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El Enemigo del Hombre es… el Mismo Hombre
El Enemigo del Hombre es… el Mismo Hombre
SALA DE REDACCIÓN (Especial para The City Newspaper)- Una vez más queda comprobada la máxima que sirve como título a este artículo de prensa: el enemigo del hombre no es un animal, un insecto, un tigre o un alienígena, sino que es el semejante, otro ser humano, configurado en el vecino, el amigo o el enemigo declarado. El salvajismo expresado en las guerras de la antigüedad, la particularmente cruda, cruenta y llena de sadismo, Edad Media, donde aparecieron las cámaras de tortura, las mazmorras y las armas forjadas con el hierro recién descubierto (por eso se le llama también “Edad de Hierro”), es un ejemplo ineludible hasta dónde es capaz de llegar el ser humano en aras de la violencia y el deseo de someter y dominar a su semejante; luego le sobrevendría el Oscurantismo, una Era especialmente vacía, dolorosa, de persecución ordenada y declarada desde El Vaticano, persecutor de la herejía, la brujería y todo aquello que el Papa (corrupto por antonomasia), considerara atentaba contra la espiritualidad del hombre. Y con esa tesitura histórica, la sangre fluyó de los corazones y los cuerpos mutilados, demostrado nuevamente que “el enemigo del hombre… era el mismo hombre.” Transcurrido el tiempo, sobrevendría la Revolución Francesa, tan apreciada por los historiadores, y olvidada en su etapa más sangrienta… la del terror, cuando se les fue de las manos a los demagogos que la iniciaron, insuflaron y creyeron que los iba a glorificar. Fue así como el mismo Maximilian de Robespierre, su inspirador, impulsor y “eje”, depositó su cabeza en el canasto al pie de la guillotina, el invento sangriento, verdadero símbolo de aquel levantamiento contra la aristocracia reinante.
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Siglos después ocurrirían las dos Guerras Mundiales, sin comparación en el devenir del derrotero de la humanidad, devastadoras, cuando el término “genocidio” adquirió fama precisamente por la criminalidad que le era inherente y sin comparación alguna. En ese período de seis años, el ser humano demostró su “lado oscuro”, dio a conocer a sus
congéneres todo el odio y el asesinato del que era capaz y siempre sin una razón de peso para cometer tales actos de depravación y dolor aumentado a la enésima potencia. Y, a partir del final del último gran enfrentamiento armado, la humanidad cayó en una especie de sopor, en pequeños conflictos que le recordaban la maldad y que, en esos momentos, parecía enervada, tranquilizada, posterior al gran trauma y destrucción durante la Segunda Guerra Mundial. Algunos acontecimientos relevantes, a partir de la débil paz obtenida, fue el odio visceral y contenido entre la Unión Soviética y el mundo occidental, liderado por los Estados Unidos; también el asesinato del presidente estadounidense John F. Kennedy, la crisis de los misiles en Cuba, la Guerra de Corea, la de Vietnam, etcétera, etcétera, etcétera. El odio por el odio, en función del odio y nunca de otro sentimiento. Pueblos y ejércitos enteros arrastrados por la incomprensión, la venta de armamento y el deseo de ser más poderoso que el enemigo y en el medio siempre… el ser humano inocente, utilizado como “carne de cañón.” Las décadas de los 60 y 70 fueron particularmente convulsas ante una opinión pública habituada, acostumbrada tácitamente, a vivir dentro de los yerros de los políticos; ejemplo de ello fue la caída política del ex presidente norteamericano, Richard Nixon, pillado por los periodistas en actos fuera de contexto, de honestidad y acordes con la verdadera naturaleza de ese hombre, cargado de resentimiento y desprecio por quienes le rodeaban. Esto quiere decir que el “Caso Watergate” no sorprendió a una sociedad global, como sí lo hicieron Hitler y Stalin, en los años 40. La humanidad ha venido soportando esos desmanes con verdadero estoicismo, no sin una fuerte dosis de indiferencia.
No obstante, a pesar de todo lo aquí resumido, la esperanza puesta en el corazón del hombre, no ha dejado de brillar, aún en medio de la inmensa oscuridad que la rodea; es cuando surgen los nombres de seres de luz, privilegiados, bondadosos, en las personalidades de Madame Curie, Louis Pasteur, Mahatma Gandhi, el Reverendo Martin Luther King, Malcolm X y muchos otros que aportaron a la paz con sus mensajes y actitudes y quienes desarrollaron medicamentos y demás adelantos científicos en beneficio del mismo hombre. La claridad volvía a brillar ante las tinieblas que parecían cubrirlo todo.
Con la desaparición de la inhumana Unión Soviética, que demostró la inutilidad e inviabilidad del sistema marxista/leninista, la esperanza se acrecentó en la humanidad entera, pues terminaba con una etapa histórica de enfrentamiento entre las dos superpotencias y que, de haber pasado de las palabras, hubiese destruido al mundo con una guerra termonuclear. Sin embargo, dichas esperanzas quedaron prendidas de la nada, cuando surgió la China comunista con un régimen quizás más depravado, sangriento y glacial, que la extinta Rusia comunista. La matanza de estudiantes en la Plaza Tiannamen, en el centro de la Capital, Beijing, fue “el sello” indeleble con el cual los chinos marxistas marcaron su presencia en la nueva geopolítica; es decir, el mensaje que enviaron al resto del planeta fue: “no vamos a tolerar impertinencias ni rebeldía de nadie en contra de nuestro sistema y lo vamos a combatir con las armas aquí y donde sea necesario.”
La China post-Mao Zedong es la antítesis del humanismo, del cristianismo y de todo movimiento y religión que tenga a la existencia del hombre como una de sus prioridades; porque el régimen chino ve en la persona solo a un número (de hecho les agrada que se vista, toda su población, con una especie de uniforme, indistintamente de su profesión, sexo y edad); y todo lo que sea inherente a su propio pueblo para su subsistencia diaria, la comida y la medicina, no representan gran preocupación para la camarilla enquistada en el seno del Estado. En otras palabras, es el poder en función del poder únicamente. En China no cuenta ninguna corriente filosófica, doctrinaria y mucho menos religiosa, porque lo realmente importante es el poderío militar que reprime a la población hacia el interior; y lleva a cabo invasiones a los países vecinos (Tíbet, por ejemplo), y presume de su cuantioso arsenal nuclear para competir con las superpotencias de occidente, hacia el exterior. Esa es China solamente. Otra razón para explicar su existencia política e ideológica, simplemente no viene al caso.
El surgimiento y posterior expansión de la pandemia, cuya base es el coronavirus, en un mercado de la ciudad de Wuhan, explica, en mínima instancia, lo que es el modo de vida de los chinos, quienes se debaten entre la opresión Estatal y el hambre; es por ello que todo ser vivo que sientan que se puede comer –en este caso los murciélagos-, pasa a ser parte de la dieta de ese pueblo y en medio de medidas de higiene nulas, inexistentes, donde los animales que van a ser vendidos o canjeados (el trueque es parte del comercio de estas gentes), se conglomeran en jaulas inundadas de malos olores y diversidad de gérmenes.
No hay duda, “el enemigo del hombre, sigue siendo el mismo hombre.” La humanidad que se destruye a sí misma y siempre ajena al entendimiento, al trabajo en conjunto, al respeto en todas las direcciones y a los actos de nobleza pura. Es así como la pandemia que nos llegó desde China, obliga a que el hombre del Siglo XXI medite profundamente, dé “un golpe seco de timón” en la dirección adecuada y cambie esencial y radicalmente lo que ha venido haciendo mal hasta estos precisos instantes, cuando el virus va matando paulatinamente, alrededor del globo, a miles de personas.
Ha sido evidente que los sistemas políticos y financieros puestos en vigencia desde el final de la Primera Guerra Mundial, han creado mayor descontento y desconcierto y han pronunciado el dominio de quienes los ostentan sobre los débiles y ello ha creado resentimiento, odio y levantamientos armados en forma de guerrillas prolongadas, sanguinarias y hoy en día sustentadas en el dinero que da el narcotráfico, que igualmente sirve para matar a quienes consumen las sustancias y polvos prohibidos.
El confinamiento al que nos vemos sometidos en la actualidad, deberá servir para algo positivo, constructivo y que salga, igual a la mariposa transformada de larva en bello espécimen, un ser humano realmente humanizado, bueno, edificante y dispuesto a terminar con las barreras invisibles, para reconstruir y crear un mundo mejor. Esta es la oportunidad dorada, el final de los “ismos” (racismo, despotismo, nepotismo, fascismo, capitalismo, comunismo, marxismo, socialismo, etc.), y el inicio de una nueva Era, lejana del deseo de