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El Pueblo Escogido y otros Cuentos Chinos

El Pueblo Escogido y otros Cuentos Chinos

Comienzo diciendo que, en el caso de que mi padre hubiese leído este comentario, me hubiera recriminado con una mirada, primero directa y luego evasiva, más una mueca en una de las comisuras de sus labios, en señal de desaprobación. Porque mi viejo era un católico consumado, un estudioso profundo de las Sagradas Escrituras (la Biblia), y, en consecuencia, admirador respetuoso, serio y solemne del pueblo judío, tan autovanagloriado en el Antiguo Testamento. Y así doy inicio este análisis “al vuelo” al “pueblo elegido” y a los otros cuentos chinos que nos han metido en nuestras cabezas cuando niños. A pesar de que no soy admirador ni mucho menos de los hebreos (es que no tengo por qué serlo), ni sentir conmiseración por las distintas épocas de genocidios que los han victimizado, he de achacarles en su favor que esa idea antiquísima de escribir el Antiguo Testamento, es de lo más genial que se le pudo ocurrir a personaje alguno, para ensalzar a su etnia, raza o nacionalidad o como quiera llamársele. De tal modo, toda aquella persona que tome en sus manos la Biblia –que son millones de millones de individuos y lo hacen a diario y a toda hora-, tendrá que leer y aceptar (¡!), todo lo que ahí se ha escrito. Es cuando juran a pies juntillas que “el pueblo judío es el escogido por Dios”, su favorito, el bendecido, “el que fue guiado por una nube en el desierto”, el mismo donde nació Jesús… en sus entrañas. ¡A ver quién lucha contra esa argumentación que han aceptado generaciones tras generaciones! ¿Será por eso que nadie se ha atrevido a refutarlos abiertamente, sabiendo de antemano que es un caso perdido? Incluso los nazis no escribieron nada serio al respecto y es cuando me vienen a la memoria Alfred Rosenberg, el ideólogo del Partido hitleriano, y su obra cumbre titulada, El Mito del Siglo XX, de la cual el mismo Hitler aseveró que “no había perdido el tiempo leyéndola”; y Julius Streicher, Editor del periódico antisemita, Der Stürmer, quien siempre utilizó esas páginas para atacar a los judíos, pero no demostró científicamente que eso de “pueblo elegido” era tan

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fantasioso como la leyenda de que el Mar Rojo se abrió ante Moisés y ahogó al ejército del Faraón.

Y es que el Antiguo Testamento está lleno de argumentos o narraciones inverosímiles, que solo por fe… esa fe no muy fundamentada y hasta ciega, puede aceptar sin pestañear siquiera. Por ejemplo, en ninguna mente moderna, racionalista y apegada a los hechos comprobables, puede aceptar eso de que “a la séptima vuelta que dieron los hebreos, las murallas inexpugnables de Jericó se vinieron abajo (…)”. Siete vueltas (¡!); es decir, en seis y medio, no hubiesen caído entonces.

Por supuesto que estoy en la obligación personalísima de subrayar y acentuar que no soy antisemita, ni estaré nunca a favor del genocidio nazi, ni con los pogroms o las deportaciones ordenadas en la Rusia zarista, ni con la sefarade española; porque, en principio, respeto al ser humano y creo que todo aquel que nazca tiene derecho a existir, siempre y cuando no se convierta, con el paso de los años, en un monstruo asesino como los ha habido tantos. Y en esto de la delincuencia, sí estoy de acuerdo en la inyección letal, la cámara de gas y la silla eléctrica, porque “quien a hierro mata… a hierro tiene que morir” y no es justo que la ciudadanía trabajadora y pagadora de sus impuestos, mantenga a tantos delincuentes en las prisiones Estatales, solo porque así lo ordenan las leyes vigentes.

Retornando al tema, no he encontrado nunca una explicación científica, ocultista, metafísica, religiosa, teológica, lógica, racional, histórica, sociológica, filosófica, étnica, genética o de cualquier otra índole posible, que me convenza, aunque sea regularmente, de la legitimidad o autenticidad de la expresión que afirma que los judíos “son el pueblo escogido.” ¿Por qué habrían de serlo? ¿Quién lo ordenó, quién los puso en la palestra, cuáles razones sanguíneas, teológicas o morales, les asisten para que sean de ese talante, con esa particularidad única en toda la Tierra y por encima de las demás razas y pueblos que aquí nacemos, convivimos y morimos?

Incluso, basados en las terribles experiencias en los campos de concentración nazis, muchísimos judíos víctimas renegaron de la existencia de Dios y salieron de esos sitios de horror, más convencidos que nunca de que, “si Dios los había declarado elegidos, por qué permitió, en su defecto, aquella barbarie del holocausto”. Y aquí también rechazo de plano el concepto o apelativo “holocausto”, que era un antiguo sacrificio religioso en el que se le ofrecía al Todopoderoso un ser vivo (generalmente un animal), que era ultimado en su honor; y los nazis jamás gasearon y quemaron a los 6 millones de judíos en ofrenda a ningún Dios, simplemente se trató de un exterminio racial y punto. Es por ello que prefiero llamarlo con lo que considero es su verdadero sustantivo/adjetival: el de genocidio de enormes proporciones, que escapa a la imaginación humana.

Con base en dicho acontecimiento histórico durante la Segunda Guerra Mundial, tampoco se me explica que un Dios protector, amoroso y dedicado a la preservación de “su pueblo elegido,” haya permitido que se les llevara a la muerte tan dócilmente, tan fácilmente y tan abominablemente, como les sucedió a los hebreos. Aquí el mito de

“escogido” se contradice radical y rotundamente, en una paradoja espeluznante que nos hace preguntarnos: ¿No se tratará más bien de un Dios enemigo del pueblo de Israel y nunca un benefactor? Todo parece indicar que así ha sido.

Por otra parte, si observamos más o menos detenidamente a otras etnias, razas o pueblos -como quiera llamárseles-, encontraremos generalidades e individualidades sorprendentes: luminarias del pensamiento, los sentimientos, la espiritualidad y de las invenciones materiales, mecánicas (industriales), que tanto bien le han hecho a la humanidad. Los genios de Pablo Picasso y José Ortega y Gasset, en España; la impresionante inteligencia del físico alemán, Max Plank; o la música celestial de Johan Sebastian Bach; Thomas Alba Edison y Henry Ford, en los Estados Unidos; Víctor Hugo en Francia; y Nicolai Gogol, en Rusia, etcétera, etcétera, etcétera. Grandes hombres de inmensas acciones y creaciones a favor de la humanidad entera. En su contraparte, el judío, como miembro de un supuesto “pueblo escogido”, es muy poco lo que ha aportado al desarrollo del planeta y sus habitantes, si lo analizamos con honestidad e imprescindible frialdad.

Tampoco quiero detenerme en señalar los errores cometidos por los judíos a lo largo de la historia, no intentaré enjuiciarlos, porque ese no es el propósito de mi análisis; aunque insisto en subrayar que, para ser “el pueblo elegido de Dios” brilla muy poco y da muy poco al resto de los pueblos que seguramente somos “inferiores a ellos” al no contar con el beneplácito y la discriminación de un Dios imperfecto, que muestra su imperfección al tener precisamente esas preferencias étnicas. Tampoco, para ser “el pueblo elegido” no tuvo nunca la magnificencia de construir las pirámides egipcias, aztecas o mayas; tampoco los palacios de Japón o de Tailandia; ni ha tenido la sabiduría de los Lamas tibetanos; jamás se le ocurrió crear la carrera espacial como lo hizo Werner von Braun, el alemán; o escribir los Manifiestos de la Revolución Francesa (Montesquieu, Rousseau y Voltaire); o tener la creatividad arquitectónica de Gustav Eiffel y levantar esa torre que ha embellecido a París, una ciudad francesa y nunca israelí. Y así se me podría ir la vida citando ejemplo tras ejemplo, en todos los órdenes por los que transcurre y crea el ser humano; y es por ello que, según mi modesta opinión, prefiero llamar “pueblo elegido de Dios” a la humanidad por completo (incluyendo a los mismos judíos), porque el Creador nos ha dotado a todos de unas inmensas facultades y virtudes, que son impresionantes y por las cuales tenemos que agradecerle al bondadoso Dios, por habérnoslas regalado al nacer.

La humanidad, en su conjunto, es grandiosa, admirable, respetable, adorable e indiscriminable por su color de piel, confesión religiosa, filosófica, política o su condición laboral y económica. Lo demás, lo que se diga de aquel o de aquella, es solo un mito, “un cuento chino” del que debemos reírnos o dejar pasar, así… sin más ni más.

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