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Solar Flare AntologĂa de relatos de ciencia ficciĂłn
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Copyright Š 2020 Editorial Solaris de Uruguay Todos los derechos reservados.
DEDICATORIA Este número está dedicado al cosmonauta soviético Alexei Leonov. Primer hombre en realizar una caminata en el espacio y primer artista en llegar a él.
Antología
CONTENIDO
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La columna del Editor
N.º pág. 3
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Cobayo – Salvador Cristerna
N.º pág. 7
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Союз – Israel Montalvo
N.º pág. 15
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El juego sin fin – Patricia K. Olivera
N.º pág. 25
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Última Thule – Víctor Grippoli
N.º pág. 33
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Utópico – Víctor Arévalo Ramírez
N.º pág. 47
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Absorción – Jesús Guerra Medina
N.º pág. 59
8
Un cuerpo celeste – Cristian Galarza
N.º pág. 75
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Atom hearth mother – Karla Hernández.
N.º pág. 81
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El hogar en las estrellas – Héctor Vargas
N.º pág. 97
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Biodatas de los artistas plásticos
N.º pág. 109
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AGRADECIMIENTOS A todos los escritores que han participado en esta antología y a nuestros lectores. Sin ustedes, esto no sería posible
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LA COLUMNA DEL EDITOR Una idea vino a mi mente aquel día. Quería una convocatoria que no fuera basada en una premisa específica, como un tema en concreto dentro del género. Pero no me conformaba con eso ¿Y si tal vez usaba un método que había aplicado para algunos de mis relatos? Partir de ideas provenientes de ilustraciones. Si ver esos dibujos de la edad dorada del Pulp de ciencia ficción, algo así como aquellas maravillas aerografiadas de los setenta y ochenta provocaba una lluvia de ideas en mi persona, ¿por qué no probar con otros escritores? Sería un experimento fruto de las artes. El primer paso sería hacer un relevamiento de todo mi material gráfico para buscar una serie de imágenes. Yo trabajaría una, la convocatoria la haría con las otras ilustraciones, más un relato mención para alguien que no hubiera publicado con nosotros y la última lámina para un escritor invitado. Pero no me agradaba colocarlas todas al mismo tiempo. Le retiraba un elemento lúdico que seguía rondando por mi cabeza. No sabía cómo expresarlo. Luego, se dio solo. Colocar una imagen cada dos semanas, el escritor que participaba en una, no podría hacerlo en la siguiente. Era todo un reto. Hasta elegir en cuál momento participar. Había también otra complicación, lo visto en esa imagen también debía sentirse descrito con palabras. Era algo desafiante. Cuando ya el material estaba listo, sucedió la muerte de Alexei Leonov, cosmonauta soviético. El primero en realizar una caminata espacial y primer artista en el cosmos, siempre había admirado su trabajo, su capacidad como pionero. Retiré una de las ilustraciones elegidas y coloqué una de su autoría. Estaba claro que esta antología iba a ser en su honor. Espero que la disfruten y que descubran nuestros lectores un universo plástico previo al abuso del coloreado digital. Estos artistas son verdaderos genios y creo que el juego en el cual una imagen inspire un relato o una novela, tal vez hasta todo un universo, sigue siendo sumamente válido y es un ejercicio genial para un escritor. Al momento de elegirlas, traté que todas conjugaran entre ellas, que aparecieran diversos personajes, no solo naves estelares o bellos paisajes. Se necesitaba un balance, ya desde el color, hasta en estilos, descripciones, etc. Imaginaba pautas que podrían tomar los escritores y debía ser variado el repertorio. Por lo tanto, el proceso de investigación fue largo. Espero que gocen esta pequeña antología de relatos surgidos de grandes ilustraciones. Cada uno de los escritores que elegí domina muy bien sus respectivos campos. Esa selección fue otro proceso arduo, ya que también había que lograr una cohesión para lo publicado. Creo que se ha logrado. Aquí comienza un largo viaje. Víctor Grippoli 3
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AntologĂa
IlustraciĂłn de Christopher Moore
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COBAYO Salvador Cristerna
Aún recuerdo con horror haber tenido un fugaz contacto visual con el caza a un costado, pues a la velocidad que ambos nos desplazábamos era imposible fijar la vista en otra cosa que no fuera poner atención al recorrido. Especialmente porque me encontraba en absoluta desventaja con respecto a mi perseguidor, en un lugar completamente desconocido para mí. Momentos después escuché el estruendo del disparo único alcanzando el fuselaje de mi nave. La explosión producida por el impacto detonó de inmediato múltiples incendios al interior de la cabina de mando. El humo, las llamas, el crujir de metales y el zumbido producido por las fugas de energía se apoderaron del entorno. Los instrumentos trabajando sin algoritmo alguno, derivaron en la instantánea pérdida de control de navegación y, dado que el impacto era inminente, activé el sistema de protección que me envolvió para mantenerme a salvo antes de sentir el choque contra esa superficie de consistencia extraña. Finalmente perdí la consciencia hasta haber despertado en ese lugar. ¿Una prisión tal vez? No lo sé, porque era un sitio del cual no tenía ni la más mínima noticia en cuanto a su ubicación exacta, dimensiones, uso... ¡Nada! La primera imagen del momento en el que recobré el sentido 7
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fue la de estar bajo una luz muy intensa. Era observado por seres de aspecto extraño, enfundados en trajes cuya hechura, hermética a primera vista, impedía ver cualquier parte de sus anatomías fuera de dos órganos redondos y brillantes, húmedos en apariencia, que se movían de derecha a izquierda y de arriba abajo en perfecta sincronía, cuando no se cerraban de manera repentina, para volver a abrirse inmediatamente después, como si existieran de manera independiente del resto de sus cuerpos; siempre tras esa especie de ventana, colocada en la parte superior de los trajes, diseñados éstos, a todas luces, para evitar cualquier posibilidad de contaminación con organismos extraños y/o desconocidos, como evidentemente era mi caso, lo cual me llevó a elucubrar acerca de la posible fragilidad de sus anatomías, la precariedad de sus sistemas inmunes y hasta del miedo que sentían hacia lo desconocido, el mismo que seguramente era insignificante en comparación con el que yo experimentaba en ese momento. Se arremolinaron en torno a mí con fascinación; me observaron y tocaron con curiosidad morbosa como buscando algo que era evidente ni ellos mismos tenían claro. Una cosa es segura: me estudiaban, pues conectaron una maraña de terminales por todo mi cuerpo y me untaron con una sustancia viscosa para fijarlas. Recorrieron todas y cada una de las partes de mi anatomía con extraños aparatos que arrojaban multiplicidad de datos e imágenes cuya interpretación me resultaba incomprensible. Escuché con atención sus diálogos en una lengua ininteligible. 8
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Una que jamás había oído, por lo que me fue imposible comprender nada de lo que decían, mas que por sus actitudes. Tras un poco de descanso me practicaron más exámenes: ahora varios tubos entrando y saliendo de mi organismo, drenando mis fluidos vitales y volviéndolos a reinsertar después de circular a través de una enorme máquina. ¿Con qué propósito lo hicieron?, lo desconozco, pero debo decir que, aun cuando no lo pasé nada bien como objeto de estudio, pues fue tan incómodo como doloroso, en realidad no me dañaron. Al menos en apariencia no era esa su intención. Haciendo cuentas, con el tiempo que duraron las pruebas a las que fui sometido, seguro ya me habían extraído varias veces la totalidad de los fluidos que circulaban por mi cuerpo, y las tiras de datos que brotaban de las máquinas por las que éstos atravesaban bien habrían podido tender un largo camino. Al ver mi situación tan desventajosa, adherido a esa plancha confeccionada con un material desconocido, inmovilizado, traté de abstraerme en el recuerdo de momentos mejores y sentí nostalgia de la ciudad. Ese sitio ahora inasible y lejano; arriba de esas nubes cuya visión vertiginosa pasando a mi lado a gran velocidad antes del accidente todavía conservo. La ciudad: mi ciudad, ese sitio seguro donde las estrellas se observan desde una perspectiva distinta. ¿Para qué habré venido aquí?, pensé en ese momento, lleno de terror y de angustia, pero ya era tarde para arrepentirse. 9
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Esto no era lo que esperaba. Me pregunté sin mucha esperanza si volvería a ver a los míos, no solamente porque estaba tan lejos de todo y de todos, sino porque con toda seguridad me retendrían allí hasta el último momento de mi existencia, o tal vez me exhibirían en algún lugar. En todo caso mi futuro era algo menos que ominoso. Perdí la noción del tiempo, pues no había ni un solo lugar por donde se pudiera filtrar siquiera una señal del exterior. Fue después cuando supe que me encontraba bajo la superficie. Todo estaba iluminado por luces brillantes, blancas, de gran intensidad. Luminarias que no se extinguían nunca. Me preguntaba ¿cómo podían descansar esos seres con tanto brillo alrededor? ¿Por qué me habían derribado sin motivo? ¿¡Qué querían de mí!? Yo que solo había viajado allí para aprender, para conocer más, para explorar la posibilidad de intercambios benéficos entre nuestros mundos. No sé qué tan grande fue el lapso que transcurrió entre el instante en que fui derribado y el que estaba viviendo, pero en un momento determinado supongo alguien pensó, lógicamente, que necesitaba recibir alimento, por lo que al tener la certeza de ser inofensivo, o quizá por el hecho de siempre estar rodeado por individuos con lo que parecían ser armas letales por la manera en que las portaban, me liberaron de las ataduras con las cuales me mantenían adherido a la plancha y me acercaron algunos 10
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recipientes con lo que intuí eran alimentos, algunos claramente procesados y otros, en cambio, ostensiblemente en su estado natural. Preferí mantener el ayuno mientras me fuera posible soportar el hambre, por miedo a un envenenamiento involuntario al consumir esas viandas de contenido irreconocible para mí. En fin. Así transcurrió una gran cantidad de tiempo, para mí indeterminado, previo a la destrucción de la fortaleza donde me encontraba para ser rescatado, y del ataque a varias ciudades de ese extraño mundo, para darle un escarmiento a su rara y belicosa especie. Solo alcancé a vislumbrar entre los escombros una serie de símbolos carentes de significado para mí, que ahora dibujo tal y como los recuerdo, por si alguno de nuestros estudiosos pudiera interpretarlos o encontrarles algún sentido en el futuro: “ÁREA 51”. Fin del informe.
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Salvador Cristerna Originario de la Ciudad de México, Salvador Cristerna es licenciado en Ciencias de la Comunicación, por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, donde imparte cátedra en la especialidad de periodismo. Concluyó la Maestría en Filosofía de la Ciencia en el Instituto de Investigaciones Filosóficas de la misma casa de estudios. Cuenta con un diplomado en Literatura y Análisis de Textos Dramáticos, por el Instituto Nacional de Bella Artes y Literatura. Realizó reseña literaria y crítica de Teatro en los diarios El Día y El Nacional. Fue fundador y coordinador editorial de la sección ConCiencia, de divulgación científica, en el periódico El Universal. Ha publicado cuento, artículo y ensayo en revistas como Complot, Examen y Sinfín, de la Ciudad de México; Letrina, de Mérida; Gaceta de la Facultad de Lenguas y Letras de la Universidad Autónoma de Querétaro, y uno de sus cuentos forma parte de la antología La noche carmesí y otros relatos inesperados.
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AntologĂa
IlustraciĂłn: Leonov y Sokolov
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Союз Israel Montalvo
El Mayor Alexei Leonov llevaba varado una vida sobre Titán, una de las lunas de Saturno, desde que su nave, el Soyuz VII, había derivado su rumbo, eso fue después de que los grises aparecieran en la Voskhod II. Esas pequeñas criaturas de ojos negros y un cuerpo raquítico con una cabeza enorme que desafiaba las leyes la física y la anatomía, parecía que tarde o temprano el peso sobre sus hombros doblegaría aquellos alargados y finos cuerpos, tan delgados y estilizados como los de una mantis religiosa. Aquellas criaturas aparecieron de la nada, como si siempre hubiesen estado ahí, orbitando con ellos, nunca entendió las intenciones de aquellos seres, qué buscaban, o trataban de ocultar, boicotearon el Voskhod II, como se le denominaba al acoplamiento
metódico
de
varias
naves
trasportadoras
intergalácticas del tipo Soyuz, las cuales, se transformaban en una estación espacial móvil, que se desplazaba por el espacio para la exploración del sistema solar. Gracias a esa cualidad, la URRS, a finales de los setentas había podido llegar a Marte y desde ese momento se había planteado la posibilidad de llegar a Júpiter y Saturno, había un gran interés en las lunas de ambos mundos, los científicos habían especulado que ellas tenían el ambiente propicio para establecer la vida humana en aquellos terrenos. Alexei, tenía muy presente aquella imagen de su escapatoria 15
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dentro del Soyuz VII, desde la ventanilla del piloto podía ver cómo cuatro de las naves Soyuz no lograron desacoplarse y se mantenían unidas a la fuerza, a la vez que el Soyuz V se alejaba con rumbo a la Tierra y el Soyuz VI, en vez de lograr escapar, erraba el curso y se dirigía de lleno sobre lo que aún era el Voskhod II. Recordaba como el espacio perdió su negrura para convertirse en un blanco pálido y absoluto, tan sólo por unas milésimas de segundo, lo suficiente para perder la esperanza, de dejar los sueños que lo alimentaron para llegar a ser el mejor cosmonauta de la URRS. Cuando la luz se apagó, no hubo residuos o rastros de lo que fue la más grande construcción en el espacio. Solo negrura, eterna, perpetúa. Y él, estaba sólo, su nave había sido alcanzada por una ola expansiva derivada del choque del Soyuz VI con la estación espacial. Los daños eran irreversibles, estaba atrapado en esa nave como una rata y a la deriva. La caída sobre Titán se dio casi una semana después, Alexei había perdido el deseo de vivir, las provisiones de su nave estaban agotadas en ese momento, tan sólo esperaba el abrazo de la muerte en su camarote cuando cayó a ese satélite, que para su sorpresa, era tan similar a la Tierra, tan verde y azul, era como estar en algún bosque cercano a Moscú, era como estar en casa, cuando era tan joven para que algo lo preocupara, cuando la idea de “colonizar el espacio” no se asomaba por su cabeza. Y ahora, en ese momento, era el primer hombre colonizando un mundo, al otro extremo del cosmos. 16
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Los días se volvieron semanas y meses que se escurrieron de sus dedos como gotas de agua. No le fue tan difícil adaptarse, la vegetación era similar a la terrestre, el agua era potable; tuvo que inventarse una dieta a base de vegetales porque no encontró otro tipo de vida a excepción de la misma, pero su conocimiento de ese mundo era limitado, y Alexei estaba seguro de que había vida inteligente en ese orbe, por lo que sabía, Titán era el segundo satélite más grande de sistema solar, después de Ganimedes, otro de los grandes objetivos de los científicos soviéticos por su potencial, ya que contaba con un singular campo magnético.
Alexei deseaba aventurarse por aquel mundo, hacer una travesía para conocer las profundidades de Titán, pero la precaución lo detenía, no tenía un arma y equipo de supervivencia, eso lo anclaba a los restos del Soyuz, que gracias a su ingenio, aún mantenía algunas funciones activas, por ello podía refrigerar víveres y mantenerse iluminado. Eso le ayudaba con su único distractor, dedicaba sus tardes a retratar el pasaje en lustraciones que hacía en una vieja libreta con cubierta de cuero. En ella plasmó esa escena final, antes del choque de naves que lo orilló a ese mundo. Hizo bocetos de aquellos seres grises y retrató el recuerdo que tenía del Sol amaneciendo sobre la Tierra, ese era uno de los mejores momentos de su vida, se había dado al inicio de su carrera como cosmonauta, cuando hizo la primera caminata espacial de la cual se tenga historia. Alexei, en algunas noches, era perseguido por el recuerdo de 17
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esa invasión. Los grises aparecieron de la nada, para luego ir destruyendo el sistema que unía a los transportadores, tuvo suerte al estar en posición de escapar, pero tenía un terrible secreto que no podía ocultarse a sí mismo. Lamentaba ser el único superviviente, no poder salvar a nadie de aquella catástrofe. Tenía el consuelo que podría avisar a los hombres de los grises, que su testimonio evitaría otro suceso similar, pero su nave nunca llegó a la Tierra y él jamás volvería a ver a otro hombre en su vida. Fue en una noche sin estrellas. Después de volver a soñar con esa luz que cubrió el cosmos por milésimas de segundo, de volver a sentir el horror que fue todo aquello, de nuevo, esa noche entendió todo, y supo que ningún hombre sabría del sacrificio de los grises. Fue el segundo contacto que tuvo, ellos se habían metido por su cabeza, todos esos sueños repetitivos sobre aquel momento, no eran reflejo de un trauma, más bien, eran un mensaje encriptado que se repetía en su cabeza, una y otra vez, hasta que por fin pudo entenderlo, leerlo, todo estaba mal, no era como lo recordaba, como creía había sucedido, no había villanos ni héroes en esta historia, pero sí límites profundos para viajeros, y la carga del cosmos solo le correspondía a una especie. No se podía compartir, así había sido desde el origen de esta y otras galaxias. Alexei despertó después de conocer el mensaje que se reproducía cada noche entre sus sueños, estaba en su camarote sudando a mares y temblando como una gelatina, y fue torpemente 18
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a la cabina de mando continuando con la rutina establecida desde que había varado. Se sentó en el asiento ante el panel de control e intentó darle coherencia a las imágenes que se habían manifestado, en aquel paraje lejano a la vigilia, todavía fresco, palpable. De súbito un fragmento permaneció estático por su memoria. Era la claridad de un deseo, una manifestación de una voluntad que no era suya, más allá de las limitaciones de la razón y la cordura. Salió da la cabina corriendo a toda prisa. Abrió la compuerta de la nave y se confrontó al negro infinito de aquel universo que se asomaba por el horizonte de nocturno de Titán. —¡No son los únicos, no son los únicos! No tiene que ser así —gritó una y otra vez con todas sus fuerzas a la nata oscura que se asomaba desde la nada.
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Israel Montalvo (Tepic, México) Israel Montalvo es un trazador de pesadillas, las cuales ha manifestado en diversos medios artísticos como la pintura, la música, el arte secuencial y la narrativa. En donde aborda como temáticas centrales el horror en todas sus manifestaciones, la metaficción, y la condición humana. Cómo escritor e ilustrador ha publicado en diversas revistas literarias, cómics y libros en México, España, E.U., Uruguay y Argentina. Fue miembro del consejo editorial de la revista literaria Herética (2012-2015). En el 2016 publicó su primera novela gráfica “Momentos en el tiempo” (con la editorial Altres Costa-Amic Editores, México) y en el 2018 publicó la novela gráfica ¿Podría ser un asesino? (con la editorial Mono ebrio, México), y el cómic “I’m fraid of americans” publicación independiente. La novela corta “La Villa de los Azotes” (editorial La tinta del silencio, México, octubre del 2019).Participó en la antología de cuento “Mar Crepuscular” (Editorial Dreamers, julio 2018), en la antología de cuento de ciencia ficción “Líneas de cambio” (Editorial Solaris, Uruguay, agosto 2018), la antología “Ángeles Caídos y otros relatos de ciencia ficción” (Ficción científica, España, agosto del 2018) la antología de cuento “Resurrection Party Day” (Vaulderie, España, febrero 2019), la antología de cuento “Líneas de Cambio Antología de fantasía heroica hispanoamericana” (Editorial Solaris, Uruguay, marzo 2019), la antología “Pecados capitales, tomo II: Gula” (Editorial Abigarrados, septiembre, México del 2019), “La segunda antología Zombie” (Endora Ediciones, octubre, México 20
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del 2019), la antología de horror “Semillas de locura” (Mandrágora ediciones, octubre, México del 2019) e ilustró la novela pulp “Marciano Reyes y la cruzada de Venus” (Historias Pulp, España, julio 2018).
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Ilustración de Peter Andrews
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El juego sin fin Patricia K. Olivera
El descenso fue dificultoso. Uno de los motores de la nave se fundió y apenas les dio tiempo de elegir ese pequeño satélite para hacer las refacciones necesarias. La situación era desesperante. Eso hizo imposible recabar información sobre ese cuerpo celeste, antes de aterrizar. De modo que se dirigieron a un destino incierto, a un lugar totalmente desconocido. Para sorpresa de los tripulantes, el satélite parecía una réplica de la Tierra en sus mejores tiempos. En el sitio donde habían caído la vegetación era abundante, imperaban colores nunca antes vistos en flores y árboles con pétalos y hojas de formas extrañas. El aire era limpio, una cascada de agua limpia surgía de una pared rocosa oculta bajo las enredaderas cuyas hojas tenían forma de corazón y crecían descontroladas por el lugar. —Impresionante —dijo la mujer, luego de sacarse el casco con lentitud para comprobar que el aire no era tóxico. —Hubiera jurado que vi un desierto mientras caíamos — murmuró el hombre. Este miraba a su alrededor maravillado, y ya tenía desplegado el maletín con el instrumental adecuado para recoger todas las muestras posibles durante el tiempo que llevara la reparación del aparato. Otro hombre, el mecánico que se ocupaba de dejar al descubierto el motor fundido para comenzar los arreglos, los observaba con burla. “El único normal acá soy yo”, pensaba 25
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moviendo la cabeza con resignación. Recordando por un momento que la memoria le estaba fallando, ya que le costaba recordar su propio nombre. El otro se fue alejando del grupo en su afán por recorrer ese sitio tan semejante a aquel que añoraba. A cada paso se detenía y tocaba una hoja, la acariciaba con delicadeza, levantaba la cabeza y aspiraba hondo, con deleite, cerrando los ojos, con una sonrisa en los labios. “¿Quién soy? ¿Qué hago aquí?”, esas preguntas tan extrañas aparecieron de repente en sus pensamientos. La mujer observó por varios minutos el cielo azul, despejado, en el cual un sol brillante parecía saludarla. Sí, realmente era un calco de la Tierra. Ya había perdido la cuenta del tiempo que pasó desde que se marcharon con la orden de buscar nuevos mundos. Dejó a un lado su nostalgia y se dedicó a buscar indicios de algún tipo de vida animal, pero no había nada, ni siquiera peces en el agua pura del río que formaba la cascada. Ella también se había alejado, y quedó obnubilada cuando se aproximó a la cascada. Era extraña, no emitía sonido, el agua espumosa caía, pero sin el estruendo que normalmente debería provocar la caída imperiosa. Todo era silencioso, demasiado. La mujer suspiró y un nudo se le formó en el pecho. De repente, la embargó la preocupación por no poder recordar su hogar, el barrio o la calle donde vivía. O lo que era peor, no recordaba el rostro de sus seres queridos. De esos que la miraban desde la fotografía que tenía en su camarote y que le resultaban desconocidos. Meditaba sobre eso cuando vio un destello tras la cortina de 26
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agua. Cruzó esa pared transparente. Del otro lado, una hermosa mujer con un antifaz parecía llamarla. Le extendía la mano con una sonrisa y movía los labios, pero ningún sonido salía de su boca. Sin embargo, a ella le parecía que estaba entonando una canción silenciosa que la atraía de forma irremediable. Una gran flor azul llamó la atención del hombre, quien arrancó con delicadeza uno de los pétalos. Su textura era tan suave. Un susurro lo volvió a la realidad, miró en torno. Entre el follaje verde, una mujer le tendía la mano. A través del antifaz que llevaba, sus ojos vacíos le resultaron hermosos. Ambos tripulantes estaban a punto de acercarse a la desconocida cuando el vozarrón impaciente del mecánico de a bordo los trajo de nuevo a la realidad. —¡Está listo! ¡Vámonos de una vez de este maldito desierto! — gritó el tipo con evidente mal humor—. Nunca en mi vida tragué tanta arena como hoy. El pétalo azul se volvió arena, y la cascada de pronto fue una avalancha de la misma. Todo el paisaje comenzó a desmoronarse, dejando a la vista un ecosistema arenoso con un cielo amarillento que escondía un sol moribundo y peligroso. Totalmente opuesto al que vieron en cuanto descendieron. —¿Qué está pasando? —gritó la mujer, mientras corría esquivando los remolinos que se formaban en la arena para evitar ser succionada. El otro venía detrás, en la misma situación, saltando de aquí para allá en un intento por salvar su vida. —¡Rápido! ¡Corran! —gritó el mecánico, al tiempo que los remolinos de arena se hacían cada vez más grande y amenazaban 27
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con tragarse todo. La nave despegó de inmediato, a toda la velocidad que permitían los motores. Mientras se alejaban, los tripulantes vieron aterrados cómo el satélite cambiaba de forma y surgían tres tentáculos de arena de cuyos extremos pendían tres mujeres enormes, idénticas y hermosas. —¡Qué fue eso! —exclamó la mujer, mientras el vehículo se alejaba del asteroide. —¿Qué pasa contigo? —gritó de repente uno de los hombres, mirándola con asco y apartándose de ella. —¿Qué… qué me está pasando? —dijo ella, viendo que sus mayos se convertían en arena, parte de su rostro comenzaba a deshacerse y uno de los ojos caía a los pies del mecánico. En cuestión de segundos solo fue un montón de arena a los pies de ambos hombres. Le siguió uno de ellos, quien comenzó a deshacerse entre gritos. Hasta que tres montoncitos de arena quedaron en medio de la sala de mandos. —Mi señora, ¿hasta cuándo insistirá con el mismo juego? — preguntó con serenidad una de las mujeres que llevaba antifaz, mientras observaba con indiferencia que la nave se disolvía en el aire como lluvia de oro. —¡Hasta que estos clones elijan comportarse con valentía y creatividad, en lugar de salir huyendo, como intentaron hacer sus modelos! —exclamó la soberana, al tiempo que con un movimiento de la mano hacía que las arenas se reunieran para formar un satélite igual al anterior, en el que los mismos viajeros volverían a caer una y otra vez… 28
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Patricia K. Olivera (Montevideo-Uruguay, 1970).
Colabora con frecuencia en revistas literarias virtuales como miNatura (Revista de lo breve y lo fantástico), NM (La nueva literatura fantástica hispanoamericana), Axxón, Círculo de Lovecraft e Historias Pulp, entre otras. Ha participado en varias antologías: Antología de ciencia ficción, fantasía y terror. Líneas de Cambio II. Editorial Solaris. Uruguay (2018). Antología virtual de cuentos de terror Memento Móri. Proyecto A arte do terror, traducción de Brian Agustín González. Brasil (2016). Antología de cuentos de terror Cuentos ocultistas. Editorial Cthulhu. México (2016). Antología alemana de Ciencia ficción Around de world in more than 80 cifi stories. Editado por Erik Schreiber, traducción de Pia Oberacker-Pilick. Alemania (2016). Antología francesa virtual Autores uruguayos del siglo XXI: Lectures D´Uruguay. Editado por Lectures d´ailleurs, traducción de Nancy Benazeth y Caroline Lepage. Francia (2013). Es administrativa y técnica en Corrección de Estilo (lengua española). También es tallerista de animación a la lectura y tutora en Escritura Académica. Estudia Lingüística y Letras en la Universidad de la República (Udelar). Blog principal: De Ciencia Ficción,
Fantasía
y
Terror
<http://pkolivera.blogspot.com>.
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AntologĂa
IlustraciĂłn de Michael Whelan 31
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Última Thule Víctor Grippoli
Francis abrió los ojos violentamente al despertar de su sueño criogénico. Quedó sentado desnudo en el tubo transparente con la respiración agitada. Mierda. ¿Dónde estaba? No recordaba casi nada y eso era una pésima señal. Algo había ido mal, sin duda. Había que seguir el protocolo, eso era lo primero. Se levantó y tomó su ropa del contenedor. Ya con el mono blanco sobre su piel, chequeó la fecha en la que vivía. Extraño. ¿Debían de haber despertado hasta pasar el cinturón de Kuiper? Todavía estaban demasiado lejos de la base más cercana. ¿Pero a qué misión había ido? Se le escapaba de su mente aunque su nombre estaba claro. Como la infancia en el Río de la Plata, las torres blancas de Montevideo, las naves que partían sobre columnas de humo y fuego, la adolescencia con sus brutales entrenamientos, mientras las naciones se hacían pedazos y comenzaba la guerra. El descubrir el pliegue de salto había abierto la puerta para la colonización del sistema. El viaje a un planeta era cuestión de días pero las estrellas eran otro tema y para ganarlas debían dormir y mientras más profundo mejor. ¿Pero se estaba yendo o volviendo al Sistema Solar? Sintió algo en su pecho, Con su mano derecha tomó un pequeño medallón de metal con una piedra roja en su centro. En
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aquella cosa danzaban cientos de pequeñas cositas microscópicas. Era hermoso y era otro recuerdo esquivo. ¿Era un regalo o algo que él había comprado? Luego se encargaría de ello. Despertar sin memoria equivalía a un fallo grave en los sistemas o que habían sido abordados. O tal vez un error de la computadora. Estaba solo en la cámara de despertar. Otro evento desafortunado. Por suerte no había marcas de disparos o fallos en la gravedad simulada de la astronave. Podría haber soportado perfectamente la gravedad cero gracias a su cuerpo genéticamente mejorado, no tendría ninguna de las consecuencias que habían sufrido los astronautas en el pasado. Salió de la cámara de hibernación y caminó por el pasillo central de la Zanzibar. Sí, ahora recordaba el nombre de la espacionave. La tripulación era de cuatro miembros, volvían de Sigma, una de las nuevas colonias habitadas, no sin sus precauciones. Era un mundo muy semejante a la Tierra. Una gravedad de casi una G y una estrella tipo sol. Todavía no estaba asentada la humanidad de forma definitiva, eran muchos los estudios para realizar en un planeta desconocido, las incidencias de extraños microbios debían ser estudiadas. —Computadora, comuníqueme con el puente de mando —dijo Francis. —Mayor Francis Dallios, veo que se ha despertado. ¿Durmió bien? Las máquinas lo dejaron unas horas más de lo previsto, un pequeño desperfecto en los controles —dijo la inteligencia 34
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artificial de la nave desde sus escondidos parlantes omnipresentes. Estuvo tentado de comentarle sobre su carencia de memoria. Pero algo en su interior lo detuvo. Era bueno saber que no había pasado nada grave. El tono de la computadora parecía diferente. Sus cavilaciones se detuvieron cuando la voz de un hombre sonó fuerte y clara. —¡Francis! Te despertaste al fin. Pensamos que ibas a seguir roncando. ¿Estás en camino? —Sí, ya voy. —No iba a admitir que no tenía la más remota idea de con quién estaba hablando, mejor verlos en persona en el puente. El mismo era un lugar espacioso, con amplios ventanales para observar la inmensidad del espacio. Decenas de monitores holográficos pululaban por el lugar. También mullidos asientos multi función diseñados para soportar la aceleración y los frenados. La energía almacenada en los contenedores de antimateria proporcionaba la gravedad artificial necesaria para hacer viables las estadías en el cosmos. Ahí estaba Darmond, el capitán, era un hombre de un metro setenta y cabello rubio, a su lado se encontraba Enrique, el piloto, cabello castaño y mirada socarrona. Operando las computadoras estaba la bella Vlada, ojos verdes, labios rojos y una figura envidiable. Ella le sonrió al entrar. Ahora lo recordaba todo mejor; ella era su amante y los otros sus dos amigos rebeldes. Francis se había unido a la organización contra 35
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las fuerzas montevideanas que gobernaban el sistema solar, era oriundo de la ciudad madre de todas las urbes, pero las nuevas leyes y el acta de no diversificación humana, así como la supresión de las inteligencias artificiales autónomas lo había hecho cambiar de bando. Las fuerzas de Montevideo pensaban que la humanidad no debía diversificarse en ambientes de gravedad diversa y mantener una única raza, la humana clásica, también creía que todavía no estábamos listos para la IA. Muchas eran buenas, se podría decir que tenían lo que se llama humanidad. Ahora estaban recluidas bajo la férrea mirada de la ciudad capital. —Mira, Francis, llegamos a Arrokoth, significa “cielo” en Powhatan. Última Thule para los amigos. Y pensar que la New Horizons fue la primera en llegar a ese pedazo de mierda, pasó por Plutón y se adentró en esta inmensidad. Parece un pino de bolos esa cosa de roca —le dijo el capitán. —Sí, ahí está la puerta al nuevo mundo. Y aquí la llave… —se tomó el medallón, ahora recordaba la utilidad del artefacto de la desconocida raza extraterrestre. El objeto del cinturón de Kuiper no tenía más de 45 kilómetros de largo. Pero eso no era importante sino lo que estaba dentro. Alguna antigua raza pretérita había hecho una puerta estelar de salto en la instalación interior. El medallón era la llave, él lo había hallado antes de su defección, por eso tan importante su vida para la causa y lo habían contactado en la Tierra. 36
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—Los muchachos han logrado el control de la instalación antes que pudieran enviar un mensaje a Montevideo. Todo va de acuerdo al plan. Se abrió la puerta camuflada de la base alienígena y la nave tomó tierra en el cuerpo con gravedad artificial. La estación no era muy diversa a las humanas, aquellos seres debían ser semejantes a los terrestres. Salieron de su transporte, saludaron a los muchachos que habían tomado el lugar, se veían las marcas del combate, paneles quemados, cadáveres de soldados aquí y allá, todavía no habían retirado los cuerpos. Vlada le estampó un beso a su amado y tomó uno de los trajes de protección brunos, acto seguido se hizo con una de las pistolas largas del depósito. Enrique hizo lo mismo y Darmond eligió una corta con más capacidad de cartuchos. Francis también se vistió y eligió una de las largas. Ya estaban listos para cruzar la puerta. El trío se subió a un deslizador antigravitacional y el portador del medallón hizo lo propio en uno lleno de cajas con suministros. Iban a cruzar y montar un puesto de avanzada en el otro mundo. Los montevideanos que estaban allí eran pocos, sólo una pequeña base con algunos soldados y científicos. Los extraños pilares con los petroglifos del alfabeto extraterrestre los miraron desafiantes, Francis se retiró el medallón y apretó su centro, la piedra roja con aquel interior lleno de cosillas luminosas. Al instante los rayos con tonos eléctricos crearon la 37
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puerta de viaje, se podía observar el cielo rojo y la gigantesca luna violácea de aquel mundo. No era seguro colocar cerca la base del punto de salto, las energías eran muy poderosas, eso les daba una ventaja táctica. Tampoco los artefactos electrónicos, como cámaras de vigilancia, funcionaban en los kilómetros circundantes. Si se movían rápido podían triunfar, no había guardias cerca, el efecto de la puerta podía destruir toda la materia viva en el radio de cuatro mil metros. Todo estaba a pedir de boca. Las operaciones habían comenzado hace muy poco tiempo, apenas semanas que ese nuevo mundo estaba al alcance humano. Un lugar situado en el otro extremo del brazo de la galaxia. El trío cruzó en el primer deslizador, en ese instante Francis pensó en todo lo que amaba a Vlada, en la lealtad de sus amigos y en lo poderosa de la causa. Montevideo no podía regir los destinos de la humanidad con su poder absoluto. Luego, él cruzó y comenzaron a avanzar por las desoladas planicies del orbe. La tierra era tan roja como el suelo, hace pocos días el primer equipo había descubierto los generadores de terraformación. Ahí estaban en el horizonte. Gigantescos. —Darmond, mira aquellas moles, son los generadores que los extraterrestres nunca encendieron, debían provenir de un planeta igual al nuestro. ¿Qué los habrá detenido? — le dijo el piloto del segundo deslizador. —Tal vez los llamaron de su planeta y tuvieron que salir a las 38
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apuradas, no podemos quejarnos, nos han regalado un mundo que será habitable. Es un triunfo para la rebelión. Cuando nos aposentemos aquí, destruiremos la puerta y este planeta será nuestro. Alejados para siempre de la madre Tierra. Les llevará décadas o siglos llegar. Y cuando lo hagan, los estaremos esperando. —Puede ser… —en ese instante vino a la mente de Francis una blanca estancia en donde él estaba sentado en un sillón plagado de mecanismos que lo circundaban, se hallaba atado de manos y pies. Varios científicos de batas blancas lo miraban y estudiaban, comprobaban sus constantes vitales y escribían en sus computadores. —Es la única forma —pronunció uno de ellos—. Tienes que ser fuerte. —Haz ya lo que debas hacer, es ahora… —le contestó con tono serio. De nuevo estaba en aquel mundo extraterreno y algo hizo clic dentro de su cabeza. Sentía que una nueva personalidad crecía en su interior. Borraba a la antigua y se imponía como la dominante. Un nuevo Francis se hacía con el control. Y era radicalmente diferente. Desenfundó la pistola y vio al otro deslizador volar sobre las rojas arenas. Se aproximaban velozmente a un grupo de ruinas de un pueblo de aquella raza que se había aposentado hace milenios en aquel lugar. 39
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No lo pensó más. De un solo tiro del láser hizo que el transporte se ladeara y volcara. Los tres ocupantes salieron despedidos pero debido a sus trajes de presión recibieron pocos daños. Ahora el deslizador estaba panza arriba, humeaban los motores. Francis bajó del suyo luego de frenarlo. Volvió a cargar el arma. Ahora sus ojos eran fríos y calculadores, propios de un agente de los servicios secretos de Montevideo. El capitán tenía el casco astillado, se ocultaba detrás del deslizador volcado, sus dos compañeros dispararon y fueron a cubrirse al mismo lugar. —¡Francis! ¿Por qué nos traicionas? ¡Eras nuestra única esperanza! —Ese Francis ya no existe, querido amigo. Los científicos sabían que ustedes me descubrirían si no colocaban una nueva personalidad que fuera acorde a sus planes. La computadora de la nave, que dejamos para que ustedes robaran, estaba preparada para despertarme y activar una cuenta regresiva para mi cambio. ¿Acaso pensaron que íbamos a dejar una base tan desprotegida? En ese instante dos cazas espaciales montevideanos cruzaron el cielo, la ayuda estaba llegando. Francis disparó de nuevo, con puntería letal, propia de años de entrenamiento. La cabeza de Enrique se deshizo al instante. Allí cayó su cuerpo humeante. Sobre ellos se recortaba la luna de aquel mundo, un testigo silencioso.
Vlada
disparaba
mientras 40
que
lloraba,
eran
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imperceptibles esas lágrimas por su escafandra. Francis contestó con un par de ráfagas, pero sin éxito. Uno de los cazas impactó certeramente al capitán con un rayo láser de alto calibre y sus restos se desperdigaron por el lugar. Pasaron unos largos instantes. Los ojos de Vlada se abrieron, la explosión provocada por el caza la había hecho volar por los aires. No estaba herida. Solo conmocionada. —Vlada, ríndete. No hay escapatoria. Tienes que entender que la diversidad humana va a ser el fin de la especie. Imagínate. Humanos adaptados a la baja gravedad, con largos cuerpos… humanos rechonchos habitando cuerpos con varias gravedades terrestres, seres unidos a máquinas, fusionados con inteligencias artificiales, posthumanos que quieran vencer a la muerte… inteligencias artificiales que tal vez logren destrozarnos a todos. ¿Tú quieres eso? ¿Tú quieres la diversidad de regímenes económicos batallando por los sistemas estelares? —Pero tenemos la libertad de elegir; la ciudad madre no puede quitarnos la capacidad de elección. Francis… yo te amé. Esa otra personalidad no era algo impuesto, era simplemente otro lado de tu ser. Otro que nos comprendía sin el dogmatismo que te impusieron en los años que viviste en la ciudad de las blancas torres.
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—Cuando activé la puerta y comenzamos a explorar este mundo, pensé que tal vez podía ser cierto lo que ustedes proponían, luego descubrimos los archivos de la torre, no es que se fueron porque se les quemaba la comida, fueron asesinados en un ataque de cibernéticos. Extraterrestres mitad máquina que gobernaban inteligencias artificiales de combate. Un escuadrón de esas mierdas bajó en este mundo y los mataron a todos. ¡Ellos estaban peleando una guerra contra su propia diversidad! ¿Lo entiendes? Vaya a saber que carajos hacían por el Sistema Solar, tomaron ese cuerpo de porquería de Última Thule y crearon una puerta estelar. Hasta tal vez vuelvan algún día. Y vamos a estar preparados. —Tenemos que trabajar juntos, si le dices a los rebeldes esa información… —Piensa ahora en tu posición. Estás en el suelo, siendo apuntada por un enemigo. Lo preguntaré de nuevo. ¿Te rindes? —No, no lo haré. —Una nueva lágrima corrió por su rostro. El disparo estremeció la ahora silenciosa inmensidad. Ahora la mujer no era más que un cadáver. Otro más en un planeta que solo había conocido la muerte, tanto de humanos como de extraterrestres. Los cazas aterrizaron, de ellos salieron los pilotos. Con paso sereno él empezó a caminar hacia ellos. Lo que hizo, lo hacía por la gloria de Montevideo, por toda la humanidad. No era un asesino. 42
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Él era un héroe. No podía permitirse el triunfo de la diversidad.
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Víctor Miguel Grippoli (Uruguay, 1983) Artista plástico, docente y escritor. Participa en la antología "Cuentos Ocultistas" (2016-Perú) Editorial Cthulhu. “Revista Letras y Demonios Número 1” (2016-México) Revista Letras y Demonios Número 2, 4, 5 (2017), (2018) “Nictofilia” Número 2 (2017), “Nictofilia” Número 3 y 4 (2018), Editorial Cthulhu. “Antología Horror Bizarro” (2017-Editorial Cthulhu, Perú) "Antología Horror Queer" (2018-Editorial Cthulhu) "Antología poética" (2018-Editorial Solaris) "Entre las lágrimas de acero" (2018-Editorial Solaris) “El monstruo era el humano” (2018-Antología, Editorial Cthulhu) “Laberinto de Posibilidades” (2018-Editorial Solaris) “Puertas del Infinito” Volumen 1, 2 y 3 (2018-Editorial Solaris) “Los conectores de dios” (2016 y 2018. Novela, Editorial Autores de Argentina y Editorial Solaris) “Líneas de Cambio” números 1 y 2, antologías de relatos de ciencia ficción, terror y poesía especulativa. (2018 Editorial Solaris) “Líneas de Cambio. Antología de ciencia ficción latinoamericana” (Antología–2018, Editorial Solaris) “Revista Literaria Luna” (publicación independiente), Antología de Ciencia Ficción. “Antología de ciencia ficción Neo Indigenista” (2018-Pen Bolivia) (Bolivia) “Sombras” (2018-Novela, Editorial Solaris) “La alianza sudamericana” (2018, Novela, Editorial Solaris) “El Poeta” (2018, Novela, Editorial Solaris) “Antología Benéfica Gritos y Pesadillas” (2018, España, Grupo LLEC) “Revista Aeternum. Héroes y Santos”. (2018-Perú) “Revista Aeternum. Juegos Macabros” (2018-Perú) “Revista Espejo Humeante 2” (2019) Revista Letras entre sábanas (México–2019. Número 1). “Revista Fantastique: ritos paganos” (2019-Publicación internacional independiente). “Líneas de Cambio-Antología de fantasía heroica”. (2019-Editorial Solaris) “Moulin Noir” Antihéroes. (Antología) (2019-Aeternum, Perú). “Japón en tinieblas”. Antología de relatos de ciencia ficción, erotismo y terror. (2019, Editorial Solaris) “Moulin Noir 2 Antihéroes. (Antología) (2019-Aeternum, Perú). 44
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Ilustración de Clyde Caldwell
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Utópico Víctor Alfonso Arévalo Ramírez Ya algo después de un par de tragos y el tan pospuesto apretón de manos tras una larga e interesante charla en la casa de retiro de Artemio, llegaron a la conclusión: —Yo pagaría cuanto fuese a quien me dijera la fecha real de este tríptico —dijo Artemio ruborizado por la ginebra—, lo haría en serio. —En verdad, amigo. ¿Significaría tanto para ti? —Significaría tanto como besar las prodigiosas manos del Bosco, oler sus óleos aún frescos o conocer el roble que proveería las tablas. —Bueno, amigo, ¿querrás salir a tomar aire? Salieron a caminar por el tranquilo pasaje nocturno, no había ruido, todo parecía realmente calmo, como una escena hecha para reflexionar. En silencio, se sentaron sobre un viejo tronco y meditaron. —Sabes —interrumpió Fin—, no es imposible, ni tan difícil. —¿Qué? —Esto del Bosco ¿realmente lo deseas?
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—¿A qué te refieres? —Ven, demos un paseo en mi nave, me gustaría enseñarte algo. Subieron a bordo, lo suficientemente ebrios como para decidir salir al espacio en horas de restricción sin medir consecuencias, pero no lo bastante para causar problemas. —Y sí te dijera que es cierto, que he viajado por el tiempo ¿me creerías? —pronunció Fin mientras colocaba una mano sobre el hombro de su antiguo colega militar y con la otra le entregaba una fotografía como evidencia— Es decir, mi amigo, no te das cuenta… he envejecido siete años desde que te vi hace dos semanas, aunque no lo parece. Me veo así por el sorgo, nos daban esa bebida como único alimento y suplía perfectamente la cantidad de energía, la suficiente para tener súper fuerza y ser sometido a tan brutales empresas, las más exigentes tareas me eran de hecho sencillas misiones, transportaba inmensas rocas de granito a pulso sobre mis espaldas, como si fuera cajas de cartón vacías y no hubo reparo en mí jamás porque por mis venas corrió carbono líquido y mi piel se permeabilizó como grafeno, lo que hacía de mí un hombre rudo casi de metal árido, algo distante a lo que refleja mi cuerpo humano y gastado. Lo que nunca me gustó fue el destino impuesto por la estadía. Aunque cómoda, me proporcionaba un ambiente demasiado controlado, incluso para un agorafóbico, nos daban estrictas indicaciones y nos colocaban horarios de trabajo. 48
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Para cuando concluíamos las tareas, el cuerpo no se sentía cansado, aun así, nos colocaban en cámaras de criogenia que supongo se encargan de estabilizar las células cansadas, las remplaza o regenera, creo que algo tendría que ver las medusas de los contenedores. —Vamos, Fin, que acaso me crees estúpido, ya no somos de esos jóvenes crédulos, no soy el adolescente risueño que escucha disparates y soñoliento imagina aquellos tiempos de los que hablas. Basta con leer un poco de eso en las bibliotecas, además no me sorprenden Verne, Wells o Asimov resultan convincentes y tú pareces como un prestidigitador nada persuasivo e incluso pedante y te jactas de las cosas, te conozco hace mucho y sé que tramas algo… —¿Algo? Desde luego, es como una paradoja, acaso ¿será una paradoja particularmente mía? —pues no existe mejor palabra para acuñarle—, y no tramo nada, eso ya está hecho y es manipulable. ¿Sabías que el tiempo es palpable? Su textura es fría pero sedosa y estoy seguro que no me creerás, pero el desplazamiento en el tiempo es totalmente fiable sabiendo manipular las condiciones tempo-gravitacionales siempre enlazado al razonamiento puro con la convicción y la deducción. No está de más conocer un poco acerca de la cuántica y las propiedades, o será mejor decir las posibilidades de los taquiones y el gravitón partícula clave para compensar la disociación de la masa, ja, sueno igual que un físico, aunque no lo soy. Verás, era el año 2019, en aquellos tiempos, todo, 49
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aunque cambiaba a ritmo alarmante, era predecible y concebible, esa generación entre pretenciosa e ingenua, forjó la más inusitada sociedad sobre los albores de la tecnología y se valió de recursos complicados de origen dudoso, para esos días era normal hablar sobre las majestuosas teorías cuánticas y nadie tildaba de tonto a quien creía con fervor en la posibilidad de un multiverso palpable, de
hecho
podías
hacer
tu
tesis
sobre
las
Reflexiones
Tempogravitacionales y no te taladraban el cerebro. Recuerdo esos días de lluvia, con grandes trozos de hielo que se precipitan sobre el zinc, lo que sería un espejo climático que contrastaba de manera abrupta e intermitente por rayos de sol que tuestan la piel igual que el fuego a las hormigas; así transcurrieron tranquilamente los cortos pero memorables meses de octubre y noviembre, las cosechas en la vieja granja de mis abuelos se daban muy bien, venía la bonanza y con él ese instinto personal y fraterno que ofrece la tranquilidad de tener un estatus social privilegiado dentro de las escalas agro productivas del café. ¡Ah, ese sí era el café! Qué lástima; ahora ya no hay vestigio del auténtico grano tostado. Ya no hay vestigio del auténtico grano tostado. Realmente lo disfruté, era mi retiro del campo de guerra al campo cafetero, ahí, en la estancia que ya pasó pero que perdura, existe y existirá, eternamente trabajando para mis abuelos, cuando aún ni siquiera habían nacido mis padres. Pero un demonio tomaba impulso en el interior de la tierra, ciertamente un impulso en reposo y carecía de impaciencia; era un impuso metafísico que no era necesario puesto que estaba ahí, a la espera, en el remoto pasado y aguardaba igual 50
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que la muerte espera el destino de cada quien, quedaba quieto en una escena, petrificado como las miles y miles de escenas de los sucesos en todos y todos los rincones de universo, todas las que vendrán y fueron. Un sinsentido de continuidad reciclada. Me vi en el capricho de conocer el viejo Egipto, ahora mayor y sabio, sé de mi tremenda estupidez. Artemio, sabes que ahora es bastante común e incluso rutinario viajar en naves espaciales de manera económica y hasta a veces te pagan para que viajes y hagas reseñas sobre los hoteles marcianos o los majestuosos jardines de Ssrees en Alfa Centauri; pues para los días de los que te hablo eso era remoto y constantemente refutado por académicos positivistas, obstinados en el consumo de combustibles y las proporciones del material usado para la construcción de las naves respecto al peso y la forma y sobre todo la negación que es el origen de todo fracaso. Aunque esa generación gozó del más grande salto tecnológico, no tuvo vislumbre alguno de las civilizaciones más allá del sistema solar… —Y si todo eso es verdad, asumamos que te creo, ¿cómo me lo demostrarás? Es decir, una fotografía puede ser alterada, basta tener un poco de seso y ya. El hecho de que me muestres… Espera sé dónde es esto, la tomaron en algún exoplaneta del sistema Alfa Centauri. —Ah, sí. ¿Cómo lo sabes? —Pues por las dos lunas, y el planeta que se percibe al fondo del cielo en la fotografía no es otro que el famosísimo Alfa Centauri B, 51
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el de los jardines de Ssrees, cuyo período orbital es de doce días terrestres. ¿Será acaso Próxima Centauri? —Sí, vaya, no creí que supieras tanto sobre sistemas estelares. —Sabes que me gusta leer, puedo ser muy curioso, además fui la semana pasada, pero no entiendo, esa es tu nave, ¿cierto? Luce diferente, al igual que tú, te ves como una estatua erigida a un rudo boxeador. Ahora comprendo a qué te referías sobre eso del sorgo, tu imponencia se percibe, pero no tu camisa. ¿Quién es la fiera mujer sobre el ave? Qué ave tan rara, debe ser muy costosa para portar esa careta y los abalorios. ¿De dónde es? Caray, casi me convences. —Ella es Amanecer, una cazadora temporal centauriana y me temo que no podrá venir a este tiempo. Verás, la posibilidad de viajar por el tiempo solo se puede realizar bajo ciertas normas espaciales, la ley fundamental establece que no puedes ir a una estancia en la que ya existes o hay huellas de tu existencia, es decir ni al futuro ni al inmediato pasado; o sea que Amanecer no logrará pasar del año 995 al que pertenece, cosa que ciertamente me hace sentir tranquilo, pues de hecho, ella me alquiló como esclavo al antiguo Egipto. —¿Ah sí? Pero entonces al viajar al pasado lo cambias. Es la paradoja esa de “qué pasaría si fueras al pasado y evitaras que tus padres se conocieran”, ¿no? ¿Y el ave? —Es un Fénix.
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—¿Que no estaban extintos? —Definitivamente lo están. Pero hablamos del pasado, así que no hay nada realmente extinto, todo está conservado, en su lugar, pero conservado. —Querrás decir en su tiempo. —Sí, tienes razón. Y no hay manera de crear una paradoja a escala universal, nada de eso, la auto consistencia y regulación temporal deduce que al ser posible el tránsito por el espacio sobre una línea temporal cerrada es totalmente accesible cualquier punto del espacio-tiempo respecto al pasado, como dije antes, obligatoriamente, donde aún no existes. Caray, qué difícil es hablar en términos de interpelación social. Todo lo que dije hace posible que yo pueda ir al pasado e impedir una de las guerras mundiales y aun así regresar y darme cuenta que no sucedió nada ya que estuve en una copia paralela del universo y que se perderá en la infinitud cíclica del reciclaje energético. —Ya veo, ya veo, pero ¿y la mujer? —Te he dicho que esa cazadora temporal se ha quedado atrapada por allá en el siglo X, no la volví a ver desde la ocasión de la fotografía, luego de recibir el pago por alquilarme a un consorcio de constructores del antiguo Egipto, se marchó por el tiempo a cazar viajeros. Ven, ya es hora, tengo algo que mostrarte. Artemio se acercó al gran vidrio de la pantalla trasparente en 53
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el panel circular y vio como la naturaleza lentamente se erigía a sus pies, primero pequeñas plantas que crecían a un ritmo despampanante hasta convertirse en tremendos robles. Antes de salir de la nave, Fin le mostró la fecha en la computadora central: sábado 7 de noviembre de 1505. Frente a ellos, un destello violeta, extremadamente intenso como líneas dentro de un tubo de ensayo en un haz de luz, estallo en la claridad del día. Se hallaban ahora como eruditos privilegiados, observando el proceso de realización del tan hermoso y sublime jardín de las delicias.
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Víctor Alfonso Arévalo Ramírez. País: Colombia – Bogotá. Ha publicado también en la Revista Nudo Gordiano.
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IlustraciĂłn de Bruce Pennington 57
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Absorción Jesús Guerra Medina Cuando tenía siete años y visitaba a mamá en el hospital, solía contarme que cuando las personas mueren, van al cielo; pero no a ese cielo costumbrista que las religiones suelen pregonar en sus templos, no, este era un cielo inmenso, palpable a la mirada, una urbe de estrellas fugaces y bosques de polvo estelar que se erigía en el centro del universo y que se desplazaba entre galaxias recolectando el espíritu de sus antiguos descendientes, miembros de una estirpe de luz, para reintegrarlos a su seno; solía contarme que ella lo era, hija de una luna distante, hermanada de estrellas fugaces; decía que si estaba perdiendo el cabello, si su piel se tornaba blanca cual fantasma, si perdía carne en el cuerpo y adelgazaba terriblemente, era porque el llamado había sido hecho, porque era momento de regresar con su antigua familia; me decía que no debía preocuparme porque ella, estrella vuelta constelación entre las paredes de edificios pétreos de roca estelar, cubriría mis pasos y aunque lloviera y el cielo se nublara y la oscuridad descendiera sobre mí, me iluminaria cantando una canción de cuna que el viento se encargaría de hacerme llegar; pero mamá, solía decirle, cómo sabré que esa que me habla eres tú y no alguna hermana tuya; ella me miraba, sonreía, se limpiaba una lágrima fugaz que cruzaba su mejilla gastada por la radiación de las quimioterapias, y me contestaba con una dulzura infinita que si yo creía en ella, lo sabría, simplemente, como la certeza de estar vivo; 59
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yo sonreía y la abrazaba sobre los tubos, mangueras que se fusionaban con su piel, porque de verdad le creía; y es que mamá era así, ni en sus últimos momentos dejó de ser una madre amorosa, la mejor del mundo; fue gracias a ella y a sus historias que compré mi primer telescopio; gracias a esa ilusión que soporté el duelo cuando murió y su ausencia desterró toda esperanza alimentada de ficción en mi vida; invariablemente para mí, tanto como para el resto del mundo, el tiempo pasó impertérrito y la memoria, adormecida por la adultez, enterró en el recuerdo profundo las historias con que alegró los peores días y en los que siempre creyó; las olvidé porque era mejor hacerlo, mejor desterrar el recuerdo de aquel mundo extraño que aferrarme a un ideal que no existía, que nunca existió, que ahora mismo no existe y que, sin embargo, sin saber cómo ni porqué, contemplo al abrir los ojos luego de un parpadeo; estoy estático en medio de un claro rodeado de gigantescos arboles luminiscentes que oscilan a mi alrededor dándome la impresión de caminar sin moverme siquiera; el follaje tupido de las hojas no me deja ver el cielo claro del atardecer que hasta hace un segundo contemplaba y ahora no está pero, contrario a lo que cabría esperarse por la espesura, me encuentro rodeado de luz, no hay oscuridad; los troncos lanzan destellos de colores que me ciegan momentáneamente, y las hojas susurran al tallarse entre sí un cántico mudo que resuena con opresión en mis tímpanos; escucho todo como a la distancia cual si estuviera cubierto por una película de plástico pero aun así, es inevitable, en la evanescencia amorfa del sonido reconozco palabras que no comprendo, pero por 60
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algún motivo me resultan conocidas; el camino frente a mí es una colina de roca lunar, no hay atrás, tampoco arriba, solo un camino delante trazado por la madreselva que forma un brocal arcano que me da la sensación de estar atravesando un túnel cuyo pasadizo llevara a un único y elevado puente de piedra; siento el cuerpo pesado, la gravedad cae en cascada sobre mí y, sin poder evitarlo, caigo encorvado; bajo mis pies, entre mis dedos, la hierba se mueve, la puedo ver como estoy ahora con la frente pegada en la tierra: crece, retorciéndose como malditas lombrices para después doblarse y enterrarse de nuevo dando al suelo un aspecto algodonado que palpita con vida propia; en cada hebra viven galaxias y al parpadear veo pasar una estrella fugaz sobre la hoja, transversal en el tallo; no entiendo nada, se supone que este sitio sólo existió en la imaginación de mamá y sin embargo, estoy aquí, aplastado por la gravedad de luna; mi corazón palpita como loco y lo siento escalar por mi esófago; me cuesta respirar, no puedo incorporarme; Colombe, amor, intento gritar pero mi boca se ha tensado como el resto del cuerpo y no puedo abrirla ni un ápice, únicamente formulo la pregunta, en dónde estás, en mi mente sin siquiera incorporar signos de interrogación a la idea que se tuerce en mi interior; miro alrededor con un mareo pero ella no está aquí, me encuentro solo; a un costado, las hojas se mueven entre los arbustos y creo ver una figura que, no obstante, deja de estar apenas giro la cabeza; se pierde en el movimiento luminiscente de este sitio, hacia arriba; respiro, los pulmones me arden, aun así hago un esfuerzo sobrehumano para incorporarme; doy un tirón 61
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hacia arriba y luego otro y otro más apoyando mis palmas en el suelo; mis músculos se tensan y siento un dolor tremendo en la espalda; tronido en mi columna, opresión en mi pecho, ardor en mi garganta y el recuerdo de algo que rasca en el pozo profundo de mi memoria; de pronto un grito a la distancia, un eco como de explosión en mis oídos y ahora, algo ha sucedido que, sin más, me puedo mover perfectamente; qué mierda está sucediendo, me digo, nada tiene sentido, es como si la gravedad se incorporara a mí, como si el vacío hiciera un espacio para recibirme en su seno latente, en esta tierra que, siendo desconocida, creo conocer de tiempo atrás gracias al recuerdo de mamá; me incorporo, estoy de pie y una opresión en la muñeca derecha me advierte que está siendo aprisionada por algo, siento escalofríos, así que, bajo la mirada del techo de ramas de cuyas puntas frutos con formas de estrellas penden mecidas por una suave brisa, y suelto un grito que, una vez más retumba solo en mi cabeza al contemplar que es el brazo mutilado de Colombe el que me sujeta; lo sé, la reconozco, su mano, las uñas pintadas de verde, la pulsera de mariposas a juego con el barniz y el anillo de nuestro compromiso en el dedo anular apretando mi mano, triturando mi camisa; la tez blanca de su piel está bañada en sangre y la curvatura del amarre de los huesos del radio y el cubito despuntan blancos entre jirones de piel desgarrada; despacio, respiro, reúno valor y, con la mano izquierda, lo separo de mi brazo y lo arrojo lejos, pero al hacerlo una rama de un color que no reconozco se estira desde la cima de la copa de uno de los árboles y, como lengua de sapo, lo toma, girando como 62
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está en el aire, y se lo lleva a la base del tronco que lo recibe abriendo un gigantesco hocico y lo traga de un mordisco; la velocidad de esta instantánea de terror dura apenas un instante pero me basta para entrever algo maligno en el interior de esa boca; caigo de nuevo al suelo y vomito al escucharlo tragar y luego eructar el anillo que, junto a uno de esos extraños frutos, cae al suelo, dos metros delate de mí; no comprendo qué mierda está sucediendo; antes de llegar aquí, caminaba con Colombe por el parque; ella me sujetaba del brazo y yo acunaba sus palmas en las mías sintiendo la tibieza flotar como cometa a mi costado cuando, un destello fugaz refulgente en el cielo nos hizo levantar la cabeza y entonces, al parpadear, una fuerza tremenda me absorbió paradojalmente hacia abajo, en la tierra pero subiendo, al mismo tiempo, hacia el cielo, arriba, desde donde ella me miraba desaparecer; lágrimas escurren por mis párpados al recordar su voz en grito decir mi nombre y hago un esfuerzo descomunal para ponerme de nuevo en pie y alcanzar el anillo; si bien la gravedad ha levantado su velo de plomo, aún me cuesta trabajo moverme, además, el temor de mirar otra vez el hocico de los árboles me paraliza; al ponerme en pie, el mundo gira conmigo, en mi cabeza; todo está mal, nada tiene sentido, cómo es que llegué aquí, me pregunto por enésima vez, no lo puedo entender; este es, después de todo, el lugar que mamá solía describir en sus historias, lo sé, las estrellas frutales, el pasto galáctico, los arboles hechos de rocalhunar y los bosques de ingrahvedad que se desplazaban con dirección al reino: estos lugares siempre aparecían en sus cuentos 63
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porque, además del castillo y el lago de los recuherdos, representaban el corazón de lo que, ahora entiendo, eran más que solo historias para calmar a un niño asustado: eran su pueblo natal; la certeza de esta afirmación me hace estremecer; recuerdo que al escucharla, me asombraba y temblaba de terror al imaginar que los árboles tenían bocas y que sus frutos vida que, al madurar, se convertían en animales que, a su vez, volvían a ser fruta para morir y ser abono que alimentarían las raíces que yacían en el corazón de la tierra en una especie de ciclo de reciclaje natural; la estrella, pienso, el anillo; camino con precaución y lo recojo; nunca olvidaré el momento en que se lo propuse, su reacción al contemplarlo dentro del estuche, lágrimas de felicidad y la tibieza de su cuerpo al abrazarme y decirme que sí, por supuesto, juntos por el resto de la eternidad; repentinamente la estrella que cayó del árbol, un par de metros a la derecha, gruñe; frunzo el ceño, escuché bien, me pregunto, y sin estar del todo seguro me acerco y la miro: palpita; le doy una patada con la punta del zapato, arrojándola lejos; la estrella, sin embargo, escupe de una abertura que se abre en centro de su horrorosa constitución una lengua negra que se pega al suelo y con la que se sujeta, cayendo de nuevo a mis pies; me mira entonces con cinco ojos que salen de cada uno de sus picos y, al canto de una voz, las ramas se mecen y me comienza a envolver como un capullo; no dejo, empero, que me detengan, empero, que me detengan y echo a correr colina arriba; los árboles sonríen, sus risas torvas; si tengo razón y esta tierra es como pienso, el sendero que forma el camino me ha de llevar al centro de la ciudad, tal vez 64
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allí halle la respuesta del porqué estoy aquí; el claro avanza conmigo, lo puedo sentir meciéndose a mi paso y me basta un vistazo para darme cuenta que no estoy solo; entre los troncos, siluetas me observan andar, se acercan, arañándome; apuro el paso; no muy lejos una luz morada advierte el final de este bosque y quizás debido a eso, las siluetas se cruzan en mi camino con mayor insistencia como reteniéndome; lanzo manotazos y me zafo de brazos de piedra que salen del suelo con el pulso acelerado porque entiendo que algo está mal; ironía la mía, me reprendo, no sé en dónde mierda estoy, pero creo suponer que hay un problema en esta tierra, después de todo, pienso, según lo que escuché cuando niño, no había un clima más frío que el calor que se siente ahora mismo, me pregunto limpiándome el sudor, yo recuerdo que sí, en efecto, lo había; el núcleo y principal combustible de este planeta era una químico similar al nitrógeno; por qué hace entonces tanto calor: no lo sé, lo importante es seguir moviéndome; metros adelante, el claro se abre, los árboles se tuercen hacia la derecha y hacia la izquierda respectivamente, en reversa formando una especie de domo de luz y yo me veo arrojado en una pradera cuyo inmenso cielo se abre de color morado; nubes rojizas que contrastan con el fondo claro se desplazan vagabundas; estrellas brillan trémulas y perdido en mi constatación lanzo un grito al contemplar al planeta Tierra sobre de mí; el astro azul como una pupila, gira con su luna y unos cuantos satélites orbitando a su alrededor en el centro de este extraño cielo; en el horizonte, cinco soles flotan dibujando un ocaso rojihazul que se mezcla con el 65
Solar Flare
violeta del firmamento; el viento sopla y al girar para ver el camino recorrido, algo me avienta; un cuerpo negro se abalanza sobre mí y me tumba de cara; me golpeo en una roca y mi sangre se ve consumida por una lengua que surge de entre la hierba y me lame; me vuelvo para ver a mi agresor y me encuentro de cara con un ser desconocido; si bien parece humano, tiene la cara cubierta por una especie de mascara y unos gigantescos goggles que le dan una apariencia insectoide, quizás un casco, pienso pero al respirar, su cara se contrae y la aparente tela se pliega como si fuera su piel; tiene una luz en el centro de su pecho y su cuerpo cetrino es de color verde griseado, como si se hubiera desgastado, además, es tremendamente alto y en extremo delgado; en su mano carga una pistola; no lo creo, pienso, y recibo una patada en el estómago que me deja sin aliento; de dónde vienes, pregunta, y de su boca surge un aguijón de mosco como signo fálico que se abre en la punta; me estremezco e intento incorporarme; no lo logro pues él deja caer su pie sobre mi pecho, mientras me apunta con su arma; de dónde vienes, repite en un perfecto español y veo el cañón de su arma amenazarme; en el cielo una nave sobrevuela y la veo aterrizar sobre el cañón que despunta metros adelante; todo listo, dice de pronto una voz salida de quien sabe dónde, la última carga fue abonada, podemos proseguir; la criatura me mira y una lengua asoma de la punta de su aguijón cuando me dice que me ponga en pie y me dé la vuelta; lo obedezco y un golpe en la nuca me hace perder el conocimiento; antes de desvanecerme, alcanzo a veo a una mujer oculta entre los árboles, es hermosa y su piel blanca 66
Antología
ilumina la oscuridad que me absorbe a la inconsciencia; recupero el conocimiento por retazos; siento un piquete en el cuello y veo a la criatura clavar su aguijón en mi ombligo y succionar mi sangre; la tierra es ahora toda de arena, no hay pasto, tampoco hierba estelar; el viento sopla y distingo su sonido hueco al partir el vacío; entre sueños recuerdo a Colombe, tan femenina al mirarme y luego es su brazo mutilado el que ocupa mis pensamientos; abro los ojos y al instante me arrepiento de ello: estamos de pie en un precipicio, a lo lejos una nave gigantesca con la forma de un maldito cartucho de magnum .357 flota suspendida en el aire y, en diagonal, pequeñas naves pasan a través de ella en una línea que se extiende hasta el horizonte dibujando una estela de color azul; con qué motivo, me digo: no lo sé; arriba el planeta Tierra, montañas a la distancia y abajo una especie de platillo volador y un montón de gente aglutinada sobre la arena ondulante; el castillo del rey está despedazado en el horizonte, el lago seco y la ciudad entera destruida; esto no es lo que mamá me contaba, pienso con desaliento, y luego al ver cómo más hombresmosco someten a un puñados ciudadanos de piel blancalhuna; columnas de humo se elevan al cielo y manchas de sangre salpican el suelo por doquier; somos el enjambre, me dice la criatura que me lleva encadenado, de la división recolectora, y me vuelve a golpear en la nuca; cuando abro los ojos me veo rodeado de personas que identifico de inmediato: los ciudadanos hermanados de mamá; a nuestro alrededor los recolectores con sus armas y la nave desprendiendo un calor sofocante; hay cadáveres por doquier; me duele la cabeza, 67
Solar Flare
esto está mal; yo ni siquiera debería de estar aquí, empero, lo estoy y la certeza que otrora fue cuento llena mis pensamientos; los recolectores hablan, tras sus parpados, ojillos rojos y de sus bocas, enormes aguijones; tengo las manos esposadas junto a un montón de personas; un hombre recarga su cabeza en mi hombro y contemplo en su piel de rocalhunar, grietas que forman arrugas en el relieve de sus mejillas polvohestelar; una mujer grita, tres grupos de prisioneros a la derecha, y volteo a tiempo para ver cómo matan al rey de este pueblo de un disparo; la bala perfora su cráneo y la corona sale volando; un destello lanzado por el oro que perla los picos y las lágrimas que lanzan los prisioneros; los recolectores ríen y la certeza de haber presenciado una verdadera tragedia me engulle en un abismo insondable; podemos continuar, dice un recolector, el planeta es nuestro; las naves surcan el cielo, el ruido de las turbinas perfora mis oídos y la arena quema mis ojos; todo es un maldito caos; de pronto algo sucede, no entiendo qué es pero uno de los hombresmosco levanta su arma y dispara a su compañero; confirmo que aquella especie de tela es, en efecto, su propia piel pues la bala la desgarra completamente dejando al descubierto un cráneo de hueso negro; los otros recolectores lo miran, no saben qué sucede pero varios disparos más advierten la misma escena por todo el lugar; movimientos a nuestro rededor; entonces un par de manos me levantan y mi corazón se dispara al contemplar a mamá darme un abrazo; cómo creciste, me dice entregándome un arma, te lo explicaré luego, amor; y entiendo que fue ella la mujer que vi al desvanecerme, cómo es posible; disparos, 68
Antología
gritos, lamentos y la comprensión de que una guerra está comenzando cuando mamá proclama rodeada de guerreros de blancalhuna aparecidos de la nada: tenemos que combatir; Nota del Editor: cuando el autor envió este relato incluyó una nota diciéndome que el mismo contenía una forma experimental de escritura. Podemos ver esta idea con el siguiente fragmento: “no hay ni un solo punto y seguido, punto y aparte, puntos suspensivos, o signos de interrogación y exclamación, así como no hay separaciones entre párrafos ni tampoco uso de paréntesis ni de guiones de dialogo; abundan, en cambio, la comas y el punto y coma”. Y como aquí nos gusta la libertad artística en su máxima expresión y la premisa me pareció muy interesante, tuvimos un nuevo relato para esta convocatoria.
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Solar Flare
Jesús Guerra Medina Soy psicólogo mexicano y tengo 25 años; he sido colaborador de cuentos y relatos en diversas revistas literarias digitales y físicas como:
Antología
física
“Inspiraciones
nocturnas
III”;
“Microfantasias”; “Microterrores III”; “Haikus I”, Editorial Diversidad Literaria, España, (2017); Revista Digital Ibidem, números 1, 2, 3, 4 y 5, México, (2018); he colaborado para la revista digital “La sirena varada”, números 8 y 14; para la Antología “Mar crepuscular”, Editorial Dreamers, México, (2018); Revista Digital Líneas de Cambio, número 1, editorial Solaris, Uruguay,
(2018);
Antología
Física
de
Ciencia
Ficción
Latinoamericana, Editorial Solaris, Uruguay, (2018); Revista Letras y Demonios, Números 6, 7 y 8 (2018-2019); Revista Literaria Luna, Número 4, México, (2018); mi cuento “Amor, Clemencia”, quedó tercer lugar en la cuarta edición del concurso “Cuéntame uno de muertos”, organizado por Canal 22, México (2018); Antología del cuento fantástico, Penumbria 46, (2019); Antología física “Cuentos sobre brujas” editorial El gato descalzo, Perú, (2019); para la Antología Física de Fantasía Heroica Hispanoamericana, editorial Solaris, Uruguay, (2019); para el Fanzine, edición 2.5 y número 3 de la Revista Digital de Ciencia Ficción Espejo Humeante (2019); mi microcuento “Ficciones”, recibió la primera mención honorifica en el tercer Premio literario internacional “Letras de Iberoamérica 2019”, en la revista En sentido figurado (2019); para la revista física extinta Gata que 70
Antología
Ladra número 2, México (2019); para la revista de literatura oscura, Aeternúm, edición número 5, Mundo Tóxico (2019);
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Solar Flare
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AntologĂa
IlustraciĂłn de Aldo Di Gennaro
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Antología
UN CUERPO CELESTE Cristian Manuel Galarza Lanchimba
Lo había visto sin lugar a dudas, no había para qué hacer más preguntas. Crepitaba en las afueras un silencio tranquilo y en las veredas de las casas los niños jugaban con poco bullicio y la calle Faber E-45 era acariciada por correteos de poco estruendo, con poco peso. Arthur sabía que su mente no jugaba con él; había podido tocarla y hasta en un sopor percibió su aroma húmedo como el de las ciénagas en el candor de un mediodía. Solo acumulaba la esperanza de reescribir en lienzo su próximo dormitar; de la almohada al papel, para recordarlo todo. Jugando con sus manos en la alfombra, Sammy (la pequeña), había advertido con burla desvaríos al desasosiego de la noche y frases extrañas al delirio entre sollozos y temblores. Extraño pernoctar, y parecía estar feliz de sus pesadillas, pero sus expresiones causaban angustia y ganas de despertarlo de un golpe generoso. Arthur desmentía la versión de Sammy y explicaba que se trataba de noches de molestia por la calidad del colchón, que era durísimo. De cierta forma, lo mejor era enviarla a casa de los abuelos, al norte, todo hacia el norte. Pronto, el matrimonio evidenciaría requerimientos importantes y Sammy tenía la suficiente edad para ir al baño sola y llevar a dos ancianos, generosa, también. Bajo cualquier pretexto los desvaríos nocturnos continuaron, atestiguaba la niña; pero Melly gozaba de un sueño profundo y extinguida noción de los alrededores, por lo que de ser cierto, ella no podría 75
Solar Flare
argumentar ni en favor ni en contra para con su marido.
Una madrugada simple y placentera, en los alrededores, un negro fantasmal apacible se había tomado el lugar. Todos pernoctaban profundamente y los amantes quizás no. Arthur se halló en un profundo insomnio y el suelo era vació y su mujer dormía inerte a su lado, puede que solo un batallón de trompetas la despertara. Era innecesario y cruel prender las luces, masacrarían los ojos y plantearía un despertar estridente de una mirada furiosa de esa que lastima a los durmientes con más agravio que el sonido del batallón. Entonces caminó, el suelo se vio provisto de luz lunar, pudo ver entre el reflejo sus partículas y el polvo, realizó un bosquejo, pero era frío. Inútil sentarse por doquier y esperar al sueño, pensó. Había dado vueltas por la casa y pasado dos minutos en el baño comparándose al espejo, leyendo lento y equívoco las etiquetas de la pasta de dientes y el enjuague de boca. Se halló sentado en el sofá que daba a la puerta y definitivamente estaba perdido, su cuerpo sentía el descanso de mil masajes y su mente parecía rodearse de sustancias dulces que activaron sus ojos agrandándolos cual capulíes expectantes. Decidió tenderse y disfrutar del sofá por unos minutos, quizá y el sueño lo tocase al encontrarlo en otro lugar. Solo y en tertulia con el silencio. Miró la puerta; una pequeña salida de luz disparaba una vista de las afueras, pero nada, solo la calle y nada más. Probablemente si estuviera en la noche, el frío maltrataría su cuerpo, helaría sus pies y el sueño lo visitaría. No podía ser de otra forma y acudió a él. 76
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Tomó la manija en reposo y auguraba que las bisagras de la puerta durmieran, aunque él no. Intentó con cautela pero insuficiente la fuerza aplicada; el seguro estaba liberado, pero la puerta no dio paso. Imposible, había quitado toda traba, estaba girando en el sentido correcto y halando con brío, pero no tuvo éxito. Sintió como las cienes se ruborizaron y una gélida ira lo invadía, su contrincante era solo una puerta en medio de la madrugada. Cómo podría hacerse: ¿con un golpe?, ¿con un alarido? La puerta se abrió callada y él, apasionadamente en ella y comprometido, fue a dar en picada en un revuelco de esos que dan risa pero ningún daño hace. Una sensación de victoria lo llenaba pero a la vez de vergüenza, quién pudo haberlo visto, o acaso de la ventana un grupo de amantes estaría riendo a escondidas, reprimiendo sus bocas para no ser explícitos y conservar la amistad. Una sorpresa inesperada lo alertó a levantarse olvidando el bochorno, miró el suelo pero sus pies estaban cobijados hasta los tobillos, bordeados por una masa que no era la de su jardín, por algo que no era asfalto, ni el hormigón de la avenida Faber E-45. Era arena, supuestamente, o quizá arcilla refractaria, cómo saberlo. Un escenario inhóspito, al explayar su mirada al cielo pudo sentir la sensación de los soldados en combate con su arma encasquillada frente a un oponente furioso. Y caminó dos pasos y vio que no era su vecindario, y volteó a ver pero si era su casa. Solo en un ambiente cósmico, la casa podría ser removida por descarte. Miró a lo lejos un cielo magnífico que brillaba en movimientos lentos y estaba adornado por estructuras estáticas, como naves esperando. Caminó un paso 77
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más y algo que pudiera ser una gran metrópoli se levantaba en forma de pinos perpendiculares en la lejanía, como un montón de salpicaduras que cayeron del universo en torbellino. El lugar era un desierto, una bruma rojiza lo contaminaba y podía ver no tan distantes formaciones rocosas esféricas, por no llamarlas planetas, ya que jamás podrían estar tan cerca de otro cuerpo celeste. Una sensación de llanto inundó su insomnio y volteó a ver su hogar de nuevo. Su pantalón de noche fue ennegrecido por la composición del suelo y sintió un calor vaporoso que parecía corroer la tela, como una tierra extraña que en circunstancias apremiantes disolviera una semilla necesaria. En la quietud de aquel ambiente cósmico, un viento procedente del horizonte recorría suave y erizaba los cabellos. De los confines horizontales podía escucharse el chapoteo de alguna vertiente, o quizá las olas estridentes de una playa de agua también rojiza. No parecía día, ni noche. El cielo anaranjado estaba poblado de basura espacial y rocas pequeñas modelaban y se trasladaban en la atmósfera encarando insolentes la gravedad. Arthur pareció recobrar la calma, soltó las palmas, sintió los hombros hasta pasar por la espalda y expirar profundo una posible paz. Todo era apacible ahora, y era imposible querer soñar más. La casa plantada perfectamente era el hogar idóneo, en la realidad equivocada. Alzó la vista y supo que en la alcoba dormía su mujer y eso era impredecible y preocupante. Empezó intempestivo a destellar luz en su interior, como si un fallo eléctrico sufría por encender las luces, pero de repente, cesó. Arthur caminó dos pasos 78
Antología
pesados con su pijama consumida hasta las rodillas por el suelo extraño y tóxico. Intento avanzar, pero un cuerpo cayó por encima de él y los dos volvieron a ser comedia en el suelo rojizo. La puerta quedó abierta y adentro la iluminación aun batallaba un fallo eléctrico irresoluble. Se vieron abrazados en la tez del suelo y el vio sus ojos y supo que era su mujer aunque la apariencia decía: “JAMÁS”. La tomó en sus brazos y por un momento miró como la piel de su amada no era tersa, ni límpida; sino áspera y extraña, como una serpiente que acaricia el cuello de quien la acoge, como si un rostro mutaba y los ojos eran dos grandes océanos, el cráneo se asemejaba al de un insecto y su mujer ya no era bella; pero ahora,
podía
etiquetarla
como
criatura,
que,
hermosa,
posiblemente, en aquel universo sería incuestionable. Y él, prisionero, también fue nocturno y su pantalón de noche ya no era retazos y su cuerpo estaba dotado de atuendos extraños y los dos eran ensueño. Sus manos necesitaban esa piel escabrosa de cerca. Una nave majestuosa acompañó musical el jadeo distante.
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Solar Flare
Cristian Manuel Galarza Lanchimba Oriundo de Ecuador. Primera publicaciĂłn: Solar Flare (Editorial Solaris de Uruguay â&#x20AC;&#x201C; 2020)
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Antología
Relato mención
Atom heart mother Karla Hernández Jiménez
Hambre. Esa fue la primera sensación que experimentó Kirlia al despertar de la hibernación inducida, también fue la primera sensación que ella tuvo durante su nacimiento. La misma que sus padres tuvieron cuando, a los cinco años, la sacaron de Mandrágora, su planeta de origen, para venderla como esclava a la Federación Intergaláctica. Habían pasado muchos años desde ese momento. Durante todo ese tiempo, Kirlia jamás había experimentado nada parecido a la dicha, nadie había sentido simpatía por ella. Su esbelto cuerpo humanoide, sus rasgos de insecto, su piel de un verde encendido y sus enormes ojos rojos hacían que destacara entre las filas de esclavos de la Federación, acarreando la incertidumbre, el miedo e incluso el asco en todo aquel que la mirara. Al
parecer,
los
mandragonianos
eran
una
especie
particularmente rara y poco frecuente de ver en aquel rincón de la galaxia, casi tanto como los humanos que se habían dispersado por todo el universo debido al gran cataclismo que destruyó su planeta como consecuencia de todo el daño ambiental que ellos mismos provocaron.
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Solar Flare
Como cada mañana, desde el día en que fue vendida, Kirlia comenzaba su ronda de limpieza dentro del Campo de Rehabilitación para el Trabajo de las lunas de Fergaris. El trabajo manual había desaparecido casi por completo en todos los rincones de la galaxia debido a la implementación de robots y otras máquinas similares que se encargaban de esas labores. No obstante, en instituciones gubernamentales como aquella se excedía del presupuesto la compra de autómatas, por lo que la práctica más usual consistía en esperar a que se asignara a unos cuantos de los esclavos que la Federación enviaba para encargarse de dichos menesteres u otras tareas que requirieran de esfuerzo físico. Su condición de esclavitud no les permitía cobrar un salario por su trabajo y a duras penas se les brindaban los nutrientes sólidos necesarios para asegurar su subsistencia. Frecuentemente, estos esclavos morían de inanición o debido a las enfermedades contagiosas que algunos presos podían tener. Por ello, constantemente era necesario reemplazarlos. Kirlia llegó al Campo de Rehabilitación para el Trabajo de las lunas de Fergaris hacía dos años, y de todos los esclavos que llegaron en esa época, únicamente ella había sobrevivido a las condiciones de vida dentro del Campo. Después de todo los mandragonianos, quienes habían conquistado el planeta Mandrágora mutando directamente de insectos y otros artrópodos, era famosa por su gran resistencia a las condiciones más inusuales, absorbiendo hasta la última porción de nutrientes para asegurar su subsistencia. 82
Antología
Un día, un nuevo preso llegó al Campo. Los guardias comentaban que se trataba de un humano. Era muy raro encontrar a un hombre rondando por las lunas de Fergaris, pero aquel espécimen en particular venía del pasado. Durante la exploración de rutina alrededor de la órbita de las lunas, un grupo de guardias encontró una nave medio destartalada a la deriva en el espacio. Al principio, los guardias exploradores consideraron que simplemente era chatarra proveniente de la Vía Láctea, que seguramente aquella cosa anticuada pronto sería absorbida por un agujero negro o desintegrada por el stardust, el polvo primigenio. No obstante, decidieron investigar. Los guardias lograron que la nave aterrizara afectando sus polos magnéticos y, una vez en suelo lunar, lograron abrir aquella nave desconocida. A juzgar por el modelo, una XJH-2134, se trataba de un modelo antiguo, producido un par de décadas antes de que se produjera el gran cataclismo en la Tierra. Cuando los exploradores llegaron al puente de mando, se dieron cuenta que en la cabina de hibernación estaba el capitán de aquel pecio espacial: un macho humano de aproximadamente veintisiete años de edad, complexión robusta y con el cabello rapado. Había estado congelado por un largo tiempo en el sueño criogénico, del cual aún no había salido. Aparentemente el humano, quien respondía al nombre de Don Jones según indicaban los papeles que se hallaban en la nave, había sido un estafador bastante 83
Solar Flare
importante en la Tierra durante la época previa al gran cataclismo. Además, poseía unos pocos poderes mentales que en su época se denominaban telequinesia, pero, de acuerdo a los registros, rara vez los había usado. Hasta el momento, se desconocían las circunstancias alrededor del congelamiento del humano o el motivo para dejarlo en aquella nave abandonada. No obstante, las autoridades intergalácticas consideraron su deber reintegrar a aquel ser primitivo en la sociedad y lograr que fuera un espécimen de provecho. Cuando Don abrió los ojos en el cuarto de descongelamiento, no observó a los guardias que lo mantenían agarrado de pies y manos, ni siquiera tenía en cuenta a los científicos que se habían reunido para observar sus reacciones. Lo primero que llamó la atención del hombre fueron los grandes y potentes ojos rojos de Kirlia, a quien le habían encomendado la tarea de limpiar la habitación en aquella ocasión. Él jamás había visto a una criatura similar en toda su vida. Las partes parecidas a las tenazas y fauces de un insecto lucían ásperas y extrañas, pero el resto del cuerpo se asemejaba a la suavidad de la piel. No obstante, lo que más había conmovido a Don fueron los grandes ojos rojos de la hembra alienígena y la fuerte sensación de desamparo que transmitían aquellas cavidades. Por su parte, la mandragoniana también se sintió intrigada por el nuevo espécimen. Ella jamás había visto a un humano antes, pero al ver a ese macho humano pudo entender la razón de que casi hubieran desaparecido del universo. Con su mala actitud, su ceño 84
Antología
fruncido y sus modales de troglodita, Don personificaba todos los rumores que le habían llegado sobre lo aborrecible de la actitud de aquella raza. Tan pronto como ella se empezó a alejar de la sala de descongelamiento, Don comenzó a patalear con más fuerza para liberarse del control de los guardias y los científicos. Hubo que acudir a medidas más extremas, como un potente sedante que fue inyectado en las venas del humano. Don volvió a caer en la inconsciencia. Después de numerosas pruebas, los científicos del Campo llegaron a la conclusión de que él estaba sano, por lo que fue puesto entre los presos pertenecientes a razas poco peligrosas una vez que se recuperó de los efectos del sedante. Don se pasó varios días rumiando su mala suerte y maldiciendo constantemente. ¿Cómo era posible que, después de haber escapado al espacio para evitar ir a prisión, hubiera terminado en una institución similar entre seres sacados de cualquier película de ciencia ficción? ¡Simplemente ridículo! Lo único que consolaba al humano era la posibilidad de volver a ver a aquella extraña hembra de ojos tan expresivos. Veinte días después de haber entrado al Campo, Don volvió a ver a Kirlia en un extremo opuesto al patio de esparcimiento. Aunque Don apenas había aprendido un par de frases en la lengua franca que se hablaba dentro del Campo, todo se entendía perfectamente. Un par de celadoras del área femenina estaban
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intimidando a la mandragoniana, ridiculizándola por ser una pobre y patética esclava. Don se sintió furioso ante aquello y trató de ayudar a Kirlia. Usando toda la fuerza mental de la que era capaz, logró que las celadoras volaran por unos instantes en el aire para caer de manera estrepitosa en el piso. Nadie supo lo que había pasado, pero cuando la mandragoniana vio los ojos negros del humano, tuvo un presentimiento. Así pasaron varios días, en los que Don se tomó muy enserio la idea de proteger a Kirlia de ciertas amenazas. Además, era el único que siempre mostró buena disposición a la presencia de aquella hembra. Las cosas jamás se habían salido de control hasta que el celador del ala oeste del Campo trató de abusar sexualmente la mandragoniana. Aquello fue más de lo que Don pudo soportar y reventó la cabeza de aquel desagradable ser. Kirlia se dio cuenta de la presencia del humano, pero no había tiempo para interrogantes, tenían que escapar. El humano y la mandragoniana lograron llegar al almacén donde estaba la nave en la que él había llegado. Tomando combustible de otras naves, Don logró que la nave arrancara. Ya en el espacio, fuera de la órbita de las lunas, la euforia se apoderó del hombre. Estaba sumamente feliz de haber podido escapar por fin de aquella prisión y se puso lo primero que encontró: un sencillo traje en colores morados, uno de sus colores favoritos. 86
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Kirlia solamente lo miraba con un gesto de preocupación, mientras él no paraba de comentar que se dirigían a su hogar. Fijó las coordenadas con rumbo a la Tierra. Durante el viaje, Don le preguntó a Kirlia por su historia y el motivo de su esclavitud. A su vez, él le contó sobre su vida en la Tierra, así como la razón de que acabara flotando en medio del espacio. Comenzaban a conocerse. Después de viajar unos pocos años luz, ya estaban cerca de la órbita terrestre y el aterrizaje sucedería de un momento a otro. La mandragoniana intentó decírselo, en verdad trató de que él la escuchara, pero fue completamente inútil entablar una conversación con Don. No pudo advertirle que su planeta estaba destruido, que su hogar en la frontera entre México y Estados Unidos simplemente había dejado de existir, que todos sus seres queridos llevaban muertos bastantes años. El aire corrosivo se había llevado todo a su paso. Todo fue inútil. Don cayó de rodillas al contemplar su hogar y todo lo que alguna vez tuvo completamente destruido, incluso el sueño parecía aniquilado. Kirlia convenció a Don para que subieran a la nave para dirigirse hacia algún planeta con mejores condiciones mientras planeaban lo que debían hacer. Antes de su escape de las lunas de Fergaris, ella había oído que en la luna cercana a la Tierra comenzaba a formarse una colonia sólida de mandragonianos, humanos y otras especies, quizás era buena idea dirigirse hacia allá.
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Cuando Don encendió la nave, esta no arrancó. El combustible se había terminado completamente. Kirlia se desplomó en el suelo y sus antenas comenzaron a moverse descontroladamente mientras ella se agarraba la cabeza, como si de ese modo evitara que la desesperación la llenara por completo. << Estamos perdidos>>, pensó la mandragoniana mientras permanecía en la tierra, emitiendo un extraño líquido por los ojos. Don se arrodilló a su lado, le acarició la espalda llena de pequeñas púas aceradas y la incorporó lentamente en su regazo. Usando su mano izquierda, limpio la costra de tierra que se había formado en la mejilla de Kirlia. Lentamente, el humano comenzó a abrazar a la mandragoniana para evitar que ella siguiera preocupándose, haciéndole entender que todo mejoraría pronto. En aquel momento, Kirlia se sintió cobijada dentro de los brazos de aquel humano. No importaba en absoluto el paisaje desolador que los rodeaba en aquel momento, o que la nave se hubiera quedado sin el combustible necesario para regresarlos a un rincón más civilizado de la galaxia. Ahí, entre los escombros y el polvo, parecía como si ella hubiera regresado al hogar que nunca tuvo, incluso parecía como si los planetas vecinos le dieran la bienvenida. Los días en la Tierra pasaban un poco más lento de lo que solían pasar en las lunas de Fergaris. Cada día, Kirlia descubría más y más de lo que había sido la civilización humana. Don le contaba historias de lugares, cosas, personas, así como varias
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curiosidades sobre los artefactos que alguna vez sirvieron para que los hombres se despedazaran entre ellos. Kirlia comenzaba a pensar en aquel desolado lugar como un hogar y a pensar en Don como un compañero. Al final, bajo la luz de las pocas estrellas que se asomaban en el cielo, sólo eran un hombre y una mujer. La mandragoniana comenzó a notar que algo muy extraño pasaba con su compañero humano desde que se había acabado el oxígeno artificial. Ella lo atribuyó a la desagradable comida que llevaban consumiendo desde hacía un tiempo y que a ella también le había generado síntomas raros. No obstante, cada día él lucía más y más enfermo, como si sus células se deterioraran. No había otra salida, ella debía activar el chip que tenía implantado cerca de sus antenas si quería que alguien los encontrara para sacarlos de aquel lugar. Pasaron unas cuantas horas hasta que una nave de la Federación Intergaláctica apareció. Una vez abordo, ambos comparecieron ante las autoridades. Si bien era cierto que él había sido un delincuente en la Tierra y había asesinado a un representante de la Ley, ella no era tan inocente. Después de todo, el castigo para un esclavo fugitivo era la muerte en fusión en frío. Don alegó que todo era su culpa, que no debían castigar a Kirlia por algo que ella no había decidido. Los jueces le ofrecieron cambiar su vida por la de ella y recibir la ejecución que le correspondía a la mandragoniana a cambio de concederle la libertad. Don aceptó y fue llevado 89
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inmediatamente al área donde se llevaría a cabo el proceso de fusión en frío. Kirlia protestó airadamente en contra de aquello, se aferró a su compañero con todas sus fuerzas, pero al final ella no tuvo más remedio que despedirse de Don. Justo cuando la fusión en frío estaba surtiendo efecto y el cuerpo del humano se desintegraba, ella sintió unas pequeñas patadas que procedían del interior de su cuerpo. No cabía duda, estaba encinta. De sus enormes ojos rojos, brotó un líquido morado muy parecido a las lágrimas. La mandragoniana se tocó el vientre con cariño, retrajo sus fauces para dejar libre su boca y se despidió de Don con un beso, a riesgo de que ella también pudiera caer en la fusión en frío para desaparecer completamente del tiempo y el espacio. Ante sus ojos se evaporaba el único ser viviente que la había tratado con dignidad, el mismo ser que la iba a convertir en madre. Kirlia fue llevada al área civil de las lunas de Fergaris, se le asignó una pequeña casa y un trabajo como a cualquier otro civil. Los dos primeros meses de su libertad fueron realmente difíciles sin él. Un tiempo después, un funcionario de la Federación Intergaláctica le brindaba un extraño mensaje:
Año 631 de la era Hurt Comunicado YWKNQ973821 Prisionero número 7989769092112342
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Debido a su buena conducta en el Campo de Rehabilitación de las lunas de Fergaris, el prisionero previamente citado, quien responde al nombre de Don Jones, ha solicitado un permiso especial para hacer llegar el presente mensaje a su concubina, Kirlia Jones. La grabación con la voz del prisionero comenzará en 3…2…1. Kirlia, sí recibes adecuadamente este mensaje podrás notar que la fusión en frío no surtió efecto, fui transportado de forma automática a la prisión donde nos conocimos. Estoy haciendo todo lo posible por salir de aquí y regresar a tu lado. Ante todo, quiero que sepas que no te he olvidado en ningún momento de esta condena. Sé que estas embarazada y puedes tener la certeza de que volveré para cuidar de ti y nuestro bebé. Independientemente de su raza, también es Jones. Espero verte pronto, mi querida dama alienígena. Hasta pronto. Fin de la grabación.
Kirlia había llorado varias veces en su vida, pero era la primera vez que las lágrimas moradas que producían sus ojos eran fruto de una gran dicha. Ella no estaba segura del momento exacto en el que volvería a ver a Don, sin embargo, la posibilidad de que en aquel pequeño lugar de la galaxia aún existía una fuente de felicidad era un motivo de peso para mantenerla anclada a la esperanza. 91
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El transportador a las lunas de Fergaris se había implementado durante aquel periodo, y Kirlia se convirtió en una de sus usuarias más asiduas. El día que ella dio a luz a una bebé de color verde pálido y grandes ojos negros como los de su padre, fue el mismo en el que el timbre de su casa sonó repetidamente, el destino había tocado a su puerta.
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Karla Hernández Jiménez (México) Nacida en Veracruz, México. Licenciada en Lingüística y Literatura Hispánica. Lectora por pasión y narradora por convicción, ha publicado un par de relatos en páginas especializadas como Íkaro, Casa Rosa, Monolito, Teresa Magazin, Penumbría y Página Salmón, pero siempre con el deseo de dar a conocer más de su narrativa.
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Ilustración de Ron Walotsky
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El escritor invitado El hogar en las estrellas Héctor Vargas Lo rutinario siempre quedaba relegado un momento; cada vez que entraba en mi estación de trabajo y me encontraba directamente con la abrumadora inmensidad del vacío espacial. Algunas veces, pequeños destellos azules, otras veces rojos, adornaban el gran lienzo cósmico. Cada día me tomaba unos minutos para contemplar e imaginar todas esas historias de las que eran testigo tantos soles. Haciéndome sentir la extrañeza de haber pasado toda mi vida en una nave, sin un planeta al que regresar. Muchas veces intenté encontrar algún parecido con las formas de vida que habitaban en los orbes a los que asistimos en ocasiones. Sin embargo, había algo que erradicaba por completo mi anhelo de pertenecer. Buscaba y forzaba similitudes, mas resultaba obvia mi condición de extranjero. Estaba condenado a ser parte de una máquina, de una nave. Una voz al otro extremo del lugar de trabajo interrumpió mis pensamientos. —¡Hey, Burbe! He encontrado un número antiguo de la gaceta espacial. La dejé sobre tu mapa estelar. A ver qué te parece. —¡Gracias, Abe! –respondí sin prestar mucha atención. Yo era el encargado de la localización espacial; enviaba las coordenadas de los sistemas que debían ser reciclados. Caminé hacia mi área. Al arrancar el pulso cuántico descubrí algo sobre el 97
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proyector tridimensional. ¡A esto se refería Abe! Un número especial, muy antiguo, de la gaceta espacial. —¿De dónde has sacado esto, Abe? —pregunté al tiempo que alzaba el ejemplar. —No lo sé, Burbe. Me lo dio Al cuando estábamos en la cámara de vacío. Tampoco le pregunté dónde lo consiguió. Solo me dijo que podría interesarte. En la portada tenía el bien conocido encabezado “Gaceta Espacial”. Una imagen de dos personajes recostados sobre un campo. Uno de ellos levanta algo con la mano derecha, como si estuviera por arrojarlo. El otro, solo está recostado, con algo entre las manos. Me impacta que, al igual que nosotros, ellos llevan un casco. La imagen carece de colores, por lo que me cuesta creer que ese casco sea un proyector de ideas, como el nuestro. —¿Sabes qué significa guerra? —agregué, esperando que Abe me ayudara a poner en contexto este número de la gaceta. —¿Guerra? No. Solo recuerdo que es una palabra de algún protolenguaje. O algo así me dijeron en la academia. —Bueno, si es de algún protolenguaje debió haber sido usado hace veinte mil millones de años. —¿Y sabes qué es 1939? —pregunté nuevamente, esperando que esto aportara un poco de luz a la situación. —¿No es una coordenada del sector Canis Majoris? — respondió Abe con cierto gesto de ineptitud—. Tú deberías saberlo, tu trabajo es la navegación estelar.
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—Pero la matemática por matriz espacial de dígitos compactos se desarrolló hace ocho mil millones de años. No puede ser una coordenada. No recibí respuesta de Abe.
El silencio que se había apoderado de la sala pronto quedó relegado por un mensaje que entraba en el cuarzo-módulo de Abe. —Solicitud de reciclaje en proceso —dijo una voz metálica femenina. Con emoción repentina, olvidando el intercambio previo, Abe agregó: —¡Por fin! Deja esa gaceta para después, Burbe. Ahora tenemos trabajo.
Nuestro trabajo consistía en esperar, gravitando sin rumbo, hasta que el Consejo Cósmico de Energía nos diera la orden de crear estrellas nuevas, o simplemente reemplazar las viejas, en algún sector específico que lo requiriese. Para esto, mi departamento tenía que rastrear los sistemas que no hubieran presentado actividad durante doscientos millones de años; señal de que los planetas no contenían vida, o por lo menos, vida relevante. No me importa cómo se hacen las estrellas, de eso se encarga el departamento de Fusión Cuántica. Solo sé que al acopiar la cantidad de materia y elementos que guardan los gigantes inhabitados debemos llevarlos a una sección especial del transbordador recolector. Tal vez por eso terminé en este sector en 99
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donde se hace lo que a la mayoría le daría pereza, estudiar la historia de aquellos grupos que están a punto de ser reciclados. —De acuerdo, Abe. ¿Tienes ya las coordenadas? —Aún se están desencriptando; parece que estas vienen de muy lejos. Y mira que decir lejos, con estos transbordadores nuevos ya es hablar en serio. —Pude sentir un atisbo de seriedad en el tono de Abe. De pronto, la metálica voz del cuarzo-módulo soltó: —Siete, cinco, tres, uno, cero, cero, cero, cero, cero, uno. —Ya escuchaste, Burbe, a trabajar —dijo Abe, como si su trabajo ya estuviera resuelto. Sin embargo, él no había notado la peculiaridad de las coordenadas. Hace, si no me falla la memoria, cuatro y medios cuasimuones, el Consejo Matemático para la Navegación Estelar estipuló que las coordenadas de aquellos sistemas pertenecientes, sin importar si eran habitados o no, debían ser compactadas, para así, ahorrar recursos de procesamiento a los cuarzo-módulos. Disminuyendo el error del viaje suprafotónico. Por eso tardó un poco en arrojar esos resultados. Comprendí, pues, la naturaleza de la preocupación del Consejo Matemático; nuestro cuarzo-módulo reflejaba todos los colores del espectro visible, señal de un esfuerzo extraordinario. —Será mejor que suspendas el cuarzo-módulo un momento, Abe —sugerí para evitar un posible daño al resto del sistema.
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Sin responderme, Abe extendió la mano y procedió a suspender el aparato. Pues comprendía la magnitud del problema al que nos exponíamos. —Voy a ubicar estas coordenadas. —Sí, sí, no te preocupes. —Abe estaba perplejo, pues comenzaba a darse cuenta de lo que estaba ocurriendo.
El miedo y la intriga se manifestaban por igual. ¿A alguna otra tripulación de recicladores le habrá arrojado coordenadas similares su cuarzo-módulo? En la academia nunca estudiamos una situación parecida. ¿Se debería informar de la inconsistencia o proceder como si fuera un trabajo más? Mi ventrículo bioatómico se precipitaba dentro del pecho, como si estuviera tratando de implorar mi atención. —Voy a transformar los dígitos para ingresarlos en el hexainfiniterión. Después, podremos programar la ruta y zarpar — expliqué al aire, esperando una sugerencia por parte de Abe. Solo hubo silencio. Suspiré y repetí para mis adentros zarpar, mientras me disponía a continuar el trabajo, curiosa palabra del protolenguaje que ha sobrevivido tanto tiempo.
Mis músculos están tensos. En aquel cristal que me invita a la reflexión cada día, ahora reza el anuncio: “Las coordenadas están próximas a acoplarse”. Unos dígitos que indican el progreso de la operación. Bajo la mirada para ingresar los comandos finales y, 101
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cómo si se tratara de una señal, de inmediato me captura la portada de la gaceta espacial. ¿Será posible? —¡Oye, Burbe! Mientras tú perdías el tiempo con esos números; yo me he descargado toda una enciclopedia sobre protolenguaje. Estaba tan absorto, tratando de que no se fuera al diablo toda la operación, que no recordaba que Abe estuviera ahí. —Bueno, lo he descargado en el núcleo de Al, no quería saturar el mío con algo tan inútil. A la codificación le faltaba todavía una cantidad considerable, así que intenté relajarme un poco. —¿Y bien? ¿Qué has encontrado? —pregunté a Abe, tratando de seguir la corriente. Sin apartar la vista del contador. —¿Cuál era la palabra? ¿Guerra? —solicitó Abe. —Bueno, aquí me despliega otras palabras del protolenguaje relacionadas: muerte, tristeza, conflicto, destrucción… Sabes, Burbe. Tampoco conozco estas palabras —me confesó Abe un tanto decepcionado. —¿Y qué hay de 1939? —pregunté. —No, no me muestra nada relacionado. Creo que eso ni siquiera pertenece al protolenguaje. —Datos acoplados de manera satisfactoria. ¿Desea definir un nuevo curso? —La computadora había finalizado, y su metálica voz estaba solicitando nuestra decisión. —Afirmativo, llévanos a la nueva ubicación —ordené con la firme convicción de un capitán. 102
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Capitán, otro curioso vestigio. ¿Por qué no habrán sobrevivido aquellas palabras que me impiden entender un simple número de la gaceta? —Ocupen todos su función. Próximos a zarpar —recordaba la voz sintética del mando por computadora. Los motores comenzaron, gradualmente, a sacudir toda la estructura. De inmediato, logré ver un extremo del transbordador recolector que sobresalía por la esquina izquierda del ventanal de operaciones, la fragata de reciclaje por la esquina derecha. Estábamos adoptando la formación de salto. —¡Aquí vamos! —Siempre decía lo mismo Abe antes de cada salto.
Al salir del salto, nos recibieron dos pequeñas esferas, aunque una más grande que la otra. Flotando solas en la inconmensurable vastedad del infinito. Únicamente alumbradas por las luces de nuestras naves. Tal vez, al morir su sol, estas rompieron su órbita condenándose así al penar eterno. ¿Desde dónde vendrán ustedes? La solemnidad del panorama hacía que mis reflexiones fueran cada vez más intensas. Aunque parecen pequeñas esferas, nuestras naves podrían entrar en esos planetas sin ningún problema. Somos ínfimos en comparación. Sin embargo, nos han enviado a reciclar. —¿Crees que estén habitados, Abe? —pregunté, casi esperando la respuesta adecuada. —¿Cómo van a estar habitados, Burbe? Tú mismo tuviste que hacer no sé qué cosa porque la coordenada no era la apropiada. 103
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Solamente una civilización de tipo cero podría ser tan primitiva como para enviar ese tipo de señales. Además no tienen ningún sol. Así no se puede vivir —respondió Abe exasperado. —Tal vez, aquellos que lo habitaban han evolucionado y se diseminaron por todo el universo —agregó Abe un poco más tranquilo. No pude soportar más y le lancé la pregunta a Abe: —¿Tú te has preguntado de dónde venimos? —¿A qué te refieres? Yo nací en la nave nodriza, igual que tú, que Al, al igual que todos —respondió extrañado Abe. —¡Sí, sí, pero no me refiero al simple nacimiento! Hablo del origen. ¿Recuerdas al viejo sabio de las leyendas que nos contaban en la academia? Aquel que diseñó la nave nodriza. Tuvo que haber alguien antes, y alguien antes de ese alguien. ¡Nuestros cuerpos son biológicos en un sesenta por ciento! Eso quiere decir elemental, vida. La nave nodriza no tiene vida; está completamente formada por materiales que otros, como nosotros, armaron. Ahí, nosotros mismos nos procuramos y mejoramos a quienes vienen. No pudo haber sido siempre así. —Estos saltos te están afectando, Burbe. Todos saben que el viejo sabio es eso, solo una leyenda. —¡No, Abe! Dime, ¿cuántos años lleva existiendo la nave nodriza? —¡No lo sé! ¿Desde siempre? —respondió Abe con cierto hartazgo. —¿Cuánto es desde siempre? ¿Miles de millones de años? 104
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—¡No lo sé! —¿Y cuánto tiempo han estado estas esferas vagando por el vacío? ¿No has dicho tú mismo que las coordenadas procedían de muy lejos? —¡Sí! Yo he dicho eso; pero, ¿qué tiene que ver? No respondí.
De pronto, observé con cuidado la figura apagada de la más grande de las dos esferas. Tenía un color apagado. Me recordaba a la imagen que me aguardaba la portada de la gaceta espacial. No solo desconozco gran parte del protolenguaje; tampoco entiendo qué haces aquí, con tu pequeña compañera porosa. ¿A dónde se dirigían? ¿Será que ustedes, míticos y colosales corpúsculos, pertenecen al tiempo de la guerra, destrucción y conflicto? ¿Será posible? El vacío que se desplegaba ante mí, en un gradiente gracioso que iba del negro al azul. Me daba la impresión de que, los lejanos soles salpicados sobre el lienzo cósmico, estaban ansiosos por presenciar el próximo reciclaje. Abe, encerrado en su cápsula de función a mi derecha, me veía de reojo; como queriendo descubrir si el previo arranque fue producto del salto. Bajé de mi cápsula de función, la cual estaba más alejada que la de Abe, para acercarme al ventanal, en dónde ambas naves mantenían la formación del principio. Sentí mis pasos por primera vez con todo el cuerpo; cada uno rebotaba sobre la lisa superficie dorada del pabellón central. Sentí mi traje y mi casco, ambos plateados. Todos estos 105
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dispositivos llevados a cuestas me recordaban esa condición de extranjero que siempre me ha perseguido.
Los motores se pusieron en marcha nuevamente. La misión seguía su curso. Ofrecí la espalda al infinito negando la incertidumbre. Y, en respuesta, las profundidades oscuras me ofrecieron un sentir que no entendí o más bien, no supe cómo nombrar, tal vez su definición residía en el protolenguaje. Una voz, proveniente de las paredes, interrumpió: —Aquí el Capitán Al, de la fragata recicladora. Esperando órdenes. —Afirmativo, comiencen por la pequeña esfera gris —ordené.
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Héctor Vargas.
24 años, mexicano. A pesar de su corto trecho de vida, ha decantado sus esfuerzos por entender cómo fluir en esta mátrix. Fanático del roterodamo Erasmo y la obcecación de Bukowski, nunca tiene tiempo libre porque siempre está haciendo lo que quiere.
Publicaciones: “Parkour, el arte detrás del ser. Ser fuerte para ser útil” (Revista digital Aion, 2014) “Poema a Erasmo de Rotterdam” (Revista digital Aion, 2018) “El vehículo encarnado” (Revista digital literaria Melancolía Desenchufada, 2019)
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Los artistas: Christopher Moore: 1 de junio de 1947, es un ilustrador británico que ha trabajado en muchas cubiertas de libros de grandes artistas de ciencia ficción. Durante los años setenta trabajó haciendo cubiertas de discos para bandas como: Magnum, Rod Stewart, The Allman Brothers Band. Andrei Sokolov: 1931-2007 Fue un artista soviético y arquitecto. Trabajó con conocidos cosmonautas en diversas obras plásticas y con escritores de ciencia ficción. Colaboró con Alexei Leonov en una serie de pinturas. Alexei Leonov: 30 de mayo de 1930 – 11 de octubre de 2019 Leonov fue uno de los veinte pilotos de la Fuerza Aérea Soviética seleccionado para formar parte del primer grupo de cosmonautas en 1960. Como todos los cosmonautas soviéticos, Leonov fue miembro del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS). Su paseo espacial debía realizarse originalmente en la misión Vosjod 1, pero fue cancelada, por lo que el acontecimiento histórico se produjo durante el vuelo de la Vosjod 2. Estuvo fuera de la nave durante 12 minutos y nueve segundos el 18 de marzo de 1965, unido con la nave por una correa de 5,35 metros. Al final del paseo espacial, el traje espacial de Leonov se había inflado en el vacío del espacio hasta el punto de que no podía volver a entrar en la esclusa de aire. Tuvo que abrir una válvula para permitir que la presión del traje descendiera y ser capaz de volver a entrar en la cápsula. Leonov había pasado un año y medio en entrenamiento intensivo de ingravidez para la misión. A partir de enero de 2011, Leonov se convirtió en el último superviviente de los cinco cosmonautas del programa Vosjod. El segundo viaje al espacio de Leonov fue igualmente significativo: fue el comandante de la mitad soviética de la misión Apolo-Soyuz –la Soyuz 19— la primera misión espacial conjunta entre la Unión Soviética y los Estados Unidos. Leonov era un artista consumado que publicó libros que incluyen álbumes de sus obras artísticas y las obras que hizo en colaboración con su amigo Andréi Sokolov. Leonov llevó 109
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lápices de colores y papel al espacio, donde esbozó la Tierra y dibujó retratos de los astronautas del Apolo que viajaron con él durante el proyecto Apolo-Soyuz. Arthur C. Clarke escribió en sus notas de 2010: Odisea dos que, después de ver una proyección en 1968 de “2001: A Space Odyssey”, Leonov le señaló que la alineación de la Luna, la Tierra y el Sol que se muestra en la apertura de la película es esencialmente la misma que la que aparece en la pintura de 1967 de Leonov acerca de la Luna, aunque el encuadre diagonal de la pintura no se repitió en la película. Clarke tuvo colgado en la pared de su oficina un bosquejo autografiado de esta pintura, realizado por Leonov después de la proyección. En 2001, fue uno de los vicepresidentes de la sede en Moscú del Alfa Bank y asesor del vicepresidente primero en el Consejo. En 2004, Leonov y el astronauta estadounidense David Scott comenzaron a trabajar en una historia doble de la carrera espacial entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Bajo el título Las dos caras de la Luna: Nuestra Historia de la Carrera Espacial en la Guerra Fría, que se publicó en 2006. Neil Armstrong y Tom Hanks escribieron la introducción al libro. En la isla de La Palma (Islas Canarias), donde está el Ad Astra, el mayor telescopio óptico del mundo, Alexei Leonov inauguró en 2016, junto a Stephen Hawking y acompañado por Brian May, profesor de astrofísica (y guitarrista de Queen), el "Paseo de las estrellas de la ciencia" en su avenida marítima, donde cada año se añade una placa con el nombre de un destacado científico. Leonov también colaboró en el libro de 2007 “Ese mar silencioso” de Colin Burgess y Francis French, que describe su vida y su carrera en la exploración espacial y fue asesor en la película de 2017 “Vremia Pervyj” en la que se relata su paseo espacial. Peter Andrews: Nacido en 1951, ciudadanía inglesa, su padre era ingeniero y esa fascinación con los motores se observa en su obra, diversos artistas y medios han elogiado su obra durante décadas, usó las influencias de su niñez y adolescencia para moldear su trabajo. Su trabajo ha sido tapa de autores tan maravillosos como: E.E. “Doc” Smith, Larry Niven, Tanith Lee, entre otros. Realizó las cubiertas del magazine de fantasía titulado Warlock. Trabajó también ilustrando obras de Games Workshop y
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su universo de Warhammer. Se lo encuentra presente en toneladas de publicaciones en el Reino Unido. Michael Whelan: Nacido el 29 de junio de 1950 es un reconocido artista norteamericano que ha trabajado como ilustrador de ciencia ficción y fantasía durante décadas. El Science Fiction Hall of Fame lo incluyó en el 2009, siendo el primer artista vivo en ganar este galardón. Sus pinturas han aparecido en más de 350 libros, incluyendo a autores como Stephen King, Robert A. Heinlein, Michael Moorcock, entre otros. Ha participado en la creación de cubiertas de álbumes de metal como: Obituary: Cause of Death. Cirith Ungul, Evile – Infected Nations, por citar algunas de ellas. Clyde Caldwell: Nació el 20 de febrero de 1948 en Carolina del Norte, Estados Unidos. "Me convertí en artista porque no podía ser otra cosa...toque la guitarra para una banda local. También me gustaba escribir historias y canciones. Pero el dibujo y la pintura eran lo más fácil para mí." Caldwell mostró interés en pintar fantasía y ciencia ficción mientras estaba en el instituto. "Mis influencias más grandes eran las portadas de los libros de Edgar Rice Burroughs. Yo quería pintar cuadros como aquellas cubiertas. Mis padres me animaron, pero no entendían por qué pintaba fantasía. Hubiesen preferido que pintase paisajes y bodegones." Caldwell Ganó un grado de bellas artes en la Universidad de Carolina del Norte en Charlotte, y luego se graduó con un master en Bellas artes. "Pensé que podría ser profesor, así que el master era buena idea, pero cuando empecé hacer algún fanzine lo olvide." Ha trabajado como ilustrador de Dragonlance, cartas de Magic, las cubiertas de las novelas de Greyhawk, entre otros grandes encargos que ha realizado. Su colega Larry Elmore comentó que los dragones que pinta Caldwell son muy originales "más serpentinos y más esbeltos". Caldwell ganó mucha fama por su trabajo para TSR de 1982 a 1992, ilustrando muchos productos de “Dragones y Mazmorras” cuándo el juego estaba en la cumbre de su popularidad.
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Bruce Pennington: Nació el 10 de mayo de 1944 en Somerset, Inglaterra. Muy conocido por ilustrar cubiertas de libros de Isaac Asimov, Clark Ashton Smith y Robert A. Heinlein. Se desencantó de usar métodos tradicionales de ilustración y comenzó a explorar otros campos dentro de la fantasía y la ciencia ficción para lograr sus obras. Es ampliamente reconocido en todo el mundo. Aldo Di Gennaro: Nace el 20 de abril de 1938, en Milán, Italia. Desde los años sesenta ha ilustrado muchas publicaciones vinculadas al western. Maestro de la ilustración, es ampliamente conocido en el mundo por la calidad de sus obras, ha trabajado también con la fantasía y la ciencia ficción en cantidad de publicaciones. Ron Walotsky: 21 de agosto de 1943 – 29 de julio de 2002. Fue un artista estadounidense de ciencia ficción y fantasía que estudió en la Escuela de Artes Visuales. Nacido en Brooklyn, comenzó una larga y prolífica carrera pintando libros y portadas de revistas a partir de la edición de mayo de 1967 de The Magazine of Fantasy & Science Fiction. Trabajó en portadas para Stephen King, Anne Rice, Bruce Sterling, Roger Zelazny, Robert Silverberg y muchos otros escritores de fama mundial. También trabajó en muchas ilustraciones del popular juego de cartas Magic.
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