21 minute read

la virreina habla de Sor Juana, Sara Poot Herrera

Next Article
Leo Cabranes-Grant

Leo Cabranes-Grant

“Habiéndose criado en un pueblo de cuatro malas casillas de indios”: la virreina habla de Sor Juana

Sara Poot Herrera

Advertisement

University of California, Santa Barbara Academia Mexicana de la Lengua UC-Mexicanistas

De San Miguel Nepantla a Panoayan

Al abrir los ojos allá en San Miguel Nepantla (¿1648?, ¿1651?) quien desde muy joven sería famosa en la capital de la Nueva España y en España –Sor Juana Inés de la Cruz– escuchó los sonidos de la lengua “cortada” de sus abuelos –el idioma español, ya seguramente enriquecido por mexicanismos– y los sonidos de la lengua originaria del lugar: el náhuatl. Ese “abrir de ojos” fue a los pies de los volcanes conocidos como el Popocatépetl y el Iztaccíhuatl. Dice Sor Juana en uno de sus poemas (romance 51, “que no se halló acabado”1):

Quizá por eso nací donde los rayos solares me mirasen de hito en hito, no bizcos como a otras partes.

1 Uso la edición de Méndez Plancarte (1951); en el texto, el número que le ha dado a los poemas de Sor Juana.

En el imaginario que la acompañaría siempre y en los oídos de la niña se grababan ya dos nombres de la topografía de un cielo que, a veces plateado de nieve, casi se podía tocar con los dedos y se pronunciaba desde el deleite del paladar: Popocatépetl, “montaña que humea”; Iztaccíhuatl, “mujer blanca” o “mujer dormida”. Bajo los dos guardianes, pareja mítica y legendaria, dos lenguas convivían en Nepantla y sus alrededores –“aún estamos Nepantla”, había dicho un natural del lugar a un fraile recién llegado a estos lugares que rodeaban a la capital novohispana. Literalmente, y entre dos lenguas oídas dentro y fuera de casa, Juanita Ramírez dio sus primeros pasos en Nepantla, en San Miguel, y muy pronto con su madre, Isabel, y sus dos hermanas –tres niñas pequeñas y una madre soltera, anafalbeta y de una inteligencia muy práctica–se mudaban al cercano Panoayan, a orillas de Amecameca, “y yo de Meca” años después diría la poeta en uno de sus sonetos. El idioma náhuatl seguía conviviendo con el idioma español en esos poblados separados por unas cuantas leguas (y muchos y distantes pueblos, lo mismo que en la antigua Tenochtitlan). En una misma geografía, en aquellos breves tiempos de infancia, en torno a Isabel y sus hijas estaban los numerosos tíos, las tías, los primos; en el centro, la casa de los abuelos maternos, donde a unos pasos convivían los trabajadores de la hacienda y sus familias (y sus lenguas, con el español, el náhuatl y la congolesa también); cerquita, la casa de amigas donde la segunda de las tres hermanas Ramírez aprendió a leer antes de cumplir tres años, cuando todavía comía queso y no se cortaba el cabello. La futura poeta jerónima escuchó cotidianamente el ritmo pausado del náhuatl al mismo tiempo que la lengua acriollada de los Ramírez, descendientes de don Pedro y de doña Beatriz, llegados hacía años de España a la Nueva España. Los sonidos del náhuatl (y algunos de la lengua congolesa) acompañaron a la niña, quien muy pronto vivió en la Ciudad de México, donde también se hablaba la lengua de Netzahualcóyotl, poeta de Texcoco. Esos sonidos y sus significados la siguieron en casa de sus tíos donde vivió al llegar a la Ciudad de México, en el palacio virreinal después, en el convento de las carmelitas más adelante y finalmente en el convento de San Jerónimo. Sor Juana Inés de la Cruz dio muestras de esta realidad mestiza en algunos de sus primeros escritos populares, pensados para cantar colectivamente: en sus villancicos, esos cantos religiosos con que las voces de los coros llenaban iglesias, para días de Navidad y otras fiestas religiosas; ese género de época en que Sor Juana incursionó como profesional y con ellos entró a las iglesias de la Ciudad de México, de Puebla y de Oaxaca. Eso fue desde mediados de los años setenta de su siglo, a unos cuantos años de haber ingresado a San Jerónimo. Sus muchos juegos de villancicos son un modelo de poesía escrita y cantada, literaria y musical, con textos propios (y ajenos también). Integrar el náhuatl (entre otras lenguas y sus variantes) era poner en boca de los asistentes sus tonos y matices, era hacer circular dicha lengua desde el coro de las catedrales donde se cantaban sus villancicos; era persignar al villancico desde el altar y dejarlo andar y cantar entre la gente, villancicos mixtos con pequeñas piezas engarzadas, atadas a un tema, a una celebración, a varios asuntos, a un santo, a varios, a la asunción de la Virgen, a la Concepción, a la Natividad… La marca original y originaria de la lengua mexicana, que en los villancicos de Sor Juana circula entre la lengua española, el latín (y los latinajos), la lengua afromexicana, en menor medida la portuguesa y la vasca, tiene sus raíces en el pueblo originario mexica, lugar de nacimiento de la más grande (entre grandes) pensadora y escritora de todos los siglos: Su sello de “nación” lo llevó al final de su vida, como se lee en su mismo romance 51 “que no se halló acabado”:

¿Qué mágicas infusiones de los indios herbolarios de mi patria, entre mis letras el hechizo derramaron?

Ella misma tenía la respuesta. Rastrear los trazos de su poesía era desandar los pasos hacia la “savia” del cielo, a la tierra que la había criado.

Un villancico en náhuatl, el otro en versos trochaicos y otro con “chispazos”

La lengua de los naturales del lugar –oral que se hace escrita y escrita que remite a la oral–aparece (entre otras) en sus poemas; en una ocasión, en toda una pieza breve inserta en el villancico, como sucede en el tocotín de los villancicos a la Asunción de la Virgen (1676); en otra, en la combinación entre el náhuatl y el español, el caso de la ensaladilla de los villancicos a San Pedro Nolasco (1677). En otro villancico son “chispazos”, respuestas casi “en monosílabos” en un diálogo entre un negro y un indio. El náhuatl también subyace en los tocotines, en la música de algunas loas de la escritora, religiosa de San Jerónimo. Sin embargo, hay otros poetas que también versificaban en lengua náhuatl y en lengua española (mezclando ambas). Pienso en un “vecino y paisano” de Sor Juana. Se trata de Joseph Antonio Pérez de la Fuente, autor del Mercurio encomiástico, un legajo de poemas escritos en español y en náhuatl. De este legajo, que consiste en loas y poemas sobre todo de festejos religiosos, hace unos años se extrajeron dos loas y se las “endilgaron” a Sor Juana como si fuera la loa infantil de la que habló el Padre Calleja. Miguel Zugasti (2018) y yo (2003, y antes también) hemos demostrado que ninguna de las dos loas es de ella, sino precisamente del nahuatlato, poeta, traductor y gramático Pérez de la Fuente. Restituirle a este poeta dos de sus loas, endilgadas a Sor Juana, es como “quitarle [ni siquiera] un pelo al gato”. Esto es, nada. Y sí enterarnos de una riqueza poética mestiza (y religiosa) de aquellos lugares cercanos a la Ciudad de México a fines del siglo XVII y principios del XVIII. Sor Juana, llegada de aquellos rumbos de Amecameca, puso en el centro de la Nueva España los versos mestizos de su autoría, nutridos en parte desde su infancia en un pueblo pequeño, una arquería, un lugar “ni de aquí ni de allá” (o de aquí y de allá), de Nepantla.

María Luisa al escribir sobre Juana Inés: “que es rara mujer no la hay”

En Cartas de Lysi. La mecenas de Sor Juana Inés de la Cruz en correspondencia inédita, libro publicado en 2015, nos enteramos de dos cartas que María Luisa Manrique de Lara, virreina de México (1680-1686); una de ellas a su prima María Guadalupe de Alencastre, duquesa de Aveyro. Está fechada el 30 de diciembre de 1682 y en ella la virreina habla de la monja jerónima: “*H]abiéndose criado en un pueblo de cuatro malas casillas de indios trujéronla aquí y pasmaba a todos los que la oían porque el ingenio es grande” (Calvo & Colombi, 2015: 218). La virreina se refiere a San Miguel Nepantla y posiblemente también a Panoayan. Años después (1689), al publicar(le) a Sor Juana su Inundación Castálida, ya su autora había hecho un desplazamiento trasatlántico y espectacular: de las “cuatro malas casillas de indias” a Madrid, pasando por la Ciudad de México. En ese libro había “tierrita” de la región de Amecameca, había sonidos raros para los madrileños, había tonos populares mexicanos, mezclas de lenguas, había ritmos distintos, magia, hechizos. La obra completa de Sor Juana Inés de la Cruz (ediciones sueltas, tres ediciones antiguas y sus reediciones, más otros escritos que aparecerían después) tenía entre sus varias texturas música y danzas mexicanas, tocotines, palabras, versos, estrofas y poemas en lenguas varias. Éstos aparecieron desde muy pronto, lo mismo que versos en lengua náhuatl como ingredientes de sus ensaladas y ensaladillas.

A escuchar y leer tocotines, de las ediciones sueltas novohispanas a las de España

1. Villancicos a la Asunción, 1676. Siete años después de haber profesado Sor Juana en San Jerónimo (1969), aparecen estos

villancicos “que se cantaron en la Santa Iglesia Metropolitana de Méjico en honor de María Santísima Madre de Dios, en su Asunción Triunfante, año de 1676, en que se imprimieron”. Sin el nombre de su autora, se publicaron como edición aislada (México: Imprenta de la viuda de Bdo. Calderón, 1676)2 . Se informa que fueron “compuestos en Metro músico, por el Br. Joseph de Agurto Loaysa, Maestro de los Villancicos de dicha S. Iglesia”. Así comienza el Villancico I (217) 3: “Vengan a ver una apuesta,/ vengan, vengan, vengan”. El náhuatl aparece en el Villancico VIII. Se anuncia la Ensaladilla (…). Luego “Prosigue la Introducción”:

Los Mejicanos alegres también a su usanza salen, que en quien campa la lealtad bien es que el aplauso campe; y con las cláusulas tiernas del Mejicano lenguaje, en un tocotín sonoro dicen con voces süaves:

TOCOTÍN –Tla ya timohuica (vv. 82 ss.) totlazo Zuapilli maca ammo, Tonantzin, titechmoilcahuíliz. Ma nel in Ilhuícac Huel timomaquítiz ¿amo nozo quenman timotlalnamíctiz? In moayolque mochtin huel motilinizque; tlaca amo, tehuatzin ticmomatlaníliz. Ca miztlacamati motlazo Pilzintli mac tel, in tepampa xicmotlatlauhtili. Tlaca ammo quinequi xicmoilnamiquili

2 De la edición aislada. Méjico: Viuda de Bdo. Calderón, 1676, pasó a Inundación Castálida. Madrid, 1689, p. 259. 3 Uso la edición de Méndez Plancarte (1952); en el texto, el número que le ha dado a los poemas de Sor Juana. ca monacayotzin oticmomaquiti Mochichihualayo oquimomitili tla motemictía ihuan Tetepitzin. Ma mopampantzinco in moayolcatintin, e in itla pohpoltin, tictomacehuizque. Totlatlácol mochtin tïololquiztizque; Ilhuícac tïazque, timitzittalizque: in campa cemícac timonemitíliz, cemícac, mochíhuaz in monahuatiltzin.

De principio a fin, anunciado con voces suaves, se ha cantado sonoramente el tocotín. ¿Se cantaría así en la Catedral Metropolitana? ¿Quiénes lo cantarían? ¿Coros, asistentes a la misa? ¿Cómo se leería en Madrid al aparecer Inundación Castálida? ¿Cómo lo leemos nosotros? De esta manera los tradujo Ángel María Garibay (y aparece en las notas de Méndez Plancarte):

Si ya te vas,/ nuestra amada Señora,/ no, Madre nuestra,/ Tú de nosotros te olvides./ Aunque en el cielo/ mucho te alegrarás,/ ¿no acaso alguna vez/ harás memoria?/ Todos tus devotos/ podrán ser llevados arriba (como con cuerda)./Y si no, Tú/ con la mano los alzarás,/ pues te quedó agradecido/ tu amado Hijo./ Ea, pues, por las gentes/ suplícale:/ y si no quiere,/ recuérdale/ que tu carne/ Tú le diste,/ tu leche/ bebió, si soñaba/ también pequeñito./ Que por tu mediación/ tus devotos,/ los faltos de algo,/ nos haremos merecedores;/ nuestros pecados todos/ echaremos a rodar;/ al cielo iremos,/ te veremos/ donde para siempre/ vivirás,/ para siempre se hará tu mandato.

La voz poética –un nosotros– invoca, le habla de “tú” a la Virgen: es una despedida, un ruego, un encargo. Te vas al cielo, ¡muy bien!

pero no nos olvides. Llévanos contigo. Recuérdanos y recuérdale a tu hijo, a quien nutriste, le diste vida. Nosotros, los carentes, somos tus devotos, te seguiremos, iremos contigo. Tú nos mandas. Tú decides, amada Señora. El náhuatl tiene los recursos de la súplica, del juramento, de la despedida, del ruego, de la sumisión; es la misma pero su mensaje conlleva la hibridez, la cultura ya transformada, la creencia cristianizada. Muy importante: hablarle a la Virgen en la lengua originaria de los naturales del lugar, en un villancico digamos europeo, digamos novohispano, que se escribe para ser cantado por un pueblo originario, mestizo, criollo, español, un pueblo “amestizado”, reunido en la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México. 2. Del mismo año son los “Villancicos que se cantaron en la S.I. Metropolitana de Méjico en los maitines de la Purísima Concepción de Nuestra Señora, año de 1676, en que se imprimieron”. No corresponden a nuestro interés de ahora. Si anoto los datos básicos de estos villancicos es para señalar diferencias y similitudes. Leemos en la nota de Méndez Plancarte: “Sólo ed. aisl., viuda de Calderón (cuatro fojas a dos colores, 1676” , “compuestos en metro músico por el Br. Joseph de Agurto y Loaysa, Mº Compositor de dicha S. Iglesia”. Sin nombre de la A.; pero, al pie de la portada, nota manuscrita: “Los compuso la Me. Juª. Inés de la Cruz, religa. de S. Gerónimo de Mexº”. En el villancico anterior no aparecía su nombre; ahora, se escribe en letra manuscrita, lo que indica la gradual visibilidad de la autoría. La música es del mismo compositor: Agurto y Loaysa. El Villancico I comienza así: “A la fiesta del Cielo” (225). Los dos juegos de villancicos son del año 1676; Sor Juana Inés de la Cruz es referencia certera en la cultura villanciquera de la capital de la Nueva España y tendrá eco en otras catedrales fuera de la Ciudad de México. Y algunos de ellos, ¡versados en lengua náhuatl! 3. San Pedro Nolasco, 1677 (233). La nota de Méndez Placarte informa que de estos villancicos existe una edición suelta y anónima, de 1677, con una nota manuscrita antigua: “De la M. Juana Inés de la Cruz”, y con anotaciones y correcciones autógrafas de Sor Juana. Aparecieron en Inundación Castálida (Madrid, 1689, p. 249). Hay una Dedicatoria (234) y comienza el Villancico I: “En la Mansión inmortal…” Son los “Villancicos que se cantaron en los Maitines del Gloriosíssimo Padre S. Pedro Nolasco, Fundador de la Sagrada Familia de Redemptores del Orden de Nuestra Señora de la Merced, día 31 de Henero de 1677 años”. Los encontramos en la Biblioteca Cervantina (Colección Salvador Ugarte) del Patrimonio Cultural del Tecnológico de Monterrey. Villancicos de San Pedro Nolasco (31 de enero de 1677):

Se han impreso estos tocotines para ser cantados en la fiesta religiosa del 29 de enero de 1677 en la Ciudad de México. Hay en este ejemplar algunas correcciones, tachaduras. Una especie de texto “intervenido”. Una muestra ejemplar es la anotación manuscrita

a un lado del texto impreso: “éstos de la misa no son míos. Juana Inés de la Cruz” . Su autora revisa la versión que ha salido de la Imprenta de la Viuda de Bernardo Calderón, 1677) y corrige, aclara. Años después aparecerán en España (Inundación Castálida. Madrid, 1689, más otras reediciones). Habla un personaje negro con un modo particular respecto al uso del idioma español, una nueva variante. Hay un estudiante, “de docto reventando”, cuya pedantez se muestra en el diálogo que sostiene con otro personaje. Hay un indio que canta “un tocotín mestizo/ de español y mexicano” y pone en su lugar a los interlocutores de este diálogo. Pasamos del Tercero nocturno, al villancico VIII, a la Ensaladilla… (241). Prosigue la introducción, que de tan gráfica parece que la vemos, y la vemos:

Púsolos en paz un indio que, cayendo y levantando, tomaba con la cabeza la medida de los pasos; el cual en una guitarra, con ecos desentonados, cantó un tocotín mestizo de Español y Mexicano.

TOCOTÍN

Los Padres bendito tiene on Redentor; amo nic neltoca quimati no Dios. Sólo Dios Piltzintli del Cielo bajó, y nuestro tlatlácol nos lo perdonó. Pero estos Teopixqui dice en so sermón que este San Nolasco mïechtin compró. Yo al Santo lo tengo mucha devoción, y de Sempual Xúchil un Xúchil le doy. Téhuatl so persona dis que se quedó con los perro Moro impan ce ocasión. Mati Dios, si allí lo estoviera yo, cen sontle matara con un mojicón. Y nadie lo piense lo hablo sin razón, ca ni panadero, de mucha opinión. Huel ni machicáhuac; no soy hablador: no teco qui mati, que soy valentón. Se no compañero lo desafió, y con se poñete allí se cayó. También un Topil del Gobernador, caipampa tributo prenderme mandó. Mas yo con un cuáhuitl un palo lo dió ipam i sonteco: no sé si morió. Y quiero comprar un San Redentor, yuhqui el del altar con su bendición.

La sencillez acompaña al ingenio y a ambos el talento de la poeta. La rima no es propiamente de versos trochaicos, pero el ritmo sí lo es en una combinación métrica perfecta. La traducción de Ángel Ma. Garibay da lugar a esta versión:

TOCOTÍN

Los Padres bendito tiene on Redentor; amo nic neltoca/ yo no lo creo quimati no Dios./ lo sabe mi Dios. Sólo Dios Piltzintli/ Hijito del cielo bajó, y nuestro tlatlácol/ pecado nos lo perdonó. Pero estos Teopixqui/ Padres dice en so sermón que este San Nolasco mïechtin compró./ a todos compró. Yo al Santo le tengo mucha devoción, y de Sempual Xúchil/ y de flor perfecta

un Xúchil le doy./ un ramo le doy. Téhuatl so persona,/ Tú [o Vos], su persona, dizque se quedó con los perros Moros impan ce ocasión./ en una ocasión. Mati Dios, si allí/ Sabe Dios, si allí lo estoviera yo, cen sontle matara/ matara a cuatrocientos con un mojicón. Y nadie lo piense lo hablo sin razón, ca ni panadero,/ pues soy panadero de mucha opinión. Huel ni machicáhuac;/ Puede que me olvide, no soy hablador: no teco qui mati,/ mi amo lo sabe, que soy valentón./ no soy valentón. Se no compañero/ Un mi compañero lo desafïó, y con se poñete/ y con un puñete allí se cayó. También un Topil/ un alguacil del Gobernador, caipampa tributo/ a causa del tributo prenderme mandó. Mas yo con un cuáhuitl/ Mas yo con un palo un palo lo dió ipam i sonteco:/ en la su cabeza: no sé si morió./ no sé si murió. Y quiero comprar un San Redentor, yuhqui el del altar/ como el del altar, con su bendición.

La vida de San Pedro Nolasco es narrada en verso por una voz bilingüe que “somete” el tema a la forma poética. Quien habla (o canta) es un panadero que opina, que se mete “al pleito”, es devoto de San Pedro, el redentor a quien le pide la bendición. 4. El nombre impreso de Sor Juana aparece en los “Villancicos que se cantaron en la Santa Iglesia Cathedral de México, a los Maytines del Gloriosíssimo Príncipe de la Iglesia, el Señor San Pedro. Año 1677. Dedícalos al Señor Licdo. D. García de Legaspi, Velazco, Altamirano, y Albornoz. Canónigo desta Santa Iglesia Cathedral de México, &c.” Sor Juana es la autora y, a modo de prólogo, ofrece estos villancicos, “deste Convento de N.P.S. Geronymo, Junio 20 de 1677 años. B.L.M.D.V. Señoría, su más atenta servidora, que más le estima, Juana Inés de la Cruz” . Cierra la década de los años setenta de su siglo con una “ensalada” de villancicos en los que su autora no habla como los personajes, sino que los modela y pone en sus propias articulaciones sus lenguas originarias. Hace de sus villancicos narrativas poéticas; hay varios tonos de voz dentro de una misma pieza, hay visiones distintas en relación con un suceso y finalmente quienes hablan “con voz y voto” se ponen de acuerdo. La propuesta conciliatoria de Sor Juana aparece desde estas primeras creaciones, que cobrarán aún más cuerpo en las loas de sus autos sacramentales. ¿Qué sentiría el Padre Núñez, quien hasta aquel momento tenía la palabra respecto a la hechura de los villancicos? Sor Juana se había convertido en la gran villanciquera de la Nueva España. Es el reclamo manifiesto en la carta de Sor Juana al Padre Núñez de (ca.) 1682. De sus villancicos pasó al despliegue de su poesía en el Neptuno Alegórico de noviembre de 1680. Su fama fue más allá de los mares sobre todo cuando, en un acto de amistad y valoración del genio, María Luisa Manrique de Lara publicó en Madrid Inundación Castálida (1689). En esa primera edición iban algunos villancicos y en un par de ellos la lengua náhuatl en polifonía verbal y musical. 5. Un último apunte: Se trata de los “Villancicos con que se solemnizaron, en la S.I. Catedral de Puebla de los Ángeles, los Maitines del gloriosísimo Patriarca Señor San José, año de 1690” . Leemos en Méndez Plancarte que fue una “Edición aislada de 1690, en Puebla, impr. Fernández de León: ‘Discurriólos la erudición, sin segunda y siempre acertado entendimiento de la Madre Juana Inés de la Cruz’… los musicó Dallo y Lana”. Otro dato es que la dedicatoria desaparece después y se recupera como “Letras sagradas” en el Segundo volumen de Sevilla de 1692.

De la Dedicatoria (291), llegamos al villancico (299), a la Ensalada, que se elabora como una adivinanza. Se escucha la voz del Indio (vv. 163 ss.):

Yo también, quimati Dios, mo adivinanza pondrá, que no sólo los Dotore habla la Oniversidá. Cor.– ¡Ja, ja, ja! ¿Qué adivinanza será? Ind. – ¿Qué adivinanza? ¿Oye osté? ¿Cuál es mejor San José? 170 1. –¡Gran disparate! 2. –¡Terrible! Si es uno, ¿cómo es posible, que haber pueda otro mejor? Ind. –Espere osté, so Doctor: ¿no ha visto en la Iglesia osté junto mucho San José, y entre todos la labor de Xochimilco es mijor? 1. –Es verdad. Cor.–¡Ja, ja, ja, ja!

Una vez más, la gracia derramada: el primer villancico como si fuera el último por su perfección y el último como si fuera el primero por su frescura, su novedad, su gracia. Quimati Sor Juana. Sor Juana lo sabe y cómo se divierte con “Los que música no entienden” (villancico VIII, 299: vv. 163-178). Las preguntas sobre las que se hace el montaje giran en torno a San José. ¿Cómo varios San Josés? ¡No es posible! Y si lo es, ¿cuál es el mejor? El mejor, el mejor, “¡el de Xochimilco!” La oralidad se imprime en la escritura y ésta remite a la oralidad: a las palabras pronunciadas “a la manera” de los interlocutores: “do”, “mijor”, “Dotore”, “Oniversidá”. Todos tienen derecho a hablar, a opinar, mientras los coros se divierten: ¡Ja, ja, ja, ja! Con la diversión, el deleite. La monumental obra de Sor Juana Inés de la Cruz se llenó de gratia plena y en ella contribuyeron varias lenguas: con el español, el náhuatl (dos lenguas, “estamos en Nepantla”). Varios estudiosos de la Décima Musa prestaron atención y respeto por este enriquecimiento original y originario; por ejemplo, Doña Georgina Sabat de Rivers, Don Luis Leal, Don Georges Baudot, Don Patrick Johansson. Sus dones me acompañaron en el caleidoscopio verbal de abril de 2017, cuando pensamos en la niña “de un pueblo de cuatro malas casillas de indios” que conquistó la lengua de sus mayores. Su figura extraordinaria es pieza clave de este “caleidoscopio verbal”.

“Escalas de San Agustín” . Fotografía. Antonio Valle.

Bibliografía

Baudot, Georges, La trova náhuatl de Sor Juana. México: El Colegio de México, 1992.

Calvo, Hortensia & Beatriz Colombi (eds.), Cartas de Lysi. La mecenas de Sor Juana Inés de la Cruz en correspondencia inédita. Madrid: Iberoamericana, Frankfurt: Vervuert, México: Bonilla Artigas Editores, 2015.

De la Cruz, Juana Inés, Villancicos que se cantaron en los maitines del gloriosíssimo Padre S. Pedro de Nolasco, fundador de la Sagrada Familia de Redemptores del Orden de Nuestra Señora de la Merced, día 31 de Henero de 1677 años. México: Viuda de Bernardo Calderón, 1677.

Johansson, Patrick, “Sor Juana Inés de la Cruz: cláusulas tiernas del mexicano lenguaje”, Literatura Mexicana 6. 2 (1995): 459-478.

Leal, Luis, “El hechizo derramado: elementos mestizos en Sor Juana”, en Y diversa de mí misma entre vuestras plumas ando. Homenaje Internacional a Sor Juana Inés de la Cruz, Sara Poot Herrera (ed.), México: El Colegio de México, 1993, pp. 185-200.

Méndez Plancarte, Alfonso (ed.), Obras completas de Sor Juana Inés de la Cruz, t. I. Lírica personal. México: Fondo de Cultura Económica, 1951.

Méndez Plancarte, Alfonso (ed.), Obras completas de Sor Juana Inés de la Cruz, t. II. Villancicos y letras sacras. México: Fondo de Cultura Económica, 1952.

Poot Herrera, Sara, “Hay loas que no hacen ruido. La hipotética loa infantil de Sor Juana”, en Nictimene sacrílega. Estudios coloniales en homenaje a Georgina Sabat-Rivers, Mabel Moraña & Yolanda Martínez-San Miguel (coords). México: Universidad del Claustro de Sor Juana/ Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana, 2003, pp. 299-330.

Sabat de Rivers, Georgina, “Blanco, negro, rojo: semiosis racial en los villancicos de Sor Juana”, en Crítica semiológica de textos literarios hispánicos. Actas del Congreso Internacional sobre Semiótica e Hispanismo celebrado en Madrid en los días del 20 al 26 de junio de 1983, t. 2, Miguel Ángel Garrido Gallardo (ed.). Madrid: CSIC, 1986, pp. 247-256.

Zugasti, Miguel, “Loas, encomios, jácaras y otros textos autógrafos de Pérez de la Fuente, en náhuatl y español. (A propósito también de la loa infantil de Sor Juana, que sigue perdida)”, Nueva Revista de Filología Hispánica 66.2 (2018): 555-625.

RESEÑAS

This article is from: