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La Verdad sobre los Políticos
La Verdad sobre los Políticos. Mucha Ambición y Ninguna Vocación de Servicio
REDACCIÓN THE CITY NEWSPAPER- Aquel que se meta en la política –y voy a hacer mi enfoque desde el ángulo de América Latina solamente-, es por dos razones primordiales: 1. por una ambición que se le sale por los poros; y 2. para obtener ganancias económicas de manera relativamente fácil e infalible. Es una falacia, una mentira del tamaño del Chimborazo en Los Andes, que todos se meten al mundanal político porque tienen ansias humanistas por ayudar y servir a sus semejantes ubicados en “la llanura” del pueblo, como suelen decir ridículamente algunos oradores de poco cuño.
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Es por esa ambición desmedida, por ese deseo incontenible de aparecer bajo los focos de la televisión y ante las cámaras, que casi todos ellos saltan de un puesto a otro y a lo largo de lo que ellos mismos llaman “carrera profesional dentro de la política.” Es en este punto cuando recuerdo al ex embajador de Suiza en Costa Rica, en los años 90, quien se disgustó con un periodista de un medio escrito, porque le estaba atrasando, ya que la televisión lo esperaba para entrevistarlo también. El colega del periódico solo pudo hacerle dos preguntas en una sala aparte, porque aquel viejo europeo se moría de las ganas de aparecer en el telediario del mediodía. Por supuesto que el desconocimiento, esa ignorancia congénita de la mayoría de los políticos, no le hizo ver al seudo-diplomático que la televisión es lo más efímero que hay, que las imágenes son cortadas en el departamento de edición y lo que hoy fue noticia, mañana se archiva o se borra del video-cassette. Por el contrario, el periódico –en aquel momento en papel, pues el internet estaba apenas en sus inicios-, preserva las palabras, las fotografías, puede archivarse cada artículo impreso y la “permanencia” es casi perenne.
Anécdotas aparte, traigo al presente algunos nombres de politicastros latinoamericanos, quienes siempre se han servido de sus pueblos para satisfacer sus desmedidas ambiciones, en puestos internacionales: el peruano Javier Pérez de Cuéllar, fascinado en su cargo de Secretario General de la ONU; el argentino Alejandro Orfila, en la Organización de Estados Americanos (OEA); la costarricense Elizabeth Odio Benito (creadora e impulsora de la cárcel/carnicería llamada La Reforma en su país), jueza en la Corte Internacional de La Haya, en Holanda; el también costarricense Oscar Arias, desenfrenado buscador del Premio Nobel de la Paz, en los años 80; y ahora Laura Chinchilla, quien está buscando afanosa y desmedidamente la presidencia del Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Todos ellos no soportan quedarse quietos en casa, la ambición les impulsa, les pone nerviosos, porque el objetivo es estar siempre subidos “en la cresta de la ola”, en las primeras planas de los periódicos y en las imágenes de la televisión. El altísimo salario es secundario para ellos, sin embargo.
El camino que eligen para alcanzar sus objetivos, comienza por pedir “humildemente” a los gobiernos de turno en sus respetivos países, para que los apoyen en su propósito, que muevan a sus embajadores en el exterior, que promuevan la imagen del candidato y posiblemente pidan dinero que pertenece al pueblo y está bajo tutela del Estado. El descaro no tiene parangón en ningún momento. En esto debería darse aquello de que, “si usted tiene un fin, consígalo por sus propios medios;” pero deje al gobierno tranquilo, que ya bastante tiene con la problemática nacional diaria. Una vez alcanzado el propósito, los mismos individuos no sirven en nada a los países donde nacieron, se olvidan de sus procedencias y de las responsabilidades que deberían tener y asumir. Sino veamos el caso del ex Secretario de la ONU, el peruano Javier Pérez de Cuéllar, quien, empujado por su fortísima ambición, se postuló a la presidencia del Perú y resultó derrotado de manera apabullante, pues nadie lo conocía en su patria y tampoco el gran electorado tenía nada por qué agradecerle, pues nunca contribuyó al desarrollo de la nación en ningún sentido. Era un hombre de pésimo discurso, nada emotivo y dueño de un anti-carisma que causaba más incertidumbres que respuestas. Solo si comprendemos y tomamos en cuenta su exagerada ambición personal, podremos explicarnos por qué un individuo tan limitado intelectualmente, alcanzó un puesto tan alto. Tampoco hay que sobre-calificar el papel de la ONU en el mundo, un foro donde se toma más champagne y se come caviar casi todas las noches durante su seguidilla de recepciones, que los efectos positivos a nivel global.
Algo similar a Pérez de Cuéllar sucede ahora mismo, pero en la OEA, con el actual secretario general, el uruguayo Luis Almagro, un fulano con una escasísima base intelectual y casi nulo asidero cultural (da pena escucharlo cuando habla). Pero ahí está, fundamentado en su inmensa ambición. Tampoco Laura Chinchilla, quien posee un único “don” -si así le pudiéramos llamar-, cual es la verborrea inacabable que suelta en cada oportunidad cuando los periodistas la abordan; pero quién asegura que es la persona idónea para gobernar al Banco Interamericano de Desarrollo (BID). La única razón esgrimida por ella misma, dice que es la opción distinta a la que plantea el candidato de los Estados Unidos, quien, en el
caso de que gane la elección, seguirá las políticas que le dictará Donald Trump. Aparte de ese escasísimo argumento, la señora Chinchilla naufraga en medio de la profunda y anchurosa nada.
Es así como los ejemplos se suceden unos detrás de otros en esta pobre y expoliada América Latina, en la que los políticos se creen dueños de la inteligencia, la sapiencia y la destreza para dirigirlo todo. Por ello es la inoperancia que presentan esos organismos, una vez que los ambiciosos alcanzan la cúspide.
El ejemplo de Luis Almagro al frente de la OEA y en la crisis política, militar, carcelario/opresora y de hambre que padece Venezuela desde que Hugo Chávez se hizo con el poder, ha demostrado su esterilidad y su carencia de ideas viables. Una hoja de ruta sería algo así como descubrir la isla de Utopía, buscada con tanto ahínco por los argonautas griegos; y la filosofía del nihilismo, del avestruz, ese “esconder la cabeza en la arena,” es lo que ha ayudado a que la dictadura de Nicolás Maduro aparezca inamovible y poderosa; pero lo importante para el uruguayo radica en que logró la secretaría general y lo que se aparezca después de eso, ya no le interesará a él ni a su grupo, precisamente porque la vocación para servir es nula, inexistente y solo es un término olvidado durante las funciones dentro de la organización hemisférica, pero muy práctico durante las campañas políticas, muy efectista y rara vez abandonado por los demagogos.
En resumen, la ambición es la fuerza emocional que inhibe a esos grises personajes, incapaces por naturaleza, para pensar en el bien ajeno y mucho menos servirles, según es el postulado esencial y básico de la política verdadera.