículo entre los dedos, arrastró las cadenas con el cadáver hasta el Evangelio Carmesí, un invento adelantado a su época creado por Jaspert Rumblewood y poco utilizado por él a causa de su escandaloso ruido, problema que la inventora logró solventar sin dificultades. Con un gran esfuerzo levantó la puerta del garaje de la Villa Rumblewood, la cual se hallaba perdida en el bosque y sacó aquel invento llamado "motocicleta" a la luz de la noche. Conectó el sistema eléctrico generado por el motor de vapor optimizado para drenar la humedad del ambiente a través de su figura y realizó todos los preparativos para salir en busca de Krystal. Con la mirada rebozando rabia, indicó a la máquina que era tiempo de recorrer el bosque y rodear Dumptech por el exterior, la Orden de Caza había establecido patrullas nocturnas a lo largo y ancho de la ciudad como fuerza paramilitar y estaba reemplazando lentamente a las corruptas autoridades. «Es mejor que crean que la Bestia Roja es únicamente un fantasma del pasado. No puedo volver a la ciudad mientras mi antigua casa sea el centro de atención», pensó mientras veía las linternas encendidas con grasa de ballena rodeando las antiguas murallas de piedra en dirección al bosque. Tras ella, sobre el camino agreste de raíces y piedras, el cadáver desnudo y desfigurado de Mortimer Badger había llamado la atención de grajos y lobos, el aire se había llenado pronto del olor 55
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de los depredadores. Alertada por los animales, aflojó el ritmo de la montura hasta detenerse. Acto seguido se libró del cuerpo abandonando cadenas y sus restos a la intemperie. Con el viento nocturno chocando contra los cristales de sus gafas de visión nocturna, movida por su sed de venganza, recordaba los buenos momentos vividos junto a su amiga. Los recuerdos le devolvían poco a poco la humanidad que todavía quedaba en ella. Era precisamente esa particularidad la que la justificaría sus intenciones y sus medios, el humano no dejaba de ser un animal con tecnología. No obstante, a pesar de ser una criatura sedienta de venganza, podía disfrutar de la sensación de ser libre sobre aquel ingenio con ruedas. Permitiéndose incluso fantasear con la idea de recorrer Dumptech sobre ella y lanzar artefactos explosivos contra las garitas de policía mientras conducía. Elia era consciente que gracias a los avances tecnológicos el ingenio superaba siempre a la fuerza y pronto tuvo la oportunidad de volver a convencerse de ello. El olor a mar no tardó en invadir sus fosas nasales y entendió que estaba cerca de la zona portuaria. Así pues, escondió adecuadamente su montura y siguió los últimos metros a pie. —Oye, Niegel, si me vuelves a bajar el precio de los esclavos deberás ir tu solito a buscarlos a las Islas Acrónicas —farfulló el que parecía un capitán de navío quien vestía ropas propias de un corsario. —Escúchame bien, Davy Jones, si aprecias tu vida no le vas a llevar la contraria a Cleora Hope Miller. Si los esclavos no son capaces de mantener el ritmo de producción de mi industria, tu familia querida ocupará su lugar. Así que no rechistes si deseas ver de vuelta a tu querida Clarisse de una pieza —le reprochó una mujer vestida con un traje de alta capa de color carmesí. —Cleora Hope Miller. Capitán Davy Jones. Es pronto para eliminarlos ahora —murmuró Elia, quien pudo oír la acalorada discusión apoyada contra una roca antes del muelle. 56
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Cuando ambos personajes se retiraron de la escena, Elia sintió que era el mejor momento para acercarse. Abandonó la relativa seguridad que le ofrecía la masa boscosa y se deslizó en la penumbra de las linternas que iluminaban la zona. Acongojada únicamente por la luz del faro, mantenido por la energía de un motor extranjero que utilizaba la fuera de las olas para generar electricidad, la inventora aplastaba su cuerpo contra los muros de las naves. El muelle era un verdadero laberinto, pues había sido reconstruido tres veces por iniciativa privada a raíz de las tres guerras de Dumptech contra las Islas Acrónicas. «¿En qué rincón han escondido a esa maldita niña? Nadie se ríe de Elia Steampunk y vive para contarlo», consideró para sus adentros cuando pudo escuchar como las hélices de un zepelín perturbaban la paz. La dama miró a los cielos para ver como unas pequeñas luces rojas descendían en picado desde la embarcación y caían sobre los tejados de las estructuras. Instantes después, el muelle se había convertido en un infierno de ondas expansivas y destrucción procedente de los cielos. La Bestia Roja aprovechó el caos para enfrentarse a la guarda portuaria, la cual utilizaba armas largas disparando al cielo. Sus iris se tornaron rojos y brillaron a través del cristal de las gafas de visión nocturna, liberó su boca de la mascarilla protectora y asaltó a una de las patrullas por la espalda, aprovechándose de aquel fortuito caos. Sin oportunidad de defenderse de ninguno de los frentes activos, los guardianes supervivientes a la escaramuza fueron cayendo ante la mujer, quien perdió la pista del zepelín en medio de un irrespirable ambiente debido a los húmedos olores. Aquella potencia de fuego únicamente podía pertenecer a una fortuna opulenta o a alguna mente superior capaz de crear esas potentes explosiones. Cuando Elia trató de arremangarse, notó una nueva fragancia en el aire, esta era penetrante o pertenecía a una substancia viscosa, la cual pronto se prendió y empezó a trepar por ella. 57
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—Vaya, parece que mis espías tenían razón, has venido a enfrentarme. Permíteme que me presente, soy Calipso, la navegante. Ha sido un placer conocerte —realizó una reverencia forzadísima con una voz femenina. La Bestia Roja hizo caso omiso a la presentación y rodó torpemente en posición horizontal tratando de zafarse de las llamas que la prendían. Incapaz de apagar el incendio, se quitó el chaleco y tomó el cuchillo de la bota para destrozar los mecanismos que transportaban el vapor, el artefacto liberó una cortina del mismo que acabó de sofocar las llamas y la falsificadora pronto se vio de bruces contra el suelo por el agotamiento. Con las lentes rotas por el impacto y algunas quemaduras en la piel, se puso de pie para ver como en lo alto de una de las naves era aplaudida por su atacante. Su rival parecía un lobo de mar, a pesar de ser una mujer, a juzgar por el escote aupado por el corsé. Su sistema de irrigación le sirvió una dosis de sangre tan pronto como su cuerpo se preparó para dar un salto de veinte metros de altura con el vapor de las botas. Fugaz como un cometa ambas miradas se encontraron sobre las resbalosas tejas de una taberna. La inventora aprovechó el bello rostro de sorpresa para asestar una patada en el estómago a su adversaria que la dobló. Entonces arqueó las piernas para apoyarse mejor sobre la empapada estructura triangular. —Únicamente te lo preguntaré una vez. ¿Dónde tenéis a Krystal? —El guantelete de Elia atrapó por el cuello a su adversaria antes de lanzar la amenaza. El rostro perfecto de aquella bella mujer se arrugó y desenvainó rápidamente una daga para realizar un corte en diagonal que lastimó la mejilla de la inventora. Elia abrió las fauces, retuvo el brazo con una improvisada llave apoyada en el nervio y hundió sus colmillos en la muñeca, logrando amputarle la mano en el gesto. El gusto de la sangre en el paladar la excitó, sin embargo, no fue capaz de degustar el terror en su víctima quien parecía 58
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mantenerse en calma a pesar de los daños sufridos. La mujer de mar, en un rápido gesto, se llevó la mano al cinturón y sacó de él un ingenio que la tomó por sorpresa. Por eso, Elia respondió recuperando la daga que había dejado en el cinto. La situación volvía a estar en su contra, enfrentando a un arpón marino y moviéndose torpemente sobre un tejado musgoso, su adrenalina se disparaba y estaba gastando demasiada sangre procedente del sistema de inyección. El hecho de esquivar cada impacto sin poder acercarse a ella la tensaba, empezaba a sentirse mareada. Su corazón latió bruscamente, parecía a punto de detenerse, sus iris se tornaron de un rojo más intenso, sus pupilas se dilataron y sus párpados empezaron a cerrarse. Elia estuvo a punto de colapsar cuando recordó a qué había venido a ese lugar. Tomó aire en sus pulmones y retuvo el arpón con ambas manos, su oponente trató de forcejar, pero apenas la movió. —¿Dónde está mi criada? Responde —la interrogó con una voz gutural. Pero la pregunta quedó sin respuesta y la venganza no se hizo de esperar. Tomó el hierro con las dos manos y comenzó a descargar una tormenta de golpes con el extremo opuesto del proyectil, acertando algunos y provocando que ambas perdieran el equilibrio. Antes de caer, soltaron el arpón y los cuchillos volaron al unísono, quedando bloqueados a mitad del trayecto, la capitana sacó una pistola con un enorme cañón y disparó otra de esas bombas de aceite de ballena, a lo que la Bestia Roja contestó apresuradamente con su arma de fuego más potente, la cual a medio metro del rostro enemigo voló la mitad superior del cráneo. Cerca del suelo, Elia apoyó los pies en una pared. Tras realizar un acrobático salto, desvió la presión del impacto con una torpe voltereta. Exhausta por aquella pelea y el desperdicio de sangre, tomó el cuchillo enemigo y abrió el brazo que lo sujetaba, de allí bebió sangre abundantemente hasta que quedó saciada. Había perdido el control de la situación nuevamente. Con la principal función del guantelete inservible, el 59
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único motivo que la separaba de arrancárselo era el de proteger su sistema de irrigación sanguínea que tanto le costó articular. Pero la pelea había terminado y seguía sin tener idea de dónde se hallaría la niña. No tardó demasiado tiempo en considerar que fue engañada por el enemigo. Pero no había realizado aquel largo y peligroso camino entre las sombras para regresar con las manos vacías. —En Dumptech no hay aliados, hay intereses. Pondría la mano en el fuego que si alguien ha mandado un zepelín para bombardear la zona tiene que haber algo que se me escapa —murmuró al caminar sobre cadáveres desmembrados y con quemaduras de vapor. Pero sus creencias no tardaron en encontrar fundamentos cuando una mano la atrapó desde la oscuridad y le tapó la boca. Un aroma a flores silvestres atravesó sus fosas nasales rápidamente y aturdió sus músculos en cuestión de segundos. Los ojos de Elia se desplazaron rápidamente y se toparon con un rostro semejante al de un muñeco ventrículo. Era un varón cuya mandíbula de piel humana delataba que también era un metahumano, su boca se desplazó para reírse de una forma cargada de malicia, la inventora trató de zafarse, pero su acción quedó atrapada en sus pensamientos, de la misma forma que su cuello fue cazado por una anilla con pinchos que arañaban con un líquido azul. Elia empezó a sentir una profunda somnolencia, incapaz de sentir sus propios músculos, lo último que pudo oír fue como una cadena era enganchada a la trampa mortal que podría acabar con su vida. Su cuerpo se desplomó y los filos arañaron su cuello mientras era arrastrada por el suelo mientras la risa de su captor resonaba a cada rincón de los muelles del puerto. Un cubo de agua fría la despertó en mitad de la noche, no sabía si habían pasado minutos, horas o días. Sin embargo, pronto se vio desprovista de la trampa que la había retenido, una fragancia 60
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femenina destacaba por encima del olor a sal, pescado podrido y musgo en aquel lugar angosto. Elia abrió los ojos y pronto los tuvo que entrecerrar cuando el sitio se iluminó de repente gracias a un sofisticado sistema de linternas que la dejó cegada por unos instantes. Cuando su vista se acostumbró al ambiente pudo escuchar el ruido de unas cadenas siendo presionadas para liberarse. —¡Elia! ¡Despierta! —Aquella voz desperezó sus sentidos y la sangre renovada reemplazó a la corrompida por el sistema de inyección. —¡Krystal! —gritó la captiva con un aullido que pareció salir de lo más profundo de su pecho. —Hagamos esto rápido, señorita Steampunk. Ríndete ante la Liga de Dumptech, cede todas tus propiedades a la organización y la niña vivirá —aseguró la voz cascada de quien la había capturado, quien estaba apoyado contra el respaldo de una silla de madera. La mujer miró a su alrededor, pronto entendió la situación, su prisionero tenía razón, era una batalla a gran escala en el que únicamente uno podía quedar en pie. La inventora miró nuevamente a su secuestrador, después dirigió la mirada a sus adversarios, empuñaban toda clase de ingenios que nunca había visto, finalmente intercambió contacto visual con quien había considerado su hermana. El corazón latió pesadamente, aquel supuesto representante de la Liga repitió la oferta alzando una pequeña moneda, la cual tenía apoyada entre sus dedos lista para ser lanzada. El iris de sus ojos se tornó rojo, entonces sonrió y se llevó las manos al cinto y sacó un cilindro metálico alargado. Tras pulsar un botón, se desplegó el resto de la lanza, la inventora efectuó un rápido movimiento de muñeca y emergieron dos hojas curvadas, las cuales apuntaban en direcciones opuestas. Decidida a declararle la guerra a todo aquel que se opusiera a sus sueños de supremacía, blandió su silbante arma contrapesada gracias a un ingenio de vapor y empleó el aire del recinto para enviar dos 61
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rápidos proyectiles curvados contra su raptor, un hilo de sangre brotó de su mejilla. Justo entonces arrojó la divisa al campo de batalla y los contendientes se abalanzaron sobre ella. Tranquila esperó a que estuvieran a escasos metros de ella para dejar caer el contenido de uno de los bolsillos. «Idiotas», consideró cuando las cápsulas con pequeños arpones se abrieron y comenzaron a atrapar cuerpos enemigos en una empalizada improvisada. Pero el truco no resultó funcionar tan bien como en su forma precedente, algunos de ellos eran algo más que humanos, como el mismo Jaspert, parte de su cuerpo era el propio de un autómata. Elia decidió tomar distancia huyendo hacia delante, tratando de tomar la cabeza del enemigo con su lanza refinada con tecnología asimilada. Salió a su encuentro una mujer vestida con un corsé y un látigo hecho de un metal voluble y recubierto de afiladas espinas. La dama blandió su arma con un gesto elegante, logrando atrapar el mango del ingenio. Su dueña retuvo el artefacto aferrándolo con los dedos y, empezó un forcejeo entre ambas mientras a sus espaldas los contendientes se recuperaban de aquel ingenio. Los carretes de las armas de fuego comenzaron a ser cargados. Nuevamente volvía a estar en una situación de vida o muerte. Si la suerte estaba echada, claramente en aquella ocasión había decidido no sonreírle, recordó entonces la lección aprendida en Dumptech, La supervivencia era cosa de los más fuertes. El ruido ensordecedor de los cargadores acompañó a un destello de luz y a una humareda de pólvora y vapor. Su única oportunidad de salvarse era el juego sucio, así pues, renunció a la competición de cuerda en el último momento provocando que su rival venciera en el pulso y la mandara a volar, propulsándose Elia con el poco vapor que le quedaba en las botas. Las balas convirtieron al cuerpo de su adversaria en un coladero. Elia se salvó mientras se sujetaba con fuerza a una resbaladiza cadena.
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Pronto sufrió las consecuencias de la gravedad y hubiera deseado con todas sus fuerzas tener alas, pero era tiempo de un aterrizaje y de aprovechar la confusión generada por haber escapado de una muerte segura en el último momento. Su encendida mirada de color carmesí brilló con más fuerza, la adrenalina volvía a consumirla. Sabía lo que significaba, sin una lanza con la que defenderse y una pistola con munición limitada únicamente se podría valer del instinto animal y de un cuchillo artesanal. Su corazón latió nuevamente y esta vez de una forma vibrante, sintió su piel más fría y su figura más ligera. «¿Y ahora qué pasa?», pensó mientras descendía con el cuerpo en diagonal y con la pierna extendida. Su patada voladora impactó en la garganta de uno de los inventores, este llevaba sombrero, ágilmente le robó dos pistolas del cinturón, la inventora se descubrió llena de vida de repente y es que su piel se había tornado pálida como la nieve y sudorosa, incluso sus ojos se tornaron negros, destacando los sanguinarios iris encendidos. Llevada por la sinrazón y una desenfrenada sed de sangre, perdió el control de sí misma, saltaba ágilmente entre los adversarios, ni las rudimentarias hojas piratas ni los ingenios la podían atrapar, ahora era veloz y escurridiza como una serpiente. Era difícil encañonarla cuando los cadáveres eran plataformas para saltar, cuando expiraron las balas, el cuchillo las sucedió. Únicamente quedaban en pie los más hábiles, el fuego amigo y el miedo habían derrotado a la ventaja numérica como un bosque conociendo unas tímidas ascuas tras meses sin llover. Elia se quedó sin sangre en las venas, así que de un salto atrapó entre las piernas la cabeza de un adversario, con un rápido gesto le rompió el cuello para hundir la aguja que le permitía alimentarse de su sangre. A su alrededor, cuatro contendientes excelentemente equipados, la observaban a la espera del siguiente movimiento o a una apertura para matarla de un golpe.
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—¡Elia, sálvame! ¡Te lo suplico! —gritó la voz de Krystal, cuyas extremidades comenzaban a ser tiradas por las cuatro cadenas que las ataban. Las palabras de desesperación de la criatura dejaron de sonar engreídas o soberbias, las puertas de la muerte llamaron a su amiga. La inventora volvió en sí, recuperó el control y miró hacia arriba, el cuerpo de su amiga estaba morado por el dolor mientras el aparentemente líder ventrílocuo se divertía con el espectáculo. La mirada de Elia no pudo separarse de aquella mandíbula que subía y bajaba. El llanto de la criatura se tornó tan insoportable como la primera vez que la vio y le puso el cuchillo bajo el cuello. No podía resistir, tenía que cruzarle la cara una última vez y arrancarse a la niña enfermiza y débil de encima, por ambas. Su corazón latió vibrante nuevamente. «Ese Josh Steampunk era realmente un genio, quien creería que ese corazón biónico era la montura perfecta en la que despertar los poderes de ese fragmento de gema. Retírate antes que te mate, Puppet», pensó una figura desde una apertura en el techo, quien estaba colgada de una cuerda que daba a un zepelín. La inventora sintió la presencia del recién llegado. Krystal seguía bramando como la niña cuya infancia fue fugaz y el mismo miembro de la Liga de Dumptech, el organizador de la trifulca, disfrutaba del espectáculo. Un invisible reloj de arena exhalaba poco a poco los últimos granos que quedaban antes que el rehén fuera desmembrada. —Aún estás a tiempo de salvar a tu querida amiga. Ríndase señorita Steampunk, no alargue más su agonía —la voz carrasposa del anfitrión a la pelea resonó nuevamente. Pero Elia se vio nuevamente obligada a apostar su vida para decidir la batalla en un último movimiento. Con cuatro contendientes cerrando cualquiera de sus vías de escape, se abalanzó sobre uno de ellos de improviso, les dio la espalda a los otros tres y tuvieron suficiente rango como para disparar sus armas 64
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de fuego. Ella se lanzó en plancha hacia delante, su cuerpo magullado fregó el suelo varios palmos hasta que recuperó la lanza. —Si esto no funciona estoy jodida —gruñó tras sujetar el objeto para ponerse en pie. Sus rivales la encañonaron nuevamente mientras le silbaban de forma lasciva. Del cielo comenzaron a caer pequeñas gotas de sangre, el cuerpo de su amiga se empezaba a desmembrar lentamente y si no hacía nada moriría por la tortura. Sin dudarlo un segundo más, Elia volvió a pulsar el botón de la lanza y las hojas se escondieron. El arma vibró y electrocutó el cuerpo de la inventora, quien no midió las consecuencias con antelación y una pesada bola salió disparada. Esta pronto se abrió y capturó dentro a sus cuatro adversarios, la inventora sonrió mientras los dos espectadores de la pelea se miraron con un gesto desafiante antes de retirarse del escenario sin que ella se diera cuenta. —Es vuestro fin… —suspiró Elia antes que su proyectil especial generara magnetismo y los cortantes hilos de la red redujeran aquellos cuerpos en carne picada en cuestión de segundos. No obstante, su misión allí no había terminado, con su amiga expuesta como un trofeo, el mecanismo de las cadenas seguía tirando y pronto empezó a hacer unos ruidos que provocaron un mal presentimiento a la inventora. —¡Elia! ¡Escúchame! Nunca me olvides, eres la única persona que me ha querido. Mi hora ha llegado. Gracias por todo y te pido perdón por mis palabras, algún día serás la reina de Dum… —las palabras se le atragantaron cuando de repente los cuatro motores que la ataban silbaron enérgicamente y desmembraron la figura de la niña.
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Una lluvia de sangre cayó sobre Elia y esta quedó estupefacta, incapaz de responder. Su corazón se detuvo por unos segundos, le ardía, pero no era por falta de sangre, era por un sentimiento más profundo. Vio como el torso aún unido a la cabeza de la criatura descendió bruscamente, ella saltó y lo atrapó contra su pecho, en sus labios había una sonrisa de paz. Los ojos de Elia se empañaron de lágrimas humanas por un momento. —Krystal… Esto no quedará así. Tú no te has ido, estaremos juntas para siempre. Para siempre… —Entonces recuperó su cuchillo y abrió el pecho de la niña, cuidadosamente le separó el corazón de las carnes con los primeros rayos del nuevo día. La inventora devoró su corazón, sintiéndolo en el paladar a cada mascada que daba de sus tejidos. Aquella sangre y aquella carne ingerida nunca se separaría de ella, aunque no sellaría la rotura de su corazón tras haberla perdida en aquella funesta noche. Elia fue caminando por la sala, reunió los pedazos que consideró que eran de la niña, cuando los hubo amontonado todos, despreocupada por encontrarse ya delatada por las luces de la mañana, envolvió todos los pedazos en un fardo, estaba dispuesta a incinerarla y a recuperar sus cenizas para guardarla, no tenía sentido el hecho de conservarla como una muñeca rota. Si quedaba un humano en esa maldita ciudad, se trataba de Krystal Shiran. Una vez fuera del recinto, cargó los restos de la criatura y pisó los cadáveres todavía calientes de aquellos quienes habían muerto en la masacre perpetrada por la noche, cansada, indefensa y deseosa de llegar a su querida Evangelio Carmesí, su mente únicamente estaba pendiente de tirar los restos en un rincón de su nueva herrería, hundir su cuerpo en agua caliente y dormir dentro de la bañera. La guerra contra la Liga de Dumptech había sido declarada aquella misma noche, pero la inventora no quería volver a pensar en ello hasta pasadas unas merecidas horas de reposo.
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Shusaku Ooi Krasrnya desatado Albert Gamundi Sr.
El combate había terminado con la victoria del Campeón de Xirtra, quien hincó la rodilla en el suelo y agachó la cabeza como señal de respeto a su soberana, esta era la sacerdotisa de Krasrnya y la heredera al trono. No obstante, el vencedor de la velada no se quiso despedir de la arena de combate sin mandar una mirada cargada de odio al general Bursigojo, quien también conspiraba en secreto para acceder al trono de forma ilegítima. La princesa entonó un cántico ininteligible de corte ritual dedicando la sangre mutada biológicamente al dios de los bioniscolopetia, la cual fluía en un río hacia los bordes del campo de batalla. Shusaku se retiró entre aplausos y abucheos. Beepolite, quien fue la campeona de Bursigojo aquella noche, era el resultado de un experimento genético en los laboratorios militares del general, allí iban a parar los cadáveres de todos los campeones derrotados. Sobre el papel, aquella sección oculta en el zigurat era vigilada por la guardia real del emperador, sin embargo, en los últimos años la guerra fría entre Xirtra y Bursigojo se manifestaba lentamente a medida que el monarca iba volviéndose más vulnerable. Cenghpir, quien seguía con vida, en su más que probable lecho de muerte, fue el elegido por Krasrnya, el dios bioniscolopetia para ser el primer emperador de una civilización fundamentada en una tecnología superior. Según la historia contada por los relieves que se hallaban en los pasillos que daban a las mazmorras, en las cuales se hallaba la celda individual de Shusaku, los ciempiés emponzoñaron la poca agua depurada de la plutocrática Cúpula I para crear una distracción para los guardias, entonces entraron por el sistema de saneamiento y robaron sus cuerpos entrando a través de los rectos enemigos. Con la vigilancia bajo el control de los ciempiés, el 67
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techo de la cúpula fue abierto en mitad de una tormenta, un suceso que solo ocurría cuando se practicaba una ejecución pública. El evento reunió a todos los ricos de la ciudad, atraídos por el morbo del evento, momento en que sus cuerpos fueron tomados. Con figuras antropomorfas, la sociedad Bioniscolopetia desarrolló una potente tecnología militar elaborada bajo las directrices de Krasrnya, quien primero empezó hablándole al emperador Cenghpir para al cabo de un tiempo comunicarse con la líder de su culto, la princesa Xirtra. Padre e hija trabajaron en la reproducción asistida de los huevos de ciempiés y en la creación de un terrible ejército que algún día conquistaría todos los planos espaciales y temporales para someterlos. Shusaku necesitó semanas para entender que el propósito de los combates no era únicamente distraer y divertir a los civiles, sino que se trataba de conseguir soldados de élite modificados genéticamente. El relieve terminaba con figuras de aspecto heterogéneo cruzando un portal circular bajo la mirada de un ciempiés gigantesco. El final de esta cronología lítica se hallaba en las escaleras que descendían al segundo nivel de una estructura de tres plantas conectadas por escalinatas serpenteantes. La estructura estaba construida con un material que parecía ser capaz de cambiar entre planos existenciales, por lo tanto, las arenas de combate podían cambiar de una noche a otra, pero manteniendo inalterables aquellas grises gradas. Y podía dar fe que se encontraba en otros planos temporales al notar como el aire de la atmósfera era distinto a cada caída del sol, incluso los ruidos de más allá de los muros que era capaz de percibir cuando se concentraba lo suficientemente bien. No obstante, aquella noche era consciente de que peleaba a kilómetros de altura sobre el paisaje del desierto radioactivo, el cual estaba minado de cúpulas que quería destruir. Camino a su celda, bajo la atenta mirada del carcelero y con el cuerpo tan magullado como cuando se enfrentó a Bakhit en combate, se arrancaba los aguijones de avispa que Beepolite, su 68
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rival aquella velada, le había clavado. Shusaku había oído hablar de las amazonas y juró que era una de ellas, pues, aquella anatomía a medio camino entre humana pálida y avispa, le faltaba un seno. Tras el combate, no podía sacarse de la cabeza a aquellos brillantes ojos negros saltones, el zumbido de sus alas y los rápidos movimientos desarmados o con ingenios multiformes que asestaba transformando sus brazos en cuestión de segundos. —No me molestes. Quiero meditar —advirtió mentalmente al carcelero mientras empujaba el mango de la wakizashi envainada frente a la puerta. Pero no hubo respuesta, el sirviente del imperio se limitó a abrir la celda y a golpear con un pie el bol de moscas, gusanos, cucarachas y larvas fritas. Una vez dentro de la cámara se sentó en el suelo, acto seguido engulló el plato con las manos y apartó el bol con descaro. Tras meses de combatir día tras día, nunca había considerado sentarse a meditar. Tras extender sus brazos sobre sus rodillas, cerró los ojos y comenzó a controlar su respiración, sintiendo como inhalaba y exhalaba. Pronto, su espíritu le llevó frente a la puerta de una especie de mausoleo excavado en la montaña. Una energía siniestra que le sacudió su mente le hice sentirse mareado. —¿Qué clase de magia vil es esta? —gruñó desenvainando la katana. —Relaja tus hojas, oriental. Estás en el plano onírico. Hay algo que debes ver, acompáñame, él también surca los cielos, pero todavía no sabe de tu intrusión. Una criatura encapuchada, cuya cola de lagarto salía de una vestimenta de cuero, se acercó a la puerta protegida por cadenas y bloqueada por un sello mágico, posó sus tres dedos jurásicos sobre ella y esta se redujo a polvo. —Yo te recuerdo. Eres la cronoraptora Te'noi. —Se sobresaltó el espadachín con el rostro sin vida. 69
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—He venido a sacarte de esta infernal prisión. El equipo debe ser reunido de nuevo —aclaró mientras su figura se perdía tras una llama amarilla que convocó en la palma de su garra izquierda. Cuando el guerrero siguió a la atemporal criatura, el cielo se ennegreció y comenzó a iluminarse con relámpagos rojos que empezaron a caer en el perímetro cercano. Mientras, la angosta escalinata se retorcía en forma de caracol hacia un descenso en la oscuridad, un poderoso ki maligno se manifestó en forma de corriente de aire, la cual parecía querer expulsarlo, no obstante, él puso los brazos en cruz y siguió avanzando hacia el arco que marcaba que antaño hubo una puerta. Shusaku descubrió que la cripta estaba organizada en dos hileras de seis tumbas a cada lado, presididas por sendas estatuas de los difuntos, en el centro de una de ellas, había su figura con su nombre inscrito. —¿Qué clase de broma es esta? —maldijo visiblemente enfadado. —Ellos son tu pasado, tu equipo, tu familia. Aquí reposan los restos de quienes eran admirados en secreto y temidos en público —aclaró la cronoraptora. »Aquí pone Jack Ledger. Y ahí Necronte. Y esa desagradable
mujer con colmillos se llama Elia Stea…. —No terminó de poder la inscripción debido a la tensión de notar como un cilindro frío empujaba su nuca. —Elia Steampunk. Los hombres sois de lo peor. Seguro que has olvidado lo que ocurrió entre nosotros aquella la noche —atajó una voz joven, segura y melosa, quien balanceaba una melena larga y sedosa, revelando su horrible dentadura bajo seductores labios. —Tal vez un trago de esa mierda refinada que bebía le ayude a recordar —se burló de él con voz amigable un espectro que destacaba por un sombrero de vaquero, pelo largo, un ojo cubierto por una venda. 70
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»Steampunk.
Ledger. Suficiente. Shusaku Ooi, lamentablemente, aquí y ahora, están todos muertos. Para poder volver al pasado es necesario minar el poder de Krasrnya, en esta época no disponemos de los recursos necesarios para destruirlo. Tendremos que hallar la forma de que no interfiera en el portal de regreso en el que volveremos —argumentó mostrando sus afilados dientes. De pronto las paredes del mausoleo temblaron y una presión aplastante cayó sobre él con tanta fuerza que le hizo caer al suelo. El dios ciempiés estaba enroscando su figura sobre la montaña y ejercía presión sobre ésta. Por otra parte, el guerrero samurai fue expulsado del mundo onírico tras recibir un poderoso golpe de viento en la boca del estómago. Rápidamente recuperó la conciencia y se encontró cara a cara con su mayor oponente en el zigurat, quien llevaba el emblema de Bursigojo, un casco astado, en su pechera. —¡Esclavo! Las fuerzas del General Bursigojo han asesinado a mi padre y se han hecho con el control de la mayor parte del zigurat. Estoy encerrada en mi cámara con la guardia real. Mata a todos aquellos quienes se te opongan y reza para que Krasrnya se apiade de ti cuando llegue a este mundo. Resiste hasta entonces —ordenó telepáticamente con una voz semejante a un cántico. Las miradas de odio se entrecruzaron, el atacante hizo uso de sus poderes psíquicos y sin mover un músculo provocó que Shusaku se retorciera de dolor con una carga de electricidad estática. Consciente de que era una de las técnicas clave del carcelero, dejó de resistirse a los impulsos que atacaban a sus músculos para que la energía maligna de sus hojas, células, tejidos orgánicos y músculos, finalmente se fundiera con su mente, provocando que adoptara una postura de indefensión. El guardia extendió la lengua para atravesar el cráneo del prisionero, quien atrapó la misma con la mano derecha, hundió el codo en la extremidad y la rompió en dos mitades.
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Debido al sobresalto provocado, el samurai se benefició de la elasticidad de la cuenta para golpear de forma repetida el rostro enemigo con el puño derecho y con el codo, a lo que su adversario respondió con un rodillazo en el esternón del prisionero que no solo hizo crujir sus huesos, sino también lo incrustó en la pared de la celda. El impacto le hizo perder el conocimiento y las hojas los espíritus de la hoja se percataron de ello. —Exterminar a la humanidad. Sembrar el caos. Nakamas — murmuró la voz del guerrero, quien era un títere de uno de los maestros armeros asesinados. —¿Ya deliras? ¡Ja! —se burló el enemigo concentrando toda su energía en un gesto que incrementó su tamaño. Como una marioneta, el guerrero desperezó los músculos y adoptó una postura de guardia con las piernas ligeramente flexionadas, el tronco recto y en posición lateral con las palmas de las manos abiertas, listas para recibir a su adversario. El espíritu regente de su mente aprovechó la altura del enemigo para atacarle los tobillos con poderosas patadas pensadas para romper los huesos del enemigo. La rápida golpiza hizo perder el equilibrio al carcelero. —No puedo matar a un hombre quien se encuentra en el suelo. Levántate para que te decapite y para que vayas al Yomi en paz —aseguró la voz del fantasma con tono severo antes de que las vueltas se tornaran. —Despierta, idiota. Te han poseído los fantasmas de tus hojas. Date prisa, Krasrnya, todavía no atiende a mis plegarias — insistió telepáticamente la voz de la princesa Xirtra. La voz de su soberana le permitió recuperar el control de su cuerpo. No obstante, la risa de Bursigojo delató que era una trampa del enemigo. El carcelero, quien había usado sus poderes mentales, hizo uso de uno de sus brazos en forma de guadaña para hundir la punta en el corazón del prisionero, pero este fue capaz de atraparlo con los dedos gracias a un subidón de adrenalina. Pero 72
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la última palabra fue del vigía, quien con su brazo libre logró cortar la piel y algo de carne del cuello, derribando al adversario y logrando que un géiser de sangre verde impregnara su rostro. Los prisioneros, quienes no eran ajenos a la pelea, comenzaron a animar al Campeón de Xirtra. Nuevamente, el guerrero oriental se alzó para contraatacar. Esta vez concentró toda su energía en los miembros inferiores, dio un poderoso salto en el aire, se atrapó las piernas con las manos, puso las rodillas a la altura del mentón y bajó en picado en vertical adoptando una forma ovalada. El enemigo, al ver el letal proyectil descendiente, desplazó sus ojos y soltó dos chorros de ácidos corrosivos, los cuales fueron pírricamente esquivados por Shusaku, quien sonrió al haber funcionado su rudimentaria estrategia. Cuando las puntas de sus zapatos golpearon la plancha de acero biológico, el impacto quebró la protección, desgarró piel y músculo y empujó a los huesos. Pero el combate aun seguiría. El carcelero atrapó el pie atacante tras transformar una guadaña en mano. De improviso, su cabeza se abrió en dos mitades y un gran ciempiés salió disparado de allí para tratar de poseer a Shusaku. El ataque fue realizado a tal velocidad que no pudo responder al ataque, pero ocurrió un milagro. Una saeta, la cual cruzó el aire silbando, atravesó al parásito y lo hizo caer al suelo. —¿A qué estás esperando? Es hora de escapar de esta prisión. —advirtió la voz de Beepolite, a quien había matado hacía escasas horas. —La he traído de vuelta a la vida adelantando el tiempo dentro del tanque de regeneración del laboratorio de Bursigojo. Krasrnya está siendo invocado a este plano existencial por su sacerdotisa. Detenedla —intervino mentalmente la cronoraptora en la cabeza del guerrero. Tan pronto como se puso de pie, inclinó la espalda en señal de respeto a su salvadora, a pesar de sentirse avergonzado por haber 73
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sido rescatado y más por una mujer. Entonces un pelotón de soldados armados con lanzas biológicas, capaces de disparar ácido, apareció en el fondo del pasillo. Tan pronto como la fémina los avistó, sus dedos reaccionaron por sí mismos, arrojando cinco flechas a tal velocidad que fue imposible de avistarlas por el ojo humano. —Esto ha sido demasiado fácil. Seguramente eran civiles armados, se están matando entre ellos por su lealtad a Bursigojo o a Xirtra. Deberíamos liberar al resto de prisioneros y que empuñen esas armas —observó en voz alta la amazona, quien derritió el cerrojo de una celda con un escupitajo de ácido sulfúrico.
Liberados y armados con las armas recuperadas, los prisioneros del nivel no tardaron en correr por los pasillos buscando su propia venganza. Pero los muros parecieron actuar con vida propia, siendo la princesa Xirtra la responsable, quien se dirigió a sus partidarios haciendo resonar su voz por todo el zigurat. —Mujer, necesito que sigas con vida para meterle a la zorra de Xirtra sus veinte brazos por el recto. Lamentará habernos traído hasta este lugar —ordenó el espadachín con voz orgullosa y un brillo en sus ojos. Beepolite asintió con la cabeza tras convertir sus manos en dos enormes lanzas con formas de aguijón. El guerrero oriental se llevó la mano a la empuñadura de la katana en mitad de la carrera. La estructura volvió a estremecerse debido a la energía de la princesa. Tras una nube de polvo emergieron varios soldados de élite escondidos tras máscaras de ciempiés y con petos con el emblema del general estampado en su pecho. El ruido de los cañones de ácido ensordeció el aire. El espadachín desvió los pesados proyectiles con un rápido movimiento con la hoja corta sin dejar de avanzar lentamente por el pasillo sembrando el miedo en el corazón de los enemigos. 74
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Se sentía vivo con la impotencia enemiga en sus propias carnes. Era el momento de devolverle el placer que sintieron escupiéndole, lanzándole despropósitos y humillándole haciéndole hincar la pierna frente a una soberana por quien nunca sintió lealtad. Cuando se halló a varios metros de ellos, extendió los brazos invitando al enemigo a atacarle. Los soldados no titubearon y dispararon a discreción mientras quien había sido su entretenimiento hasta hacía poco se acercó a ellos danzando entre las balas. Cuando estuvo a medio metro de los enemigos, desenvainó ambas hojas y las movió con elegancia amputando las extremidades de sus adversarios en el proceso antes de decapitarlos. Tras la victoria, se formó un improvisado equipo de prisioneros, liderado por los dos gladiadores, el cual partió de inmediato a por la cabeza de Xirtra y de Bursigojo. De golpe, un enorme agujero de gusano se abrió de improviso en mitad del pasillo y fueron arrastrados a una gran sala en la que combatían las guardias reales de sendos aspirantes al trono se enfrentaban. Su archienemigo en persona, vestido con una armadura de batalla compuesta por casco astado, coraza, musleras y grebas le miraba desafiante. —He estado esperando mucho para este momento. Tus crímenes acaban aquí —le amenazó el general, hablando con la mente. Su adversario, refugió dos brazos dentro de su cuerpo y convocó dos agujeros de gusano, metió sus brazos dentro de ellos y retiró dos armas Tekagi-shuko de un color como el ébano. Beepolite le atacó de improviso, saltó con una lanza prestada en mano, pero fue atrapada por el cuello. Bursigojo soltó una pesada carcajada ante la sorpresa de los presentes. Había liberado uno de los brazos a través de su hombro. El regicida asfixió con una mano a su campeona y la arrojó sin esfuerzo contra una turba de combatientes. Los dos varones se miraron con desprecio, sus corazones latieron cálidamente de la emoción y sus ojos destellaron al unísono. Shusaku, quien recordó aquel bizarro 75
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sentimiento en el mausoleo, se reafirmó en su voluntad de hundir al imperio. Apoyándose sobre los pies, se inspiró en una experiencia reciente para asesinar a su adversario, quien ya conocía sus movimientos habituales. En un abrir y cerrar de ojos, el samurai descargó un puñetazo con el brazo derecho, cargado con todas sus fuerzas, en el punto de encaje en la zona desprotegida entre las placas del torso y de las musleras. Cuando el ciempiés agachó la cabeza, el japonés se impulsó en ella con la vista clavada en la rosa de piedra que decoraba el techo. A mitad del camino desenvainó sus hojas y dejó que su energía fluyera por ellas, logrando así una lluvia de bloques de piedra sobre los enemigos. Si el general no moría lapidado, lo haría a manos del guerrero. Con la caída de las primeras piedras, estas crearon una cortina de polvo irrespirable. Beepolite se movió arco en mano de forma acrobática entre las piedras y disparó a Bursigojo sin perder ni un segundo. Disparó dos flechas que acertaron en el blanco, una en el pectoral y otra en la pierna, pero la distracción no funcionó y la hoja del espadachín quedó atrapada en el arma ninja. No obstante, la amazona trató de tomar la vida del general convirtiendo sus brazos en aguijones. De pronto, el zigurat empezó a sacudirse de forma violenta, el cántico de la princesa Xirtra venía de la cámara donde se estaba convocando a Krasrnya. En la cámara dónde esto ocurría, la élite de su guardia real peleaba se enfrentaba a un feroz grupo de guerreros nórdicos, vestidos con pieles de oso y de lobo de cabeza a pies, y encabezado por una nuevamente resucitada Dalla Bertghora, quien se veía reforzada y controlada directamente por los nuevos poderes de su soberana. La heredera al trono estaba envuelta en un campo de energía de forma ovalada. Mientras la sacerdotisa canalizaba el poder de la divinidad que se filtraba entre las costuras entre planos, la voz del Gran Ciempiés sonaba como un susurro en la mente de sus vástagos. 76
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La skaldmö, quien peleaba en la última fila de defensa que quedaba en pie, hacía frente a veinte miembros del Escuadrón Perdido Tebano, una fuerza compuesta por soldados aqueos de élite quienes se escondían bajo cascos y escudos. En mitad de aquella feroz batalla, la vikinga trataba de romper aquella defensa que atravesaba cuerpos con las lanzas y los empujaba con los escudos. —Sois tan inútiles que tendré que mancharme las patas de sangre —la voz de la entidad divina se tornó un rugido en las mentes de todos los vivos. El zigurat volvió a resquebrarse y las llamas de las explosiones procedentes del arsenal y de los laboratorios, los cuales eran especialmente cruentos, comenzaron a desplazarse entre cámaras. La amazona creyó oír el eco de las voces de sus compañeras, quienes ahora disponían de tecnología enemiga, aquello renovó su ánimo para seguir defendiéndose de los ataques de los civiles enfrentados. Por su parte, el guerrero japonés siguió forcejando con las garras del enemigo y viéndose incapaz de conectar ningún golpe con la nueva amenaza. A su alrededor, los cobardes esbirros enemigos se abalanzaban sobre él frente a una desbordada compañera de armas. —¡Muere ya! ¡Corte del sol naciente! —gritó el espadachín, quien no había cesado en su empeño de tomar la vida enemiga. Pero Bursigojo ya era un perro viejo, sabía cómo detener a su adversario. Con un elegante movimiento circular, atrapó la katana vibrante envuelta en aura rojiza valiéndose de una de las garras. Con un brusco gesto rompió la hoja en dos pedazos. La inercia de la técnica estrella del guerrero, provocó que la hoja wakizashi sufriera el mismo destino. Estupefacto, Shusaku tuvo un horrible presentimiento, el sello de sus armas se había roto y Beepolite mordía el polvo debido al duro golpe recibido por parte de un bioniscolopetia blindado quien tenía habilidades de un metahumano camaleónico perfeccionadas. 77
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Bursigojo se acercó al desconcertado Campeón de Xirtra quien había adoptado la postura de las palmas del vacío. Le atacó sin éxito con las garras, su adversario hizo uso de su agilidad para dar grandes volteretas hacia atrás y lograr que los golpes terminaran hundidos en el suelo. No tenía tiempo de lamentarse, pues su vida volvía a pender de un hilo, el frío del Yomi volvía a recorrerle la espalda. —Ríndete a mí y te pondré a la cabeza del imperio —le habló directamente la voz del colosal ciempiés retumbando torpemente en su cabeza. Las costuras entre los planos existenciales se habían ensanchado, la magia de la criatura comenzó a propagarse con más celeridad por la cámara. Pronto, los partidarios de la princesa, pasaron a estar bajo el control directo de Krasrnya. En los frisos de las paredes, la figura de la divinidad se iluminó con un tono rojizo, coincidiendo con el recrudecimiento de las hostilidades en los diferentes escenarios. Shusaku soportaba impasible la poderosa bota de su adversario que subía y bajaba contra su espalda una y otra vez. Soportaba en silencio como las aristas de la suela se hundían en su carne y pugnaban por romper su fortaleza. Sin las espadas, sus poderes de regeneración se veían mermados, por lo tanto, la simple idea de mover un solo dedo se convertía en un infierno. Varios civiles se unieron al castigo, ensañándose con él, uno de ellos llegó a romperle los huesos de la mano derecha, mientras otro le escupió en la cabeza. Aquella ofensa provocó que su corazón se detuviera y comenzara a latir de forma lenta y pesada. El guerrero volteó su cuerpo y esquivó el siguiente zapatazo. Acto seguido se apoyó en los antebrazos y las piernas contra el suelo, por lo que le fue asestada una patada en el estómago que lo dejó sin aire. Temeroso, por primera vez en mucho tiempo, respiró pesadamente y su mente volvió al mausoleo por un segundo, los doce fantasmas le miraron con ojos feroces. De sus ojos, boca y narices escaparon los veinte fantasmas de los maestros armeros, 78
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quienes se materializaron en el aire y resultando únicamente visibles por el mismo espadachín, quien ahora sangraba por esos orificios. Ellos recitaron en un dialecto japonés y los pedazos de las hojas empezaron a ser arrastrados por un torbellino de llamas doradas acompañado por un redoble de tambores. Un ruido de metal golpeado contra yunque intervino en el campo de batalla mientras el general se disponía a estrangularlo con ambas manos alzándolo en alto para humillarlo. —Esta ha sido la gota que colma el vaso. Lo vas a pagar — amenazó con el rostro cubierto de sangre mediante un hilo de voz. —Bursigojo, maldito regicida —amenazó la voz de Krasrnya a través de Dalla Bertghora, quien mandoble en mano, melló la armadura que cubría la espalda enemiga. El samurai cayó bruscamente al suelo al tiempo que la doncella guerrera rodeaba la cintura de su adversario con los brazos y lo alzó hasta que una tercera parte de su espalda quedó por encima de su cabeza. Entonces, ella alzó la pierna izquierda para que su peso combinado los hiciera descender cayendo hacia atrás. El casco enemigo provocó un siniestro ruido metálico y de huesos rotos. Pero ella no se reveló como una aliada, puesto que fue regresado al centro del campo de batalla con una dura patada en el estómago, dejándolo a merced de los esbirros de ambos bandos. Atontado, comenzó a irradiar una luz biológica que fundió las armaduras enemigas más cercanas y logró matar a los combatientes más cercanos. El metal de las protecciones penetró a los órganos internos de sus portadores, mientras que su piel rasgada y sus músculos castigados por la paliza y sus huesos rotos empezaron a recuperarse. De pronto, su figura perdió masa muscular y del asfixiante vapor que salía entremezclado con la siniestra luz, emergió una armadura japonesa primitiva, rematando su rostro con una siniestra máscara de color ocre. 79
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—Es hora de la revancha, Bursigojo. —Celebró con su forma de tengu. Horas antes que esto sucediera, Te'noi se había paseado por uno de los laboratorios preparando su propia sublevación. —Sí, todavía tendrá razón el oriental argumentando que son unos cobardes. Pero no les falta inteligencia, usar el cuerpo de alguien más poderoso que ellos para ir a la guerra. Tal vez él no apruebe esta medida, pero hace eones que yo no respondo ante ningún tirano —observó en voz baja mientras imprimía sus garras dactilares sobre cada una de las vainas de los campeones tanto de Xirtra como de Bursigojo. Uno a uno los guerreros fueron recuperando su vigor de antes de ser mandados al laboratorio para ser reciclados como fuerzas de choque. Se preguntaron el motivo por el que seguían vivos. No obstante, la cronoraptora les contó su plan a los gladiadores caídos y nombró líder a uno de ellos, quien pertenecía al continente asado y llevaba un cráneo de león a modo de máscara.
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Albert Gamundi Sr. (1991) es escritor e historiador de nacionalidad española. Con una narrativa inspirada en los autores grecorromanos, el autor practica habitualmente la escritura de novelas, relatos cortos y microrrelatos. A pesar de que el autor tiene facilidad para escribir la mayoría de géneros, su especialidad son las obras de drama, terror y thriller. El Sr. Gamundi es conocido por su participación en el evento literario internacional Nanowrimo (2016 – 2020) para el cual ha presentado títulos como ¡Por el Sake de Kano! (Drama) y La Corona Usurpada (Thriller). Sin embargo, también ha colaborado activamente en antologías literarias como el Codex Maledictus (2019, la revista pulp Moulin Noir (2019 – en curso) o la iniciativa solidaria Visibiliz-Arte (2021). Actualmente el autor está trabajando en varios proyectos literarios individuales y colectivos, además de reseñar libros a tiempo parcial.
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Selene y la oscura noche de navidad Parte II David Sarabia Desde que estuvo de pie sobre la barda y contemplando por un par de segundos la quietud de la villa, en una fecha donde la algarabía cargada de música y risas de felicidad eran opacadas por un silencio sepulcral que helaba más que el mismísimo invierno en el que estaban. Desde la altura de la barda, y con su gata de angora llamada Camila, a su lado moviendo la cola, detectaba la presencia de Naguel desde cualquier punto; parecía que este observaba agazapado en la oscuridad, mirándola desde una ventana de un segundo piso, desde varios ángulos. Era como si varios nagueles estuvieran distribuidos, uno en cada casa como si se tratase de cámaras de seguridad que grababan cualquier movimiento sospechoso en medio de la noche. El lugar vibraba a maldad. Y también a cementerio. Decidida, brincó y cayó sobre la nieve acompañada de su fiel Camila, quien nerviosa le avisaba que todo aquello era una trampa mortal. Ella lo sabía, sin embargo, estaba decida a terminar con ese monstruo. ¡Monstruo! Esa palabra la había escuchado varias veces a su persona. No lo negaba, era un fenómeno y por tal había decidido vagar como indigente para ocultar sus poderes de todos los mortales comunes y corrientes. Había tenido una niñez difícil en el orfanato, del cual se había fugado por la presión de los demás niños y del personal que labora en el lugar. Desde muy temprana edad tuvo la certeza de estar maldita y supo que su vida iba a transcurrir en la soledad. Pero no fue así, debido a que comenzó a desarrollar una conexión 85
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mágica con los gatos y también con otros animales; sin embargo, los felinos eran sus predilectos debido a que el puente psíquico con ellos era tremendo, nítido, fluido, totalmente natural. En el orfanato aterrorizaba sin proponérselo, todo escapaba de sus manos; las sillas se movían, los platos volaban y se estrellaban contra la pared; en una ocasión miró feo a un niño que le había jalado de los cabellos, y este comenzó a sangrar descontroladamente; los demás niños que presenciaron la escena comenzaron a decirle: «¡BRUJA, eres una Bruja!». Y también escuchó al personal, murmurando en los pasillos: «Esa niña es un monstruo». Sabiéndose rechazada y que era la materialización de los miedos, huyó. Y nadie la extrañó. Quizá hasta su expediente fue destruido junto con sus ingratos recuerdos, dejándola a ella cómo un mal sueño. Por lo tanto, transcurrido un tiempo, vagando a la deriva por lo lóbregas y frías calles, había decidido hacer el bien, y desde muy pronto comenzó a ayudar a las personas. También, comenzó a combatir a los malos con castigos corporales, y a los no tan malos darle un poco de escarmiento con la ayuda de sus habilidades, metiéndose a sus mentes para provocarles alucinaciones, aunque a estos, refiriéndose a sus poderes, ella misma los llamaba el Poder Oscuro, y no precisamente a una alusión al mal, sino al desconocimiento de su origen y el por qué se había desarrollado en ella. «¿Quién soy yo?», se preguntaba en ocasiones y en otras el auto cuestionamiento se reconfiguraba: «¿Qué soy yo?» «Yo soy Selene, se contestaba, quien tuvo un principio olvidado en el misterio y quizá un final, porque algún día moriré, pero no esta noche…» Esperaba que no. Tales pensamientos duraron un par de segundos, durante el trayecto de la cama al ropero, donde tuvo cuidado de no tumbar alguna de las velas que rodeaban formando un perímetro alrededor 86
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de la cama. La niña muerta, recostada sobre ella, parecía verla a través de sus párpados, tranquila, con las manos sobre el pecho, en el cual un cuchillo estaba hundido hasta la base de la empuñadura. «Maldito monstruo», dijo para sí misma en algún sitio de la mente. La niña movió una de sus manos, dejándola caer sobre la cama. Selene no lo percibió debido a que su concentración se dirigía al armario. El mueble de dos puertas la llamaba, mentalmente, sin decir ni una sola palabra, era como un bisbiseo en una rara lengua. Selene extendió su mano para tomar el picaporte. Sintió que miraban su espalda, y percibió cómo sus diminutos vellos se erizaban. Giró su rostro. Los párpados estaban abiertos, y unos ojos negros totalmente muertos estaban fijos en ella con malignidad y desprecio. La niña movió la otra extremidad, dejándola caer por el costado de la cama. Un ensordecedor ruido mecánico estalló desatando el infierno dentro del armario. Ambas puertas se abrieron de golpe. Selene volvió su rostro hacia enfrente y vio como una barra metálica con dientes de cadena giraban a una velocidad endiablada al son de un motor embravecido que reclaman muerte y destrucción. Su cuerpo giró hacia un lado en un movimiento reflejo y la barra descendió a escasos centímetros de donde estaba. Selene retrocedió y con el talón de su pie derribo una de las velas. Un pavoroso Santa Claus a tamaño natural con movimientos de autómata, salía del armario raspando sus lonjas con el marco del mueble. Jo, jo, jo, jo, jooooo… La risa electrónica emergía de una boca tiesa, de un rostro pavoroso, con pelo largo y hecho de hebras 87
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de trapeadores sucios, enredados con retazos de telas grasientas y vendas manchadas en negro. Jo, jo, jo, jo, jooooo, ladeó la cabeza moviendo la mota del gorro como un péndulo y miró directamente a Selene con sus ojos de vidrio. La barba era postiza, grisácea y el traje rojo parecía haber sido revolcado en tierra antes de ponérselo. El Santa Claus, al verse libre de su prisión de madera, alzó la motosierra con ambas manos y movió su cuerpo en medio de extrañas articulaciones. Jo, jo, jo, jo, jooooo. Era la misma risa que hacía el hombre calabaza en la noche de Halloween, o más bien Naguel, quien, para él, sus creaciones eran los disfraces donde se ocultaba para hacer daño en su reino del mal, donde él era amo de las marionetas. La barra con cadenas dentadas descendió mortalmente con la intensión de cortar a Selene en dos. Sin embargo, ella se quitó con la misma rapidez que esquivó el primer ataque sorpresivo. El santa Claus, a pesar de su gordura y su talla —al saber que había errado su ataque, se enderezó para mostrar su altura de casi metro noventa—, era ágil, aunque sus movimientos parecía que eran articulados interiormente por tubos de PVC y alambres, envueltos y rellenos con esponjas y otros materiales blandos que se marcaban amontonados en los pliegues de la ropa de Santa, quien se movía tal muñeco tosco de malvavisco. Selene retrocedió, juntó sus manos mostrando las palmas y evocó a su poder oscuro para contraatacar. Santa, a pesar de sus aparentes movimientos torpes, levantó la motosierra de nuevo en un ángulo de noventa grados y dio un par de pasos para acercarse a su víctima. Selene se desconcentró debido al a velocidad del agresor, y atrapó el ataque tomando a la motosierra por el motor. Ambos dieron un par de pasos, como si bailaran un macabro vals, con los brazos hacia arriba mientras la máquina vociferaba el aullido de sus engranajes. 88
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Un paso, dos, tres, forcejeaban. Santa tiró un par de velas, las cuales rodaron con sus llamas titilantes mientras escurrían cera dejando un caminito de baba transparente que se secaba al instante al tocar el piso. Una de las llamas quedó cerca del borde de la cama. Selene dio un puntapié directo a la ingle de un Santa insensible al dolor, y lo sabía. Fue más un acto de superveniencia que de razonamiento; estaba ante una especie de golem o muñeco hecho por Naguel, tan similar al hombre calabaza que había secuestrado en la noche de Halloween a la niña Romina. La niña… la de la cama, la que yacía muerta, o no… Había movido sus manos y abierto sus ojos. O eran estertores que anunciaban su fin, o ese maldito la movía con su poder. Jo, jo, jo, jo, jooooo… Santa se burlaba mientras la barra de la motosierra descendía lentamente. Selene miraba cómo la cinta de cadenas se acercaba a su rostro en medio de la risa automatizada y el ruido ensordecedor que envolvía a la habitación, parecía que estuvieran dentro de un taller industrial a puertas selladas y con paredes insonorizadas, encerrando a una locura desmedida y fuera de control. Selene lanzó un potente grito desde sus entrañas, extrayendo con ello al poder oscuro, el cual emergió a través de los poros de su cuerpo como una onda expansiva potente que aventó al demente Santa hacia la pared, donde al estrellarse su espalda, y sin soltar a la terrible máquina, se deslizó hasta quedar sentado, mientras la cadena comenzaba a cortar su tobillo. No salía sangre, sino pedazos de tela, plástico y hasta polvo de aserrín. Santa meneó la cabeza y fijó su vista vacía de nuevo en Selene, quien retrocedía alzando sus brazos y mostrando de sus palmas. La niña lanzó un gemido aterrador. Selene, sin moverse de su posición, solo deslizó sus ojos y vio con horror la mano de la niña tomando la empuñadura del cuchillo, con los ojos abiertos y fijos quizá en la nada. La niña, al sentirse observada, le devolvió la mirada, manteniéndola fija 89
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mientras extraía la hoja metálica, la cual, emitió un destello rojizo cuando la luz de la habitación rebotó en el filo de su acero. Santa aprovechó ese descuido y se levantó impulsándose con sus piernas como un felino. Y dio un par de zancadas sin dejar de escupir su peculiar carcajada, en pos de ella, con la motosierra en alto. Y atacó. Selene movió su pierna y su tórax hacia un lado, esquivando una estocada mortal. Los dientes volvieron a rozar la tela de su vestido negro el cual fue desgarrado, y de paso, cortando superficialmente la piel. Tal sensación punzocortante la hizo trastabillar; tenía mucho que no recibía un golpe o una herida. Esta era un rozón, pero por un centímetro más, hubiera cortado el músculo. Tanto su piel y cuerpo eran resistentes, como un felino; podía soportar hasta el puñetazo brutal de un hombre fuerte en plena cara, pero, esa máquina tenía un poder de corte impresionante. Jo, jo, jo, jo, joooooo, Santa levantó enseguida la barra dentada y atacó lanzando un corte en diagonal para partir el pecho de Selene, quien se agachó a la vez que ladeaba el cuerpo agazapado para rodar hacia el otro extremo de la habitación. Santa dio un par de pasos blandiendo su motosierra que no dejaba de bramar. Selene gateó hacia la cama evitando aquella máquina, con la cual Santa había intentado cortarle un pie, fallando, chocado los dientes contra el suelo y está rebotando haca atrás levantando esquirlas del piso. Selene se levantó y se subió a la cama, seguía gateando, pasando por encima de la chica, quien, con cuchillo en mano, la atrapó, abrazándola, cruzando sus brazos por enfrente del pecho de ella. Selene sintió unos diminutos senos que picaban su espalda, y una piel fría, mucho más helada que el frío de afuera. Selene miró hacia la ventana y vio cómo los copos de nieve seguían cayendo con un cielo negro de trasfondo… Noche de paz, 90
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noche de amor… Y también, el largo filo del cuchillo, quieto, en paralelo a su rostro. Santa ya estaba a un lado de la cama. La sierra en alto, descendía con inminente propósito. Selene le dio un cabezazo en la cara a la niña a la vez que abría el compás de sus brazos separando los de ella que la tenían aprisionada. Ladeó su cuerpo y rodó a una velocidad impulsada por una adrenalina que no tenía nada que ver con su poder oscuro. La barra dentada cayó sobre el vientre de la niña. Selene, en el suelo, se arrastró hacia la pared mientras la sangre caía sobre ella conforme los dientes mecánicos cercenaban vísceras y partían la columna vertebral, partiendo en dos a la infanta desdichada. La niña no gritaba. Era como si no sintiera dolor, como si en realidad fuera solo un cuerpo reanimado carente de emociones humanas; un autómata como el propio Santa, un ser manipulado por el poderoso demente de Naguel. Selene, horrorizada, pegó su espalda sobre la pared y comenzó a levantarse, decidida a terminar con esa locura infernal. Maldijo a Naguel; lo sentía en Santa Claus, su fuerza era tremenda, eso significaba que estaba muy cerca. Santa extrajo la ensangrentada barra. Un pliegue de la sabana era quemada por la punta de la llama de una vela que había rodado cerca. La lengua de fuego, pequeña, comenzó a devorar el área acariciada, y empezó a expandirse, avivándose insaciable. Santa iba a rodear la cama para caer encima de Selene, quien al instante puso sus manos hacia enfrente en dirección al enorme ropero. Las patas del mueble se elevaron un par de centímetros, después fue alzado de un tirón por cuerdas invisibles y lanzado con la potencia del giro de una grúa de demolición, estrellándose en el costado de Santa, quien recibió el impacto como si fuera arrollado por un auto; las puertas volaron de sus goznes, junto con vidrio y pedazos de madera. Santa cayó de bruces sobre la niña y 91
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con la motosierra en medio de ellos, la cual comenzó a cortar a ambos, lanzando más salpicaduras de sangre y retazos de ropa. Jo, jo, jo, jo, jooooo. La motosierra se apagó. Un breve silencio de tumba invadió a la que antes fuera un feliz hogar. El fuego avanzaba por la parte superior de la cama, sus lenguas lamian la tela y querían más. Selene cerró los ojos y la ventana se abrió de par en par dejando entrar un poco de aire helado acompañado de copos de nieve. Después, con su poder, hizo entrar a toda una caballería de copos, amontonados con el volumen de una palada, entraron sofocando el fuego. Selene no quería un incendio, quizá, alguien estaba con vida, improbable en esa casa, pero quizá en otra sí; alguien, o alguna familia que estuviera resguardada en el sótano o en un cuarto de pánico. La villa era un sitio elegante, podría decirse exclusivo, y quizá alguien había invertido en un cuarto de ese tipo para resguardar la integridad y vida de la familia. Santa comenzó a incorporarse, arrojando los pedazos del ropero al suelo. Salió de la cama con su máquina enmudecida en mano y miró a Selene con desdén. Era como si la máscara, o lo que fuera, hubiera cambiado de forma, porque ese rostro de plástico se quedó fijo, con su nueva expresión. En la planta baja, otra sonora risa navideña se hizo escuchar como si se tratara de un aviso, de alguien quien anunciaba su presencia de una forma tétrica y con un propósito cruel. Un sádico que se regodeaba acercándose a su víctima y que quería ser escuchado para provocar angustia y pánico. Selene movió su oído, enfocando esa segunda risa; era grande, caminaba cerca de las escaleras. Se detuvo. Se volvió a reír. Y el Santa que estaba junto con ella también lo acompañó con su carcajada de “Merry christmas”. Después, lo que estaba abajo, comenzó a subir los peldaños, moviendo sus pies con una lentitud teatral para darle suspenso a su aparición. Por cada escalón, un jo, jo, jo… 92
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Selene caminó hacia la puerta con la espalda casi pegada a la pared. La ventana seguía abierta y los copos de nieve ahora entraban parsimoniosos. La esquina de la cama ahora solo humeaba entre la nieve que la cubría. Pensó en Camila. «¿Dónde estás? » —Hizo contacto con ella—. «¡Dame visión de lo que miras!» Las patas de la mesa del comedor, el piso relumbrante: giró la visión y esta se movió como cámara de televisión hacia la derecha para enfocar la entrada de la casa: puerta abierta, viento entrando, nieve, y algo. Una silueta se dibujaba, moviéndose, acercando. Empujaba la puerta y esta cedía. Un rostro blanco con una nariz de zanahoria se asomaba mostrando una sonrisa congelada que transmitía maldad. La visión se movió hacia la izquierda y emprendió carrera hacia el pie de las escaleras. Unas botas negras enfundadas en un pantalón rojo, subía los peldaños sin prisa, mientras la cabeza de un hacha era arrastrada, dando un golpe sordo metálico en cada escalón que subía. Selene cortó visión. ¿Acaso Naguel podía mover a más muñecos? ¿O eran más nagueles? Si fuera lo primero, el titiritero era extremadamente poderoso. Eso le quedaba muy claro: eran golems, por lo tanto, luchar contra ellos era inútil. Podría acuchillarlos o quemarlos, o lo que hiciese, y Naguel no sentiría dolor alguno debido a que su mente proyectada era solo lo que habitaba la carcasa hecha por su retorcida imaginación. Lo segundo, era improbable. Aunque no lo descartaba. Se giró sobre la pared para llegar al vano de la puerta y salir de la habitación, sin antes ver a la niña, quien, partida por la mitad, ahora tenía los ojos cerrados, perdida en un profundo sueño lleno de paz, mientras Santa tiraba del cordón del motor para encender el artefacto. Este se ahogaba y Santa tiraba de nuevo. Salió al pasillo. 93
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Arriba en el techo, los focos leds parpadearon creando áreas de luces y sombras. Después, se quedaron encendidos con una intensa luz. Selene retrocedió sin darle la espalda al Santa de la habitación, pero con el rabillo del ojo observando hacia atrás para ubicar al segundo que venía hacia ella por la retaguardia. La puerta de una de las piezas estaba abierta y con la luz encendida. Cuando había pasado por allí esta estaba cerrada. Esperaba ver salir algo, otra monstruosidad, pero no. Solo había un espejo de cuerpo completo al fondo en la pared, en el cual se miró a sí misma: sus ojos estaban encendidos con ese brillo esmeralda intenso, con sus pupilas verticales elípticas alargadas resaltaban en su rostro blanco cubierto por las salpicaduras de sangre de la niña como si fuera un maquillaje de guerra, y esta, manchaba también su cabello rojizo. Su sweater negro ajustado tenía un baldazo de sangre fresca que se escurría por su falda y mallas del mismo color fúnebre. Su brazo si escurría su propia sangre, era poca, aunque el roce de la sierra había sido largo. Solo sus tenis marca Converse, tenían algunas gotitas rojas. Y también miró en el reflejo, en su cintura, en la pretina de la falda: el cuchillo que había tomado de la encimera en la cocina. Lo había olvidado. Sabía que no era buena idea, pero lo empuñó. No los podía matar, pero si quizá cortar extremidades para entorpecer sus ataques. Jo, jo, jo, jo, joooooo, la risa subía por las escaleras. El segundo Santa se había detenido al final del primer tramo, a contemplar sobre el piso; las manos, antebrazos y piernas cercenadas, amontonadas. Y reanudó su avance, lento. En la sala de estar se encendió el árbol de navidad, y el trenecito eléctrico comenzó a marchar emitiendo sus sonidos de pistones y fumarolas de máquina de vapor. También la música de navidad que había escuchado al entrar, sonaba a todo volumen como si fuera la ambientación de una bulliciosa fiesta. Selene retrocedió hasta llegar a la mitad del pasillo. 94
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Empuñó con más fuerza el cuchillo. Miró hacia enfrente y hacia atrás: la enorme sombra emergía por el pasillo ascendiendo a la segunda planta. El motor rugió triunfal y la cadena dentada comenzó a girar cortando el aire de nuevo. Estaba viva, de regreso y quería venganza. Era un pandemónium de sonidos entrelazados formando una masa ruidosa: trenecito enloquecido, cantante demente, máquina de cortar sedienta de sangre… El Santa salió de la habitación con la motosierra, manteniendo la barra a la altura de su pecho. Cuando miró a Selene, alzó sus brazos y avanzo hacia ella. El otro Santa llegó al segundo piso, y enfiló por el pasillo. El hacha que arrastraba, la levantó y alzó su hoja a la altura de su hombro. Jo, jo, jo, jo, jooooo, emitían los dos al unísono sin mover sus bocas. Selene puso su cuerpo en posición paralela a las paredes del pasillo, con su mano derecha empuñaba el utensilio y apuntaba con su punta al Santa que venía por atrás, mientras que su mano derecha, con la palma abierta hacia el Santa descuartizador; al cual no tuvo tiempo de atacarlo con su poder, sorprendentemente este movió sus piernas con la rapidez de un futbolista profesional llegando hasta ella. Selene se hizo a un lado al ver como la barra dentada bajaba a una velocidad similar, errando el ataque mortal. El segundo Santa lanzó un hachazo en vertical, intentando cortar el cuello de Selene, quien con agilidad alcanzó a agacharse mientras ella miraba como la hoja cortaba varios cabellos y ésta se hundía en la pared de madera del pasillo. Aprovechado que el segundo Santa estaba atorado, intentando extraer la hoja; le asestó en automático un tajo en la pierna, cortando hasta la mitad. Nada de sangre. Después, en lo que el primer Santa levantara la barra por arriba de su cabeza, Selene le dio un tajo a este en el estómago, abriéndolo y dejando al descubierto la larga herida: trapos y ropa sucia. Varios calcetines 95
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tiesos de mugre se deslizaron hacia afuera como si de intestinos se tratare. Selene pegó su espalda a la pared en el preciso momento que la barra descendía intentando cortarla y de nuevo la vio cerca, apenas unos centímetros. Rápido, enterró toda la hoja del cuchillo donde supuestamente estaba el cuello del Santa descuartizador, y a la vez, se puso detrás de su espalda, tomándolo por el brazo para que no pudiera mover la motosierra a su antojo. El segundo Santa había sustraído la hoja, al ver su filo, se giró para hacer frente y al hacerlo, la barra dentaba venia repentinamente hacia él. Su movimiento no fue tan rápido al intentar colocar la hoja del hacha frente a los poderosos dientes, ya que estos bajaron con una rapidez impulsada por una Selene que manipulaba al primer Santa. Jo, jo, jo, jo, jooooo, se rio cuando los dientes se hundieron en su rostro, partiendo lo que era un cráneo que comenzó a despedir pedazos de coco, cartón de yeso, tomates molidos y calabazas podridas, junto con jirones de la máscara de plástico. Selene, quien tenía al Santa sujeto mediante su cuchillo hundido en el cuello y su mano bien aferrada a la empuñadura, lo soltó para darle un empujón. El Santa fue despedido con la fuerza suficiente de un oso negro, cayendo encima del otro Santa quién dejó caer el hacha a su lado mientras la motosierra en medio de su escándalo, los cercenaba a ambos al quedar uno encima de otro. Selene caminó entre ellos y el pasillo, pisando y moviéndose con agilidad entre las aberturas que dejaban sus brazos y piernas apenas moviéndose. Se agachó, tomó el hacha y se alejó de ambos cuerpos que tremolaban encimados como amantes a la par del motor que rugía mientras la cadena seguía enloquecida girando. Llegó al final del pasillo y miró hacia las escaleras, en el nivel que dividía los dos tramos, los restos de manos y brazos seguían ahí al igual que los manchones de sangre en las paredes. La música navideña seguía tronando intentando reventar tímpanos, mientras el sonido de motor de vapor del trenecito eléctrico le acompañaba 96
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en aquella sinfonía que pretendía reventar los nervios de cualquier ser vivo. Tomó el hacha con ambas manos, la pegó a su pecho manteniendo el mango en diagonal, la hoja a la altura de su mejilla y con el filo hacia enfrente. Una larga sombra cubrió el primer tramo de escalones. Selene bajó la primera sección y llegó al nivel donde estaban las extremidades cercenadas, dio la vuelta con cautela para comenzar a descender el segundo tramo y se detuvo en seco. Abajo, al pie dela escalera, el Jack Frost que estaba en la entrada de la casa, le sonreía, mientras una voz que utilizaba un tono de ultratumba estereofónica le susurraba: —Ves, no puedes salvarlos a todos los niños, si te das una vuelta por las demás casas, tus ojos miraran con horror escenas similares… ¡Hoy vas a acompañar a tus niños, en el eterno sueño de la muerte! Y Jack Frost no venía con las manos vacías, llevaba un largo atizador que había tomado de la chimenea, el cual levantaba con una lentitud fantasmagórica con su delgado brazo de madera. Selene hizo contacto nuevamente con su amada gata de angora: Camila dame visión. Sentía que algo se acercaba a la casa. Era Naguel, no había duda. Sin dejar de mantener contacto con el Jack Frost que la esperaba, recibió la imagen de una calle solitaria en penumbras, débilmente iluminada por las luces navideñas de las casas. Nada, pero sabía que algo miraba desde todas direcciones, oculto, en los lugares oscuros. De pronto, varias siluetas comenzaron a moverse, en distintos puntos. La gata movía su cabeza de un lado a otro, enfocando, mirando a figuras camufladas con el entorno que se movían y caminaban lento. Después, los contornos se dibujaron mejor conforme se acercaban a las partes iluminadas. 97
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La felina saltó del cobertizo y caminó sobre la nieve. Los copos seguían cayendo como plumas de diminutas aves que planeaban dejándose llevar por las corrientes de aire. La mascota gatuna avanzó hasta detenerse a mitad de la calle. —Mi gata hermosa, mi amiga fiel, regresa. ¡Aléjate de esas cosas! La gata miró hacia el otro extremo de la calle. Una figura alta se tambaleaba surgiendo de las sombras, era un cuerpo humano enfundado en un overol de mecánico, botas de Santa Claus y cabeza de reno, con nariz roja. Rodolfo portaba un largo caramelo al parecer de material duro, el cual, era agitado cortando el aire como si se tratara de un beisbolista drogado que no le atinaba a la pelota. Camelia miró hacia el lado contrario. Otro Santa Claus, con su traje rojo ultra atascado de ropa, tomaba una forma de obesidad mórbida. Se movía con las piernas y brazos abiertos, con dificultad debido a las exageradas longas que lo abultaban. En cada mano portaba un cuchillo. Y a unos pasos detrás de él, comenzaba a dibujarse un muñeco de nieve con sombrero de copa, quien con sus dedos tomaba la orilla del ala, levantándolo como en señal de saludo. Más siluetas comenzaron a aparecer al cruzar la calle. Camelia retrocedió. Selene cortó la visión remota. La cosa mala incrementaba su poder moviendo a sus golems, era como una potente vibración psíquica que el cerebro de Selene recibía como señal: Ubicó la dirección, supo en dónde estaba aguardado el monstruo. Interrupción repentina. Jack Frost asestaba un poderoso golpe en vertical y el atizador impactó el cráneo de Selene.
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David Sarabia 03 de febrero de 1976, Administrador de Empresas de Profesión y con una maestría en Negocios, es docente en el Centro Universitario de Sonora Campus San Luis. Miembro de la Sociedad de Escritores de San Luis R.C. Publicado desde el año 2018 a la fecha, en las revistas digitales Letras y Demonios (México) The Wax (Argentina) Incomonidade (Portugal) Moulin Noir (Perú y Uruguay) y el blog Buenos Relatos (España) En papel fue publicado por Editorial Mini libros de Sonora: Noctámbulos, y participó en las antologías Algo llamado horror de Escritores de Baja California y Nocturnalia de Walter Saravia. Actualmente está terminando una novela.
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Insanus Prófugo (Preludio) H.F. Velasco
Qué nombre tan perverso me han dado por partir en búsqueda de mi semilla, qué horridos rostros he visto retorcerse al mencionar mi nombre, el que me han dado, el que me ha tatuado el bautismo de sangre allá en la púrpura nebulosa de Tir Ar Kotey, el nombre que mi madre me ha dado, extirpado de mi ser, lo llamaron justicia, y llamaron genocidio a esta odisea y luego llamaron castigo al exilio. Mi dorada Gran Salam, donde corrí cuando párvulo, donde madre me nombró por primera vez y para siempre: Ratenir, hijo de Ralmer To y Menda Henir. Ahí donde vi por primera vez, cual marfil blanco brillando en la arboleda, a mi amada Sen Tei. Ahí donde nació mi hermoso vástago, Ran Tei. Y ahí donde los dioses cyones profanaron su promesa de tregua eterna. Aquella noche aguanosa en la costa al norte de Gran Salam, los vulgares dioses descendieron montando sus alados y huesudos demonios, idos de sí y sin ápice de piedad iniciaron su vulgar danza de muerte y arrebato descarnado. No había nada que pudiésemos hacer, Gran Salam solo era un jardín en la cúspide celestial. Sus campos dorados de girasoles ardieron aquella noche insana. Y yo, que merodeaba la cordillera sur, no pude más que correr despavorido al observar el baile enfermo de bestias voladoras sobre nuestras casas de mármol, corrí en contra de los togados que huían de la masacre mientras intentaba encontrar entre la masa de salamitas a mi retoño y a la hermosa Sen Tei. Maldita mi suerte, maldita la noche aquella que caí de rodillas al resguardo de nuestra marquesina resplandeciente y azoté los puños contra el suelo y me arrastré hasta el cuerpo exánime de la bella Sen Tei, acaricié sus labios carmesí mientras su piel pálida era irrumpida por el rio escarlata que brotaba de su pecho. Miré horrorizado, gemí de dolor mientras apretaba su cuerpo contra el 103
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mío, luego de doloroso letargo entré en razón, observé alrededor y no lo vi, corrí hasta nuestras habitaciones y no lo encontré, salí a tropezones a la calle y seguí el aullido perforante de los demonios hasta la torre de los Viejos Carpinteros que se yergue sobre la plaza, donde de día desfilaban los majestuosos carruajes que esa noche ardían en el colérico fuego provocado por las manos de los dioses que alguna vez veneramos. Vinieron aquella noche desde lejanas estrellas, embriagados, cediendo la muerte de mi pueblo como tributo para algún joven dios de sus arrogantes estirpes. Uno de ellos, cano y burlón arrastró a aquella mujer noble hasta las faldas de la llama, desde un tumulto acorralado por lanceros, sus armaduras vibraban como miles de monedas contra la luz del fuego, luego apuñaló su vientre con una daga dorada mientras todos reían y los demonios giraban hambrientos sobre la gran torre. «Trae a otro bastardo», dijo el más alto y formidable de ellos mientras arrojaba su tarro brillante hasta un arbusto de gerberas donde me había agazapado tembloroso, el anciano trajo a rastras desde la multitud a mi pequeño Ran Tei, con la mirada mutilada de inocencia, perdidas sus pupilas en la negrura de la noche, y fue arrojado con vileza hasta los pies de aquel desgraciado dios. La cólera se apoderó de mí, corrí enajenado hacia aquel ritual, arrojando al líder hacia el suelo, y tan rápido como el aleteo de uno de los demonios, había rebanado la garganta del más alto de los dioses, según las escrituras cósmicas, aquello acarrearía una serie de eventos caóticos, pero yo solo caí bajo un destello luminoso. Fui despertado por el azote iracundo del metal contra la quijada. «¡Arriba, desecho salamita!», gritó el carcelero Cyon mientras escupía mi confundido rostro, sumergido hasta la mitad en el suelo fangoso de la reja improvisada en el interior de algún campamento enemigo. Pude sentir el dolor de la tierra, porque eso hacemos los salamitas, unimos nuestro ser con nuestro mundo, es por eso que los prados eran amarillos y los árboles llenos de gracia y gratitud. Pero aquel lugar, válgame, lloraba, gemía mientras las raíces se encogían cada vez que un Cyon clavaba su espada en la 104
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carne de algún inocente y bañaba sus tierras con sangre, cada vez que el cuerpo de una niña era irrumpido con el sexo violento y desalmado, monstruoso y carente de misericordia que provocaba la espantosa locura Cyon. «No estamos en Gran Salam», murmuré mientras era arrastrado hasta los barrotes, para poderme levantar del suelo asqueroso, pero el pesado pie del verdugo me regresó contra el suelo. «Cállate, basura salamita, no tienes idea de lo que hiciste», dio la vuelta y cerró el portón metálico, me levanté tan rápido como mi adolorido cuerpo lo permitió, y busqué intentando no advertir a los guardias, a mi semilla, solo una fogata iluminaba el campamento postrado en la ladera de alguna montaña que regalaba un panorama tenebroso, un mar de pinos grises que se extendía por debajo del risco hasta donde la vista podía permitir. «El Azotador llegará en unas horas», escuché musitar a uno de los dioses que continuaban bebiendo junto al fuego y mi cuerpo se paralizó, el aire frio corrió desde los confines del vetusto bosque para golpearme el rostro, porque todos en Gran Salam conocíamos la historia de los Azotadores, los implacables verdugos de la antigua Tir Ar Kotey. Mi progenitor narró esto cuando yo era niño, ya no servíamos a los dioses cyones, las guerras habían terminado, pero los Azotadores eran los únicos que mantendrían la tregua, los vigías del contrato cósmico entre los planetas nobles y Tir Ar Kotey. «Si algún día un Cyon muere a manos de un noble, El Azotador vendrá, y su juicio será irrevocable», decía el viejo. Y aquello solo significaba una cosa… El Azotador vendría por mí, vendría a cobrarme la vida de aquel bastardo que asesiné en la plaza de los Viejos Carpinteros. Me perdí en una laguna onírica, vacía y basta, con llanuras de penurias y panoramas desoladores, y por un momento sentí vibrar el suelo, le sentí sacudirse y pedir auxilio, le escuché en un idioma enfermo y retorcido, pero lo entendía, los salamitas entendimos siempre el idioma de la raíz, yo le ayudaría, y ella diría donde se encontraba mi retoño, me aseguró que seguía esperando en algún lugar de aquella prisión en las montañas ensangrentadas. Relatar lo siguiente me hiela la sangre, el trance 105
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de mi calumnia, el horror perpetuado, menguado por la luz lacerante de una luna fúlgida que hacía destellar la sangre Cyon en estas manos agricultoras de muerte. Intenté moverme, pero fui incapaz, sentí el palpitar de la tierra sujetarse a mis muslos y los retoños de raíces torcidas deslizarse sobre esta harapienta espalda bañada en barro. El Azotador arribó muy tarde, lo vi descender sobre las cenizas de la fogata, montado en su demonio tricuerno, negro como la más terrible de las noches, miraba desconcertado mientras su armadura me cegaba, incluso si estos ojos no se habían abierto lo suficiente. Se postró frente a donde estaba, sentí el gélido metal de su espada en la barbilla y apenas pude ver su rostro bajo aquel casco dorado, sentí lástima en aquella mirada rauda, dio la vuelta y enfundó su arma. «Mi hijo», susurré con el poco aliento que reptaba por esta garganta. «Será tu castigo jamás volver a verlo», sentenció mientras tomaba su montura. «Has cometido la mayor de las herejías, y te aseguro que aquellos a quienes asesinaste hoy iban a enfrentar la justicia, pero has actuado contra las reglas del cosmos, y ellos han caído en un error de juicio, al traer a prisioneros de la única raza capaz de hablar con los planetas, al planeta más diabólico de los confines en Tir Ar Kotey». Mi piel se contrajo, la garganta se cerró y percibí la voz del planeta reclamando mi consciencia, mi lucidez. «Con la autoridad que me confiere el tratado de paz, te despojo de tu nombre, Ratenir, hijo de Ralmer To y Menda Henir, porque a partir de ahora no serás más lo que has sido, a partir de ahora él te reclamará como suyo, y tu semilla será salvaguardada en los más oscuros callejones cósmicos, para que jamás tu perversión le encuentre y ahora eres esto, Insanus Prófugo, el planeta que todo lo corroe, la peste cósmica, la blasfemia en roca». Yo no entendía, le vi partir, pero aquel lugar me hablaba, me susurraba eones de vulgaridad y malicia, retorcidas imágenes me impregnaban, sumiendo en la oscuridad el recuerdo de mi amada Sen Tei, el brillo de Gran Salam, la blanca sonrisa de mi semilla de pronto no existía, solo un hambre inamovible de encontrarlo y sumirlos en locura eterna, 106
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no importa cuántas estrellas y galaxias se postren frente a mí, no importa cuántos dioses intenten frenar mi furia, he de encontrarte Ran Tei.
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H.F. Velasco. Héctor Fernando Velasco Arroyo, veintiocho años, México. Autor de El antiguo linaje. Colaborador de la publicación Moulin Noir desde su primer número.
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Relato Bonus Track El caso Gangadolf Meyer Albert Gamundi Sr.
En algún lugar de Manhattan. Año 1982. Rocko dio un largo trago a su taza de café negro sin azúcar antes de tomar las tijeras para recortar el enésimo artículo acerca de las extrañas muertes que se estaban sucediendo en las zonas más turísticas de Europa. El encierro en Manhattan investigando infidelidades, estafas a seguros de salud y las asistencias a la policía para resolver los casos más bizarros había acabado pasando factura a su expediente de cazador de monstruos. Aunque no hacía un mes que había regresado de El Cairo donde había contribuido a recuperar un artefacto faraónico, el cual desató una serie de misteriosos ataques de serpientes y cocodrilos en el Delta del Nilo. Allí dónde las autoridades y la zoología no eran capaces de dar respuesta, aparecía él. Se movía por las mismas inquietudes que las decenas de aficionados y frikis sin calificación ni equipo que únicamente entorpecían las investigaciones. No obstante, su capacidad de razonamiento brillaba por ser mucho más elegante que sus métodos para el interrogatorio y su falta de habilidades sociales le llevaba a comunicarse mejor con el apoyo de su puño americano. Una vez hubo separado la noticia de la sábana de 109
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papel, procedió a colocarla sobre el enorme corcho con la investigación conocida como “El terror de las alcantarillas”. Entonces alguien llamó a la puerta de su angosto despacho. —Adelante, está abierto —anunció Rocko con una voz potente. Dos hombres con gafas de sol, traje y una cara de pocos amigos que remataban sendos cuerpos de atletas de combate en ring, irrumpieron en la habitación y comprobaron visualmente que no hubiera ninguna clase de peligro para su protegido. El detective ocultó su cara de circunstancias detrás de su taza de café mientras un hombre anciano entraba en la habitación con varias decenas de miles de dólares sobre su cuerpo. Su forma de vestir y su Rolex, indicaban que no se trataba de un pardillo. —Vos diréis —lo despachó el agente independiente de la ley sin apartar la mirada de los hilos que conectaban las diferentes chinchetas. —Me ha dicho un pajarito que usted resuelve casos paranormales y captura monstruos. ¿Cree que puede ayudarme con el caso del ratoide asesino que está asolando Europa? —pidió con una voz sutil que lo puso en guardia. —¿Qué le hace pensar que es una rata lo que está atacando a los europeos? —lo interrogó de forma severa sabiéndose su terreno pisado.
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—Una muestra de pelo y este maletín a rebosar de billetes morados. Soy el secretario personal de Mario Lombardi, el presidente de la Unión Europea, estamos en misión secreta. Creo que hay suficiente dinero como para que cubra sus gastos y honorarios con creces —añadió el hombre mientras el profesional examinaba el contenido. —¿Cuándo partimos hacia el viejo continente? —aseguró cerrando el transportín de un manotazo. —De inmediato —indicó el cliente antes de salir con paso rápido de aquella cámara. Rocko vivía en una depresión sistemática que era su existencia. Incomprendido desde pequeño por buscarle los tres pies al gato a cada razonamiento lógico, rápidamente entendió que la vida se regía sobre dos pies: La fuerza física y la inteligencia. Con ambas se había escrito y reescrito la historia. Era corpulento y tenía un físico de barril que le valió varios motes a lo largo de su vida. Sin embargo, había uno de ellos que lo hacía estar especialmente orgulloso de sí mismo, este era el de “El rastreador”. Aquel sobrenombre le llevó hasta la boca de las alcantarillas de un sector de la zona este de Berlín, la cual se hallaba en territorio soviético. Guiándose por su instinto detectivesco y los resultados de su riguroso trabajo de investigación, linterna en mano y puño americano cubriendo sus dedos, se adentró en el subsuelo a través 111
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del sótano de un edificio abandonado que se erigía como testigo de la guerra. En su cuaderno de hipótesis figuraba una de las teorías que más le emocionaba, esta era relacionada con el posible papel de los científicos nazis en el campo de la biología con algún experimento genético. Stalin no fue lo suficientemente estúpido como para ejecutar a los científicos del régimen creyendo en la palabra de la otra gran potencia aliada. Tras encender el foco de luz, echó a andar recordando el mapa en papel de la red subterránea. El lugar era laberíntico, por lo que había acordado con las autoridades locales que si no era capaz de regresar en cuánto saliera el sol, que bajaran a por él, estaría localizable gracias a un GPS que le habían inyectado en el cuello. Los soviéticos no se fiaban de los americanos, no obstante, tuvieron que depositar su confianza en uno de ellos. Rocco empezaba a dar por perdida su búsqueda hasta que un hedor pestilente inundó sus fosas nasales con tal virulencia que provocó su improvisado vómito contra las aguas fecales. Unos ojos rojos se encendieron en la oscuridad instantes antes de sentir como algo realmente pesado se le venía encima. La presa había picado en el anzuelo. Respondiendo al perfil de las víctimas, se había perfumado para la ocasión con tanta generosidad que olía como una mujer. La enorme rata con rasgos antropomorfos como brazos y piernas, mostró los colmillos tras tenerlo contra la pared, infundida por el celo, aquella criatura negra como la noche, piojosa e 112
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indudablemente transmisora de enfermedades, le rasgó las prendas como si buscara excitación en las mamas de una mujer. El detective, quien ahogó su dolor mordiéndose el labio, soltó la linterna y palpó el suelo varias veces buscando un punto donde agarrarse mientras esquivaba dentelladas. Aquel engendro parecía darse cuenta de que no estaba delante de una joven indefensa, sino de otro monstruo como él. Aun así, trató de hincarle el diente. La reacción natural del investigador fue la de golpearle tan fuerte con el puño americano en la cabeza que, tras oír crujir los huesos, desplazó a la criatura varios metros, cayendo esta en el agua y siendo arrastrada por la corriente. Jadeando antes de poder maldecir correctamente aquel ataque, trató de correr en vano detrás del animal, pero este no estaba muerto, tras dedicarle un guiño amenazante, este trepó por las paredes hasta llegar a la altura de un conducto de ventilación. —Mierda, no vas a escapar —amenazó lanzando una cápsula con una red extensible en su interior. Al voltearse, la criatura empezó a perder vello facial, era como si se estuviera transformando en otra cosa. El americano temió que se tratara del caso más vomitivo al que había tenido que hacer frente: una metamorfosis. Aun así, había considerado que su nido se hallaba en aquella urbe bajo tierra, únicamente podría valorar la posibilidad de regresar sobre sus pasos y ponerse a merodear en la oscuridad la cual había emergido el atacante. Pero algo estaba yendo mal, se empezaba a marear, la zona afectada 113
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por el rasguño empezaba a infectarse y tornarse de un color negro. Una vez más le tocaría operarse de emergencia cortándose la carne con el cuchillo oculto en la bota. Tomó aire pesadamente hasta hinchar su pecho con tal fulgor que únicamente pensaría en respirar. Entonces, con todo el cuidado que un cuchillo militar le permitió, cortó en un pequeño cubo de carne la infección. Consciente de que aquella prueba podría tener un papel fundamental en la resolución del caso, la guardó en un pequeño frasco metálico de muestras. Ahora, le llamaba la atención que la sangre de su vientre fluyera negra. Definitivamente tenía que detener la enfermedad, pero había venido preparado para la situación, así que, rebuscando en el interior de su gabardina, sacó una aguja de antibióticos y se la pinchó salvajemente en la carne. Aquello era todo lo que podía hacer. Sin haber recuperado las fuerzas y la compostura, se puso de pie apoyándose contra una de las paredes laterales echando a andar en la luz que proyectaba la linterna cortando la oscuridad. La piel le ardía, el medicamento estaba haciendo el efecto deseado. Arrastró los pies hasta que finalmente dio con el foco, torpemente lo recogió y continuó avanzando con pasos torpes hacia el origen de aquella oscuridad para percatarse de que una puerta metálica abierta lo separaba del tan anhelado hallazgo. Con el cuerpo tambaleándose, tan cerca de la verdad, cayó dentro de una sala en la que brillaban toda clase de luces entre las sombras, 114
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entonces, antes de poder investigar más, fue derrotado por las fiebres. Rocco abrió los ojos en una habitación gris en la que entraba la luz del sol de forma tenue. Era un día nublado que no invitaba a celebrar la fiesta local donde centenares de jóvenes bailarían y se emborracharían como forma de aderezo inconsciente para su brutal atacante. El pitido de las máquinas conectadas a él lo ponía nervioso, después de incorporar la cabeza hacia delante reparó en que le habían despojado de sus pertenencias, su cuerpo estaba únicamente cubierto por una bata verde desgastada. El primer pensamiento fue para las pruebas que había recogido y por la idea de volver al supuesto nido. —Hemos podido salvarte la vida por los pelos. Tus hallazgos no han revelado nada nuevo, sin embargo, nos has traído hasta el laboratorio donde empezó toda esta pesadilla —aseguró una de las enfermeras mientras le cambiaba el suero. —Maldito bicho, no he sido capaz de reducirlo… —se lamentó Rocco con los labios resecos por el desgaste. —Tu trabajo con nosotros ha terminado, ahora es tiempo que descanses en paz —confesó la mujer al girar la ruedita que dejaba paso al suero. Esta se volteó con una sonrisa maléfica, con un paso rápido y torpe abandonó la sala en la que tendría lugar la ejecución de la herramienta que habían utilizado para dar con aquella sala de los 115
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horrores. El corazón de Rocco bombeaba sangre de tal forma que disparó la adrenalina que sentía, no, efectivamente, no iba a morir como un perro con la inyección letal. Sabiéndose únicamente dolido por la mordedura de la criatura y la improvisada operación que se practicó en las alcantarillas, cargó todo su peso contra el tubo que lo conectaba y fue a parar al suelo con la cama y el equipo médico que cayó encima de él. Con la mirada encendida, se llevó el canal a los dientes para tratar de romperlo. Una vez más se repitió que sus días no iban a terminar de dicha manera. La solución ya corría por sus venas. El detective contuvo la respiración, algo estaba cambiando en él. Unos síntomas cercanos a la rabia y ojos rojos inyectados en sangre se apoderaron de él. Aquello facilitó la ruptura de la flema del suicidio asistido, repentinamente, reparó en el hecho de que la zona afectada por la mordedura había empezado a verse cubierta de vello. —No es posible… Si la bestia no mata a la víctima, esta empieza a adquirir sus propiedades —maldijo alejándose a toda prisa de aquella cama pensada para ser su tumba. Un tremendo dolor de cabeza invadía al varón, era más intenso y empalagoso que la mismísima resaca después de una larga e intensa noche. Tenía que salir de aquel lugar a como diera lugar. Buscó su ropa en la habitación, no obstante, los rusos habían sido cautelosos y la deberían tener en su posesión. Aunque se sintiera ridículo, debía abandonar la habitación en aquella bata que 116
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prácticamente lo dejaba en cueros. Siguiendo el sentido común, había sido encerrado con llave en la habitación. En su interior estaban batallando dos soluciones, tanto la infección que hacía arder sus venas, como la fórmula química pensada para matarlo. Rocco estaba perdido, la puerta era blindada. Su corpulencia y fuerza bruta ya no funcionaban, su ingenio estaba nublado por la horda de bacterias de aquella criatura. Sus últimas palabras fueron dedicadas tanto a los genetistas nazis como a los bandos enfrentados en aquella guerra fría de bloques. Finalmente, perdió toda la humanidad que le quedaba en un hospital dónde se encerraba a presos políticos por motivo de su disidencia con el régimen soviético. Mientras esto ocurría, Fedora e Inessa, las dos asistentes del desaparecido Dr. Ivanov se habían adentrado en el alcantarillado con las herramientas del investigador americano. El olor a pólvora y el rastro de destrucción del laboratorio implosionado asistieron a sus linternas y al paso pesado de la policía militar que los escoltaba. —Es por aquí, a partir de este punto la negrura de las paredes es más intensa —valoró Inessa en voz alta. Unos pasos más adelante encontraron restos de sangre y de huesos, aparentemente el puñetazo que Rocco le había asestado a la criatura le había hecho saltar una parte de la pieza dental. Fedora se detuvo un momento a examinar el suelo con más detenimiento, 117
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buscó en su bata médica varias bolsas para muestras. Entre ellas recogió pelo, fragmentos de dentina y un desgastado tejido humano. Aquellos hallazgos permitirían seguir adelante con la investigación. Uno de los soldados estalló en histeria cuando algo le cayó encima. Gritó algo ininteligible en ruso y una salva de disparos espantó a las mujeres, quienes siguieron adelante en dirección al laboratorio. Unos ojos rojos y lamentos desagradables de roedor dejaron paso a un combate en las sombras en el que en cuestión de segundos se empezaron a unir decenas de criaturas con una naturaleza semejante. Las sanitarias apresuraron el paso una vez fueron asaltadas, Inessa chilló con toda la capacidad de sus pulmones cuando una rata negra como el carbón cayó sobre sus senos. La traumática experiencia se tornó más desagradable cuando esta rasgó su dermis con las garras. —Rápido, pínchame un antibiótico —ordenó a su compañera con la cara desencajada por la desesperación. —¡Fuera! —la rechazó dándole una patada en el estómago que la arrojó a las aguas fecales. Los ojos de Fedora se llenaron de lágrimas y siguió su carrera hacia el frente, a pesar de que tenía miedo de lo que pudiera encontrarse, temía más la furia de su superior, la cual se manifestaría en el mejor de los casos con la muerte. Mirando hacia atrás en su huida, no reparó en que en el suelo había una escoba 118
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tirada que bloqueaba el paso en la puerta. Maldijo su suerte por lo ocurrido al ponerse en pie. Caminó en un piso que parecía pegajoso, algo le estaba picando en las piernas, era llevada por la necesidad de registrar lo que había dentro. Se acercó a las paredes, las acarició en busca de un interruptor para encender la luz. —He dado con la verdad que buscas. Habría sido más sensato darme un balazo en la cabeza —intervino la poderosa voz de Rocco. —¡Tú! ¿Estás vivo? —exclamó con horror la mujer al iluminarse el recinto. Ante sus ojos pudo ver cómo había mujeres jóvenes desnudas y con efectos de mordidas, encerradas en cápsulas de criogenización y cuyos genitales eran invadidos por conductos en los cuales fluía una solución de esperma de rata con otros fertilizantes genéticos. —He resuelto el misterio, pero me han hecho renunciar a todo. Esta era la verdadera solución final de los alemanes, un ejército mutante capaz de adaptarse a cualquier circunstancia — clamó un Rocco cuya figura se había convertido en la de una rata de esqueleto humano. De un coletazo derribó a aquella mujer para posarse sobre sus caderas. Esta empezó a chillar con desesperación. Lo poco que quedaba de los recuerdos del mejor investigador paranormal se había perdido finalmente en la enfermedad que había escapado del 119
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laboratorio. El nuevo ratoide se alzó sobre ella, apoyando su peso sobre sus caderas la tomó en un último aliento de humanidad, era su último acto de venganza antes de convertirse en un motor de fatalidad y de peste. En cuanto la relación forzada terminó, el nuevo metahumano sintió que era llamado, no obstante, dirigió una última mirada a su puño americano, su símbolo personal y todo lo que dejaba atrás para servir al rey. Al fondo de aquel laboratorio se hallaba el monarca tumbado en un lecho de cadáveres femeninos a media fase de descomposición. Este se alzó sobre dos patas mostrando sus dientes magullados y rotos, parecía que iba a dirigirse a su plebe. Nuevamente volvió a emitir un sonido ratoide que atrajo a la horda de criaturas afines, desde roedores puros hasta sus nuevas víctimas, los soldados y la misma Inessa, la cual sería tomada como la enésima conyugue de Gangadolf Meyer, quien escapó a los juicios de Núremberg inyectándose su último vial genético aún en fase de prototipo. Ahora, se estaba preparando para tomar una merecida venganza.
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Jack Ledger Hashshashins Rigardo Márquez Luis Una lluvia rancia descendió sobre los carcomidos tejados de la desvalida Ümbralia. Aquellas gotas amarillentas supuraban un hedor insoportable; era como si un dios ebrio orinase sobre los cielos curtidos de hollín y coprolitos. Futania acarició las llaves dentro de su bolso, sabía que estaba a unas calles del departamento de Jack, sin embargo, su orgullo no le permitía ceder, tenía claro que si seguía frecuentándolo terminaría enamorándose. El amor representaba la mayor de las derrotas en su rubro, dicho sentimiento nunca le ha traído nada memorable a su vida salvo decepciones, pero una diminuta vocecilla interior le tentaba a seguir en el juego. —¡Al diablo, solo una vez más! —susurró ella emprendiendo el camino hacía su amante ocasional, y agregó—: De algo se debe morir. Futania disfrutaba del libertinaje de Jack, a pesar, de no conocerse por mucho tiempo le había comprendido y llegado a admirar por la forma en que este le trataba. La mayoría de los hombres la poseían con lujuria reprimida, únicamente saciaban el morbo de su pulsión; estar con un transexual, era algo exótico, una fantasía oculta en lo profundo de su vergüenza, por ello, al 123
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consumarla, no podían volver a ver a aquella prueba de lo que percibían como una masculinidad frágil o heteroflexibilidad. No obstante, Jack Ledger nunca fue así, desde sus primeros encuentros sexuales le había disfrutado sin medida, ni recato, inclusive paseaban por la ciudad, cenaban juntos y nunca hizo un gesto de arrepentimiento ante las miradas inquisitivas de los demás. Él siempre adulaba la forma de sus pechos, y bromeaba con el tamaño de su miembro, además nunca había usado sus poderes en ella, esa parte era la que más le preocupaba, puesto que debido a las increíbles habilidades psíquicas de Ledger, estaría siempre en el centro de sucesos extraordinarios, y tarde o temprano lo perdería, aunado a todo eso, ella guardaba un secreto que, de saberse, quizás él terminaría odiándola. Eso sería el peor infierno para ella. —No sé si deba entrar como si nada, supongo que no tengo que darle importancia a lo pasado, hablar seriamente con él nunca es fácil, así que no voy a presionarlo, dejaré que las cosas fluyan lentamente —se dijo ella, para luego entrar en el departamento que yacía en una irreverente oscuridad. A tientas buscó el interruptor de la luz, pero al accionarlo nada sucedió. —¿Será un apagón por la tormenta? —cuestionó, entonces su nariz siseó de forma extraña.
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Algo desde las tinieblas se desenmarañó, igual que entre las estrellas muertas fulguran algunos astros supervivientes, un leve brillo surcó la negrura clavándose en la sombrilla que hábilmente Futania había abierto con anticipación; se trataba de un par de shurikens. —¿Invitados no deseados? Ahora no estoy de humor — exclamó ella. Los truenos dibujaron un par de siluetas que se arremolinaron a su alrededor en pie de lucha. Uno de ellos desenvainó su katana que resplandeció sedienta de sangre. Futania correspondió con una sonrisa retadora. Acto seguido, su enemigo rompió la distancia entre ellos tratando de cortarla, no obstante, ella usó la sombrilla para desviar el ataque, y de manera habilidosa sacó de su cintura un puñal que hundió en la nuca del desconocido. Al ver esto, los demás atacaron al unísono, Futania evadió de forma artística los ataques en su contra, a pesar de encontrarse en la penumbra; su gran habilidad gimnastica, aunada a su prodigiosa memoria, le permitió mantenerse a salvo. La mujer resopló al percatarse de un terrible detalle, ya que las sombras beligerantes ante ella se multiplicaban sigilosamente. —Esto se va complicando, creo que tendré que usarlo — musitó ella moviendo sus dedos como acariciando el viento. Cuando los intrusos arremetieron al mismo tiempo contra Futania, detrás de ella apareció Jack Ledger, quien iluminó el 125
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lugar con una energía desconocida que al golpear el suelo derribó a sus oponentes con facilidad. —Veo que te diviertes sin mí —indicó él. —Era una sorpresa, sé que te gustan este tipo de cosas — respondió ella. —Pensé que iríamos lento, supuse que primero probaríamos con un trío, no imaginaba que pasaríamos a una orgía de súbito — acotó él. —¿Los conoces? —preguntó ella. —Tengo una leve sospecha, no te confíes, nada es lo que parece —puntualizó Jack, deambulando por el lugar. Futania movió rápidamente su nariz; un olor profundo a pólvora y aceite le alertó a tiempo, pues se pudo escuchar un disparo furtivo que iba dirigido hacía Jack, sin embargo, la chica logró salvar a su amante dándole una patada. A continuación, pudieron escucharse varias detonaciones más contra la habitación. Futania soltó un ligero quejido al sentir el calor del proyectil en su brazo. —¿Estás bien? —preguntó Jack. —Sí, no te preocupes, solo fue un rozón —contestó ella revisándose el brazo.
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Mientras que Futania yacía distraída con la herida, una figura negruzca se erigió detrás de ella lista para asesinarla. Jack Ledger intentó alcanzarla, pero alguien más había entrado violentamente por la ventana colocándose frente a él, encañonándolo. La mujer percutió su revólver queriendo atravesarle la cabeza. Aun así, ese esfuerzo fue en vano debido a que una estela de energía había retenido la bala a escasos centímetros de la frente de su presa. —Veamos ¿Cuántos puedes soportar? —retó la mujer disparando varias veces más, está vez, Jack esquivó cada disparo con una velocidad increíble. Futania, quien se hallaba vulnerable, susurró. —Ya te tengo. —Acto seguido lanzó varios shurikens que recogió en secreto, obligando a su agresor a bloquearlos con sus muñequeras de acero, esto fue solo una distracción, para luego usar una maniobra atlética posicionando sus piernas sobre los hombros de su enemigo aplicándole una llave al cuello; y a continuación hizo un movimiento de rehilete para proyectarlo contra el suelo. —No te confíes, si es quien creo, no será un hueso fácil de roer —indicó Jack mientras esquivaba las balas de su contrincante que haciendo uso de un magistral baile de pies acortó la distancia de nuevo disparando en su contra. El proyectil pasó cerca de la 127
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mejilla del criminólogo, el cual vio un destello burlesco en el rostro de su agresora. —¡Se acabó! —enunció vitoreándose la fémina, sin embargo, únicamente el saco de Jack había sido penetrado por la bala. —Eso fue demasiado peligroso, no puedo permitir que te pongas seria, Bulleta Panzer, conocida también como el ejército de una sola mujer, sé que perteneces al grupo de sicarios del gremio oscuro —musitó Jack. —Tus trucos mentales no tendrán efecto en mi disciplina militar —amenazó ella recargando su arma. —Lo sé, dicen que estás en el top de la organización, así que supongo que ella también pertenece a ese selecto grupo de asesinos. Me siento honrado, no puedo imaginarme el número de fichas que valgo. ¿Por qué no celebramos con cerveza y una buena orgía? Así podría cumplir mi fantasía de ver cómo Futania se tira a otra chica, digo, la vida es corta no me gusta escatimar en algo de tal envergadura —acotó Jack. —¿Quién demonios son? ¿A qué organización pertenecen? ¿Acaso al triunvirato? —preguntó Futania a la par que veía de forma frustrante la disolución de su enemigo quien lentamente se volvió una mancha negruzca en el suelo. —Hashshashins, querida, ellas pertenecen al gremio de asesinos quienes cobijados por una leyenda antigua se han alzado 128
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para fungir como verdugos del que pueda costear sus servicios; Magnates, dictadores, gobiernos, políticos, religiosos, no importa el empleador, ellos asesinarán a su objetivo sin fallo alguno. Su única bandera es el signo de pesos, sé que no suena tan poético como debería, pero es así, a menudo romantizamos ciertas cosas que terminan siendo tan banales. Panzer es una experta en toda clase de armas de fuego, una tiradora excelsa con entrenamiento militar y armamento experimental de grado científico, pero lo más aterrador es que posee una peculiaridad extrahumana que le hace potenciar sus habilidades —relató Ledger ante la mirada viperina de Panzer. —¿Pensé que era un culto mediático para películas y entretenimiento? ¿Y esta persona quién es? —cuestionó Futania. Jack Ledger giró la mirada hacía un rincón de la habitación, allí había un enorme espejo que resplandecía con el velo lunar; aquella refracción plateada pareció oscilar en una intermitencia que poco a poco pareció formar una silueta femenina. —Ella es una kunoichi, una titiritera que maneja las sombras necrománticas; si pudieses ver a esos ninjas que atacaron, te darías cuenta de que no eran personas vivas, eran sombras de personas muertas, quizás parece algo sin importancia, pero si logran arrebatarte la sombra antes de que mueras, tu alma nunca descansará en paz. Solo existe una mujer tan cruel que es capaz de jugar con la sombra de los muertos, ella es “Han'yō”. Creo que 129
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debo encargarme desde aquí, ellas ya no perderán su tiempo con juegos, no es una pelea en la cual debas participar. Yo trataré con ellas, en cuanto la pelea comience debes huir —amenazó Ledger. Las dos asesinas no parecieron inmutarse con las palabras de Jack, no les era sorprendente que él supiese sus identidades, pues conocían de antemano sus habilidades psíquicas. Sin embargo, Futania resopló enojada. —Tú no decides eso, odio que los hombres se conviertan en machos que marcan su territorio y traten de protegerme como si fuese una indefensa damisela. Además, estoy deseosa de pelear con una kunoichi, desde que era niña leí sobre ellas, es una oportunidad que no se volverá a repetir. Jack Ledger hizo un movimiento con su muñeca dotando a Futania de su bate metálico de baseball, para que pudiese defenderse. Ante ella se presentó Han'yō quien portaba una máscara de Oni con un cuerno sobresaliente, esta desenvainó sus dos sai aceptando el reto de Futania. —Ahora podemos arreglarnos nosotros —dijo Panzer golpeando sus puños revelando un par de guanteletes mecánicos. Jack Ledger intuía que este día llegaría, había intentado no pasar sus días bajo la navaja de un fantasma que podría no presentarse, pero desde el momento en que asesinó a aquel patriarca del clan Mu sabía que su cabeza tarde o temprano tendría 130
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un precio. No obstante, siempre imaginó que enfrentaría aquel dilema de forma solitaria, en cambio, ahora Futania se hallaba inmiscuida en su querella particular, por eso no debía permitir que resultase herida. Panzer lanzó su ataque, el cual constaba de varios puñetazos, Jack se limitó a esquivarlos; una vibración caótica resonaba con cada golpe que la guerrera erraba. Por el contrario, ella mantenía una sonrisa triunfante, lo cual intrigó a Jack quien no entendía tal proceder, fue así que en un instante una ráfaga de viento atrapó al psicomante; la tromba lo absorbió depositándolo contra la pared. Por su parte, Futania apenas podía contener los ataques marciales de Han'yō, su maestría con los sai era absoluta, obligando a la chica a buscar una apertura de manera pasiva, esta llegó unos segundos después. Acto seguido, Futania lanzó un mandoble tratando de desequilibrar a la kunoichi, pero ella bloqueó el violento arrebato con sus dos armas. A continuación, usó sus piernas para doblegar a la compañera de Jack, golpeando sus puntos vitales y dejándola derrotada en el suelo. «No puedo seguir así, me es imposible seguirle el paso a esta
mujer sin manifestar mi poder, pero si lo hago él se dará cuenta», pensó Futania mientras yacía en el piso. —No hay deshonor en perder contra alguien mejor —declaró la kunoichi preparando su sai para terminar con Futania.
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Panzer caminó lentamente mientras hablaba con Jack. —No prestaste atención, mis guanteletes producen ondas vibratorias que desencadenadas pueden despedazar al enemigo. De pronto una aparición fantasmagórica atacó a Panzer; se trataba de Jack, el cual lanzó varios golpes imbuidos con su poder mental logrando que la mujer retrocediese, al notar eso, la guerrera aceptó el combate cuerpo a cuerpo, los dos luchadores intercambiaron puños sin tregua. A pesar de poseer los guantes, ella no fue capaz de mostrar superioridad. Las ondas vibratorias fueron anuladas por los psiones que rodeaban los puños de Jack Ledger manteniendo a ambos visiblemente igualados. Acto seguido, Jack recibió voluntariamente el golpe de Panzer quien se mostró sorprendida. En dicho momento, Jack aprovechó para asirse del brazo de la mujer logrando catapultarla contra un librero y usando su control mental derribó parte del techo consiguiendo frenarla. El psiconauta cargó con su energía mental una tríada de cartas para endurecerlas y lanzarlas contra Han'yō, la cual apenas logró defenderse con sus cuchillas, sin embargo, ese preciado tiempo fue usado sabiamente por Ledger que colocando su mano en el vientre de la kunoichi la proyectó contra el techo al imprimirle su energía psiónica salvando así a Futania. Jack se colocó en pose de combate con sus dos brazos ejerciendo un gran poder mental. —Es hora de terminar con esto —sentenció. 132
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Han'yō y Panzer se pusieron de pie, listas para proseguir con el combate, al unísono se lanzaron contra él. Jack combatió con ambas intercambiando golpes sin contenerse, sin embargo, sus contrincantes no fueron desbocados, algo les hacía mantenerse en guardia. Sus cuerpos acostumbrados a la batalla tiritaron al presentir que el psicomante estaba preparando algo para acabar con ellas, pero aquel sentimiento poco encontrado entre las presas que se han dedicado a cazar les instó a procurar una reyerta de vivir o morir. La kunoichi se deshizo de sus sai, en su lugar desenvainó una katana que se tornó carmesí como si un fuego intenso la fundiese. Por su parte, los puños de Panzer comenzaron a vibrar de forma desmedida produciendo remolinos de viento que poco a poco se hicieron más grandes. Jack fue rodeado por ambas mujeres de un lado a otro, estas caminaron con lentitud, parecían no querer detonar el asunto hasta que fuese inevitable. —¡Cúlpense a ustedes mismas por hacerme llegar hasta aquí! —gritó Jack Ledger moviendo sus manos hacía el techo concentrando así todo su poder mental. Sus dos rivales tuvieron una reacción tardía, pues en ese momento comprendieron que sus vidas estaban en grave peligro por lo que apostaron a todo o nada, atacando sin retroceder. Jack extendió sus manos haciéndolas descender de golpe provocando que toda su energía psiónica estallase de manera
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violenta desbordándose en olas concéntricas que se distorsionaron hasta trastornar el espacio engullendo todo el lugar. —Pulse of der Wahn —susurró él. Futania flotaba sobre el suelo, envuelta en una burbuja psiónica que la protegió del daño mental. Jack se dirigió hacia ella. —Debemos irnos, no podemos darnos el lujo de encontrarnos con otros asesinos. —¿Qué diablos fue eso? ¿Por qué han querido matarte? — cuestionó ella. Jack palideció, por un momento pareció que caería desmayado, pero logró mantenerse en pie. Futania se apresuró a ayudarle notando que un fino hilo hemático emanaba de la nariz y de los oídos de su amante. —Eso las detendrá, es la ruptura de la realidad, sus ondas cerebrales fueron trastornadas por un breve momento causándoles una pérdida de la cordura. Estarán fuera de combate por varios días —explicó él. —Deberías matarlas o vendrán por ti después —puntualizó ella. —No, si las mató eso será declararle la guerra al gremio de asesinos, debemos ir a un lugar donde ellos no tienen poder, a una instancia más poderosa que sus intereses —decretó él. 134
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La pareja llegó hasta el metro de la ciudad, allí Jack descansó por varias horas hasta casi la medianoche. —¿Quién te quiere muerto? —cuestionó Futania mientras acariciaba el rostro de Ledger. —El clan Mu, ellos son una casa marcial de la alianza de repúblicas socialistas orientales —contestó él. —Eso es al otro lado del mundo ¿Por qué los asiáticos quieren matarte? —interrogó ella. —Fue hace unos meses, en realidad, hay mucho que no sabes de mí. Te he dicho varias veces que no soy un héroe, ni pienso serlo. Yo pasé mucho tiempo enclaustrado en un sanatorio mental, estaba clínicamente loco, fui sedado y puesto en coma inducido por el resto de mi vida. Las personas piensan que estando allí, en un estado alterado de la percepción, no existe la consciencia. Pero se equivocan, la verdad es que los sentidos se potencializan, la impotencia de no poder comunicarte te obliga a fracturarte; para así poner fin al vacío del silencio, conforme vas creando personajes se va poblando tu nuevo hogar etéreo, poco a poco intentas darle una normalidad afectiva, y te vuelves dios de tu propio planeta cognitivo, olvidándote del mundo real. Con todo eso compartimentado llega un punto en el que un Big Crunch desplaza a ambos mundos colisionando entre sí, eso me hizo despertar del coma. No obstante, nadie en la historia había vuelto de la locura, por ello, no volví siendo normal, en cambió noté que 135
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mis habilidades psíquicas evolucionaron de forma abismal. Estos poderes me hicieron ser una criatura peculiar en un mundo tan desfasado. Después del despertar fui atendido por una muñeca sexual reprogramada como monja en un antiguo convento que servía de orfelinato en los suburbios de la ciudad, pero una vez más el destino me puso en otro lugar equivocado, dicho sitio era usado como menú para los apetitos carnales de personajes poderosos. La ciudad estaba gobernada por la facción de los cinco lunares, dirigidos por un anciano perteneciente al clan Mu. Digamos que no estuve de acuerdo con sus métodos e hice lo que siempre hago, y bueno, henos aquí —relató Jack Ledger. —Vaya, pensé que sería por tirarte a la esposa de un jefe de la mafia china, pero tu historia me ha conmovido, aunque eso no explica que haremos ahora ¿Acaso nos esconderemos en el metro para siempre? —preguntó Futania. Jack sonrió despreocupado, miró el reloj de la estación y dijo —No, es solo que el camino únicamente se muestra después de la medianoche, debemos seguir los rieles del tren hasta encontrar la puerta que nos llevará a la ciudad prohibida, nos dirigimos a un lugar peligroso, un reino en el cual todo se rige por la ley del más fuerte, y cualquier disputa se resuelve en un combate, allí nadie puede romper las reglas de los artistas marciales, ni los Hashshashins osarían ofender a la otra pequeña china, prepárate querida, porque iremos al Kumite.
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Rigardo Márquez Luis, 1985, nacido en Coatzacoalcos, Veracruz, México, ha sido publicado bajo el sello de Editorial Cthulhu, y Pandemonium, así como participado en varias revistas antológicas como: The wax, Letras y demonios, Necroscriptum, El narratorio, entre otros.
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Editorial Solaris de Uruguay Staff: Selección de relatos: Rigardo Márquez Luis. Edición,
maquetación,
corrección,
diseño
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ilustración de portada: Víctor Grippoli. Modelo de portada: Narelle Cioli. Grabados a punta seca, grabados en madera y fotomontajes interiores a cargo de: Pascual Grippoli y Víctor Grippoli. Puedes bajar nuestro material gratuito y libros digitales de pago por www.lektu.com Puedes seguirnos en nuestro canal de YouTube: Editorial Solaris de Uruguay. Todo el catálogo de la editorial en
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