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El invaluable legado teatral de Giorgio Michi Travia Pág
El invaluable legado teatral de Giorgio Michi Travia
“Giorgio Michi (Torino, Italia, 1947 – Trujillo, Perú, 2006) fue un actor y director que dejó huella en nuestra ciudad, no sólo por su calidad humana, sino también por sus audaces puestas en escena, que causaron polémica en algunos sectores de la sociedad. El reconocido teatrista peruano Francisco Tello, amigo de muchas aventuras, lo recuerda en una entrañable semblanza.”
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Por Francisco Tello Exdirector de la Esadt
Un día de julio de 1966, fui al Club de Teatro de Lima, acompañado por mis condiscípulos de la Escuela de Arte Dramático, Oswaldo Fernández y Arturo Valero, para ver la obra Pelo de zanahoria, de Jules Renard, dirigida por Luis La Roca y protagonizada por Edith Boucher. Allí vi por primera vez a Giorgio Michi. Llevaba puesta su característica gorra tipo Gatsby, una casaca larga, pantalón ajustado y sandalias. Estaba sentado a mi derecha y me incomodaban sus repetidas interjecciones: “¡ja!, ¡ja!”. Al darse cuenta, me lanzó una de sus acostumbradas ironías en relación al personaje: “Éste también es un maníaco depresivo”, frase muy atinada, pues la obra era cáustica, críticamente aguda y mordaz. Así se inició nuestra amistad. Nació en Turín, capital de Piamonte, en el norte de Italia. Su padre, al contrario del humor de Giorgio, era adusto. Recuerdo su gesto y su comentario mandante las veces que almorcé en su casa, casi siempre Tallarines a la Boloñesa: “Lo spaghetti alla bolognese si mangia co cuchara”. Giorgio disimulaba una risa con la complicidad de su hermana y su hermano, luego me comentaba: “Éste nunca va a aprender a hablar bien el castellano”. Él era risueño y su humor era espontáneamente ácido. Su familia había emigrado, por la Segunda Guerra Mundial, a Argentina, luego decidió viajar al Perú. Primero se instaló en Arequipa; luego en Lima, donde encontró mejores oportunidades de trabajo. Nos hicimos muy amigos. El año 1967 decidimos ‘mochilear’, y para ello montamos dos obras: Sobre el daño que ocasiona el tabaco, de Anton Chejov, y El hombre de la flor en la boca, de Luigi Pirandello. En los meses abril y mayo presentamos las obras en Chile, Argentina y Bolivia. Por sugerencia de Giorgio, nos alternábamos los papeles para no aburrirnos.
Su llegada a Trujillo
En 1969 fui convocado para trabajar en la Escuela de Arte Dramático de aquí, de Trujillo. Giorgio sugirió acompañarme para tener la oportunidad de presentar las obras, lo que hicimos en el exlocal del Icpna, que quedaba en la Plaza de Armas, en el segundo piso de la Beneficencia Pública. Como nos pidieron más espectáculos, recuerdo que nos divertíamos presentando Aventuras nonsense, alternando poemas y canciones (que, exprofesamente, desafinábamos) de Edward Lear y Eduardo Chicharro, con creaciones nuestras. En la entrevista laboral que tuve con el doctor Virgilio Rodríguez Nache, le informé que había venido con un amigo actor ítalo-argentino. Le pedí que lo entrevistara… Y así fue como nos quedamos a trabajar acá. Primero, alquilamos un departamento en el edificio Clark, en el cuarto piso, al pie del reloj, lado izquierdo. Corría el año 1968. Su diversión era salir a la ventana en bividí y gritarle a algún transeúnte, señalando el reloj: “Che, decíme la hora”, para luego tirarse a la cama riendo. De allí nos mudamos a la urbanización San Andrés, en la esquina de Elías Vásquez con Ostolaza, lugar que habitamos hasta 1971, fecha en que se casó. Giorgio, teatralmente, era inconformista, fiel a su intuición, arriesgado, observador subjetivo de todo lo que sucedía; obedecía a sus propias impresiones y a sus sensaciones internas. Su primer montaje fue Ceremonia para un negro asesinado, de Arrabal, en 1969. El segundo, A puerta cerrada, de Sartre, en 1970. Cada año, montaba una nueva obra con gran inventiva.
Tres obras fundamentales
Su capacidad creativa se expresó con mayor trascendencia en tres obras, en las que se apartó del texto dramático para construir su teatralidad durante el proceso de montaje. En cada una fue componiendo, con idoneidad y discernimiento, acciones y diálogos dramáticos en el marco plástico de elementos lumínicos, escenográficos y otros recursos, muy bien cuidados, logrando así codificaciones de impacto visual y alegorías subliminales dirigidas al subconsciente del espectador. Las obras a las que me refiero, las detallaré a continuación:
Zaratustra. Obra de Alejandro Jodorowsky, que se basa en principios del libro Así habló Zaratustra, de Friedrich Nietzsche. Construye su Zaratrustra como un personaje iconoclasta, que se cuestiona por qué tiene que vivir sujetándose al establishment, al consumo de la chatarra cultural y la inmediatez, con un lenguaje, más que vulgar, divertidamente inelegante que lo distancia del “niño terrible” que fue en los sesenta. Giorgio, en esta obra, todavía se sujeta al texto, pero le da vuelta con un tratamiento plástico impecable. Incorporó partes del texto de Nietzsche que arregló a su manera, haciendo del personaje Zaratustra un profeta casi divino que propaga su doctrina con ironía. Resaltó la idea de que el hombre no necesita a nadie para ser mejor, logrando así una obra impactante que removió a los espectadores. Siddhartha. Fue su versión de la novela de Hermann Hesse, donde el joven protagonista renuncia a todas sus comodidades −al dinero, al poder, a la diversión− y se aparta de todos los dogmas para buscar “la verdad”. Giorgio creó su dramaturgia en texto y acción, logrando una teatralización consonante con la profundidad reflexiva de la novela. Fiel a su carácter, ironizó esa postura, resaltando esa búsqueda de “la verdad” como como algo quimérico, como un imposible que se diluye en la inclinación de cada persona. Ecce homo. Fue un montaje controversial, basado en la expresión “he aquí el hombre”, atribuida a Poncio Pilato, cuando presentó, eludiendo su responsabilidad, a Jesús de Nazaret, con una imagen de deterioro físico ante la multitud hostil. Giorgio respondió con su peculiar atrevimiento, a su pretensión crítica sobre la crueldad y la injusticia. Problematizó y se distanció de los acontecimientos expuestos en el pasaje del Evangelio de Juan, profundamente arraigados en la fe de la sociedad, y creó un personaje menos divino y más humano, que concitaba empatía con la temática presentada. Fue un atrevido esfuerzo artístico, con un verdadero impacto en los espectadores, aunque lo explícito de su propuesta ocasionó el rechazo de muchas personas católicas y protestantes. Las conversaciones reflexivas con Giorgio se realizaban en ‘el feca’ (café). En una oportunidad analizamos los comentarios sobre Ecce homo, que no salían de las frases elementales: “Fue censurada por la iglesia católica”, “Los curas se le fueron encima a Giorgio”, “La quisieron sacar de cartelera”, entre otras. Concluíamos en que eran producto de sus incapacidades para apreciar su planteamiento escénico, o de su falta de sensibilidad o de su inopia teatral. Y es que, el público tenía (¿tiene?) un limitado nivel de valoración. Entendían superficialmente la trama y se quedaban con su impresión visual del espectáculo, pero no pasaban de una actitud expectante. Su apreciación de los valores intangibles de la creación de las obras que se presentaban era muy reducida. La valoración del trabajo teatral de Giorgio pasa por apreciar la correspondencia entre la expresión temática y simbólica con la técnica que exponía, su definición del ‘arte-facto’, para construir emociones, su intuición para la composición y construcción del espectáculo, su planteamiento de los procedimientos para el despliegue escénico y la unificación de criterios con sus técnicos creativos, para llegar a concretar cada montaje. Aspectos que cuidaba con miras a la efectividad y estimulación del espectador. El arte teatral es efímero, fugaz. No es un objeto artístico material ni conservable. No tiene permanencia, su esencia presencial se pierde en el tiempo y en la memoria. Los actuales registros audiovisuales sólo dan una idea de lo que sucede realmente en la comunicación sensible entre actores y espectadores. Mucho se habla del arte teatral de Giorgio Michi, pero de manera intrascendente y tal vez únicamente existan viejos papeles de recordación. La presencia teatral trujillana y nuestra ciudad están en deuda con su aporte cultural.