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La Muerte de Ernesto Cardenal

otros miles de empleos; del mismo modo es inminente la paralización de toda actividad económica, lo cual sería un caos en esta nación tan deprimida financiera y socialmente. A esto hay que sumarle el arribo de decenas de inmigrantes, ahora estacionados en la frontera mexicano/estadounidense, quienes se devolverán a Honduras obligados por la frustración al no entrar a los Estados Unidos y por el peligro de la pandemia. “En esta emergencia por el Covid-19, el panorama es más sombrío que alentador”, asevera el economista del Foro Social de la Deuda Externa de Honduras (FOSDEH), Ismael Zepeda. Y añade: “La cuarentena y las medidas de distanciamiento social, decretadas por el gobierno, han paralizado con distintas magnitudes a la producción y la economía de Honduras, que pierde a diario 1,400 millones de Lempiras (moneda nacional), unos US$56,5 millones. La paralización de la economía dejará millonarias pérdidas y provocará la caída de la demanda interna, porque muchos trabajadores, sobre todo informales, no tienen ingresos.” Puntualizó.

Un análisis del Fondo Monetario Internacional (FMI), asevera que la actividad económica hondureña se reducirá en un 3 por ciento por el impacto del coronavirus, en sus cadenas de suministro y la demanda interna y externa, entre otros factores. Y esto lo sabe el gobierno y muestra alta preocupación. En palabras sencillas, ya hay hambre en miles de hogares que han caído en estado de precariedad; y el Banco Mundial (BM), recuerda que Honduras siempre ha sido castigado por unos elevados índices de desempleo, desde siempre, donde el 58 por ciento de las personas trabaja de manera informal. Con suma responsabilidad, el gobierno insta a sus ciudadanos a “quedarse en casa” en tiempos de pandemia; pero la realidad les obliga a salir a las calles para ganarse el pan de cada día. Es la dicotomía mortal que enfrentan los hondureños. El cabeza de familia, Elías González, lo explica mejor que nadie: “Es difícil que mis hijos me pidan comida y yo no tengo ni un Lempira para comprar.” Y es que no hay nada más desolador para un padre, que ver los rostros de los hijos con hambre. Absolutamente desolador.

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La Muerte de Ernesto Cardenal

MANAGUA, Nicaragua-(Especial para el periódico The City) Fue un individuo que buscó la fama por medio de una poesía “grisácea”; y la glorificación personal merced al marxismo ateo de los sandinistas que asaltaron al poder en 1979; sin embargo, y a pesar de su lucha encarnizada por quedar en la memoria de miles de iberoamericanos, su muerte, ocurrida hace pocos días y a los 95 años de edad, a raíz de problemas respiratorios, le deparó el repudio de quienes lo conocimos a finales de la década de los 70s, la indiferencia de aquellos que se desengañaron del comunismo en Nicaragua, y el desconocimiento de las nuevas generaciones. De tal manera, su cometido por quedar grabado en las mentes y

corazones de quienes él creía eran sus seguidores, se quedó en un intento fallido, porque murió solo, repudiado (insultado y profanado en la homilía de su funeral en la Catedral de Managua), por los mismos sandinistas que lo hicieron a un lado y mirado con desdén por quienes no se preocuparon siquiera por valorarlo aunque fuese solo un poco. Y en un subcontinente latinoamericano esencial y mayoritariamente católico, Cardenal era el antípoda del mismo catolicismo, porque fue un sacerdote que traicionó a la Iglesia, se enfrentó a ella (recordemos el regaño fortísimo de Su Santidad, el Papa Juan Pablo II, durante su visita a Nicaragua, el 4 de marzo de 1983), y se ganó el descrédito de los ministros del catolicismo a nivel mundial y de los millones de fieles que supieron de su rebeldía y de su proclamado ateísmo (gritado a los cuatro vientos), para congraciarse con sus otrora compañeros dentro del sandinismo que comenzaba a torturar y despedazar lo poco que había quedado en Nicaragua después de la revolución. Paralelo a toda esa actitud vergonzosa y desvergonzante, Ernesto Cardenal se pasaba larguísimas temporadas vacacionales en la Cuba triturada por los hermanos Fidel y Raúl Castro, vanagloriándose de su abyecto ateísmo. Aun así, no dejaba de vestirse a la usanza de los sacerdotes nicaragüenses, con su cuello sacerdotal, su camisa blanca y una efigie de Cristo en su pecho; y sobre su encanecida cabeza, una boina al estilo Che Guevara. ¡Vaya contradicción de ese fulano que no estaba en sus cabales y reñía con la moral cristiana! Ha fallecido y muchos, como yo, repudiaremos su paso por el mundo, por atentar contra las libertades de los nicaragüenses, por su mensaje de odio implícito en el marxismo que intentó practicar y por su apuñalamiento a su orden sacerdotal. No en balde, el Papa Juan Pablo II lo expulsó de la Iglesia Católica y Ernesto Cardenal hizo mofa de esa decisión Papal, como si se tratase de un trofeo, porque lo que él vio en ese acto fue el aumento de una fama tan efímera como la peor de todas. Este individuo díscolo, marxista consagrado y con sus manos manchadas de sangre por las muertes de muchísimas gentes que ofrendaron sus vidas a la revolución sandinista y que creyeron en él y en los Ortega, Mercado y otros, nació en Granada el 20 de enero de 1925 y fue nombrado ministro de Cultura (de 1979 a 1987), de la dictadura fiel y obediente a Cuba y a la Unión Soviética. Fue cuando Nicaragua se llenó de asesores “culturales” llegados desde Moscú, Praga, La Habana, Budapest, Sofía, Berlín Este y demás Capitales que estaban bajo el yugo del comunismo. Así, Ernesto Cardenal aportaba su esfuerzo porque los nicaragüenses absorbieran el credo marxista-leninista, blasfemaran contra Dios y alabaran a los Castro, Guevara, Ortega y demás iconos deleznables y criminales del socialismo tropical en América. Cardenal creaba frases (o las copiaba de alguien más), rimbombantes, como estas: “(estoy) alerta a lo que pasa en el planeta (como si a alguien le importara lo que él hiciera), y tratando de defender con mi poesía la justicia y el orden que Dios quiere en el mundo (entiéndase dicho ‘orden’, el dominio del comunismo).” Y para salir de toda duda, este ínfimo poeta acaba de morir reafirmando su marxismo: “(la revolución) significa también crear un mundo para Dios (¡!).” Pero lo más indignante fue saber que el actual Pontífice, Francisco el argentino, le devolvió su ministerio sacerdotal, algo que tampoco tuvo relevancia, porque Ernesto Cardenal no vale un ápice para ser recordado siquiera.

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