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La Irresponsabilidad de Unos, es el Temor de Todos
ni el mínimo honor siquiera, pues se viró sin pensarlo mucho, sin recordar sus discursos virulentos en contra de los sandinistas, contra Daniel Ortega, a quien decía combatir con toda “su valentía y tesón” y terminó siendo un insignificante peón en el corrupto engranaje del desgobierno de Nicaragua. Mientras tanto, las víctimas de La Penca siguen muriendo o sufriendo las secuelas del estallido de la bomba, sin que eso remordiera para nada la pésima consciencia de Pastora.
Hoy, dichosamente, ha muerto. Se ha ido de este mundo un vagabundo más, un irresponsable y un criminal, quien solo deseaba obtener fama y dinero, no importa cómo ni de dónde viniera. Y le hubiese dado lo mismo favorecer y traicionar a Somoza, dado el caso, como lo hizo con los sandinistas y después, regresar a sus filas sin el menor pudor; porque, repetimos, solo deseaba aparecer en las primeras planas de los periódicos y en las imágenes de la televisión de la época. Otro tema, a él no lo movía, no le importaba. Y, fundamentado en ello, quedaron los cuerpos inertes en las selvas nicaragüenses, de decenas de combatientes de la “contra”, que lo siguieron a él, que creyeron en sus peroratas y que fueron incapaces de dilucidar cuáles eran las verdaderas intenciones de Pastora. El coronavirus se lo llevó, como tenía que ser, porque así mueren los cobardes… sin pena ni gloria.
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La Irresponsabilidad de Unos, es el Temor de Todos
SAN JOSÉ, Costa Rica-(Especial para The City Newspaper) La Organización Mundial de la Salud (OMS), máximo organismo rector de la salud a nivel planetario, solo palabras de halago y felicitación ha tenido para el gobierno y pueblo de Costa Rica, a raíz del tratamiento y los cuidados que les han estado dispensando a esta nefasta pandemia que nos llegó desde la China comunista. Según la OMS, solamente Corea del Sur, Taiwán, Alemania, Portugal, Grecia, Uruguay, Nueva Zelanda y Costa Rica, alrededor del mundo entero, han sido las naciones que han puesto ante los ojos de sus ciudadanos el realismo del coronavirus y las armas para combatirlo y mantenerlo a raya, una vez en la vida de estos países.
Concretamente en Costa Rica, que es el caso que nos interesa, hemos tenido la suerte de encontrarnos a un ministro de Salud, en la persona del Dr. Daniel Salas Peraza; el presidente de la Comisión Nacional de Emergencias (CNE), Alexander Solís Delgado; y del Presidente Ejecutivo de la Caja Costarricense del Seguro Social (CCSS), Román Macaya Hayes, quienes han dirigido, orientado y puesto en alerta al pueblo sobre la gravedad del covid-19, la pandemia que los chinos han regalado a la humanidad entera. Sin ellos, simplemente el país hubiese colapsado del mismo modo como lo ha hecho Brasil o
Nicaragua misma. A estos funcionarios, desde nuestros escritorios de prensa en estas salas de redacción y desde los corazones de muchos costarricenses sencillos, laboriosos y nobles, nuestro profundo agradecimiento.
Sin embargo, no todo es felicidad en esta especie de “fortificación” en la que han convertido a Costa Rica; y es en este lapso especial y coyuntural, cuando recordamos las lecciones de castellano que dimos a lo largo de más de 35 años, cuando explicábamos a los alumnos que, en aras de la comprensión de las otras personas, tenemos que recordar siempre que “la inteligencia no es un don que Dios y la naturaleza reparten equitativa y generosamente entre las gentes.” Una vez esclarecido esto, nos damos cuenta de que el accionar de muchos individuos, errático, equivocado y hasta peligroso, se debe precisamente a la falta de inteligencia que, aunada a la bajísima instrucción y la falta absoluta de cultura, convierten al individuo en una potencial arma, sumamente peligrosa por lo tanto.
Explicado lo anterior, nos sirve para comprender el repunte del covid-19 en los últimos días, en la “blindada” Costa Rica; es decir, el aumento de casos positivos de los pandémicos se ha debido, originalmente, a la falta de inteligencia de unos, quienes han expandido el virus y con él, el temor de quienes estamos conscientes de dicho peligro. A los casos concretos nos remitimos: el número de contagiados, a mediados de junio del 2012 en suelo costarricense, oscilaba entre los 40 y 50 pacientes diarios, hasta que un día de tantos… se disparó a más de 80; y dos fechas posteriores, sobrepasó los 100 casos. ¿La razón? Una fiesta en la localidad de Alajuelita, al sur-oeste de la Capital, en la que participaron más de 60 personas, causó el tenebroso y mortal repunte del coronavirus; no complacidos con ello, se dieron dos fiestas privadas más para agasajar a una mujer embarazada, quien resultó contagiada posterior a dicho aquelarre. Y el último caso se dio cuando la policía intervino en otro festejo, en el que encontraron a más de 70 personas y decomisaron licor, bocadillos, cigarrillos y otras muestras de la inmensa irresponsabilidad de esas gentes.
El común denominador social de estas personas altamente irresponsables, es la bajísima cultura de ellas; viven en barrios de clase baja, rodeadas de muros hechos con latas de zinc y casas de condición humilde: las anfitrionas se comportan con una mezcla de falsa seguridad y de reto a la situación que sufre el mundo entero y plantan cara a quienes las observemos y nos dicen con arrogantes miradas que “ellas no temen a la pandemia, que no resultarán contagiadas y son muy valientes ante esta encrucijada sanitaria.” En Alajuelita, en la primera fiesta a la que hicimos mención, resultaron muchos casos de infectados y las repercusiones de dicha irresponsabilidad, se siguen sintiendo entre la población entera del Cantón, declarado por la Comisión Nacional de Emergencia (CNE), bajo “alerta naranja”, un paso anterior a la “roja”, que sería cuando las ambulancias, médicos y policía, tendrían que verse con el covid-19, cara a cara, para trasladar a los pacientes al hospital o al cementerio.
En esas fiestas –que en lugar de alegrar lo que hacen es lucir la pobreza en todos los aspectos de las vidas de esas personas-, era notoria la actitud de las mujeres, vestidas con sus mejores trapos y repartiendo una displicencia que, repetimos, deprimía más que causar felicidad en los participantes. Retaron al coronavirus y la pandemia aceptó el reto: hay muchas de ellas en cuidados hospitalarios, hoy en día. La falta de inteligencia es notoria, la arrogancia (hija de la ignorancia y la incultura), el orgullo fatuo que proviene de los escalones más bajos de la sociedad, son los cimientos de esas gentes, los fundamentos asesinos –al difundir el virus entre los inocentes de la localidad-, que han tirado al cesto de la basura el buen trabajo que ha venido haciendo el gobierno en la prevención de esta mortal enfermedad que nos vino desde China, la China comunista.
Es así como la irresponsabilidad de unos, se ha convertido en el temor de todos, en este país alabado por la Organización Mundial de la Salud.
Hacia el norte de Costa Rica, en la frontera con Nicaragua, y en los cantones de San Carlos, San Ramón y Upala, los nicaragüenses contagiados con el covid-19, por la desgraciada presencia del dictadorzuelo/analfabeto, Daniel Ortega y su horrenda mujer, Rosario Murillo, quienes han incentivado a la muerte entre su pueblo –y que acusa amplísimos sectores de analfabetismo, dicho sea de paso-, tratan de eludir a la policía fronteriza costarricense y, además de sus profundas carencias materiales y personales, traen con ellos al coronavirus, que en Nicaragua los mata como insectos en las calles y parques. Sino leamos este párrafo entresacado del diario nicaragüense, La Prensa, contrario a la dictadura: “Vi en la calle de mi pueblo a un hombre en bicicleta, quien perdió el control de su aparato y cayó de bruces y ya en el suelo, todo golpeado, comenzó a convulsionar y ahogarse por la falta de oxígeno.” Es el relato de una mujer, quien aseguró que es “normal” ver en cualquier lugar de Nicaragua, a individuos que se recuestan en los asientos de un parque, porque no pueden seguir caminando y los bronquios ni los pulmones responden a sus esfuerzos naturales por respirar.
Esa es la inmigración que quiere venirse para Costa Rica, para ganar un poco de dinero y, al mismo tiempo, contagiar a los costarricenses, tal y como lo han hecho en las zonas geográficas que hemos reseñado. Los empresarios que los han contratado, en estado de ilegalidad migratoria, han sufrido el cierre justo, preciso y plausible, de sus empresas, todas ellas exportadoras de productos agrícolas.
¿Cuál podría ser la solución a esas muestras de irresponsabilidad ciudadana ante el coronavirus? Apretar más las clavijas, “otra vuelta más de la tuerca” y comenzar con sanciones económicas, arriba de los 100 mil colones para las dueñas de esas casas sedes de las fiestas “pachucas” (clase baja intrínsecamente inculta); y continuar con tres meses cárcel, al comprobar el grado de irresponsabilidad. También, exigir el uso de cubre/bocas o mascarillas plásticas en todo aquel que transite por las calles y caminos del país, sin distingo alguno; y, por último, que la policía ingrese a las centenas de “cuarterías” donde se