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El Comportamiento de Muchos ante la Pandemia
estrujan los nicas en la Capital y todos ellos en condiciones insalubres y al margen de las leyes.
Esta situación es de vida y muerte y hay que usar la mano dura contra aquellas personas cuya inteligencia es retrógrada, porque prefieren la expansión del virus en sus comunidades, antes que el combate certero, saludable y benéfico. Esta es una guerra viral, donde solo tenemos dos opciones: la vida o la muerte y no estamos para tolerar estupideces y el primitivismo de quienes no saben ni quieren usar sus cerebros ante el peligro.
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El Comportamiento de Muchos ante la Pandemia: Algo Elemental, Esencial y Funcional que Debemos Comprender
SALA DE REDACCIÓN (The City Newspaper)- Nos referimos a la “inteligencia humana”; tan elemental como las dos piernas que nos sirven para caminar; tan esencial que nos permite vivir de la manera más consciente posible (y sobrevivir también); y tan funcional que, sin ella, no seríamos absolutamente nada ni nadie, estaríamos postrados en una silla de ruedas, como hay tantas personas en los hospitales para desequilibrados y desajustados mentales. No obstante, y a pesar de estas breves explicaciones, las gentes, colectiva e individualmente no se acuerdan –y es algo de lo más extraño que se da en el ser humano-, que tienen un cerebro pensante, racionalista, creativo y con un potencial extraordinario que se gesta y parte de la inteligencia.
¿Sustancia gris? ¿Masa gris gelatinosa que se extiende sobre la superficie del cerebro? ¿Energía cerebral? ¿Energía eléctrica que se mantiene en nuestro cuerpo? Y muchas otras definiciones son las que hemos escuchado a lo largo de nuestras existencias en relación con la inteligencia; pero lo que está claro es que una explicación definitiva, aún no se ha dado, que nos haya dejado satisfechos en forma también definitiva. Lo que sí es meridiano por su claridad es que la inteligencia no se puede ver, no se puede palpar, no se puede oler, acariciar o degustar, porque, precisamente, yace en el cerebro y habría que abrir el cráneo y partes de ese órgano para encontrar el origen y el “yacimiento” mismo de la inteligencia; empero, podemos ver sus manifestaciones y las notamos tan claramente que podemos decir de fulano o zutano: “es un perfecto estúpido o es el individuo más brillante que he encontrado en mi vida:” ¿Cierto? Esas expresiones son tan cotidianas como el Sol que amanece por levante. Es decir, la inteligencia se mide por las decisiones y actitudes que el hombre toma y ejecuta: si acierta o fracasa, si triunfa o resulta derrotado. Ciertamente no
lo es todo, pero sin ella no seríamos nada, dice otra frase hecha que escuchamos con regularidad.
Decíamos anteriormente que el ser humano común –y el excepcional también-, no recuerda que posee ahí arriba, en su cabeza, el regalo Divino de la inteligencia y es por eso que, cuando una persona falla ostensiblemente en alguna prueba o determinado trabajo, no se toma en cuenta que, quizás, se deba a un fracaso por causa de su acción racional, que le falló en ese momento justo su inteligencia, ya fuese porque no es una persona dotada con ella o padece de alguna enfermedad psíquica, que, dicho sea de paso, no es evidente tampoco, no es concreta, como si fuera una figura de carne y hueso, madera o piedra. Y es que en este mundo vivimos de las apariencias, de lo que nuestros ojos pueden captar, las imágenes que percibimos mediante los cinco sentidos y por eso decimos: “esa chica triunfó por su belleza y su sonrisa espontánea, por encima de aquella otra no tan agraciada”, según escuchamos también a diario y constantemente; pero es raro que la gente enjuicie al decir: “esa mujer es un dechado de inteligencia y por eso alcanzó la meta que se propuso.” Si hacemos un poco de memoria, veremos que así sucede en nuestra cotidianidad, al describir los éxitos o los fracasos de las demás personas.
Esta extensa introducción al tema de este artículo, para encontrar una explicación lo más aproximada posible del por qué muchísimas gentes alrededor del planeta, no se toman en serio el peligro en el que estamos inmersos; por qué no nos es posible entender el hecho de que un alto funcionario del Ministerio de Salud explique y vuelva a explicar durante meses y meses, sobre el gravísimo peligro que entraña el coronavirus y miles de individuos no entiendan de qué se trata realmente. ¿A qué esperan… a contagiarse? Bueno… solo tienen que darle tiempo al virus para que llegue a sus sistemas respiratorios y al paso que llevan, con el comportamiento que presentan, esa desgracia es cuestión de horas solamente.
Quienes los soslayamos, criticamos y hasta los insultamos por la tozudez al no cubrirse sus rostros, no lavarse sus manos y por ese andar que asumen con actitud de “seres poderosos de otras galaxias, que no temen a nada, que están por encima del bien y del mal, del contagio y de la mismísima muerte”, no hemos tomado en cuenta el grado de escolaridad de esas personas, ni el vacío cultural que poseen y mucho menos el grado de inteligencia que obtuvieron al nacer. Ha sido evidente observar que quienes han esparcido al Covid-19, han sido personas que viven en barrios marginales, problemáticos por inercia incluso (“durante la guerra y la paz”, como diría alguien), y son, esencialmente, sujetos que, de capacidad cerebral, no hay mucho que decir y mucho menos admirar.
En el caso de los nicaragüenses, desde el derrocamiento de su dictador Anastasio Somoza, en 1979, las escuelas, colegios y Universidades, no fueron opciones para sus vidas y así como una vez vinieron al mundo, tirados por los partos de sus madres, así han crecido y continuado, en “genuina naturaleza virgen”; es decir, sin modificar sus mentalidades, intelectos y mucho menos sus avances culturales. Es por eso que las reacciones ante la pandemia, de esas gentes, ha sido, no solamente irresponsable, sino suicida; pero un
suicidio con base en la más sórdida y profunda ignorancia, semejante al niño que nunca ha visto a una serpiente venenosa y se acerca a ella, con la creencia de que podrá jugar y divertirse con ella. Ambos ejemplos son casos del peligro que entraña la ignorancia natural, con la que se viene al mundo, se crece, se actúa cotidianamente y se muere al final del camino.
Los costarricenses no andan muy lejos tampoco de la descripción anterior, pues esos reincidentes en terquedad, charlatanería y mofas, habrán llegado apenas hasta primer año de secundaria y después procedieron a desertar de los salones de clase; otros, no terminaron la escuela primaria siquiera. Siempre serán los eternos ciudadanos callejeros, habitantes de las barriadas bajas; incluso, muchos de ellos han estado en prisión aluna vez. Son quienes verán cualquier trabajo como “una tabla de salvación en medio del mar”, sin importar profesionalizarse o aprender un oficio estable y beneficioso; y encuentran en los vicios “la respuesta” a su vaciedad intelectiva, espiritual, emocional y vivencial también.
Es por todo lo anterior que siempre tengo presente en mi memoria al cínico griego Diógenes, quien sentenció en una oportunidad: “No hay peor pecado que la ignorancia”; y así como en el mercado chino de Wuhan, los mercaderes ignorantes y rayanos vendían y consumían animales con altas probabilidades pandémicas; en América vemos a diario individuos carentes de inteligencia, incluso en altos puestos gubernamentales, en los casos de Jair Bolsonaro, en Brasil; Daniel Ortega, en Nicaragua; y Donald Trump, en los mismísimos Estados Unidos, tres humanoides que retan constantemente al coronavirus, hasta que en determinado momento, el virus pandémico les va a dar la respuesta que ellos quieren… el contagio mortal y definitivo.
En síntesis, el secreto para vencer en esta terrible crisis, yace en nuestra inteligencia, en actuar inteligentemente, siguiendo las normas sanitarias que se nos recomiendan, sin bajar la guardia y ser obedientes con los médicos que nos recuerdan constantemente nuestras responsabilidades con nosotros mismos y con nuestros semejantes. Pero hay que entender que… muchísimas personas alrededor del planeta, se burlan del covid-19, porque sus capacidades intelectivas son mínimas y eso es algo que no se evidencia como la belleza de una mujer o la sonrisa de un niño y debemos estar atentos a esas manifestaciones tan precarias, porque hay un hecho cierto: Dios repartió la inteligencia en sus hijos, no de manera equitativa, porque a unos les dio muchísima y a otros apenas les alcanza para mirar de manera perdida en un punto fijo y que no tiene ninguna importancia; y estos últimos son los llamados a ser “carne comestible para el virus.” Ya lo verán.