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Mis Caminatas junto a mi Hijo con Autismo
Policía Nacional Civil (PNC), ha capturado a miles de personas que no creen en la fuerza mortal de la pandemia. También, durante las horas del día, en la Capital, los guatemaltecos salen sin ninguna preocupación evidente, se aglomeran, hacen largas filas en los Bancos, comercios y crean embotellamientos vehiculares sin ninguna protección, como las mascarillas (tapa-bocas), o el alcohol en gel para lavarse las manos y antebrazos. Almícar Montejo, director de Comunicación de la Entidad Metropolitana Reguladora del Tránsito (EMETRA), manifestó que el número de automóviles y motocicletas que circulan por la ciudad, es “realmente impresionante” en épocas que son particularmente peligrosas. “Aunque gran parte de los citadinos obedece la restricción de no andar en las calles de 4 p.m. a 4 a.m., por la mañana salen (…).” Dice el alto funcionario. Añadió que ha visto un aumento diario de peatones, quienes salen a hacer ejercicio. “Esto va en contra de la medida de salir a la calle. Esto no se debe hacer. Los que trabajan, se entiende que van a sus empresas (…). ¡Pero haciendo ejercicio…! Hoy, en un mercado de la Zona 3, tenemos el reporte de que llegó una señora con sus tres niños a comprar y sin mascarilla.” Puntualizó Montejo. Por su parte, Dalia Santos, portavoz de la Policía Municipal de Tránsito de Villa Nueva, agregó: “¡Es increíble! La gente pareciera que creen que están de vacaciones o descanso; piensan que están en cuarentena pero solo del trabajo. ¡Es preocupante! Después de las 10 de la mañana ya hay filas de vehículos y personas en Bancos, cajeros, mercados y supermercados.” Mientras en San Pedro Sacatepéquez, a unos 22,5 kms de la Capital, los casos de infectados han ido en crecimiento. Esos son los motivos de nuestras preocupaciones en este país densamente poblado y cuyos habitantes parece que no escuchan ni entienden la gravedad del asunto.
Mis Caminatas Junto a mi Hijo Autista
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SAN JOSE, Costa Rica-(Especial para The City Newspaper). Son épocas de terror. Tiempos inimaginables que tomaron a toda la humanidad por sorpresa y la han sumido en la desesperanza y en la oscuridad. Y es que el peligro, según hemos analizado a lo largo de nuestra existencia, toma la forma o se configura en un millón de imágenes y parece que cada período por el que transcurre la humanidad, entraña peligros muy definidos, diferentes entre sí y absolutamente identificables por los rasgos y las tensiones que presentan. Por ejemplo, en las décadas de los años 60, 70 y 80, el comunismo era el enemigo común, la coyuntura que abatía y se extendía por todo el orbe y respiramos tranquilos cuando desapareció “la madre” de dicha ideología: la Unión Soviética. En los 90s fue el Síndrome de Inmuno Deficiencia Adquirida (SIDA), que atacó fulminante y directamente a homosexuales y a quienes recibieron transfusiones de sangre contaminada, por error de los
médicos. También el narcotráfico provenido principalmente de Colombia y México, marcaron el miedo general en el mundo; fue cuando adquirieron fama los narcos conocidos con los nombres de Pablo Escobar Gaviria y “el chapo” Guzmán, para citar a los dos degenerados más famosos. Adentrándonos en el nuevo milenio, el terrorismo islámico en Oriente Próximo, causó dolor en los Estados Unidos, con la voladura del Trade World Center (“Torres Gemelas”) y mostró a nuevos monstruos en los casos de Osama bin-Laden y los miembros del Estado Islámico (Daesh). Todo lo que hemos mencionado era combatible y propenso a ser derrotado, ya fuera por medio de las armas u otros mecanismos siempre lógicos, viables, realistas, convincentes y evidentes. O sea, el ser humano no perdió, en todas esas épocas y situaciones, el dominio de sus acciones y luchas. Nada había que temer más allá del temor natural implícito en cada una de esas aberraciones, porque precisamente dichas pruebas estaban sujetas a ser derrotadas no sin cierto esfuerzo.
Empero, lo que los chinos comunistas nos han enviado al resto de los habitantes de este planeta, no tiene comparación con lo que he enumerado anteriormente: la aparición y difusión del coronavirus, además de inesperado e impensable, ha sido rotundamente mortal y ha causado cifras impresionantes de decesos alrededor del globo terráqueo. Las economías de las potencias se tambalean, se pierden los empleos de las personas normales, el hambre ha aparecido en los hogares y en los cementerios se apilan los féretros por las noches, con seres a quienes el covid-19 ha fulminado en pocas horas. Y lo peor se fundamenta en que, ni la economía, ni la destreza política y tampoco la fuerza del armamento de las super-potencias, pueden terminar con ese diminuto virus que causa ahogo, dolores corporales y ataca a los pulmones hasta inutilizarlos. Nada, hasta el momento nada es tan poderoso para acabarlo. El hombre aparece ahora como el más inútil y frágil del Universo.
Y es aquí donde entra en escena mi hijo con autismo, una de las peores condiciones mentales que puede padecer un joven. El confinamiento lo saca de las casillas, en ocasiones se pone tenso, violento e incontrolable; y en otros momentos se deprime hasta el llanto. Es cuando Dios me ilumina y decido sacarlo a pasear a pie por las aceras del barrio, a pesar de que el coronavirus también pasea entre los organismos de las personas que nos encontramos cuando caminamos no exentos de preocupación. Es cuando observo a la diversidad, a la gama de individuos y sus reacciones ante la pandemia y reconozco en sus miradas esas emociones que oscilan entre la burla porque mi hijo y yo nos tapamos las bocas y narices con caretas de tela y esgrimen la vulgaridad retadora que parece decirnos: “ustedes son ridículos y cobardes ante el virus: nosotros no usamos cubre/bocas porque no tenemos miedo, porque no nos van a infectar nunca y somos verdaderos hombres.” Ese es el mensaje que nos hacen llegar por medio de sus sonrisas socarronas. Por lo general son jóvenes de las calles, trabajadores en camiones repartidores de productos, cuyas edades van de los 18 a los 35 años; evidentemente se trata de individuos sin instrucción escolar y mucho menos universitaria, de la clase social más baja, reconocibles por sus cortes de cabello, ropas y actitudes pueriles, callejeras… El otro tipo de personajillos, esas sombras
que aparecen en las esquinas hablando con acento extranjero y primitivo, son los nicaragüenses, quienes, a pesar de que viven en la democrática Costa Rica, admiran a los dictadores analfabetos de su país, Daniel Ortega y su horrorosa mujer, Rosario Murillo, quienes despreciaron y tomaron a mofa al coronavirus. De tal modo que, si aquellos dijeron que no había razón para protegerse del mortal virus en Nicaragua, los inmigrantes que viven en Costa Rica han seguido su irresponsable consejo y se han convertido en decididos propagadores del covid.
Mi hijo con autismo y yo usamos las mascarillas desde que el virus irrumpió en nuestra realidad diaria y lo hemos hecho de la manera más responsable y seria posible; es así como puedo afirmar que hay dos tipos de seres ante el peligro pandémico: los responsables y preocupados por no caer enfermos ni enfermar a sus familiares; y los irresponsables y burlistas, quienes, es muy posible que vivan en los caseríos donde el coronavirus ejerce su dominio y son potenciales enfermos en un futuro muy cercano.
Por lo pronto, sigo caminando junto a mi hijo y sigo aprendiendo cada día de la naturaleza humana, de su inteligencia, prevención, sensatez y también de los obcecados por la falta de cerebro, actitudes suicidas y ese no tomarse en serio el mal que los llevará a las tumbas si los alcanza en un determinado momento de sus vidas. Mientras tanto, sigo aprendiendo, sigo caminando al lado de mi hijo.