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Moulin noir Ómnibus
Editorial Solaris de Uruguay Fundada en enero de 2018
Moulin noir — 2022
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La columna del editor
Nos encontramos con un recopilatorio 2.0, por decirlo así. Van a encontrar los relatos de nuestros personajes favoritos de los primeros tres números de Moulin cuando estaba bajo el sello de Aeternum pero actualizados. Va a ser un reencuentro con esas obras de gran nivel y para los que comenzaron a leernos con el número 4 esto va a ser todo un descubrimiento. Varios lo estaban pidiendo. Es un placer para Editorial Solaris de Uruguay darles este Ómnibus, en donde van a encontrar el material de los que seguimos con este proyecto para darle cierre al arco primero de esta aventura Noir que constará de tres números, el volumen presente y un libro final. ¡Y qué libro tendrán a futuro! Más adelantos no les puedo hacer. Sobre la parte artística hay varias cosas que decir. Para los números 4, 5 y 6, decidí usar interiores en blanco y negro con material gráfico más vanguardista, que salieran de lo común. Vimos abstracciones, grabados en acrílico y madera por poner ejemplos concretos. Para el Ómnibus quise dar un paso más allá, incorporar el color como punto de diferencia con los números convencionales me atrajo mucho. Pero no quería usar métodos tradicionales como en el 4 ni tabletas gráficas como para el número 5. Ahora probaríamos con la inteligencia artificial. Ya les anticipo que la cubierta del 6 está generada de igual manera. Hablando de tapas, la de Ómnibus está realizada usando generadores de rostro en donde pones parámetros y aparece el resultado. Otras imágenes fueron hechas usando palabras clave que se le dicta a la IA y esta genera un resultado basándose el tipo de arte que uno selecciona. Eso ha permitido una gran diversidad en los resultados obtenidos. ¡Interesante camino este, nos ha dado un punto de quiebre y diferenciación con otras publicaciones! Sobre los relatos no voy a hacer comentarios. Es el reencuentro con todos nuestros personajes que tantas alegrías nos han dado más alguna sorpresa inédita escrita especialmente para ustedes por Carlos Saldívar y el que les habla. Como siempre es un placer único trabajar con el creador de esta serie, Rigardo Márquez. Sin él esto no sería posible y le agradezco su constante apoyo así como a todos los escritores de diversas partes del globo que componen Moulin Noir. Ahora les
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dejo paso a la aventura. De seguro van a disfrutar de todo este pulp maravilloso que nos cautiva con cada hoja. ¿Están listos para empezar? Lord Víctor Grippoli de Bandrum y Blackwood.
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Elia Steampunk Albert Gamundi Sr.
1-Un pecho sin corazón En la camilla de la sala de operaciones reposaba el cuerpo mantenido con vida de Elia, quien era intervenida para recibir trasplante de corazón. Su hermano Josh había obtenido dicho órgano compatible con el de ella, aunque se vio forzado a utilizar sus conocimientos de ingeniería biomecánica para garantizar que el reemplazo aguantase durante un siglo. Aquella intervención salvaría la vida de su hermana, también era consciente de que debería vivir como una criatura dependiente de otros humanos. Para él, la moral era secundaria, pues Dumptech fue declarada ciudad sin ley. Josh no se mostraba incómodo al ver como su hermana era mantenida con vida conectada una máquina. Operó durante doce horas sin detenerse a descansar en ningún momento, sabía que cualquier fallo significaría la muerte. Cuando terminó de hacerlo, cubrió el cuerpo desnudo de Elia con una sábana blanca. —Espero que despierte de la anestesia en un par de horas —observó en voz alta mientras se retiraba la mascarilla de la cara.
Salió por la puerta de la cámara y se sentó en una banqueta en el pasillo. Metió la mano en su bata y sacó una petaca de ron de alta gradación, de la cual tomó un gran trago de ella. Agotado por el proceso, continuó ingiriendo bebida hasta que se desplomó fruto del agotamiento y la bebida. Dos horas más tarde, Elia abrió los ojos, sintió como si le faltara aire en los pulmones. Se encontró conectada a una máquina apagada. «Estoy viva, parece que la operación ha sido un éxito. Siento como si me faltara algo», consideró mientras se incorporaba y bajaba de la camilla, avanzando hacia sus prendas. Se vistió la camisa blanca, después los pantalones y el chaleco negro, acompañado por unas botas. A continuación, salió al pasillo donde encontró a su hermano apestando a alcohol. —Me encuentro mal, hermano. —Se dirigió a él temblando y ligeramente pálida. Josh se incorporó pesaroso. —Hay algo que debes saber. El corazón que te he puesto es parcialmente biónico, tu cuerpo necesita de inyecciones de sangre externas cada cierto tiempo, no podría asegurarte cuánto. Deberás alimentarte de otros humanos —anunció su familiar con un tono de voz casi condescendiente. Se hizo el silencio entre los dos, sus miradas se cruzaron, ella acercó los brazos para rodearlo sin intercambiar palabra. Elia alzó la rodilla derecha y la hundió con un golpe seco en el estómago de su hermano. Entonces notó un calambrazo en el muslo. «Tengo que hacerlo ahora», caviló mientras acercaba su boca al cuello de la víctima. 9
Sintió una aguijonada en el pecho, aun así, se forzó a morder a su hermano, llevada por el instinto de supervivencia, creando una profunda herida. El líquido rojo manchó su blanca piel, cayendo de sus labios hasta su escote, salpicando ligeramente el impoluto blanco de la camisa. Bebió sangre hasta que dejó de sentir molestias en el cuerpo. Josh era incapaz de defenderse debido al alcohol ingerido. —Me has convertido en un monstruo, me has condenado a una vida parasitaria —murmuró con una voz llena de resentimiento.
Horas más tarde Elia se encontraba en su taller ornamental; trabajaba el metal mientras en las afueras del edificio las campanas de policía redoblaban. «Esto ya está listo, no creo que sea peor que mi propia existencia. Pero la jungla urbana no acepta a los eslabones más débiles», reflexionó mientras hundía el hierro caliente en un cubo de aceite. Exhaló aire notando como sus venas palpitaban y sus ojos se mostraban llorosos por el calor de la forja. En ese instante sonó la campana de su hogar. «La cena ha llegado», pensó sacando los colmillos de metal del contendedor. Se puso la dentadura aún caliente sobre las encías y en un par de zancadas se presentó frente a la puerta del garaje, la cual abrió e increpó a la repartidora. —Buenas noches, vengo a recoger mi pedido —se dirigió a ella la única clienta. —Perfecto, tal y como esperaba su sangre debe correr rápida y aún caliente — replicó mientras hundía sus colmillos de metal en el cuello de la víctima, quien se desplomó al cabo de unos momentos. —Una muerte rápida en el proceso para alimentarme es la diferencia entre un cazador y un depredador —reflexionó en un murmullo mientras arrastraba el cuerpo al interior de su inmueble. Tumbó a la víctima contra el suelo, reposó una rodilla contra su estómago y después acercó las fauces al cuello. En aquella mordida sintió una excitación desconocida hasta el momento. El corazón biónico le latió con más fuerza, sus pupilas se dilataron. Sorbió todo el flujo que consiguió sacar, dejando que el plasma acariciase su paladar. Su vello se erizó, los miembros empezaron a temblar. —Creo que acabo de descubrir un placer prohibido, creía que lo único que me llenaba de gozo era convertir hierros en reliquias del pasado —valoró con cierta preocupación en su tono de voz.
Aquella mujer fue la primera víctima de su delirio. No pudo contenerse, aun cuando ya había renovado su linfa en el sistema circulatorio, ella buscaba saciar dicho deseo no vinculado a la idea de sobrevivir. Había iniciado una caza por la ciudad, el modus operandi variaba según la situación. Siendo una ciudad con unos niveles de seguridad irrisorios, ella no tardó en convertirse en una amenaza. Al cabo de unas semanas, empezaron a aparecer carteles ofreciendo una recompensa por ella. Estaban colgados en las paredes de aquellos edificios con publicidad cambiante, otros pegados en las farolas, algunas rotas otras no, 10
en las puertas de los locales, en las garitas de la corrupta policía. Pero el miedo era tan grande como el desconocimiento, no ayudaba el dibujo de una silueta roja con un interrogante. Elia pasaba por delante de los carteles, había perdido el uso de la razón y se entregaba a sus designios con facilidad. Se reía ante la descripción propia de un monstruo que se daba de ella. Los carteles rezaban: «Deja un rastro de mordedura en el cuello de sus víctimas, en ocasiones este llega a desgarrar completamente la carne, aunque la causa de la muerte suele ser ajena a la mordedura. Cualquier tipo de información, verificada en la comisaria, será gratificada en su justa medida.» Elia recogió un cartel de camino al vertedero. La noche estaba escondida bajo la permanente nube de contaminación que ahogaba el cielo. Sus pasos eran rápidos y seguros, aunque estos aminoraron en cuánto entró en el gran depósito, donde materiales de construcción y cadáveres de gente pobre se amontonaban. Allí estaba su hermano, quien se gastó la gran fortuna heredada de su familia en reformar la casa. Construyó una gran sala de operaciones y la sencilla herrería. Se dirigió al extremo nororiental del basurero, contempló el cuerpo inerte de su hermano allí, donde lo había escoltado por seguridad. —Decías que había que cuidarse de luchar contra monstruos por mucho tiempo. Pues terminabas convirtiéndote en uno de ellos. Es curioso ver como yo ahora soy una criatura que desearía que vivieras, solo para matarte una vez más mientras saboreo tu sangre —dijo depositando el cartel sobre el cadáver. —El deseo me consume, adiós. —Se despidió con paso lento y una sonrisa en sus rojos labios. Dos días más tarde, la luz de la forja iluminaba el rostro casi pálido de Elia. Le quedaba una bolsa de sangre de reserva. Debía alimentarse pronto o moriría de anemia. Movía la pieza con las tenazas para asegurarse que no quedaban grietas antes de hundirla en aceite. Tosió de una forma enfermiza, se estremeció unos segundos y luego recuperó la compostura. —Cómo esto no salga bien, habré gastado muchísima sangre en vano —murmuró notando un hormigueo en su pecho. Tomó aire antes de sacar las tenazas de la lumbre. Una descarga eléctrica recorrió su brazo derecho cuando el brazalete descendía dentro del tambor. Las llamas soplaron su calidez cerca del rostro de la chica. «Dime que sí», pensó angustiada haciendo uso de la fuerza que le quedaba para retirar el abalorio. Los brazos se levantaron con dificultad y salvaron la pieza. Un pequeño incendio se consumió rápidamente sobre el yunque. —Maldito Josh —gruñó al paso que corrió hasta la bolsa de reserva en un pequeño cajón metálico apartado en una esquina de la sala. Le fallaron las piernas cuando sus uñas empezaron a desgarrar el envoltorio de plástico. «Vamos…», supuso mientras desgarraba con los dientes el envase.
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La flema salió del contenedor con fluidez, empapando su rostro de los ojos al mentón. Absorbió todo el contenido con avidez para caer rendida al suelo tras la inanición. —Se acabaron las reservas. Debo cazar o moriré en menos de un día y medio — consideró en voz baja mientras escuchaba como afuera caía una tormenta. Sabía que el clima no acompañaba para encontrar víctimas. Elia, reconfortada, se puso de pie, su corazón volvía a latir con toda la normalidad que podía tener un corazón artificial. La chica tomó una daga ornamental que tenía en el cajón de encargos no reclamados por clientes. Suspiró de forma pesada ante la amenaza que se cernía sobre ella. Cerró los ojos mientras se escondía el arma dentro de su pantalón de cuero. Temerosa por la intrusión en su domicilio, subió las escaleras de piedra que daban a las grandes puertas de madera que cerraban la sala de la forja y residencia nocturna de Elia. Sus pasos ligeros, y silenciosos, se acercaron a la salida. Las placas de madera se desplazaron, emergiendo un destello sanguinario de las pupilas de la chica. «Huele a barro y sudor», pensó al comprobar que no había nadie. Convencida salió a la sala principal de su domicilio. Después de dar unos cuantos pasos, con el cuerpo encorvado, empezó a escuchar el llanto de una niña. —¿Qué diablos? —murmuró al dirigirse a una habitación donde una criatura con un gran bulto en el estómago se había atrincherado en un rincón del cuarto de Josh. —¿Quién eres y que haces en mi casa? —resultó ella secante mientras acariciaba el artefacto que acarreaba dentro de ella. La intrusa sollozó sin poder articular palabra ante la inquisitorial mirada de la chica. —Ven, pequeña, sal a jugar con nosotros. Vamos a cuidar muy bien de tu bebé — interrumpió el discurso una voz masculina en tono burlón. Elia dejó de vivir por unos segundos ante las nuevas presencias. Se llevó el dedo índice a los labios sin apartar la mirada de ella. Abrió el armario excavado en la pared, se escondió entre las batas blancas de Josh y dejó a merced de los atacantes a la niña. —Mira dónde estabas, ¿quieres volver a comer? Pues cállate y sigue jugando con nosotros. —La amenazó con una botella de cristal rota a la altura de los ojos. —No, no, dejadme ya. Quiero sacarme este bulto —rogó con la cara roja y unas lágrimas afiladas que recorrían sus facciones. Un segundo agresor entró en la sala, mostraba signos inequívocos de embriaguez. «El primero sí, el segundo al vertedero, la niña, la niña…» Elia no sabía qué hacer con la pequeña. Se humedeció los labios recorriéndolos con la lengua. Tragó saliva, no tenía un plan, pero aquella criatura indefensa la recordaba a ella, una niña siempre débil de salud que precisaba ser defendida en todo momento por su hermano. ¿A quién tendría esa chica? Las preguntas inundaban su mente, recordaba las dudas que la habían asaltado en los tres primeros días de su nueva vida, aquella vida corrupta precisaba un nuevo sentido por el que seguir absorbiendo sangre. 12
No obstante, su señal de ataque se dio cuando el primero de los varones rasgó parte del ropaje que cubría el infantil cuerpo. Elia abrió las puertas del armario de una patada con el puñal en alto. Sonrió mostrando sus blancos dientes, de tal forma que llamó la atención de los invasores. Levantó las cejas esbozando un rostro inocente y alegre y sin mediar palabra dibujó un tajo en el aire con el arma, clavando la hoja en la sien de su adversario, quien se desplomó en el acto. Sin vacilar, retiró la hoja bañada en sangre, la limpió con su lengua y, apoyándose en las dos manos sobre el mango, hundió el metal justo en el corazón del embriagado violador. Tras forcejar girando la hoja dentro de su pecho, para asegurarse de que la muerte era segura, sacó la daga y limpió la negra sangre contra su brazo. —Está bien afilada. No esperaba menos de un producto de la firma Elia Steampunk —se felicitó en voz baja antes de mirar a la niña frente a frente. La defensora se acercó con paso lento y tranquilo hasta la criatura. Agachó sus piernas con gracilidad y la miró directamente a los ojos. —¿Y bien? —se dirigió Elia a ella con una sonrisa sin mostrar los dientes. La criatura no pudo articular palabra ante los asesinatos cometidos frente a sus ojos. —Bueno, creo que estás demasiado asustada para hablar. Vamos a hacer un trato. Voy a llevarme a estos señores malos fuera de mi casa. Si cuando vuelva sigues aquí, vas a decirme que te ha pasado y regresarás con tus padres. De lo contrario, te recomiendo que te vayas. Mi tiempo es oro y no estoy dispuesta a perderlo con nadie — sentenció bruscamente con una mano sobre su pecho, a la altura del artefacto que la mantenía con vida. La criatura asintió mientras se estremecía de dolor. —Esta escoria la ha dejado preñada. No sé quién de los cuatro es más monstruoso, ellos, Josh o una servidora —gruñó mientras arrastraba al cadáver del hombre ebrio hasta un contenedor que quedaba a la vuelta de la esquina de su hogar. La tormenta arreciaba, lo que duchó el cuerpo entero de Elia con rudeza. La sangre se deshacía entre un cielo que parecía llorar por su tragedia, la dama miró la palma de su mano, era completamente rojo, con un aspecto oscurecido. «Debo conservar esa sangre de inmediato para hacer reservas», pensó mientras caminaba cabizbaja a su hogar bajo la lluvia. La artesana volvió a entrar en su domicilio, se encontró a la criatura golpeando su estómago bramando y retorciéndose dolor. El suelo resplandecía por la placenta rota. —Yo no tengo un corazón latiendo en mi pecho —murmuró dirigiéndose hacia ella con la daga desenvainada en mano.
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Elia Steampunk Albert Gamundi Sr. 2-Krystal —¿Dónde habrá dejado este hombre las cuchillas? —se preguntó mientras descolgaba una máscara de operaciones. La cajonera mostraba un arsenal de utensilios de todos los tamaños y formas que marearon a la improvisada cirujana. —Demasiadas molestias me he tomado por una transeúnte. Un corte en la garganta acabaría con esto antes —murmuró cuando encontró algo que le resultaría útil más tarde. Elia dejó a un lado un ovillo de hilo y una aguja para cerrar la herida una vez finalizara la intervención médica. Luego continuó rebuscando con energía un bisturí para operarla. —Bah, no tiene caso que prolongue su vida. Que la mate su vástago, ya está vomitando sangre —advirtió mientras liberaba sus labios de la tela con los ojos rendidos. —Me llamo Krystal Shiran —tosió la niña mientras sus ojos pedían clemencia. Elia se giró sintiendo como un rayo le recorriese la médula espinal. —Ellos han matado a mi padre y me han metido sus cosas dentro. Dolió mucho y me han puesto esto. —Volvió a devolver flema manchando toda su ropa mientras el vientre le temblaba violentamente. Krystal suspiró con ánimos renovados volviéndose a ajustar la mascarilla a la altura de los labios. —Haz lo que tengas que hacer —le suplicó tratando de extender la mano para tocar la bata blanca que vestía su interlocutora. —Guarda tus fuerzas y sobrevive, esto será sin anestesia. Te perdonaré la vida, por ahora —respondió Elia ajustándose los guantes de plástico y dirigiéndose hacia ella. Elia retomó la daga de su cintura, desgarró con ella las ropas empapadas de rojo de la chiquilla. Sus bultos infantiles estaban empapados de sudor, su barriga parecía estar cerca de explotar en cualquier momento mientras que su entrepierna apenas se había dilatado un par de centímetros. La figura mostraba signos de violencia por todos lados, moratones, cortes y quemaduras eran algunos de las marcas de los horrores relatados en esa piel carbonizada. El pecho de la artesana ardió al imaginar las risas, las patadas y las penetraciones a la fuerza mediante varios varones. —Serás un instrumento para mi supervivencia —consideró bisturí en mano marcando ligeramente un tajo en el abdomen y otro a la altura del útero. Se había guiado por la única experiencia que había visto por medio de su difunto hermano. Dos hilos de sangre se dibujaron sobre el cuerpo de la paciente, la interventora sudó mientras sus manos temblaban al verse atormentada tras sentir ese dolor como suyo propio. —Pagarán por ello y de esa forma me alimentarán —gruñó mientras separaba la piel con los dedos mostrando las entrañas. —«Está muy quieta, esto tiene que doler de una guisa desmesurada» —pensó para sus adentros tras sacudir su cabeza a los lados para liberarse del sudor. 17
Sin embargo, pronto descubrió el motivo por el que el sujeto de trabajo estaba tan inmóvil ante la intervención. Se había desmayado. Las manos de Elia se deslizaron dentro de la barriga de la madre, no tardó en tocar a su nueva víctima. Palpando su cabeza, buscó el ajuste por debajo del cuello para sacar al bebé sin matar a la madre. —Ya lo tengo —exclamó mientras forcejaba ligeramente para evitar generar desgarros dentro del organismo. Elia tiró del bebé jalándolo del cuello y apartando las entrañas con la mano libre. La inconsciente madre no daba señales de vida, más allá de las contracciones del cuerpo, mientras que el niño berreaba con fuerza. —Asco de bicho —murmuró con los ojos encendidos y dando un tirón que arrancó al recién nacido de cuajo de su interior—. Una cosa menos… —se felicitó tras sentir que su corazón todavía guardaba toda la sangre ingerida.
Mientras Krystal reposaba inconsciente con el vientre cosido, Elia subía la montaña del vertedero de Dumptech en busca de la incineradora que se hallaba en la cima. Llevaba al vástago de su huésped en una canasta que balanceaba ligeramente a cada paso. Elia, quien se escondía bajo un manto de cuero con capucha, llevaba puestas las lentes de visión nocturna, un juego de uñas de metal y su mejor creación bien asegurada en una cartuchera. Pronto notó el calor del fuego a través de las botas de cuero, estaba a escasos metros del agujero anhelado. —Tu paso por este mundo será efímero. Muérete —se despidió arrojando al recién nacido a las fauces de la máquina. —¿Y por qué no le acompañas al infierno? —inquirió una voz desde algún lugar. Elia palideció y echó a correr cuesta abajo. Su huida duró poco, pues recibió una patada en la boca del estómago que la mandó a volar hasta cerca de la destructora de chatarra. —Elia Steampunk, devuelve lo que has robado —le advirtió su interlocutor desde algún sitio. —No sé de qué me hablas, yo soy una simple artesana —replicó tras observar de reojo como la figura roja se acercaba a ella a cámara lenta, pareciéndole muy lejano. Pero de repente sintió un puñetazo en el estómago que la hizo volar de nuevo, esta vez escupió sangre y sintió cómo el corazón se le detuvo por un instante, antes de volver a latir con fuerza. —«Malditas gafas, debo cambiar las lentes», consideró sintiéndose horrorizada por el temblor de sus piernas. Alzó la mirada, aunque no logró ver a nadie. —El problema no está en el cristal, querida. Dime, ¿tomarías el puesto de Krystal en nuestro selecto club? —invitó su agresor, entonces una mano le tomó la barbilla y fue que le vio de frente. Se trataba de un varón con media máscara de metal, cuyo aspecto respondía al de un búho con dos pequeños catalejos incrustados en los ojos. —Nos gustan de todas las edades, pero las preferimos pequeñas. Los gritos nos llevan al clímax antes cuando usamos el hierro candente —añadió el hombre. Los ojos de Elia parecieron salirse de sus órbitas, no por las palabras, sino al experimentar el horror al ver que su brazo se movía a milímetros por segundo en presencia del malnacido. —Olvidé decirlo, este cuerpo está bien protegido por fuerzas que no alcanzarías a comprender. Si te rindes ahora, te convertiré en mi esclava personal —amenazó él.
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—Ni lo sueñes —gruñó ella tratando de soltar un zarpazo con la mano izquierda que rozó la máscara de metal, sin embargo, como respuesta sintió una amenazadora mano en el cuello que la asfixiaba. —Tú lo has querido, muere lentamente, desangrada. Tu hermano me pagó toda su fortuna para comprarme el corazón que tienes —reveló el enemigo. Los ojos de Elia se abrieron y se llenaron de lágrimas, su órgano vital estaba a un cuarto de su capacidad, respirar fuerte para vivir y para lamentar su pérdida la acabaría matando. —Eso, llora como lo hizo esa putita, seguro que no ha sobrevivido al parto, pero daremos con otra —injurió el desalmado. Los labios pegajosos del adversario se acercaron a Elia. El corazón le latió de tal manera que el cuerpo le tembló para reducir su temperatura en picada, no obstante, una pequeña descarga eléctrica le recorrió el brazo derecho, desenfundó su pistola Steam en un último aliento y de improviso la puso en la boca de su enemigo. «Es imposible que falle un disparo a esta distancia», pensó Elia y sonrió tratando fútilmente de empujar con las piernas al enemigo tras pulsar el gatillo. El artefacto empezó a agitarse violentamente en la mano inerte de la artesana, el cañón explotó y varias balas salieron disparadas por el vapor haciendo picadillo la cabeza del adversario con la explosión. Una fuente de sangre negra empezó a brotar del tronco del sicario. El cuerpo de Elia reaccionó por sí mismo con un golpe de adrenalina, ella abrió las fauces y saltó, poco antes de empezar a ingerir flema y entrañas sabiendo que su vida dependía de ello. El chorro era tan fuerte que apenas bebió la mitad del torrente, pero quedó saciada y salpicada de sangre. La deflagración de su invento, al parecer roto por los brutales impactos, le destrozó varios huesos de la mano. Elia no le dio la menor importancia a eso, había vencido. Manchada de cabeza a pies, observó como un pequeño anillo con una piedra morada yacía cerca del cadáver. Tenía un brillo extraño. —Y esto es para pagar la estancia de Krystal —se dijo sonriente mientras su mano se acercaba temblorosa al objeto. Sin embargo, tan pronto como lo agarró, sintió cosquillas en la extremidad, de pronto notó un impacto en su interior que la aturdió por un segundo, finalmente, la gema se convirtió en polvo. —Adiós a mi trofeo —sentenció asqueada golpeando el piso con el puño cerrado. Acto seguido, se detuvo a reflexionar acerca de lo que había acontecido de forma repentina. —¿Serán ciertas las leyendas de que existen fuerzas no explicables por la ciencia? —Hoy he sido la presa, pero mañana seré la cazadora —se prometió siendo consciente de que su supervivencia se había debido a un capricho del destino. Con el cuerpo destrozado, lleno de moratones y cicatrices, pero con el corazón a plena capacidad descendió apoyándose en una larga vara de metal. —Dumptech es un lugar cada vez más temible —murmuró hallándose cerca de la salida del vertedero, que se había ganado fama de improvisado cementerio debido a los ajustes de cuentas en la ciudad.
Con el cuerpo mellado por la batalla, se escurrió lo más elegantemente que pudo entre las sombras de los edificios. Los motores de vapor de estos suspiraban al estar en 19
funcionamiento, de la misma forma que la chimenea de su forja humeaba por el carbón que le había curtido los pulmones. La diosa fortuna le sonrió en su trayecto garantizándole una caminata tranquila y sin encontrarse con demasiados transeúntes. Su figura entera estaba rociada de sangre, ahora seca, por lo que se vería obligada a quemar esas prendas, cuyas costuras habían encontrado su final aquella noche. Cuando Elia se vio envuelta en la seguridad relativa de su hogar, llenó la bañera de agua caliente, se desnudó, se metió en ella y se acomodó. La dama necesitaba un respiro. Dos días más tarde, Elia volvió de hacer una visita a la que fue su regente en el orfanato. Con los restos de la flema de Emmeline Wake en el paladar, los cuales no lograba limpiarse con la lengua, entró en la sala de operaciones dónde su paciente despertó dedicándole una sonrisa. —Veo que te has despertado, señorita. Te prepararé un baño de agua caliente, aséate bien y ponte esta ropa que te he comprado —le indicó mostrándole una cesta con ropa robada a la misma ladrona que visitó. La niña asintió con la cabeza mientras tiraba de las correas para que Elia las desatara. —Ya veo. Supongo tendrás hambre, cuando termines baja a la cocina. Te prepararé un poco de avena —añadió ella con una voz amable y simpática. —¿Me vas a matar? —replicó ella cuando las correas fueron desatadas. Elia le pellizcó la mejilla antes de besarla en la frente y añadió: —Claro que no. ¿Qué tonterías son esas? Venga, pasa a la bañera. —La animó guiándola con las manos sobre sus hombros. A pesar de haberle salvado la vida y haberle ofrecido una rudimentaria asistencia médica, era consciente de que debería ir más allá para convertirla en un títere. Veinte minutos más tarde y luego del baño, su huésped apareció por la puerta de la cocina vestida y arrastrando una muñeca. Se dirigió hasta donde Elia estaba sentada bebiendo de un cáliz dorado, ella le señaló una silla cercana y luego un bol de avena sobre la mesa. —Bueno, amiguita. Si no tienes a donde ir, puedes quedarte conmigo aquí —le habló mientras su interlocutora tenía la boca llena. —Sí, es que no quiero volver a ese sótano —contestó la pequeña con el rostro pálido. —Nadie te volverá a poner un dedo encima, yo te protegeré. —La abrazó apretándola contra ella. —Bueno, me gustaría pedirte algo, Krystal. La niña asintió y se mostró especialmente receptiva. Elia le susurró las instrucciones al oído y la niña dio un brinco de alegría sobre la silla. —Voy a por esos carteles de inmediato —celebró Krystal animada por la orden, la cual consideraba un simple juego de niños. Cuando su huésped salió a su primera misión, Elia reposó sus botas de cuero sobre la mesa de la cocina. «En mi pecho late un corazón maldito y lo seguirá haciendo impartiendo mi justicia. La misma que emanará de mis santos ovarios. Dumptech sangrará por una causa noble», pensó antes de cerrar los ojos.
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Elia Steampunk Albert Gamundi Sr.
3-Iris rojo
La vida en Dumptech le había demostrado que la supervivencia era cosa de los más fuertes. Sus inventos eran la prueba de ello, finalmente su corazón le serviría a ella y no al revés. Por fin había logrado que su maldición y su pesar fueran un don que explotar. Recordaba dichos pensamientos mientras la flema corría por su garganta aderezada por el miedo de la madame, era la última traficante de niños que quedaba en la ciudad y pronto sus vísceras serían el almuerzo de las ratas que habitaban esa casa. Elia vestía un corsé negro, pantalones de cuero, botas modificadas con ingeniería y un cinto donde guardaba algunos ingenios. A pesar de que había logrado un guantelete con garras que la permitía golpear con una fuerza sobrehumana, y practicarse transfusiones de sangre en plena pelea entre otros secretos, la cada vez más temida Bestia Roja no cesaba en su cruzada personal, jugándose la vida en cada encuentro y sintiendo en sus propias carnes el terror que ella deseaba transmitir. El miedo traía el orden y el respeto a las leyes que emanaban de su entrepierna. —Según la información de Krystal, los niños son escondidos en el sótano mientras no prestan servicio —murmuró limpiándose la boca con la lengua y eructando después.
La siniestra casa tenía tres plantas contando la habitación del subsuelo. Una puerta abierta daba al piso inferior, ella se ajustó las lentes de visión nocturna antes de iniciar su caminata en la oscuridad. Todo estaba tranquilo, como esperaba su corazón latía con emoción mientras sus iris de color rojo destellaban mirando de un lado a otro. Un suspiro de vapor conocido la puso en alerta a media escalera, una cuchilla cortó el aire y rozó el pelo de la inventora. Era él nuevamente, en su último encuentro casi la mató con sus métodos de combate. Jaspert Rumblewood era un conocido pedófilo, proxeneta y hasta hacía poco, un ser humano como Elia. —Me encantan vírgenes y antes de que cumplan los dos dígitos —comentó una voz elegante esperando repetir su carta de triunfo como en la ocasión anterior. Pero no cayó en la provocación, por ello soltó un juego de bolas metálicas que provocaron sonoros ruidos en la escalera antes de cargar con su guantelete, teniendo la mano derecha lista para defenderse. Rumblewood dio un salto en el aire planeando en el aire para esquivar a Elia. «Justo donde te quería», pensó ella cuando deslizó la mano en su pantalón para pulsar un botón que disparó las defensas que había preparado.
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Una telaraña de micro hilos cortantes se formó atrapando a su adversario, quien quedó atrapado en el aire y desprotegido. Este sonrió a pesar de todo y tensó su cuerpo desgarrando la carne y mostrando una figura cortada y chorreando sangre. —Un buen truco, niña —la alabó él. En respuesta sacó una pistola con seis cañones apuntando directamente a Elia. Apretó el gatillo una vez y atravesó el hombro de la inventora. Ella gritó de dolor cuando una segunda bala acertó en su rodilla derecha. Temblando, no se podía tender apenas en pie. Sin embargo, cuando el adversario iba a realizar su tercer disparo, el corazón de ella empezó a temblar, la adrenalina volvió a correr por su cuerpo y se sintió fuerte para desplegar dos de sus inventos más recientes. En primer lugar, sus botas silbaron catapultándola hacia delante impactando con la cabeza contra el estómago de su adversario, quien la dedicó un rodillazo y una elegante patada antes de arrojarle una bomba de vapor que impactó de lleno. Elia volvió a sentir la muerte de cerca, pero su obra más maquiavélica no había visto la luz. Metió la mano en su cinturón y lanzó un artefacto semejante a una araña. —¿Te quedaste sin ideas, falsificadora? —bramó el enemigo quien reveló ser más una máquina que un ser humano. —No, aunque agradezco tu interés —respondió contenta cuando el artefacto impactó en rostro enemigo. Las patas de la araña se injertaron en la carne, entonces su vientre se abrió y una docena de pequeños arácnidos vivos empezó a entrar en el cuerpo del adversario por todos los orificios, creando un terror claustrofóbico. Elia, quien veía triple, sacó la versión mejorada de la pistola Steam, con la cual encañonó al adversario lo mejor que pudo, sin embargo, acertó a una niña desmayada en la cabeza dándole una muerte limpia. Jaspert lanzó en un acto desesperado dos esferas que volaban con hélices cortantes, Elia las esquivó con una torpe voltereta y volvió a encañonar el arma. Esta vez el disparo acertó en la boca del estómago del enemigo. Cuando este exhaló, varias arañas salieron fritas de la boca del adversario. —He ganado —murmuró mientras se acercaba al moribundo ser. En ese instante el brazo derecho del enemigo se movió tratando de apuñalarla en el cuello, esa parte no era orgánica. La inventora forcejeó con su nuevo brazo, el pecho le ardió con fuerza y el sistema de inyección de sangre le insufló flema mientras los mecanismos de vapor le otorgaron una impía fuerza que permitió arrancarle el brazo de cuajo. Elia temblaba de dolor por las heridas abiertas y dedicó una mirada furiosa a su enemigo. En un acto de desesperación por ganar, hundió una rodilla en el estómago de su adversario para golpear con el codo la base de la mandíbula del mismo, provocando un crujido en el cuello que delató que este era de carne. Conociendo ese nuevo dato, decidió jugar su carta definitiva hundiendo sus colmillos en el cuello del enemigo arrancando la carne, buscando romper el cuello con sus enormes colmillos. Con ensañamiento y con energía, en cuestión de segundos la cabeza quedó colgando del hombro. A pesar de la inminente victoria, su adversario mostró su último recurso, una pequeña pistola con forma de anillo. Con gran agilidad, ella le agarró de la muñeca y de un brusco giro se la rompió, emergiendo el hueso. 24
Una bala salió disparada a tal velocidad y fuerza que impactó contra la pared dejando un profundo agujero en ella. La inventora miró al casi cadáver con los ojos brillando de guisa siniestra mientras de su boca emanaba la flema mezclada de ambos contendientes. —Escúchame, hijo de puta, tu laboratorio será mío —murmuró observando como el cuerpo ya no se movía en absoluto. —Te veo en el infierno —replicó el varón con una voz rugosa. Elia palideció instantes antes de que el cuerpo del humano modificado explotase en mil pedazos y la hiciera volar golpeándola contra la pared. Una parte de la cámara se derrumbó sobre él y sobre las jaulas de niños acabando con sus vidas en el acto. La inventora sufrió un duro espaldarazo contra un muro y quedó inconsciente con las heridas abiertas y sus prendas desgarradas. Su invento para mantener sangre en sus venas la había mantenido viva durante toda la noche. Cuando abrió los ojos los prisioneros de aquella sala la miraban aterrados. Sobre un enorme charco de sangre se hallaba la fatal heroína que había irrumpido esa noche en la casa. Un estruendo de dolor recorrió su cuerpo de cabeza a pies, sus heridas habían empezado a cicatrizar de forma lenta, no obstante, necesitaría operarse a sí misma de inmediato y remendarse las carnes con hilo y aguja. Torpemente se puso en pie y, tambaleándose, se acercó a la escalera, desistía de intentar salvar a esas criaturas quienes emitían sonidos guturales ininteligibles. En ese momento unos pasos con botas de goma bajaron por la escalera, Elia, quien había recuperado su color de ojos natural, buscó su tan preciada pistola Steam. —Duerme. Me conviene que sigas viva —inquirió una voz femenina desde debajo de una oscura capucha. Una pequeña esfera de cristal se estrelló contra el suelo liberando una poderosa fragancia somnífera. La inventora se desplomó y rápidamente fue recogida por aquella figura, quien la cargó a hombros para sacarla del sótano. Cruzó con ella el primer piso y la subió a un carruaje que estaba esperando justo en la entrada. La cargó en el maletero de forma cuidadosa y luego se acercó al cochero para susurrarle una dirección y entregarle una generosa bolsa de piedras preciosas. Luego el carruaje se alejó a toda prisa mientras una cortina de agua caliente caía. Las fábricas de Dumptech volvían a estar en marcha tras el descanso de la mañana. Unos pinchazos torpes en su brazo derecho la despertaron. Estaba desnuda en una camilla en su casa, las manos infantiles de Krystal intentaban ayudar en lo que podían. —Duele —murmuró ella cuando el hilo era tirado para terminar de sellar el corte. Pero aquella pequeña figura no se detuvo en la operación. Le había extraído las balas clavadas, le había lavado las heridas y le había aplicado algunos de los ingenios médicos de Elia. —«Ya lo debe saber todo. Habrá visto el sistema de inyección de sangre», consideró para sus adentros observando su cuerpo como el remiendo de una muñeca. Los labios de la inventora se despegaron ligeramente. —No digas nada. Aparte de un agujero en el que eyacular he sido asistente en operaciones para metahumanos —Krystal habló con voz seca y cortante mientras se quitaba los guantes. 25
—Nunca he dudado que fueras algo más que una esclava sexual. Pero lo que más prisa me corre es saber cómo he llegado hasta casa. No recuerdo nada más allá de un cristal rompiéndose. —Se interesó aún con los puntos frescos. —No lo sé. Únicamente te diré que te limites a ser la Bestia Roja. Burlar a la policía está muy bien, aunque no interfieras más en los asuntos del Mercado Negro, si quieres un consejo. Es posible que la próxima vez que juegues a salvar infancias no lo cuentes — sentenció seria mirándola a los ojos para desaparecer por la puerta de la sala de operaciones. —Krystal… —murmuró sintiendo como si la hubiera abofeteado.
Las dos amigas no se dirigieron la palabra en días derivando en un clima helado entre ambas. A pesar de que compartían techo en una relación de dueña y sirvienta, una mueca era suficiente para decirse todo lo que precisaban. Elia había habilitado una pequeña habitación vacía del hogar para estudiar sus próximos movimientos, su interés estaba en aquellas piedras con propiedades mágicas y en el tráfico de órganos para crear a metahumanos como ella. Los inventores se habían convertido en gente anónima al servicio del dinero. No obstante, ella solo era una artesana con diseños de ingeniería y una capacidad inusual para aprender nuevas habilidades. Por dicho motivo, podría operar en las sombras sin estar en el punto de mira de sus enemigos potenciales. Eran las seis de la tarde de un día lluvioso cuando Elia terminó de recargar de flema fresca su dispositivo de inyección sanguínea pasiva. Como una gárgola de la catedral de Dumptech, se hallaba en un rincón de un local de mala muerte en un pueblo cercano a la ciudad. Según la información extraída a la policía a cambio de una generosa cantidad de dinero que recuperó tras un limpio asesinato, el confidente de la Orden de Caza, una organización fundamentalista religiosa con un interés especial en las propiedades de las singulares piedras, se encontraría con uno de los hombres de confianza de La Marquesa, el nombre en clave de la facción que vendió el corazón biónico a Josh. La taberna estaba llena a reventar y ella fingía que bebía una jarra de cerveza cuando de repente una negra cortina de humo sumió todo en oscuridad. El corazón de Elia palpitó con fuerza y sus sentidos se agudizaron hasta el punto que podía sentir el calor de la sangre fría de quien se movía con dos cuchillos cortando gargantas en aquella cortina negra. Reaccionando a un instinto de supervivencia proyectó con fuerza la mesa hacia delante para tener tiempo de levantarse y romper la ventana para escapar a la calle. En el fangoso terreno la luz reflejada por la luna iluminaba el lugar cuando se hizo el silencio en la taberna. El iris de la inventora se tornó rojo y sintió entonces como su cuerpo estaba preparado para volver a entrar en acción. El sistema de inyección de sangre le ingresó una pequeña dosis a su sistema circulatorio. No hacían falta más preguntas, era quien estaba buscando. Dos hojas curvadas que recordaban a un bumerán salieron del recinto. La inventora escuchó como el acero volvía lentamente girando sobre su propio eje. Aquella extraña sensación de poder leer la trayectoria de los objetos manchados de sangre la invitó a esquivar aquellos objetos a falta de escasos metros para acertar su cuello. Una voltereta sobre el hombro izquierdo levantó barro y dio paso a un sonoro aplauso por parte de la remitente de tan fatales ingenios. —La hermana de Josh Steampunk, Elia, presumo —comunicó tranquilamente una voz femenina desde el marco de la ventana rota. 26
La respuesta no se hizo esperar por parte de la Bestia Roja, quien recurrió a sus trampas de cables metálicos para tratar de cazar sin éxito a su enemiga. —Interesante ingenio. Pero no será suficiente para probar tu examen de ingreso en la Liga de Dumptech —contestó aquella voz conocida para ella, pero que no alcanzaba a recordar en medio de la pelea. Una hoja circular de mayor tamaño silbó en el aire tras destellar con un rayo lunar destacando todavía más la mirada inyectada en sangre de la Bestia Roja, cuya melena ondeaba sobre la brisa nocturna. El brazo artificial de la inventora bloqueó el filo de la guadaña cuando la mano libre de esta había hundido sus uñas en el cuello de su adversaria, manchándose esta de un líquido negro. Una patada en el vientre separó a ambas contendientes quienes se separaron para el próximo asalto. «Eso ha estado muy cerca», pensó ella sin poder quitar la vista de encima a una figura femenina más alta que ella vestida con gafas de visión nocturna, sombrero de copa, camisa blanca escotada, pantalones de cuero y botas altas a juego. La habilidad en combate de su contrincante delataba que era una persona experimentada y que no tenía la misma dependencia de los ingenios para enfrentar a alguien. Un golpe de rodilla, tan furtivo como inesperado, la hizo caer al suelo dejándola sin aire y desarmada ante el golpe. El iris rojo de la inventora brilló fruto de la rabia y de la frustración, tan pronto como intentó ponerse de pie, se vio con la guadaña bajo el mentón. Su adversaria la miraba con desprecio y dibujó una sonrisa de desaprobación en sus labios. Elia sintió como sus venas se dilataban, la sangre corrió pesada y caliente provocando sofocos en ella, se sentía humillada, tirada en el barro con la lluvia de las nubes de vapor cayendo sobre ella. La guadaña se retiró lentamente en una curva cortando el aire, se preparaba para dar el golpe de gracia. Allí, sentada sobre sus cuartos traseros, sintiéndose tan indefensa como en la infancia, sintió cómo era dominada por una energía que la había invadido en el vertedero. Sus ojos destellaron ante la amenaza latente de que nuevamente podía ser asesinada. La inventora dio media voltereta hacia delante, se impulsó sobre sus manos y en un salto diagonal descargó una dura coz con ambas piernas acertando bajo el mentón de su adversaria, quien soltó la guadaña ante el improvisado movimiento. El riego sanguíneo comenzó a quemar en su interior, transpirando adrenalina cada poro de su piel. La Bestia Roja se puso de pie tras apoyar todo su cuerpo hacia delante recuperando el equilibrio. El pie derecho de la inventora se apoyó en el cuello del enemigo para no tardar en ejercer presión sobre ella. —¿La Liga de Dumptech? Cuéntame más —amenazó mientras apoyaba su peso sobre la pierna que ejercía presión sobre la tráquea enemiga. La examinadora palpaba el suelo en busca de algo con lo que detener a Elia, pero esta se percató de esto y alzó su brazo reforzado con el guantelete. Un silbido de vapor escapó de una parte del artefacto y asistió el descenso contra los globos oculares enemigos. El ataque fue detenido con las dos manos, atrapando por la muñeca al ingenio y forcejando con él para tratar de romperlo. Las gotas de sudor empezaron a caer sobre el cuerpo de su adversario, la balanza poco a poco se iba equilibrando en medio de la trifulca. Aunque fue el ladrido de los perros de la corrupta policía de la ciudad lo que impulsó a que Elia se apresurase a intentar dar un golpe de gracia. 27
—Alto a la guardia. Las manos donde pueda verlas. Estáis arrestados por disturbios públicos —ordenó una voz masculina, tosca y cansada. —Esta pelea no ha terminado. Por el momento, bienvenida a la Liga de Dumptech —dijo su contrincante asestándole un codazo bajo el mentón y provocando que se mordiera la lengua. Con la boca sangrando debido al impacto de su poderosa mandíbula, cayó de espaldas deslizándose varios metros sobre el barro. Entonces pudo escuchar claramente cómo los ladridos de los canes de la policía se acercaban a ella desde algún lugar de una nueva y densa cortina de oscuridad. El miedo se le atragantó de forma líquida impidiéndole respirar, estaba demasiado magullada como para pelear en aquellas circunstancias. Y, aunque saliera airosa del encuentro, si su identidad como Bestia Roja era revelada vendrían a por ella en su domicilio. La conmoción y la presión arterial nublaron su juicio, estaba demasiado nerviosa como para poder tomar una decisión más inteligente que correr. Volvía con más dudas que con las que llegó, pero regresó con una fría y dura certeza que le quitaría el sueño durante las próximas noches, ella no era el único monstruo con intereses definidos que corría por la ciudad. Además, pudo comprobar en sus propias carnes cómo las palabras de Krystal no cayeron en saco roto. Elia llegó a los ruinosos puestos aduaneros de su ciudad natal jadeando y sintiendo el cuerpo al límite. No le faltaba la sangre, sino sus debilitados músculos la obligaron a sentarse en el suelo en un rincón de la garita dónde sus ojos se cerraron mientras su brillante iris rojo se apagaba lentamente.
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Jack Ledger Rigardo Márquez
La vida humana ha dado paso a múltiples estudios y teorías que se han enfocado en la nimiedad introspectiva de una evolución privilegiada. Sin embargo, la verdadera complejidad estriba en la mente humana. Al igual que en el universo, existen estrellas, soles, galaxias, planetas, agujeros negros, supernovas, la materia oscura, la infinidad de un vacío desconocido; asimismo, en nuestro aparato psíquico existen paralelismos neuronales que ignoramos, y que nos han convertido en un micro-universo andante. De la forma en que la gravedad nos mantiene sujetos al suelo, dentro de nuestra psique existe una constante llamada pulsión, aunque muchos nunca lo acepten, esta rige nuestra existencia. Es una fuerza que entinta las peores conductas, los actos más viles y la crudeza original que duerme en la prisión de nuestra moral, somos un péndulo de deseos primitivos y falacias rimbombantes que pretenden dotarnos de un raciocinio elegante. La gran expansión pulsional sigue su rumbo oscilando entre los diferentes estados del aparato intrapsíquico hasta llegar al fin de la vida humana. No obstante, podría ocurrir que en alguno de los millones de micro-neuroversos andantes llegase a detonarse un Big Crunch psíquico que desencadenase la creación de una maravillosa posibilidad.
Solo una taza de café; espumeante, caliente, amargo como la vida misma, eso era lo único que deseaba el desaliñado hombre de la tercera mesa. Sin embargo, un chico punk, y su novia hiperactiva se entrometieron en su anhelado deseo. Los dos bribones estaban asaltando la cafetería del pueblo. —Deme todo el dinero o voy a vaciarle el cargador —gruñó el agresor apuntando su arma en contra de la temblorosa cajera. —Yo quiero un par de cervezas —ordenó la chica clavando su navaja en la mesa. El hombre canoso que aparentaba ser un vagabundo tomó un sorbo de su café sin inmutarse, al catar el sabor de la bebida suspiró de manera desaprobatoria. —¿Estoy interrumpiéndote? —preguntó el chico apuntando contra el hombre. —No, puedes proseguir, toma el dinero y vete, solo no le hagas caso a esa perra —respondió él. —¿A quién le llamaste perra? Mírate, eres un pordiosero. Vamos, Danny, busquemos un poco de gasolina y prendámosle fuego a este bastardo —gritó ella. 31
—Sí, Danny, vamos a hacer lo que ella diga como siempre. Sabes, me das pena, te crees un asesino cruel y despiadado, sin embargo, eres el juguete de esa puta. Por una vez en tu vida ten las bolas para demostrarle quién manda —musitó el vagabundo. —¿Vas a dejar que me hable así? Yo soy tu mujer, vamos, acaba con él —chilló la fémina. —Ves, es igual a tu madre, únicamente susurrando en tu oído, incitándote sutilmente a probarte a ti mismo que eres un hombre. Tú no tienes que complacerla, ni a ella, ni a tu madre, solo llévate el dinero y olvídate de ella, hay mejores mujeres, créeme, algunas inclusive con título universitario —replicó él. Ella estalló en ira y empuñó su navaja en dirección del hombre, pero este le dijo: —Yo, en tu lugar, me preocuparía por él. Danny estaba apuntando hacía su compañera de crimen. Esta al verlo gritó: —¿Estás loco, amor? Somos el uno para el otro. El sonido de la pistola resonó por todo el lugar, Danny percutió su arma acabando con la vida de su novia. —Esa fue la mejor decisión —dijo el vagabundo. Danny cayó de rodillas con el rostro atónito, parecía confundido. Acto seguido comenzó a llorar. El hombre se levantó de la mesa para dirigirse hacia la salida, entonces Danny tomó su arma de nuevo, sin embargo, algo estaba mal, un sudor frío cubrió su rostro, su corazón se aceleró hasta casi salirse de su pecho, su mano izquierda temblaba, y la derecha, esa condenada mano que tantas veces sesgó la vida de personas inocentes, se había emancipado, y ahora su arma apuntaba directo a su sien. Danny chilló de terror al comprender que su vida terminaría de una forma tan ambigua, un segundo después, un disparo disipó sus dudas. Horas más tarde el alguacil terminaba de hacer sus entrevistas en la cafetería, cuando una mujer de traje sastre entró en el lugar. —Disculpe, señorita, pero no puede estar aquí, está es una escena de un crimen — exclamó él. —Soy Minerva Montenegro, y pertenezco al Buró de Investigaciones Extraordinarias e Inverosímiles, que trabaja baja el auspicio directo del Triunvirato — explicó la mujer mostrando su identificación. —¿Qué hace en un lugar tan lejano? ¿Está aquí por la desaparición de los niños? —preguntó el alguacil.
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—Rastreo a un hombre, solo eso puedo decirle, quiero saber lo que pasó aquí — preguntó ella. El regordete alguacil le relató la situación y con cada detalle los ojos de Minerva se encendían como brasas de fuego. —¿Suicidio amoroso? Eso es una tontería, ellos eran un par de asesinos dependientes, nunca podrían levantarse la mano, esto es diferente. Quiero saber si todos los testigos siguen por aquí —exclamó Minerva. —Todos salvo uno, la verdad era un indigente, no creo que fuese importante — dijo el oficial. —Al contrario, es el más importante, necesito saber dónde encontrarlo —aseveró ella. —Es un buen tipo, siempre viene por aquí al caer la noche, toma café y cena, es el cuidador del cementerio —aseguró la dependienta de la cafetería. —Necesito saber si es peligroso —acotó el alguacil. —Yo me haré cargo de ahora en adelante —sentenció Minerva.
Minerva se abrió pasó por una vereda desolada, un rocoso camino que llevaba hacía el cementerio, estaba segura de que encontraría lo que buscaba. Ella se adentró al bosque contiguo y fue entonces que una sensación incomoda se apoderó de ella. Parecía que alguien le observaba entre la maleza, además el sonido del crujir de las hojas le hizo desenfundar su arma. Sin embargo, solo una bruma gélida se hizo presente. La joven agente que había recibido un fiero entrenamiento ahora estaba tiritando de miedo ante algo desconocido. Una silueta esquelética se hizo presente entre la oscuridad, por lo que muerta de miedo comenzó a disparar sin poder acertar. Ella intentó correr pero el lugar parecía tener vida propia, los árboles arrugados y secos danzaban a su alrededor aprisionándola con sus ramas tentaculares, y así Minerva cayó en las fauces de un mal ignoto. El desgarbado cuidador del cementerio se hallaba meditabundo al amparo de unas velas en lo que era su morada. —Estoy cansado de esto, no es mi problema, quiero estar aquí donde el silencio reina por una sola razón. Todos están muertos —musitó él.
El hombre parecía irritado, se acercó al espejo y dijo:
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—Estoy bien entre los muertos, aquí no hay pensamientos, no hay maldad, no hay dolor, el mundo ya no es mi problema. —Ayúdame, por favor —resonó entre la oscuridad. —No, eso no es para mí —respondió el hombre ante las tinieblas. —Ayúdanos, por favor —corearon al unísono pequeñas voces. —Yo no soy el indicado, no pude salvarla —refutó él.
Un golpe en la puerta le abdujo de su tormento, se trataba del alguacil. —¿Esta aquí? Vi el auto de la agente Minerva en las afueras del cementerio, creo que vino a investigar la desaparición de los niños —explicó él. —No, y tampoco deberías estar aquí —vociferó el cuidador. —Ya basta de autocompadecerte, sabes que el bosque es peligroso, se supone que estás aquí para evitar que los estúpidos se inmiscuyan en él. Sé que le diste la espalda al mundo, pero esos niños, esa mujer, ellos no son el mundo, y te necesitan. Diablos, solo por esta vez, vuelve a ser el antiguo Jack Ledger —ordenó el alguacil. Minerva despertó atada a un árbol, frente a ella se encontraba un hombre de piel morena, este portaba rastas blancuzcas que le llegaban hasta la espalda, y también poseía una cornamenta similar a la de los venados, le otorgaba un aspecto de realeza. —¿Qué eres? ¿Qué has hecho con los niños? —cuestionó Minerva. —Soy una fuerza de la naturaleza, un espíritu que juega entre los cuencos de los hambrientos, yo susurró en sus tripas y ellos me obedecen. Sin embargo, cada cierto tiempo debo renovar mi fuerza, tengo que realizar un ritual de carne, y nada mejor que la de los inocentes. Viniste buscando a un monstruo, y yo diría que lo has encontrado —explicó él. —No eres el único monstruo aquí —respondió ella sonriendo. —¿Quién se atreve a insultar mis dominios? —retó el hombre. Jack Ledger salió de entre la maleza disculpándose por interrumpir y prosiguió: —Lo siento, sé que estás en la mejor parte pero no puedo dejar que termines. —Tú, ya te había sentido, te escondías de mi mirada, debes saber que puedo matarte en un instante —amenazó él. —Ojalá puedas matarme en un plazo de varias horas, la verdad me gustaría distraerte lo más posible —enunció Ledger.
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Entonces varios disparos impactaron contra el enemigo, este se sorprendió al ver a Minerva liberada. —¿Cómo lo hiciste? —interrogó el enemigo. —Magia, unos pases y listo —dijo Jack detonando la furia de su enemigo. —Terminaré con esto, se arrepentirán de burlarse de mí —amenazó él, y de sus manos emergieron varios dardos óseos. Jack apenas consiguió detenerlos frente a él colocando una barrera neorromántica. —Ahora entiendo, no eres un humano normal, es una lástima, quizás si estuviésemos en los noventa serías un digno oponente, pero en estos tiempos solo la tecnología y lo divino pueden reinar —arguyó para luego crear varias lanzas de huesos que arrojó contra Jack. Jack logró desviar cada una usando su psicoquinesia. Por su parte Minerva siguió disparando contra el enemigo. —No, no lo hagas, huye, yo me haré cargo —gritó Jack. Minerva hizo caso omiso y prosiguió descargando cartucho tras cartucho. —Mujer, eres una molestia —gruño el hombre e hizo surgir del suelo más dardos óseos que traspasaron el cuerpo de la agente. —¡Eres un maldito! —gritó Ledger y comenzó a concentrar su poder. —No tengo tiempo que perder contigo. Debo realizar el ritual —enunció e hizo surgir una corola de huesos que atravesó a Jack en varias partes del cuerpo convirtiéndolo en un osario. —Lo siento, pero ya eres una reliquia —sentenció el enemigo. —Y lo dice un espíritu antiquísimo, eres un Wendigo —exclamó Jack. —Vaya, lo sabías, me sorprendiste, quizás tu carne y sangre sea un buen tributo para calmar el hambre del gran espíritu primordial. El mundo ha olvidado los horrores que duermen en la oscuridad, yo soy el único Wendigo, soy el que baila entre los cadáveres de los hombres y los corrompo para devorar la carne de sus seres queridos. He venido para traer mi reinado al mundo, justo ahora mis adeptos se ocultan debajo de las grandes ciudades como Steamgoethia, esperando por mis órdenes para desencadenar el Holodomor —sentenció el Wendigo. —No me preocupa esa ciudad, sé que está bien protegida —respondió Ledger. —Estás muriendo, solo debo traspasarte la cabeza con una de mis clavículas para terminar contigo —decretó él, encaminándose hacía Jack.
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De súbito una enorme espiral se abrió frente a ellos, y de allí emergió lo que parecía ser una mujer, no obstante, solo lo era en parte, pues podían verse algunas partes mecanoides en su fisionomía. La fémina volteó hacía una esquina alejada del lugar, su mirada se clavó fijamente allí. Jack experimentó algo extraño, ya que no podía leer la mente de la recién llegada, solo había un enorme vacío. Y lo peor fue que ella estaba mirándole directamente, ella podía ver a través de sus ilusiones. —¿Qué haces aquí? Aún no es tiempo de marchar a la guerra —replicó molesto el Wendigo. —Él me ha enviado, solicita tu presencia —dijo ella en tono amenazante. —Quería ofrecer tu sangre para saciar el hambre del gran espíritu, sin embargo, tendrá que conformarse con los niños —sentenció el Wendigo. Acto seguido la fémina mecanoide desenvainó un instrumento similar al arco de un violín y con él cortó la falacia que Jack había proyectado a su alrededor. Cientos de fragmentos de cristal llovieron mostrando lo que en realidad pasaba. Una legión de rosas ígneas les había rodeado, las fauces del fuego ya se hallaban cerca del Wendigo. Jack, que estaba incrustado en la corola de huesos se desvaneció, las espinas óseas solo tenían aprisionado un viejo tronco. Jack salió de entre las llamas con una sonrisa pícara y exclamó: —La idea era buena, mientras seguías balbuceando, el incendio que provoqué para acabar con este bosque maldito lleno de espíritus hambrientos acabaría contigo. El Wendigo estalló en ira e intentó atacarle, pero la recién llegada le detuvo diciendo: —¿Vas a hacerlo esperar? —Vagabundo, reza para que nunca volvamos a encontrarnos —gritó el Wendigo desapareciendo junto a la mujer. Jack corrió hacía la salida evitando el fuego, hasta encontrarse con el alguacil quien ya había puesto a resguardo a una docena de niños, y también a la agente Minerva quien se debatía entre la vida y la muerte. —Lo siento, no pude protegerte, estos poderes son difíciles de controlar, tuve que camuflajear al alguacil para que sacara a los niños, a la par de disfrazar el incendio, y hacer mi señuelo, lo intente, pero no pude detener su ataque contra ti —exclamó Jack. —No te preocupes, he cumplido mi misión, te encontré —dijo ella respirando con dificultad. 36
—¿Quién te envió? —preguntó él. —¿No vas a leer mi mente para saberlo? —cuestionó ella. —No, cuando alguien está por morir, su mente es un vórtice de toda su vida, no sería capaz de soportarlo —aseveró él. —Una mujer, ella me mostró el vídeo de tu fuga, nadie se había escapado del círculo de los gusanos, esa prisión fue hecha para los peores del mundo. Ella me dijo que hace siete años fuiste declarado un enfermo mental. Algo sucedió que perdiste la cordura. Y hace unos meses lograste recuperarte. Jack, nadie vuelve de una psicosis, es algo imposible. Ella dedujo que sufriste una especie de alteración neuronal, ahora eres algo más allá de lo humano, y el mundo te necesitará. Debes buscarla, ella se encuentra en la tecnoteca del triunvirato, y Jack, por favor, salva a todos los que puedas —rogó ella antes de morir.
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Jack Ledger El Preceptor Rigardo Márquez.
Amazonia escarlata era la avenida más funesta de Umbrälia. Allí se encontraban los burdeles ambulantes; desde cuartos baratos para unas horas, hasta parques abandonados que se utilizaban como fumaderos o comunas con el fin de inyectarse drogas, ese barrio inmundo no discriminaba a nadie, pues hasta había servidoras sexuales que cobraban desde cincuenta a cien pesos por follar en las esquinas, así que los clientes se ahorraban los gastos de alojamiento. Luego de que el estado aboliese el sistema partidista político e impusiera un triunvirato gobernante, aquellos que no fuesen capaces de producir beneficios para el nuevo régimen fueron desechados, o en el peor de los casos obligados a desempeñar trabajos infrahumanos; muchas madres solteras, mujeres desvalidas y huérfanas fueron organizadas para que los señoríos de cada territorio las explotaran sexualmente. Aquellos de la tercera edad que no tuviesen familiares con posibilidades o ganas de cuidarles, fueron mandados a las recicladoras, y basureros donde trabajarían hasta morir por un plato de comida, los enfermos crónicos fueron usados como compostas. No obstante, de entre este reino sombrío se levantaron guetos donde los soñadores, y personas que aún poseían humanidad ayudaron a los demás a tratar de supervivir, Ümbralia y Steamgothia, eran los más famosos y funcionales. Un pordiosero pidió resguardarse de la lluvia en uno de los casinos más grandes del señor feudal de Amazonia escarlata, lo más extraño del asunto era que en vez de echarlo, los guardias le permitieron la entrada, el vagabundo fue deambulando zona por zona sin ser molestado, incluso en los puntos de seguridad no se le detuvo hasta que llegó al salón principal. Allí el señor feudal le miró sorprendido. —¿Quién diablos eres tú? ¿Qué quieres? ¿Quién te dejó entrar? —gritó Stephan, líder del señorío amazonio. —Solo he venido humildemente a pedirte que te retires de esta zona, creo que la gente ha trabajado mucho para sacar adelante este lugar y no deben ser explotados por tipos como tú, que se supone deberían proveerles de requerimientos básicos para vivir. —indicó el desaliñado recién llegado. —¿Qué les pasa a todos ustedes? Van por la vida jodiendo a todos los señores feudales, hace poco fui expulsado de una ciudad cercana por un imbécil que jugaba a ser héroe, tenía una estúpida máscara, perdí a muchos hombres, y ahora, viene aquí un vagabundo a solicitarme que me vaya, no sé si reírme o cagarme de miedo. No, ya sé, mejor te vas a la mierda, muchachos acaben con él —ordenó Stephan. Los guardias accionaron sus armas en contra del desconocido, sin embargo, las balas pasaron sobre su humanidad, parecía que le atravesaban como si se tratase de un fantasma. —Debiste irte cuando podías —dijo el interlocutor, y entonces accionó un detonador que hizo volar parte del techo. La mayoría de los hombres de Stephan murieron en la explosión, únicamente el mendigo se hallaba a salvo, pues con una extraña habilidad detuvo las rocas que caían sobre él. 41
—Eres un maldito hijo de perra, esto no es justo, si no fuese por esos trucos te molería a golpes —amenazó Stephan. El hombre observó al señor feudal y le dio la razón, ya que, a pesar de su edad, Stephan poseía una fuerza muscular de temer, era probable que su forma de atacar consistiese en enroscarse al oponente para triturarlo con sus brazos, sin contar que era un exmilitar perteneciente a los Spetsnaz. —Supongo que si no fuese porque las victimas que has esclavizado eran mujeres débiles y niñas vulnerables también ellas te hubiesen cortado las bolas —le susurró Jack apareciendo detrás de él, y colocando la mano en la cabeza del señor feudal le realizo un reacondicionamiento sensorial, ahora cada vez que respirase sentiría el peor de los tormentos, su umbral del dolor sería sobrepasado a los pocos minutos, por lo que tendría una muerte horrible. —¿Quién demonios eres? —preguntó Stephan. —Soy Jack Ledger —respondió él. —¡El Preceptor! —musitó el señor feudal antes de que un mar de dolor le hiciese entrar en paro cardíaco. En uno de los tantos senderos que se bifurcan dentro de la rosa escarlata; las cuales son las avenidas donde varias féminas ofrecen sus servicios sexuales, se hallaba una en especial; se trataba de una mujer que usaba un sostén purpura y un pantalón negro de látex ceñido a la cintura. Ella posaba de forma exuberante como tentando a algún observador camuflado entre las sombras. La hermosa mujer tenía el cabello teñido de un color borgoña, y el rostro más bello que alguien se pudiese imaginar, además tenía un cuerpo que invitaba a cualquier pecado a posarse en él. De pronto una prominente silueta se desentrañó de entre la oscuridad, sus pasos retumbaban por el suelo avisando que se trataba de alguien de gran envergadura. —¿Quieres divertirte, guapo? —invitó la fémina. El hombre la miró detenidamente, por lo cual ella posó sensualmente llevándose las manos a la cabeza para jugar con su cabello y mostrar la delicia de su piel rosácea. El potencial cliente era realmente alto, rozaba casi los dos metros y medio, además tenía un estómago prominente rayando en la obesidad mórbida. —Ven conmigo —gruñó el hombre. —¿No vas a preguntarme el precio, cariño? No te preocupes, no cobro por kilo, sin embargo, hoy solo puedo hacerlo por detrás, por eso te daré un descuento —le dijo la mujer llevándose la mano a su espalda. Sin previo aviso el cliente la sujetó por el cabello para ponerla a cuatro patas. —Tranquilo, amor, no seas tan brusco. Sé gentil y haré que no te arrepientas — declaró ella para luego extender un bastón de fierro con el cual golpeó al susodicho. Sin embargo, aquel ataque no le había producido ningún dolor a su agresor, quien la tomó del cuello y exhalando un aliento fecaloide le dijo: 42
—Creo que aceptaré tu invitación, con tal, el amo no necesita tu órgano excretor. El hórrido gigante comenzó a desabrocharse el pantalón, mientras que con la otra mano dominaba a la mujer, no obstante, por alguna extraña razón no pudo quitarse el cinturón, el cual parecía enredarse en su mano igual que una serpiente. De súbito el cinto de cuero reptó hasta su cuello para asfixiarlo haciendo que soltase a su prisionera. La pobre mujer recuperó el aliento ante la silueta de una persona recién llegada. —No lo tomes a la ligera, no es un hombre común. ¿Estás bien? —cuestionó el extraño. —Es el asesino de prostitutas, llevó rastreándolo por semanas, tengo que acabar con él —respondió la mujer. —Creo que es al revés, él lleva más tiempo buscándote y tú te serviste en bandeja de plata esta noche —arguyó él. —¿Quién demonios eres? —preguntó ella. —Crees que trucos de magia baratos van a detenerme —gritó el enemigo destruyendo el cinturón visiblemente molesto. —Es Halloween, supuse que preferías truco a trato —respondió burlonamente el entrometido. —Voy a hacerte pedazos, maldito hombrecillo —amenazó el enorme sujeto quien tomó vuelo para lanzarse contra la mujer y su libertador. Toda aquella humanidad de casi doscientos quilos fue detenida al instante por una especie de barrera invisible ante la incredulidad del atacante. —Tendrá que ser truco de nuevo —aseveró el prestidigitador moviendo sus dedos de forma artística. El enorme agresor se quedó quieto por unos momentos pero después sus movimientos fueron torpes y erráticos, parecía que una fuerza desconocida le estuviese sometiendo. —Esto es por la mujer de anoche —dijo Jack haciendo que el hombre se golpease a si mismo de forma bélica. —Tú eres… —musitó la mujer. Jack manipulo al enemigo de la misma forma que un titiritero lo haría, golpe tras golpe, hasta que sus heridas se abrieron en lágrimas carmesí. —“El Preceptor”. Mi amo me advirtió sobre ti, por ello no puedo perder más el tiempo aquí —gruñó el asesino y de la nada comenzó a ejercer un contrapeso obligando a Ledger a emplearse a fondo para tratar de someterlo. Sin embargo, unas voces rompieron la concentración de Jack haciéndole perder la materialización de sus hilos psicománticos. —¿Qué pasa? ¿Por qué no lo acabas? —cuestionó la mujer. —Hay algo impidiéndome escanear sus neurotransmisores —respondió él. —¿Quieres ver de qué se trata? —vociferó el enemigo despojándose de su gabardina dejando ver una escena grotesca.
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La piel de aquel hombre era blancuzca y rígida igual que la de un cadáver. Pero lo más aterrador era que en varias partes de su estómago y espalda podían verse diversos rostros que gemían al unísono. —¡Somos Legión! —gritaron al mismo tiempo causando en Jack un ataque psíquico. —Y yo soy Jack Ledger —respondió él, lanzándoles una ráfaga de energía psiónica que arrojó a aquella criatura contra una pared atravesándola y provocando un derrumbe que le sepultó. Jack cayó de rodillas para luego sobarse la sien. —Genial, ahora no podremos encontrar su cadáver debajo de esos escombros — aseveró la mujer. —No te preocupes, él no ha muerto, de hecho, se ha escabullido hacía el drenaje. —respondió Jack. —¿Por qué lo dejaste ir? Debiste matarlo. —repeló ella. —Lo hice para seguirlo, así encontraremos a su maestro, ese es mi objetivo principal —apuntó Ledger. —¿Un maestro? ¿De qué demonios hablas? —replicó la chica con molestia. —Alguien lo envió por ti, aunque para ser más específico, le ordenaron venir por tu aparato reproductor, esa persona a la que llamó amo sabe que eres una de las pocas hermafroditas reales que existen en el mundo —explicó Jack. —Espera un momento ¿Cómo sabes que soy hermafrodita? —interrogó ella. —Lo resumiré, puedo leer la mente, leí la de él, leo la tuya, sé que te apodas a ti misma Futania y así te llamaré, lamento inmiscuirme en tu cerebro, pero era necesario para atar los cabos. Bueno, esto no es importante, estamos perdiendo tiempo, voy a seguirlo, tengo que llegar a su amo, ya que, él es culpable de las muertes —aseguró Jack. —No voy a debatir, solo dime: ¿qué era esa cosa a la que nos enfrentamos? — pidió Futania apaciguando su inquietud y tratando de ocultar sus miedos. —Un reanimado, un experimento abominable comparado con los descritos en diversas novelas góticas, parece que el maestro es una especie de doctor en necroingeniería genética, es capaz de clonar órganos muertos y anexarlos a otros seres vivientes para crear monstruos de carne que obedecen sus órdenes —relató Jack. Una vez aclaradas las cosas, ambos descendieron por el drenaje hasta llegar a un viejo cárcamo de aguas negras, una vez allí siguieron de frente con el fin de encontrar el laboratorio del científico loco. —¿Por qué tengo que ir primero? ¿No se supone que eres un héroe? —refunfuñó Futania. —En ningún momento me he proclamado héroe, esas cosas son estupideces, solo hago lo que me place, y si alguien se entromete en mi camino, no tengo reparó en acabarlo. —respondió Jack detrás de ella. —Además, según veo puedes leer los pensamientos de la gente, por ende, sabrías si un enemigo se ocultase en la oscuridad —aseguró la chica. —Hay cosas que no tienen pensamiento, como esos diminutos demonios plutónicos que reptan por la inmundicia y chillan en la oscuridad, y estamos en sus dominios —dijo Ledger visiblemente asqueado. —¿Ratas? ¿Hablas de ratas? —preguntó ella. 44
—No digas su nombre, diablos, solo de escuchar su nombre me dan ganas de largarme de aquí —gimoteó él. —¿Es broma, verdad? ¡Por Dios, eres un asesino! ¿Por qué diablos tendrías miedo de unas insignificantes alimañas? Solo mátalas —gritó ella. —No, cállate, no puedo matarlas, ya que si las aplasto escucharé el crujir de su cuerpo y el chapoteo de su asquerosa sangre, no me mires así, mira, es algo clínico, no me juzgues, y si quieres que esto funcione, yo me encargo de los criminales y tú de esas cosas peludas —rogó Jack, sudando visiblemente, aferrándose a la espalda de la chica quien le miraba incrédula. Entonces de improvisto algo cayó sobre ellos. Jack Ledger apenas alcanzó a lanzar a Futania para evitar que el objeto le aplastase. —Creo que me he sentado sobre ti, discúlpame —rumió el enorme enemigo. —Otra vez tú —gritó Futania al ver al hombre obeso de nuevo. —Voy a ahogar a tu novio —dijo él sumergiendo la cabeza de Jack en el agua. Futania sostuvo su arma con fuerza precipitándose contra su enemigo, sin embargo, otros hombres aparecieron para rodearla. —No importa que seas hombre o mujer, hace mucho que no nos divertimos — anunció la voz de uno de los recién llegados quienes portaban la indumentaria de la prisión. —¿Cómo escaparon de la prisión de los gusanos? —preguntó ella. —El buen doctor nos ayudó, supongo que necesitaba una mano —respondió el recluso lanzándose contra ella. Futania peleó contra ellos, esgrimiendo su bastón, evadiendo los golpes y las navajas de los prófugos. —¡Vamos, vamos, no me digas que abandonarás a tu novia, Preceptor! —se burló el enemigo sacando y regurgitando a Ledger en el agua. —Voy a disfrutar follándote —amenazó uno de los reclusos que tenía la cara marcada con el número 305. —Créeme, creo que será al revés corazón —refutó ella pateándolo para luego asestarle un golpe en la cabeza con su arma. Los demás reos se abalanzaron sobre ella, quien con la maestría de quien ha tenido que defenderse sola múltiples veces les repelía. Sin embargo, en su interior sabía que no podría resistir mucho tiempo, y así fue, uno de sus adversarios logró atrapar su arma con una cadena impidiendo que ella pudiese seguir atacando y la gran masa de presos se impuso derribándola contra el suelo. —Tenías razón, no eres un héroe, solo eres un niño que busca atención, el maestro me dijo todo de ti. Fuiste incapaz de salvar a tu esposa, no, en realidad, tú mismo la mataste, por eso enloqueciste, fuiste tan débil que escapaste a la locura. No te preocupes, pequeño Preceptor, terminaré con tu sufrimiento, y podrás reunirte con tu perra en el purgatorio —aseveró la criatura. —Jack, resiste, levántate —gritó Futania casi desnuda.
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«Mi arrogancia, mi orgullo, mi vanidad, eso fue lo que la mató. Yo me creía un dios en mi disciplina. Sin embargo, quizás ahora si lo sea», resonó el pensamiento de Jack en todas las mentes de los presentes. Acto seguido el agua se agitó de forma violenta y una fuerza invisible jaló el enorme cuerpo de su adversario haciéndolo volar por los aires hasta estrellarse contra la pared.
Los ojos de Jack se habían tornado negruzcos, y alzó su dedo en dirección del hombre que tenía aprisionada a Futania. En unos segundos el reo experimentó un dolor agudo en la cabeza, y de la nada su masa cerebral estalló escurriéndose por su cara hasta el suelo. Ledger repitió el ataque contra todos los reclusos implosionando sus cabezas al unísono. —Yo soy Legión —retó el enemigo quien se despojó de su gabardina mostrando los diversos rostros que se formaban en su pecho y estómago. —Jack, ¿estás bien? —cuestionó Futania. —Solo es otro día en este mundo de mierda —respondió él. —Yo devoro todo, tengo miles de bocas para necrotizar tu cuerpo, poseo la fuerza de veinte hombres, un hombrecillo meditabundo como tú nunca podría derrotarme — amenazó Legión, para luego desprender una parte de la pared y lanzarla contra Jack. —No debiste meterte con su recuerdo, tú solo eres carne, masa, algo sustancial, yo por otro lado he cruzado el umbral de la mente, soy lo etéreo, aquello que será el siguiente paso en la evolución humana —respondió Ledger y con un mandoble de su mano hizo a un lado el proyectil pétreo de su enemigo. —Voy a sacarte el espíritu a punta de golpes —gruñó el monstruo lanzándose contra Jack. —Aceptó tu reto, criatura inmunda. Y aunque sea un retroceso ponerme en tu misma línea, voy a reventarte con mis puños —aseveró Jack. Los golpes minúsculos de Jack rebotaban en la piel curtida de Legión quien se burlaba de ello, y contraatacó con un puñetazo que dejó en el suelo a Ledger. Legión levantó el esbelto cuerpo del Preceptor para vapulearlo contra las paredes del lugar ante la mirada impotente de Futania. Jack se puso de pie una vez más para errar de nuevo con sus débiles intentonas. Legión le dio tres impactos seguidos dejándolo vencido en el agua. —No te mataré, es mejor que veas cómo me llevo a tu chica, para que el buen doctor le extirpe lo que me ha mandado buscar y tú cargues con otra derrota más. Quizás en otro día puedas ofrecerme una mejor batalla —arguyó el enemigo dirigiéndose hacia Futania. —¿Crees que será tan fácil? —dijo ella tomando su arma y enroscando una cadena a su puño. Jack, apenas consciente, la vio, y en sus ojos reconoció el fuego que una vez admiro en otra persona. Su mente fue atrapada por una analepsis la cual involucraba a su difunta esposa. —¡Vamos, inténtalo, amor! O ¿Acaso el gran criminólogo Jack Ledger no es capaz de probar una nueva doctrina? —cuestionó la mujer. —Sabes que no creo en Dios, la religión, la fe, las corrientes energéticas, el fengshui, ni el yoga —refunfuñó él.
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—A eso no me refiero, hay varios estudios que versan sobre el chi, el reiki, qi entre otros en donde especifican que si el usuario concentra dicha energía puede manifestarla, anda, concentra tu mente en eso —ordenó ella. Ledger derramó una lágrima por su amada, pero en lo más recóndito de su ser algo resonaba con la voz de ella. —Levántate, concentra todo tu poder en tu puño y manifiéstalo —recitó la voz en sus adentros. Cuando los ojos de Futania se tildaron de asombro, Legión se volteó para ver a Jack de pie una vez más. —Está noqueado, pero aun así sigue caminando, es un hijo de perra muy terco — exclamó él, dirigiéndose hacia Ledger. Legión le lanzó un golpe directo a la cabeza, pero Ledger lo esquivó para luego asestarle un puñetazo en el estómago. La imponente humanidad del obeso hombre retrocedió quejándose por el dolor. —¿Qué has hecho? —vociferó él con evidente enfado. —Voy a partirte la cara —contestó Jack atacando de nuevo, dando de lleno en su enemigo quien no se quedó atrás y respondió con sus puños. Ambos beligerantes intercambiaron golpes sin descansar ni retroceder. Legión se veía confundido al no entender cómo era que los golpes de Ledger le podían causar tanto daño, mientras que Jack apenas resistía los embates de su enemigo. Aquello era una pelea de voluntades. Sus puños chocaron una y otra vez entre sí, hasta que Legión retrocedió para reponerse, sin embargo, aquel signo de debilidad había dejado la apertura perfecta para Jack quien no la desaprovechó, y conjuró todo el poder que le quedaba para concentrarlo en su puño. El psiconauta hundió su gancho derecho en el corazón de su enemigo causándole una gran herida, de la cual brotaron girones de sangre. Legión cayó sobre sus rodillas atónito por perder ante al preceptor. —¿Le has matado? —preguntó Futania apresurándose para tomar entre sus brazos a Jack. —No, no se merece algo tan piadoso. Debe pagar por los crímenes cometidos contra las mujeres que asesinó —respondió Jack cayendo entre los pechos desnudos de Futania. —Entiendo, sin embargo… —agregó ella. —Lo sé, no necesito leer tu mente para saber que son naturales —interpeló él. —Debería dejar que las ratas te coman. Ahora debemos salir de aquí —dijo ella. —Aun debemos encontrar a su maestro —indicó el preceptor. —Eres demasiado terco —chilló ella ayudándole para caminar. Los dos llegaron al final del subterráneo para encontrarse un laboratorio secreto, allí se hallaba instrumental y aparatos médicos, parecía que alguien los había utilizado habitualmente. Pero no había rastro del dichoso maestro. Así que ambos subieron a la superficie para reportar todo a las precarias autoridades. Jack solo confiaba en una oficial a la cual apodaba Medusa.
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—¿Ahora qué me has traído? No luce como me gustan —precisó la mujer de cabello color oliva. —Necesito que se analice a conciencia lo que sea que le hayan hecho al grandote, y usa cadenas de un grosor aceptable, ya que es muy fuerte —indicó Jack. —Siento que un día de estos voy a tener que identificar tu cadáver, bueno, al menos ya tienes una amiga —puntualizó ella. —No es lo que piensas, ella… Ese momento sintió un alarido psicomantico que resonó desde una ignota lejanía, pero era tan poderoso que la mente de Jack Ledger podía escucharlo, era un grito psíquico que estribaba entre el horror y la locura. —Ayúdame…
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Jack Ledger Lágrimas que nunca fluyen Rigardo Márquez La lluvia iba deteniéndose paulatinamente, el hedor de la ciudad emergía por la humedad. Allí, sentado en un viejo sofá, se hallaba Jack Ledger quien bebía un trago de Sangreal; un tónico rojizo que tenía los mismos efectos que el LSD, dicha bebida era la más popular entre la población, a pesar de sus nocivos efectos contra la salud. Jack observaba las olas que ondulaban sobre la sabana satinada, pronto pudo verse la piel selenita de Futania que emergía al despertarse. —¿Acaso nunca duermes? —preguntó ella estirándose, sus senos blanquecinos rebotaron al unísono. —Los sueños son un lujo que solo unos cuantos privilegiados pueden poseer — respondió él. —No soy una especialista, pero si no descansas lo suficiente, tu salud… —dijo Futania antes de ser interrumpida. —Tienes mucha razón, no recuerdo que tuvieses un doctorado en medicina, y menos, conocimientos sobre los “Cripto-humanos” —murmuró Jack. —Ya veo, es tu rutina del chico malo, no obstante, olvidas que he sido presa de verdaderos bastardos en el pasado. No me lastimarás con algo así —pronunció la mujer comenzado a vestirse. —No era necesario que me recordases con cuantos has follado, no eres la primera que jura que se quedará —interpeló él mientras prendía un cigarrillo. —Nadie ha sufrido más que tú, ni tampoco nadie tiene la razón salvo tú, siempre tienes que compararte, medir sufrimientos y tragedias. Todo es una competencia para ti. Para pelear se necesitan dos, no tengo ganas de discutir. Será mejor que vaya a patrullar, es más productivo buscar criminales en las calles que competir contigo —musitó ella. —Claro que sí, ¿a quién le gusta perder? De hecho, si comparásemos nuestros miembros yo ganaría —respondió él. Jack se quedó mirando sobre el vitral, afuera, la ciudad continuaba necrosándose, la inmundicia pululaba por doquier. Él seguía preguntándose la razón de continuar, si actuar en sentido contrario de las manecillas de la extinción era algo racional. —Elimínalos, mátalos a todos. Ellos no merecen arrastrarse por las mismas calles pecaminosas de esta purulenta existencia —susurró una voz. —No soy quien para decidir eso —se respondió él. —Solo los dioses pueden juzgar a los seres inferiores y nosotros somos dioses — decretó aquella sonoridad etérea. Unos pasos advirtieron la presencia de alguien en la puerta. —¿Olvidaste algo? ¿O quieres que sigamos con ese juego con nuestras espadas? —gritó él. —No tengo una espada, pero si un arma —respondió una recién llegada. —Soy un agente del Buró de Investigaciones Extraordinarias, quiero que vea algo, señor Ledger —anunció ella entregándole unos archivos.
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La mujer poseía un cabello gorgónico, su piel casi traslucida le daba un aspecto artificial. Portaba un traje formal de rayas y su rostro estaba enmarcado por una indiferencia mecanizada. —No sé quién eres, pero no leeré nada a menos que estés desnuda —sentenció él. —¿Acaso no eres el psiconauta aquí? Deberías leer mi mente o simplemente usar lo que los humanos llaman memoria —interpeló ella. El rostro de Jack se desencajó al percatarse de que no podía acceder a la mente la mujer, no importaba cuanto lo intentase, únicamente había un gran vacío. —Bueno, no tengo buenos recuerdos de dicho Buró, pero tienes mi atención, solo dime quién eres —solicitó Jack. —Si no eres capaz de recordarme, creo que no me serás de ayuda —dijo ella retirándose. Jack la sujetó del brazo, justo en ese momento un pulso psíquico le brindó la respuesta. —¡Medusa! —musitó él. La agente sacó algo de su bolsillo y se lo entregó a Jack. —Hace tiempo que te debía esto —mencionó ella para luego irse. Jack revisó los archivos encontrándose con algo perturbador; allí podían verse varios cuerpos con la cabeza destrozada, parecía que les había estallado el cerebro. Lo más aberrante era la edad de las víctimas, todos eran niños. En una pared de la escena del crimen estaba escrito el nombre de Jack Ledger con sangre. —Es una tarjeta de presentación —se dijo él. Al otro día Jack se reunió con Medusa en el cementerio de la ciudad. —¿Encontraste algo? —preguntó ella. —Sí, pero entre más profundo voy, más asco tengo, sin embargo, según mis recuerdos escolares siempre tuviste un peculiar gusto por lo grotesco —dijo él. —Éramos bichos raros en la academia, dime lo que encontraste —ordenó ella. —Los niños eran precoces, ya sabes, pornografía y vídeos violentos, además sus padres millonarios callaron varios escándalos, solían mostrar sus partes a las niñas de su salón, así como agredir a sus profesoras. Inclusive compartían pornografía con sus compañeros corrompiéndolos a temprana edad —contó Jack encendiendo un cigarro. —Deberías dejar de fumar láudano, o más bien, ese producto que fue adaptado para poder ser consumido de esa forma, pronto no serás capaz de pensar —amenazó ella. —Cuando has visto lo que yo necesitas de algo que te calme o pronto perdería la cordura —respondió Jack. —¿Otra vez? No creo que se pueda enloquecer dos veces, sí, estoy enterada del incidente. He hilado que al perder a tu esposa enloqueciste hundiéndote en una psicosis, sin embargo, por alguna razón extraordinaria recuperaste la razón, te curaste de locura, cuando eso es imposible. Pienso que no solo te recuperaste, sino que fuiste un paso más allá. Desarrollaste poderes supra-humanos relacionados con el factor que detonó tu ascensión: la psique —argumentó Medusa. —Me sorprendes, el dinero de los contribuyentes debe estarse aplicando correctamente en tu división —vitoreó Ledger. —No me malentiendas, no vine aquí para pedirte ayuda con el criminal, únicamente deseo saber si tu teoría de la “involución” puede ser cierta —decretó ella. 52
—¡Los Cripto-humanos! Debí saberlo, pero nunca me creyeron. Sí, yo puedo hacer que una cabeza estalle de esa forma, sé que deseabas preguntarlo, no obstante, no creo ser el único que haya despertado tal poder. Justo en aquel momento el comunicador de Medusa sonó dando una alarmante noticia. Ella se despidió de Ledger diciéndole que le volvería a contactar. Jack se había quedado meditabundo, no quería recordar sus años en la academia de justicia, siendo realista no fueron buenos. Él era un erudito de la mente criminal, por ende, era desdeñado en un mundo donde la fuerza y la pericia criminalística reinaban, sin embargo, nunca renunció a estudiar los motivos del crimen para explicar el por qué, y tratar de prevenirlo. Solo tuvo una compañera en aquellos tiempos, una chica asocial que tenía sus mismos gustos. —¡Detente! ¿Qué eres? —gritó Medusa. —Yo soy un dios —respondió él antes de romperle el cuello. Cuando Jack despertó de aquella burbuja sináptica, supo lo que debía hacer y se dirigió a una de las escuelas más prestigiosa de la zona acaudalada de la ciudad. Al llegar vio una barricada hecha por la policía, parecía que tenían la orden anticipada de dejarle pasar. Una vez dentro, recorrió el camino hacía el salón de sexto grado, sin embargo, a cada paso pudo ver los cadáveres de niños, padres de familia y docentes. Entró en el salón y allí le esperaba… —Bienvenido, hermano mío —pronunció la voz perteneciente a un niño que le miraba con atención. —¿Por qué lo has hecho? —preguntó Jack. —Es una obviedad, lo hice porque pude. Soy igual que tú, somos dioses, nosotros hemos evolucionado, nuestros poderes nos han puesto por encima de estos estúpidos humanos. Nosotros debemos gobernarlos —indicó el pequeño. —Eso no responde mi pregunta, siempre hay un motivo, algo detonó tu poder. Quiero saber la razón de que hayas matado a todos —replicó Jack. —¿A todos o solo a tu amiga? ¿La amabas verdad? Ella sería un problema, tú lugar es conmigo, somos los únicos que tenemos el poder para doblegarlos —interpeló el niño. —Tú no eres un infante, no hablas como uno, eres un monstruo que usa el disfraz de un niño —musitó Ledger. —Somos monstruos, absolutamente todos, incluso esos niños que maté. Tienes razón todo tiene un origen, mis palabras y actos son debido a que maduré prematuramente, lo hice cuando esos chicos me mostraron los vídeos pornográficos de mi propia madre. Sí, fue una humillación que terminó por explotar mi cerebro. Eso pasa cuando descubres que la persona que debía ser la criatura más pura del mundo es una puta que folla con varios hombres solo para conseguir algo de comer. ¿Qué tan jodido está el mundo? —relató el chico. —Puedo entenderlo, mataste a esos bastardos, pero lo que no comprendo es por qué matar a los demás, hay varios inocentes que adornan la entrada —dijo Jack arremangándose la camisa. —Nadie es inocente, eso deberías saberlo —respondió. El lugar se tiñó de animadversión entre los dos, una especia de energía exótica rodeaba el cuarto. —¿De verdad quieres hacerlo? ¿Estás preparado para matar a un niño? — cuestionó el pequeño.
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Jack dudó un momento, el cual fue aprovechado por su interlocutor que usó su poder para arrojarlo contra la pared y luego lo fijó al techo. —Lo sabía, aunque yo sea un asesino, sigo siendo un niño, soy inimputable ante la ley. Y peor aún, ante tu moral soy intocable —decretó él. —Eres demasiado arrogante —respondió Ledger para luego usar sus hilos psicománticos con el fin de someter al niño. —Eres más débil de lo que pensaba, no te atreves a lastimarme, solo quieres detenerme, por eso has perdido —sentenció. Acto seguido, el pequeño usó sus poderes para aprisionar a Jack en el suelo dejándolo prisionero. Cuando la policía estaba por irrumpir en la escuela se encontraron con una diminuta silueta que se acercaba lentamente. —Ustedes serán mi camino hacía la grandeza —dictaminó el pequeño comenzando una carnicería. Con la autoridad de su poder hizo estallar las cabezas de varios oficiales, los restantes intentaron detenerle disparándole, pero el chico levantó el suelo deteniendo así las balas. El muchacho caminó entre los presentes provocando caos y destrucción que le hacían esbozar una sonrisa enferma. Entonces se percató de las cámaras, había varias personas grabando desde sus celulares, y otros espectadores a unos metros detrás de la barricada cerca de la estatua de justicia. —Y ahora el gran final —dijo él, manipulando el gigantesco monumento para que cayese sobre el público. Las personas gritaron e intentaron escapar, pero era demasiado tarde; el tamaño de aquella cosa no les permitiría huir. Sin embargo, momentos después notaron que seguían vivos, observaron con incredulidad que la estatua estaba suspendida en el aire. —Eres muy terco —musitó el pequeño. Jack Ledger se encontraba en medio de aquella multitud concentrando su poder para que el gigantesco cumulo de piedra y granito no cayese sobre los inocentes. —Largo, deben evacuar inmediatamente —gritó él. —Veamos cuánto puedes aguantar, escuché de un tipo que sostuvo unas columnas, de otro que sostiene el mundo y del que cargó su propia cruz, pero nunca de uno que cargase a la justicia corrompida —se burló el muchacho. —No podrías entenderlo, ni yo puedo hacerlo, pero hay una gran diferencia entre ser un bastardo y un maldito hijo de perra solo porque la vida se encargó de joderte — replicó Ledger. —Pensé que estarías de mi lado, somos únicos, nuestros poderes nos han hecho superiores, teníamos que estar unidos, pero te pones del lado de aquellos que se burlan de nosotros, sin duda estás protegiendo a tus propios verdugos —gritó el niño visiblemente colérico. Jack no pudo resistir más, la enorme edificación cayó sobre él sepultándolo en el proceso. El muchacho caminó entre las ruinas escaneando el lugar hasta que llegó a cierto espacio, allí usó su poder para remover los escombros. —Usaste tus poderes para crear una capa de protección. Sin embargo, aun así, resultaste gravemente herido. ¿Acaso ha valido la pena? —preguntó él. —Es triste, no entendía, la razón de que quisieses tenerme a tu lado. Ya eres autosuficiente, no necesitarías de nadie, pero muy en el fondo sientes un vacío que no se puede llenar. Lo que tú querías era un amigo. Eres incapaz de darte cuenta, o quizás no quieres aceptarlo, pero ya es tarde, ya me he decidido —musitó Jack. 54
—¿Vas a aceptar mi propuesta? —preguntó el niño. —No, lo que haré será matarte —respondió Ledger sacando de su saco un cigarrillo. —Sigues con eso, no eres capaz de usar más tus poderes, no hay forma de que me mates. Mírate, no puedes ni alcanzar tu encendedor —indicó el pequeño. —Vamos, acércate y te lo probaré —retó Jack. El pequeño se acercó sonriente, recogió el encendedor, lo percutió acercando el fuego al cigarro que se prendió al instante. —No eres tan malo como crees, pero ya es tarde, amigo. Vas a morir aquí. — concluyó Jack. —Ellos van a traicio… —susurró el niño, pero su voz se quebró antes de terminar la frase. Un leve silbido surcó la distancia entre los dos. El chico no pudo blandir palabra alguna, parecía ahogarse, de súbito su cuello burbujeó un raudal de sangre, su garganta había sido cortada. Cuando el niño vio la mano de Ledger se percató que tenía una especie de tarjeta. Aquella carta era parte de un mazo del tarot que Medusa le había dado en su reencuentro. —Cuando la conocí por primera vez en la academia, Medusa, me había prometido un mazo de cartas Zener; puesto que yo estaba muy interesado en los experimentos de percepción extrasensorial, sin embargo, al día siguiente no pude asistir a la escuela, ella se molestó y nunca me las entregó por dejarla plantada. Así que al final hizo esto para mí. No es una carta común, en realidad es un arma, está compuesta por un material especial que conduce la energía psíquica potenciándola, solo tuve que concentrar un poco de mi poder para volverla filosa. Ella tiene una manera tan curiosa de hacer las cosas —susurró el psiconauta.
Una vez en su morada, Jack Ledger volvió a mirar a través del vitral de su habitación, la escena no había cambiado. —Tal vez ese niño tenía razón sobre los humanos, pero yo hice una promesa hace tiempo. Voy a ser un egoísta, a pesar de que seamos bolsas de estiércol andantes aún hay cosas que valen la pena proteger —se dijo. —Sí, estamos jodidos, la ciudad es una cloaca, pero no es culpa de todos los humanos. Es de aquellos que ostentan el poder, y desde sus ciudadelas flotantes manejan a los pobres y necesitados —indicó una voz. —¿Es una puta broma? Vi que tu cuello… —aseveró Ledger. —Tú tienes habilidades mentales y yo tengo mis propias sorpresas —respondió Medusa. —Hablas del triunvirato, esos malditos hijos de puta que provocaron el caos en el viejo mundo tan solo para reinar como dioses desde los cielos. Que yo sepa, tu oficina trabaja para ellos —replicó Jack. —Como sabes hay varias facciones en el triunvirato. He sido enviada por aquella que se opone a la ley de los supra-humanos —aclaró ella. —¿Hablas de los doce reyes? Sin ellos, los ciudadanos ya se hubiesen revelado, debido a sus extraordinarios poderes nadie ha osado conspirar o levantarse contra el triunvirato —explicó él.
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—Nadie salvo tú. Inclusive antes de tener tus habilidades psíquicas, ya levantabas la voz sobre el uso de los doce reyes. Ellos, que alguna vez fueron llamados héroes, ahora son la fuerza de élite que sostiene la supremacía del triunvirato, y ante la vista de los demás son percibidos como casi deidades —agregó Medusa. —No te preocupes, tarde o temprano aparecerá alguien que se levante por encima de la inmundicia, en ese momento otros le seguirán —indicó Jack. —¿Pero quién sería capaz de oponerse a la fuerza de tales dioses? —preguntó ella. —Solo los monstruos podrán —profetizó él. —Hablando de ello, tengo que decirte algo, hace unas horas la Unión roja cayó, el complejo fue devastado, al principio pensamos que se trataba de un accidente nuclear pero lo que captaron los satélites fue algo peor. Se trata de un ser de origen desconocido, irradia grandes cantidades de materia oscura con la cual causó destrozos en la madre patria escarlata —relató Medusa entregándole las fotografías. —¿Un astronauta cadavérico? ¿Es enserio? Sabes, no tengo nada que ver con el imperio rojo, eso está fuera de mi jurisdicción. —interpeló él prendiendo un cigarrillo. —El problema es que hemos rastreado sus movimientos y se dirige hacia acá, aún no sabemos sus motivos, pero no hay duda de que llegará pronto. «Cuando abrió el cuarto sello, oí la voz del cuarto ser viviente que decía: «Ven». Miré, y vi un transbordador espacial. El que lo piloteaba tenía por nombre Muerte, y el Hades lo seguía». El cuarto jinete se aproxima entre nubes de antimateria, y dime: ¿Qué hará Jack Ledger?
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Maestre Peste Ratas de guerra Rigardo Márquez Steamgothia era una ciudad sucia, inmunda y vaporosa igual que cualquier otro suburbio cercano al triunvirato, sin embargo, una ola de desapariciones había puesto en alerta al precario cuerpo de justicia de la ciudad. Se tenían abiertas quince carpetas de investigación referentes a personas desaparecidas, no obstante, aquello no era tan preocupante, al menos hasta que alguien cruzó los patrones extendiendo así el rango de búsqueda dando como resultado que el número real de personas era de doscientas personas en tan solo un mes. Se dieron avisos a la ciudadanía de cuidarse y salvaguardar a sus hijos. Lo que tenía consternado a los investigadores, era que en ningún caso hubo algún pedido de rescate. Las personas simplemente desaparecían sin dejar rastro alguno. La ciudad poco a poco entró en un periodo de psicosis colectiva, pero había alguien a quien siempre se podía recurrir, un hombre que se movía entre las sombras, que no temía ensuciarse las manos al encargase de la basura criminal, un guardián noctámbulo que no se quedaría con los brazos cruzados. El hombre envestido en una gran túnica oscura observaba un viejo vecindario de la peor zona de la ciudad, allí agazapado en lo más alto del edificio se mantenía expectante igual que una gárgola. Su característica máscara de médico de la peste rechazaba las diminutas gotas de lluvia que caían sobre él. Maestre Peste había estado siguiendo a un personaje en particular. Se trataba de un indigente de gran tamaño que se camuflajeaba en el desdén que las personas expresaban hacía gente de su condición. El sujeto usaba una extraña sustancia para dormir a su víctima y así meterla en una bolsa. Esta vez había secuestrado a un niño que jugaba en las inmediaciones, sin embargo, él no sabía que estaba siendo observado por otro cazador. Maestre Peste le vigiló, le vio subir por las escaleras hasta el tercer piso, allí entró en un cuarto donde residía, el captor sacó de la bolsa al niño y lo colocó en una mesa, lo siguiente fue una locura. El criminal tomó un enorme cuchillo de carnicero para luego posicionarse sobre el inocente chico, comenzó a desnudarlo y palpó su cuerpo como buscando la mejor área para cortar, cuando el enfermo se decidió elevó un extraño cántico e intentó cortar al niño. Justo en aquel instante Maestre Peste irrumpió por la ventana del lugar deteniendo al enemigo, y una violenta lucha inició. No hubo dialogo, ni monólogos, tampoco preguntas, ni explicaciones. Maestre Peste atacó con fuertes golpes al desconocido, quien gruñó de enojo y respondió tratando de cortar al recién llegado. El enemigo parecía no sentir dolor, pues no importaba la cantidad de golpes que el galeno oscuro le daba, este simplemente seguía avanzando. Conforme el enfrentamiento avanzó el agresor entró en un frenesí desconocido; su fuerza se triplicó pudiendo vapulear sin problemas al enmascarado que terminó empotrado en la pared. Una sucesión de puñetazos logró hacer retroceder al secuestrador quien se repuso al instante. —¿Qué cosa eres? —preguntó Maestre Peste. —La sangre de mi dios corre por mis venas —respondió él para luego atacar. Ambos contendientes parecieron igualados, intercambiaron golpes sin cesar hasta causar un alboroto que despertó a todo el mundo. El perpetrador entendió que pronto quedaría expuesto por lo cual intentó huir, sin embargo, Maestre Peste se anticipó a ello 59
y estrelló una de sus esferas sorpresas en el rostro del sujeto, dichas esferas eran en esencia un coctel de compuestos a veces orgánicos o químicos que él usaba contra sus enemigos. La sustancia se adhirió a los ojos del enemigo que chilló al sentir que sus ojos le ardían. El gran señor de la peste se abalanzó contra el caído desatando toda su furia, logró así capturarle. Tiempo después la policía hizo su aparición, pero no era la caballería que alguien esperaría, la falta de personal hizo que los cadetes tuviesen que presentarse, los jóvenes se admiraron al ver a Maestre Peste, pues al contrario que sus jefes, ellos veían al oscuro personaje como un héroe. Una joven vestida de falda azul y blusa policial le dio las gracias al vigilante noctámbulo para luego proceder a la investigación. —Es un milagro que no le matase. ¿Ha decidido cambiar? —preguntó la chica. Maestre Peste le miró detenidamente; era una chica de aproximadamente dieciocho años de facciones orientales, y piel morena, su sonrisa le hizo pensar que era lo que se consideraba una virgen en el negocio, ya que la podredumbre y suciedad de la perversidad criminal terminaba ranciando a los agentes con más experiencia y luego respondió: —No se puede interrogar a un muerto, él es el causante de las desapariciones, y, por mucha hambre que tenga, dudo que se haya comido a los demás. —Pues, con un Ouija podrías interrogarlo. ¿A qué se refiere con comido? — cuestionó la joven. Varios agentes salieron del cuarto, todos devolviendo el estómago. —¿Qué ha pasado? ¿Qué han encontrado? —preguntó a su equipo. —Es horrible, por favor no entré allí, jefa —balbuceó uno de ellos. La agente no dudo en entrar encontrándose con una escena que quedaría grabada en su cerebro por siempre. —¡Es espantoso! No podemos ni catalogar las partes de los cuerpos que hemos encontrado. Eran solo niños, y ahora simplemente quedaron restos carcomidos, huesos roídos, sangre coagulada por todas partes. ¿Qué clase de persona hace esto? —preguntó la oficial. —No lo hizo un hombre, fue un monstruo —aseveró Maestre Peste. —Pero usted lo detuvo, aunque hubiese deseado que lo matase como con la mayoría, ya que deseo con todo mi ser salir y meterle una bala entre ceja y ceja — decretó ella. —El problema es que algunos monstruos no saben morir —musitó el hombre de la máscara. Justo en aquel momento una repentina sacudida puso a todos en alerta, el suelo parecía oscilar de forma violenta, y todas las cosas comenzaron a caer. —¡Es un temblor! —gritó otro oficial. Todo el lugar comenzó a tambalearse como si los cimientos fuesen de papel. —Debemos ponernos a salvo —dijo la chica. —¿Dónde está el bastardo? —cuestionó Maestre Peste. Todos fueron al corredor donde encontraron al guardia con la garganta cercenada de una mordida. —¡Ayuden a evacuar a las personas! ¿Y usted a dónde va, señor Peste? — interrogó la oficial. —Voy tras él —respondió dirigiéndose hacia el ascensor.
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La oficial y otro compañero le siguieron hasta la puerta del elevador y al ver que yacía descompuesto quisieron que el encapuchado evacuara junto con ellos. Sin embargo, él les hizo ver que había huellas hemáticas dejadas por el caníbal, y que probablemente descendió por allí. Para su mala suerte, el sismo estaba tomando mayor fuerza. —Agárrense a mí, si ustedes tocan los cables del elevador sus manos sufrirían heridas fatales, estos guantes me protegerán y ustedes podrán descender sin problemas. —dijo Maestre Peste. Una vez colgados sucedió una tragedia, el edificio entero se vino abajo, los tres descendieron hasta lo que parecía ser el final de la línea, pero se encontraron con un agujero en el suelo, sin dudarlo Maestre Peste entró en él, evitando así ser aplastados por los escombros del edificio. La oficial activó su linterna, los tres observaron una negrura infinita delimitada por un silencio sepulcral, parecía que estaban en un sistema de cuevas que se hallaban debajo del edificio. Maestre Peste había quedado sepultado debajo del cubo del ascensor debido al poderoso terremoto que azotó a la ciudad, por ello, él, junto a los dos oficiales intentaron buscar una salida. Allí abajo se encontraron con diversos recovecos, únicamente podían seguir aquella ruta esperando que les llevase a un lugar más estable. Los tres se aventuraron por aquellos agujeros hasta llegar a un complejo sistema de cavernas subterráneas que se extendían por debajo de Steamgoethia. Allí entra la perpetua oscuridad los tres compañeros tuvieron que reptar por las estrechas cavidades del subsuelo alumbrados por un par de diminutas linternas que Maestre peste había traído. En aquel lugar vetusto e inhóspito las sombras jugaban con los sentidos de los supervivientes, los accesos rocosos se hacían cada vez más estrechos dificultando el paso de los tres. Luego de media hora lograron divisar una débil insinuación de luz al final del túnel. Ellos se deslizaron cayendo por aquel agujero, hasta toparse con un sendero, allí se percataron de que las luces observadas eran antorchas que custodiaban un camino hacía las profundidades de la ciudad. —Parece que esto pertenece a las catacumbas de la ciudad, muy pocas personas conocen sobre la existencia de este lugar, pero eso significa que hay una salida, el problema será encontrarla —mencionó Maestre Peste. —¿Y tú conoces una ruta de escape? —cuestionó la oficial. —Puede ser, solo necesito orientarme —respondió él. —Mi nombre es Claudette, supongo que no puedo preguntar por el tuyo —se presentó ella. Maestre Peste se arrodilló para comprobar algo y de súbito ordenó: —desenfunden sus armas. —¿Por qué? ¿Qué pasa? —cuestionó Claudette. —Hay un rastro de sangre, quizás sea nuestro amigo —indicó él. —¿Solo por un poco de sangre nos has asustado? —interrogó el otro policía. —Quizás por la situación no se han percatado del olor prominente, pero hay demasiada sangre en este lugar, es imposible que toda le pertenezca a él. Puedo ver gracias a los cristales de luz negra de mi máscara que las paredes y el suelo están cubiertos de sangre, será mejor que se preparen —dijo él. A lo lejos pudieron ver al criminal que se les había escapado, se encontraba herido gravemente por el derrumbe; había perdido un brazo y se desangraba notoriamente. —Así que han venido al infierno, son unos estúpidos —pronunció el hombre. —¿Qué es este lugar? —preguntó Claudette. 61
—Aquí los de la superficie son el eslabón más débil de la cadena alimenticia, ustedes no están preparados para lo que vendrá, mis hermanos se volverán fuertes con su carne y sangre, ya debiste comprenderlo, sombra —aseveró él, dirigiéndose hacia el galeno oscuro. Maestre Peste le rompió el cuello sin ninguna duda dejando atónitos a los dos oficiales. —¿Estás loco? Estaba desarmado, eso es asesinato. Había escuchado historias sobre ti, pero me negaba a creerlo, sé que algunos deberían morir, pero no de esta forma —se quejó la chica. —Será mejor que se preparen para matar, si lo que pienso es cierto, en este lugar deben habitar otros como él, y si no desean ser devorados, tendrán que matarlos primero. —aconsejó Maestre Peste. De la perpetua oscuridad emergieron dos enemigos que intentaron acabar con ellos. Maestre Peste les combatió ordenando a los oficiales que no disparasen o atraerían a los otros. El antihéroe golpeó a uno en la cara, y estrelló al otro contra la pared destrozándole el cráneo. El superviviente se abalanzó tratando de morder el pecho del enmascarado, sin embargo, la tela de kevlar se lo impidió, por lo cual Maestre Peste lo sostuvo con sus brazos hasta asfixiarlo. Cuando la oficial alumbró los cuerpos se llevó una hórrida sorpresa, pues aquellos esbirros tenían los dientes afilados como navajas, y el cuerpo llenó de tatuajes tribales. —¿Qué son? —preguntó ella. —Probablemente indigentes y pordioseros, de la primera generación que vivió la gran depresión del 2020 —respondió él. —¿De qué hablas? ¿Son humanos? —replicó ella. —Creo que no lo supiste, cuando el sistema del triunvirato se implementó, la pobreza extrema era irreversible, algunas ciudades, de la vieja era fueron devastadas por la ausencia de gasolina, medicinas, y comida. Se dice que hubo un gran holocausto de hambruna, los cadáveres se contaban por miles, muchos tuvieron que canibalizar a otros para supervivir —relató Maestre Peste. —He oído que los guetos lo pasaron mal, pero no pensé que algo así podría pasar —dijo el oficial. —No habló de los guetos, me refiero a lo que se gestó sepultado debajo de ellos. Hubo varias ciudades que fueron usadas de cimiento para las localidades actuales, de hecho, estamos ante osarios vivientes. Hace tiempo investigué de varios casos de desapariciones extrañas que no pudieron explicarse, siempre cerca de un rio, del metro o de lugares cercanos a las alcantarillas, por eso es que deduje que los perpetradores se ocultaban aquí. Sin embargo, he de aceptar que esto sobrepasa lo que había imaginado. Ahora todo tiene sentido —decretó Maestre. —¿Escuchaste? —cuestionó el joven oficial refiriéndose a unos quejidos apenas audibles. —Sí, parece venir de aquel lugar —dijo Claudette. —Espera, no debes ir allí —gritó Maestre Peste. Claudette no hizo caso, se precipitó hacía el origen de aquella psicofonía infernal. Una vez en el lugar se topó con una escena abominable. En esa gruta se hallaba los remanentes de la vieja era, los olvidados por el capitalismo y el consumismo liberal, aquellos despojos que la sociedad desterró obligándoles a volverse una tribu de ratas decadentes, deformes, seres infrahumanos colmados de atavismo en su estado demencial. El lugar apestaba a muerte y por doquier había sangre coagulada, también se 62
podían ver partes de cuerpos humanos mordisqueados, cabezas clavadas con semblantes agónicos, era una carnicería. Y más allá de toda esa locura caníbal, se encontraban los perpetradores de dicha blasfemia, los adoradores de la carne, que danzaban entre los cuerpos putrefactos de sus víctimas profiriendo aullidos y bañándose en la sangre de los humanos que habían cazado. Se trataba de una gran cantidad de acólitos que se reunieron alrededor de su líder, aquel que ostentaba los cuernos del poder, sentado en una silla ornamentada de huesos. Su rey medía cerca de tres metros y poseía una complexión fornida. —No debimos tomar este camino —musitó el oficial. —Es el único posible, miren, detrás de ellos se halla una especie de manantial saliente, según mis cálculos, debe tratarse de agua subterránea, una especie de fuga de agua de la vieja purificadora, quizás encontremos una puerta o un acceso hacia afuera —argumentó Maestre Peste. —Eso es imposible, no podremos pasar sin que esos monstruos nos vean —acotó el joven. —Hay una forma, mira, hay bordes detrás de ellos, parecen ser una especie de basurero para lo que no se comen, si ustedes van por allí, no notaran su presencia — aconsejó él. —¿Ustedes? ¿Acaso no vendrás con nosotros? —preguntó Claudette. —No, alguien debe distraerlos, haré que tengan su mirada fija en mí, mientras los distraigo, ustedes deben escapar —sugirió el enmascarado. La mirada de la oficial se tornó fúnebre, a lo que Maestre peste agregó —No moriré, solo tomaré la ruta larga. Maestre Peste les dio dos cargadores, y varias esferas a los policías. —¿Qué es esto? No sabía que usabas armas —mencionó Claudette. —No soy un tonto, siempre tengo un as bajo la manga por si acaso, si pasa lo peor, usen las esferas cuando se les acaben las balas, no miren estrás, los alcanzaré luego. —ordenó el galeno oscuro. Maestre peste se dirigió hacía aquella tribu abominable, comenzó a lanzar varias esferas que emanaron menjurjes que durmieron a algunos, y envenenaron a otros. —¡Cómo te atreves! —gruñó el líder desde su asiento óseo. —Veo que atraje tu atención, si quieres que pare, tendrás que detenerme tu mismo. —amenazó él. Varios caníbales atacaron a Maestre Peste, pero este pudo dominarlos peleando cuerpo a cuerpo contra ellos. Rompió el cuello de varios, y envenenó a otros con sus toxinas hasta que el líder emitió un grito imponente. Así sus súbditos retrocedieron. —No puedo perder más soldados, el dios del hambre no me lo perdonaría — musitó el enorme guerrero. —¿De quién hablas? —cuestionó Maestre. —Nosotros somos el ejército de la hambruna y respondemos al gran dios que devora la carne humana, él nos ha ordenado prepararnos para la guerra —respondió mostrando una larga lanza hecha de hueso. —Entiendo, sin embargo, lamento que no podrás cumplir con ello, pues voy a acabar contigo —sentenció el enmascarado lanzándose contra su enemigo. Por su parte, Claudette y el oficial reptaban por los bordes de la cueva tratando de no llamar la atención para no ser descubiertos. —Yo soy Canibah, y te recibo como un guerrero —retó el hombre, para luego tratar de atravesar a Maestre peste, quien pudo evitar el embate haciéndose a un lado, para luego golpear el rostro de su enemigo, quien ni se inmuto. 63
Canibah atacó con su lanza intermitentemente, mientras que el enmascarado evitó ser alcanzado. Maestre Peste intentó despojarlo del arma, los dos ejercieron su poder, pero el galeno negro fue superado y lanzado lejos como si se tratase de un muñeco de trapo. —Eres fuerte lo acepto, pero no muy inteligente. —dijo Maestre peste y luego la lanza del enemigo se partió en dos. —Usaste uno de tus trucos —interpeló Canibah. —Mientras tenga tu atención —respondió él. Los dos se enfrascaron en una batalla cercana, Canibah lanzaba varios puñetazos que Maestre Peste apenas podía resistir, sin embargo, también contraatacaba acertando sus golpes. En cierto momento ambos sostuvieron una batalla de fuerza con sus manos tratando de dominar al otro. La justa iba muy pareja hasta que el líder de aquella tribu le tomó por el cuello y lo levantó tratando de asfixiarlo. Canibah aprovechó para estrellarlo contra la pared y propinarle varios golpes, luego lo extendió por el aire mostrándose victorioso ante los suyos, e intentó rematarlo con su rodilla para romperle la espada, no obstante, Maestre peste le lanzó una esfera en la cara dañándole los ojos. Canibah chilló de dolor tratándose de quitarse aquella sustancia extraña. Justo en ese momento por detrás de todos ellos aparecieron los oficiales disparando a los esbirros de Canibah. Claudette se acercó a Maestre Peste ayudándole para intentar escapar. —¿Por qué no se fueron, idiotas? —gritó él. —No podíamos abandonar a un civil en tal situación, ya que debajo de esa máscara se encuentra una persona, y nosotros somos la seguridad pública. —dijo ella mientras huían. Al llegar a una de las esclusas de la ciudad se vieron perseguidos por cientos de enemigos, por lo que Maestre Peste no dudo en activar los explosivos que había lanzado junto a sus esferas de forma oculta. La explosión fue devastadora. Los oficiales y él apenas alcanzaron a cerrar la puerta de la esclusa para no morir por la fuerza de la detonación. Los tres pasaron horas por los diferentes túneles sumergidos hasta encontrar una vía que les llevó a una estación de metro abandonada. —¿Estarás bien? —cuestionó Claudette. —Claro, no te preocupes, esto es de todos los días —dijo Maestre Peste despidiéndose de los dos. Una vez en su apartamento se dio cuenta de que alguien se encontraba dentro. Aquello le puso en guardia, el intruso se hallaba en un viejo sillón que daba hacía la ventana. —Te ves de la mierda —musitó quién había allanado la casa de Maestre Peste. —Sabía que no habías muerto —respondió él. —La mala hierba nunca muere —replicó el extraño. —¿Dónde demonios has estado? Te busqué por doquier —exclamó Maestre Peste. —Si tú, con tus conexiones, no pudiste encontrarme ¿Qué te hace pensar que yo lo sé? Solo quería advertirte. Se han desencadenado sucesos que yo ya había previsto, sin embargo, no pensé que sucederían con tal prontitud —indicó él. —Lo sé, Jack, tenías razón, sobre la involución, y sobre los Cripto-humanos — aseveró Maestre. 64
Jack le relató lo sucedido con Wendigo y con Legión a Maestre Peste. —Hay cosas que nadie puede enfrentar, y al triunvirato no le importan. Sabes mejor que nadie eso. Tú mismo lo has dicho, los Reyes Celestiales solo son perros del triunvirato, y no mueven un dedo por el pueblo. Hay otros como nosotros, existen otros monstruos allá afuera, vamos, solo necesitan de una guía, de alguien que nos lidere, tú puedes hacerlo Jack —exclamó Maestre Peste. —Esas son cosas que no me interesan, no volveré a ver morir a niños que creen en ideales estúpidos como la justicia. Solo me interesaré por mí mismo, y me vengaré, eso es todo —sentenció Jack Ledger. —¿Entonces has venido por el manto? —preguntó su interlocutor. —No, te queda mejor a ti. Vine por mi vieja amiga y a advertirte, pero creo que te va bien en ese aspecto —aseveró Jack. —La he guardado por mucho tiempo, no me atreví a usarla. La hoja es demasiado filosa, me atrevería a decir que tiene a la muerte posada en ella —dijo Maestre Peste entregándole el sable con empuñadura blanca. —Me vengaré del sistema, de las leyes, y de todos aquellos que tuvieron que ver con mi pérdida. No quiero que te entrometas amigo —declaró Jack. —Si vas por ese camino, tarde o temprano te toparas con el pináculo del poder, con aquellos que resguardan el sistema actual, los “Reyes celestiales”, quienes únicamente sirven al triunvirato —musitó Maestre Peste. Jack se acomodó la espada en la cintura y le dedicó una sonrisa a su amigo, para luego lanzarse al vació desde la ventana. —No importa cuándo o dónde sea, ese día, yo estaré allí para pelear junto a ti. Y juro que no seré el único —prometió Maestre Peste.
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Maestre Peste Gloria oscura Rigardo Márquez —¡Qué impotencia! Es la tercera encontrada en la semana, es el mismo modus operandi; la hallaron con la ropa rasgada, con señales de abuso sexual, la hora de la muerte ronda entre las dos de la mañana, además el acto parece que fue hecho con gran saña, pues sus genitales fueron desgarrados de forma sádica —informó el agente Olbert Montesco. —No tenemos ninguna pista de ese maldito violador —bramó Claudette. —Esperaremos los resultados del forense, no hay mucho que podamos hacer con el presupuesto tan reducido —indicó él. —Nosotros no, pero él sí —murmuró la oficial.
Aquella noche Maestre Peste se encontraba vigilando los callejones de la ciudad por pedido de la oficial, ella le había comunicado la situación, por lo cual el verdugo nocturno se había puesto en marcha. —¿Tienes algo? —cuestionó la armoniosa voz de Claudette. —Cazar, no es una ciencia exacta, cuando pasemos al rastreo quizás podré responderte, pero si seguimos así no conseguiremos nada, debemos colocar un cebo apetitoso para él —sugirió el encapuchado.
Claudette se encontraba incomoda con la ropa de civil, no era una mujer que encajase en los estándares actuales de la moda, únicamente vivía con el uniforme policial, de hecho, muchos de sus conocidos, solían bromear sobre que portaría esa vestimenta laboral hasta la tumba. La oficial carecía de feminidad, no era desagradable a la vista, pero sus modos eran toscos la rudeza de su trabajo. Ella solía ser tratada más como un hombre que una fémina, por eso, no sabía actuar el papel de víctima. —Debes estar divirtiéndote, donde sea que estés. ¿No es así? —preguntó ella por el comunicador. —Estoy sobre unos árboles que dan directo hacía ti, cuando él llegue, lo veré — aseveró el encapuchado. —Bueno, al menos sé que eres confiable, pero ¿cómo estás seguro de que vendrá? —preguntó ella, no obstante, no hubo respuesta alguna. 69
Por su parte, Maestre Peste se encontraba en una situación imprevista; dos disparos se habían alojado en su pechera derribándole. Él decidió quedarse quieto, esperando que su agresor se delatase, y así fue, se pudieron escuchar varios pasos muy livianos. —Maldito violador, te he dado —anunció la recién llegada, quien portaba un fusil de asalto. —Eso no fue muy cortés de tu parte —respondió él, quien golpeó a su agresora en los pies arrojándola al suelo. La mujer se sobrepuso de un salto; poseía el cabello color blanco enmarañado por largas rastas, iba ataviada con una gabardina nazi, y una máscara de protección biológica, la ropa debajo de su abrigo tenía toda la estética «Cybergoth». —Y yo pensaba que mi atuendo era demasiado dramático —aseveró Maestro Peste. —Es perfecto para tu funeral —le dijo ella alistando su rifle, sin embargo, el encapuchado soltó varias esferas que al romperse produjeron una neblina espesa. —No será tan fácil —replicó él tomándola del rifle, ambos forcejearon hasta que intercambiaron golpes. —Tus polvos mágicos no servirán conmigo, maldito violador —gritó ella. —¿Violador?, no sé a qué te refieres, pero no puedes intentar matar a alguien solo por pensar que es un abusador sexual —respondió él golpeándole la cara. —Te vi, estabas vigilando a esa chica, planeabas atacarla desde las sombras para luego profanarla —afirmó ella, para luego arremetió contra el señor de la peste lanzándole varios puñetazos y un par de patadas. —Eres una idiota, yo no estaba acosándola, estamos rastreando al violador, ella es una oficial de la policía —dijo él, y luego sostuvo una larga pausa. —¿Qué? —preguntó ella. —No se escucha nada, es demasiado silencioso, debemos ir con ella —sugirió. No obstante, cuando ambos llegaron no lograron encontrar a Claudette, únicamente hallaron su arma y placa. —Tenías razón. Al parecer venías con el mismo objetivo en mente. Discúlpame —castañeó ella. —No podías saberlo, y yo no pude anticipar que una vengadora solitaria aparecería —comentó Maestre Peste. 70
—Ahora por mi culpa esa chica va a sufrir lo peor —se dijo bajando la cabeza. —No te preocupes, fui precavido, pensé que algo podría salir mal, así que le coloqué un localizador. Según las lecturas se encuentra en la espesura del bosque, ahora podré seguir al bastardo hasta su escondite —aseveró el enmascarado. —Podremos, ya que pienso acompañarte, no puedo dejar que esto se quede así. Voy a saldar mi error —decretó ella.
Ambos siguieron la señal de la oficial adentrándose en el bosque casi cayendo la medianoche. —¿Y ese traje? ¿Por qué te vistes así? —preguntó él. —Creo que eres el menos indicado para cuestionarme —precisó ella. —Ser un doctor de la peste, es elegante, sin contar que antiguamente era sinónimo de muerte, me parece alentador que los criminales vean mi máscara antes de pagar por sus actos —explicó Maestre Peste. —¡Hombres! Mi caso es diferente, soy un peligro para los demás, porto una extraña enfermedad —indicó la mujer. —¿Cómo te infectaste? —preguntó él. —No fue voluntariamente, fui secuestrada por un científico que hizo pruebas conmigo, al final me volví la paciente cero de un virus que causa la muerte —confesó ella y añadió—: Desde ese día he buscado a ese maldito bastardo para vengarme. A la par también cazó a aquellos que lastiman a las mujeres. —¿Tienes algún nombre? Ya sabes de vigilante nocturna —interrogó Maestre Peste. —Pues, la mayoría de los sujetos que he ejecutado me han llamado Femme Nazi, al principio me molestaba, pero creo que le he tomado cariño —dijo ella. —Esta parte es desconocida, creo que hemos llegado al final del bosque, lo cual nos lleva a este barranco —indicó el galeno. —Tu aparato no funciona, solo perdimos tiempo, yo debí hacer el rastreo — musitó ella. —No, el aparato está bien, aquí hay algo extraño, es probable que ante los ojos comunes se vea como un barranco, pero en realidad es una especie de telaraña burbujeante, toma, usa esto —ordenó él ofreciéndole unos googles especiales con los cuales ella pudo ver la superficie plasmática que se erigía frente a ellos.
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Ambos se acercaron para palpar dicho vórtice encontrándose con una especie de portal desconocido, sin perder tiempo se aventuraron a cruzarlo. —Vaya, parece salido de una historia tétrica de los hermanos Grimm, es un bosque plutónico, y esa luna escarlata no augura nada bueno —aseveró ella. —No creo que estemos en el parque de la ciudad, siendo más específicos es probable que ni siquiera en el mismo planeta.
En aquel momento ante ellos apareció una extraña criatura; aquel ser medía cerca de dos metros y medio, poseía dos cuernos similares a los de un toro, más un cuerno central en la frente de mayor envergadura, también su cabeza tenía una poderosa cresta nucal, su brazo izquierdo era mecánico, usaba un taparrabos y manipulaba un poderoso mazo. Esa cosa les miró de forma amenazante y luego emitió un bramido bélico. —Veamos de qué eres capaz, violador —gritó Maestre Peste. El engendro se lanzó con toda su fuerza hacía el encapuchado, quien de forma atlética lo esquivó saltando sobre él. El Tri-tauro arrancó un enorme árbol mostrando su ostentosa fuerza para luego arrojárselo al enmascarado. Maestre Peste se hizo a un lado, sin embargo, el monstruo aprovechó para cortar la distancia tratando de darle con su mazo, pero volvió a errar. De súbito la tierra se abrió dando paso a un par de raíces ennegrecidas que aprisionaron al señor de las plagas. —Así que te va eso del Shibari, a pesar de esto, olvidaste algo —precisó él, y justo en aquel momento se pudo escuchar el rugido de varias balas que surcaron las tinieblas para alojarse en la espalda de la bestia. Femme Nazi había encontrado un sitio alto desde el cual planeaba cubrir a Maestre Peste, por ello percutió su arma para liberarlo de sus ataduras. El Tri-tauro enfureció y lanzó su mazo contra la mujer quien saltó del árbol para evitar ser presa de tan poderoso ataque. —¡Vamos a terminar con esto! —gritó ella desenvainando dos bayonetas con las cuales se lanzó a la carga. La bestia intentó golpearla, pero ella fue más ágil esquivando los ataques y cortando varias partes del cuerpo de su enemigo. Por su parte Maestre Peste examinaba la zona, parecía que algo había llamado su atención, luego de unos segundos intervino en el combate colgándose de la espalda de la criatura para colocarle un par de minas explosivas en la espalda que hicieron mella en esa cosa derribándole por un momento.
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—¿Acaso tenías cosas que hacer? —preguntó ella. —Debemos terminar con esto pronto, ya que no estamos solos, alguien nos observa minuciosamente, y no se compara a nuestro amigo cornudo —precisó el galeno. El Tri-tauro se levantó y con un rugido ensordecedor emitió un pulso de energía que arrojó a los dos contra los árboles. —¿Qué fue eso? —preguntó ella. —Una especie de pulso biológico, no sé qué demonios sea esta cosa, pero no debemos alargar la pelea —advirtió Maestre Peste sacando dos esferas de su espalda. —Solo haz que ese hijo de perra sonría para mí, la zona de su cuello es la única parte desprotegida —indicó ella.
Maestre Peste se lanzó contra el monstruo propinándole varios golpes y evadiendo los de su enemigo con asombrosa pericia. Quizás la bestia le superase en fuerza, pero el verdugo oscuro poseía un sentido erudito para el combate, esto combinado con el uso de sus menjurjes equilibraron la balanza, las esferas gaseosas provocaron una estela nebulosa lo cual fue aprovechado por él, quien pronto pasó a ser una sombra que atacaba por distintos ángulos a su confundido enemigo. El monstruo quiso atrapar a Maestre Peste con su brazo platinado, sin embargo, el enmascarado se anticipó rompiendo una esfera de ácido en la parte donde se unían la carne y el metal logrando derretir dicho lazo. La extremidad cayó en el suelo, provocándole gran dolor al enemigo, pero este se negó a caer, acto seguido concentró una gran cantidad de poder en su cresta que se iluminó en un rojo intenso, dicha energía descendió hasta su boca. El monstruo se preparó para ejecutar su última carta, no obstante, desde las tinieblas espectrales provocadas por Maestre Peste, una silueta menuda se formó, se trataba de Femme Nazi quien apareció para clavar ambas bayonetas en el cuello de la criatura evitando que usase su ataque y acabando con él. —No fue tan complicado —dijo ella. —Aún no termina, mira —indicó él. Ante la pareja aparecieron un centenar de seres deformes de aspecto lacustre, podría decirse que eran de textura batracia; portaban varias extremidades mecanizadas y aditamentos metalúrgicos. —Fue un breve placer el conocerte —recitó ella. —Hagamos que dure —agregó él, preparándose para la pelea.
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Entre aquellos seres se abrió un camino, allí detrás de ellos apareció alguien, uno que dominaba los atributos de la más alta autoridad. Aquella cosa se dirigió hacia los presentes. —Aunque son una especie interesante, no debieron cruzar el portal. ¿Por qué un ser racional atravesaría una puerta desconocida para adentrarse en los horrores de lo incierto? —preguntó aquel gran señor quien tenía un cuerpo humanoide, pero con una cabeza de cabra, portaba dos grandes astas que descendían sobre su espalda, su vestimenta era retro futurista; una mezcla entre lo victoriano y lo automatizado. —Venimos por una compañera, tu amigo la raptó, y no vamos a irnos sin ella — amenazó Maestre Peste mientras jugaba con tres esferas en su mano izquierda detrás de su espalda. —Entiendo, veamos, creo que ha sido mi culpa, cuando los creo, no suelo reprogramarlos, supongo que sus impulsos atávicos persisten luego de la “estetización”. —mencionó él mientras limpiaba su monóculo y se lo volvía a colocar; luego, haciendo unos pases con su mano, abrió un vórtice, del cual la oficial salió aún desmayada por lo sucedido. Femme Nazi la ayudó a reponerse, mientras que Maestre Peste no le quitaba la mirada de encima a su anfitrión. —Lamento ser tan curioso, pero deseo hacerles una pregunta ¿Qué hubiesen hecho si me negase a entregarla? —cuestionó él. —Eso es una obviedad, la recuperaríamos, aunque diésemos nuestra vida a cambio. —respondió Maestre Peste. —¡Qué especie tan terrorífica! Son millones y son capaces de arriesgar su vida por una sola, eso da mucho miedo —dijo burlándose aquel ser. Maestre Peste le ignoró y se retiró con ambas chicas. —¿Qué ha sido todo eso? —preguntó Femme Nazi. —Problemas, futuros problemas —respondió él.
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Necronte H. F. Velasco
1995 - Órbita de Marte El transbordador ruso Visión se detuvo en algún lugar de la frontera con el agujero de Einstein-Rosen descubierto en las cercanías de Marte seis años atrás, pero no era la primera vez que se encontraban ahí. Cinco años antes ya habían estado cara a cara con el mayor descubrimiento jamás contado en la historia de la humanidad, aunque en diferentes circunstancias, más trágicas. —Unidad Visión, ¿ven lo mismo que yo? —sonó la voz del ingeniero Viktor en el altavoz de la cabina. —Confirmamos contacto visual con Hades, repito, confirmamos contacto visual con Hades —respondió Audrey con la voz entrecortada desde la cabina de apoyo. Hubo estática por unos segundos del otro lado del altavoz. Hades había desaparecido hacía ya cinco años, durante el saboteo de la estación espacial rusa. El astronauta de apoyo, Venko Noskov, tomó el control de Hades con ayuda de Mikael Yanov y usó un agujero de gusano para incursionar en el desconocido Vacío de Bootes, desesperado por comprobar su teoría de la existencia de nubes de antimateria, pretendía cambiar la industria y entendimiento de la energía en el mundo. El sistema autónomo de Hades había reportado daño masivo en la unidad y dada por perdida. Incluso hubo un pequeño funeral en su honor. —Unidad Visión, reporte ocular de daños en la unidad Hades —solicitó Alexei Tikov desde la tierra. —La unidad se encuentra en perfecto estado, señor… —informó Viktor. —¿Puede repetir eso? —Alexei se mostró incrédulo ante las palabras de Viktor. —La nave Hades se encuentra en funcionamiento, probando conexión distante — contestó Audrey encendiendo el transmisor de voz cercano: «Conectando con unidad Hades cero cero uno. Espere». Audrey intentaba rechazar el deseo de escuchar la voz de Noskov. «Esto no hubiera pasado si alguien más hubiera creído en él», pensó recordando los días previos a la tragedia. 1990 - Roscosmos «Bzz… bzz… A todos los departamentos, les recordamos que las pruebas para el lanzamiento comienzan a las mil trescientas horas. Bzz…bzz... A todos los departamentos les recordamos que las pruebas para el lanzamiento comienzan a las mil trescientas horas. Reportarse con el ingeniero Alexei Tikov.» La voz femenina sonaba en el altavoz por toda la estación acompañado de una horripilante sirena. Noskov y su equipo habían sido confinados en el lado este de las instalaciones. «7 llamadas perdidas, 3 Mensajes de voz nuevos.» Noskov se sentó en el borde de la cama y apoyó sus manos pálidas como la leche en la tela, gélida. Sus gafas 77
Oaklei estaban sobre la repisa al otro lado de la habitación así que se limitó a bloquear el celular «¿Sonia?, esa mujer me va a volver loco», pensó. —¿Qué hora es? —Se talló la cara y se levantó para dirigirse al baño, enjuagó su boca y escupió en el fregadero mientras se miraba en el espejo—. Si… tú te lo pierdes. —sonrió sarcásticamente, —¡Venko! —Sonó una voz del otro lado de la puerta de su camarote tomándolo por sorpresa, acompañado de dos azotes enérgicos —¡Soy Mikael, déjame entrar! —¡Dame un segundo Mik! —Se apresuró a lavarse el rostro y se dirigió la puerta, la abrió mientras se colocaba unos jeans negros que la Agencia había dejado en su armario—. ¿Está todo bien? —Amigo, ¿Te sientes bien? —preguntó Mikael recargándose en el marco de la puerta, avispado, jugaba con una pequeña pelota de hule. —Yo… acabo de despertar… —Los malabares de Mik con la pelota lo distrajeron—. ¿Qué sucede? —bostezó. —Las pruebas comienzan en una hora, pensamos que te sentías enfermo, todos están preguntando por ti en la plataforma. —Mikael percibió un esbozo de preocupación en el rostro de Venko, lo veía despistado—. ¿En serio te sientes bien? —Dame un minuto —le mostró una sonrisa forzada, apenas se le podía llamar sonrisa a esa mueca extraña—. Estaré con ustedes, solo… necesito llamar a casa. Mikael asintió sin decir una palabra y dio la media vuelta, se detuvo en la entrada del camarote para dar un último vistazo a Venko quien volvió a mostrar su sonrisa fingida y se retiró. La cabeza de Venko era un mar angustioso, con tormentas permanentes y aguas turbias, intentaba hacer creer a los demás que todo estaba bien, pero no era así, el vórtice de preocupaciones era implacable. Sonia, su mujer, le había pedido el divorcio un día antes de partir hacia Roscosmos y había estado llamando toda la mañana, seguramente para gritarle sobre la custodia de Vanya y Erika. Había una carpeta roja sobre la cómoda, «Nubes de antimateria en la frontera de Bootes. Por Venko Noskov». El trabajo de su vida, el mismo que estuvo a punto de tirar a la basura y volver a Moscú a desempolvar su matrimonio. Otra estaca en el constante martilleo de su cabeza, se recargó en el respaldo de la cama y hojeó la carpeta. «Nubes de Antimateria en la frontera de Bootes. Por Venko Noskov - Ingeniero cuántico.» Requisición de fondos para aplicación práctica y exploración. Quinta aplicación. Denegada. Poco importaba en ese momento lo que hubiera en el resto de páginas para él. —Toc, toc. —Audrey —dijo Venko cerrando violentamente la carpeta, se puso de pie frente a la exuberante chica pelirroja que estaba frente a él. —No tienes que esconderlo, Alexei se encargó de que todos en la agencia lo supieran. 78
—No importa —respondió Venko, con la misma mueca irreal que acostumbraba a usar para fingir que no pasaba nada. —Déjame ver eso. —Audrey entró a la habitación y hojeó el documento, ocasionalmente alzaba la mirada sobre la orilla de la carpeta dejando ver sus coquetas pecas, luego lo cerró de golpe—. Y… ¿lo intentarás de nuevo? —Quizá, perdí mi dignidad en el tercer intento. —Sonrió. —Yo te creo… —dijo Audrey mientras tomaba su mano y le acariciaba los nudillos. —en serio te creo, es muy bueno, y es terrible que hayan aprobado el proyecto de Preston y no el tuyo. —No pasa nada, Au. —Venko quitó su mano y se colocó la chaqueta azul de la agencia—. Debemos irnos. Aún faltaban veinte minutos para dar comienzo a las pruebas cuando Noskov y Audrey llegaron a la plataforma de entrenamiento, Mikael estaba siendo sancionado al fondo por el general Alexei luego de ser sorprendido jugando con su pelota en áreas controladas. Preston Hill era el único con ascendencia americana pero de madre rusa. Él estaría a cargo del proyecto Hades. —Bien, creo que está toda la tripulación aquí —dijo Preston subiéndose al primer peldaño de la escalera sobre la plataforma para tener la atención de todos—. Señor Noskov, pensamos que seguía molesto —todos rieron. —Creo que usted le está dando más importancia a esto, deberíamos olvidarlo — respondió Venko de manera irreverente. —Bueno, alguien tiene que darle importancia a su proyecto ya que el consejo no lo hizo —asestó Preston, todos callaron, Preston intuyó que había sido demasiado grosero pero eso no lo detendría, siempre estaba consciente de su arrogancia, creía que lo hacía ver más atractivo ante las chicas de la Agencia. —Algunos vuelcan su atención sobre asuntos un tanto… ordinarios —dijo Venko y todos hicieron una mueca de sorpresa y burla hacia Preston, claramente se refería al proyecto Hades. —Puede solicitar su traslado a otro proyecto si así lo desea ingeniero —contestó Preston, esta vez con un obvio tono de molestia mientras se retiraba de la frente un molesto mechón rubio. —No, no, ja. Adelante general, estoy impaciente por su iluminación. Preston asintió y les hizo un ademán para que lo siguieran hacia las computadoras de simulación. —Lo hiciste pedazos, amigo —dijo Mikael riendo y golpeando su espalda de forma brusca. Todos se reunieron en las computadoras de simulación, el ingeniero de apoyo Venko Noskov, el ingeniero de exploración Mikael Yanov y la doctora Audrey Khalov. A cargo de la misión estaba el capitán Preston Hill y Alexei Tikov, un hombre cano y experimentado, había dirigido una incursión a la luna y había viajado tres veces a la Estación de Suministros Rusa que orbitaba en secreto la tierra.
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—Lo que haremos es complicado —dijo con una voz gruesa y fría, pero sin perder la pincelada de preocupación en ella, todos prestaron atención de inmediato—. Iremos a donde ningún hombre ha ido jamás… o a donde ningún hombre se imaginó jamás que iría. —Los monitores de las computadoras se encendieron mostrando una fotografía bastante difusa y oscura de lo que parecía ser una laguna completamente negra. »Este es un agujero de gusano, fue descubierto el año pasado por una de nuestras sondas, perdimos comunicación. —La diapositiva cambió mostrando una imagen de la sonda. »Nuestra misión es acercarnos lo más posible al horizonte de eventos y recuperar la onda de radio de la sonda, los datos captados son de vital importancia. —Pero nadie ha resuelto la anomalía gravitacional, señor. Es peligroso —dijo Mikel girando sobre su sillón metálico. —Los sabemos… —respondió Alexei, suspirando y agachando la mirada. —Estaremos a salvo mientras todos hagan su trabajo —interrumpió Preston—. Y sé que así será, porque solo los mejores estarán en Hades, y confiaría mi vida en cada uno de ellos. Todos aplaudieron de manera respetuosa, pues, a pesar de sus diferencias, nadie negaba la increíble capacidad del capitán Hill, ni siquiera Venko. El lanzamiento tendría lugar dos días después, habría una concesión general de permiso interno, todos los integrantes tenían permitido reunirse con su familia dentro de las instalaciones, incluso se les asignó un camarote a cada familia. Audrey pasó su día con su prometido, Lucas había viajado desde Rumania para despedirla en su viaje, las familias de Mikel, Preston y Alexei habían llegado muy temprano, era un viernes soleado así que seguramente organizarían un tour por las pistas de entrenamiento. Pero Noskov permaneció todo el día recostado en su cama, únicamente rompió el cristal de su rutina en un par de esporádicas incursiones a la máquina de golosinas que se encontraba junto a los camerinos, había conocido a Lucas, un tipo muy agradable, aunque le provocaba cierta envidia al estar comprometido con la astronauta más bella que había conocido en su cinco años trabajando en Roscosmos y aunque Audrey no lo había invitado aun a la boda, Lucas se adelantó y le hizo una invitación de palabra, Noskov aceptó impaciente por retirarse a su cueva depresiva donde apenas entró y se abalanzó sobre la cama, encendió el TV en el canal de noticias nacionales conducidas por Albyna Anatoly, una periodista comprada por el gobierno ruso en la opinión de Noskov. Estaban transmitiendo una nota sobre el futuro energético nuclear y su poca credibilidad después de lo sucedido en Chernobyl. Tuvo una rabieta y arrojó un paquete rojo de papas Crunchy Yoo´s contra la pared, sabía que su trabajo sobre las nubes de antimateria podía resolver el problema de confianza y más que eso, revolucionar la industria energética. Pero, al parecer, era más importante para el gobierno ruso apoderarse de la exclusividad de fotografiar el agujero de gusano, aunque tenía su mérito. Apagó la televisión y se recostó mirando al techo, sentía la rabia llegar como una llamarada que le quemaba el vientre y se extendía por su descolorida dermis a paso agonizante, de alguna manera el resto del universo fluía a favor de todos mientras pasaba de largo ante sus intentos de enderezar su vida, la mujer que solía llamarlo para 80
desearle suerte en su investigación le dejaba veinte mensajes de voz todos los días amenazando con dejarlo en la calle, sus hijas no respondían el teléfono desde que regresó a Roscosmos, Preston Hill había robado su oportunidad de comprobar su teoría y Audrey le embarraba en la cara su felicidad, decidió dormir, lo necesitaba realmente.
1990 - Roscosmos - Día del lanzamiento La oscuridad imperaba frente a ellos, separados únicamente por el cristal del trasbordador, ella consumía la escasa luz que había en la cabina a medida que salían de la atmosfera y de algún modo Venko sentía que era consumido también, la nave se sacudía de manera preocupante, o quizá solo era el miedo lo que los orillaba a experimentar esa sensación. Venko se aferró a un tubo transversal metálico que aseguraba su cuerpo al asiento mientras era aplastado contra él y apretó los ojos pero podía ver el brillo difuminado de los leds atravesar sus párpados. En la fila del capitán, Alexei y Preston enviaban con dificultad datos de registro a la Tierra, Audrey y Mikael parecían estar desmayados, pero solamente contenían el ataque de pánico que estaban teniendo mientras eran oprimidos por la monstruosa velocidad con la que emergían hacia el cosmos. De pronto hubo calma, los motores se apagaron, Audrey y Mikael despegaron los parpados y suspiraron, Venko les sonrió. —Unidad Hades a Tierra, sistemas en línea, arribo exitoso… —dijo Preston a través del micrófono que se encontraba en la sala de mando—. Cambio. —Unidad Hades, fije su rumbo hacia la Estación de Suministros para revisión de impulsores, cambio —respondió Max Sergey desde la tierra, encargado de monitorear Hades. —Fijando rumbo, informaremos al llegar a la Estación, cambio. —Hasta entonces, Hades, cambio —concluyó Max y se apagó la consola del micrófono. «Fijando destino, Estación de Suministros, tiempo de arribo… dos horas. Desactivando simulación de gravedad en Hades, liberando seguros». —Fue peor que en la simulación —dijo Audrey a media risa mientras veía a Mikael espabilarse. —Venko, revisa los impulsores, quiero el reporte listo para cuando lleguemos a la estación —ordenó Alexei mientras se separaba de su asiento y comenzaba a flotar por la cabina. —Sí, señor —Venko no dijo nada más, estaba distante. —Mikael, Audrey, quiero que revisen nuevamente los vectores de trayectoria, no quiero errores. —Ahora mismo. —Sí, señor. 81
Alexei y Preston se dirigieron levitando hacia el la sala de maquinaria. Venko fue tras de ellos para inspeccionar los propulsores. —Pareces conmocionado —dijo Audrey mientras encendía la consola de trayectorias automáticas. —Estoy bien… es solo la gravedad… —respondió Mikael con la cara pálida. —Ja, ve a descansar, mariquita, yo haré esto. —¿Estás segura? Preston se pondrá mal. —Puedo con esto. —Audrey le guiñó el ojo. «Atención, arribo a Estación de Suministros en diez minutos. Atención, arribo a Estación de Suministros en diez minutos. Tripulación, favor de retomar sus posiciones para enganche seguro». Todos se apresuraron a tomar sus posiciones, Mikael parecía estar recuperado, Alexei y Preston conservaban el porte severo, Audrey parecía distraída. Noskov solo miraba maravillado la gran estructura metálica acercarse a la nave, la Estación de Suministros estaba frente a ellos, era la última parada antes de dirigirse a Marte. Enganche con Estación de Suministros en T menos diez. La nave giró y los sensores exteriores se alinearon con la plataforma principal de la estación, Hades avanzaba lentamente al compás del conteo. Diez… Nueve… Ocho… Siete… Seis… Cinco… Cuatro… Tres… Dos… Uno… La tripulación sintió un impacto que los sacudió acompañado de leds verde vivo en toda la cabina. «Enganche seguro, revisando propulsores para impulso con destino a… orbita exterior de Marte. Espere». Preston clavó la mirada en Venko, si había hecho su trabajo correctamente partirían a Marte de inmediato, pero un fallo minúsculo retrasaría la misión un día o dos. Venko sudaba. —Tranquilo, muchacho —dijo Mikael a través del radio de sus trajes, Venko le devolvió una mueca con aire de sonrisa. «Propulsores óptimos, favor de abordar las capsulas de reposo prolongado, liberando seguros». —Capitán Preston a Tierra, conexión perfecta, cambio. —Tierra a Hades, recibido, buena noche. Cambio —respondió fríamente Max. Preston fue el primero en separarse de su asiento, luego siguieron todos los demás y los siguieron impacientes hasta la sala donde dormirían largos meses hasta llegar a Marte. —Bien hecho, Venko —dijo Preston mientras se recostaba sobre la plancha de metal blanco donde dormiría.
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—Solo hice mi trabajo —respondió Venko. —Audrey, asegúrate de revisar los soportes vitales de todos antes de dormir — ordenó Alexei tomando su lugar en la capsula, Audrey asintió. —Buenas noches, colegas —deseó Mikael quien ya estaba terminando de cerrar su capsula. —Descansa, Au —dijo dulcemente Venko presionando el botón que cerraba la exclusa de la capsula. —Todo estará bien, Venko… yo te lo prometo. Audrey selló las capsulas, pero no tomó su lugar, se dirigió a la sala de comandos y presionó algunos botones. Estuvo así por un rato, luego se detuvo a admirar el vacío. «Lanzamiento iniciado, trayectoria de Hades fijada… orbita exterior de Marte… tiempo de arribo, ciento cuarenta y cinco días, buena noche tripulación». La voz de la cabina cayó y Audrey se dirigió a la sala de reposo, se recostó con la mirada distraída y cerró la exclusa, justo cuando finalizaba, la voz de la cabina se encendió. «Bitácora de tareas programadas, Encender capsula de Reposo A, guion, cero, dos, tripulante: Venko Noskov dos horas antes del resto de tripulantes. Reproducir cinta confidencial. Liberar Subestación de exploración al llegar a destino. Trazar destino de Subestación con rumbo a… Interior de Anomalía… Autoriza, Doctora Audrey Khalov». 1990 - Órbita Exterior de Marte «Encendiendo Capsula de Reposo A, guion, cero, dos, tripulante: Venko Noskov». Venko abrió los ojos confundido, miró alrededor y vio todas las capsulas cerradas, el silenció era espeluznante. «Reproduciendo cinta confidencial…». —Venko… sé que lo entenderás… nadie puede quitarte lo que es tuyo, ve por ello, y cuando vuelvas prométeme que no decepcionarás a nadie… te quiero — sonó la voz de Audrey en el altavoz. «Liberando Subestación de Exploración. Trazando ruta de Subestación con destino a… Interior de Anomalía». Capsula Hades —La energía se agotó. Mikael se desplomó sobre la lámina acolchonada de la compuerta. Venko estaba paralizado, el trabajo de su vida era un fraude. No había nubes de antimateria, no había datos cuánticos revolucionarios, solo una espesa cortina de polvo amarillento que no permitía ver más allá de un par de metros a través de los cristales y el voraz rugido 83
agudo del micrófono que captaba la onda de radiación del agujero negro por donde habían cruzado hacía ya dos semanas, y ahora vagaban por el cosmos sin saber en qué galaxia se encontraban. —Solo otro intento. —Tomó el espectrómetro que flotaba frente a él y pataleó como un chiquillo en una alberca hasta la circuitería de la antena de rango amplio. La nave se sentía como un submarino atascado en una fosa lodosa. Las compuertas rugían, las luces eran cada vez más tenues e intentaban mantenerlas encendidas únicamente mientras trabajaban en la antena—. ¡Cuando salga enciende la antena! ¡Es nuestra última excursión! —Buena suerte, Venk —Mikael estrechó su mano y la apretó tanto que hizo rechinar el guante blanco que se había vuelto marrón. Venko se sujetó a las rendijas exteriores mientras Mikael cerraba la escotilla a su espalda. Venko escaló cuidadosamente por las escaleras externas mientras el aliento empañaba levemente el cristal del casco. La nube había comenzado a corroer algunos de los peldaños así que lo hacía muy lento. Apenas llegó a la parte superior miró por la ventanilla. Mikael levantó el pulgar y Venko encendió el transmisor de su traje. —¿Qué tal todo allá afuera? —sonó la voz de Mikael dentro de su casco con algo de interferencia. —Amarillo —respondió Venko con un ligero tono cómico y un jadeo notable—. Enciende la antena amigo —añadió. Mikael hizo nuevamente una seña con el pulgar. Venko asintió, sudaba gélido. Las manos le temblaban mientras introducía el código de Audrey en el panel del espectrómetro. —Perdóname, te fallé, solo queremos volver a casa —gimió mientras la pantalla indicaba el porcentaje de carga. Cuando encendió, los ojos de Venko se abrieron como nunca antes en su vida y resplandecían con la luz verde de la pantalla, el espectrómetro comenzó a avanzar de manera inusual. «Nivel de onda radial captado: 10… 20… 45 %». Soltó una carcajada enfermiza. —¡Lo tenemos! ¡Hay una señal cerca! ¡Mueve la antena hacia el agujero! —¡Hijo de perra! —gritó Mikael mientras golpeaba el suelo de la capsula y doblaba la lámina metálica. «Alerta / Alerta / Entrando a orbita desconocida / Alerta / Alerta». La sonrisa de Mikael desapareció y se impulsó de un salto moviéndose hacia la cabina de control. El transmisor de Venko comenzó a emitir una horrible interferencia haciéndolo gritar y golpear su casco completamente aterrorizado mientras veía a Mikael desesperado presionando controles en el tablero. Luego se detuvo, también la interferencia pero no podía escuchar a su amigo quien parecía una estatua frente al mando. Primero dio un paso, luego otro más hacia atrás. Venko golpeaba el cristal. —¡Mikael! ¡Mikael! —Pero este parecía haberse desconectado. 84
«Nivel de onda captado 60%... 75%...». Mikael levantó la mirada y Venko pudo ver sus ojos llorosos enrojecidos y adornados con unas marcadas ojeras, y sus labios pálidos temblando de miedo. Venko sintió un tirón súbito y tuvo que atravesar el brazo en uno de los peldaños para no salir disparado hacia el espacio, habían entrado a una atmosfera desconocida, la nube de polvo amarilla de disipó y de pronto estaban cayendo frenéticamente hacia un planeta completamente desconocido, todas las alertas de la nave se habían activado y pudo ver a Mikael sujetarse de un cinturón mientras caían. —¡Venk! —¡Mikael! —fue lo último que Venko Noskov gritó antes de estrellarse y perder el conocimiento. «Enviando señal de emergencia…». 1995 - Órbita de Marte Cuando la escotilla de acceso de Hades se abrió, Viktor entró por delante, casi empujando prepotente a Audrey y se adelantó un par de pasos, luego se detuvo e indicó al equipo detenerse. Preston colocó su mano sobre el hombro de su compañera para guiarse. Hades se encontraba en completa oscuridad, los pasillos zumbaban un agudo chillido metálico ahogado acompañado con los tamboreos de las pesadas botas del equipo. Viktor tomó la lámpara de luz intermitente, ordenó al equipo abrir sus cascos y comenzó a avanzar, para entonces se encontraban en la sala de hibernación. Audrey la miró por unos instantes recordando el día que despertaron cinco años atrás, todas las alarmas resonaban en la cabina mientras Hades se precipitaba hacia el agujero de gusano, obligándolos a escapar antes de siquiera iniciar la misión. Pero para entonces Noskov había partido luego de despertar a Mikel y convencerlo de ayudarlo. —¿Crees que siga vivo? —dijo Preston haciendo sobresaltar a Audrey. —¿Estás loco? —respondió Audrey ofendida—. Aunque su capsula hubiese atravesado el agujero a salvo, solo había comida para un par de semanas. Semanas. Se fueron cinco años, señor. Audrey tomó su mano y se la quitó del hombro. —Silencio —susurró Viktor. —¿En serio? ¿Nos escabullimos por la puerta trasera y actúas como si la nave estuviera llena de alienígenas esperando en la oscuridad? —reclamó Audrey. —Venko Noskov es un criminal —contestó Viktor alumbrándola con su lámpara—. Y a menos que quieras perder tu libertad condicional cierra la maldita boca y obedece. —No abuses de tu suerte, niña —comentó Preston mientras adelantaba el paso siguiendo a Viktor, dejando detrás a Audrey. Ella carraspeó. 85
Continuaron avanzando bajo la vigía de las oscuras y resonantes habitaciones de la nave en dirección a la cabina. Cruzaron por los almacenes, intactos, fotografías inmaculadas de un lustro atrás. Avanzaron a tropezones por la sala de motores, Viktor obviaba su desconocimiento de la distribución de las habitaciones y comenzaba a cruzar puertas sin saber a dónde lo llevaban. Después de unos minutos se encontraban frente a la puerta de la cabina. Viktor miró a Preston y él asintió. Preston se dirigió hasta el panel analógico de la compuerta y presionó, 4-0-0-8, esperó unos instantes y una luz roja iluminó el rostro de Preston, el altavoz de la sala de encendió. «Clave de autorización incorrecta». —Me estás jodiendo —refunfuñó mientras presionaba nuevamente los botones con más calma. «Clave de autorización incorrecta». —¿Qué pasa, anciano? —preguntó Viktor, impaciente. —Estoy seguro que es mi clave —aseguró Preston. —Intenta con la de Alexei, 9-6-7-1 —sugirió Audrey desde la sombra. Preston ingresó la clave. «Clave de autorización incorrecta». Preston golpeó el panel enfurecido en dos ocasiones. —¡Basta! La arruinarás —gritó Audrey mientras le sujetaba el antebrazo antes de dar otro puñetazo. El sudor humeaba y comenzaba a bañarles los rostros. —Al diablo, no tenemos tiempo para esto. —Viktor sacó un arma experimental de uno de los compartimentos laterales de su traje. Era similar a una pistola convencional, con una carcasa plástica color blanco y el orgulloso escudo de Roscosmos grabado en su lateral. —¿Qué diablos pasa contigo? No puedes usar armas en una nave de exploración. —Yo no soy un explorador, niña —asestó Viktor mientras trataba de apuntar con el arma y sostener la lámpara con la otra. —Baja la pistola. Una voz ronca proveniente de los altavoces lo detuvo. Audrey se petrificó. Preston retrocedió un paso. —¿Ven…? ¿Venko? —Audrey tartamudeó. La compuerta se abrió ante ellos.
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El planeta colapsado - Frontera de Bootes —Black Cosmo. —¿Black Cosmo? —Venko miró a Mikael sentado frente a él sobre una roca porosa—. ¿Si fueras un superhéroe te llamarías Black Cosmo? —Sonrió. —¿Por qué no? Suena temible, los malos correrían y así no tendría que pelear nunca. Se miraron unos instantes y luego explotaron en una carcajada. Venko se puso de pie, miró su nave estrellada en un exuberante matorral de pastos amarillentos que cubrían el valle, había un par de cerros y algunos charcos humeantes, el cielo sin embargo estaba cubierto por nubes verdosas y oscuras. En la distancia podían escucharlas retumbar, anunciando una gran tormenta. —Tomará semanas repararlo. Al menos el aire aquí es respirable. —Estamos parados sobre el mayor descubrimiento de la humanidad y no podemos decirle a nadie —dijo Mikael mientras se incorporaba y se sacudía la tierra roja del traje. — Debemos resguardarnos de la tormenta —advirtió Venko mientras se cruzaba de brazos y se acurrucaba sobre si cuando sintió una corriente helada atravesar el valle. —¿Qué hay de aquella cueva? —Mikael señaló una pequeña entrada en el suelo a kilómetro y medio de distancia, al pie de un gran cerro amarrillo. —No tenemos muchas opciones —dijo Venko mientras miraba las nubes oscuras iluminarse con rayos en su interior—. Toma la comida que puedas, llevaré una lámpara. Caminaron en silencio mientras la lluvia comenzaba a bañar el pastizal, las gotas eran delgadas y de color olivo. Apresuraron el paso y cuando llegaron a la entrada se percataron que no era muy profunda, pero al menos los protegería de la lluvia. Entraron y se recostaron sobre pasto seco que había crecido dentro de la cueva. Venko cerró los ojos y cayó en un sueño profundo y aplastante. —Venko. Venko parpadeó cuando escuchó la voz de Mikael, tenía la mejilla empolvada y al abrir los ojos solo pudo ver las botas enlodadas de su amigo, le costó incorporarse. —Uh, ¿qué pasa? —Nos iremos de aquí. Venko dibujó una delgada sonrisa en su cara sucia. —Solo necesitamos encender la bobina de fusión con algo de energía irradiada — añadió Mikael logrando borrar de tajo la sonrisa anticipada de Venko. —Estamos igual de jodidos entonces, por si no lo has notado, aquí ni siquiera hay comida —comentó Venko.
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—Lo resolví. —Ahora Mikael sonreía—. La antena captó una fuente de energía radial muy potente en una cueva a medio kilómetro de aquí y a menos que quieras seguir acampando en este planeta asqueroso deberíamos ir de inmediato. Se pusieron en marcha. Mikael tomó la pesada antena de rango amplio y la conectó a una batería portátil que se colocó como mochila. Venko sostuvo la bobina de fusión en una mano y en la otra una palanca, era mejor prevenir, aunque no hubiesen presenciado señal alguna de vida. Caminaron un par de minutos hasta que se encontraron de pie frente a una enorme roca oscura, con textura de granito pero negra como la noche, partida por la mitad por una delgada grieta que susurraba la muerte y hacía acelerar las manecillas de la antena. Estaban en el lugar correcto. Se miraron fijamente, Mikael fue el primero en entrar con mucho esfuerzo, los bordes de la grieta rasgaron en varias ocasiones la tela del traje, después Venko lo ayudó a cruzar la mochila y la antena, también la bobina antes de cruzar él detrás de su colega. Adentro la oscuridad imperaba incluso sobre la lámpara de Venko que apenas les permitía continuar el paso por la cueva. La antena comenzaba a aumentar sus indicadores, y pronto, detrás de una enorme roca pudieron visualizar un resplandor verdoso. Venko se detuvo y tragó saliva, Mikael hizo lo mismo y volteó a ver la antena, sudando giró la mirada a su amigo. —Venk. —No me jodas —dijo Venko preocupado y apresurando el paso para ver los datos en el panel de la antena—. Me estas jodiendo. —La mirada era la de un niño abriendo un regalo. —Lo lograste, Venk, al final lo lograste —comentó Mikael mientras apretaba los labios y la comisura de los ojos intentando retener una lagrima esquiva—. Estos son datos de antimateria. Venko corrió por detrás de la roca donde había una segunda grieta, la cruzó y quedó de pie ante un pequeño risco con estalactitas que apuntaban sus agujas severas un enorme agujero en el suelo donde una nube de antimateria flotaba. Era un baile del espectro verde, verdes vibrantes y oscuros se arremolinaban en el fondo haciendo sonar violentamente la antena. —Si encendemos la bobina con esto podremos llegar hasta el agujero negro — dijo Mikael mientras se ponía en cuclillas, mirando la nube—, iremos a casa, Venk, lo lograste. —Tú lo hiciste, Mik. Yo solo dormía. —Bien, ¿qué tan cerca debemos poner la bobina? —cuestionó Mikael mientras la encendía. Cuando esto sucedió, la nube verde se retorció de manera violenta, lanzando un relámpago hacia la bobina, tirándola de las manos de Mikael hasta una roca en un nivel inferior. —¡Carajo! —Mikael yacía en el suelo con los guantes chamuscados pero las manos a salvo. 88
—Maldita sea, debemos recuperarla. Venko miró alrededor, hacia el suelo y en varias ocasiones hacia el cielo de roca, averiguaba cómo podía bajar hasta la bobina. Pero un golpe ahogado lo sorprendió. Mikael se arrojó desde su lugar hasta donde se encontraba la bobina. La tomó y la encendió de nuevo despertando la nube verde. —¿Estás idiota? ¡No puedo alcanzarte! Mikael parecía no escuchar, apretó contra su pecho la bobina y caminó por el borde pronunciado, acercándose peligrosamente a la nube. —¡Basta, Mikael! ¡Iré a la nave por algo para subirte! —No hay tiempo, Venk. Debí sujetar bien la bobina. —¡Detente, es una orden, ingeniero! —Venko estaba desesperado, se sujetaba de una columna de piedra mientras la cueva comenzaba a retumbar y sacudirse. —Ve y cuéntales que estaban equivocados, que jamás debieron dudar, amigo. Mikael abrió las celdas del aparato y una docena de rayos de antimateria se dispararon desde el fondo hasta la bobina, atravesando la roca que hubiese en su paso, atravesando la tela y la carne de Mikael quien cayó de rodillas mientras gemía a la par de los gritos inútiles e impotentes de Venko. Con el último de sus respiros cerró las celdas, la bobina resplandecía pero la tormenta de antimateria no cesaba. Venko saltó hasta donde se encontraba Mikael, lo tomó entre sus brazos y limpió el lodo de su rostro congestionado. —Eres un imbécil —dijo en medio de un sollozo que se había atorado en su garganta. —Y tú llevarás el mayor descubrimiento de la historia a la Tierra. Solo prométeme algo. —Lo que sea, amigo —aseguró Venko mientras derramaba lágrimas sobre el pecho de su colega. —Cuando construyas esa maldita máquina de antimateria la llamarás Black Cosmo. Ambos rieron. Luego Mikael cerró los ojos. Después una explosión de antimateria destruyó la cueva. 1995 - Órbita de Marte — Ingeniero Venko Noskov, por órdenes de la División de Seguridad de la Agencia Espacial Rusa lo pongo bajo arresto por subordinación y robo de propiedad federal. —Venko —dijo Audrey con la voz entrecortada. —Baja de ahí, Venko, vayamos a casa —comentó Preston.
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Venko se levantó de la silla, apenas se veía su sucio traje a contra luz. Acarició los bordes metálicos de la silla. —Yo ya no tengo casa, ni familia. Y no volveré para que me pongan en una celda. —Por favor, Venk, morirás de hambre aquí arriba. —Es que ustedes no pueden llevarme. Venko apretó el puño y una nube esmeralda de energía lo rodeó, iluminando la habitación y derritiendo el arma de Viktor. Por fin, después de cinco años pudieron verlo a la cara, o lo que quedaba de ella, su rostro lucía desfigurado, las cuencas de sus ojos emanaban energía y la piel se había consumido, casi todo su rostro era un cráneo con algunas superficies que aun conservaban piel. —Ustedes se quedarán aquí. Audrey estaba pasmada, Preston y Viktor caminaban lentamente hacia la salida mientras Venko avanzaba amenazante ante ellos, con un aura resplandeciente, con su monstruoso rostro absorbido por la antimateria. Todas las luces de la habitación se encendieron a su paso. —¡Tierra, socorro! —gritó Viktor por el transmisor de su traje mientras el puño de Venko comenzaba a resplandecer cada vez más fuerte. —Al carajo —Preston sacó un arma idéntica a la que Venko había derretido en las manos de Viktor y apretó el gatillo. Venko tensó los dedos, agujas de antimateria salieron disparadas de su mano atravesando los trajes blancos. Viktor y Preston se desplomaron. Audrey aún tuvo fuerzas para continuar sobre una de sus rodillas mientras su mano derecha apretaba la herida. La luz esmeralda desapareció del cuerpo de Venko quien cerró su casco. No quería que al final, Audrey lo viera con se aspecto tan horripilante incluso para el mismo. —Tu familia se alegró de que murieras, bastardo —dijo Preston en el suelo con la boca inundada de sangre. Venko lo ignoró mientras caminaba hacia Audrey. Se arrodillo ante la mujer y ella levantó la mirada, se vio a si misma reflejada en el cristal oscuro del casco de Venko. Apretó el botón de apertura y miró su rostro descarnado. Lo acarició con la mano izquierda. —Lo lograste, sabía que lo lograrías. —¿Por qué lo hiciste? —respondió con la voz ronca. —Siempre supe que estabas hecho para cosas grandes. —Te llevaré a la Tierra, puedo salvarte. —Nadie sabe cómo tratar una herida de antimateria Venk —tosió sangre al terminar su frase —ve y muéstrales que estaban equivocados.
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«Control remoto activado, rumbo fijado hacia… Planeta Tierra. Impulso en cinco minutos». Audrey se desvaneció en los brazos de Venko, él apretó los puños. La cargó y la colocó tiernamente sobre una de las camas de hibernación. Limpió la sangre de sus labios con su guante y regresó lentamente hacia la sala de control pasando junto a los cadáveres de Preston y Viktor. —Agente Viktor, reporte de situación, cambio —la voz de Alexei se escuchaba en los altavoces de la nave. Noskov tomó el micrófono y lo encendió. —El agente Viktor no puede responder —dijo con tono grave, pausado. —Ingeniero Noskov… —hizo una pausa titubeando—, la nave esta ahora bajo nuestro control, hablaremos cuando estemos en tierra. —El ingeniero Noskov murió hace una semana en Bootes. —¿Quién es usted y que sucedió con el equipo de reconocimiento? —Mi nombre es… NECRONTE, y su equipo está muerto. Igual que ustedes, muy pronto. —Está amenazando a la Federación Rusa, es un delito grave y será juzgado cuando pise tierra. —Si… Nos veremos pronto, y cuando llegue, espero que tengan suficientes soldados, espero que tengan suficientes armas, espero que tengan suficientes naves para huir, las suficientes lágrimas que derramar, las suficientes trincheras para esconderse, porque les harán falta, no habrá un lugar donde estén a salvo, no habrá una nación que pueda detener a NECRONTE… Venko rompió el micrófono. La nave continuó su curso inminente hacia la Tierra. Donde aguardaba su venganza.
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Piniwini David Sarabia Episodio 1: El eclipse y un macabro rancho abandonado La luna y el cielo eran el lienzo perfecto de esa madrugada que prometía un verdadero espectáculo de la naturaleza: el eclipse lunar en el último día de enero. Pero otro evento opacó el esperado eclipse, un fenómeno que borró y echó a perder todas las expectativas. La abrupta interrupción de presenciar la maravilla astronómica, fue debido a un intenso olor a excremento que golpeó como un tsunami la comarca. El aroma hediondo taladró los pulmones de los habitantes del pueblo de Zakamoto. Provocó en ellos dolor de cabeza, picones en las fosas nasales e intensa sensación de asco. Tales síntomas fueron acompañados de arcadas y vómito torrencial, la cena y el desayuno fueron expulsados sin poder evitarse. La peste también entraba por la puerta grande en la comandancia de policía, se trataba de una pequeña casa campirana de una sola planta con una oficina, un baño y dos celdas para borrachos. Wenceslao Mancera y Jerry Aparicio, dormían plácidamente sentados detrás de sus escritorios, quienes despertaron dando un brinco, asustados y asqueados. Wenceslao movió la mole de su cuerpo levantándose desconcertado. Se rascó la cabeza, imaginándose una presa llena con agua de drenaje. Olfateó el aire haciendo un gesto de desagrado. Abrió la puerta, dio un par de pasos hacia afuera y aspiró hondo. ¿Qué era eso? Molesto, se acomodó el sombrero y la placa de policía. Instintivamente tocó la empuñadura de su revólver. Su arma seguía allí, con un ojo abierto y otro cerrado, lista para ser accionada. Wenceslao se llevó las manos a las caderas en una actitud desafiante para mirar el panorama que le presentaba Zakamoto. Las familias estaban afuera de sus casas. Los adultos gritaban, algunos vomitaban y lanzaban maldiciones. Los niños lloraban asustados con caras contorsionadas por la repugnancia. —El olor viene de allá. —Señaló un punto, lejos, por encima de las casas—. Cruzando las parcelas. Creo que es el rancho de los Morales. — No puede ser —dijo Jerry con extrañeza—. Está abandonado. Los Morales se fueron hace años llevándose a sus cerdos. —Sí, pero acuérdate que ahora están los turistas gringos que anduvieron comprando víveres en el abarrote de don Chuy hace dos días. Cuando este les cobró el total; el que pagó dijo que se instalarían en el rancho abandonado, donde acamparían para esperar el eclipse, que ellos eran los “Adoradores de la Luna” y que eran un grupo de siete, porque el siete es un número mágico. ¡Patrañas! Del otro lado de la calle, dos hombres y una mujer cruzaban apurados la cinta de terracería, tapándose boca y narices con sus manos. —¡Jefe Wens, haga algo! —chilló la mujer histérica—. ¡Parece que estamos en medio del basurero municipal!
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—Tranquilos, no se desesperen. Jerry yo vamos a echar un vistazo para averiguar de dónde viene ese olor a muerto. —La mente de Wenceslao hubiera querido decir: Olor a inmensa mierda revolcada con muerto putrefacto aderezado con vómito de alcohólico —. Averiguaremos la fuente y pediremos apoyo a San Luis. Wenceslao le hizo un gesto a Jerry para indicarle que lo siguiera a la vieja patrulla. Ambos subieron. Afuera, la mujer imploraba desesperada junto a sus acompañantes. —¡Le encargamos mucho, jefe Wens, solucione esto, que si no, nos enfermaremos por respirar tanto microbio! Wenceslao la ignoró y puso en marcha el motor. La patrulla rugió. Cruzó la calle para tomar el camino que daba a la salida del poblado. Al abandonar Zakamoto, Wenceslao tomó un camino rural de un solo carril que se adentraba entre las parcelas. El camino era recto a lo largo de dos kilómetros. Cuando llegaron a una encrucijada, los faros de la patrulla mostraron una hilera de frondosos pinos. Dieron vuelta a la derecha, metiéndose en otro sendero, que tenía un aspecto tenebroso en esa hora de la madrugada. Doscientos metros adelante, cruzando la parcela; el rancho de los Morales les daba la bienvenida. Wenceslao se sorprendió al igual que Jerry al ver el lugar. La casa, aunque mantenía un aspecto de abandono y descuido, parecía tener luz eléctrica. La puerta estaba abierta, había también dos grandes ventanas sin cortinas a cada lado y un poco más allá, un cobertizo de madera a punto de derrumbarse. Afuera, descansaba una vagoneta blanca Volkswagen 76. La patrulla se detuvo cerca de la vagoneta. Wenceslao apagó el motor, abrió la puerta, y un potente golpe de tufo lo abofeteo con intensidad. —¡Dios! —dijo cubriéndose la boca con el dorso—. ¡Es insoportable! Jerry, en la guantera creo haber dejado unos cubrebocas. Jerry la abrió. Hurgó entre unos papeles hasta que los encontró. Inmediatamente se colocó uno y después le entregó otro a su jefe. Wenceslao tomó una linterna. Abrió la puerta y salió al exterior. Jerry lo siguió. Afuera, la oscuridad era densa y en el cielo un extraño aro los observaba como si fuera el ojo de un agujero cósmico. El eclipse en su total plenitud. La casa aguardaba con su puerta abierta y la luz, que, al estar ya bastante cerca, se dieron cuenta que no era eléctrica, sino de veladoras o velas. Avanzaron con cautela. Wenceslao tuvo la sensación de que la hediondez del amiente se potenciaba con una energía peligrosa. Su viejo corazón de policía le palpitó una alerta. Era como adentrarse en la cueva de los forajidos, donde estos aguardaban armados hasta los dientes. Wenceslao desenfundó su revólver .38 y apuntó hacia la boca de la puerta. Jerry lo imitó. Avanzaron con cautela sobre el piso de madera del cobertizo y sintieron como crujía bajo su peso. Y luego entraron a la casa con las armas listas. El interior era amplio, débilmente iluminado por una luz mortecina. Las áreas que correspondían al recibidor, sala y comedor, estaban despejadas sin mueble alguno. En 96
vez de estos, unos tumores del tamaño de un perro mediano, de formas amorfas como arcilla fresca y humeante, descansaban separados entre sí. En el fondo, junto a la pared, un altar grotesco se erigía como monumento a una deidad satánica. Sentado, sobre un rustico trono de terciopelo sucio, una cosa con torso, brazos y piernas humanas. La cabeza que no se veía bien a esa distancia. Tal figura gobernaba con una mano apoyada sobre el posabrazos y la otra alzada con el dedo índice apuntando hacia el techo. A los costados de la cosa, tres largos cirios negros encendidos iluminaban tétricamente su trono. Jerry caminó hacia el primer tumor, lo suficiente, para poder inspeccionarlo y entender qué era. El cubre boca no le resultaba suficiente. La peste era insoportable. Tuvo ganas de vomitar, pero se contuvo. Se agachó colocando una rodilla sobre el piso para apoyarse y observar mejor. Wenceslao apuntó con su linterna al tumor y cuando el haz de luz alumbró: la sorpresa fue inaudita. Era excremento de gran tamaño color pardo con tonalidades intensas de verde, granos negros y manchones amarillos. La superficie estaba agrietada. Tenía una textura blanda, como nieve de chorro sin derretirse. —¡Jefe Wens, esto parece mierda humana! —¡Es absurdo, nadie caga una boñiga de ese tamaño! —¡Mire, jefe! —Jerry señaló. Wenceslao se acercó y apuntó con el haz de luz hacia donde señalaba Jerry. Entre una de las grietas de la masa, un dedo cercenado que conservaba su anillo de boda, estaba incrustado como si se tratase de un adorno del pastel. Asustado, Wenceslao movió la luz para iluminar la base del excremento: un zapato destrozado. —Estamos en la escena de un crimen —dijo Wenceslao volviéndose hacia el altar. Apuntó con su linterna a la cosa del trono y caminó hacia ella con el revólver listo para abrir fuego—. Revisa los otros bultos de mierda y busca… si hay más trozos humanos. Jerry se levantó e hizo lo que le ordenaba su jefe. Mientras Wenceslao se acercó al altar, Jerry contó los montículos hediondos, que al observarlos con detenimiento, le dieron la impresión de ser apersonas enroscada en posición fetal. —Son siete, Jefe Wens —hizo una pausa como recordando algo—. Siete eran los turistas gringos, esos, Los adoradores de la Luna. —Pues más bien Adoradores del Diablo —masculló con desprecio Wenceslao mientras se detenía frente a la cosa. El monstruo, demonio o humanoide; sentado como un rey en su trono, apuntaba con su dedo al techo, quizá atravesándolo para tocar a la luna eclipsada. A tres a pasos de la cosa, Wenceslao observó sin dar crédito. Un cuerpo humano con cabeza de cerdo. Aquello era una creación retorcidamente artística: el tórax era ancho, de hombros huesudos y pecho escuálido donde se apreciaban las costillas que rasgaban el cuero como arpas afiladas. Aunque el pecho era delgado, sobresalía una prominente barriga de borracho, grande y redonda, con dos lonjas que cubrían la cintura. Los brazos eran largos como los de un basquetbolista. De piel blanca y pegada al hueso por donde sobresaltaban ramificaciones de venas verdes y moradas como si fuera la cartografía de un río sobre un mapa apergaminado. Las manos eran grandes con uñas negras, largas y afiladas en punta. Tenía un par de piernas cortas y gruesas, de piel 97
oscura y llenas de vello negro. Remataba con dos pies enormes y desproporcionados, tapizados con hongos. Tales extremidades estaban unidas al tórax y a la pelvis mediante puntos de sutura hechos de manera brusca y sin cuidado con cordones de baqueta. Pero lo más perturbador era la cabeza. Una cabeza de cerdo con párpados negros miraba a través de ellos sin mirar, con unos ojos sin vida y sin alma, con un rictus de dolor como si lo hubieran decapitado lentamente para después adherirlo a ese cuerpo hecho por partes de diferentes cadáveres. Arriba de la cabeza, pintadas en la pared, unas letras rojas chorreaban como si fuera un cartel de una película de terror. «¡ALABAD AL DIOS PINIWINI!» Wenceslao sintió nauseas al tratar de descifrar la mente enferma de su creador. Se sorprendió al notar, que, a pesar de que el lugar apestaba a drenaje, la cosa no emanaba fetidez alguna. Sintió curiosidad. Conjeturó que si no eran partes de cadáveres, quizá fuera un muñeco de silicona y hule espuma. Se enfundó la linterna en el cinturón y extendió su mano para tocar la piel del rostro del cerdo. Los ojos miraban sin mirar y tenía el hocico entre abierto mostrando la punta de una obscena lengua. —¡Jefe Wens! —Jerry gritó como si se hubiera encontrado un tesoro—. ¡Aquí hay un brazo! —Y alzó la extremidad cercenada para que su jefe la viera. —¡Deja eso, idiota, es la escena de un crimen! —Wenceslao se tocó el corazón con la punta de su arma. Este latía con fuerza. Respiró hondo mientras Jerry arrojaba el brazo cerca de uno de los montículos de excremento. Se encontró nuevamente cara a cara con la cosa y como si esta lo oyera, le dijo: —Me cago en el dios Piniwini. —Dio un respiro, y a través del cubre bocas ordenó—: Jerry, ve a la patrulla y llama a los de San Luis, que envíen al forense para que analice los restos y que envíen también a varios agentes. Aquí huele a mierda y también a otra cosa… Jerry salió con prisa. Wenceslao comenzó a respirar agitado. Con su arma lista para entrar en acción, se dirigió hacia la cocina. Quería registrar la casa y encontrar al culpable de tal desastre. Al entrar en ella, solo vio una alacena destrozada, un encimero lleno de polvo y una estufa llena de cochambre y herrumbre. Nada interesante. Se giró y caminó sigiloso hacia el comedor, adelante se encontraba un umbral que seguramente conectaba con las habitaciones por un pasillo. Cuando pasó enfrente de la cosa, un leve soplo de aire caliente cubrió su nuca. Wenceslao se giró en redondo y apuntó… Aquello se levantó del trono con una rapidez sobrenatural, abriendo sus ojos blancos como el mármol, carentes de iris. Wenceslao intentó apretar el gatillo pero una mano con garras le dio un golpe en su puño provocando que abriera sus dedos y que la pistola saliera disparada hacia atrás. El arma cayó sobre uno de los montículos asquerosos y pestilentes. Wenceslao perdió el equilibrio y aterrizó de espaldas sobre el piso de madera. 98
La cosa bramó: —OING, OING, SOOOY PINIWIIINIII —parecía como si su garganta estuviera llena de lodo. Después, dio paso a una voz mecánica de muñeco de cuerda y repitió—: OING, OING, OING, SOOOY PINIWINI. Wenceslao tanteó en busca del arma y la miró de reojo. La empuñadura sobresalía del lodo asqueroso. No lo pensó dos veces, estiró su mano para extraerla pero… Piniwini lo sujetó por una pierna, enterrando sus garras en su tobillo. Wenceslao gritó y pataleó intentando golpearle el rostro y el cuerpo mutilado. El ser era inmune a los golpes y abrió su hocico mostrando unos colmillos babeantes. En un bocado, el pie de Wenceslao estuvo dentro de sus fauces. Aterrado, pataleo con su pierna libre e intentó zarandear su extremidad atascada en el interior del cuello de Piniwini. Pero aquel ser siguió engullendo, abrió su hocico y desencajó sus quijadas como si fuera una serpiente tragándose el pie entero y luego la pantorrilla. Wenceslao, al borde la locura, estiró su mano y la enterró en la mierda para sacar su arma. No la alcanzaba, le faltaba un poco, un estirón, pero Piniwini se lo impedía introduciéndolo en sus entrañas. Cuando el pie de Wenceslao Mancera tocó el interior del estómago, un mecanismo se activó con un ruido de motor interno. Eran cientos de cuchillas que comenzaron a girar alrededor de su pie y tobillo, despedazándolo sin misericordia, convirtiendo su extremidad en carne molida en el interior. Wenceslao gritó al ver con horror como de la parte trasera de su agresor comenzaron a tronar gases estridentes, junto un torrente de excremento que cayó al suelo de manera estrepitosa. Entre el chorro de mierda vio como caía su zapato hecho un guiñapo. Piniwini cerró de súbito su hocico y dejó un muñón sangrante en la humanidad de Wenceslao. Y el ser giró su rostro de cerdo hacia la puerta. En el umbral, Jerry Aparicio estaba petrificado, atónito, tembloroso. Con su arma empuñada y con la mira fija en el monstruo. Los blancos ojos de Piniwini se encendieron encolerizados a la vez que lanzaba un bramido de ataque. Como gorila arremetió impulsándose con sus brazos hacia Jerry. Dos disparos certeros dieron en el pecho de Piniwini, pero era como haberle atinado a un costal de papas. Jerry gritó, se dio la vuelta y huyó hacia la patrulla. Desde el ángulo en el que estaba Wenceslao, de espaldas contra el suelo, solo escuchó los disparos, los gritos desgarradores de Jerry y ese el sonido horrible de motor. Jerry era devorado, triturado y procesado. Wenceslao se giró boca abajo, se arrastró y alcanzó su arma hundiendo su mano. Al extraerla, reptó de nuevo haciendo acopio de todas sus fuerzas, avanzando lento entre los montículos de excremento que pertenecían a los cuerpos de los Adoradores de la Luna. Apretó sus dientes y con un supremo jadeo llegó a la puerta. Desde allí podía ver las primeras luces del alba y una luna que se asomaba detrás de un disco oscuro que se alejaba. La sangre que escapaba de su muñón formaba una laguna mientras las fuerzas se desvanecían y sus ojos se cerraban. Saber que era imposible salvar a Jerry lo llenó de desdicha y mortificación. Ya no pudo avanzar ni un metro más y se desmayó.
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Al abrir los ojos, miró a un par de agentes de la policía de San Luis, quienes lo veían con asco y horror. Quiso hablarles, pero no pudo. Tampoco pudo moverse. Desde el suelo observó como los agentes platicaban entre ellos y también pudo ver a los del servicio forense con sus batas blancas. Todos llevaban cubrebocas. —Mira que dejar el sombrero del jefe Wens sobre este montón de mierda, no tiene nombre —dijo irónico, uno de los agentes. El otro picó con un palo de madera el cuerpo de Wenceslao, quien paralizado miró como el palo se hundía en su cuerpo sin sentir dolor. Primero la punta y después hasta el fondo. El palo fue extraído de forma rápida, pero en vez de sangre, estaba manchado de materia fecal. —Sí, es mierda —dijo el agente mirando con curiosidad el palo. Wenceslao gritó queriendo despertar de esa pesadilla. Pero nadie lo escuchó. Los agentes seguían con los procedimientos, haciendo su trabajo. Era como si estuvieran flotando en una dimensión ajena. —¡Suban a esa aberración o lo que sea ese cerdo de juguete a una de las camionetas para análisis, no es sospechoso, pero está aquí en la escena del crimen! — dijo con sarcasmo uno de los agentes. Wenceslao, petrificado y consiente, convertido en materia de desecho, gritaba queriendo prevenir a sus colegas sobre el destino fatal que les aguardaba. Una advertencia sin sonido, que solo se oyó dentro de su mente. Piniwini fue alzado por dos agentes y llevado al exterior de la casa. Antes de cruzar el umbral, le guiñó un ojo a un Wenceslao Mancera que había perdido toda esperanza de salvación.
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Piniwini David Sarabia Episodio 2: Masacre en la comisaría Nico Mancera se había levantado temprano junto con su hijo para ver el eclipse lunar con el telescopio que le había regalado para tal evento. Lo que se suponía que iba ser un día libre de trabajo y bendecido por el espectáculo astronómico, en el cual, padre e hijo disfrutaron igual que enanos observando cómo la sombra cubría y descubría el disco pálido. El merecido día de descanso se fue al traste cuando llegó la hora del rico desayuno, de huevos revueltos con tocino hechos por su esposa. Tal placer desapareció después de recibir una inesperada llamada al móvil. Wenceslao, su hermano mayor y mentor, se encontraba en calidad de desaparecido junto con Jerry Aparicio. La única pista era un zapato hecho trizas y el sombrero texano sobre un montón de mierda. —¡Vergas! —dijo maldiciendo. Al escuchar la palabra mierda e imaginarla, los huevos revueltos dentro de su paladar perdieron automáticamente el sabor, adquiriendo un gusto insípido, asqueroso. Tragó el resto sin masticar. Se bebió de golpe el vaso con jugo de naranja y le dijo a su hijo que lo lamentaba mucho, que esa tarde no iban a poder ir al cine a ver «The Avengers» debido a un asunto policiaco. Marina lo miró con la mano en la cintura y le recriminó: —Dijiste que no ibas a recibir ningún tipo de llamadas, se lo prometiste al niño. Nico se levantó, se pasó la palma de su mano sobre su cabeza acariciando el cabello hacia atrás y le hizo un ademan a su esposa para que lo siguiera. Al llegar al pasillo, le susurró: —Es Wenceslao. Parece que algo le sucedió, ¡mierda! Marina abrazó a su esposo y, sin decirlo, le demostró que estaba con él, que hiciera lo que tuviera que hacer. Sin decir más, Nico Mancera se colocó su sobaquera. Revisó sus pistolas Beretta 9 mm, las abasteció con sus cargadores y las deslizó dentro de las fundas por debajo de sus axilas. Salió de su casa, subió a su auto particular y lo encendió. Después, accionó la radio de policía que tenía instalada y, mientras manejaba con el pie a fondo, escuchaba los códigos y direcciones. Algo loco había sucedido en el rancho de los Morales. Al parecer, había gente desaparecida y miembros cercenados sobre el piso. ¿Qué carajos? ¿Su hermano y Jerry que tendrían que ver con aquello? Los nervios comenzaron a traicionarlo. Tuvo un par de movimientos involuntarios en sus manos. Tanto él como Wens, a pesar de que el país era un caos por la inseguridad, ellos solo se limitaban a realizar su trabajo preventivo. Eso de atorarle a los grandes era cosa del Estado y de la Federal, y no de policías de pueblito.
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San Luis es una ciudad pequeña en desarrollo y Zakamoto es un pueblito perteneciente al municipio de San Luis. En medio de ambos se encuentra abandonado el rancho de los Morales. Sangre y peritos, escuchaba en la radio. Más claves, buscaban las posibles líneas de investigación. Indicios de huellas de violencia. Un grupo de unidades se dirigían a la pequeña comandancia de Wens, llevando algunas cosas: pruebas. Hasta escuchó que traían a bordo en una patrulla, como si estuviera en calidad de detenido a un extraño muñeco de metro setenta de altura. Algo verdaderamente enfermo. El objetivo era llegar al rancho de los Morales y encontrar alguna pista que diera con su hermano y su pareja, Jerry Aparicio. Sin darse cuenta, el auto iba por encima de la velocidad permitida, pasándose altos y una que otra luz roja. Tenía que salir lo antes posible de San Luis y enfilar a toda velocidad hacia Zakamoto. Por el angosto camino de terracería, tres patrullas aullaban a toda velocidad. A la cabeza iban los oficiales Gutiérrez, el veterano, y su pareja, Juan Godínez, un joven oficial recién egresado de la Academia. En el asiento de atrás, tras la malla de acero, un adefesio amorfo con miembros humanos y cabeza de cerdo, con piel de material sintética (o al parecer). Permanecía sentado, con las manos hacia enfrente, cruzadas y esposadas. Con el hocico semiabierto y con los parpados cerrados. El adefesio parecía que se estaba tomando una merecida siesta después de reposar una tremenda resaca. Juan Godínez volteo y miró al macabro juguete tamaño natural, y tuvo la corazonada que este, aunque tuviera sus ojos cerrados, lo veía. Fue una sensación desconocida, era como si una ola invisible hubiera acariciado su interior, dejándole una elevada emoción como si estuviera bajo el efecto de sustancias. «Las drogas», suspiró en su mente. Tenía dos años, limpio, desde el día que ingresó a la Academia a enderezar su truculenta vida de drogas y pecado, pero había un pecado del cual no se arrepentía: el placer solo con los de su mismo sexo disfrutaba. —Se llama Piniwini —dijo de súbito Juan. —¡Qué, que se llama quién cómo! —carraspeo Gutiérrez dando un volantazo para dar una cerrada curva, cercas de un pozo de agua y una hilera de árboles de pino. —¡Es un dios! —¿Quién? ¿La cosa esa, que subiste atrás? —Juan afirmó con la cabeza, como si fuera un niño de prescolar—. Oye, cabrón, no te estarás metiendo chingadera otra vez, o esta situación te está estresando. Mira que esta basura no es para cualquiera. Juan sacudió su cabeza. Abrió bien sus ojos, se los talló y puso su atención hacia enfrente. Quería quitar de su mente la espantosa «Y» con costuras que mostraba el pecho del cerdo humanoide, y otras que se formaban en la unión de sus extremidades. Su piel, de hule espuma, o real, parecía real, por momentos cambiaba a penas perceptiblemente, de una tonalidad rosada a rojiza. Era como si dentro estuviera corriendo sangre. ¡Era un maldito juguete hecho por un loco! ¡No puede ser real! —Sí lo soy, soy Piniwini, el dios Piniwini de la muerte… —escuchó dentro de su mente. 104
Las tres patrullas levantaban una estela de polvo como si fueran un cometa. Nico Mancera, sin importarle el mal estado de la carretera, mantenía la aguja por arriba de los 100 km. Esquivaba uno que otro bache y rebasaba a camión de carga alguno que avanzaba como tortuga. Miró el letrero de Zakamoto, y otro que indicaba una desviación a un camino rural, pero se fue de paso para tomar un atajo que lo llevara directo al rancho de los Morales. Miró el letrero indicado, y adelante divisó un camino que se metía entre la maleza. Salió de la carretera adentrándose en el sendero con suelo de tierra y grava, la cual salía despedida por las llantas traseras que patinaban con furia. Avanzó en línea recta por espacio de casi un kilómetro hasta llegar al claro. La casa en ruinas, una combi Volkswagen, una patrulla municipal, un camión de criminalística y peritos, el Semefo y dos camionetas Estatales. Todas las unidades tenían sus torretas encendidas. Se estacionó derrapando al lado de la combi. Cuando salió de su automóvil, de inmediato se llevó la palma de su mano cubriendo nariz y boca; Un olor tremendo a drenaje le daba la bienvenida al infierno. Un elemento del Estado le ofreció un cubrebocas. Nico lo tomó y se lo puso, si no lo hacía, vomitaría. En el cobertizo se encontraban dos oficiales, con armas largas al hombro, pasó por en medio de ellos y entró a la casa. En el acto, se quedó paralizado al sentir la potente intensidad del tufo de aguas negras. Era como estar en el corazón mismo del drenaje profundo. Se mareo. Llamó su atención como dos técnicos del Semefo metían un brazo cercenado a una bolsa de plástico. Y como un oficial tomaba fotografías a un bulto (al parecer de mierda, y muy grande) con el sombrero de su hermano puesto como si fuera un adorno. Empujó a un policía para abrirse paso, entre técnicos, oficiales y bultos de materia lodosa y mal oliente del tamaño de un perro mediano. Hasta tuvo la sensación que eran personas, reducidas a mierda «Por Dios, ¿quién o qué cagó esos tumores?», pensó. En su mente apareció un dinosaurio, y también un elefante. Cuando se detuvo frente al sombrero de su hermano, pidió guantes de látex. Se los concedieron. Levantó con cuidado el sombrero. Lo observó. Después, un perito le acercó una bolsa, la cual contenía el zapato destrozado. Nico también lo analizó a través del plástico y miró los cortes de dientes, manchas de sangre seca y baba, con excremento verde café. —Es un animal muy grande —dijo Nico con odio. El comandante Lasca lo tomó del hombro y le aconsejó a que lo acompañara para que mirara al fondo. Nico devolvió la bolsa y depositó el sombrero. Al dirigirse al lugar miró los cirios negros que todavía humeaban, el altar, y las letras chorreantes de sangre seca. —¿Piniwini? ¿Qué vergas es eso? —Lo único que tenemos —Lasca respondió ecuánime—, en nuestra primera línea de investigación es a un grupo de hippies adinerados que se hacían llamar Los Adoradores de la Luna, en San Luis ya están trabajando en la base de datos para saber quiénes son estos tipos. De quienes, por el momento solo hemos encontrado algunos miembros cercenados.
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—¡COMANDANTE! —la voz de unos de los oficiales se alzó. Era un recién egresado de la escuela de Criminalística, quien con sus manos enguantadas y sucias, alzaba un revólver Cal. 44 extraído de uno de los asquerosos bultos—. ¡AQUÍ ESTA EL ARMA DEL JEFE WENS! Juan Godínez había sentado al enorme cerdo sobre un largo y duro taburete, ubicado a un lado de la puerta de la armería. —Sr. Piniwini, espero que se encuentre cómodo en lo que resolvemos su situación legal. Gutiérrez y López cruzaron mirada, comunicándose, cuestionando la salud mental de Juan Godínez; no lo miraban, pero si lo escuchaban, ya que la armería estaba ubicada al final del pasillo. Ignoraron al joven oficial de turbio pasado y se enfocaron revisando los papeles junto con la computadora del escritorio del Jefe Wens. Buscaron alguna pista. López revisó la radio, después le dio un vistazo a los separos, eran dos celdas que conectaban desde la oficina del jefe policiaco. Afuera, la gente comenzó a conglomerarse y a cuestionar a los tres oficiales que se quedaron vigilando la entrada. —¿Ya averiguó el Jefe Wens qué es lo que apesta? —alguien de la multitud cuestionó. Los oficiales negaron. Solo uno dijo que la situación ya estaba bajo control. Mientras, dentro de la comisaria, en lo que Gutiérrez y López buscaban algún indicio registrado, Juan Godínez se sentaba en suelo cruzando sus piernas tomando la posición de flor de loto. Con el dorso de las manos sobre las rodillas y las palmas hacia arriba miraban con atención a la figura porcina que lo sabía todo de él. Una voz aflautada, y sombría, le dijo dentro de su cabeza: —Siempre fuiste un maricón que nuca se aceptó, por la rebeldía a la religión de tus padres, las drogas, el ser policía. Quieres aparentar una falsa hombría… pero yo te quiero… Ya no te ocultes más… El amorfo muñeco con cuerpo de humanoide y cabeza de cerdo, se movió. Las esposas se abrieron y cayeron al suelo. Alzó su mano derecha apuntado al cielo y la izquierda la deslizó por debajo del taburete, señalando la tierra, o lo que hubiera debajo de ella. Movió inquieto sus gruesas piernas peludas y sus pies de largas uñas como si estuviera sentado en un columpio. Entre abrió su hocico, mostrando un par de colmillos lubricados. Sus dos parpados se abrieron apenas mostrando un resquicio blanco lechoso. Juan Godínez se llevó el palmar de sus manos a su cabeza, apretándola, tratando desaparecer un dolor agudo como si un cuchillo frío se hubiera incrustado en su interior. —Sí, su majestad. Lo que usted diga. Dejó de hacer presión con sus manos liberando su cabeza y se levantó dando un salto. Miró al muñeco tal y como lo había dejado. Sentado, quieto, con las manos hacia enfrente y esposado, con los pies juntos, como buen niño. Se acercó lo suficiente, extrae sus llaves y lo liberó de las esposas, las cuales, aventó al suelo con mucha indignación. —Está usted libre de todo cargo… Ahora, dígame qué hacer. No obtuvo respuesta. Pero algo, invisible, le señaló hacia la puerta de la armería. «Proteger y Servir» era el sagrado lema de la Academia, un mantra que desaparecía poco a poco después de graduarse como oficial, mientras se adentraban inexorablemente 106
a las entrañas de la corrupción. Era el momento de tomar la decisión, de proteger y servir al inocente, de darle plomo a los enemigos de… el dios. Un candando de acero inoxidable mantenía cerrada la aldaba de la puerta. Este vibró y después se abrió haciendo clic. Juan Godínez no se sorprendió, comprendió el mensaje. Quitó el candando y lo dejó caer al suelo. Abrió la puerta de doble hoja de par en par. Dos escopetas Remington de cañón largo, y dos rifles semiautomáticos AR-15. En la repisa baja descansaban seis cargadores. Tomó un AR-15, le metió un cargador. «Qué emoción, el arma más popular de los gringos, y responsable de muchas masacres civiles», pensó. Juan aulló de emoción y se giró, caminó decidido en línea recta hacia la oficina del Jefe Wens, tenía que darles las buenas nuevas a Gutiérrez y López, y también a toda la bola de borregos uniformados que se encontraban afuera parloteando con la chusma del pueblo. Oía sus voces, los oía a todos. Gutiérrez y López giraron sus rostros al oír que la puerta de la oficina era empujada con furia. En el umbral se encontraba el líder del poblado, Anacleto Monroy, un campesino de estatura media, fornido, joven pero avejentado por el duro trabajo. Traía puesto su sombrero de paja y una camisa a cuadros y un overol de mezclilla. Venía solo. De pie, bajo el marco, con los brazos cruzados sentenció: —No me voy a ir de aquí, ni me gente allá afuera, hasta que nos informen que chingados está pasando, ¿Qué es esa mierda que apesta tanto? ¡Si es alguna basura industrial regada por allí, se las van a ver muy mal cabrones, por andar encubriendo a esos puercos millonarios! Ya se chingaron el río Sonora, y ahora nuestros campos. Anacleto escuchó claramente como era montado un tiro por detrás de su espalda. El sonido metálico de amartillar un arma era inconfundible. —¡Son Piniwini, Oing-oing! Al darse la vuelta, lo único que miró fue a un oficial con cara de cerdo, y tres rápidos fogonazos que le partieron el pecho. Al caer al suelo, totalmente desmoronado, el campesino murió al instante. Los oficiales Gutiérrez y López se dieron cuenta que ese segundo de estupefacción fue el grave error de sus vidas al quedar con las bocas abiertas al ver a Juan Godínez con una cara de loco con facciones porcinas, quien sin misericordia se había cargado al pobre hombre. Cuando llevaron sus manos a las fundas debido al entrenamiento para replegar un ataque. El gatillo de la AR-15 fue accionado con la habilidad asombrosa de un militar, escupiendo una andanada de balas en segundos. Gutiérrez recibió cuatro tiros, no alcanzó a disparar, había soltado su arma cayendo encima del escritorio. López recibió uno en la cabeza, un pedazo de cráneo y cerebro voló hasta el pasillo. Los otros tres tiros los recibió innecesariamente ya muerto en el suelo. Afuera, el caos se activó como trompeta del dial del juicio. La gente comenzó a gritar y a huir en desbandada para resguardase a sus casas. Los oficiales desenfundaron sus pistolas, algunos cortaron cartucho a sus escopetas. Una columna de tres elementos se enfiló a la puerta de la comisaria.
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Al escuchar las detonaciones del arma semiautomática, Nico Mancera se enfundó el revólver de su hermano sin dar ninguna explicación. Nadie se fijó, todos se quedaron petrificados al escuchar la respuestas de las pistolas 9 mm, escopetas cal. 12, una .38 súper, y después otra tanda de AR-15. —¡Vergas! —dijo Nico corriendo hacia la salida—. ¡Es un ataque! Aunque se encontraban a un kilómetro, por el despoblado, los disparos se escuchaban muy cerca. Era en la comisaria de su hermano. ¿Pero qué locura es esta? Estaban bajo fuego. Sabía que Wenceslao y Jerry tenían AR-15, y estaban bajo candado en la armería, su hermano tenía la llave. ¡Oh, Dios! ¡Los bandidos que los tienen seguramente ya estaban en su oficina cuando cayeron los nuestros! Nico entro a su auto, giró la llave y pisó el acelerador a fondo, yéndose recto por el camino de terracería para llegar por atrás y sorprender a los malhechores. Lo seguían el comandante y las otras unidades a la misma velocidad, levantando una nebulosa de tierra en medio del llanto de las sirenas y el parpadeo intenso de los estrobos.
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Cosplayer death Rigardo Márquez
Augusto era el médico en turno encargado de las urgencias nocturnas, generalmente se hacía cargo de personas accidentadas por manejar en estado de ebriedad o un par de suturas por peleas sin sentido. Sin embargo, lo que vio aquella noche le heló el alma. Se trataba de una mujer, o bueno en parte, ya que la fisiología del cuerpo le había hecho pensar eso, pero con un examen a fondo se percató de que se trataba de un chico. El cuerpo se encontraba en un estado horrido, tenía quemaduras hechas por cigarrillo, sus ojos habían sido arrancados dejando sus cuencas oculares al descubierto. Y eso no era todo, tenía huellas de abuso sexual, él había sido violado por al menos cinco hombres según lo arrojado en el examen médico. La policía le refirió que lo encontraron en los alrededores de la escuela, lo habían maquillado con sangre y vestido con ropa de mujer. Cuando cuestionó a los oficiales sobre el rumbo de la investigación, éstos le dijeron que se trataba de un chico que se travestía para participar en eventos de monitos chinos, y que muchos estudiantes le odiaban por su ambigua sexualidad y por ser un tanto afeminado. Augusto pasó varias noches junto al chico que se encontraba grave, de hecho, era un milagro que aún tuviese un atisbo de vida. —¡Vamos, despierta! —murmuró una voz cavernosa. —¿Quién eres? ¿Eres el diablo? ¿Acaso luego de vivir el infierno de nacer con un cuerpo incordie con mi personalidad tengo que soportar el juicio de Dios? —cuestionó ella. —No, mi niña, aunque sí soy un dios, bueno, uno de tantos, verás, hay un lugar llamado el círculo del eterno comienzo, donde los morantes residimos. En palabras simples, yo soy uno de los tantos rostros de la muerte. En mi caso, soy la dulce muerte, esa que se apiada de los dolientes, mi nombre es Euthanias —contó la sombra que de forma vaporosa deambulaba por la habitación. —Ya veo, has venido por mí, supongo que el dolor ha terminado —dijo ella. —Eso depende. ¿Acaso no te gustaría vengarte de Isaac y los demás? —susurró aquella cosa. —Eso es imposible, soy muy débil, además ellos son hijos de familias adineradas, no importa que los denuncie, se saldrán con la suya —rechistó con odio. —Como mortal quizás lo seas, pero si te vuelves mi salvoconducto podrías realizar tu venganza, serás mi representante y ningún mortal podrá contra ti —aseveró la deformidad negruzca vapuleándose por doquier. —Acepto —respondió ella sin dudar. Horas más tarde, Alexa se escabulló a la casa de su mejor amiga, sin embargo, esta la descubrió. Ambas se abrazaron y ella le contó lo sucedido, así como su plan de venganza. —¡Tienes que acabar con esos hijos de perra! —gritó Zafiro.
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—Lo sé, haré que se arrepientan y evitaré que dañen a alguien más. Primero necesito cambiarme de ropa —respondió ella. —Es verdad, esos bastardos se burlaban de ti, te llamaban otaku pervertido por travestirte, creo que tengo una idea. Tengo un traje que te servirá, lo hice para una convención de Halloween —indicó Zafiro buscando en su closet. La prenda que la chica le dio era realmente hermosa, consistía en el típico uniforme escolar japonés, visto en los mangas y animaciones, solo que, en vez de los tradicionales colores de instituto, este llevaba bríos grisáceos y oscuros: la falda era de color negra y sus botas combinaban de igual forma—. Solo hay un problema, si sales a la calle con los ojos así, las personas correrán envueltas en pánico —puntualizó la amiga. —Euthanias informó que mis ojos tardarían en sanar —dijo ella. —Bueno, creo que algo se podrá hacer, déjame buscar —musitó la chica hurgando en su colección privada hasta que halló algo adecuado. Se trataba de una máscara plateada que solo cubría la parte de los ojos—. ¿Acaso podrás pelear sin ver? —preguntó Zafiro. —Sí, puedo ver siluetas aureales, dependiendo del color sabré si es amigo o enemigo —respondió ella. —De lujo, dime mi color, no, espera, estamos olvidando la mejor parte; el arma. ¿Dime que se te antoja? —cuestionó Zafiro. —¿Arma? No lo sé —respondió ella. —Quizás un par de pistolas. No, ya sé, una guadaña, o una motosierra. Eso sería alucinante, apuesto a que se cagarían —indicó entusiasmada su amiga. —Preferiría algo más discreto —refutó ella. Isaac era el típico líder de una pandilla de chicos rudos pertenecientes al equipo de atletismo. Él se vanagloriaba de su virilidad y de sus conquistas, sin embargo, al igual que todos ocultaba sus verdaderos gustos, lo que realmente le causaba excitación era follarse a otros chicos. De hecho, había mantenido una relación secreta con Alexa quien era conocida por ser una hermosa cosplayer aun siendo varón. El disgusto ocurrió cuando Alexa quiso hacer pública su relación, Isaac entró en pánico y usó la violencia contra ella. Resultando todo en una infernal noche de abuso y tortura. Esta vez el grupito de vándalos se había reunido a las afueras de la escuela para hablar de lo sucedido, los chicos bebían mientras esperaban a su capitán Isaac. Frente a la jauría de perros apareció una silueta que resplandecía en odio. —No sé quién eres, pero no vengas a joder o te daremos una paliza —gritó Irving, quien era el más grande de todos. —No puede ser, estamos de suerte, parece ser otra otaku —dijo uno de ellos. —Son como una plaga, creo que quiere jugar con nosotros —indicó otro. —Mira, hasta tiene dos espadas en la cintura, y está vestida de marinerita dark. ¿Qué vas a hacer con esas espadas de papel? ¿Cortarme? —se burló Irving. Acto seguido su mano cayó pintando el asfalto a la sanguina. Irving chilló de dolor, no 112
obstante, su dolor fue acallado por Alexa quien lo decapitó ante la mirada incrédula de sus amigos. La cosplayer avanzó en contra de los otros, y gozó con el terror que había sembrado en sus enemigos. Por su parte, Isaac había faltado a la reunión con sus amigos debido a una cita a ciegas, no obstante, la chica no se había presentado. Molesto, decidió regresar a casa, donde una escena dantesca le esperaba. Al entrar se percató de un olor enrarecido, olía a sangre. Se dirigió hacia la sala donde se halló frente a frente con un destino de pesadilla. La cabeza de su madre estaba servida en la mesa, el rostro de su progenitora estaba imbuido en horror. La sangre y vísceras de su madre estaban por todo el suelo, y lo que quedaba de su cuerpo yacía colgado del techo. Isaac quiso gritar, pero su voz se había emancipado de él. Lo que casi le hace perder la razón fue que el cuerpo de su madre había comenzado a moverse, parecía que estaba bailando, tan macabro espectáculo hizo que el chico se cagase en sus pantalones, y luego lloró, rogándole a Dios por su vida. —¿Dios? ¿En serio, Isaac? A Dios no le gustan los homosexuales ¿Acaso no recuerdas? Veo que no aguantas una pequeña broma —dijo Alexa mostrándose ante él. —¿Quién eres tú? —gritó. —Pobre niño, ya me has olvidado. Soy yo, Alexa, a quien arruinaste la vida. Hace poco me hiciste una broma ¿Recuerdas? Dijiste que me presentarías como tu novia ante tus amigos, y una vez allí, me usaste, me humillaste e hiciste que todos me violaran. Por eso pensé que esta broma te gustaría, pero veo con decepción que no. Supongo que tampoco te causará gracia lo que le hice a tu padre allá arriba. En fin, me puse muy creativa —explicó Alexa esbozando una sonrisa tétrica. —¿Vas a matarme? —preguntó él, temblando de miedo. —No, creo que te mereces una segunda oportunidad para sufrir —exclamó ella, no sin antes darle un golpe con el mango de su katana. —¿Estás segura de dejarlo vivir? Pensé que deseabas venganza —cuestionó Euthanias. —Y la tendré, créeme, cuando la policía lo encuentre lo condenará por los homicidios de sus padres y amigos, y lo llevarán a un dulce lugar, donde pasará de ser el activo al pasivo —respondió sonriendo ella. —No importa, ya he cumplido tu deseo, ahora tú deberás cumplir el mío, pronto iniciarán los juegos de la muerte —murmuró para sí mismo Euthanias.
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Shusaku Ooi Albert Gamundi Sr.
1-Asalto a la cúpula MMXXI
Shusaku Ooi se había sentado sobre el cadáver de su enésimo enemigo en lo alto de un montículo desde el que podía contemplar la cúpula MMXXI. La lluvia ácida evolucionada carcomía todo a su alrededor, a excepción del espadachín y de la aleación que protegía la ciudad. El guerrero, quien utilizaba zuecos y un paraguas con la misma aleación, vestía un kimono desgastado por el tiempo hecho con tejido sintético. En su cintura colgaban una espada wakizaki y una Katana, ambas armas temblaban ligeramente cada vez que se movía. Su piel había adquirido un tono verde oliva debido a la exposición a las radiaciones, sus ojos se habían vuelto pequeños y encajaban harmoniosamente con un rostro sereno marcado por un bigote fino y el pelo recogido en un moño. Los aires tóxicos ya no le enfermaban, por ello, deambulaba por el mundo sin máscara de gas. Consumía la poca fauna que quedaba sobre la tierra, básicamente ratas y cucarachas, pues se negaba a consumir productos procedentes de la nueva industria alimentaria. Únicamente los más adinerados podían permitirse el lujo de comer carne habitualmente. Cada dos días, aproximadamente, sentía ganas de llevarse algún manjar a la boca. Sin embargo, lo único que llenaba su existencia era el deseo de limpiar el mundo enfrentándose a enemigos fuertes. El código de sus ancestros, aquellos que pudieron disfrutar de aires puros y escribir poesía como él, pero con ríos azules y cerezos rosados, era lo único que le quedaba en un mundo podrido por el dinero y la investigación genética como motor evolutivo. El agua putrefacta, los cimientos de los edificios y las dunas de basura, eran sus testigos recurrentes de su escritura con sangre enemiga en las paredes. No quedaba un solo árbol que pudiera dar papel. Con la cabeza alta bajo la sombrilla, divisaba las grandes puertas de acero plutónico que defendían la nueva cúpula que anhelaba asaltar. Seguro de sus habilidades avanzó entre charcos esmeralda humeantes hasta la entrada de la urbe. Dos guardias con máscara protectora, un mono negro acolchado con plástico sintético y una cara de muy pocos amigos, le franquearon el paso. —Si quieres entrar en la cúpula deberás pagar el impuesto de entrada —lo amenazó uno de ellos con la lanza carcomida por la llovizna. —Me dan pena los guardianes como vosotros. Un hiperdesarrollo muscular y una cabeza hueca. A ver si lo entendéis, no tengo dinero, pero si me dejáis pasar os dejaré vivir con la deshonra —replicó con voz animada. —¡Mocoso insolente! —gritó uno de los cerberos, quien se abalanzó sobre él de inmediato.
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Shusaku sonrió de oreja a oreja, cerró su paraguas, lo lanzó verticalmente, descolgó una de sus espadas de la cintura, tomó la vaina boca abajo con las dos manos y usó la punta de esta para golpear con gran fuerza la garganta del agresor. Un leve crujido, ahogado por la masa corporal de la zona de impacto, irrumpió en sus oídos, volviéndose predecesor de un movimiento ofensivo destinado al segundo guardián. La vaina impactó en la base de la mandíbula, transmitiendo la presión a la parte superior del cráneo, desembocando en un crujido óseo que concluyó en el desplome del enmascarado, quien hundió su rostro en el tóxico barro a sus pies. Instantes después, el paraguas cayó del cielo y fue cazado al aire por el visitante. —Considerad la posibilidad de avisar al resto del cuerpo de seguridad. Si lo hacéis ahora no os cortaré los purgadores de agua y de aire —amenazó llevándose la mano a la empuñadura de su wakizaki. El defensor de la ciudad, consciente todavía, se quitó un guante negro y saltó de improviso con gran fuerza. —Vuelve ahora que puedes —le aconsejó mientras trataba de cazarlo por el cuello con su siniestra mano, la cual mostraba un corte negro. Aquella fractura cutánea se abrió mostrando dos hileras de pequeños, afilados y babeantes dientes. —Qué interesante modificación —murmuró el espadachín, quien esperó a tenerlo a dos palmos para agacharse y separar la extremidad dentada de la articulación con un gesto apolíneo con la espada. Recuperó la guardia sin haber transpirado una sola gota de su agrio sudor, desenvainó su segunda arma y dejó manco de ambas manos al vigilante. Ante la sorpresa y la indefensión del adversario, remató el combate separando su cabeza del tronco. —El camino de la vida es el movimiento, el camino de la muerte es el estancamiento —recordó en voz alta las enseñanzas de una obra ancestral mientras hundía el cráneo del segundo adversario en una charca de ácido. El samurai entró en el puesto de entrada a la ciudad e inspeccionó el cubículo. Un pequeño escritorio impoluto, un micrófono y un panel de botones era todo lo que había. Con la frialdad de un bloque de hielo de tiempos pretéritos, pulsó el botón azul para enviar un mensaje a toda la ciudad. —Queridos ciudadanos, soy el mejor espadachín que todavía respira. Me llamo Shusaku Ooi, nadie supera mi velocidad, técnica o capacidad de reacción. Hoy estáis de suerte, los shinigami os sonríen, así pues, he venido a matar a vuestro líder político como muestra de supremacía. Si lo consigo, pienso liquidar a toda alma viva de este lugar, así pues, os invito a intentar asesinarme con cualquier método o a apartaros para esperar vuestra hora entre sollozos. En el caso que me venzáis, podréis marcharos a otra cúpula gracias a mi paraguas kaze. Dicho esto, morir dentro de la cúpula o fuera. Morid como ratas o como humanos que fuisteis una vez —comunicó con tranquilidad y saboreando el momento con su refinado paladar lingüístico. Una hora más tarde, y después de deambular entre los barrios pobres, donde su mensaje había causado especial apatía, buscaba una habitación en la que descansar. Sin dinero en los bolsillos, se instaló en una destartalada chabola, cuyo techo se resentía por 118
culpa de una de las múltiples mini grietas por las que la lluvia sulfúrica se colaba. El recinto funcionaba como taberna, se sentó en un taburete mientras tomaba una bebida negra inspirada en el saque. El camarero, quien lucía una escafandra de buzo por cabeza, no le prestaba atención. Shusaku interrumpió las tareas que realizaba. —¿Tienes fuego para prestarme? —le preguntó mientras le tomaba sin preguntar un pequeño encendedor del traje de cuero protector que llevaba. Temeroso, el camarero no medió palabra, menos todavía cuando el guerrero se inclinó hacia delante, poniendo una llama a la altura de su trasero. Entonces, soltó una pestilente flatulencia que provocó una llamarada que acertó de lleno a un policía con habilidades de camaleón. —Mi local. ¿Estás loco? ¿Qué has hecho? —lo increpó el camarero tomándolo por las solapas del kimono de cuero. —Yo soy Shusaku Ooi —le anunció con frialdad. El comerciante se quedó petrificado ante la noticia—. Corre la voz y podrás vivir un par de horas más. Siempre te quedará intentar huir de la cúpula y morir fuera —añadió en un tono más cortés antes de continuar con la pelea de taberna. Se volteó para encarar al adversario quien trataba de recuperar la compostura tras el ataque sorpresa. —Te diré un secreto, mi olfato está tan desarrollado que puedo oler tu sangre podrida, no depurada en lustros y procesada por tu corazón químico, de cobarde. Y como has perdido, atentado contra tu honor al atacarme por la espalda, te devolveré gustoso el favor —replicó el espadachín con confianza. Convencido de su victoria, le asestó un golpe de barrido con la pierna derecha, concentrando toda su energía biónica en el movimiento centrífugo, hecho que rompió la extremidad del camaleón, astilló el fémur e hizo que su dueño volase por los aires. —Cóbrate mi ronda de lo que él lleve encima. Yo nunca llevo créditos encima — se dirigió al camarero sin desviar la atención de la nueva vida que se cobraría. De improviso se tumbó en el suelo en una milésima de segundo, alzó dobló sus piernas hasta la altura del mentón y las extendió con fuerza en cuánto el cuerpo se rompió. La columna vertebral del adversario se partió en mil pedazos debido a la enorme presión del impacto directo. Una fina lluvia de sangre verde ennegrecida roció el rostro sereno del parroquiano, quien despachó al paralítico adversario con una nueva coz contra la pared. —Ah, por fin he desperezado los músculos. Un servicio excelente, lástima que por poco tiempo —aquella despedida fue en un tono tan frío como siniestro. Continuó su ruta por los barrios humildes de la cúpula, desperezaba sus músculos contra pícaros, mendigos y vendedores de jeringuillas con estimulantes genéticos de dudosa eficacia. El heterogéneo carnaval de rostros y cuerpos ocultos por protecciones, tubos y pieles endurecidas le parecía tan gris como aquellos edificios grises, carcomidos y rectangulares que los residentes llamaban hogar. Le bastaba con desenvainar tres segundos la wakizaki para cortar una garganta y deshacerse de sus adversarios, tal fue su aburrimiento que se retó a prescindir de la vista para agudizar su oído y tratar que su corazón latiera con un poco de emoción.
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El palacio de la aristocracia se hallaba en la parte más elevada de la cúpula, así que el hecho de estar atento a la orografía era un elemento más de diversión para su viaje. Su caminata con los ojos cerrados le reportó una multitud de ataques que repelió sin despeinarse en exceso, utilizando las dos armas a la vez, despachó a varios habitantes de la cúpula con habilidades de camaleón incluso. —Una rata me daría más diversión que vosotros. Vamos, que poco apreciáis vuestras sucias vidas —murmuró mientras se guiaba por el olfato y el oído. Le llevó cerca de media hora salir del barrio pobre de la ciudad para encontrarse en el foro, un rincón donde tenían lugar espectáculos de todo tipo para entretener a la aristocracia. Sin embargo, todos terminaban del mismo modo, con alguien lesionado o muerto. Los presentes le miraron con el rostro extrañado, como si fuera un loco ofreciendo un espectáculo público. —Por fin alguien con quien me voy a divertir —comentó alguien desde algún punto de la plaza. La envolvente voz provocó el pánico entre los ciudadanos, quienes seducidos por el hedonismo fruto del presente que les había tocado vivir. Estaban listos para morir en cualquier momento, su vida era la propia de una rata de laboratorio. Vivían encerrados bajo una cúpula dónde quedaban a merced del albedrío de las clases nobles. El artista marcial abrió los ojos para encararse con un joven de tez gris con ojos verdes. Sus orejas tenían forma de aletas de pez, a su vez, tampoco poseía más nariz que dos orificios verticales por dónde respiraba. Su fina figura se hallaba protegida por una túnica bien cuidada de color caoba. —Voy a matarte y a llevarme tu paraguas, luego, seré yo quien mate a la ciudad entera destruyendo esta cúpula opresora —lo amenazó el nuevo contrincante, quien señalaba el complemento que anhelaba. —Eres sincero, en estos tiempos que corren es inusual. Pero basta de cháchara. — Shusaku clavó el premio boca abajo en el barro tóxico que se había generado entre las baldosas de piedra del piso. Tras este gesto, una gran multitud formó en círculo alrededor de los contendientes. Los rostros pasaban de la alegría al miedo, pasando por el asombro de unos pocos oportunistas que pretendían beneficiarse del resultado del combate. El anfibio extendió las palmas de sus manos en una guardia propia del kung-fu, retando a su adversario a acercarse. —Voy a terminar esta pelea de un solo golpe —sentenció el retado quien cargó con la espalda encorvada y un brillo asesino en sus pupilas. El defensor sonrió sin mover un músculo, ante un rival centrado en esquivar las técnicas propias de las palmas del vacío. La acción duró cerca de tres segundos antes de que Ooi volara a pocos metros del suelo para aterrizar contra una parada de frutas artificiales. —Hijo de… —gruñó mientras notaba como su putrefacta sangre le quemaba a través de sus venas—. Ríndete ahora, y te dejaré cometer sepukku, tu historia termina aquí. Eres una reliquia del pasado, da paso a las nuevas generaciones biológicas —se burló haciendo un gesto obsceno con uno de sus dedos desuñados. 120
Los tambores de guerra que se utilizaban para animar a los combatientes, empezaron a ser golpeados por las gigantescas manos de dos toscos rojos. —¿Cuál es tu nombre? —cortó el ambiente el rechazado contendiente. —Sakana Majin de la charca ácida —replicó entre escupitajos venenosos a larga distancia. Viendo el ocaso acercarse nuevamente, inició un espectáculo de volteretas realizando el pino de espaldas. La postura defensiva le sacudía la sangre contra la cabeza y provocaba que sus pulmones funcionaran mal al no poder exhalar aire. —Esto va mal —consideró en voz baja cuando llegó a la altura de uno de los tamborileros. El músico se molestó por la presencia de Shusaku, a quien tomó de una pierna y mandó a volar con un solo brazo hasta la altura del piso. Los escupitajos fallidos acertaron de lleno a la mole quien notaba como el veneno se colaba rápidamente en sus venas y, no queriendo morir en vano, se abalanzó sin suerte contra el monstruo-pez. La propagación de la ponzoña aturdió sus sentidos le destrozó el sistema nervioso en medio minuto. —Es hora de tomar mi premio, esa caída va a ser mortal de necesidad —se felicitó por la victoria con una actitud chulesca y una sonrisa burlona en aquellos labios gruesos que hacían ininteligible su habla. Mientras tanto, en la parte superior de la cúpula, el guerrero se había enquistado en una grieta de la cúpula, la cual se había hecho más grande debido a la sangre disolvente que corría por el sistema circulatorio del guerrero. «Decían mis ancestros que cuando una mosca se posa sobre tus testículos, entenderás que la violencia no es la solución», recordó en voz baja mientras luchaba por agarrarse a las aperturas en la cúpula. El corazón le bombeaba sangre a gran velocidad mientras era un espectador privilegiado del espectáculo que se empezaba a formar bajo sus pies. Los mejores luchadores de la cúpula, entre los que se contaban verdugos y guardaespaldas nobles, corrieron a hacerse con el premio, ignorando el dudoso resultado obtenido. —Fuera, he ganado limpiamente mi salvación. Pudríos en la cúpula —bramó el contendiente en la tierra, quien triplicó su tamaño para defender a golpes a su trofeo. —Pero los ancestros no dijeron nada de un moscardón gigante modificado genéticamente —sus palabras fueron acompañadas de varios cabezazos contra el cristal protector. Fuera había una tormenta eléctrica acompañada de pequeñas piedras de barro aluvial. «Justo lo que necesitaba», pensó antes de desenvainar su espada corta y hundirla en el cristal, provocando una grieta mayor y dejando la hoja a la intemperie. Un instante después un rayo acertó en el acero, soltando una descarga eléctrica que recorrió el cuerpo del espadachín, provocando que se desplomase inconsciente desde las alturas, evacuando la electricidad a través de heridas que supuraban bilis. El impacto resquebrajó la cúpula y las grandes grietas se expandieron como colonias de 121
termitas. El miedo se apoderó de la ciudad, que empezó a gritar por su vida, la tormenta comenzó a rugir con fuerza y a empapar de corrosión a sus moradores. —Soltad ese paraguas, es mío —gruñó el hombre pez cada vez más grande, cuyas manos eran capaces de agarrar un cráneo y destrozarlo con la única presión de su fuerza. Nuevamente, cayó un rayo directo y certero sobre la hoja de la espada. La caída en vertical a través de la hoja atravesó el cuerpo del espadachín. Un gran calambrazo sacudió el cuerpo del contendiente, abriendo su boca, la cual dio cobijo a varias gotas grandes de esa tormenta. Entonces, Shusaku Ooi abrió los ojos cuando se hallaba a menos de cincuenta metros del suelo. «¿Qué diablos pasa?», se preguntó mientras convertía su cuerpo en una bala de cañón recogiendo piernas y brazos a la altura del mentón. Envuelto en su poderosa armadura, tenía el blanco perfecto para aterrizar. Los atacantes frente a Sakana Majin recrudecieron su pugna por la protección, la ciudad entera estaba siendo aniquilada por las fuerzas de la naturaleza, robando el propósito al conflictivo visitante. —Eh, esto no ha terminado, carpa con patas —advirtió a su adversario cuando se halló a una altura de la cual no se pudiera recuperar. —No… —alcanzó a pronunciar el desafiante guerrero de la charca. El proyectil metahumano impactó con toda la inercia de su caída contra el cuello de la carpa, rompiendo carne piel y hueso al extender sus piernas para rebotar hacia atrás y desenvainar su espada larga. Los contendientes volaron por los aires, devolviendo la humillación recibida al enemigo. El samurai abrió la boca y acogió en ella toda la lluvia que pudo. Su garganta empezó a arderle y a generarle quemaduras de gravedad en el cutis. Aterrizó en el suelo apoyando su pierna derecha detrás y clavando su pierna derecha al suelo. Con la cara hinchadísima y con los pulmones cargados de aire, enfocó sus facciones hacia aquellos que pugnaban por el objeto de su salvación. Aprovechándose de que nadie había reparado en él, expulsó por su boca el vómito generado entre sus fluidos y las fuerzas de la naturaleza. La fina piel de la masa civil fue incapaz de soportar aquella mortífera ducha, convirtiéndose su propiedad en un improvisado monumento fúnebre. La lluvia continuaba cayendo sobre él, quien, ignorando el dolor y la corrosión de su armadura, se abalanzó sobre su paraguas, ahora encharcado en barro. —Has sido un gran contendiente, pero he venido aquí para liberar el mundo de la escoria humana. Que las profundidades te sean leves —le deseó con una sonrisa leve usando la punta de su paraguas como lanza de ataque. La carpa levantó la cabeza con sus últimas fuerzas, humeante y con el rostro marcado por las fuerzas de la naturaleza. —¡Tenno Heika! —gritó con todas las fuerzas que le restaban en su cuerpo. Atravesó a su adversario entre los globos oculares, provocándole la muerte instantánea. 122
—Ha sido un honor pelear contra ti. —Se mostró agradecido con una leve reverencia ante el cuerpo. Recuperó su paraguas, lo abrió, lo sacudió con tranquilidad y luego lo devolvió a su estuche en la espalda. —Ahora a por el origen de la infección de esta ciudad. Hará falta algo más que la destrucción del techo protector para acabar con las cucarachas —murmuró al contemplar que todos a su alrededor habían quedado reducidos a un compuesto biológico que fermentaba la proliferación de microbios y nuevas infecciones. Los tambores de guerra habían terminado de sonar hacía rato para dejar paso a los gritos de la muerte y la desesperación. Pequeños focos de fuego y una atmósfera irrespirable, debido al tóxico humo convertían el paisaje en un triste cementerio en vez de un campo de batalla. —Mis heridas no me detendrán, pero no estoy dispuesto a ponerle mi vida en bandeja a la guardia real —murmuró mientras se espoleaba la armadura con la mano antes de abrir el paraguas protector. Recorrió el resto de la destrozada ágora para encaminar unas minadas escaleras de mármol que daban a la parte superior de la ciudad. Una vez allí, una voz que le resultaba familiar le llamó. —Llegas tarde, Shusaku Ooi —aquel timbre tensó su cuerpo y le hizo apretar los dientes.
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Shusaku Ooi Albert Gamundi Sr.
2-Más allá del límite
—No es posible… —gruñó despojándose de la parte superior de su kimono de cuero mientras subía sin inmutarse la lluvia ácida que caía sobre él. Sangrando por la boca y por todas las heridas abiertas dejó un camino verde a su paso mientras la ciudad era corroída por la destrucción de la cúpula protectora. Después de cincuenta escalones de mármol, tan maltrechos como la musculatura destrozada del espadachín, quien no era detenido por el dolor o el ralentí de su andar, se presentó frente a las enormes puertas de oro del palacio, franqueadas por dos guardias reales decapitados. Dieciséis tentáculos robustos bañados en sangre morada con evidentes rastros de haber sido amputados por un hacha de grandes dimensiones, reposaban en el suelo. Shusaku desenvainó su espada wakizaki poco después de entrar en la sala de recepción del templo. —Apesta a muerte —se quejó mientras observaba a su alrededor con los ojos bien abiertos. Era el único lugar bajo el derrumbado techo protector que no se había venido abajo debido a la lluvia ácida—. «Apuesto a que esas ratas presionaron a los arquitectos para poder defenderse en caso de catástrofe. Deberían haberse tomado la seguridad más en serio», consideró al pasar cerca del cuerpo del príncipe Kildren, cuyo cuerpo era atravesado por una alabarda insertada por el recto. —Ha pasado mucho tiempo… —continuó la voz que ahora retumbaba entre las paredes del recinto, las puertas se cerraron y el combustible genético prendió mostrando una figura cercana a los dos metros de altura, unos ojos azules brillaban en la oscuridad, a cada paso que daba, el piso temblaba por el peso de la armadura de anillas, una rubia melena manchada de múltiples tipos de sangre resplandecía delatando una belleza nórdica. El guerrero se llevó la mano a la empuñadura de la katana, contuvo la respiración mientras su adversario se dirigía hacia él tranquilamente— desde nuestro último encuentro. Aquellas palabras brotaron de unos labios rosados y heridos. Tan pronto se perdió el sonido en el aire que seis hachuelas bien lanzadas, una tras otra, volaron hacia él. —No puede ser. Acabé con ella hace tantos años —valoró al defenderse lo mejor que pudo, siendo derribado por la fuerza centrífuga de uno de los proyectiles. El impacto contra el suelo lo llevó a fregar varios metros de este con la espalda. Su adversario cargó contra él, dando un salto en el aire y levantando en alto un hacha de cerca de un metro y medio de diámetro. —Fuiste un necio cuando luchamos la primera vez. Y ahora lo sigues siendo. ¡Muere! —rugió con tanta bravura que de su boca escaparon varios proyectiles de saliva ácida que impactaron sobre la sombra del espadachín.
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Este había escapado rodando sobre su dorso durante varios metros antes de toparse con la puerta. —Muy lento —añadió la atacante al liberar un golpe en posición horizontal que destrozó el obstáculo. Shusaku había burlado a la muerte agachándose en el último momento y haciendo acopio de sus fuerzas restantes para ganar los ángulos muertos de su contrincante. —Sería una deshonra matarte por detrás. Pero, antes de continuar con la pelea, impostora. Dime que has hecho con Dalla Bertghora, tú no eres esa Skaldmö —ordenó notando como los músculos le ardían por todo el esfuerzo realizado a lo largo del día. —Únicamente eres bueno cuando se trata de luchar, ¿me equivoco? —replicó con una burla antes de girar de improviso sobre una pierna y hundir el pie en la boca del estómago de su adversario, consiguiendo que soltara las dos armas. —Sería muy fácil matarte ahora mismo. No obstante, los dioses no me reservarán un lugar en el Valhalla si te liquido sin que puedas oponer resistencia —la guerrera nórdica lo invitó a un duelo de fuerza, sus dedos pálidos sobresalían de los desgarrados guantes de piel. Sintiéndose insultado ante la insinuación que una dama, por muy beligerante que se mostrase, era más fuerte que él, no rehusó la oferta y encajó su mano con la de su contrincante. Ambos impulsaron sus cuerpos hacia delante ejerciendo la máxima presión que pudieron. —Dime que has hecho con Dalla Bertghora antes de que te haga arrepentir — amenazó el espadachín, quien sentía crujir los dedos de ambas manos bajo la presión de unos músculos que iban más allá de las fuerzas que le restaban. El japonés sentía que sus manos no soportarían mucho más ese estilo de pelea reclinó la cabeza hacia atrás para descargar un poderoso cabezazo contra el cráneo de su enemigo. Un estruendo hizo retumbar la sala, ambos ojos se miraron desafiantes, ninguno de los dos parecía haber sufrido mella en el impacto. El varón tragó saliva y repitió la operación como si de un pájaro carpintero se tratase sin lograr resultado. —¿Eso es todo lo que sabes hacer? —se interesó por él con sarcasmo. —Chikushoume Shine —gruñó él para alzar la pierna derecha, romper el agarre de la mano izquierda y tomar de improviso el brazo que tenía agarrado para proyectar a su pesado adversario con todas sus fuerzas. Shusaku descargó toda la energía que le quedaba en aquel movimiento, una oleada de dolor recorrió toda su figura mientras él mismo era arrastrado por el peso del adversario. Los ojos del guerrero se abrieron como platos ante el intenso dolor que recorría su brazo. Sonriente, Dalla volvió la cabeza para ver a su enemigo. —Por fin —exhaló el guerrero cuando vio como el suelo cedía bajo el cuerpo del adversario. El piso colapsó tras el resultado final del movimiento, Dalla observó a su adversario, quien se había quedado sin energías y caía en picado hacia un gigantesco caldero verde. Ambos contendientes impactaron contra sendas superficies.
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—He ganado, una pena que no pueda reclamar tu cabeza como recompensa —se vanaglorió mientras el cuerpo inerte de su adversario burbujeaba dentro del tanque de biofluidos. Tras observar cómo el nipón se hundía, ella se despidió con la mano del guerrero. Sin embargo, tras dar unos cuantos pasos se detuvo y se volteó. —Shusaku. Shusaku. Shusaku —lo llamaban voces desde dentro del contenedor. Su cuerpo había dejado de respirar, su cerebro se estaba apagando y el corazón había dejado de latir. Sus oídos todavía funcionaban de forma extraña. Oía un remolino a su alrededor «¿Habré muerto ya? ¿Es esto Yomi?», pensó sin poder moverse. —Shusaku. Shusaku —las voces arrastraron su nombre con un tono tenebroso dentro del torbellino ácido. —No estás en el Yomi. Es hora de que aceptes que los cerezos nunca volverán a florecer —añadieron las voces al unísono. —Destruir a la humanidad… —replicó volviendo a abrir los labios. —Lo harás… —con estas palabras la espiral empezó a girar con más velocidad alrededor del centro de gravedad. Su adversario sintió un frío espectral en la columna. Una sonrisa se dibujó en sus labios, extendió sus brazos a ambos lados y atrajo dos enormes hachas con una fuerza sobrenatural. El cristal protector del tanque se empezó a resquebrajarse desde el interior. Un espectáculo de relámpagos y gritos desgarradores por parte del guerrero, cuyos ojos se abrieron nuevamente con un esplendor de color púrpura. —Dalla… —suspiró el guerrero mientras el estanque contenedor de líquidos se resquebrajaba. De pronto, la radiación del lugar comenzó a aumentar, calentando la fría sala hasta convertirla en un horno industrial. —Este es el guerrero que recuerdo —consideró mientras dirigía sus pesados pasos hasta el contenedor. Shusaku liberó un bramido tan fuerte que resquebró la poza hasta romperla totalmente. Con la carne arrancada del rostro y el cuerpo lleno de quemaduras negras sobre una nueva piel verde y escamosa, el espadachín únicamente conservaba la parte inferior de su kimono, que a su vez se mostraba desgarrada. —Malas noticias para ti, impostora. Este baño me ha revitalizado, es hora de acabar con esta farsa y que me digas que has hecho con Dalla. —La desafió desenvainando ambas hojas, las cuales brillaban fruto de la radiación. —Basta de cháchara. —Se abalanzó sobre él balanceando primero el hacha derecha en horizontal. El filo rozó el cuello del samurai, quien había doblado la espalda hacia atrás para evadir el golpe. Un hilo de sangre verde brotó de la herida y manchó el rostro pálido de la nórdica mujer, quien soltó una grotesca carcajada. El contendiente recuperó una posición de guardia sin dar la mayor importancia en la herida, algo dentro de su cuerpo había cambiado.
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«Las hojas han adquirido vida propia», se percató mientras las sentía sacudirse dentro de sus puños. —¿Olvidas el origen de tus armas malditas? —susurraron nuevamente las voces en su cabeza. Shusaku se quedó congelado durante varios segundos, instante en que fue golpeado en la boca del estómago y salió despedido. Sacudió su cabeza intentando recordar. —El templado de veinte almas. Fueron necesarios los cuerpos de veinte maestros armeros para que la magia de los kami quedara sellada en el hierro —contestó el guerrero. —Recuerdas bien, ahora vives en la deshonra, has regresado a la vida tras ser asesinado por una mujer, levántate y recupera tu honor tomando su cabeza —le hablaron al unísono aquellos quienes sacrificaron sus vidas para lograr templar las armas con las que los tradicionalistas esperaban que detendrían la marcha de la evolución genética. —Hágase su voluntad, maestros —contestó mientras mantenía los ojos cerrados y envainaba la hoja corta. —Necio… —murmuró su contrincante, quien, aprovechando la ceguera voluntaria del japonés, descolgó un cuerno de guerra de su cinturón. Shusaku, quien había envainado sus armas, se preparó para fundir sus sentidos con la sala. Respiraba de forma pesada, sintiendo el corazón bombear sangre podrida absorbida recientemente. Un hedor de muerte y de residuos experimentales irrumpió por las fosas nasales del meditador. —Dos olores nuevos. ¿Acaso no te vales tu misma para acabar conmigo? — preguntó mientras avanzaba lentamente con la hoja inclinada hacia delante. —Sobrestimas tus habilidades y ya te he machacado una vez. ¿No vas a pelear de guisa seria? —se mostró iracunda mientras extendía el dedo índice, ordenando a dos réplicas suyas con el pelo de distintos colores. —Venid —ordenó el guerrero con una sonrisa en sus labios. Clavando sus pies en el suelo, llevando la mano a la empuñadura y conteniendo la respiración pudo escuchar como una gota de sudor recorría su mentón y caía al piso. Su sentido del oído, ahora perfeccionado, dibujó en su mente las figuras de sus adversarias. —Tres, dos, uno —contó con voz baja antes de agachar el cuerpo hacia delante y dibujar un tajo frontal que cortó las cinturas de ambas por la mitad. —Yo gano —murmuró confiado antes de percatarse que una figura esquelética blanca volvía los troncos a las caderas de las guerreras, quienes descargaron sus armas sobre la columna del luchador. —¿Qué diablos? —gruñó mientras trataba de zafarse de las armas clavadas en su cuerpo. —Has tardado, pero has descubierto el secreto. Somos los Bioniscolopetia, tú vas a formar parte de nuestra colección de campeones para dominar este mundo y los demás planos existenciales.
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—Ahora mismo nuestro veneno estará destruyendo tus defensas y pronto anidará una cría que te controlará —aclaró Dalla, quien se acercó a él lentamente y lo tomó por el cuello alzándolo.
Entonces abrió su boca y un ejemplar de grandes dimensiones del parásito se alzó hasta alcanzar el piso mayor. —No esperaba tener que recurrir a esto, aunque no me queda otra. Yo, Shusaku Ooi, natural de la extinta región de Kyoto, hijo de Takenori Ooi, renuncio a mi humanidad para poder combatir al fuego con fuego —habló para sus adentros mientras su corazón latía a tal temperatura que parecía que fuera a fundirse dentro de él. El guerrero empezó a irradiar una luz biológica que obligó a sus captoras a retroceder. La piel de su desgarrado rostro se empezó a regenerar adoptando la forma de una máscara tengu, la cual adoptó un color ocre. Su figura perdió masa muscular en todo el perímetro, emergiendo de la piel una armadura primitiva japonesa, las heridas abiertas en su cuerpo supuraron y liberaron vapor caliente para terminar cerrándose. —Ya no soy Shusaku Ooi, ahora soy… algo más. Un ser superior que ha renunciado a su último rescoldo de humanidad para meterte la mano por la garganta y arrancarte ese engendro que tienes por columna vertebral. —Lamentarás haber profanado el cadáver de Dalla —amenazó tras desperezar el humeante brazo derecho moviendo la hoja. —¡No me esperéis! ¡Atacad, idiotas! —gritó el ser desde dentro del cuerpo de la guerrera. El ser resultante de la renuncia agarró el mango de la hoja con fuerza, realizó un corte en la palma de su mano. A continuación, proyectó la sangre verde que cegó y quemó los ojos de ambas contendientes. Todavía con los ojos cerrados, dio un gran salto, apoyó ambos pies sobre las cabezas de sus rivales y miró de frente al enemigo, quien blandió una gran hacha. Ambas miradas brillantes de odio chocaron en los tres metros escasos que los separaban. Shusaku desenvainó ambas espadas mientras flexionaba las piernas para tomar impulso contra su adversario. A media carrera, Ooi vio como el filo del hacha corría cerca de su rostro, a la altura de la mandíbula en posición horizontal. Él, dispuesto a asestar el golpe de gracia, atrapó la hoja de la cuchilla con los dientes y la mordió con tal fuerza que, junto al ácido que desprendían sus encías, se partió. —Esto… termina aquí… ¡Corte del sol naciente! —gritó el espadachín con las hojas en alto y rajando el cuerpo del adversario en tres mitades. La criatura escapó del cuerpo de Dalla, quien extendió su mano en un acto de desesperación. Por un segundo, el nipón creyó que había recuperado la conciencia, sin embargo, poco duró su sorpresa. Un agujero negro apareció de repente, dentro del mismo surgieron varios tentáculos con rasgos de ciempiés que los atraparon en un asfixiante abrazo y los tragaron hacia el interior del portal. Luego, se hizo el silencio, sin quedar rastro de ninguno de los dos contendientes.
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Shusaku Ooi Albert Gamundi Sr. 3-Campeón de Xirtra
Shusaku sufrió un dolor semejante al de la carne siendo arrancada de sus huesos. Se había desmayado tras soportar una fuerte gravedad mientras había sido arrastrado a aquel lugar desconocido. Sus piernas se hallaban atrapadas por dos cadenas a la altura de los tobillos y de las rodillas, de su cintura colgaban todavía sus dedos espadas envainadas. El samurai se puso de pie cuando el guardia de la prisión se acercaba por el angosto pasillo. Un olor ácido y cargante para el olfato se acercaba a través de unos pasos que emitían un ruido quebradizo. De pronto una criatura con cuerpo antropomorfo, cabeza de ciempiés y brazos de mantis religiosa observó al guerrero nipón desprendiendo una sensación de desprecio hacia el reo. —La princesa reclama tu presencia en la arena. No hagas nada estúpido o lo vas a lamentar —le habló directamente una voz en su cabeza que parecía proceder del aterrador guardián. El recién llegado cayó de rodillas como si se hallara poseído por otra poderosa fuerza gravitatoria capaz de dejarlo fuera de combate. En ese instante la puerta se abrió lentamente. El orgullo del supremacista nipón, herido por esas palabras escuchadas, lo impulsó a atrapar el cuello de su adversario con un brazo para cortarle la respiración, mientras que su extremidad libre golpeaba su estómago para privarle de aire. Pero su carcelero era consciente del riesgo que corría al tratar con el nuevo juguete de la princesa Xirtra y había tomado medidas liberando una fuerte corriente de electricidad estática que paralizó el sistema nervioso del espadachín. —Te dije que no cometieras ninguna necedad. Ahora camina —ordenó telepáticamente el adversario. Durante unos minutos obedeció mientras decenas de manos y ruegos desesperados salían entre las rendijas biológicas y dentadas a ambos lados del pasillo que formaba parte de un complejo mucho mayor. El espacio en el que se hallaba era lo suficientemente reducido como para no poder blandir la katana, así pues, debería hacer uso de la wakizashi, la hoja corta. Estaba dispuesto a hacerles pagar caro el error de haberle dejado libres las manos. Shusaku esperó hasta el momento en el que pudo vislumbrar una poderosa luz, parecía proceder de antorchas que iluminaban un enorme recinto, tal vez era alguna clase de arena de combate. El espadachín se sintió tentado de decapitar a aquella tan extraña como grotesca criatura por la espalda, pero tanto su moral como su sistema nervioso le impedían hacerlo. Sus piernas parecían moverse por inercia a medida que se acercaba a su destino fatal. Tan pronto como pudo poner un pie en la zona de combate notó como una ovación de odio se lanzó hacia él. Centenares de miles de seres prácticamente idénticos emitían 135
ruidos guturales con tal ritmo que parecía que se comunicasen en un lenguaje. El guerrero caminaba por un puente sobre un foso de cadáveres que eran devorados por decenas de enormes fauces con espinas entre las encías que desgarraban la carne. El campo de batalla, en apariencia circular se transformó de repente en una plataforma triangular que incrementó la peligrosidad del lugar. Su acompañante sacó una pequeña llave de entre su piel y lo liberó de sus cadenas, recobrando así su libertad de movimiento. En la grada, lo que parecía una mujer de la denominada raza de los Bioniscolopetia, vestida con unas ropas de color morado y granate alzaba veinte brazos. Una tiara con una gema de color blanco en el centro destellaba en su cabeza. —Ni se te ocurra perder el combate. Hazlo y vas a sufrir el peor de los tormentos —le habló una voz de forma telequinética desde el palco. Shusaku dirigió la mirada a su interlocutora y sintiendo insistentemente esa enorme presión que lo había doblegado anteriormente, hincó la rodilla en el suelo apoyándose en el puño mientras aquellos ojos negros y brillantes no dejaban de mirarlo. Sintiendo auténticas ganas de devolver toda clase de bilis por la boca, su estómago se revolvía ante la enésima humillación sufrida mientras el público coreaba a un segundo contendiente, quien con paso firme se acercaba a lo largo del puente tendido en otro extremo del recinto. Un hombre de cuerpo bien musculado y de color negro como el carbón, llevaba el cráneo de un león a modo de máscara, mientras hacía danzar una lanza sobre su cabeza. A su vez, sujetaba un escudo alargado. Una ola de escupitajos voló desde las hileras de asientos, veloz como flechas disparadas para caer sobre el contendiente, quien a su vez mantenía la cabeza baja y apretaba con fuerza la manilla del escudo. —Ese es Bakhit Aleia, uno de los mejores guerreros del continente asado. Todavía no ha conocido la derrota y es la mejor apuesta del general Bursigojo — volvió a hablarle la voz de la princesa, esta vez transmitiendo en su cabeza la figura de un ciempiés antropomorfo con cabeza de escarabajo y una armadura de aspecto oxidado. El gladiador hizo caso omiso del mensaje, se sentía seguro de vencer frente a una raza que consideraba inferior. Era suficiente con que no fuera japonés como para sentirse con las garantías de poder ganar sin demasiados problemas. A su vez, una tercera puerta se abrió, de ella empezaron a salir una gran heterogeneidad de personalidades con cadenas en las manos, el cuello y en los pies, todos ellos parecían humanos modificados genéticamente. El recién llegado enseguida entendió que todos ellos formaban parte de las cúpulas que todavía seguían en pie a pesar de las guerras, tensiones internas y las inclemencias del clima, no era el único que se dedicaba al exterminio de los humanos. Con paso apresurado y con una aparente tensión en sus movimientos, los contendientes convertían sus extremidades en toda clase de útiles biológicos mortales. Pronto comprendió que esa evolución se debía a que se estaban convirtiendo en nuevos títeres como Dalla. Los gritos de jolgorio del público no se hicieron de rogar, esta vez
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sonaban de una forma ahogada en su propia baba, resultando un cántico que provocaría que el más testarudo desconocido tratase de entenderlos. Cerca de cincuenta contendientes entraron en la plataforma de batalla, tan pronto como terminaron de cruzar el puente, las pasarelas que los habían llevado hasta allí se retiraron con celeridad, dejándolos atrapados a todos en aquel coliseo. La princesa Xirtra palmó tres veces con cierta desgana, se levantó, elevó su cabeza al techo, el cual estaba rematado por una enorme rosa de cristales y dirigió hacia ella su kilométrica lengua bífida con patas de ciempiés, provocando un sonoro impacto que dio la orden para iniciar la trifulca. En ese instante todas las luces se apagaron y miles de ojos rojos empezaron a brillar con un fulgor sanguinario en la oscuridad. —Necios —murmuró el espadachín, quien se llevó la mano la wakizashi para cortar una garganta enemiga del enemigo que le atacó por la espalda. Los ojos del guerrero eran capaces de “ver” en la oscuridad debido a que su afinado oído le permitía detectar los movimientos a través del ruido de los músculos. Sin embargo, eso no le ahorró que un enemigo que utilizaba un par de ganchos gemelos saliera a su encuentro para rebanar su cabeza. Shusaku dio un paso atrás para inclinar su espalda a cuarenta y cinco grados para esquivar los veloces ganchos, los cuales le atacaron con un movimiento circular. Uno de ellos le rozó la nariz, provocándole una pequeña herida y tensando totalmente el cuerpo del guerrero. Tras el ataque permaneció en la postura durante tres incómodos segundos antes de enderezarse, envainar sus armas y cambiar su estrategia para hacer frente al oponente. Primero extendió sus brazos sin perder de vista al enemigo, luego adoptó la posición de guardia con las palmas abiertas. Aquel gesto provocó que la gran mayoría de los ojos de los espectadores se clavaran en él. Siendo consciente de la situación, sintió como su ego empezaba a crecer nuevamente. No obstante, por fin había aprendido de la historia como para relajarse y convertirse en fuego en el combate. Su enemigo era un monje parasitado, varias extremidades de ciempiés sobresalían por algunos de sus agujeros, sus ropas naranjas estaban desgarradas y le faltaba la mayor parte de la musculatura, siendo prácticamente hueso y restos podridos de lo que antaño había sido un humano. Luego dio un paso adelante, listo para atacar, pero su oponente se adelantó y empleó los ganchos por separado. Los golpes con los ganchos gemelos que utilizaba el monje venían a gran velocidad en todas direcciones, a pesar de ello, el guerrero iba esquivando los movimientos al reconocer un patrón de desarrollo en ellos. Tenía un plan en mente que le permitiría acabar la pelea de un solo golpe y estaba dispuesto a lograr la victoria gracias a él. Su enemigo empezaba a mostrarse molesto e inquieto al no poder encajar ningún golpe, más cuando en medio de esa danza en la oscuridad empezó a notar cómo los golpes eran bloqueados a la altura de las muñecas. Aquel gesto provocó un cambio en el patrón de ataque, rebanándole a Shusaku los dedos índices, corazón y anular, a lo que el samurái gritó con tal fuerza que sacudió con su potente voz a todos los combatientes. El monje fue ovacionado desde el público. El tiempo se detuvo un instante para él, quien dejó de respirar y acarició sus extremidades perdidas. Su corazón bombeó sangre con pesadez, su mano tembló 137
bruscamente y un poderoso hedor empezó a emanar por los poros de su piel, entonces sintió un poderoso calambrazo en todo el brazo, provocando que de él nacieran nuevas partes idénticas a las perdidas. Tras un instante, el guerrero se desvaneció, su adversario miró en todas direcciones hasta que reparó en que un destello venía. No tuvo tiempo en reparar cómo fue cortado en dos mitades poco antes de ser dividido en otros ocho cuartos gracias a la rápida técnica de espada provocada por un subidón de adrenalina. —Rayos, esto consume muchísima energía —murmuró sin pararse a celebrar para atrapar a un contendiente que volaba despedido por el cráneo y partírselo con una sola mano. El guerrero africano miró con desprecio al espadachín antes de hacerle una provocación con la cara. El interlocutor no hizo ascos a la oferta para entrar en combate, sacudió la sangre todavía fresca de la katana y desenvainó la wakizashi para cargar enérgicamente y movimientos gráciles a sus adversarios. En su danza realizaba cortes limpios que cuando no separaban la cabeza del tronco del otro, dejaban que esta colgase de un lado, derivando en una orgía de sangre ácida que salpicaba a todos los contendientes. Las chispas saltaban con los pocos impactos que eran bloqueados, la ferocidad del samurai impedía que el resto de adversarios pudieran lucirse en la trifulca, provocando así la indignación del público, quien se hallaba en contra del novicio. Alzando su poderosa defensa, el africano bloqueó una tormenta de cortes verticales y diagonales con ambas hojas. El adversario no se inmutó en absoluto y devolvió el impacto con una sacudida de su arma. El atacante dio un salto hacia atrás para recuperar la compostura. Bajo los pies del guerrero, el suelo empezó a agrietarse emergiendo chorros de un color dorado de allí, los cuales adoptaron la forma de lanzas. Shusaku empezó a dar volteretas para esquivar las estacas, cada una más cerca de su rostro. —Me estás haciendo quedar en ridículo. Tráeme la cabeza de Bakhit Aleia, inútil —le ordenó telepáticamente su regente. Su adversario le dedicó otra burla, ahora sonora y con un burlesco baile sobre una pila de enemigos que había abatido. El espadachín sintió cómo los espíritus de los maestros forjadores de sus hojas se removían en su interior buscando apoderarse de su cuerpo. El portador de las armas forcejaba con su voluntad para que su cuerpo no se transformara como en el encuentro contra Dalla. Estaba determinado a dominar las voluntades de quienes le habían concedido ese impío poder y a escapar de aquella prisión, llevándose por delante a sus captores. El guerrero retiró la cabellera hacia atrás, escupió sangre y recuperó la compostura ante una prácticamente despejada plataforma de combate dónde únicamente quedaban unos pocos oponentes, quienes eran los más fuertes del recinto, destacando entre ellos Bakhit y Shusaku. Una música de percusión de tambores acompañó un rápido esclarecimiento de la sala en la que tenía lugar el combate. Los ojos de los contendientes empezaron a sentirse molestos con la nueva iluminación. El espadachín entendió que aquello era una trampa impulsada por los anfitriones en el campo de batalla.
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En ese instante, algunas de las baldosas empezaron a desprenderse, cegados por la repentina luz los contendientes bajaron la guardia, a excepción de los dos principales campeones, el japonés y el africano. Los pies del espadachín se despegaron de dos baldosas, su adversario se protegió los ojos con el escudo, había una apertura perfecta en su defensa. La cintura estaba descubierta al hallarse elevado el escudo en posición horizontal. Era el momento perfecto para aplicar un corte del sol naciente. Pero su adversario pudo escuchar sus desgastados pasos y dar un salto hacia atrás para colocar su lanza por encima de su hombro y asestar un ataque directo que acertó en el hombro del japonés. El africano soltó una risa sorda y se confió. «Ya me he hartado de este excremento carbonizado», pensó el herido luchador mientras sujetaba la estructura de la lanza con las dos manos. Las manos del samurai comenzaron a temblar, seguidas de sus brazos y sus piernas, todo su cuerpo estaba acumulando energía mientras forcejaba para que el hierro no llegara a alcanzar el hueso. El corazón del guerrero latía furioso, su sistema nervioso estaba reaccionando a una especie de agente paralizante en la punta del arma, su adversario se había estado burlando de él durante demasiado tiempo y debía hacérselo pagar bien caro. Soportando la presión de su pútrida sangre intentando sobreponerse al veneno, formó saliva en su boca y con un destello asesino en sus ojos escupió tres dardos salivales aprovechando la fuerza de todos los músculos bucales. Los proyectiles cortaron el aire a gran velocidad e impactaron en los glóbulos oculares del enemigo. El público se embraveció de rabia animando al nipón. La presión sobre la lanza se balanceaba de un extremo al otro del fatal puente entre ambos. Mientras uno de ellos estaba privado de visión, el otro se hallaba pugnando por mantenerse de pie sintiendo como las fuerzas empezaban a flaquearle. Como un eco, las voces empezaron a susurrarle dentro de su cabeza, él luchaba para que los espíritus de las hojas no tomasen el control de su ser. Consideró que debía haber otra forma de poder ganar, pero estaba demasiado ocupado haciendo presión para golpear el pecho de su enemigo con la culata de la lanza. —Gana esta maldita pelea, escoria —protestó una vez más la voz de la princesa en su cabeza, enfureciendo definitivamente al guerrero, quien se dejó llevar por la rabia. Finalmente, reparó en que la clave de la victoria no estaba en sus hojas, que eran una extensión de su brazo, sino que se hallaban en el regalo de Hachiman, el dios de la guerra. Un golpe cortante con los dedos de las manos rompió la lanza en mil pedazos, chorreando de ella una enorme cantidad de veneno. El samurai quedó empapado mientras sentía cómo el líquido escocía su piel, aquella sensación derivada de la belicosa escena lo hizo sentir feliz. Por propio instinto de supervivencia, el adversario se escondió tras su escudo sintiéndose protegido y riéndose enérgicamente a la espera de que su enemigo muriese por el veneno. Pero el veterano de mil batallas en las cúpulas ya se había cansado de jugar, la diferencia de tamaño jugaba a su favor y gracias a ella podía encajar patadas y golpes con los puños evadiendo el escudo. Los dos contrincantes volvieron a danzar sobre un cuadrilátero de combate hostil y lleno de surcos que los podían llevar a las terribles 139
criaturas del foso. No obstante, la pelea terminó repentinamente cuando el general Bursigojo, lanzó un furtivo dardo contra la pierna dominante del japonés. La dueña de la víctima protestó enérgicamente y una parte del público, pequeña, secundó la protesta. El guerrero africano atrapó a Shusaku por el rostro y con una colosal fuerza lo estampó contra el suelo. Su cráneo crujió y un pequeño hilo de sangre penetró en su cerebro. El veneno ya corría completamente por su sistema nervioso e impedía que sus músculos se movieran. Finalmente, su defensa colapsó y quedó inconsciente. —Esa sensación… —dijo mientras su adversario soltaba una tormenta de puñetazos pesados contra él. Su cuerpo empezó a latir una vez más, pero no era debido a los espíritus, su sistema inmunológico había tomado el control de la enfermedad transmitida. —¿Qué? —gritó el enemigo tan pronto como una rodilla se hundió en su estómago y ambos brazos fueron tomados por las muñecas. El severo rostro ensangrentado y con la piel medio arrancada del japonés tenía un aspecto tan siniestro que era capaz de congelar al corazón más aguerrido. En ese momento, Bakhit y Bursigojo descubrieron lo que era el verdadero terror. Apoyando una pierna en la boca del estómago, le arrancó los brazos de cuajo liberando un torrente de sangre que alcanzó al público. El veneno se había convertido en el motor de la venganza del campeón nipón, le hacía sentir las extremidades tan ligeras que las variadas y pesadas patadas que asestaba a su adversario desafiaban a la gravedad del recinto. El africano, ya convertido en un saco de entrenamiento, rogó por su vida. El oponente desenvainó la hoja larga y la puso en la frente de su adversario mirando al público. La princesa asintió con una sonrisa leve. En ese momento se formó un pequeño vínculo de maldad entre ambas personalidades. El espadachín envainó el arte, dio la espalda a su adversario y caminó dos pasos. En un acto reflejo, se giró y liberó una patada filomena en posición diagonal, la impactó la base del cráneo del enemigo. La furia mandó a volar esa cabeza a las gradas, cayó a las faldas de su dueño. Ante la estupefacción del público, quien no aplaudió ni protestó, el vencedor de la contienda caminó cinco pasos hasta el puente opuesto hacia el que había venido y se desplomó fruto del agotamiento y de la pelea. —Shusaku Ooi, te convertirás en la piedra angular de mi gran plan. Sigue enfrentándote a tus demonios, lo estás haciendo muy bien. Pronto me podré alzar como emperatriz, gracias a tus primitivos valores —le susurró la voz a través de un letargo sin sueños mientras dos guardias lo arrastraban de nuevo a las celdas de dónde lo habían sacado.
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Selene David Sarabia Episodio 1: Selene y sus Mascotas Nocturnas
Harvey silbaba una melodía imaginaria. Sentado, con su codo pegado sobre el mostrador cerca de la caja registradora, y con el puño en el mentón mostraba un gesto de aburrimiento desmesurado. Era miércoles por la noche, mitad de la semana, cuando el comercio está prácticamente paralizado. Faltaba una hora para cerrar las puertas del negocio de conveniencia, y al parecer, esos sesenta minutos que restaban iba a sentirlos como si fueran sesenta horas. Volteó hacia atrás para ver las manecillas del reloj fijado en la pared. El minutero avanzaba lento, tanto que su engranaje principal parecía estar atascado por costras de polvo. Para incrementar la molestia, su móvil carecía de datos y el internet era exclusivo para el sistema de cómputo de la franquicia, sin acceso a los buscadores y a las redes sociales. Lo único que se le ocurrió fue dejar de silbar. Para hacer llevadero el tiempo puso música en su celular, algo de reggaetón. Cuando la canción comenzó, cerró sus ojos para imaginarse en medio de una pista de baile, rodeado de jóvenes veinteañeros como él, eufóricos y extasiados por el ambiente; se miraba a sí mismo meneando la cadera hacia enfrente y hacia atrás, tallando con su bulto el trasero empinado de una mulata exuberante, quien lo movía con una cadencia que hacia vibrar su cuerpo, el cual, le transfería una electricidad erotismo al por mayor, provocando que su entrepierna se endureciera como una barra de acero. Harvey abrió sus ojos para maldecir con insultos a su mala fortuna, salpicando de paso a la empresa. —¡Rayos, estoy aquí por ser pobre! —dijo—. Maldita mi suerte, maldito sistema opresor neoliberal, maldita franquicia de mierda que esclaviza a sus empleados. Después de escupir su torrente de improperios, se serenó sin dejar escapar en su imaginación a la exuberante mujer con su enorme trasero, quien seguía meneándolo ajena a las penas de su imaginante. «¿Qué sería peor que el aburrimiento?», pensó, para después el mismo contestarse: «Un asalto». La sola visión de un sujeto con el rostro cubierto con un pasamontaña y encañonándole con un revolver lo hizo temblar de pies a cabeza, espantando a la mulata, la cual se esfumaba como niebla arrasada por un viento mágico; y quedaba solo ante el delincuente, quien seguro no dudaría ni un ápice en jalar el gatillo si fuera necesario. «¡Rayos, para qué pensé eso!» Del aburrimiento, pasó al miedo. Un escalofrió lo recorrió cómo si se tratase de un enorme arácnido que había escalado su espina dorsal, picando con sus frías patas cada vertebra.
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Llegaron a su mente como mal augurio noticias recientes sobre la ola de asaltos con violencia. Algo nunca visto en años anteriores debido a que la ciudad era pacifica, pero de un tiempo a la fecha parecía que la gente había enloquecido; dos noches atrás, un empleado como él, murió acribillado por un par de sujetos quienes se robaron varias cajas con cerveza. El fin de semana pasado: un taxista fue degollado por un drogadicto, quien decidió que era mejor eso a dejarlo vivo y quizá perder parte del dinero destinado para su dosis en un probable enfrentamiento. También, un adolescente, que ayudaba en las labores de limpieza de una farmacia, cayó muerto debido a una docena de puñaladas, igual, por un asaltante solitario y esquizofrénico. Era el nuevo inferno moderno, asfaltado y adornado por las luces eléctricas que ahuyentaron a los oscuros miedos del pasado para traer al presente a un terror encarnado en la locura misma. Harvey tragó saliva, miró a la pantalla de seguridad para revisar lo que las cámaras registraban en el exterior. La pantalla en cuatro secciones mostraba en la parte izquierda superior el estacionamiento frontal —ni un solo automóvil—, el costado derecho grababa el lóbrego callejón, el izquierdo inferior la calle Amparo Dávila, la cual estaba sin tráfico. Y la derecha inferior la entrada principal donde también él se podía saludar a si mismo mirando hacia la cámara ubicada a su espalda, escondida entre los estantes de vinos. Nervioso, salió del mostrador. Antes de pasar por la puerta doble ajustó su uniforme rojo y su gafete. Quería echar un vistazo con sus propios ojos. Estaba convencido de que las cámaras tenían puntos muertos, desventaja que cualquier delincuente aprovecharía para agazaparse, observar, y esperar el momento oportuno para atacar. Empujó ambas puertas, atravesándolas. Caminó temblando, pero a paso decidido para detenerse en medio del estacionamiento. Miró a la calle de enfrente, después la del costado: solo alumbraban dos postes de luz los alrededores de la tienda, dejando espacios en penumbras y otros totalmente sumergidos en la oscuridad debido a que la noche carecía de luna en un cielo totalmente negro. Se abrazó y se dijo: —Mañana renuncio. —Se dio la vuelta regresando por el estacionamiento. Antes de posicionarse detrás de la caja registradora, dio un vistazo general a los pasillos con estantes repletos de comida chatarra, revistas, enseres desechables, máquinas para hacer hot dogs y palomitas. Al fondo, los refrigeradores con bebidas alcohólicas y gaseosas refrescantes lucían tranquilas en espera de un cliente que anduviera la deriva en medio de la noche. Al cerciorarse de que el lugar estaba solitario, tal como lo había dejado antes de salir, se reintegró a su puesto de trabajo. Apagó la música y guardó el teléfono en el bolsillo de su pantalón. Antes de colocar nuevamente el codo sobre el mostrador, una imagen en el monitor hizo que su corazón diera un vuelco: una figura femenina vestida de negro surgía como una aparición desde la parte más oscura del callejón. —¡Carajo! —dijo. Por un instante, la leyenda de la llorona aparecía en su mente como un recuerdo que lo aterrorizaba en aquellas noches frías de inverno cuando era niño, en las cuales conciliar el sueño había sido una cruenta batalla entre cerrar los ojos
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y quedarse despierto a la espera del llanto de la muerta, quien seguramente asomaría su rostro pálido para verlo a través de la ventana, para después entrar y jalarle los pies. Pero ahora era un joven, delgado, pero fuerte. Aquella mujer no era la llorona que poblaba los cuentos de la abuela que tanto le asustaban. Era real. La figura llegó al área alumbrada y siguió avanzando. En la siguiente cámara, la del estacionamiento, pudo ver con claridad a una mujer; quien vestía una falda larga sucia como las húngaras, y una camiseta al parecer negra, quizá de mugre. El pelo largo, de un rojizo oscuro, tieso de polvo. Después no hubo necesidad de ver el monitor, giró su atención hacia las paredes de vidrio y la puerta de vaivén la cual se abría siendo empujada por la extraña mujer. Los nervios de Harvey comenzaron a disiparse para dar paso a la sorpresa por tan singular visitante. La mujer o muchacha, tenía una estatura pequeña y un cuerpo menudo; él media 1.76, y la supuesta clienta estaría a la altura de sus hombros, comparación que lo hizo sentirse muy alto, a sabiendas que no lo era. La vagabunda —su apariencia le confería ese adjetivo— se detuvo hasta quedar casi frente a Harvey, separada la distancia por el mostrador. Le dedico una mirada fugaz llena de perspicacia, después se dio la vuelta y se adentró a los pasillos. Sus pasos eran lentos, calculadores. Ella miraba la mercancía de arriba hacia abajo, de un lado a otro. Giraba su cabeza mirando los estantes buscando algo que le interesara. Harvey comenzó a sentir nervios de nuevo. Al ver cómo la mujer se dirigía en línea recta hasta el fondo. Llegó, dio vistazo general y abrió la puerta de los lácteos. Ella tomó un galón de leche, el cual descaradamente destapó para después empinárselo. —¡Hey, no puede hacer eso! —dijo molesto. En ese momento no sabía cómo proceder. Si ir a quitárselo y correr a la mujer a empujones o accionar el botón de pánico para que la policía hiciera el trabajo que le correspondía. La segunda opción era la correcta. Deslizó su mano temblorosa hacia abajo y… La mujer estaba nuevamente frente a él. Harvey parpadeo estupefacto. «¡Rayos, qué fue eso, parece que se movió a la velocidad de la luz!» Al tenerla nuevamente de frente, miró un poco hacia abajo para encarar su mirada. Era una muchacha, posiblemente muy blanca, pero con la piel sucia por manchones al parecer de grasa negra y tierra, como si se tratara de maquillaje de guerra. Sus ojos eran de un color verde muy bonito, los cuales miraban con un atisbo de intensidad, tal como los de un felino que observa con curiosidad, sin decidirse, sí saltar o no sobre algo que le llama la atención, solo para jugar un rato. En ese momento, algo le dijo que él era ese juguete elegido. —Mi nombre es Selene —dijo con una fina voz aterciopelada, como si fuera una doncella de la nobleza—. ¿Y tú? —Leyó el gafete con su vista y cuando terminó sonrió. Seguía siendo la sonrisa de un felino, cosa que a Harvey no le agradaba. Selene lo ignoró y caminó de nueva cuenta hacia los estantes. Manoteó un par de bolsas grandes de papas fritas. Agarró también varios paquetes de galletas, comida enlatada para gatos, un poco de pan y sacó de la vitrina otro galón de leche. En el suelo estaba el primero, totalmente vacío, el cual Harvey nunca vio vaciarse. La chica vagabunda regresó con todas las cosas, se detuvo frente a Harvey, levantó sus brazos a 145
la vez que se paraba en puntillas para alcanzar el mostrador y los abrió dejando caer la mercancía. —Tienes que permitir que me lleve estas cosas, me las vas a regalar. Sé que no son tuyas, pero igual, la empresa te las va a descontar de tu sueldo —dijo Selene mostrando un brillo en sus ojos—. Sé un chico lindo. Del miedo a los nervios. Después, el coraje apareció de súbito. Sopesando que podía controlar la situación ya que se trataba de una chica pequeña, una adolescente que quizá estaba un poco desubicada y con los tornillos flojos. —¡LARGO DE AQUÍ, MUGROSA! Algo saltó desde el piso. Una enorme gata negra de angora trepó al mostrador, con los vellos del lomo erizados, los ojos amarillos brillosos, siseando agresivo a la vez que mostraba sus dientes alejando a un joven Harvey que golpeó con su espalda el mostrador de vino, arrojando al suelo algunas botellas, las cuales se quebraron con estrepito derramando el contenido. «¡Son solo una maldita gata y una chica loca!», pensó encolerizado. Envalentonado, sacó de su interior al macho mexicano que en él dormía, quien despertaba dispuesto para correrla a patadas. Tenía que hacer algo, la situación ya era un desastre. Salió del mostrador dispuesto a darle el primer empujón, no sin antes señalarla con su dedo en ademan de advertencia, y cuando lo hizo, quedó paralizado. Ahora, los ojos de la chica eran de un verde intenso, insólito, pero lo realmente perturbador eran sus pupilas circulares, las cuales, al hacer contacto visual, se transfiguraron alargándose en forma vertical y elípticas. Eran hipnóticos… Un coro de maullidos hizo que su atención se desviara. Otros ojos también lo observaban como depredadores. Harvey miró hacia las paredes de vidrio y a la puerta abierta de par en par. En el estacionamiento, más de una docena de pares de ojos que reflejaban la luz flotaban en la oscuridad como luciérnagas. Ese descuido fue aprovechado por la gata de angora, el cual saltó aterrizando sus afiladas garras sobre el pecho y la nuca de un Harvey que comenzaba a gritar de dolor y terror. Quiso quitarse al gato enterrando sus dedos en el lomo del animal, al jalarlo, este hundió instintivamente sus garfios provocando un potente sufrimiento: Harvey gritó aún más al sentir como el filo de las uñas laceraba el hueso. Desesperado, escuchando sus propios gritos, trastabilló y chocó contra el primer estante el cual estaba repleto de bolsas de fritangas. Con el impacto, el estante se vino abajo y Harvey junto con él, cayendo encima de la mercancía. Lleno de nervios, movió su hombro, arqueándose para después apoyar su mano y rodilla sobre el piso. Con la mano libre trató de agarrar al animal por el lomo por segunda vez, pero este le mordió los dedos en el acto. Miró a la joven vagabunda, quien, complacida, solo observaba con sus espeluznantes ojos felinos. Después, su atención se desvió hacia la entrada de la puerta. Entró en pánico. Un gato cruzaba el umbral corriendo con la gracia de una pantera, el cual brincó y hundió sus garras en su tobillo. Otro animal, después otro; era una manada que invadía atropelladamente el local en medio de maullidos infernales. Aterrorizado, aglomeró su fuerza de voluntad y se 146
incorporó. Tenía que caminar hacia la caja registradora para accionar el botón que le salvaría la vida. Era lo único que su mente atropellada razonaba para poder sobrevivir a ese descomunal ataque gatuno. Al estar de pie, miró como una docena de animales entraban como jauría desbocada, con sus ojos amarillos brillantes y sus pelambres negros, los cuales, brincaban trepándose a sus brazos y piernas. Arañando, enterrando, desgarrando su uniforme, su piel, llevándolo a un nuevo dolor inimaginable, extremo. Selene caminó hacia la puerta para poder ver desde allí a la figura humana que tenía adherido al cuerpo una turba de gatos enfurecidos, la cual avanzaba con los brazos extendidos hacia los costados, caminando con paso lento, vacilante, balanceándose hacia los lados como si fuese una momia egipcia que hubiera despertado de un sueño de dos mil años. Harvey sintió cómo las garras del angora se hundían en su cuello y cómo estas recorrieron un largo trayecto hasta cortarlo de oreja a oreja. Fue cuando se dio cuenta que todo su cuerpo estaba empapado en sangre por las mordidas, desgarres y arañazos múltiples. Los dientes y uñas seguían clavados provocando ahora un mortal daño. Histérico, con una docena de mininos infernales colgando de sus miembros como adornos navideños, dio un par de pasos vacilantes. Y, a un paso de llegar al mostrador, se derrumbó de bruces. Derrotado, al borde de la pérdida de la conciencia, por su mente apareció un cartel que le anunciaba que era el final de su corta vida, la cual concluía sin pena ni gloria: desangrado, mordido, humillado. Dolor, inmenso sufrimiento instantáneo, fugaz, que daba paso a la oscuridad. Mujeres, amigos, música lasciva, borracheras y drogas, trucados en la aciaga noche. Harvey, con un costado de su cara pegada al suelo, suspiró dejándose arrastrar por las profundidades del sueño, un sueño del que quizá nunca despertaría. Abrió los ojos. Estaba de pie, detrás del mostrador, gritando con un tono agudo, femenino, enloquecido, lleno de horror. La gata de angora lo miraba con curiosidad mientras se lamia la palma de la pata. Y la mujer joven vagabunda le dedicó una sonrisa traviesa. —¿Y? —dijo—. ¿Me la puedo llevar? Harvey, quien se encontraba en shock, totalmente orinado, con los calzoncillos embarrados de mierda, dejó de gritar para contestar sin poder articular palabra alguna, debido a que su lengua junto con su quijada, estaban trabadas como si hubiera inhalado un gramo de cocaína. Como autómata contestó afirmando con la cabeza en un ademán mecánico, repetitivo, tal cual muñeco de feria averiado. Selene tomó todas las cosas abrazándolas felizmente, acunándolas como si se tratase de un bebé. Salió de la tienda de conveniencia con su gata tras ella. Cruzaron el estacionamiento. Dieron vuelta por el callejón internándose en él. Una docena de pares de ojos brillaron en la oscuridad. Ella sonrió y mentalmente se comunicó con sus mascotas, informándoles que el truco había funcionado de nuevo. Que estaban de suerte, y que había comida para celebrar hasta para aventar por los aires. Otra noche saldrían a merodear, quizá bajo la luz de la luna y las estrellas. Vagarían por las interminables calles de una ciudad enrarecida, mientras que la mayoría de sus habitantes, dormirían desconectados de la gris realidad de sus vidas. Por lo tanto, 147
ella y sus mascotas jugarían en medio de canciones imaginadas, poemas al aire, luces eléctricas luminosas, risas entre amigos, para después comer, cenar, y vivir cada noche como si estuvieran en su propio mundo sin existir un mañana. Siempre felices. Con comida gratis. Siempre y cuando la telepatía funcionara no habría necesidad de asesinar nadie. Por ahora.
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Selene David Sarabia Episodio 2: La noche de Halloween
«Soñar despierta usando la imaginación al límite; los poderes de la mente son insondables como el mismo cosmos, donde la negrura y la luz de las estrellas son el techo de una casa sin paredes…. No hay distancias, todo es relativo, incluso la muerte…», pensaba Selene, de pie, sobre un cobertizo de tablas roídas por las polillas de una casa abandonada. Descalza, enfundada en vestido negro y sucio de una sola pieza. Con su cabellera roja, ahora gris por el polvo de los días; sonreía como una niña que estaba a punto de entrar a un parque de diversiones. Miraba a los niños; algunos iban en grupos, otros solos. Unos cuantos acompañados por algún adulto. Todos disfrazados: batmans, supermans, vampiros, brujas, entre otros monstruos; Llevaban en sus manos calabazas de plástico repletas de dulces en mancuerna con el Treat or trick que canturreaban con festejo y algarabía. Aquellas voces de niños eran música para sus oídos, porque despertaban en ella a su espíritu travieso. Y esa noche, era una ocasión especial para realizar alguna broma. Bajó con prisa los destruidos peldaños y caminó por el césped con grama. Su gata negra de angora salió detrás de ella con la cola en alto como un periscopio. Selene se unió a los niños. Cantó el Treat or trick con voz angelical. Dio un par de pasos de baile alzando sus brazos. Después se detuvo, se paró en puntas y dio un par giros. Algunos niños le aplaudieron mientras la gata caminaba nerviosa esquivando a los chiquillos y a sus padres. Una niña de cabello rubio con dos colas, le jaló su negra falda para llamar su atención. Selene se detuvo, y miró como la niña le ofrecía una calabaza de plástico vacía: —Para que pidas dulces tú también, niña grandota —le dijo con un auténtico tono de inocencia. Selene sintió como su corazón latía de emoción. Con intensa alegría, se inclinó un poco, aunque ella era bajita, la niña era aún más a sus cinco años. Tomó con ambas manos a una calabaza que la miraba con sus ojos triangulares y su boca desdentada. —¡Gracias! —dijo agradecida, a la vez que esbozaba una sonrisa que venia del alma. La niña estiró su manita y acarició el rostro de aquella joven de rostro pálido y sucio, con mechones rojos y un poco desaliñada. —¿Eres una brujita? Selene titubeo un poco, después respondió. No le podía negar la respuesta a aquella angelita que le había regalado un trozo de inocencia y confianza. —Sí. Selene se puso en cuclillas para que su rostro quedara frente al de la niña. Se miraron directamente a los ojos, con curiosidad. Hubo conexión. La niña abrió su boca, 151
asombrada al ver como el par de iris de la joven se intensificaban en un verde intensamente mágico, como si se tratara de un foco que encendía lento pero brillante, enmarcando unas pupilas alargadas en vertical, elípticas. —Miau —dijo Selene guillándole un ojo y mostrándole un canino que mordía su labio inferior. —¡Hurra, lo sabía! —gritó la niña emocionada como si hubiera descubierto a su youtuber favorita en aquel mar de niños y adultos. «Me llamo Romina», se presentó con el pensamiento. «Y yo Selene», le contestó. Romina, feliz, le dio un beso en la mejilla a su nueva amiga sin importar tiznarse de polvo negro y se alejó perdiéndose feliz entre unos zombis y hombres lobos de todas las edades y tamaños. Selene estaba inmóvil, mirando, hacia la dirección que la niña había tomado. Aunque no estaba en su rango de visión, sentía y escuchaba su corazón latir eufórico; hasta pudo escuchar parte de sus pensamientos los cuales cabalgaban atropellados: «¡Es la mujer gata hechicera, es de a devis una bruja, no, hechicera, mi mami no me lo va a creer, es de a devis!» La gata de angora rasguñó el tobillo de su ama, quien al instante salía de su propio trance. Cortó conexión mental y miró a su minina quien le decía con sus ojos que se dejara de cosas y que mejor se dedicara a pedir dulces. Selene le dijo telepáticamente: —Camila, tienes toda la razón, hoy es una noche especial, hoy me camuflo y soy la niña que soy. Vamos, mi gata hermosa, que la noche de brujas es nuestra, divirtámonos y comamos hasta reventarnos, al final, cuando se oculte la luna. Se unió a un grupo de veinte niños que cantaban: «¡Queremos dulces de Halloween, si no nos dan, codos serán, y si nos dan, cooperaran para la fiesta de Halloween, HALLOWEEN!» Era como una procesión con un santo invisible. Marchaban por en medio de la calle, alzando sus calabazas, mientras, los adultos salían de sus casas dejando caer dentro de ellas, puños de dulces. Selene abría sus ojos asombrada al oír cómo estos sonaban en el plástico provocando una acústica que acariciaba sus oídos. Las calles flaqueadas por árboles y casas con jardines cuidados, adornaban a un bonito barrio, excepto por la casa abandonada donde ella se metía para dormir la siesta durante el día. Eran las nueve de la noche, pero como era Halloween no había problema que los niños anduvieran por la calle tan tarde, personificando espectros y otros monstruos. Por las aceras iban y venían adolescentes también disfrazados, y uno que otro adulto con alma juvenil. Interferencia… Señal mental enigmática… ruido extraño… vacío, cascaron, cosa viviente… Una cosa… Selene miraba con rapidez de izquierda a derecha, y en un momento dado, se giró en redondo a velocidad felina. Nada en la retaguardia; solo brujitas, zombis, adolescentes de civiles, algunos en bicicleta, otros bebiendo refresco. Dos autos pasaron lentos accionando los cláxones para abrirse paso entre los niños.
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Un hombre gordo disfrazado de policía. Lo atravesó con su vista barriendo sus pensamientos. Nada, era solo un hombre de buen corazón que adoraba a los niños porque no podía tener hijos, su esposa estaba detrás de él. La mente de Selene brincaba de cabeza en cabeza, escrutando, mirando, escuchando tratando de ubicar a la cosa. Con urgencia, avanzó abriéndose paso entre algunos jóvenes que alardeaban con las chicas. No, no era ninguno de los muchachos. Había algunos rebeldes, pero no malos, muy propios en su la edad. Un rubio guapo con chaqueta de equipo universitario la detuvo por el hombro. —Hey, bonita, lindo disfraz, pero pégate un baño, he. Selene sintió que sus mejillas se calentaron. «Me dijo bonita», pensó pero no había tiempo. Siempre estuvo consiente que así cómo ella, la lógica le informaba que también había otros, raros, como ella, en algún lugar del mundo o del universo. Más niños, iban y venían cantando: «Queremos dulces de Halloween…» En cuestión de segundos, las calles del barrio ya era un océano de gente. Desde las puertas principales de algunas casas, arrojaban dulces a la calle provocando que los niños corrieran en estampida a recogerlos como si hubieran destrozado una piñata en pleno vuelo. Aterrizó con violencia un grito en su mente. —¡SELENEEE! Soltó a la calabaza de plástico, la cual cayó al suelo, rodó y fue pateada por un niño. Era la voz de Romina. La niña estaba en peligro. «¡Ayúdame, el hombre calabaza me roba!», pensó ella y Selene la escuchó. ¿El hombre calabaza? Trató de imaginarse a tal hombre. Entonces la cosa era el hombre calabaza, pero ¿qué era? Desechó tal interrogante que en realidad no eran importante. Lo crucial, era llegar hasta donde estaba Romina y rescatarla de la cosa. Selene cerró sus ojos y aisló todos los sonidos a su alrededor. La canción de Halloween, los gritos de hurra, los silbidos, besos, sonidos de motores, el crujir de los dulces al ser partidos por diminutos dientes. Apartó todo, hasta llegar al corazón aterrado de Romina y escuchó con asco el sonido de cascaron vacío, ruido extraño, cosa viviente. Los ubicó, estaban cercas, caminando en diagonal. Abrió los ojos y el verde de sus iris se intensificaron. Sus pupilas elípticas se abrieron para enfocar al enemigo. Al cabo, nadie se iba a fijar en sus ojos, era Halloween. —Camila, llama a los demás —ordenó a su gata negra de angora, su fiel mascota, compañera de mil travesuras y centenas de batallas. A pesar de su corta estatura, Selene no tenía ningún inconveniente en que le cortaran la visibilidad, no podía observar por encima de las cabezas de los adultos, pero sus otros sentidos la guiaban hacia el secuestrador y su víctima. El miedo de Romina le llegaba como ondas gélidas, cosa que, a pesar de la situación, era buena señal. Estaba viva. Llegó al cruce de dos calles, con una señal de alto en cada esquina. Las luces de los automóviles se cruzaban como sables de luz. Se detenía uno y pasaba otro, en orden, 153
mientras, los niños y jóvenes se atravesaban corriendo de un extremo a otro, algunos tirando sus dulces porque sus calabazas estaban repletas. Ella se abría paso, en ocasiones moviendo con delicadeza a algún niño que se interponía en su camino sin la mala intención de obstruirla. A la par, Camila caminaba a un costado de su ama sin cruzarse por sus pies. Cuando llegó a un claro, a un jardín despejado, allí lo miró. Se sobresaltó, no pudo evitarlo. Era alto, casi un metro noventa; impresionaba para mal. Era como esos raros juguetes arrumbados en un cuarto abandonado, llenos de polvo y una energía maligna. Flaco y vestido con ropa negra, parecía que llevaba puesta una especie de manta. Tenía alzada a la niña con su brazo derecho y con su mano izquierda, unos dedos largos y tiesos como la mano de un maniquí, le tapaban la boca para impedir que ella gritara. Y su cabeza, era una calabaza de Halloween, o una máscara. Era la personificación de un pedófilo totalmente retorcido y carente de humanidad, una carcasa viviente. —¡Suéltala! —le ordenó firme, señalándolo con el dedo, aunque en el fondo sentía nervios, debido a que la situación era algo nueva. No era lo mismo enfrentarse a pandilleros revoltosos, cajeros insolentes de tiendas de conveniencia, viejos borrachos y panzones. Esto, o esta aparición de pesadilla de psiconauta peyotero con resaca. No tenía igual. El hombre calabaza se estiró. Selene miró a sus pies, y no, estos estaban despegándose del piso; la cosa se elevaba lento, como disfrutando el momento, mirando con sus cuencas oscuras y triangulares como su acosadora estaba anonadada por la impresión. Paralizada por la sorpresa, pero no aterrada. Cuando los pies del hombre calabaza alcanzaron la altura de la barda de madera, Selene dio un brinco felino para atraparlo y este se deslizó con rapidez hacia el techo de la casa vecina provocando que ella le pasara cercas, herrara y cayera en cuclillas sobre el césped del otro patio. Selene giró su rostro hacia el techo, y desde arriba, la cosa le saludaba burlona, para después darle la espalda y huir. Selene, impulsándose con sus piernas y manos, dio un largo salto y aterrizó con elegancia sobre el duro techo de concreto. El hombre calabaza corría y al llegar a la orilla dio una larga zancada brincando al siguiente techo, después sobre otro. Selene emprendió en pos de él. Abajo, la felicidad de los monstruos de mentira y los dulces se mezclaban con la música de algunos autos estacionados. Sonaba el pop, el reggaetón y alguna que otra pieza de rock flotaban en el ambiente, mientas las golosinas eran desenvueltas para ser devoradas por bocas de infantes ansiosos. Todos ajenos, nadie levantaba la vista para ver a un tipo largo y flaco con cabeza de calabaza, vestido de negro, con una niña en brazos brincando por los techos de las casas, y a una chica vagabunda detrás de él con frenética intención de rescatarla. Solo algunos niños se percataron que comenzaban a surgir de la nada gatos, los cuales se movían esquivando neumáticos y pisadas atropelladas. Y no era una pandilla de felinos, tal parecía que era como un ejército que se movía con rapidez y sutileza para una emboscada. —¡ME ROBA, ME ROBA EL HOMBRE CALABAZA! ¡MAMI-PAPI! ¡SELENE! —gritaba Romina en su mente, porque por más que quería abrir su boca, la
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fría mano de plástico de su raptor hacia presión, tanto que por algún momento una larga uña sucia se había asomado al interior por la comisura de sus tiernos labios. La cosa saltó aterrizando a un patio tétricamente iluminado por un quinqué que emitía una opaca luz eléctrica. Una puerta estaba abierta. Entró con la niña. Adentro, un hombre anciano quien trabajaba allí como velador, dio un brinco de su silla despegándose del noticiero del televisor. Asustado, vio al tipo largo y gigantesco disfrazado, de pie frente a él, quien llevaba a una niña con los ojos desorbitados de miedo. Nervioso quiso extraer su pistola de dardos eléctricos, pero una enorme mano de rara textura abarcó su cuello con sorprendente rapidez. Fue levantado en vilo como si fuera de trapo. La calabaza le sonrió, o eso parecía, aunque no moviera la boca. Ahora él tenía los ojos casi saliéndose de sus cuencas por el inmenso terror. Selene llegó al patio. Miró hacia la puerta. Por la ventana, un cuerpo salía despedido destrozando vidrio y madera. El hombre cayó de cabeza, doblándose el cuello en medio de un espeluznante sonido de crujir de vertebras. Por él, ya no podía hacer nada. Los latidos y los pensamientos de Romina seguían lanzando señales desesperadas. Selene entró al cuarto a medio iluminar por la luz de televisor. En la pantalla un comentarista informaba la notica sobre un asalto a un transporte público. El hombre calabaza se replegó a la pared deslizándose sin mover los pies hasta quedar de espaldas a la ventana destruida. —¡Déjala ir! —dijo tratando de oírse serena—. Sea lo que seas, déjala. Y no te persigo. Dame a la niña y me voy. —Jo, jo, jo, jo, jo — la risa mecánica imitación Santa Claus tétrico fue la respuesta que tuvo. Selene entró desdoblando su mente dentro de la cabeza de la cosa para poder provocarle una visión, aturdirlo y sacarlo de la realidad. Nada. Era como mandar una señal a una caverna, y donde esta rebotaba por las escarpadas paredes emitiendo solo un eco sobrenatural, para después perderse en grutas interminables. —Jo, jo, jo, jo —se burló de nuevo, para después, decir, con una voz monótona, con un bisbiseo de serpiente—. Quería a la niña porque tenía grandes planes. Y ahora, te quiero a ti. La cosa abrió su mano y la niña cayó de bruces, llorando. —Vaya, vaya. Vagabunda, tu mente es intensa, te quiero… es tu turno —la cosa dio un par de pasos mientras la niña se había hecho a un lado quitándose de su camino, para después gatear y arrinconarse en una esquina con las rodillas al pecho y las manos entrelazadas por enfrente de los tobillos, mientras largas lagrimas surcaban sus mejillas. Selene cambió su estrategia. Sabía que no podía entrar en la mente del hombre calabaza, porque era cómo si este en realidad se encontrara en alguna otra parte, muy lejos. Entonces, optó por algo que pocas veces utilizaba. La fuerza oscura. El hombre calabaza fue lanzado con violencia contra la pared de al lado por un golpe invisible. Fue como un ramalazo de aire, pero sin tal. Pegado como mosca sobre la pared, y con los brazos extendidos como si estuviera crucificado, sacudió su cabeza intentando imitar una actitud de aturdimiento. Despegó sus brazos, los cuales se habían enterrado un poco sobre la superficie junto con su espalda. Se sacudió un poco el polvo
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y observó con sus triángulos oscuros a Selene, quien tenía extendido sus brazos con sus palmas abiertas hacia él. Selene no pudo creer lo que vio. La cosa había metido su mano dentro de su túnica, y sacó como si se tratase de un burdo truco de magia, una filosa hacheta. —Jo, jo, jo, te voy a cortar en pedacitos. —Y la alzó, dio un par de pasos abalanzándose sobre su potencial víctima. Antes de descargar el tajo mortal, el hombre calabaza se detuvo súbitamente como si un botón mágico hubiera accionado el congelamiento del tiempo. Y fue lanzado por la misma fuerza bruta al extremo contrario, volando y atravesando la misma ventana por donde había salido despedido el infortunado velador. La cosa cayó de espaldas, e irónicamente a un lado del anciano, como si este lo estuviera esperando para dormir el sueño de los justos en la misma cama. El hombre calabaza irguió su torso quedándose sentado. Giró mecánicamente su cabeza y miró a la joven vagabunda de poderes extraordinarios salir al patio y detenerse a una prudente distancia. Alzó su mano para darse cuenta que había perdido la hacheta con el impacto. Desde la barda, la enorme gata de angora saltó para caer encima del pecho del anciano muerto. Mostró sus colmillos y erizó sus vellos lanzando un largo maullido de guerra. Al instante, decenas de ojos vidriosos emergieron de la oscuridad, y comenzaron a saltar la barda en manada. El hombre calabaza intentó ponerse de pie, pero fue derribado por una turba felina de todos colores. La luz del quinqué eléctrico parpadeaba nervioso, su circuito interno se calentaba debido a una energía ajena en el ambiente. Selene, quien encendía con mayor intensidad el color de sus ojos, alzó sus manos hacia el cielo negro abriendo sus palmas invocando a las fuerzas invisibles, oscuras. Después, las inclinó en dirección de la cosa, paralizándola, la cual se debatía con la espalda totalmente pegada al suelo y sus miembros extendidos formando una «X». Los gatos, quienes llegaban como hordas salvajes en medio de maullidos aterradores, brincaban hundiendo sus zarpas y dientes en sus manos, antebrazos, tobillos y muslos. Al tenerlo sometido, comenzaron a gruñir y a retroceder con sus patas traseras haciendo una intensa presión en el centro de masa de la cosa. El hombre calabaza se regocijaba con su perturbadora risa, como queriendo demostrar en pleno acto de fanfarronería, que solo estaba recibiendo caricias en vez de tormento. Inclinó un poco su cabeza para poder hacer contacto visual con sus triángulos negros. Cuando lo logró, una voz carente de edad y sexo emergía desde interior de un abismo, acariciando los pocos dientes de la boca de la calabaza. —Esto no ha terminado, vagabunda, regresaré y me robaré a otra niña… —¿Regresar? ¿Quién dijo que vas a regresar? —Selene envió su sentencia a la cabeza hueca de la cosa. El fin de una vida no era su propósito, no era juez, y siempre había utilizado sus poderes para beneficio propio y sus amigos felinos, pero, ahora era diferente. Estaba ante una especie de humano que había dejado de serlo para convertirse en un monstruo. ¿Qué era aquel que se atrevía a dañar a un inocente infante, aprovechándose de su 156
fuerza y tamaño? Era un monstruo. Y quizá, eliminar a uno, no era un delito. No le remordería la conciencia en lo absoluto. La horda de gatos tiró con la fuerza de una máquina con sus pequeñas fauces que jalonaban feroces por los costados del tórax. Los brazos comenzaron a desprenderse de los hombros, las piernas de la pelvis y el estómago comenzaba a abrirse por la mitad. En vez de sangre y vísceras, brotaron girones de ropa —shorts deportivos sucios, calzones, tangas con olor a sexo, calcetines, trapos, retazos de lona, hojas de periódicos y de revistas para caballeros hechos bola—. Quedando la cabeza de la calabaza separada del cuerpo. Selene se acercó lo suficiente, le hizo una señal de despedida a una calabaza que no dejaba de sonreír. Alzó su pie y lo descargó sobre esta, despedazándola. De entre su pie y los pedazos anaranjados, una esfera de luz amarilla con machas pardas se elevó como hada de cuento hacia la barda. Al estar a la altura de esta, la misma voz sentenció: —Nos volveremos a ver, vagabunda, estas en mi lista negra, no podrás detener la matanza, ya que yo soy el poderoso Nahuel, el Imaginante. Y la esfera se alejó perdiéndose en la oscuridad de la noche. —Nahuel —dijo ella, alzando una ceja—. Tienes nombre y eres un Imaginante. Donde quiera que te escondas, poderoso cobarde, te voy a encontrar. Selene entró a la casa, extendió su mano a Romina y ella la estrechó. Antes de cruzar el patio, con una mano tapo los ojos de la niña para que no viera al hombre muerto. Después, Salieron discretamente por el callejón y emprendieron el regreso a casa de ella. Mientras caminaban por oscuros callejones, escoltadas por Camila y los otros gatos, evitando las conglomeraciones de niños y padres, Selene le contaba cuentos infantiles para que olvidara un poco lo sucedido. Romina había secado sus lágrimas y sonría feliz, porque su nueva amiga era una heroína salida de alguna película. Nadie le iba a creer su aterradora aventura. Por lo menos, en esa noche, unos padres lloraron de felicidad al ver a su hija en casa sana y salva, a quien tuvieron perdida durante una eterna hora, en aquel mar de disfraces. Alertados por la llamada telefónica de un vecino, se les informó que Romina había sido traída a casa por una joven disfrazada de pordiosera, con una peluca roja bañada en polvo, y unos ojos de gato color esmeralda que brillaban con intensidad bajo la luz del porche. La niña les contó su aventura, inverosímil, inspirada quizá por el ambiente festivo de noche de brujas. Sus padres le dijeron que nunca se volviera a separar, y juraron en sus adentros que jamás la perderían de vista. Su historia nunca la creyeron, aunque al día siguiente de la noche de Halloween, en las noticias de la TV Local: la muerte violenta de un hombre mayor que trabajaba como velador, fue la nota que sacudió el espíritu de una ciudad aparentemente tranquila. En algún lugar oscuro, Naguel tenía otros planes, y Selene iba en su búsqueda…
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Selene David Sarabia Episodio 3: La oscura noche de Navidad - Parte I
Afuera, el frío calaba hasta los huesos, mientras los copos de nieve caían con parsimonia desde el cielo nocturno. Sin embargo, eso no era impedimento para limpiar su alma con un buen baño. Lo necesitaba, porque tenían en mente cometer un crimen, un asesinato. Y se estaba arrepintiendo por tal pecado que iba a cometer. Debía hacerlo o ella moriría, porque sabía que el rastro psíquico que había seguido con esmero la aproximaba a un adversario dispuesto a todo. Si aquella noche no hubiera rescatado a Romina, ¿qué hubiera sucedido? ¿Qué le hubiera hecho ese monstruo? Lo único que creía con certeza de antemano, que tal monstruo era un humano, el cual a tal especie no era merecedora, sino a la peor de las bestias sin sentimientos. La diferencia era que tal atrocidad viviente, pensaba, maquinaba, y tenía poderes… como ella. ¡Sí, como ella! De pie, en la penumbra de un baño público abandonado, entraba por la ventanilla un opaco haz de luz del farol de la calle. Frente ella colgaba la regadera y a un costado estaba el espejo con quebraduras que parecían los vértices trazados sobre la superficie de un río congelado. Exhaló y dejó escapar un largo vaho como si fuera la fumarola de una locomotora. Comenzó a desbotonarse la blusa negra mugrosa, llena de polvo, hojas secas, manchas de comida. La abrió, se la quitó dejando al descubierto sus senos medianos y firmes que mostraban una piel tiznada de negro y tierra. Aventó la prenda lejos. Después, prosiguió con la falda negra. La tomó por la cinturilla y se la bajo hasta las rodillas, ya plegada, con sus mismos pies se la terminó de quitar dejándola hecha bola sobre el piso donde le dio una patada y la falda salió disparada hacia la oscuridad. Abrió el grifo y el chorro de agua helada cayó con estrepito en medio del silencio. Afuera, solo el leve rumor del aire, y por la ventanilla, algunos copos de nieve entraban posándose sobre su cabeza. Selene entró al chorro de agua y sintió como esta comenzaba a empapar sus cabellos secos y tiesos. La tierra comenzó a tornarse en lodo entrelazándolos. Con sus dedos comenzó a desenredarlos. Cerró los ojos y suspiró. El agua helada acomodaba sus pensamientos y la hacía sentirse bien en medio del frío, a la vez que bajaba por su cuerpo lavando su piel, escurriendo el polvo y suciedad. Sus poros se abrían felices con tal baño purificador. Después, pasó sus manos por todo su cuerpo, ayudando al agua, quitando todo, abriendo camino para dejar al descubierto su blanca piel. Quizá estuvo unos minutos, o hasta una hora bajo la regadera. Cuando decidió que era suficiente, cerró el grifo. Respiró hondo. Se giró al costado y dio dos pasos para quedar de frente al espejo, ahí estaba ella.
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La opaca luz mostraba en el espejo el rostro de una chica hermosa; piel blanca, de cabellos color zanahoria tenue, rojizo. Con algunas pecas en las mejillas, mentón ovalado, labios finos y sensuales y mirada picara. No recuerda si habían transcurrido meses o años de haber visto su rostro limpio, era como tener frente a ella a su hermana gemela a la cual durante todo ese tiempo echó de menos. De pronto, detrás de ella y mirándola desde el otro lado del espejo apareció el guapo chico rubio que venía con sus amigos festejando en la calle en la pasada noche de Halloween, quien le había susurrado al oído resoplándole con un aire erótico: —HOLA, BONITA. —Y desaparecía dejando solo oscuridad. Selene sonrió y sintió cómo sus mejillas se encendían como brasas, apenada, emocionada, feliz. ¡Le habían dicho bonita! Ya estaba acostumbrada a que se refirieran a ella como loca, fea, mugrosa, pirata, deschavetada, rara, bruja y alguien por ahí le dijo hasta feminazi. Cerró sus ojos, suspiró e imagino aquel rostro varonil perfectamente bello. Los abrió de nuevo, sacudió su cabeza y decidió ya no pensar en él. ¡Carajo, me estoy enamorando! Y se rio, recordando que era humana, ante todo, aunque tuviera poderes, aunque fuera… Dejó de verse en el espejo y se giró hacia un bulto que era una bolsa de plástico. Extrajo una falda negra, limpia y también un sweater del mismo color junto con unas bragas de abuelita. Se puso las prendas. Rebuscó en el fondo de la bolsa y sacó unas mallas negras y un par de tenis Converse negros con agujetas blancas. Se enfundó las mallas, y después se calzó el par de tenis. Mucho mejor, se sentía renovada. Afuera el aire sopló con fuerza y una bocanada de copos blancos entró por la ventanilla. Aunque era la Nochebuena, afuera, un enrarecido y mortuorio ambiente se sentía cargado con una vibra maligna. Salió de aquel baño público por una de las puertas de emergencia para entrar a un callejón tristemente alumbrado por unas farolas. Basura y escombros minaban el piso. Frente a ella, una barda alta que separaba ese triste barrio desolado con un fraccionamiento de lujo. Miró hacia la orilla de la barda y allí estaba su fiel amiga, la gata negra de angora. Los ojos del animal brillaron conectándose, entendiéndose con su ama. «Sí, Camila, lo sé. Él está cercas, muy muy cercas. Hasta siento la muerte también, pero, hay que darle, hay que enfrentar a ese mal nacido», pensó. La gata la recriminó con la mirada. «Amiga, también lo sé, eso de bañarme no fue una gran idea, me van a rastrear, claro, pero me da igual, necesito estar ligera ante este tipo, y aparte… ¡No me acordaba que era bonita!», le transmitió su pensamiento y emitió una risita tímida. Y sin darle tiempo a Camila para que espetara lo último, Selene dio un salto, elevándose con elegancia, casi volando, alzando sus brazos y levantado sus rodillas, trepando perfectamente sobre la orilla de la barda, la cual estaba a dos metros y medio del piso. Frente a ella, una docena de casitas de dos pisos se extendía como una mini ciudad apartada del tercer mundo, con sus techos y jardines tupidos de nieve. Papás noeles con y sin trineos permanecían estáticos sobre los techos. Algunos muñecos de nieve saludaban desde los jardines junto a pinos reales adornados con focos multicolores. 162
El cuadro era siniestro, aunado al viento lastimero y frío. Todas las casas mostraban ventanas oscuras. Y al fondo, la música de Navidad, navidad blanca navidad se escuchaba como si esta saliera por un fonógrafo encantado de principios del siglo veinte. Selene y Camila intercambiaron mirada, y después volvieron a fijar sus ojos despertando sus sensibles sentidos para observar cualquier movimiento. El lugar era un cementerio. Un cementerio con música navideña. Ambas brincaron al interior del fraccionamiento de clase media alta, y caminaron con cautela hacia las casas, las cuales parecían mausoleos revestidos de nieve. Llegaron a la calle principal, una avenida con un camellón con palmeras adornadas con luces multicolores que rodeaban sus tallos. Los foquitos parpadeaban rítmicamente al son de la música. Los autos, que eran pocos, lucían como mudos testigos de una posible abducción o abandono. Era como si todos se hubieran ido a festejar la navidad a otra parte. La media noche llegaría dentro de un cuarto de hora, y probablemente los niños ya estarían dormidos esperando el amanecer para abrir sus regalos, pero los adultos no, las fiestas en cada casa deberían de estar en su punto, acompañadas de copas con vino, brindis, ambiente, risas, pláticas. Nada, el silencio y el viento bailaban con la navidad a un son tétrico donde se supone debería brillar la felicidad. Pasaron por enfrente de una casa, tipo londinense, o eso parecía, con la reja principal abierta. Un muñeco de nieve con un sombrero de copa, una larga zanahoria de nariz y ojos negros en la entrada parecía que apuntaba hacia la puerta principal de la casa, cómo si el muñeco fuera un señalamiento para los peatones y les indicaba entrar. Un chasquido metálico. La puerta se abre de golpe desde el interior y choca contra la pared dejando ver la oscuridad del interior. Selene se detiene justo frente a la casa. Miró hacia la entrada y al muñeco que parecía invitarlas a entrar sin que dijera nada. No le parecía nada fuera de lo común. Naguel se había disfrazado de hombre calabaza, no le costaría en lo absoluto hacer mover aquel Jack Frost en cualquier momento. Tendría que aumentar sus sentidos y tener la alerta máxima en todo momento. La maldad de Naguel era inconmensurable y gracias a los cielos había librado a Romina de sus garras. ¿A cuántos niños había matado sin saberlo? Aquella pregunta interna le provocó un escalofrió y pesadumbre, junto con un fuerte sentimiento de culpa. ¡No podía salvarlos a todos! Por lo tanto, juraba con todo su ser que esa misma noche finalizaría con ese reino del terror. Con cautela pasaron por un lado del muñeco, sin dejarlo de ver por el rabillo del ojo. Llegó al umbral de la casa y sin vacilar entraron a la oscuridad. No había problema, con su mirada felina podía ver los contornos de los muebles, de los objetos. Camila andaba con la cola erguida como antena mostrando sus colmillos mientras sus ojos brillaban al hacer contacto con los rayos de luz de las farolas que se filtraban por alguna ventana. La luz eléctrica hizo presencia.
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Selene parpadeo sintiendo una repentina molestia. Y después se concentró de nuevo en la observación. Naguel estaba jugando, sin lugar a dudas. La sala era amplia, de muebles antiguos, una chimenea al fondo que mostraba una leña que nunca fue encendida. Cuadros al óleo en las paredes, y un enorme árbol sintético de navidad apagado en la esquina, el cual, al ser observado encendió sus luces. Y a sus pies, varias cajas de regalos mostraban envolturas y moños perfectamente realizados. En la sala, sobre la mesita, una locomotora eléctrica se activó parpadeando sus leds en colores verdes y rojos. Comenzó a bufar sonando su campanita mientras giraba en una elipsis formada por los rieles armados. La lejana canción de Navidad, blanca navidad se detuvo, como si hubieran retirado la aguja del disco de un manotazo. El viento golpeaba las ventanas arañando los cristales con las plumas de nieve. De súbito, la locomotora se detuvo, apagando sus leds. Selene caminó hasta el comedor, donde una mesa rectangular para seis personas estaba servida, con un pavo recién ornado en el centro y platos vacíos acompañados de una copa de cristal con sidra hasta la mitad. Camila dio un salto y olisqueo el pavo. Un cubierto cayó al piso de la cocina, y ambas giraron su rostro hacia tal dirección. Selene aumentó su sensibilidad, percibió en el acto mucha actividad a su alrededor, la señal psíquica venía de varias direcciones, pero, al parecer, de una sola antena mental. —Amiguita —dijo en voz baja a la felina de angora quien movía sus orejas, inquieta—, creo, sin equivocarme, que Naguel el Imaginante, está aquí, en la villa, en alguna casa, quizá en esta. En Halloween sentía la energía de su mente a la distancia, ahora, su señal es como si estuviéramos sobre el epicentro de un terremoto. Se detuvo en la entrada de la cocina. Era grande y rectangular, parecía un quirófano, con una isla en la cual se encontraba una tabla, y sobre esta un largo cuchillo de carnicero, plateado, brillante. El piso de vitro color blanco era inmaculado, excepto por un gran charco de sangre en el centro. Una sangre tan roja y liquida que todavía despedía vida en ella. Cautelosa, dio un par de pasos, hasta quedar la punta de su tenis a un centímetro de la orilla roja. Se inclinó y con su dedo índice toco la superficie corroborando que era fresca, recién emanada. Camila estaba en el umbral, indecisa, nerviosa, y para confirmarlo emitió un maullido desaprobatorio. Selene se incorporó y rodeo el charco hasta quedar cercas del lavaplatos y el refrigerador. —Ayuda. Fue más un soplo de muerte que una llamada de auxilio. Apenas perceptible, una voz, de mujer mayor, moribunda que provino del interior del refrigerador. Alzó su mano, titubeante, y tomó el agarrador. Sin pensarla, abrió la puerta.
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La cabeza cercenada de una mujer anciana hizo contacto visual con una Selene que había dado un paso atrás por la impresión, y quien, sin darse cuenta, pisó el charco escarlata. —Ayuda. Los labios se movieron como un estertor grotesco. Para después cerrarlos y aflojar los músculos faciales en un rictus de descanso eterno. Selene estiró su brazo y cerró la puerta de golpe. Camila tenía los cabellos del lomo erizados, siseaba y mostraba sus colmillos. Una risita de niña se escuchó en la planta alta. El oído izquierdo de Selene movió su musculo enfocando el sonido. Miró a Camila y le hizo una seña con el dedo índice para que guardara silencio. La gata obedeció de mala gana. Se desplazó con sigilo rodeando de nuevo el lago escarlata, pasando por un lado de la isla y de reojo miro el brilloso filo del cuchillo. Presentía que podía levitar en cualquier momento y desplazarse hacia ella como mortal proyectil. Nada, el cuchillo seguía quieto, quizá dormido, cualquier cosa podía suceder. Con rapidez lo tomó, y deslizó la larga hoja por la cinturilla, colocando el filo hacia arriba para que no cortara su muslo. Antes de salir de la cocina, un pensamiento rebotaba en su interior, una hipótesis extravagante: «¿Dónde estaba el cuerpo de la mujer? Estaba la cabeza dentro del refrigerador, y no creía para nada que esta le había pedido auxilio; la explicación lógica era que era articulada por Naguel. El Imaginante tenía una mente torcida y un humor negro como su enferma conciencia. Que la cabeza fue cercenada allí mismo, el lago de sangre era la evidencia, pero, ¿cómo retiro el cuerpo sin dejar un rastro de sangre? Estando fresca», pensó. La risita regresó, e interrumpió sus interrogantes. Dio un par de zancadas rápidas hasta llegar al pie de la escalera. Miró hacia arriba, la segunda planta se encontraba en penumbras. La escalera comprendía de dos tramos de escalones, el primero terminaba a medio nivel con un área ilumina por lámparas de piso para dar vuelta a la izquierda con un segundo tramo que conectaba a la planta alta. Sin dudarlo comenzó a subir los peldaños de dos en dos, sin importarle ahora si emitía ruido alguno. En realidad, comprendió que el sigilo era innecesario, Naguel la ubicaba porque eran sus dominios, su reino de tinieblas. Cuando llegó al medio nivel, se detuvo en seco al ver lo que yacía en el suelo, rodeado por las luces color perla opaco de las lámparas de piso. Dos antebrazos cortados a la altura del codo, con las manos abiertas y los dedos petrificados queriendo aferrarse a una orilla o asa inexistente para evitar la caída y el fin. También dos pares de pies, con zapatos de hombre. Los cuatro miembros mostraban una desgarradura atroz como si hubieran sido cercenados con dientes. Lo sorprendente era la inexistente sangre en el piso, como si solamente los hubieran depositado allí para que ella los vira al subir, como una advertencia más. Selene miró unos cortes transversales en la pared, y tocó con la punta de su dedo los tres largos surcos que mostraban un ripeo dentado. Miró el segundo tramo y la
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oscuridad de allá arriba. Al instante, sintió una mirada penetrante que la observaba. Sin pensarlo, avanzó. Camila la siguió. Selene llegó al segundo piso y al instante las luces se encendieron. La risita de niña burlona se escuchó detrás de una puerta al fondo del pasillo. Lo sentía, Naguel estaba allí, era hora de confrontar al horror cara a cara. Caminó con prisa por el pasillo flaqueado de puertas llegando hasta al fondo donde se detuvo detrás de una puerta. Puso las palmas de sus manos hacia enfrente dejando escapar de ellas un soplo de energía, la cual arrancó a la puerta de sus bisagras aventándola con violencia hacia el interior de la habitación, dejando al descubierto una iluminación en tonos rojos con sombras. Entró. Su corazón se detuvo, o eso creyó. Sobre la cama yacía una niña de doce años, con los ojos cerrados como si estuviera profundamente dormida, ataviada con vestido color azul, zapatos negros, y peinada en dos coletas. Con los brazos cruzados, y en medio de estos, el mango de un cuchillo asomaba a través de una mancha densa, guinda, sucia. Sobre el piso, alrededor de la cama, veladoras rojas con llamas titilantes alumbraban el sueño de la muerte. Horrorizada, Selene se llevó una mano a la boca, quiso gritar, pero su razón se interpuso para no darle el gusto al poderoso asesino. Se controló y maldijo en voz baja: —Maldito malnacido, la pagarás, lo juro. Cerró sus ojos y se concentró para tratar de ubicarlo. A un costado de ella, un enorme armario de roble, de piso a techo, de dos puertas, era el mudo testigo del crimen. Tranquilidad. Se frustró, al principio la energía se manifestaba en todo el lugar, como si la presencia se encontrara en todas las casas. Ahora, nada. Era como si esta hubiera apagado el interruptor para ocultarse, o en el peor de los casos, ya no se encontraba allí, decidiendo huir dejando tras de sí, aquel desastre inhumano. Una lágrima salió y se escurrió por su mejilla dejando un rastro de indignación, coraje, e impotencia; también de odio, lo aborrecía, lo mataría. Había llegado tarde y eso no se lo perdonaría. Por la señora, por la niña, y tal vez por los demás muertos en las casas vecinas. Silencio. Absoluto. Clic… El potente bramido de un motor eléctrico cimbró la habitación como si estuvieran dentro de las entrañas de una fábrica metalúrgica. Las dos puertas del armario se abrieron siendo arrancadas de sus goznes, emergiendo de su interior una oscura silueta que alzaba una larga hoja metálica dentada con cadenas. Era una motosierra que rugía reclamando sangre…
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Ser estatua Carlos Enrique Saldívar
29 de julio. 8 a. m.
Vivo en Lima desde siempre, por ello puedo asegurar que a menudo aquí ocurren hechos insólitos. Hay muchas cosas que aún no sabemos de esta frenética ciudad, cuestiones que atormentarían al científico mejor plantado. Por desgracia, soy uno de esos. Sé que a algunos la vida nocturna y las noches de parranda les vuelven locos de placer, pero la verdad no entiendo a esta clase de personas que a veces cruzan la línea o se aventuran por senderos que no deben. Muchos aparecen muertos en crímenes que jamás se resuelven. Siento pena por ellos. Por ejemplo, esta simpática señorita que se están llevando, nadie sabe cómo falleció, nadie lo sabrá nunca, excepto yo. La conducen a una ambulancia, suben la camilla con el cuerpo tapado, pobre, ¿qué edad tendría? Mi edad tal vez: diecisiete años, algo más, una corta existencia, un fenecimiento horrible. Si la hubiera matado un automóvil; si caminando por la pista, una bala perdida le hubiera alcanzado un ojo; si al bordear la acera le hubiera caído un ladrillo en el cráneo; si alguien la hubiera asaltado, violado o apuñalado para robarle; o si alguien hubiese acabado con ella solo por el placer de hacerlo, por gusto, como se mata a una mosca, como se aniquila a un animal (yo he visto matar a varios)… Cualquiera de estos decesos hubiera sido mejor: son finales consistentes con el mundo en que nos tocó vivir, un sitio donde no suceden hechos sobrenaturales (o, al menos, eso es lo que las personas creen, lo que yo pensaba hasta hace poco). Estos desenlaces no están tan cerca del infierno como el de esta pobre chica. Las mentes jóvenes no temen al infierno, y suelen pecar en demasía. Algunos seres ya viven en el Averno, estos son los que pagan el precio, como yo, que vivo en el Centro de Lima; sí, aquí, en el límite con otro distrito oscuro que me da miedo nombrar: El Rímac; a pesar de todo, vivir allí no es tan peligroso. Vivir aquí, en cambio, es un desafío que solo algunos estamos dispuestos a enfrentar. Ya se la han llevado. Dicen que se llamaba Alexandra, tenía dieciocho años, era estudiante universitaria. Mencionan su carrera, pero me da igual cuál sea, oigo, mas no presto
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atención. Sus amigos están llorando, su enamorado quería irse con ella en el vehículo, no se lo permitieron, estaba fuera de sí, no es para menos, de seguro la amaba bastante. En estos casos es mejor echar toda la rabia afuera para después olvidar. Yo olvidaré, después de escribir esto. Ya lo he hecho algunas veces, lo seguiré haciendo hasta el fin de mis días. Hasta que ellos consigan atraparme. No, no puedo permitir que lo hagan. Que lo intenten, a ver si pueden. Están en todas partes, los he visto y tocado, lo he hecho desde niño, pero no imaginaba... Los veía y no cruzó por mi mente la idea de… Los miro, y aún no lo creo. Quisiera hacer caso omiso a mis experiencias, pensar que todo se trata de una alucinación, pero eso sería admitir que estoy loco. Y no es así, sé que lo he visto. Porque tengo recuerdos. Porque tengo ojos. Porque no soy un mentiroso. Puedo mirarlos mientras me alejo de allí, sí, puedo verlo... en tanto camino hacia la Alameda Chabuca Granda. Pronto me doy la vuelta, pues siento hambre y me dirijo a Jirón de la Unión. Los escruto de nuevo cuando paso por La Plaza de Armas y camino hacia la parte trasera del Centro de Convenciones Clemente Palma… Entro a la calleja. Me siento tranquilo por el momento cuando observo que levantan aquello y se lo llevan. Me acerco a los encargados y les pregunto: —¿Van a destruirlo? —Sí —me responde un empleado alto y delgado en tanto otro, más robusto, lo ayuda a cargarlo y subirlo a una camioneta—. Ha costado un huevo de plata, pero está dañado y así dañado este tipo de adornos no sirven, por eso nos lo llevamos y pronto vamos a traer otro. «¡OTRO!» «Otro». «OTRO» «NO. Escuchen, no traigan otro, o si no, otra persona inocente morirá, ¿no entienden? Eso mató a la chica, yo lo vi todo desde el balcón de mi hogar. ¿Pueden 170
divisarlo? Vivo ahí, acabando la calleja, en el segundo piso de ese edificio naranja, fui el único testigo de lo ocurrido, llamen un policía y le daré mi testimonio completo…» Solo es un pensamiento. En realidad lo he dicho para mí mismo. No me han escuchado los trabajadores, así que me resigno, aunque he de verificar. —¿Están seguros de que será destruido? ¿Están completamente convencidos de ello? —Pues sí, primero lo llevaremos a la fiscalía, lo revisarán un par de horas, puede que un poco más, el caso es que no es necesario mantenerlo. Luego, cuando terminen las pericias, lo conduciremos a un lugar muy especial y lo haremos polvo. —La harán polvo, ¿cómo será tal proceso? —Lo que sea, la golpearon contra esto, o chancaron esto contra ella, no sabemos, lo cierto es que investigarán y… no te acerques mucho ahí, que es el lugar del deceso. Yo me pregunto: ¿qué sádico le habrá hecho tal daño? Ya no tienen respeto por los héroes patrios. Lo bueno es que lo reemplazaran. Ojalá atrapen el sádico. —¿Qué hijo de su puta madre pudo hacer algo así? Era una linda chica, formadita —dijo el tipo robusto cuando acomodaba el objeto en la camioneta—. Carajo, esta mierda pesa. «Pedazo de tonto, tienes al sádico entre tus manos». —Bueno, debo irme. Hicieron una buena labor —dije. —Gracias, chau, flaquito… espera, ¿qué te pasó en la mano? Anda a que te curen eso. —Me golpeé al bajar rápido la escalera. Yo vivo en la calleja del frente. —¿Qué? ¿En serio? ¿Y viste algo? Cuéntanos. —No vi nada. Ya les di mi testimonio a los tombos. —Qué lástima, nadie vio nada, ya estamos hartos de tanta violencia en este país, aquí la vida vale un pito, un primo mío…
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—Sí —interrumpió el grandote—. Deben imponer la pena de muerte para esas lacras. Yo, antes de volver a despedirme, agregué: —No creo que en este caso dicha pena sea aplicable. Me fui de ahí. En fin, ¿cómo se puede pelear contra ciertas fuerzas? Un momento, me doy cuenta de que me dirijo hacia mi casa y yo quería ir a Jirón de la Unión a comer algo. Un adolescente, como yo, que trabaja y gana más o menos tiene dinero para poder comer en la calle por lo menos una vez al mes, sobre todo cuando ocurren líos; además mi padre, que viene a verme cada dos semanas, me da dinero. Por fortuna, la prensa no ha hecho mucho escándalo con el asunto, no los soporto cuando vienen aquí, hay tantas cosas que odio… Mejor me voy a reposar. Ha sido una mala noche muy larga. Menos mal que es sábado. Esta situación me tiene medio psicótico, pues, aunque lo parezca, no puedo pensar con claridad.
9 p. m.
Me iré a dormir esta noche a la casa de un amigo, o tal vez visite a mi madre (quien está separada de mi padre y no tiene una nueva pareja). Quisiera hablar con alguien sobre la chica, sobre Alexandra, mas sé que no puedo, me creerían chiflado y tendría que ir a un sitio de reposo otra vez, como hace un año. Alexandra. No era la primera vez que la veía, ya la había contemplado antes, en una oportunidad, pasar por aquí. Pero ella ya no existe. Es una lástima, sí es cierto lo que dijo el cargador, era una chica bonita, sobresalía entre sus amigas, a mí me gustaba su cuerpo de encanto. Ojalá hubiera podido hacer algo por ella, pero soy un hijo de perra, sí, lo admito, soy un cobarde, no me moví. Solamente lo escribí, una vez que hubo ocurrido su muerte, sin embargo, este papel que tengo en mi bolsillo no lo verán los policías. No soy estúpido. No he dicho lo que vi, ni lo contaré. Observé todo desde la ventana del segundo piso de mi edificio, desde mi habitación a oscuras. Y vi al que estaba con ella. Lo atisbé todo. Ojala no lo hubiera visionado nunca. 172
Porque ahora sí creo que me he vuelto loco. Miro otro objeto similar a ello cerca. Salto, resbalo, casi caigo, la gente me mira como si fuera un idiota. Luego escruto a un mimo más allá. Un payaso cerca de mí, tiene un globo, me dice: «Hola, ¿quieres flotar?». Me asusto. Apresuro el paso, no es nada, comeré rápido, cerrarán las pollerías. Bueno, estarán abiertas un par de horas más, pero yo no estaré en la calle a las once de la noche quiero ver el amanecer del día siguiente. Llamo por teléfono público a mi amigo, ¿puedo quedarme esta noche en tu casa? ¿Hay fiesta hoy? Okey, claro, veré, no te choteo, es que quiero dormir temprano, estoy... sí, hubo un asesinato por mi casa. Ya, iré, y te contaré. Claro que te contaré. Te narraré, amigo, solo lo que me conviene que oigas, no le diré a nadie la verdad, jamás. No soy estúpido. Pensarán que estoy loco, me pondrán una camisa de fuerza y me mandarán al manicomio o quizá me vean raro y me culpen del homicidio de ella. Debo mantener la boca cerrada. Nadie debe enterarse. Nadie. NADIE nunca lo sabrá, hay cosas que no se deben contar, por el bien de uno. Ella ya está muerta, así que en nada afectará la verdad, ¿cierto? Por mi propio bienestar he de ocultar lo que atisbé, además los municipales lo destruirán muy pronto, ¿o acaso? (eso podría escapar de su resguardo y venir por mi) No, no lo creo, yo nunca me metí con aquella cosa, Alexandra sí lo hizo, pero no de un modo que ameritara que la asesinasen. Eso la ultimó horriblemente. Escribo, escribo, necesito desfogarme, escribo mientras camino por esta ciudad de mierda, redacto mal, lo reconozco, pero no soy escritor ni nada de eso, tan solo quiero estar seguro de que existo y de que he escrutado una desgracia. He llegado, pido una gaseosa, una salchipapa, no he comido desde el desayuno. Este «manjar» me sentará bien. ¿Qué me pasa? No siento deseos de alimentarme aún, mejor escribiré primero, por un rato, unos minutos. Escasos minutos. Largos minutos. Ahora a comer, no, no puedo, pensaré y luego leeré el papel que estoy sacando de mi bolsillo, mi letra es fea, pero la entiendo. Alexandra era tu nombre; lo colocaré en mi escrito. Me hubiera gustado mucho conocerte en otras circunstancias, Alexandra. Leo:
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«La vi por primera hace cuatro días, me pareció guapa, me llamó la atención, yo llegué de trabajar, como siempre a las seis de la tarde, a las seis y treinta me hallaba recostado en mi cama. Luego miré por la ventana a la innumerable gente pasar por la Plaza de Armas: trabajadores, ejecutivos, ancianos, señoras encintas, prostitutas, enfermos mentales, turistas (infaltables), delincuentes (los reconozco más que por la cara, por la mirada), estudiantes. Gente a montones. Allí, entre las personas jóvenes, estaba ella platicando con otras chicas, seguro salía del cine. Acto seguido transitan por debajo de mi habitación y con la luz apagada nadie me ve mirando por la cortina, por la ventana. Alexandra tiene mucho cabello, es ondeado, castaño claro, quizá teñido, posee un cuerpo bello, no es tan flaca y su cara es de niña, es ojona; tiene voz chillona, parece medio creída. Se queda ahí casi diez minutos. Sus amigos aparecen: tres adolescentes desgarbados, me desagradan enseguida. A continuación se van en dirección a la Plazuela Central. Yo cojo mi abrigo y bajo a tomar aire. »Me siento cansado, no obstante, el paseo me hará bien. La veo de nuevo al terminar mi recorrido por la calle, sigue en la plaza, continúa platicando con sus amigos. Es más agraciada que las muchachas que normalmente transitan por aquí. Uno de los jóvenes, más delgado y más bajo que yo, la abraza y la besa. Qué pena, tiene enamorado y, para colmo, está ahí, con ella, no puedo acercarme. Ni siquiera puedo observarla mucho. No debería estar rondando, me podría meter en problemas. ¿Y si los hubiera qué? La contemplaré un rato más y si a ese huevón le molesta y me quiere buscar bronca le pego y sanseacabó y, luego de esta potente carta de presentación le diré a ella mi nombre, le pediré su número; si no me lo da, cuando la vuelva a ver, le diré: ¿me recuerdas? Soy Guido, vivo aquí nomás, a unas cuadras, soy el que le sacó la mierda a tu gil la vez pasada porque me quiso armar pelea por mirarte, y lo cierto es que no puedo dejar de hacerlo pues la verdad estás muy linda y bla-bla-bla». Le pido disculpas a su recuerdo. Sí, es vergonzoso fantasear de esa manera. »Mejor me dedico a ver las estatuas humanas que están realizando un grato espectáculo frente a la Plazuela, en un pequeño óvalo. No se mueven, son tan extrañas y al mismo tiempo fascinantes; siempre me ha atraído este tipo de arte, no soy mucho de pensamientos abstractos, soy romántico, sí, pero las cosas fuera de lo común me atraen, sobre todo si son especiales, no obstante, en nuestro rumbo por la vida, es inevitable toparse con cosas abominables de vez en cuando, así que… para qué huir, mejor es ser valiente y disfrutar de los pocos instantes de felicidad, como ver una función tan buena, 174
creada por estos artistas callejeros. La vida es corta, a disfrutar al máximo de lo llamativo. »Es curioso, antes no me gustaban los espectáculos de los hombres estatua, pero desde que vi hace seis meses a aquella linda chica pintada completamente de azul, con los senos claramente descubiertos, me sentí interesado por el arte de lo estático. Generalmente el maquillaje es muy exigente, como en este caso. Visten ropas extrañas, lucen como harapos, a veces tocan instrumentos, pero normalmente se quedan inamovibles, en una posición rara hasta que alguien les da una moneda y es allí que puede observarse cómo se movilizan lento y de forma interesante, a veces dan miedo. Lo excepcional es que la mayor parte del tiempo no se mueven. Están rodeados de un cerco de alambrado no peligroso, así que nadie puede invadir su espacio y molestarlos, aunque sí es posible alargar la mano y poner dinero en las ánforas que colocan en el suelo. En el grupo que yo veo hay cuatro artistas: dos hombres y dos mujeres maquillados por completo con distintos colores. El hombre, que parecía dirigir el paso, el más alto, está de color gris; el segundo, a lo mejor su hijo o su sobrino (pues es un arte familiar a menudo) está pintado de celeste; la tercera, una señora medio regordeta se halla de verde; y la última, una chiquilla simpática, cubierta de trapos, estaba maquillada de rojo y blanco, cual bandera peruana. No se mueven. Parecen estatuas. Dejan que una señorita les dé un par de soles y se movilizan de súbito. La gente los escruta. Lucen como estatuas vivientes. Tienen permiso municipal para actuar. Un guardia de la zona, que cuida a los artistas de la zona, abre el cable para que ingrese una joven y los toque, ella penetra, se acerca… y es asustada por las estatuas humanas que de pronto cobran vida, la burlada sale corriendo de ahí con espanto mientras la multitud ríe a carcajadas. No se mueven, como dije, casi ni pestañean, no los veo pestañear. Cuando yo pestañeo, de repente pestañean, por eso me da la sensación de que no lo hacen. Yo no soporto tener los ojos abiertos tanto tiempo, ¿cómo harán ellos? No movilizan un músculo, miran un punto determinado y se quedan inamovibles. El show termina pasada una hora. Regreso a mi casa, a tomar lonche y cenar. No te he vuelto a ver, Alexandra. La función se reiniciará al día siguiente. A lo mejor me tope contigo de nuevo. »A los cuatro días vuelvo a salir a la misma hora: 6:30 p. m. Hay algarabía en las calles porque es 28 de julio, se celebra la Independencia del Perú. Hubo desfile militar temprano. Camino quince minutos y casi a las 7 p. m. empieza otra vez el show. Me 175
detengo ahí y los hombres estatua se hallan inalterables. No están pintados con los colores patrios, como lo están otras estatuas humanas de la zona, eso le hubiera dado un plus a su presentación. Ya hay una modesta muchedumbre rodeándolos, contemplándolos, algunos imitan sus movimientos, otros quieren acercarse a comprobar si son estatuas de verdad o seres de carne y hueso, no obstante, el cerco de alambres le impide al gentío aproximarse mucho. Como la vez anterior, un guardia municipal abre el cordón, una señora se acerca y el jefe del grupo, el hombre mayor, la abraza. Ahora todos están coloreados de plateado, como si estuvieran hechos de metal. El rostro de plata con sus ojos cerrados los hace parecer verdaderas esculturas metálicas. Volteo riéndome… y ahí está ella... a mi lado La veo, me ve y es la única mirada que me brinda, le sonrío, pero ella me atisba con seriedad, y se aleja. Luego, apenado, camino al pequeño óvalo anexo y la observo discutiendo con su enamorado. Él la retiene de la muñeca, ella lo aparta de un manotazo y se va. Se han peleado, ya no habrá necesidad de que yo lo golpee, me río y espero que Alexandra regrese al show de las estatuas, allí es hacia donde me dirijo. Ella retorna, su amiga se le aproxima, su enamorado (o exenamorado, ojalá) la sigue. Escucho la voz de su compañera: «por un tonto show no te vas a pelear... él no tiene la culpa de conocer a la chica». »Supongo que se refiere a la agraciada adolescente plateada que forma parte del show. Eso es, el enamorado la conoce, la artista debe haberlo invitado y él recién se lo dice a su novia. Quiero mirar el gesto de la chica estatua, pero, a pesar de haberse dado cuenta del lío, no hace una sola mueca, continúa inmóvil; es parte del show, aunque percibo un gesto ligero de satisfacción. Quizá él se acuesta con ella y Alexandra, con su sexto sentido, ha percibido algo desleal también. Su enamorado ya se va, creo, se aleja, fuma un cigarro… Me importa un bledo lo que haga. Voy por la calle, separándome del show de las estatuas vivientes. La sigo, miro a Alexandra llorar, conversa con su amiga, enrumba en dirección a la callejuela oscura que se halla junto a mi casa. Transito por allí oteando de reojo a Alexandra, yendo hacia mi hogar. Escucho su grito, su voz delgada, aniñada: «¡Déjame sola, he dicho! ¡Vete, iré a la Alameda y tomaré mi carro! ¡Sin ninguno de ustedes!» »Su amiga me ve pasar, ella miró con un gesto de curiosidad, le dice a Alexandra en voz baja: «no grites, ya nos vamos». No puedo hacer nada útil, entro en casa distanciándome varios metros de ellas y puedo contemplar al frente, en una entrada que cruza la callejuela donde habito, en otro mini óvalo donde no hay nadie, un monumento 176
imponente, la estatua gris de piedra. Nunca antes la había visto, seguro la trajeron uno de estos cuatro días en que he estado desconectado de todo, pues el trabajo había arreciado, aunque quizá la han puesto antes, soy tan distraído. Subo a mi residencia. Alexandra está mal. Su amiga lo dijo, la oí cuando me iba: «Ale, cálmate, adiós». Pobre. Voy a mi cuarto, no enciendo la luz, como siempre la penumbra me dará mucha intimidad, abro la cortina un poco y no veo a la amiga de Alexandra, la observo a ella sola: saca un cigarro y fuma. No debería fumar eso le puede hacer daño a largo plazo, pero soy un chico de diecisiete años, así estuviera con ella no me haría caso, si fuera mi enamorada le propondría que no fumase, pero con ese temperamento me mandaría a la mierda. El gusto que sentía por ella se va difuminando, la atisbo alejarse por esa zona, casi no hay luz, baja por la calle oscura. »Estoy a punto de cerrar la cortina, mas no lo hago. »Descanso. »A las 11 p. m. despierto y atisbo por la ventana. »Ahí está ella, se acerca a la estatua que se ubica en el centro del mini óvalo. »Se le aproxima, fuma, y la contempla. Puedo distinguir la estatua, hay poca luz, pero puedo ver su forma y, antes de venir aquí, miré su rostro. Es un hombre grande, de rasgos mestizos, con los brazos medianamente levantados, en actitud de agarrar algo. Sé quién es: un héroe nacional, el cual luchó por la independencia de nuestro país y falleció durante el proceso. Seguramente más temprano la gente lo rodeó y los turistas se tomaron fotos con él, como amerita su recuerdo, por eso le rindieron tributo, le hicieron un monumento. Se halla en un pedestal, tiene una leyenda abajo, en un cuadro dorado. Es robusto y de rostro ancho, rasgos duros, cabello lacio, mediano cuello de roble; manos enormes como tenazas. Su traje de época está bien diseñado, es una obra de arte. La estatua tiene la vista hacia arriba, al cielo, como queriendo escapar de la Tierra, soñando día a día que volará a la gloria del Todopoderoso, como si en vida hubiera dejado algo inconcluso que le tuviera atado al suelo. Vaya, tonterías, se trata de un prócer de nuestra historia. Esa clase de hombres ha alcanzado el Paraíso en el mismo instante de perecer. Es un héroe. No debería dejar que mi imaginación se desbocara. »Alexandra se acerca sin miedo y lo vislumbra. Puedo verla, ella no a mí, no hay ninguna luz prendida aquí, mi edificio es el único habitable de estos lares, y están las 177
tiendas de enfrente ya cerradas, excepto una, la última que es una librería, donde compré un volumen de cuentos de Robert Bloch; en uno de estos las máquinas razonaban y causaban caos. Me agrada cuando reeditan clásicos importantes de terror, un género que me encanta. El anciano dueño baja la puerta corrediza, coge la llave para cerrar la reja y… no se percata de que a unos pasos está Alexandra fumando. El viejo se va. No hay un alma más. Solo ella, y yo. Y la estatua. Cuando pasé cerca de esta, vi sus ojos vacíos, como los de todos de los monumentos, mas en este caso pensé que de adentro solo surgían tinieblas. Me aterra. Quizá, pienso, haya alguien aparte de mí viendo a Alexandra parada frente al ser inerte, pero está oculto en una oscuridad que ella atribuye a la ausencia de gente; ella piensa que nadie la mira, mas yo lo hago. Se acerca y abraza a la estatua. Lo hace con todas sus fuerzas y le besa el pecho. Luego Alexandra sueña (debe soñar) que las manos extendidas hacia adelante, como buscando algo, se enredan en el cuerpo de ella y la presionan con ligereza. ¿Qué le diría la chica a la estatua?, quisiera saber. Nunca sabré, solo veo sus labios femeninos moverse y desearía ser yo el monumento que está recibiendo el cálido cuerpo de la doncella. Sus adoloridas emociones están desembocando en aquel ser inanimado. Ella debe sentirse apaciguada, y yo la veo, la contemplo arrodillado a través de mi ventana, en medio de la oscuridad del cuarto. Alexandra fuma, y le bota el humo en la cara al objeto. Creo imaginar qué le dice a la estatua: ha tenido conflictos con una estatua (aunque femenina y viviente) hace unos momentos, y un problema con un hombre; ya entiendo, esto me da una idea sobre qué le dice al objeto, no sé qué le menciona, pero lo supongo, y vaya que siente cólera, ya que patea a la estatua con fuerza, esta no tiembla, es enorme, pesada. Alexandra le acerca la punta del cigarro, le quiere quemar el rostro, pero está muy alto, ella no llega, le quema el cuello, la estatua mediría… dos metros de alto. Es grande, comparada con el metro sesenta de Alexandra. Ella deja su bolso a un lado, coge dos piedras medianas, se las tira a la estatua. Le caen en el rostro. Luego agarra tierra, grita algo que distingo a medias: «¡Toma, pedazo de mierda!» Le lanza la tierra, luego bota el pucho del cigarro, se aproxima a la imagen, verifica que nadie la vea, se contrae, se apoya en los pies de la efigie (sus pies descalzos son visibles bajo la túnica). Da la impresión de frotarse el trasero en la piedra. Alexandra lleva un polo rosado, una casaca azul y una falda jean que le llega a las rodillas, se la levanta, veo sus hermosas piernas, se baja el calzón, pero no veo más de ella (aunque lo imagino). La 178
chica se apoya junto a la estatua… ¿qué quiere hacer? Es una pervertida. Cierro los ojos porque ella esta orinando en los pies de la escultura. Se para, se sube el calzón rápido y escupe en el cuerpo del monumento. En aquel instante siento el gran deseo de bajar y hacer que se detenga. Nadie debe ser así de malcriado con un héroe. Es mi oportunidad. Lo haré. Me preparo, en medio de las sombras saldré de mi habitación. »Escucho un grito... »No puedo creer que nadie más lo haya oído, aunque fue un medio grito, como si quisiera aullar como loca y hubiera sido interrumpida. Decido no bajar, vuelvo a espiar por la ventana y ¡por Dios! No era una estatua, es un hombre, no es una figura inerte, ¡aquel ser está ahorcando a Alexandra! Debo ayudarla, pero, tras caer, me he quedado petrificado, como si yo ahora fuera la efigie. En verdad no puedo moverme, pese a que quiero hacerlo, estoy de rodillas viendo todo aquello. No hay nadie conmigo, deseo taparme la boca, no puedo mover las manos, no consigo movilizarme, mis músculos están rígidos. Mis ojos: abiertos sin parpadear. »¡NO ME PUEDO MOVER! »Estoy paralizado, qué mierda pasa. En cambio, ese objeto se desplaza. No. No es un objeto, las estatuas no se mueven. ¡Es un maldito actor disfrazado! Alexandra cayó en la trampa ahora la liquidará, mas no, solo juega con ella, la tiene agarrada del cuello... »Eso sale de su base caminando, es un puto hombre gigante, disfrazado y pintado de gris, pero sus ojos, sus cuencas… no distingo sus ojos. Se ha bajado del pedestal, le da la vuelta a Alexandra, ella coge su bolso y golpea al grandote, pero sus cosas salen volando. El maldito la pone boca abajo, contra el suelo, le levanta la falda… veo sus bonitas nalgas del color de la nieve, ¿qué va a hacerle? Quiero evitarlo, mas no puedo hacer ningún movimiento. ¡Le está dando nalgadas! Ella tiene la boca tapada por la palma izquierda del infeliz, quien con su rodilla derecha aprieta la espalda de Alexandra y con la mano derecha le pega en el trasero con fuerza, una y otra vez. ¡Alexandra! Maldito seas. ¡Déjala en paz! Le pega veinte veces. Ella llora. »No pude hacer nada, no pude desplazarme, no pude pedir ayuda, también lloro. »No ha terminado. Le quita la casaca, la golpea contra el piso, se limpia con ella las manchas que le hubo dejado en el cuerpo. Me da rabia, si era una persona fingiendo 179
ser estatua, debió avisarle. ¿Por qué quedarse callado mientras ella hacía lo que le hizo? ¿Para tener una excusa con la cual dañarla así? El hombre pisa la espalda de Alexandra, la coge del cabello y le golpea la cara en el piso. Quiero gritar, no lo logro. Ella está despierta, se sacude, el peso del gigante la aplasta. Alexandra parece emitir ruidos. ¡Su mandíbula está rota! El monstruo aprieta la columna vertebral de ella y oigo un «crac». »Puedo moverme, solo un poco, me pongo de pie, tengo fuerzas de pronto, me caigo de nuevo, debo vencer mi temor. Alexandra intenta ponerse de pie, mas no lo consigue. No hay cámaras cerca. Nadie vendrá en su auxilio. Se apaga la única luz de la esquina; aunque puedo ver, mis ojos, acostumbrados a la sombra, atisban la crueldad. Ella quiere pararse, pero cae. El sádico, sin hacer ruido, sin decir nada, camina lentamente tras ella, la jala del polo, que se rompe por un lado. La golpea con su puño en el hombro izquierdo, ella abre la boca, destila llanto. El torturador le sujeta el rostro con ambas manos (hasta ahora no había hecho ningún gesto) y sonríe. Escucho un sonido raro, algo que se solidifica. Alexandra es ruda, le muerde la mano, pero se quiebra los dientes, la entidad no siente nada. De nuevo no logro movilizarme, estoy horrorizado. ¿Qué podría hacer yo? Liberarla, ¿vencería con mi delgado cuerpo a esa tremenda bestia? El malnacido está jugando con ella, la levanta y la estrella contra el piso. No logro soportarlo más, cierro los ojos. El ser camina unos pasos con lentitud, como si sus músculos estuvieran agarrotados, la coge de los cabellos y le mete un puñete en la cadera. Se oye un nuevo «crac». La sujeta de ambas manos, le aprieta la cintura y la levanta sujetándola de los costados como si fuera una bebita. Ella tiene sangre por doquier, está casi inconsciente, despeinada, con la boca y la nariz muy dañadas. El sujeto la mira sonriendo, no se ha dado cuenta de que ella ha cogido una roca con punta, y lo chanca en la en el rostro una y otra vez sin producirle daño. De pronto algo sale de su cara, se desprende algo de su cabeza. ¿Qué es esto? Ella le mete la punta en el ojo derecho y el desgraciado la suelta. Alexandra cae de rodillas, de costado al tipo. Él le pisotea la pierna derecha, se la rompe de seguro, ella grita esta vez, aunque no muy fuerte, no la oirán. El gigante la toma del cuello con una mano; Alexandra, llena de ira, agarra la piedra con punta y le golpea en la muñeca. Yo, antes paralizado, he podido mover un poco mi mano a mi boca. Veo cómo ella, casi sin fuerzas, chanca la muñeca del villano… »Yo acerco mi muñeca a mi boca para salir del trance y… 180
(me duele, carajo, pero tengo que hacerlo) Me muerdo... muerdo... hasta sangrarme la muñeca. »El bastardo abre la boca, como si quisiera chillar. Con un último y contundente golpe su mano se desprende con los golpes de la roca. La mano rota cae. Alexandra no puede creer lo que contemplan sus ojos, yo tampoco lo creo. La mano de piedra cae sin romperse, no sangra, solo veo piedra. Alexandra queda más turbada, cae boca arriba con las piernas dobladas. El monstruo aún tiene una mano y con ella golpea el pecho de la doncella con fuerza. Se oye otro «crac», y otro, la joven bota sangre a raudales por la boca. No se escucha ya nada. Solo veo al ser caminar torpemente hacia su pedestal. De inmediato, me mira con esos ojos vacíos. No hay sanguinolencia propia en él, solo roca. Y comprendo por qué esos ojos vacíos, por qué ese gesto inamovible, cuando retoma su posición anterior y no se mueve más. Le falta un trozo de cara, una mano y tiene algunos daños. Al frente de él, una joven (que hace unos días era una adolescente jovial y llena de vida) yace muerta, de rostro hacia un cielo oscuro, sin estrellas, al que seguramente ya debe haber volado su espíritu. El ente mira al mismo cielo. Nunca llegará allí después de lo que ha hecho. »No fue correcto lo que ella le hizo. Tuvo su castigo por ofender a un símbolo patrio. Ya había escuchado que el 28 de julio, durante todo el día y las noches, las ánimas de aquellos que murieron durante nuestra lucha por la Independencia deambulan en la Tierra buscando un lugar donde expulsar su ira o su pena. Esto me aterra, ahora sé que no existe un Paraíso. Aquí termina lo que escribí hace horas. Sí, lo escribí, pude recobrar el movimiento y lo redacté de memoria. Me fui al baño me curé la mordedura en la muñeca, la vendé, me puse una casaca gruesa y una chalina. Nadie se preocupó demasiado por esto, un policía nos hizo preguntas a los del edificio, le dije lo mismo que al trabajador municipal: «Cuando llegaron los agentes de la ley, bajé corriendo a ver qué había pasado y me corté la muñeca. Estaba dormido cuando ocurrió todo». Los amigos de la occisa se hallaban en los alrededores, todos, su enamorado, los artistas, rodeaban a la muerta. «El asesino había huido, iban a buscarlo, pero ya hacía más de cinco horas del hecho y no hay noticias». Se han llevado el cuerpo de Alexandra. Llegó la prensa. Saldrá en las noticias de mañana, un crimen más en esta azarosa ciudad. Empero, yo sé la verdad. Aunque confiese, no lo resolverán. Quizá no 181
fui el único que ha mirado esto, tal vez alguien más lo visionó, dicha persona tampoco hablará, suponiendo que exista. Tengo miedo, eso podría venir por mí, expelió una mirada de odio cuando me mordí, podría regresar. No. Han dicho que lo destruirán. Recogieron el trozo de su cara y se lo llevaron. Cuando la gente escuchó el grito de un transeúnte ebrio durante la madrugada, los municipales llegaron, y después la policía relacionó a la chica muerta con la estatua que estaba frente a ella, en su pedestal. El asesino debe haberla golpeado contra el objeto contundente. Debió ser la misma fuerza con que se lastima a un animal pequeño contra un muro hasta matarlo. Sin embargo… ella tenía la boca y las manos llenas de yeso, como si hubiera querido liberarse. La estatua se encontraba cubierta con regular sangre. Un par de trabajadores la han llevado a la fiscalía para revisarla. Luego la destruirán, «rota no sirve para nada», y al fin estará donde debe hallarse, en la basura, con el trozo partido de su faz. Termino de comer. Bebo mi gaseosa y salgo de restaurante. Es casi las 10 p. m. Debo ir a la Alameda para bajar por el puente y tomar un microbús hacia a la casa de mi amigo. Llegaría en veinte minutos. Tengo que pasar por mi casa unos momentos para sacar más dinero, por si acaso. No tengo deseos de divertirme, estoy lleno de ira, pena, asco, temor; siento deseos de llorar. Lagrimeo mientras las veo: las estatuas que rodean la ciudad, siempre mirando desde otro universo a la gente que transita, amando unos, odiando otros. Esculturas representando a la nada, hechas de roca, que esperan algún día liberarse y ascender al cielo, descender al infierno. O irrumpir en el mundo humano. No, no existe cielo ni infierno. Solo la cruel realidad terrestre y una especie de limbo, un mundo que se conecta con el nuestro, donde seguro se sufre, al que me iré cuando fallezca. Pienso en Alexandra, la pobrecilla Alexandra, la difunta, quien por faltarle el respeto a esas fuerzas fue destruida. Yo también les falté el respeto, así que mi momento llegará, no importa la edad ni los ideales, la muerte siempre ronda y siempre atrapa. Camino en la callejuela, ya no hay peritos rodeando el lugar del crimen, mas se halla un cerco policial. Abro la puerta de mi edificio, me apresuro, faltan diez minutos
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para las 10 p. m. No he de tardar mucho, será una gran noche (o quizá no), dormiré en casa de mi amigo. Vivir solo tiene sus ventajas. Subo la escalera hacia mi piso, rumbo a mi departamento. Siento mi cuerpo agarrotarse mientras piso los peldaños. Percibo un viento gélido colarse en mi cerebro. Un sonido casi imperceptible, como un murmullo de fuego. Oigo pasos. El ruido de algo que se solidifica. No puedo moverme. Se apaga la luz. Oscuridad. Tengo miedo Tengo MIEDO. Soy (casi) una estatua. Estoy parado en medio de los escalones. Mis ojos se hallan abiertos: no veo gran cosa, sin embargo, escucho sus pisoteos, cual araña maldita deslizándose en la penumbra. Nadie nunca lo sabrá, como dije al principio, ocurren cosas extrañas aquí y nadie jamás conocerá de ellas. Debí contarlo cuando pude, mientras tuve la oportunidad, qué importaba si se reían de mí, al menos alguien, una persona, me hubiera tomado en cuenta, pero ya es tarde, ahora nadie sabrá. El instante de mi muerte está cerca. Eso se aproxima, tengo ganas de orinar, sudo frío, siento algo subir por mi congelado cuerpo. Mi cuello se aplasta, bajo la mirada… y entre las tinieblas ¡la distingo! ¡La espantosa parte mutilada! ¡La mano de piedra que Alexandra le desprendió al ente! ¡El trozo que los policías no pudieron hallar! ¡La mano de aquella cosa que me poseyó, robándome los movimientos, y ahora iba a destrozarme el cuello! ¡Me alcanza! ¿Por qué? Ya no es 28 de julio. Aún celebran en las calles, el poder sigue latente. ¡Mis ojos se vuelcan hacia el interior de mi agonía, veo todo ennegrecerse y me convierto en… una estatua! En un ser inerte, o mejor dicho, en polvoouuuu... ... ... ... ... ... ... ... ... …
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Abril Bailei: El caso del cuerpo múltiple Víctor Grippoli
Capítulo uno – El hallazgo. Carlos terminó de beber el café que ya sabía agrio. La mañana había sido hermosa hasta que hallaron el torso de la mujer en las inmediaciones del puente que conducía a uno de los peores barrios de la ciudad. Debajo del mismo, que era constantemente atravesado por cientos de vehículos, se encontraba aquella cosa. Bellos pechos con rosados pezones, una cintura estrecha y sin rastros de la cabeza o de las extremidades. Los forenses, que estaban apiñados como moscas en la miel, decían que un arma filosa había sido la causa del desmembramiento. Carlos se acercó y observó al instante el lugar. No había sangre sobre el pavimento, estaba claro que no era el lugar del asesinato. Luego, sus ojos se desplazaron hasta el trozo de nailon en donde descansaba el brazo de un hombre. Tenía bastante vello. Probablemente de alguien mayor de treinta y cinco. Más viejo que la bella mujer que anteriormente poseyera todas sus partes. —Inspector. Hemos hallado un tatuaje en la espalda de la mujer, el hombre también tiene uno. —Denla vuelta. Quiero verlo y tráiganme ese brazo, deseo verlo más de cerca. La espalda estaba adornada con un diseño que no era una nimiedad. Era una de las formas de conjuros de Los Antiguos. El del brazo poseía las mismas características. Los forenses, así como el resto de los mortales presentes, lo verían como un enigmático dibujo. Pero para él, que había sido testigo durante años de la guerra mágica que se suscitaba en Montevideo, significaba mucho más. Maldijo hacia sus adentros. El viento le desacomodó la corbata y el sobretodo marrón. Enseguida se los arregló mientras pensaba en el rostro níveo de Abril Bailei. Tendría que llamarla. El trabajo de oficina era la fachada perfecta para la verdadera ocupación de Abril. La mujer poseía un metro ochenta de estatura y su físico poderoso intimidaba, debido a ello, y para cubrir las formas, cultivaba un dulce carácter con sus compañeros. La verdadera actividad sin duda era más interesante y en ella podía expresar sus poderosas dotes. En ese instante se hallaba sola, rodeada de papeles, en un escritorio a punto de desbordarse. Sonó el móvil y observó las fotos que enviaba Carlos. Esperaba un 187
mensaje un poco más romántico después de las dos últimas citas, el divorcio no había sido sencillo para él y tampoco enterarse de la realidad que habitaba detrás de los espejos. Los tatuajes eran inequívocos. Alguien estaba usando aquellos cuerpos con fines impíos. ¿Acaso era el retorno de sus enemigos? Si no se equivocaba, pronto encontrarían un montón de partes diseminadas por aquí y por allá. Se encendió un cigarrillo y contempló extasiada cómo el humo danzaba por el aire. Su cerebro estudió quién le podría brindar información sobre lo sucedido. Oh, no iba a ser una visita agradable… mejor sería pedir salir antes. Ya había caído la noche. La luna se alzaba desafiante y llena sobre las nubes, un hombre envuelto en una gabardina se deslizó desde la calle poco transitada al callejón sucio y con olor a basura. La gabardina cayó al suelo y la ropa también. No era humano lo que ahora caminaba a cuatro patas. Tesirus, la rata informante, se iba a dar un banquete con todo lo que habían tirado los de la fábrica. Había mucha comida sabrosa y ya en vías de descomponerse. Sus bigotes se movieron como escrutando el aire. Había alguien… con olor a humano y con olor a magia. Inmediatamente comenzó a correr. No quería que nadie le pidiera favores hoy, estaba cansado y solo el hambre era importante. Pudo percibir con su visión como el humano saltaba y con su mano lo tomaba de la cola. El escape había sido fallido. Y ahora que estaba cerca el olor era reconocible. —Tesirus. Saluda a tu amiga. Es muy descortés irte sin decir ni “Hola” —le dijo ella con una sonrisa socarrona. —Abril… No voy a darte nada. Prometes comida y luego te vas sin darla. De esta forma no podemos hacer tratos. —Lamento las faltas pasadas. Pero esto es de mayor prioridad. —Le soltó la cola y el hombre rata se acercó a ver las fotos del móvil—. Tenemos dos cadáveres sin identificar y esto tiene que ver con Los Antiguos. Necesito tu ayuda. —Es horrible… Solo te diré lo que he escuchado por aquí. Luego quiero que me dejes en paz. Dicen que cerca de la parte vieja de la ciudad hay una casona de madera donde un poderoso mago está haciendo hechizos oscuros. Tal vez esté relacionado con
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lo que cuentas. Nadie de nosotros piensa acercarse al lugar hasta que no desaparezca. Nada más puedo decirte. —Gracias, te dejaré comer. Has sido de mucha ayuda. —Trata de no hacer que te maten, preferentemente no antes de casarte con Carlos. —Lo tendré en cuenta. Me voy. Estaremos en contacto.
La casona estaba en una manzana donde casi todas las viviendas estaban abandonadas. Su tipo de construcción no era típica de Montevideo. Estaba claro que había sido construida con magia. Abril se movió protegida por las sombras. En una de las ventanas del primer piso se observaba luz entre las cortinas, una sombra espigada se movía de un lado hacia otro. Era obvio que se llevaba algo a cabo en el lugar. Al llegar a la periferia del mismo, se hizo visible una criatura de sombra. Parecía que estaba formada de oscuridad y humo, era un simple guardián que se despertaba al ver a un hechicero. Con un rápido movimiento de su mano y antes que el demonio pudiera avisarle al hombre, Abril lo desterró de nuevo a su lugar de origen. Ahora, libre de guardia, sería sencillo entrar. Moviendo los dedos generó un hechizo de apertura y la pesada puerta de madera se abrió con un chasquido. El interior era antiguo, ya nadie usaba ese tipo de muebles, el empapelado lucía desgastado y sucio. No había nadie en toda la planta. Se acercó a la escalera de madera y subió activando una pérdida de peso en sus pies para que no crujieran aquellas tablas. Ya arriba, se agachó para acercarse a la puerta entreabierta y poder ver lo que sucedía dentro. Un hombre de mediana edad, con cabello hasta los hombros y vestido con un traje negro raído se movía de una mesa a la otra. En ambas había aparatos para alguna clase de experimento, varios tubos de ensayo burbujeaban con diversas clases de pócimas. Un grimorio antiguo se hallaba en un atril y mostraba, con dibujos hechos en páginas de piel humana, las cantidades correctas para tales menesteres. Pero el hombre no era lo que más llamaba la atención. Un parásito de control lo operaba sobre uno de sus hombros. Aquel ser parecía una babosa marrón con manos pequeñas y de dedos largos. Poseía dos ojos de vivaz inteligencia y su cola se introducía por la rotura del traje hasta llegar al sistema nervioso del humano y controlar todas sus acciones.
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Abril retiró un cuchillo de su bota de cuero negro. Estaba empapado con agua bendita y era capaz de un gran poder de exorcismo. Con un rápido movimiento se lo arrojó a la entidad parasitaria, pero esta pudo verlo en el último instante y logró moverse. Solo le causó una herida menor que comenzó a sangrar copiosamente. Ante el fallo, la mujer se levantó y rodó por el suelo evitando una bola de fuego que invocó en su defensa su enemigo. Se irguió y con un segundo cuchillo trató de darle fin a la criatura, pero fue en vano ya que esta se soltó de su huésped con un salto poderoso y emprendió la huida. —¡Maldita humana! ¡Vete de aquí, no tienes nada que hacer! —Sí… Tengo que matarte —pronunció con el rostro inamovible. —¡Tengo un hechizo que me advierte de todas las artes mágicas que son usadas en mi contra! —No pensaba usar magia para liquidarte… Traje a otra amiga. —De la chaqueta retiró la negra automática y ante el pavor de la criatura inmunda, que dejaba baba transparente al huir, le vació el cargador entero. El parásito quedó tendido en un mar de sangre y con sus órganos internos desperdigados por el lugar. No pensaba que a veces la magia más efectiva es la del plomo de una buena pistola. Abril se dirigió a donde estaba el huésped muy malherido. Que el ser lo abandonara de golpe, en el medio de una actividad mágica, había sido letal. Estaba sangrando de forma ominosa apoyado contra la mesa llena de productos. —Mi vida se escapa… Por lo menos, gracias a ti, puedo hacerlo como un ser humano. Te lo agradezco. —¿Qué quería ese ser con tu persona? Estaban llevando a cabo un hechizo de invocación avanzado. —Soy un mago de otra dimensión. Hace unos meses los parásitos comenzaron a acosarnos. Todos mis amigos murieron, otros prefirieron quitarse la vida antes de caer en sus manos. Yo no fui tan valiente y me capturaron. Me hicieron llevar mi casa a Montevideo donde sus amos tienen un plan siniestro. Usar al multi cuerpos… Debes detenerlos… 190
—¿El multi cuerpos? ¿Qué clase de hechizo es ese? Pero antes de que el hombre diera respuesta ya había cruzado hacia el otro lado. Los Antiguos estaban queriendo volver a la ofensiva y para tal menester habían planeado una magia poderosa. Abril debía apurarse para evitarlo. Si seguían hallando víctimas, ya todo estaría perdido
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Capítulo dos – Hechizos.
El hombre alto llevaba un perfecto traje negro entallado. Su piel era tan oscura como la noche misma, su rostro, con gruesos labios, emanaba un aura seductora implacable y fogosa. A cada paso que daba, repiqueteaba su bastón rematado en una elegante punta de marfil. Pero aquel ser, que parecía un poco menor a los cincuenta veranos sobre sus espaldas, tenía muchísimos más. Aquel ser había logrado vencer a la muerte desde que pactó con los poderes de más allá de la oscuridad. Ahora él era uno de Los Antiguos. Gustav se acercó a la mesa que descansaba en el centro de la mugrienta habitación. Dos pares de brazos recién cortados estaban sobre ella. La sangre seguía corriendo por la superficie de madera y las gotas caían una detrás de la otra formando un charco rojo. Dos soldados de sombra se hicieron presentes, llevaban a una muchachita desnuda de no más de trece años. En sus ojos demacrados se veía el cansancio producido por el llanto. Ya no se resistía. Había sido tranquilizada por medio de un hechizo. El líder terrenal de Los Antiguos recordó por un instante cuando no era más que un esclavo en la ciudad de Misisipi, en aquel entonces no tenía nada de poder, el país ni siquiera era independiente y se podía hacer con ellos lo que quisieran los amos. De nuevo su espalda había sido latigueada, de nuevo el dolor y el miedo. Para vencer necesitaba poder, para ser libre lo necesitaba… Recorriendo la zona portuaria se encontró un día con una vieja negra, en su sangre corría la magia del continente africano. Una magia capaz de vencer a los blancos, un poder que era perseguido por las huestes de su dios crucificado. Él detestaba esa figura clavada, él extrañaba a su panteón de muchos rostros. La anciana lo llamó con su voz extraña. Le relató que los viejos príncipes habían luchado contra las huestes nubias usando las magias de sus padres. Pero ahora ella moría —o trascendía a otro plano— y necesitaba un sucesor. No sabía qué hacer, pero ante tal promesa, ante la posibilidad de ser libre, no tuvo mejor idea que aceptar. Ella introdujo aquellos dedos rematados en uñas filosas en su estómago y comenzó a transmitirle su energía arcana.
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Ahora, ya tanto tiempo después, usar a esa muchachita para el hechizo de consumación le otorgaría el poder para aspirar a otro tipo de libertad. Una que en sus épocas de esclavo ni siquiera imaginaba y esa libertad le permitiría reinar sobre la humanidad. De su bolsillo tomó una daga tan oscura como él mismo. Algunos decían que había sido trabajada por los antecesores de la especie humana. Cuando adoraban al fuego y necesitaban alimentar a sus deidades paganas con sacrificios humanos. La verdad, su utilidad seguía siendo la de siempre. Sin gritos por parte de la víctima, la clavó en el vientre de la joven y comenzó a cortar, todo lo llevaría hasta el triunfo —pensó Gustav—, pero estaba esa mujer investigando y eso era un problema. Uno que había que terminar lo más pronto posible. Carlos fumaba mientras Abril miraba las nuevas fotos. El día anterior se habían hallado nuevos miembros humanos dispuestos por la ciudad. Cada uno tenía un extraño tatuaje. La mujer de metro ochenta de altura, ropajes negros y cabello del color de la leche, fue tomando cada una de las imágenes y las colocó en orden secuencial. —Hay un mensaje… Cada una de ellas puede darnos pistas… Casi lo tengo. —Abril, amor mío. Date tiempo. Lo resolveremos. Tengo a todos mis informantes investigando en el sub mundo de Montevideo. —No van a hallar nada. Esto es una artimaña de Gustav. Hay claves en estos dibujos. Mensajes esotéricos que eran necesarios para el ritual. Tal vez si destruían los tatuajes al eliminar los cuerpos, la magia no se cumpliría. Debemos aprovechar esta corazonada. —Yo soy un hombre común y no un hechicero. Voy a volver a casa un rato y te dejaré pensar tranquila. Mientras, pediré informes sobre cualquier cosa extraña que hayan visto los muchachos. Descansa un poco, Abril. Te llamaré al llegar. —Se acercó a ella y la besó en sus labios, los cuales portaban el color del ébano. Las calles del barrio ya estaban desoladas al caer la tarde. Un viento fuerte hacía correr la basura que había en las veredas. Carlos se acomodó la corbata y comenzó a caminar, desde la oscuridad de un pórtico cercano lo miraban un par de ojos. Eran de un Dyok, un mago negro Vudú perteneciente a Los Antiguos. El hombre de color extrajo de su bolsillo un pequeño muñequito de cera que representaba al detective y le ató 196
velozmente un hilo negro alrededor. Al instante, el hombre sintió un dolor atroz recorriendo todo su cuerpo. Cayó al costado de un árbol con un golpe seco, las palomas de las cercanías tomaron vuelo al asustarse. El Dyok hizo un gesto con su mano derecha y un auto oscuro salió dando vuelta en la esquina. Dos caballeros trajeados tomaron a Carlos y lo introdujeron en el asiento trasero. El conductor le abrió la puerta al mago y este tomó asiento con una sonrisa pintando su rostro. Instantes después de este suceso, Abril tomó su sacón largo y salió despedida a buscar más datos en la biblioteca de libros sobrenaturales. La agencia a la que pertenecía tenía repartidas por la ciudad un par de estos centros donde guardaban objetos de increíble poder y libros de Alta Magia. Al ver los signos en las fotos, algo había venido a su mente… La “Dominicaine”, prostituta vuduista muy estimada por su conocimiento sexual, era también una sacerdotisa del más alto rango. Descansaba sobre su lecho de sábanas violáceas, su piel del tono de los carbones era capaz de hacer arder en deseo a cualquier hombre. Sus curvas eran majestuosas, tanto como su deseo carnal. No le molestaba lucir su cuerpo desnudo, con sus duros pezones morenos. En ese instante, mientras dormitaba luego de la orgía, se presentó en cuerpo de luz, su amo, Gustav. —Mi querida, es un placer verte como los dioses te trajeron al mundo. —Señor, estoy para complacerlo. ¿Vas a visitarme y poseerme? —A pesar de que lo desee, en este momento debo atender que los rituales sigan su curso. Hay un inconveniente… —Bailei… Esa puta ya lo sabe… —Sus ojos chisporrotearon de furia. —Sí, quiero que termines con ella. De una vez y para siempre. Yo estoy lejos y no puedo atacarla mientras preparo el final del nacimiento. Todo queda en tus manos. —No voy a fallarle. ¡Acabaré con ella! —Perfecto. Luego tendremos tiempo para menesteres más placenteros. Espero noticias favorables en breve. Vete con mi bendición. Solo tú puedes hacer este trabajo. —Así será. Se lo prometo. 197
Gustav se desvaneció en el aire. La mujer se paró y tomó un gigantesco miembro viril de madera. Otro artefacto del Vudú que usaban Los Antiguos para sus propósitos paganos. Comenzó a humedecerse y empezó a masturbarse con el voluminoso dildo. A medida que se producían los gemidos, la magia se multiplicaba y le daba la locación exacta de Abril. La mujer estaba observando los voluminosos tomos encuadernados con cuero marrón cuando percibió que la realidad misma vibraba. Algo o alguien se aproximaba desde el plano astral. Venía por ella. El aire se quebró formando una grieta azul, un ser estaba saliendo de ella… Un par de manos flacas y repulsivas se tomaron de los bordes de la grieta y comenzaron a abrirla. Luego, salió una cabeza con claros signos de putrefacción y cabellos blancos largos. —¡Bailei! Los amos me han enviado a destruirte. ¡Serás una maravillosa adquisición! Deberé degustarte a fondo, carne joven, podría embarazarte y comerme a nuestros hijos. Será algo delicioso —le dijo mientras se relamía con una gigantesca y babeante lengua anaranjada. —¡Maldito pedazo de escoria! ¡No vas a tocarme! —Con un rápido movimiento de sus manos retiró las telas de su vestido dejando a la vista un par de pistolas. El plomo bendecido atravesó el cuerpo deformado y se llevó con él parte de los órganos internos de aquella cosa salida del averno. —Tonta niña… Yo no soy un guerrero de segunda, se necesita mucho más que eso para vencerme —le escupió luego de salir del portal en su totalidad. La mujer buscó un frasco con sales especiales en su bolsillo y las arrojó hacia el demonio. Los granos tocaron la piel que manaba olor repulsivo y comenzaron a quemarlo. Las llamas se esparcieron por el lugar y prendieron fuego los libros de la biblioteca. Mientras, los gritos del ser llenaban el lugar, Abril comenzó a correr hacia la salida. Aquí no tenía los artefactos para poder vencerlo, debía volver a su hogar y hallarlos. Pero el demonio no se dio por vencido por un fuego santo. El cadáver quemado se partió en dos y surgió una masa con forma tentacular. En escasos segundos creció de tamaño, superando ampliamente al de dos cuerpos humanos. Atacó con una de sus extremidades con ventosas y tomó del pie a la joven. Parecía que era el fin…
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Capítulo tres — Orígenes. Aquella masa con forma tentacular estaba ahorcándola, Abril se asfixiaba velozmente y sentía que nada podía hacer. No, eso era negar la verdad. Solo debía recordar las artes aprendidas con anterioridad, antes que entrara en la agencia, aquellos años oscuros que trataba de borrar de su mente. Debía reconciliarse con ellos si quería vencer. Ella no era más que una niña de diez años, sus padres habían muerto en un asesinato sin resolver. Donde moraban las monjas no le gustaba nada y había decidido escapar. Muchas de las hermanas pensaban que ella era una hija del demonio. Las primeras manifestaciones de sus poderes habían sido descontroladas, hizo levitar a otra huérfana. Luego, en un ataque de rabia al pelear con una amiga, los cortinajes habían ardido como si les hubieran arrojado nafta y una cerilla. Pero aquí, en las calles, la situación era hasta peor. Estaba realmente sola y conseguir alimento era toda una tarea complicada. Había pasado frío y hambre, comenzó a caminar sin rumbo, tal vez pensando en volver con las religiosas y rezarle a Cristo para que la perdonara por sus pecados. Doblando por un callejón, se topó con aquel sujeto envuelto en marrón gabardina. Su cabello era alto y negro, un opuesto al de Abril. Los músculos de sus poderosos brazos parecían querer salir de la tela, esa sensación de poder también la otorgaban sus ojos celestes, profundos y enigmáticos. —Abril, te he buscado por toda Montevideo. Se podría decir que fue fruto del azar el hallarte. —Acto seguido arrojó lejos la colilla de su cigarro. —¿Hallarme? ¿Quién eres? No te conozco —pronuncio ella con voz temblorosa. —Yo también soy un mago natural. Mis amos quieren que yo te entrene en las artes de El Gremio. Te demostraré mis poderes. —En su mano generó una esfera de llamas que voló hasta incendiar un grupo de papeles y hojas secas de un rincón. —Es maravilloso, no soy la única. —Sus ojos estaban grandes como platos. —En El Gremio no estarás más sola. Nos encargamos de la gente mala que solo sucumbe ante la magia. Abril, ven conmigo. Ya no hay nada que temer.
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Él extendió la mano y la niña dudó un instante, pero aquella propuesta del hombre misterioso parecía más seductora que volver a un convento en donde la miraban con desprecio la mayoría de las personas. Ya no dudó más y tomó aquella mano. Ambos se introdujeron en un portal de salto y llegaron a nevadas montañas en las entrañas de Asia. Había gran cantidad de sujetos vestidos como ninjas, entrenaban en las afueras de templos con techos de dos aguas y marcado estilo oriental. A lo lejos, un grupo de infantes practicaban arrojar bolas de fuego mágico. —Ven, te mostraré las habitaciones, mañana comienza tu nueva vida en los caminos de la Alta Magia. Durante muchos años no entendió aquellas palabras. Demian, el hombre que la había hallado, era un hombre duro que los entrenó en las más salvajes y refinadas artes marciales, el cuerpo de Abril se fue convirtiendo en una máquina de matar perfecta, de golpes certeros y eficaces. Cada una de las artes mágicas de El Gremio le fue revelada. A los quince años ya dominaba casi todas, había superado a los demás alumnos. Era el orgullo del clan. Era alabada por sus soldados ninja. Una líder nata. Eso era. Demian se convirtió en lo más cercano a un padre. Le regaló su primer manto negro, le cubría hasta los pies, la unía con la oscuridad de las sombras. —Es hora de tu primer trabajo. Nos han contratado para matar a un mago del Plano 24. Es un mundo como la Tierra. Pero allí la magia es de uso cotidiano. Aquí tienes la foto y los datos. Te acompañarán algunos ninjas. No quiero sobrevivientes ni testigos. —Así se hará, mi señor. —Abril hizo una reverencia y salió de la sala de conferencias. Aquel fue el primero de una serie de trabajos que siempre incluían asesinatos. Llegaron al Plano 24. El sujeto estaba fuertemente protegido por una guardia samurai. La lucha con los ninjas fue sin cuartel pero estos lograron vencer. Llamaron a Abril cuando terminaron su parte. Esta entró a donde estaba el asustado mago, trató de atacarla invocando una lluvia con viento mortal. La mujer de negro generó un escudo y con un solo golpe de su katana le cortó la cabeza. Había cumplido con su deber. Así se sucedieron los años. Viajaba entre los planos del multiverso para matar a pérfidos usuarios de la magia, pero con el tiempo descubrió que eso no era tan cierto. 202
Comenzó a investigar a sus víctimas, muchas de ellas eran inocentes, habían sido enviadas a morir por intereses de los que contrataban a El Gremio. No, debía desterrar estos pensamientos. No iba a abandonar a su familia. Más ahora que una amenaza terrible había surgido. Demian decía que Los Antiguos habían regresado. Que tenía que enseñarle el arte de la Ruptura de los Siete Sellos. Eso era Alta Magia. Sí, luego todo fue caos, Los Antiguos comenzaron la guerra mágica en Montevideo, ella conoció a Carlos, la pelea con su propia familia, el ocaso de El Gremio, el combate con Demian… No, no debía recordar aquello, solo la Ruptura de los Siete Sellos, esa mujer asesina también era Abril Bailei, la pecadora, la sin piedad. Ya no iba a negar su pasado ni su poder. Luego enfrentaría al resto de sus fantasmas pero ahora debía luchar por su vida. La mente de Abril volvió del mundo de los recuerdos. Con su mano derecha comenzó a hacer los compases rúnicos enseñados por Demian. El arte perdido y oculto de la cábala pagana, la Cábala Gótica. Utilizó su dedo índice para trazar en el aire las formas de la geometría metafísica platónica, todo esto mientras el tentáculo estaba a segundos de partir su cuello. En aquel instante surgió la figura del león verde con el sol entre sus fauces, aquella energía divina se traspasó a sus manos, inmediatamente aquella abominación infame comenzó a arder, su cuerpo purulento no podía soportar una energía arcana primordial tan pura. Ahora toda la figura oscura de Bailei estaba envuelta por el poder de las llamas. —¡Déjame vivir! ¡No me mates! Me retiraré para siempre de este plano. —Ya no hay escapatoria. Voy a aniquilarte ahora mismo y luego iré por el que te engendró. ¡Ya no hay perdón! —Se veían las llamas reflejadas en sus pupilas. El fuego purificador brotó por sus dedos y el demonio, entre horrendos gemidos que parecían llanto de recién nacidos, se consumió hasta que solo quedaron sus pecaminosas cenizas esparcidas por el lugar. El viento entrante terminó el trabajo y las alejó. Abril cerró los ojos, la furia consumía su alma. Iba a hallar a quien envió a ese demonio a matarla. Fue un error no hacer el trabajo en persona, un gran error. La Dominicaine descansaba sobre un sillón acolchado, apenas cubrían sus atributos femeninos un par de telas transparentes y en su mano derecha descansaba un 203
cigarro con boquilla negra que llevaba rítmicamente a su boca sonriente. Ella se creía triunfante. Ya daba por muerta a la mujer de blanca cabellera. El Dyok llegó hasta ella, atravesando las distancias con un portal giratorio. Llevaba a Carlos, atado de pies y manos. Ya lucía marcas de haber sido torturado. El mago negro lo arrojó violentamente a los pies de su señora. —Te lo traigo para que hagas con él lo que desees. Ahora es tu esclavo. —Bien, muy bien. Entonces esta basura es Carlos. El amor de Abril Bailei. Te informo que tu puta albina ya está muerta a manos de mi demonio vudú. La magia de los blancos no es nada contra la mía. ¡Su cadáver debe estar comido en este instante! —Mientes, no sabes nada. ¡Ella va a venir a matarte y fregará la sangre de esta habitación con tu asquerosa piel! ¡Sé de lo que es capaz! —Me haces reír, pequeño hombrecito. Voy a probar mis consoladores de madera con tu culito virgen. Me dará mucho placer ver cómo se desgarra mientras llamas a tu salvadora. Pero nadie vendrá por ti, es más, ni siquiera estamos en Montevideo. Nos hallamos muy lejos de allí, protegidos en mi inexpugnable fortaleza interdimensional. —¡Te va a encontrar! Ya lo verás. Conmigo haz lo que quieras. Ella terminará con Los Antiguos. —La Dominicaine le tomó el mentón con una mano mientras que con la otra comenzó a masturbarlo. —Voy a ponértela dura, te obligaré a que me penetres en los ritos más oscuros, vas a ser el padre de las huestes de nuestros dioses. ¡Serás el artífice de la caída de la humanidad! En ese instante, el Dyok mostró signos de inquietud, una presencia mágica crecía dentro de la fortaleza. ¿Qué era? Un círculo comenzó a abrirse de la nada, era un portal de viaje, Abril había usado las artes arcanas para hallar el punto de origen del demonio enviado a matarla. Ahí estaba ella, envuelta en fuego y deseosa de venganza. El Dyok trató de retirarse un par de metros para poder invocar un hechizo capaz de contrarrestar la inminente demostración de poder. Antes siquiera de dar un paso, Abril lo había travesado con una punta de hielo de más de medio metro. La punta congelada le destrozó el corazón y la sangre brotó en todas direcciones como una fuente roja. Instantes después, cayó muerto.
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—¡Libera ahora a Carlos! Va a ser la única oportunidad que te daré. —¡Ven por él, putilla! —Enseguida le propinó una cachetada de dorso al hombre, este terminó escupiendo sangre ante tal fuerza sobrehumana. —Abril, arráncale la cabeza. ¡Usa todo el poder de la Cábala Draconiana, no niegues lo que eres! —¡No tendrá tiempo para hacer sus mierdas! —contestó la hija del vudú. La Dominicaine comenzó sus pases mágicos tomando el falo de madera bañado con sus líquidos vaginales. Al instante estaban transportados a una horrenda realidad en donde todo lucía como un campo muerto. Las calaveras estaban dispersas por el lugar, así como los cadáveres putrefactos. Abril se arrodilló para tocar uno de ellos, algo no estaba correcto, este universo no era real, aunque no por eso menos mortal y aquellos eran cadáveres para ser usados como zombis de ataque. Comenzaron a levantarse, empezaron a gruñir mientras se acercaban deseando comer su joven carne. Era el momento de usar las queridas y confiables pistolas de balas bendecidas. No iba a dejar que los engendros de la muerte la mordieran con sus descompuestas bocas. La lluvia de balas llenó el lugar. Los miembros se separaron entre torrentes de sangre, los cráneos explotaron, los cerebros muertos salpicaron las piedras del lugar. Instantes después no quedaba ninguno de ellos. Un grito le llegó a sus oídos. No estaba lejos. —¡Abril! ¡Me llevan! Comenzó a correr siguiendo la voz de Carlos, provenía desde detrás de un grupo de piedras megalíticas, plagadas de símbolos impíos de las artes negras del vudú. Ahí estaba la Dominicaine, se había desnudado para que las energías sombrías fluyeran mejor ante la excitación de los dioses de piedra. Aquellas moles de más de tres metros de altura plagaban el lugar, poseían gigantescos penes erectos y ojos de marcadas pupilas. —¡La energía de Los Antiguos me llena! ¡Ven por mí si te atreves! ¡Les voy a sacrificar a tu maldito novio si no puedo aparearme con él! ¡Lo vas a ver con el vientre abierto y con los intestinos afuera en este altar de piedra!
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La prostituta le arrojó una poderosa bola de fuego que Abril tuvo que evitar generando un escudo de protección violeta, pero no fue el único proyectil flamígero que escupió la fémina. Con cada impacto el escudo comenzaba a quebrarse. Bailei cerró los ojos, recordó el cubo con tres lados visibles que le había enseñado Demian. “La piedra que cae”, ahí estaban escritas las runas de la cábala gótica. Las runas que alimentaban al dragón rojo. —La Unidad se une con la Dualidad, esa es la filosofía draconiana, la serpiente se une con el águila, de ellas surge el dragón. Shiva se une con Shakti, no se desintegra ningún principio, se crea un tercero. Lleva tu mente por ese camino y el poder de la Alta Magia te será revelado. Abril sintió las energías recorrer su cuerpo, así le había entrenado su maestro, el terrible asesino, líder de El Gremio. Ahora usaría ese poder para vencer a un feroz enemigo. Pudo visualizar las runas recorriendo sus manos, se formaban doradas debajo de la piel y eran visibles. ¡Era ahora mismo! Disparó la andanada de fuego hacia la mujer desnuda, el poder la envolvió y comenzó a quemarla entre gritos horrendos de dolor. —¡Maldita! ¡El Amo acabará contigo! —Las llamas lamieron su rostro y destrozaron su carne, ahora eran observables los huesos horrendos y deformes de su cráneo. La ilusión se deshizo a su alrededor, de nuevo estaban en el templo de Los Antiguos. No era un buen lugar pero al menos era la Tierra. Liberó a Carlos con premura y abrió un portal de viaje hacia Montevideo. Al fin estaban en casa nuevamente. Bailei se desplomó en el sillón de la sala, estaba tremendamente agotada. —Querida, gracias. Pensé que iba a morir a manos de esa horrenda mujer. —Si no hubiera aplicado lo que me enseñó Demian… —Es parte de tu vida, ya no hay que ocultarlo. Está bien usar lo que aprendiste con tu maestro. Eso hoy nos ha salvado. Descansemos ahora, presiento que vienen terribles momentos. Mientras, en otro plano de existencia, la Dominicaine comenzaba a regenerarse, se había salvado por los pelos. Y volvería por venganza. A su señor no le fallaría.
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Abril Bailei — El caso del Ro-lang Víctor Grippoli
Antes de los sucesos acontecidos en las batallas contra Los Antiguos, Abril y Carlos tuvieron que enfrentarse a innumerables criaturas maléficas enviadas por las entidades oscuras. Aquellos sucesos fueron conocidos como La Guerra Mágica Montevideana. Esta es una de esas historias. Parcifal Marcelus, un hombre alto y de penetrantes ojos azules, había buscado toda su vida las pruebas de la existencia del más allá. En su incesante búsqueda se contactó con grupos de escasa moral que servían a las fuerzas exiliadas por El Único y sus Siete Eternos en una y era tiempo antes de la existencia de la humanidad. Marcelus no dudó un instante en vender su alma por poder. Su sonrisa sardónica de blancos dientes relució al recibir la información referente a una cabeza de piedra que formas femeninas que se hallaba en las selvas de Guatemala. La última foto conocida databa de la década de los cincuenta. Los hombres de buen corazón la habían trasladado a un rincón todavía más alejado en la verde espesura. Ahora tenía el último mapa sobreviviente. El bando maligno de los atlantes, durante su retirada luego de la gran guerra que hundió el continente, había edificado aquellas pétreas estructuras para ser canalizadoras del poder supremo. Eran capaces de invocar seres de otras dimensiones, de planos en donde solo la locura es el pago por utilizar las artes arcanas. Él no tenía miedo. Su existencia tenía ahora un propósito. Abril Bailei, la maga de piel nívea y su amante había vencido en las anteriores batallas. Eso no podía suceder de nuevo. Se comunicó con museos extranjeros y utilizó fuertes sumas de dinero heredadas. La expedición comenzaría el mes entrante. ¡Vendría con la victoria! Aquella selva parecía no tener fin. Los guías cortaban con sus machetes las gigantescas hojas. Parcifal nunca había sudado tanto en su vida ni picado por tantos insectos. A muchos de ellos no los reconocía de ningún libro. Parecía que se adentraba en un viaje en el tiempo. Hacia el pasado… Entre los árboles yacían las ruinas de ignotos templos atlantes que a pesar de la desdicha actual poseían el encanto de la perversión y la maldad. En los relieves esculpidos se mostraban las efigies de bestias inmensas, de cosechadores, de un hombre con una máscara dorada dirigiendo las hordas impías contra los reyes bondadosos antes del escape interdimensional. ¡Todas las historias eran ciertas! ¡Las crónicas de los libros no mentían! Y pensar que lo habían tildado de loco en los círculos académicos, hecho que tornó su personalidad de ratón de biblioteca hacia el puro odio hacia la especie humana. Al fin cedió la última hoja y se mostró con todo su esplendor aquella cabeza femenina de perfectos rasgos y cuatro metros de altura. Miraba hacia el cielo… Como esperando la llegada de algo o peor aún, de alguien. —¡Eres mía! —dijo Parcifal mientras cerraba su puño derecho. Ya no importaba el calor ni los insectos en constante bailoteo infernal. En ese instante, dos guías de la expedición fueron atravesados por púas de madera, sus intestinos quedaron esparcidos por el lugar en un mero instante. ¡Los sirvientes de los atlantes habían colocado trampas mortales! El resto de la expedición entró en desbandada cuando cientos de púas brotaron de los restos de un templo cercano. Más de una docena cayeron víctimas de las afiladas 209
formas. Les atravesaron la cabeza o el corazón. Las hojas selváticas quedaron teñidas de espesa sangre. Marcelus generó un escudo de protección invisible y aquellas cosas rebotaron en la esfera de poder. Con otro pase mágico desvió las últimas de los pocos porteadores que quedaban con vida. El solo no podría llevarse la cabeza de aquel sitio. Pasado el terrible peligro los hombres se animaron a volver a su lado. —No hay tiempo que perder. Corten la base de la cabeza y llevémosla al lugar donde nos vendrá recoger el helicóptero de carga. Necesito estar lo más rápido posible en Montevideo. —Así se hará, mi señor —le contestó un temeroso guatemalteco sobreviviente que se limpiaba la sangre y tripas de sus amigos salpicadas por todo su rostro y ropa. Marcelus sonrió. Unas bajas humanas no eran nada. ¡Ahora la cabeza era suya y él vendría al escuchar su llamado! Rgya Mthso se hallaba a miles de kilómetros de aquel lugar, sentado en una perfecta posición de loto. Aquel cuerpo era flaco y perfecto, gracias a décadas de entrenamientos y meditaciones. Se hallaba en un templo de madera empotrado en las perdidas montañas tibetanas, en rincones tan lejanos que ni el ejército chino había dado con ellos jamás. Y lo bien que hacían pues en ese emplazamiento se seguía la doctrina oscura. Los declarados enemigos del budismo. Tenebrosos ojos rasgados se abrieron como dos platos. ¡Sintió el movimiento de la cabeza en Guatemala y la energía de un mago que lo llamaba usando el poder de la misma! Los Antiguos lo necesitaban de nuevo en el campo de batalla. Estaban peleando una guerra e iban perdiendo. Se levantó de golpe y acomodó el manto rojo que portaba. Las llamas de cientos de velas se movieron por la corriente de aire que causó. Al instante, todos los alumnos copiaron el gesto. —Maestro… ¿Qué ha sucedido? —le cuestionó el segundo al mando del templo. —He sido llamado por nuestros amos. Debo partir ya mismo a un lejano lugar llamado Sudamérica. Parece que esa ha sido la tierra para que se libren las batallas por el futuro. El nuevo mundo ocupa el lugar del viejo. —Podemos acompañarlo. ¡Estamos listos! —gritó el impulsivo joven. —No. Ustedes seguirán entrenándose para la futura lucha contra El Gremio. Yo sé que no han desaparecido. Mientras, debo encargarme de su alumna de oro… Abril Bailei. ¡Y esta vez tengo un par de ases bajo la manga! No hay forma de que salga con vida. Rgya tomó sus escasas pertenencias, abrió las puertas del templo maligno y se perdió entre la nieve que azotaba incesantemente las montañas tibetanas. Su destino era un ignoto país del sur, Uruguay. *** Un mes más tarde ya estaba instalado en la buhardilla-laboratorio de la mansión perteneciente a Parcifal. Aquellos dos hombres, debido al grado de malignidad que compartían, hicieron buenas migas al instante.
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—Se aproximan los rayos, hay mal clima… Ideal para que tomemos un pobre diablo y lo convirtamos en un Ro-lang. Con la cabeza puedo dotarlo de nuevas habilidades, será un sueño cumplido —dijo el asiático. —Buen, conozco una playa alejada en las afueras de la ciudad, iremos con mi coche y tú harás el resto. Siempre hay algún incauto que le gusta caminar con el mal tiempo. —Sonrió de forma cómplice. —¡Eso es muy cierto! No importa el lugar del mundo que sea. Un muchacho que no llegaba a los veinticinco iba despreocupado observado las negras nubes del horizonte, sus pies estaban llenos de arena y se detuvo un instante para limpiarlos. Jamás supo que a escasos metros un hechicero del otro lado del mundo guiaba un relámpago mortal hacia él. Instantes después yacía muerto en la desolada playa. Entre los dos introdujeron el cadáver en la cajuela del vehículo clásico de color negro y regresaron a la mansión. Colocaron en cadáver en la buhardilla. Ahora era el momento definitivo. —Voy a colocarme sobre él. Si algo sale mal, despégame del cuerpo. Debemos estar cara a cara para que pueda trasmitirle una porción de mi alma. Entonces será nuestro esclavo para siempre. ¡El más poderoso de los Ro-langs! Un zombi dedicado a matar a Abril Bailei. —¿Pero piensas que algo puede salir mal? —cuestionó el millonario con preocupación. —Tu poder me dará la energía necesaria. Confía en mí. ¡No vamos a fracasar! Se acostó sobre el cuerpo, pegó su rostro al del fenecido y una porción del alma salió con dorada forma de su boca. Al instante se levantó el muerto viviente. Ya no era el muchacho dulce de antaño, en sus ojos solo se leía el deseo de matar. —Amos, estoy a su servicio. ¡Al eterno servicio de Los Antiguos! —dijo con voz inhumana. Rgya y Parcifal se miraron llenos de felicidad. El plan perfecto iba tomando forma. Los poderes del zombi eran superiores a cualquier otro. ¡Para Abril no habría consuelo! *** La muchacha de negro vestido y cabello tan blanco como su piel se encontraba pensativa. Observaba la calle desde el balcón de la casa de Carlos. El hombre se colocó su gabardina marrón de largas proporciones y abrazó a la dama por detrás. —No puedes seguirte culpando por lo que El Gremio te hizo hacer en el pasado. Ya ha quedado atrás. Ahora tenemos problemas que resolver. ¡No quiero verte más con esa cara! —dijo antes de besarla apasionadamente. —Tienes razón… Me atormenta de todas formas. Yo no sabía que eran inocentes. Para mi “padre” ese concepto no existía. Si había una sola pequeña suposición que eran colaboradores de Los Antiguos yo me encargaba de asesinarlos… ¿Te vestiste? ¿Tienes trabajo? —le preguntó al darse cuenta que el caballero ya estaba colándose el arma en su funda.
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—Me han llamado de un hospital psiquiátrico en las afueras de la ciudad. Al parecer, hubo un brote de una extraña enfermedad. Es algo tan extraño que piensan en la posibilidad de un agente biológico usado a propósito. Homicidios, para ser exactos. —Ten cuidado. No puedo perderte, eres lo que más amo en el mundo. Se abrazaron por un instante antes de besarse de nuevo. —Soy un hueso duro de roer, no va a liquidarme ningún patógeno. —Encendió un cigarro y el detective salió de su casa para dirigirse a su vehículo. No le agradaba nada dejar a su amada tan deprimida. Su carácter empeoraba con esta “guerra mágica”. La perseguía en demasía su turbio pasado.
Aquella casona de varios pisos en el medio de la arbolada era deprimente. Uno de los últimos hospitales públicos para dementes y como casi todos en el país se estaba viniendo abajo. Había varios coches de policía afuera y tres camionetas de las cuales descendían hombres con máscaras anticontaminantes y trajes amarillos. Carlos leyó el reporte dentro del auto y decía que el patógeno no estaba en el aire, había causado la muerte de las personas y ahora no había ni una sola pista de su origen. Decidió no ponerse esa ridícula vestimenta y entró sin vacilar por la puerta principal compuesta por dos gigantescas hojas de madera trabajada. Se imaginó lo bello del sitio en su apogeo. Ya en el hall de entrada, con un piso que parecía un inmenso tablero de ajedrez, se hallaban los primeros cuerpos llenos de ampollas y purulencias. Apenas se los podía reconocer como humanos. Era un show atroz. El asesino debía estar más enfermo que las pobres personas que habitaban aquella casa de locura. Un pobre policía mostraba un rostro de miedo. Era el que lo estaba esperando. Carlos observó los cadáveres con detenimiento y comenzaron a venirle unas muy claras sospechas de lo acontecido. —Oficial, ¿se encuentra bien? ¿Quiere salir un rato? —le preguntó al joven que no soportaba más su guardia. —¡Carlos! Al fin llegaste —dijo saltándose el protocolo—. Sí. Necesito ya fumar. El detective se arrodilló y vio que uno de los pacientes tenía la forma de una mano en su cuello, era difícil percibirlo por las ampollas pero con sus años de experiencia fue obvio al instante. —Antes de que te vayas necesito saber si hay algún sobreviviente. Debo interrogarlo ahora. —Sí, hay un enfermero que está con los otros policías, el pobre está en estado de shock y relata incoherencias. Dice que el lugar está maldito y que un fantasma se encargó de asesinar a todos. —Ya lo veo. Déjamelo a mí. Vete de aquí, ya tuviste suficiente por esta noche. Saluda a la familia. —Gracias, Carlos. ¡Me voy ya mismo! —Su alegría se hizo patente y puso pies en polvorosa.
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El caballero de la gabardina se dirigió a donde estaban los médicos y policías ayudando al único sobreviviente. Hizo que lo dejaran a solas con un imperativo gesto de su mano. El pobre enfermero tenía el rostro demacrado por el horror y temblaba. —¿Usted tampoco me creerá? ¡Yo lo vi caminando al maldito! Los tocaba y todos caían muertos —exclamó sin mirarlo a los ojos. —Mi capacidad de asombro no tiene límites, muchacho. ¿Dices que era un fantasma? ¿Cómo era? —Se colocó de cuclillas para poder ver su rostro. —Era un joven… No llegaba a los treinta. No sé de dónde salió… Comenzó a deambular y a cada uno que tocaba… Ya vio los resultados. ¡Eso no era humano! ¡No era humano! —gritó antes de entrar en un estado de incoherencia convulsiva. Los médicos regresaron y lo retiraron camino a la ambulancia. Carlos ya sabía lo que estaba pasando. Un ser mágico, sin duda. Otro enemigo al que hacerle frente y aquella cosa de seguro seguía en el hospital. Lo decía su instinto detectivesco, hasta podía percibirlo en algún rincón oscuro del edificio. Todo olía a trampa. A una asquerosa. El contacto era letal. Aquello debía estar hecho para matar a su amor pero ella era la única capaz de detenerlo. Ese ser no podía llegar a la ciudad y extender la pavorosa plaga. Tomó su teléfono móvil y discó a Abril Bailei. —Querida, soy yo… Me parece que vamos a necesitar tu ayuda en el caso del siquiátrico… —le dijo con un tono lleno de desazón. *** El manto de la mujer de negro se agitó con una corriente de viento procedente de las ventanas rotas. Se agachó para ver la marca con forma de mano. Sus ojos centellaron por un instante. —Es un Ro-lang. Zombi tibetano que transmite la muerte por contacto. Aunque es extraño… Tienen escasa inteligencia y los usaban para tareas simples, una empresa cobraba por enterrar un muerto en un lugar lejano y los malvados se quedaban con el dinero del traslado y enviaban al resucitado a cumplir ese cometido. —¿Su amo está aquí? No me gusta este lugar y presiento que no estamos solos. —Es probable… Siento electricidad en los cadáveres. Hay dos tipos de Ro-langs. Los creados por rayos o por transmisión de una parte del alma. Creo que este es conjunto. Una mezcla infame de lo más terrible. —Entonces ya sabemos quién está detrás de esto, mi querida. ¡Vayamos a buscarlos! —dijo mientras desenfundaba su pistola y ella hizo lo mismo con su par. Las de la fémina marchaban con balas bendecidas con agua bendita y plata. Recorrieron las decrépitas salas en penumbras. Calcularon que más de sesenta enfermos habían fenecido. Las muecas de pánico eran visibles, aquellos ojos abiertos, las pústulas sangrantes y las poses antinaturales. Carlos había dado la orden que todo el mundo se fuera debido a sus sospechas. Luego retirarían a las víctimas. —¿Eso son voces? —cuestionó Abril. —¡Maldita sea! ¿Cómo puede ser que queden policías aquí? ¡Desobedecen mis órdenes! Enseguida comenzaron a correr para salvarles la vida. ¿Llegarían a tiempo? 213
—¡Voy a probar que en este edificio hay algo sobrenatural! El jefe quiere llevarse toda la gloria. Su novia y él saben más de lo que dicen —dijo el policía novato, muy enojado, a sus tres compañeros mientras cortaba la oscuridad con el haz luminoso de su linterna. —¡Tienes razón! En estos siquiátricos siempre hay fantasmas. ¡Ya lo dijo el enfermero! —contestó su amigo, el cual llevaba un burdo medidor de actividad espectral hecho según diagramas de la red. Aquel artefacto no era más que un chisme de poco uso. En ese instante convergieron los haces de luz en la fuente de un ruido de pisadas. Ahí se hallaba un muchacho sin expresión en el rostro. Parecía una estatua carente de vida. Su ropa estaba teñida de la sangre de los muertos. Las pústulas, al reventar, expulsaron el rojo líquido como chorros. —No fue buena idea quedarse y yo no soy un fantasma. ¡Yo soy la muerte personificada! —gritó el Ro-lang mientras extendía los brazos. El policía hablador fue el primero en ser tocado, su cuello estalló como una sandía al ser golpeada con un martillo. Los otros tres dispararon todas las balas posibles, nada podían hacer en algo que ya estaba muerto. Al darse cuenta que un arma común no podía hacerle frente comenzaron a correr pero el zombi fue más veloz y les disparó un rayo eléctrico que asó en vida a dos de ellos. Los gritos fueron espeluznantes y comenzaron a prenderse fuego. Por suerte la agonía duró poco y quedaron reducidos a huesos chamuscados. El último novato se introdujo en una sala acolchada y cerró la puerta de acero. Sudaba a mares por el miedo. Buscó su celular pero este se había caído en la persecución. Rezó que el jefe y su novia le salvaran la vida. En ese instante se hizo pedazos la puerta, la fuerza inconmensurable de la criatura todo lo podía. —¡Aquí estás, maldito perro! Ha llegado tu hora. Reza a tus inútiles dioses. Este mundo será reclamado por Los Antiguos. —¡Déjame vivir! ¡Te lo ruego! —exclamó lleno de pánico el pobre muchacho. Escasos segundos después su cabeza no era más que una masa gelatinosa y los trozos de sesos se extendían por el lugar. Abril y Carlos entraron a la habitación y vieron los restos de aquellos pobres desgraciados. —¡Quédate atrás! Tú no puedes hacerle frente y que no te toque —le gritó a su amado. —¡Eso lo decidiré yo! ¡Me apetece acariciarlo! Tiene una hermosa piel… — replicó la criatura. —Habla mucho para ser un zombi. Me aburre… ¡Mátalo ya! —contestó el detective con tono jactancioso mientras se alejaba. El Ro-lang lanzó poderosos rayos eléctricos desde la punta de sus dedos, Abril generó un escudo esférico de protección y estos rebotaron haciendo estragos en las paredes que estallaron en pedazos. ¡Era el momento del contraataque! La mujer de alta 214
figura disparó sus balas benditas y estas sí arrancaron trozos de carne de aquella abominación, el agua santa y la plata no eran suficientes para matarlo pero eran capaces de herirlo. El zombi saltó por un hueco en el techo y se perdió en las tinieblas. Abril salió corriendo para perseguirlo. Subió las largas escaleras de mármol del hospital y generó un hechizo de fuego para alumbrar las penumbras. No había rastro de la cosa… —Ro-lang, tú no eres el que habla. Que dé la cara el titiritero. ¿O es que tienes miedo, pedazo de mierda? El muerto viviente volvió a aparecer y disparó de nuevo una andanada interminable de relámpagos. El escudo no podía evitarlos a todos, saltó reiteradas veces para esquivarlos. Luego de las piruetas colocó rodilla en tierra y apuntó con precisión. Dos balas atravesaron las rodillas de cadáver. Eso le restaría capacidad de movimiento. Ahora sería el momento de realizar el exorcismo… El Ro-lang no se dio por vencido y guio su rayo hacia el piso inferior, haciendo saltar el suelo por los aires. Carlos fue impactado en el pecho, no murió gracias a su gran compostura física pero perdió el conocimiento en el acto. —¡No! ¿Qué has hecho? —Abril se distrajo y la criatura avanzó para tocarla y así darle fin a su vida. No contaba con que había despertado su furia. Ella ignoraba si la única persona que le importaba estaba en este plano. Las manos del zombi estaban a centímetros de su cuello enjoyado con hermosos colgantes plagados de amuletos… Parecía el fin… Fue entonces cuando activó la magia arcana que contenía siempre en su interior, la que había causado la muerte de tantos inocentes bajo el servicio de su padre. La andanada de fuego mágico hizo arder al Ro-lang, este comenzó a gritar y moverse como poseso. La carne se le desprendía de los huesos y los intestinos se desparramaron junto con el resto de sus entrañas. Segundos después no quedaba nada de él. Los ojos de Abril se habían tornado rojos, podía detectar en la otra habitación al hechicero tibetano. El gestor de la impiedad. Con un golpe de puño deshizo la pared de bloques. Ahora poseía una fuerza sobrehumana por meros instantes e iba a aprovecharla. Rgya tuvo miedo, como nunca tuvo en toda su vida… Disparó un hechizo de muerte instantánea que Abril desvió con un simple movimiento de su mano derecha. —¿Piensas que con eso puedes detenerme? Apenas tenga tiempo voy a ir al Tíbet y destriparé a toda tu gente. ¡A todos los miembros de tu secta! El mago siguió atacando pero la fémina era imparable. Lo tomó de su calvo cráneo y comenzó a usar un encantamiento para absorción de información. ¡Ahora ella sabía todos sus secretos! —Ten piedad… Yo solo cumplía con los designios de mis amos… No quiero morir —rogó mientras caían lágrimas por su rostro. —Tienes miedo de fenecer porque sabes que te esperan en el infierno. ¡Que así sea! 215
Apretó la cabeza hasta que estalló de forma violenta. El cadáver del tibetano impactó con un sonido hueco al golpear el parquet del suelo. En ese momento los ojos de Abril volvieron a la normalidad. Carlos apareció rengueando por la puerta y con una enorme sonrisa en el rostro. —¿Pensaste que un rayo de un zombi tibetano era suficiente para matarme? Te olvidas que convivo contigo todos los días y sigo en pie. ¡Válgame Dios! Ella corrió a abrazarlo y se fundieron en un beso que pareció durar eones. —Por un instante lo pensé… Creí que lo había perdido todo… —Nacimos en Sudamérica, mi amor, si las crisis políticas no han acabado conmigo no lo hará un engendro de Los Antiguos. Pero déjame adivinar. Esto no termina aquí… —Hay un terrible hombre que ha robado una cabeza atlante. Con eso lograron invocar a este Ro-lang de extremo poder. He visto la ubicación de la mansión en la cabeza de esta basura. Y el otro enemigo no es antibalas… —Bien. Abre el agujero ese tuyo que tengo ganas de usar mi arma. Conseguí la de mayor calibre posible. Luego de la masacre haremos el amor como dos desgraciados. —Dalo por hecho, varonil detective. La magia puede hacerte llegar a las cúspides del placer. —Ella acarició su pecho cubierto por la blanca camisa por unos meros instantes. —Ahora entiendo por qué nunca tuve parejas normales. Necesitaba kamasutras eróticos de otras dimensiones para poder amar. ¡Qué vida la mía! —El mecanismo de defensa de Carlos ante lo sobrenatural era la ironía salvaje. Abril sabía que sus capacidades excepcionales solo podían provenir de una familia con un poder mágico nunca explotado. Y pensar que hay tanta gente así en el mundo. Aquel sentimiento le dio pena por unos instantes. *** Salieron del portal de salto y se hallaron en una mansión oscura, desolada y tétrica. Parecía que aquel hombre usaba toda su fortuna en servir al mal. El estado de su vivienda era algo secundario o terciario para sus fines. —Ten cuidado. Ya debe saber que sus esbirros han fracasado. —Va a probar el plomo de mi pistola. ¡Otro más que se oculta en las sombras! Son todos iguales. Cruzaron por estancias llenas de grimorios alquímicos y otras con frascos en donde dormían seres no humanos en líquidos de origen pagano. Abril sentía en cada fibra de su ser el origen de la energía atlante. La sala en donde estaba la cabeza femenina se encontraba detrás de una puerta inmensa de madera labrada con las epopeyas de los impíos Antiguos. —Quédate a mis espaldas. Siento el poder que emana de aquí… Es inmenso… Bailei abrió la puerta con una patada y observó la gigantesca cabeza de piedra que manaba un resplandor anaranjado. Parcifal Marcelus, vestido con una túnica ritual violeta que le llegaba hasta el suelo, ya estaba realizando una nueva invocación. 216
—¡Maldita bruja! ¡Te estaba esperando! Tuviste la osadía de matar a mi amigo… Pagarás todos los crímenes que hiciste contra nosotros —escupió con odio el hechicero. —Los crímenes los han cometido ustedes. Crímenes contra la humanidad al aliarse con las sombras —contestó ella mientras lo apuntaba con ambas pistolas. —Cuidado… está haciendo algo con los dedos… ¡Es un pase mágico! —gritó Carlos. La cabeza desapareció y en su lugar se materializó una mujer de roca con tamaño humano. A velocidad imparable abrazó a la que una vez integró El Gremio y comenzó a apretarla. ¡Abril trató de invocar su magia pero parecía que nada funcionaba contra ese poder atlante! ¡El aire se escapaba de sus pulmones y no podía respirar! —¡Muere de una vez, desgraciada! ¡Esclava pétrea, termina con tu tarea, quiero ver sus órganos derramados por esta habitación! —Marcelus cerró su puño con fuerza y sus ojos se clavaron en Carlos. —Dime una cosa, mago de circo. ¿Contra esta magia puedes? —Acto seguido vació el tambor de su Magnum en el pecho del causante de todas las desdichas. Parcifal estaba protegido contra todo tipo de hechizos, hasta había logrado bloquear los inmensos poderes de Abril pero se olvidó del poder de una vieja y querida pistola de manofactura humana. Ese descuido le costó la vida. La forma femenina comenzó a gritar despavorida y se desintegró al instante de morir su amo. El humo de sus cenizas fue llevado por el viento. Entonces comenzó de nuevo a formarse la cabeza, Ahora Abril sentía sus poderes a pleno luego del deceso de su enemigo. —¡No dejaré que vuelvas a hacer daño a nadie! ¡Esto se termina ahora! —gritó la maga. Disparó varias bolas de fuego y aquella cosa traída de las profundidades de Guatemala estalló en mil pedazos. —Abril. ¿Estás bien? El Ro-lang soportaba las armas convencionales. El idiota de su amigo le podría haber pasado el truco a este pelele —escupió al suelo en señal de desprecio. —Gracias por salvarme la vida. Su fuerza era tan poderosa… Se abrazaron antes de besarse. Esta vez habían triunfado pero ambos sabían que vendrían más. Esto acababa de comenzar y debían estar mejor preparados que nunca. ¡Juntos lo lograría! Esa era la única esperanza. La esperanza de toda la humanidad ante el peligro acechante de Los Antiguos.
Este relato está basado en los mitos de la creación de zombis en el Tíbet. Se unieron las dos formas más conocidas para crear Ro-langs luego de investigar a profundidad sobre el tema y su usufructo en aquel país. La leyenda de la cabeza femenina en Guatemala es incomprobable. Hay una foto tomada por David Hatcher Childress y se dice que su altura era de entre 4 a 6 metros. El arqueólogo guatemalteco Héctor E. Mejía dijo que la cabeza no tenía ni un rasgo maya, náhuatl, olmeca o de cualquier otra civilización prehispánica al verla. 217
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Stars Temporada 1 Episodio 1 Sombra Poldark Mego
El cielo lloraba, se partía en dos como un telón inmenso que anunciaba un diluvio premeditado. Control de clima había programado lluvia para la media tarde con motivos de refrescar la ciudad Seckta 037 y disipar algo del intenso calor de Saturno. Sin embargo, como ocurría algunas veces, la naturaleza modificada artificialmente lograba rebelarse al programa y creaba su propio idioma intensificando o decreciendo los fenómenos atmosféricos. La capa de agua que caía sobre la metrópolis amurallada no permitía ver nada. Figuras borrosas como espectros acuosos se difuminaban en las calles, en los pasajes, en los recodos que fungían de refugios improvisados. Llovía. Esa tarde llovía. Una silueta se desplazaba con la cabeza gacha, ropa empapada, cerrando con sus manos el abrigo a la altura de su rostro para que el agua no se filtrara; deseaba no mojarse más. Imposible. Las gotas caían como metralla creando riachuelos, colapsando cañerías. La tecnología usada en la tan avanzada colonia de humanos del sexto planeta, irónicamente fallaba ante un proceso que los mismos ingenieros climáticos diseñaron a medida. La figura se escabulló entre pasajes sinuosos de acero, concreto y neón. Ajeno a la terrible inclemencia, algo parecido a una musculada gárgola se hallaba vigilante sobre la saliente de uno de los edificios más altos de la ciudad. El agua caía sobre la manta que tapaba por completo al desconocido, ocultando la mitad de su rostro, dejando expuesta una mirada sin brillo y fría como la una serpiente al acecho. La lluvia mojaba a todos por igual, pero a él no parecía importarle. Buscaba agudizando su vista, sus sentidos. Buscaba. Las gotas caían. Observaba. Llovía. Vigilaba. El manto gris lo opacaba todo. Él se encorvó, como lo hacen los linces antes de dar el salto mortal. Se lanzó. Su cuerpo salió despedido desde el piso ciento treinta del edificio del gobierno militar de Banser, el imperio humano de Saturno. Aquel espejismo atravesó el manto lluvioso abriendo un surco, deteniendo el flujo de agua a su pasar. Internándose en las construcciones de menor tamaño. Desapareciendo. Agotada por la lluvia, ella se resguardó bajo el techo de un local abandonado. Ventanas tapiadas, goteras por todos lados y un potente olor a humedad la recibió de mala gana. El local estaba oscuro y desolado, con una quietud siniestra, como si se tratara de un ente maldito que aguarda a que su siguiente victima pase por su trampa. La oscuridad al final del local parecía hablarle, llamarla, susúrrale. Ella se internó en la oquedad para alejarse del aguacero, pero luego se sintió extrañamente fascinada por conocer qué habitaba en la negrura. 221
Sus pasos inseguros demostraban que era llevada hacia el interior de la oscuridad por fuerzas que no comprendía. Sus botas chapoteaban, con cada pisada, en los charcos acumulados al interior del local. La oscuridad susurraba un lenguaje que el viento llevaba. Un lenguaje maldito. Una lengua perdida y negada por la ciencia. La mujer se abrió el abrigo revelando un traje que realzaba su incipiente y pálida figura. Cintas de termoplástico cubrían sus juveniles senos y entrepierna, mallas metálicas abrazaban sus piernas hasta las pesadas botas. Llevaba en el cuello un collar de sumisión, pues tenía clientes con gustos específicos. Los labios morados combinaban con las sombras eléctricas y sus potentes ojos verdes. Llevaba más aros en el rostro que dedos en las manos; y tiritaba, su cuerpo temblaba de emoción y frío ante la expectante sensación de saber qué había al final de local, qué la invocaba ¿o ella había llamado a algo en su desesperación? Estaba casi consumida por la oscuridad cuando las alarmas de la ciudad sonaron. Control de clima anunciaba, de esa manera, que la lluvia cesó y los habitantes de Seckta 037 podían salir de sus hogares a reanudar su periplo por la ciudad. Los trenes reanudarían sus rutas, los servicios públicos se reactivarían, la metrópolis reviviría como un gigante de acero y carne, gris y encorvado que respiraba una vez más. ¿Y ella? Ella regresaría al pasaje de la calle B339, en el sector Alfa de la ciudad, al local mugriento y lleno de luces estrambóticas donde vive y trabaja, donde recibe a sus clientes y pierde el sentido de la vida de a pocos. ¿Quería regresar ahí? ¿Realmente quería regresar ahí? Algo en la boca oscura del local le decía que tenía otra vida, una realidad diferente al final del abismo, del otro lado del agujero del conejo. Ella dio un paso más. Desapareció en la penumbra. Sintió un fuerte agarre en el brazo, algo tiró de ella con la fuerza de una bestia de carga. Fue lanzada metros hacia atrás, lejos de la oscuridad, hacia un charco donde cayó golpeándose su huesudo trasero. Se quejó, pero no por ser arrojada sino por ser separada de aquel susurro embriagador. Quería regresar a él, pero la silueta de una mole se lo impedía. Ante ella, una espalda inhumana se levantaba como una muralla. Entre ella y el abismo. Antes de poder reaccionar y decir algo, el gigante se despojó de su capa revelando un cuerpo musculado, un Adonis desnudo cubierto por escasa tela en sus zonas pudendas y remachado de feroces cicatrices en piernas, espalda y brazos. Una melena azabache caía hirsuta y mojada. En ambas muñecas llevaba unas extrañas pulseras, tecnología desconocida. Tartamudeó algo, pero su intención murió en su garganta al ver cómo toda la oscuridad del local se retorcía como si fuese un ente vivo. La sombra retrocedió despejando paredes, piso y techo hasta concentrarse al fondo del salón. Y entonces, aquella oscuridad tomó forma humanoide, sin llegar a serlo del todo; era una mezcla entre algo humano y una pesadilla violenta. Destilaba una especie de rabia insana y gruñía demente. ¿Era posible? La oscuridad tomó forma. La sombra. Aquello que parecía haber salido del tormento de los demonios se abalanzó al hombre desnudo que de un golpe hizo retroceder al espectro. La sombra chillaba y su alarido era como arañazos en el pizarrón. La mujer se llevó las manos a los oídos creyendo que perdería los tímpanos. La mole humana contraatacó con consecutivos 222
golpes que increíblemente daban en su objetivo, aunque este sea un ser hecho de sombra. El espejismo se quejaba y arañaba para defenderse. El hombre bestia juntó ambas manos y propinó un severo combo a la oscuridad que se retorció de dolor antes de retroceder y expandirse cubriendo casi todo el terreno del local. El guerrero se vio rodeado, cerró lo puños y masculló una maldición en una lengua que la mujer no entendió, pero le pareció el lenguaje de la antigua Latierra, o algo así, recordó del colegio. La sombra estaba en todo y formó puñales como estalactitas, todas apuntaban al hombre. Todas se dispararon en una letal lluvia. Ella ahogó un grito, cerró los ojos y se llevó las manos a la boca. No quería ver, no quería presenciar tan extraña muerte. Un viento frío sopló por su nuca y lentamente mostró una expresión consternada por ver un cadáver (no sería la primera vez) sin embargo, un brillo le dañó los ojos, un brillo casi dorado, una especie de sol en miniatura que refulgía en aquel espacio abandonado. Cuando los ojos de ella se acostumbraron a la luminosidad, vio confusa, cómo el hombre ahora era protegido por una armadura blanca de pliegues, que no tenía antes. Una especie de nanotecnología imposible había aparecido, cubriendo al hombre y protegiéndolo del ataque oscuro. Con un movimiento de sus manos desplegó otro imposible y apareció una larga cadena que finalizaba en una pesada bola de púas. Con esa arma arremetió contra la oscuridad dañándola irreparablemente. La sombra fue consumida en una terrible agonía maldita. Desgarrados reclamos llenos de indignación iban dirigidos hacia el guerrero, en un idioma que ella jamás pudo comprender. El sujeto se volvió hacia ella. Llevaba un casco que cubría su rostro, el yelmo tenía una «X» en todo el frontis que servía de visor. A ella, la armadura y la gallardía, le hicieron recordar las series que veía de pequeña en su cálido hogar, en una ciudad distinta, en otra época tan lejana que le parecía una vida ajena. Recordó la comida con la que su madre la esperaba, la pobreza llena de amor, los abrazos, las lágrimas, la guerra que las separó. Sintió en el corazón una potente noche creciendo, devorándola desde el interior. Comenzó a llorar y aquel llanto fue tan ferviente como la lluvia más intensa o el dolor más agudo. Se derrumbó y al hacerlo se vio las manos veteadas con una miríada de venas negras, su piel gris y su aliento nauseabundo. Supo, sin preguntarlo, que aquella sombra la había tocado, y su corazón triste respondió al llamado. Ahora ella estaba infectada con lo que sea que esa sombra traía. Era portadora de una especie de maldad inexplicable y poderosa que pronto usaría su cuerpo como un recipiente para esparcir violencia y muerte. Miró a la cadena del soldado luminoso y lo supo. Él la reuniría con mamá.
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Stars Temporada 1 Episodio 2 El rey rojo Poldark Mego
Las luces de las patrullas creaban un efecto hipnótico resaltando estrambóticas sobre en el oscuro panorama de una ciudad gris y una noche total. Los agentes del orden se presentaban para escrutar una escena cargada de brutalidad y sadismo. Trozos de huesos y carne humana, que aun liberaban los efluvios contenidos, estaban repartidos por todo el hogar. Los vecinos dieron la alerta en el preciso instante en que el disturbio del departamento 1023 parecía salirse de control. Comentaban que en aquel recoveco vivía gente insalubre, pérfida, que gustaba de la vida fácil y los vicios, por ello no era raro oír cada tanto peleas, cosas que se rompían y portazos. No denunciaban antes porque la policía no acude a los barrios de homoides con la misma frecuencia y celeridad que a las urbanizaciones humanas. Por decirlo de otra manera: los clones tenían menos privilegios que los originales. Pero la alerta de un asesinato despachó a los efectivos hasta aquella esquina de la Seckta 019, una de las ciudades dentro del cordón militar, mejor conocido como el territorio central de Saturno. Las primeras veinte ciudades Seckta pertenecían a este cordón, y eran el territorio extendido de la capital, por lo tanto eran los “jardines” del rey. Un crimen de tamaña brutalidad espantaba a toda la corte mojigata del monarca. —Esto va a subir rápido —dijo el teniente Johnes—. En el instante en que entre a la base de datos, los que están arriba de los que tenemos arriba lo sabrán. —Ya está en el sistema, señor —respondió Alcort, un joven agente, a quien esta primera impresión no era lo que esperaba de los sectores centrales—. En el momento en que el programa detectó las palabras de “crimen” y “brutal” el URRA alertó a las fuerzas de las Secktas dentro de la Muralla. —¿Enviarán agentes de la Muralla? —Johnes hizo un sonido extraño con los dientes, reprimiendo una frustración acumulada de años debido al nepotismo con el que actuaban los agentes de las Secktas del 10 al 2—. Esos imbéciles vendrán a hacer lo que les dé la gana —renegó el teniente tratando de no prestar atención al equipo forense que fotografiaba todo y guardaba las partes mutiladas de las víctimas en contenedores especiales. —¿Qué le preocupa, señor? ¿Son tan terribles? El teniente bajó la mirada rememorando momentos turbulentos, años pasados en los que el gobierno del segundo rey dio carta blanca a las fuerzas de la Muralla para contener protestas alrededor del planeta por las nuevas políticas armamentistas que el príncipe heredero ordenó, como empresas previas al inicio de su reinado. 227
—Todo lo que vive dentro de la Muralla es de frasco biológico. O sea que nació de manera natural. No existen Homoides dentro del sector central del rey, no somos dignos de pertenecer al patio interior… —Antes de que Alcort acotara otra pregunta el teniente se remangó la camisa por el brazo derecho revelando un sello electrónico que lo identificada como un Homoide, un clon, un ser artificial creado para poblar el planeta, luchar en las guerras espaciales y ser sacrificado donde hiciera falta. Los humanos artificiales tenían cierta capacidad de libre albedrio, pero sus consignas nacionalistas estaban sobre escritas en sus patrones neuronales, se quejaban como cualquier humano, sin embargo, en el momento preciso eran capaces de tirarse al suelo para que su rey pasara encima de ellos. Por esta razón la mayoría de suicidios se daban en la población Homoide veterana retirada o civil.
Cien pisos arriba del escenario del crimen, la forma corpulenta del titán musculado observaba impávido lo que hace unas horas fue un escenario de batalla. Una nueva sombra se había apoderado de aquel muladar; antro de perversión y mal vivir. La oscuridad se diseminaba fácil en sitios así y, en un país como Banser, comenzaban a ser muy habituales los rincones tristes. La Sombra se alimentó de la desdicha de los clones ahí reunidos, consumió a dos de ellos y dejó a la mujer para el final; el por qué no estaba muy claro para el guerrero, que tuvo que usar toda su fuerza bruta para oponerse a la mancha bituminosa. De los quince ataques que iba enfrentando todas las sombras iban tras mujeres jóvenes. Si había un patrón, el guerrero aún no lo veía. Y el tiempo se acababa pues todavía faltaba encontrar al general que comandaría a la oscuridad. Si lo hallaba antes de que obtuviese su Armor sería más fácil vencerlo, de lo contrario tendría que recurrir a las demás gemas. Se palpó el bolsillo del cinturón donde descansaban cuatro gemas, hechas de un extraño material, que resonaban con la que llevaba en el brazalete derecho. El gigante sintió la energía de la Sombra, una nueva estaba apareciendo lejos, distante, su llama negra lo atraía como un bicho al fuego. El guerrero, viendo que su misión había terminado ahí, se dispuso y de un salto atravesó varias manzanas en dirección sur, hacia una Seckta fuera del cordón militar y su paranoia. Algo de tan imprudente naturaleza no podía ser tolerado por el emperador. Ya tenían suficiente con las guerras entre Nelenyer y la avanzada de Ultra en el borde exterior del sistema rojo. —Rojo —dijo el monarca de Banser, con rabia contenida, con bilis reprimida, con hambre y vesania—. Este es el sistema rojo, tal como nuestra nación. La nación de Banser viste los colores de la Dinastía. »No es tolerable que las fuerzas internas no puedan contener un brote de histeria colectiva y asesinatos barbáricos. Somos la primera potencia del sistema, maldita sea.
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—Emperador, Reimor —susurró el concejal ZeluS, tratando de disminuir sus casi tres metros de alto hasta ponerse a la altura del oído de su señor—. Es posible que nos estemos enfrentando a una amenaza de otro tipo de naturaleza. —¿Otro tipo...? —La expresión contrariada de Reimor fue aclarándose a medida que comprendía a qué amenaza se refería su guardia imperial. Luego se oscureció como invocando una maldad mayor a cualquiera que este sistema solar haya visto—. Puedes tener razón, ZeluS. Después de todo, tú has visto cosas al lado de mi padre y abuelo que yo aun no comprendo. —Pero mentía, el emperador mentía. Él conocía perfectamente el tipo de amenazas sobrenaturales que abundan por los dominios del sistema solar, conquistado por la humanidad hace siglos. Enigmas que escapan a las rígidas leyes físicas y matemáticas. Aberraciones sobre el poder, sobre la energía, sobre lo metafísico. El rey retomó su postura. Si esto se iba a tratar de enfrentar a usuario de Ken, entonces se debía combatir fuego contra fuego. El regente Reimor mandó a llamar a uno de sus lores favoritos. Lord Magner se hizo presente. Su armadura destacaba por sus ornamentadas partes metálicas con cráneos y símbolos arcanos finamente tallados. Tal y como era la costumbre, se presentó con el rostro cubierto por una máscara que distorsionaba su voz. Los lores eran la nobleza del imperio, los señores conquistadores y en casos especiales: los inquisidores. —A sus órdenes, majestad.
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Stars Temporada 1 Episodio 3 Los duelos Poldark Mego
En el inicio existían las fuerzas del Agta y el Kata, las mentes primitivas conciben estas energías como el Bien y el Mal, mas esto es errado, son potencias tirantes, dadoras de luz u oscuridad, pero con el mismo objetivo: la dominación de la bastedad del universo conocido. La guerra entre las creaciones sagradas del Agta y Kata se extendió por millones de años y en toda la envergadura del universo concreto, llegando a confines en los que el tiempo y las leyes de la realidad se torcían, aún ahí, en páramos de desolación absoluta, la sangre de los guerreros se continuaba derramando; ensuciando —con las ansias de poder— subterfugios y residuos de dimensiones anteriores. El balance se mantenía, por cada victoria de la luz, una victoria de la oscuridad, un empate perpetuo que hacia permanente el equilibrio de fuerzas. Sin embargo, una anomalía bastó para que la proporción de poderes se desbalance. La Maestra de espinas, ama y señora de las Fauces de Mitrian, el corazón del dominio del Kata fue asesinada cuando esta, en un ataque suicida contra El planeta dorado y cielos de esmeralda, fue derrotada por la acumulación del poder de los Señores Supremos, los dioses de la más alta categoría. Así murieron ambas cúpulas, ambas serpientes quedaron anencefálicas. Dejando la guerra en manos de los mandos medios, quienes tomaron sus propias decisiones; el resultado: el Agta se alzó victorioso en innumerables contiendas, hasta el punto de reducir a la oscuridad a bastiones dispersos e incomunicados en toda la extensión del cosmos. Se le conoció, por los ejércitos Kata remanentes, como la Era de la Soledad. El Agta, viendo su supremacía, que la luz por fin se impondría sobre todo el universo conocido retó a lo que quedaba del Kata a seis duelos que debían decidir el final de la contienda. Continuar con la guerra a gran escala no tenía sentido, se estaba convirtiendo en una cacería imposible en la amplitud del cosmos. Lo mejor era asegurar un pacto, si el Kata ganaba al menos un duelo, se le concedería un territorio protegido, donado por el tercer poder: Los Balanza —los neutros—, para que habiten por lo que le restara de vida a la creación. Si perdían, los ejércitos restantes debían deponer las armas y someterse al encierro o a la ejecución. No había escapatoria para el Kata. Durante milenios los duelos entre las facciones creadas especialmente para estas contiendas se dieron: los Armeros contra las Bestias de carne. Los Seres elemento contra los Espejismos nocturnos. Los Animal spirit del Agta contra los del Kata. Los Golsh contra los Demonios de El Hoyo. Los Espíritus legendarios del Agta contra los del Kata. Y por último los Stars contra la Sombra. 233
Miles de enfrentamientos, centenas de mundos habitados, cientos de seres mortales elegidos para pertenecer a un bando u otro. Todas victorias del Agta. El Kata no hacía más que intentarlo una y otra vez, siendo vapuleado y avergonzado hasta el punto del desquicio, hasta que miles de facciones menores se alzaron contra los duelos; la crisis dentro de las fuerzas diabólicas parecía el clavo final de un ataúd ya previsto, pero algo cambió, algo regresó del territorio de la muerte absoluta, de las fronteras físicas del enorme huevo que contiene al universo conocido —el Infrondum—, y ese algo reagrupó a las fuerzas del Kata restantes e imbuyó de un nuevo poder a sus elegidos. El Kata ganó cinco de los seis duelos sagrados, asegurándose así su territorio intraspasable, la nueva dirigencia se negó a aceptar el pacto forjado, refiriendo que era momento de dar vuelta al marcador y que el Kata sería el triunfador final de la guerra. Para demostrarlo, la nueva cabeza de la oscuridad propició que el último duelo se diera, las Stars fueron activadas, la Sombra despertó, el lugar sería un planeta perteneciente a la especie humana (especie ampliamente esparcida por el universo) en un sistema del Sector Anatolus, serían humanos los que porten las Stars, algo que nunca había pasado. La nueva dirigencia del Kata estaba convencida que, dejar en manos de una especie creada por Los Balanza, sería la burla definitiva hacia el Agta, y daría el pie de arranque en la cruzada por la recuperación y conquista del Infrondum.
La noche caía sobre el campo de una batalla terminada, las columnas de humo se extendían desde la tierra húmeda hacia el cielo semejando los brazos de los caídos pidiendo clemencia por el terrible destino que les tocó vivir. Pese a ser un terreno desierto ya de vida, la rabia de los eventos bélicos se podía palpar en el ambiente, como si todo ese salvajismo y muerte hubiese tomado forma física y ahora se depositaba encima del terreno como un inmenso sapo maldito hecho de gases y sangre. Esa era la llanura de Krapall en el tercer continente del terraformado Saturno, hogar de la fuerza conquistadora Banser. Aquí se había librado una cruenta batalla, las tropas de la fuerza imperialista Ultra habían descendido y, aunque Inteligencia Espacial ya había proyectado su llegada e incluso habían enviado misiles interceptores a las balizas invasoras, una gran cantidad de ejército logró colarse, traspasando la barrera planetaria. La logística local respondió de inmediato, evitando que una tragedia mayor se desatara; era sabido que los soldados invasores, provenientes de los asteroides más allá de Neptuno, eran homoides modificados tanto genética como bionicamente para soportar condiciones espaciales extremas, eran recios, no sentían dolor y sus extremidades estaban modificadas para las más crueles batallas; inmunes a la radiación y otros elementos, eran el ejército imparable de avanzada. —La pena desatada aquí… Puedo sentirla —dijo la figura del Lord enviado. —Es lo que estábamos esperando —respondió una voz que sonaba como el ronquido de lo inhumano y lo grotesco. —Pero solo un Stars ha despertado. El duelo no puede empezar. —No importa que el Agta no esté completo para este enfrentamiento. Tu deber es levantar a la Sombra…
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—No hay honor en esta estratagema. Yo puedo enfrentarme a los cinco Stars… —No. Se te dio una orden. Levanta a la Sombra de este campo de batalla, hemos manipulado a Ultra para que ataque sin razón a Banser y genere este cementerio propicio. —Deseas que invoque un ejército de no muertos para hostigar a los ciudadanos de este planeta, ¿con qué fin? —El elegido del Agta tendrá que acabar con todas estas ánimas reanimadas, jamás podrá contra una oleada tan grande, quedará débil, lo matarás fácilmente. —Te dije que puedo asesinarlo cuando sea, incluso si los otros elegidos obtienen sus gemas y despiertan sus Stars, podría contra todos. Soy Lord Magner y en mí descansa el poder que alimenta a la vida. —Insensato. Que seas un usuario de Ken no significa que seas omnipotente. Tu estrella es tan ínfima que desapareces en el vasto universo como el soplar de una vela. No eres nada, Magner. Se te concedió el poder de la Sombra para este duelo, tu nivel de Ken es irrelevante y para efectos prácticos… Miserable. El señor elegido por el Kata extendió los brazos como queriendo abarcar todo el escenario horrido y comenzó un rezo en una lengua extinta. Sus palabras eran cal y ceniza, tenían un hedor capaz de rasgar la tela de la cordura. La tierra contestó doliente con aquella invocación. Su sombra se extendió inmensa, colosal, conectó a cada cadáver del llano, mutilado o no, y fue abrazado por aquella oscuridad que hurgaba entre los últimos tormentos que se llevaron los soldados antes de morir, buscaba sufrimiento, quien haya muerto con vacilación, con angustia, con temor, cualquier emoción perturbadora era suficiente para que la Sombra se adueñara del empaque cárnico inerte y lo convirtiera en un abyecto maniquí salvaje e indolente. Kaprall se llenó de una no vida blasfema y supurante de rabia. Las tropas de una naturaleza bituminosa y negras como el alquitrán comenzaron su desplazamiento hacia la Seckta 112, la ciudad más cercana, una metrópolis con una densidad de 1.2 millones de habitantes de primer nivel (humanos orgánicos) y 4.5 millones de homoides (humanos artificiales, clones organico-sinteticos). El ejército de Banser estaba asentado a las afueras de la ciudad, esperando las órdenes de la retirada total. No serían oponentes dignos de las oscuridades que a ellos llegaban a paso cansado pero firme. Desde una torre, dentro de la Seckta, aquel fornido coloso, portador de una de las gemas Stars activada observaba con una visión sobrehumana, bendecida por el poder de la gema, cómo esta catástrofe se cernía lentamente. Sabía que era una trampa, sabía que moriría o terminaría sumamente herido al enfrentar a tantas sombras, sabía que el enemigo aprovecharía esta situación para darle el golpe final. Todo lo sabía y, aun así, tenía un deber, una encargatura por parte del Agta de acabar con la Sombra y ganar el duelo, el único que aún no habían perdido. Viéndose acorralado, sacó las gemas de la bolsa donde las llevaba y se dispuso a sondear a los habitantes de la ciudad y las tropas apostadas en el exterior, entre tantos cabía la posibilidad de encontrar al menos a un elegido, que no tendría tiempo de 235
asimilar nada, pero serviría de carne de cañón, lo suficiente para ubicar al portador de la Sombra, destruirlo y ganar el duelo. El vigoréxico guerrero se disponía a realizar su plan cuando sintió una presencia que parecía aplastarlo todo con su aura, como si esta pudiera pulverizarlo todo con solo respirar. Era imposible que tanto poder pudiera existir y proviniera desde un solo punto en el firmamento, pero así era. Frente a él descendió una entidad humana, pero distinta. El guerrero Stars sabía que existía humanidad en otros planetas y estrellas, incluso en rincones del universo desconocidos para la especie que habita el sistema solar, esas y muchas cosas más le contaba el dispositivo sagrado de su muñeca, le comentó que estos humanos son distintos por haber vivido generaciones en otros ambientes; este, en especial, era incluso más alto que él, de figura definida pero delgado, con grandes ojos y piel pálida. Lo que más destacaba era el traje rojo que vestía, una suerte de uniforme entallado y sin separaciones, con una banda en el brazo izquierdo que indicaba su rango y filiación: era un Dinastía Roja, el ejército de choque del tercer poder. Era un Balanza. El tercer poder era considerado por los más altos mandos del Agta y el Kata como un bando pario, una población de observadores que tenían sus propios problemas y que rara vez tomaban partido para un bando u otro, sin lealtad absoluta, por lo que no eran confiables; se les discriminaba o utilizaba de acuerdo a conveniencia. El individuo presente eran un rango medio, sin embargo, el poder que desprendía hacía pensar que podría convertir en polvo cósmico todo el sistema solar si así lo deseara. El guerrero Stars contempló la magnificencia del Dinastía. La diferencia de poderes era abrumadora. Solo podía soñar con las guerras que tipos como este desarrollaban, enfrenamientos en los que caían planetas enteros y civilizaciones completas eran borradas en instantes. La Gran Guerra la llamaban. —Vengo para aniquilar a la Sombra Desatada —dijo el guerrero carmesí con una voz parecida al vuelo de las nubes. —¿Por qué los neutros intervienen? —preguntó el guerrero—. Este duelo es problema de los poderes primarios. —Desde que el Kata eligió humanos para desatar el duelo es problema de La Balanza. Los humanos son la creación mortal de los Señores Neutros, pueden matarse entre ellos o hacer daño a otras especies, pero no toleraremos que sean usados para propósitos de titiriteros. —Esa es una moral bastante dudosa —contestó el Stars—. Yo, como humano, acepté ser parte de duelo por mí cuenta, no necesito la protección del tercer poder. El silencio del guerrero rojo le dio la respuesta al Stars, el Dinastía seguía órdenes, lo demás era irrelevante. Viendo que podría usar la distracción a su favor guardó las gemas en su sitio y se dispuso a buscar al portador de La Sombra. El ejército a las afueras de la ciudad encendió la alarma al detectar, en sus radares, a la mancha oscura y violenta aproximándose. Alistaron cañones, rifles laser y todo el equipo necesario.
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Biodatas: David Sarabia Nació en Culiacán en 1976 y actualmente vive en San Luis Río Colorado, Sonora, México. Es Administrador de Empresas con Maestría en Dirección de Negocios por UNIDEP. Es empresario de la construcción, Docente en Centro Universitario de Sonora y miembro de la Asociación de Escritores de San Luis A.C. Sus cuentos han sido publicados en revistas como La Gata Roja y en digitales como Letras y Demonios, Incomunidade, de la Tripa, The Wax, Moulin Noir, y en el Blog Buenos Relatos. En papel fue publicado por Mini Libros de Sonora: Noctámbulos. Colabora en con una columna mensual en la revista digital: delatripa, de Matamoros Tamaulipas dirigida por el escritor Adán Echeverría. Actualmente está terminando una novela de ciencia ficción y horror con pinceladas Lovecraftianas: TITANIS, próxima a publicarse en Amazon para este 2022.
Poldark Mego (Lima, Perú, 1985) Psicólogo, actor y director de teatro. Como autor, publicó los libros Pandemia Z: Supervivientes (Torre de papel, 2019). El Domo, historias distópicas (Torre de papel, 2020). Grietas del abismo (Pez del Abismo 2021). Pandemia Z: Cuarentena (Torre de papel, 2021) Como gestor cultural, ha organizado la miniferia de libro Outlet 2020 y la convención internacional de literatura fantástica Uróboros 2020. Miembro fundador de la asociación de literatura de ciencia ficción, fantasía y terror Perú CFFT, que se especializa en la difusión de la literatura de género. Ganador del primer puesto en el concurso internacional de ciencia Ficción Tierra en el año 3000 de Trazos editores. Antologador de Pulp primitivo y Cyberterror (2020) con la editorial Speedwagon Media Works. Y director ejecutivo y editorial del sello de literatura fantástica Pez del Abismo.
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Carlos Enrique Saldívar (Lima, Perú, 1982). Dirigió la revista Argonautas y el fanzine El Horla; fue miembro del comité editorial del fanzine Agujero Negro. Dirige las revistas Minúsculo al Cubo y El Muqui. Administra la revista Babelicus. Publicó el relato El otro engendro (2012). Publicó los libros de cuentos Historias de ciencia ficción (2008, 2018), Horizontes de fantasía (2010) y El otro engendro y algunos cuentos oscuros (2019). Compiló las selecciones: Nido de cuervos: cuentos peruanos de terror y suspenso (2011), Ciencia Ficción Peruana 2 (2016), Tenebra: muestra de cuentos peruanos de terror (2017, 2018, 2021), Muestra de literatura peruana (2018), Constelación: muestra de cuentos peruanos de ciencia ficción (2021) y Vislumbra: muestra de cuentos peruanos de fantasía (2021).
Víctor Grippoli (Montevideo, Uruguay, 1983). Artista plástico con variadas exposiciones nacionales, docente en primaria, exdocente universitario, especialista en grabado en metal, madera y monotipo. Escritor de ciencia ficción, terror y fantasía. Ha publicado en formato físico y digital con Editorial Cthulhu, Grupo LLEC, Espejo Humeante, Letras y demonios, Letras entre sábanas, el club de la labia, Editorial Aeternum y Editorial Pandemonium entre otras. En 2018 funda Editorial Solaris de Uruguay en donde ejerce como editor, ilustrador, diseñador y seleccionador de relatos para las colecciones de Solar Flare y Líneas de Cambio. Ha publicado internacionalmente en España, Estados Unidos, México, Perú y Bolivia. Tiene un canal de YouTube llamado Editorial Solaris de Uruguay con análisis de libros, series, cine, anime del fansub www.key-anime.com (del cual es parte) y cómics. Participa representando a Editorial Solaris de Uruguay junto a Andrea Arismendi en el primer festival de horror en Virginia (USA) en el 2021. Albert Gamundi Sr. (1991) es escritor e historiador de nacionalidad española. Con una narrativa inspirada en los autores grecorromanos, el autor practica habitualmente la escritura de novelas, relatos cortos y microrrelatos. A pesar de que el autor tiene facilidad para escribir la mayoría de géneros, su especialidad son las obras de drama, terror y thriller. El Sr. Gamundi es conocido por su participación en el evento literario internacional Nanowrimo (2016–2020) para el cual ha presentado títulos como ¡Por el Sake de Kano! (Drama) y La Corona Usurpada (Thriller). Sin embargo, también ha colaborado activamente en antologías literarias como el Codex Maledictus (2019, la revista pulp Moulin Noir (2019 – en curso) o la iniciativa solidaria Visibiliz-Arte (2021). 238
Actualmente el autor está trabajando en varios proyectos literarios individuales y colectivos, además de reseñar libros a tiempo parcial.
H. F. Velasco. Héctor Fernando Velasco Arroyo, veintiocho años, México. Autor de El antiguo linaje. Colaborador de la publicación Moulin Noir desde su primer número.
Rigardo Márquez Luis, 1985, nacido en Coatzacoalcos, Veracruz, México, ha sido publicado bajo el sello de Editorial Cthulhu, y Pandemonium, y ha participado en varias revistas antológicas como: The wax, Letras y Demonios, Necroscriptum, El Narratorio, entre otros.
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Editorial Solaris de Uruguay Staff: Selección de autores: Rigardo Márquez Luis. Edición, maquetación, corrección, diseño e ilustración de portada: Víctor Grippoli. Corrección: Carlos Enrique Saldívar.
Diseño e ilustración de portada: Víctor Grippoli. Ilustraciones internas con inteligencia artificial: Víctor Grippoli Puedes bajar nuestro material gratuito y libros digitales de pago por www.lektu.com Puedes seguirnos en nuestro canal de YouTube: Editorial Solaris de Uruguay. Todo el catálogo de la editorial en papel con distribución por Amazon en: https://victorgrippoli.wixsite.com/editorialsolaris Sitio web con nuestro catálogo: www.editorialsolarisdeuruguay.com
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