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Memoria y género en el teatro de Arístides Vargas Pág
Memoria y género en el teatro de Arístides Vargas
La dramaturgia del autor argentino Arístides Vargas se centró, esencialmente, en la violencia de género, con una fuerte ligazón autobiográfica. El autor de la nota, reconocido especialista de las artes dramáticas, analiza la vasta obra teatral de Vargas en sus diferentes dimensiones.
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Nixon García Sabando Actor, director y dramaturgo
El trabajo dramatúrgico de Arístides Vargas se ha desarrollado, sobre todo, al interior del grupo de teatro Malayerba, de Quito, Ecuador, que formó en 1980, junto a otros actores y actrices, como María del Rosario Francés y Susana Pautazo, y se ha extendido a otras agrupaciones y proyectos teatrales, nacionales e internacionales. Su primer ejercicio de escritura teatral llevado a escena fue Francisco de Cariamanga, versión libre de la obra Woyzeck de George Buchner, estrenada con el grupo Malayerba en 1991. En 1992, Vargas pone en escena su primer texto teatral propio, Jardín de Pulpos, y, desde entonces, ha escrito y llevado al escenario 19 obras más con el grupo Malayerba, hasta el año 2019. También ha creado otras piezas para diferentes agrupaciones de Ecuador y otros países como Argentina, Colombia, Costa Rica, Nicaragua, Puerto Rico, México y España.
Dramaturgia de la memoria
“La memoria latinoamericana es para Arístides Vargas arteria más que músculo, a través de la cual se agolpan, se atropellan, lugares, objetos, rostros, abrazos.” . El propio Vargas confiesa: “Gran parte de mis textos son autobiográficos. Algunas obras las he escrito a partir de la tragedia personal”. En efecto, adentrarse en su dramaturgia es explorar un universo lleno de sucesos relacionados con el exilio que le tocó vivir; con la dictadura argentina que lo obligó a abandonar su tierra natal, con el entorno familiar sostenido por la guía femenina. Pero su memoria no se queda en la experiencia personal o familiar, sino que se entrecruza y enlaza con la memoria de un continente históricamente agredido, violentado, usurpado. Más aún, esa memoria nutriente transgrede toda territorialidad porque habita el espacio de los sentimientos, del pensamiento y de lo ideológico. Es una memoria arterial, como señala Nara Mansur, por donde fluyen su voz y su grafía.
Exilio y violencia de género
Al adentrarnos en la dramaturgia de Arístides Vargas, podemos constatar que el tema de la violencia contra la mujer es uno de los principales nutrientes de su exploración creativa. Su escritura dramática está dedicada predominantemente a atacar los prejuicios machistas de la sociedad y de sí mismo. De sí mismo, porque Vargas asume los rezagos machistas que habitan en él, como consecuencia de la primera etapa de su vida, en donde el entorno social y educativo se regía bajos esas premisas. Por eso confiesa: “Fui educado en la cultura del macho, a la que tanto detesto, pero que padezco”. Los textos dramáticos de Vargas afloran su posición ideológica en torno a la condición de la mujer en la sociedad. Para testimoniar lo expresado podemos mencionar las obras: Flores arrancadas a la niebla (1995), La edad de la ciruela (1996), Donde el viento hace buñuelos (2001), Foto de señoritas y esclusas (2009), Nuestra Señora de las Nubes (2001), Ana, el mago y el aprendiz (2003), Malanoche (2007), La muchacha de los libros usados (2003) y El pez solitario (2015). A continuación, realizaremos un breve recorrido por las mencionadas obras, y observaremos en cada caso los distintos recursos, para pensar dramáticamente el exilio y la feminidad como agresiones sociales. La obra Flores arrancadas a la niebla refiere el exilio de dos mujeres que coinciden en la estación del tren. Ambas, con sus maletas a cuestas habitan el nolugar, el espacio sin espacio al que las ha arrinconado la sociedad. Raquel ha sido obligada a abandonar su país; lleva en su valija el vacío de la soledad y el desamparo. El otro personaje, Aída, decidió por sí misma marcharse para consumar su eterno deseo de partir que la conflictuó desde siempre. “Ambas mujeres están condenadas a vivir en la niebla, fuera de su luz, vagando arrancadas de sí mismas” . En esta pieza el autor crea un personaje, Raquel, tratando de escapar de su propio relato de violencia intrafamiliar, pero el lacerante recuerdo de los golpes de su padre hacia su madre constituye un insoportable peso en su maleta de viaje. Las imágenes de su madre huyendo, saltando como liebre para tratar de evitar los puñetazos del marido
violento, son sus compañeras de viaje: RAQUEL: Es evidente que cuando uno comienza a confundir kerosén con vermú, es porque las cosas no andan bien. Intento enumerar las veces que papá golpeó la mesa con el puño cerrado ante la mutación de mi madre en liebre y no logro cuentas claras; tal vez lo que deba hacer es enumerar las veces que mamá confundió kerosén con vermú y mi padre golpeó la mesa, de nuevo, con el puño cerrado. Mesa, objeto de género femenino, propensa a soportar puñetazos de padres puñeteros sin decir nada. Codazos, manotazos, quebraderos de platos, soportar como soportan las madres, la diferencia es que las mesas tienen cuatro patas.
El texto teatral La edad de la ciruela se estrenó en 1996 con el grupo ecuatoriano Tragaluz, bajo la dirección del propio Vargas. Es uno de los textos más representados de este autor. Sus personajes todas mujeres parecen haber heredado el universo del realismo mágico donde todo es posible, incluso vivir sin percatarse de que ya estaban muertas, o creer que se tiene alas y lanzarse desde lo alto del árbol, con el convencimiento de que pueden volar. Las mujeres de La edad de la ciruela son seres desesperados por escapar del medio en que habitan, por huir de sí mismas, pero no encuentran la manera de hacerlo; mejor dicho, tienen dos opciones para hacerlo: a través de la inconciencia o de la muerte. De ello están conscientes Celina y Eleonora, pero reconocen también los rezagos hereditarios de sus ascendientes, por eso comenta el personaje Eleonora: “Tenían una forma peculiar de lastimarse aquellas abuelas nuestras; creo que las heridas entre nosotros viajan en valijas y cada mujer de aquella casa tenía una”. Con Nuestra Señora de las Nubes y Donde el viento hace buñuelos, este autor completa una “trilogía del exilio”, en las que lo femenino se identifica con el ostracismo. A propósito, en una entrevista, le pregunté a Arístides Vargas si hay alguna relación entre lo femenino y el exilio en su dramaturgia. Me respondió que sí, “porque la condición femenina también es exiliada”. En Nuestra Señora de las Nubes se ratifica lo dicho, sólo basta citar estos diálogos entre los personajes Bruna y Óscar para corroborarlo:
BRUNA: Los exiliados somos gente triste, propensos a imaginar cosas que nunca pasan. Nos castigaron con tanta perversidad que nos hicieron olvidar que los que nos castigaron pertenecen al mismo país que nosotros, y aun así creemos que es el mejor país del mundo. ¿Qué ironía?, ¿no? Extrañar un lugar tan perverso y creer que es el mejor del mundo. ÓSCAR:(Pausa) Yo a la que extraño es a mi mamá. ¿Pero qué tiene que ver mi mamá con esos asesinos? Nada, comparten el mismo espacio, pero no el mismo país. BRUNA: En mi país las madres mueren jóvenes en el almuerzo y se suicidan solas en la cena, y mueren otro poco a la mañana, y si alguien les pregunta por sus hijos nada contestan por miedo a morirse de pena... Vuelven hacer silencio como si no supiera de qué hablar. (Vargas, 2006, pág. 20)
En la obra Donde el viento hace buñuelos nos enfrentamos también con la feminidad violentada, agredida, marginada. Dos amigas, Catalina y Miranda, se encuentran cuando una ellas, Catalina, está muriendo. Miranda la acompaña en sus últimos momentos de vida y en ese tiempo evocan sus vivencias pasadas. Vivencias marcadas por la violencia de género que también padecieron. En uno de los diálogos entre los personajes Catalina y Miranda se refleja lo expuesto:
CATALINA: Aquí al lado hay una vecina que en lugar de manos tiene dos bolsas de basura. Por las noches intenta dejarlas al pie del recolector y, al agacharse, se siente sola.
MIRANDA: Habría que evitar ciertas posiciones.
CATALINA: Luego no puede enderezarse y aunque lo intenta, no puede… Su soledad no se lo permite.
MIRANDA: Es que la soledad es muy cabrona, se aprovecha de las mujeres cuando se agachan.
CATALINA: También cuando están erguidas: un hombre golpea suavemente a una mujer, luego golpea la mesa, luego golpea la puerta, luego golpea la cabeza llena de malos pensamientos contra la pared. La cabeza se rompe y salen tres papagayos escandalosos que vuelan hacia el triste norte. (Vargas, 2014, págs. 152, 153)